Skip to main content

Full text of "Francisco Bauza Historia De La Dominacion Española En El Uruguay. Tomo 1"

See other formats





DOMINACIÓN ESPAÑOLA EN EL ÜRDCÜAY 




Sebastián Garotto 




FKANCISCO BAUZÁ 


HISTORIA 

DE LA 

DOMINACION ESPAÑOLA 

EN EL 

URUGUAY 


SEGUNDA EDrCJÓN 

REFUNDtDA CON AUXI7.ÍO ÜK NUKVOS D0CUMKVT09 


TOMO PRIMERO 


MONTEVIDEO 

A. BARREIRO Y RAMOS, EDrTo« 

liurnr/a nacional 

1895 


Dureclios reservados 



iDipi-enU iVrMatlca, d« Dornalecho j neyas, 18 de JuUo 77 y 79 

UOXTRVIDUO 



reseña preliminar 


Dom. Bbp. — ]. 




RESEÑA PRELIMINAR 


1. Kibliofíi'nfía y iirchivos coloniales. — 2. Primeros cro 2 ii.stas é hi.sto- 
riiulores de Iiidia.s. — 3. líscritores y viajeros subsiguientes. — 4 Bi- 
bliognifía jesuítica. — 5. Coinpleinentucíóu d<i los ü-abajos bisloria- 
lo.s y jurídicos. — 6. Azai*a. — 7. Moviiniejito biblioRTúUco de priuci- 
pios del siglo XIX. — S. Bibliogi'afía argentina. — 9. Bibliografía 
biusilcm. — 10. Bibliogi-rtfía uruguaya. 



1. La era «le los historiadores dcl Río de la Plata se abre para 
nosotros con Azara, no porque sea el unís antiguo, sind por ser 
el niiís popular y conocido de los es(;ritoi-cs que explotaron esc 
tema. Antes qnc 61, había escrito IJlderico Schmidel, soldado 
alemán de la expedición de 1). Pedro de Mendoza, pero con 
tan escasa fortuna, que á más de ser víctima de pésimos tra- 
ductores, hasta su nombre fué alterado, transformándole e,n Ulrico 
h'abro los españoles, 'rambión escribió el P. Martín del Barco 
Centííiicra, publicando en Tásboa el año de 1602 su prosaico 
poema La Arijentina, al igual que Rui Díaz de Guzmán, quien 
bajo el mismo título' compuso la primera parte de la historia que 
hoy conocemos j pero ni el poema de Centenera tuvo más boga 
(Je la que podía alcanzar por aquellos tiemjios en este hemis- 
ferío, ni La Anjentina de Rui Díaz consiguió los honores de 
la impresión, á pesar de haber enviado su autor una copia al 
duque de Medina Sidonia y oti*a al Cabildo de Iji Asunción 
del Paraguay. 



vni 


RESE5ÍA rBELBnXAK 


No estaban íoal provistos los archivos del Virreinato ;t la 
época de Azara, hallándose en sus empolvados casilleros, ma- 
nuscritos como la Historia del Faraíficay, Rio de la Plata y 
Tucumún por el P. Lozano, que Fiiues utilizó más tarde co- 
piándola casi á la letra, y la que bajo el mismo nombre, aunque 
con plan más económico, escribió el P. Guevara de orden de 
sus superiores, para i*emediar, scgtín dicen, los defectos do apre- 
ciacióu y dialéctica en que Ix)zano había caído. Otros papeles 
de muclia imporUincia, como ser monografías, relaciones de via- 
jes y memorias sobre excursiones científicas, dormían en igual 
secuestro, babiendo escapado de él, favorecidas de la suerte, 
la Conquista Espiritiuil y el Arte de la lengua guaraní por 
Montoya { 1639), y la Historia provincias paraquarke de Techo 
(1673) extractada y vertida al inglés en 1706. Todos estos ma- 
teriales así dispereos, y otros que opoi-tunamentc se menciona- 
rán, esperaban un tidento metódico que los aprovechase, cuando 
Azara intentó hacerlo, dando forma definitiva al libro que ori- 
ginó la celebridad de su nombre. 

La historia del Río de la Plata no era asunto que hubiese 
llamado con preferencia la atención de los literatos españoles. 
El descubrimiento, conquista y población de tíin extenso trozo 
de tierra, con ser yunque donde se probaron las dotes cientí- 
ficas, políticas y militares de hombres muy distinguidos, pasó 
casi inadvertido á la literatura historial. Mientras las hazañas 
de Cortés y Pizarro se divulgaron como por encanto en Eu- 
ropa, y encontraron cabida en el poema los esfuerzos de Val- 
divia, Solís apenas era conocido, de Gabotto poco se hablaba, 
y Mendoza, Zárate, Melgarejo, Traía y tantos otros hombres que 
habían contribuido con su audacia ó su sangre á afianzar la ci- 
vilización del cristianismo en estos parajes, no aleanzabau el Iio- 
nor de ser recordados. Los primitivos Cronistas mayores de In- 
dias, como era de su obligación, narraron las empresas acome- 
tidos en el Plata, pero el escaso interés que ellas desperta- 
ron parece que retrajo á sus continuadores de proseguir en la 
tarea. 

No de otro modo se explica la escasez de caudal cpie nos su- 



RESEÑA PREIJMINAR 


IX 


miüistraii sus trabajos. De trece ídcIívícIuos, desde Oviedo hasta 
D. Juan Bautista Muñoz, encargados de escribir la historia del 
Nuevo-mundo, sólo dos se ocuparon del Río de la Plata, y bien 
que deba excluirec lí Muñoz de la cuenta, pues su prematura 
muerte apenas le permitió clasificar una parte de los documentos 
cuya publicación contribuyó más tarde fí liaccr célebre el nombre 
de varios coleccionistas, puede ascgurarec que diez cronistas ma- 
yores para nada mentaron esta región americana, cuya conquista 
y (úvilizaeión, empero, presentan ^spectos bailo originales paia 
seducir las vistas de los estudiosos. Otros historiadores, sin co- 
misión oficial para hacerlo, trataron de paso la materia al ocu- 
parse de América, porque escribiendo su historia no podían 
olvidarnos; pero los niíís de ellos, ni en el orden de la composi- 
ción ni en la índole filosófica de sus manifestaciones, supieron 
suscitar aquel interés que vulgariza los grandes episodios. 

Á pesar del convencionalismo inti’oducido por TicUnor, y se- 
guido sin reflexión por la mayoría de los escritores que espi- 
gan el campo de la literatura española, un estudio reposado de 
los autores y los libros, demuestra que la parte historial co- 
rrespondiente íí América fué mediocremente servida por sos pri- 
mitivos historiadores y eronistas. Si se exceptúan Solís y Go- 
mara — pues Mártir era italiano y escribió en latín, — apenas hay 
libro que pueda leerse con agrado, por estar casi todos reve- 
nidos de ampulosidad y csciitos en uu idioma escabroso para 
nosotros mismos. Del punto de vista de lo útil, destarándose á 
Oviedo, esas vetustas producciones sólo pueden sei’ apreciadas 
como arsenal de informaeión, no siempre la más verídica, según 
lo vienen demostrando documentos que cada día se exhuman 
de los archivos y libros contemporáneos que siguen á esos do- 
cumentos. Para no citar más que un ejemplo, baste decir que 
Herrera ha descendido de príncipe de los historiadores de Indias 
á vasallo de Las Casas, mientras este último, citado al tribunal 
de la publicidad, se ha exhibido incorrecto en el estilo, manco. 
en la información y apasionado hasta el delirio contra sus opug- 
nadores. 

Con tan fundamentales deficiencias, no es extraño que la his- 



BESKÑA PKEIJjriNAR 


toria clel Río de la Plata desafíe hoy mismo el valor de los 
eruditos. Y si esto sucede respecto al asunto en general, ma- 
yores son las dificultades á medida que se intenta particulari- 
zarlo dentro de los límites oorrespoudicntes sí cada pueblo. Así, 
tratándose del Uruguay, todo es incompleto, pues desajiarecen 
los hombres y las generaciones sin dejar más indicio que sil- 
guna referencia perdida cnti’e las notas de loa cronistas y via- 
jeros, y si algo se sabe de las costumbres pretéritas, es por la 
casualidad de haber influenciado ellas los procederes y los actos 
de algún ve(!Íno unís afortunado ó más famoso. Pueblo guerrero 
y pobre, el primitivo pueblo uruguayo acufió su historia eíi los 
trozos do piedra pulida que le sirvieron de armas y de útiles, 
y á no ser la clasificación científica de esos objetos enctmtrados 
más taixlc en los campamentos y montículos donde le llevó su 
vida emmtc, poca luz reflejarían sobre él las relaciones escritas. 
Pero como quiera que ellas le atañen directamente, es forzoso 
vccon’erlas, dando de paso una idea de los cronistas é historia- 
dores (iuyos trabajos han de sen'irnos de guía en esta obra. 

Acometiendo esa excursión neccsaiia, adelantaremos mayor 
camino del que á primera vista se piensa, pues por medio de 
una crítica comparada do los padres de nuestra historia, que- 
darán resueltas muchas dificultades. Bien que pueda parecer an- 
tojadizo este modo de colocar en la portada de un libro seme- 
jante discusión de apariencias vanidosas, el resultado probará 
lo contrario. Gran parte de los errores cronológicos y muchos 
de los de apreciación que aun subsisten, provienen de la falta 
de ima consulta paralela de los avitores antiguos por ciertos es- 
critores modernos, quienes llamados á elegir entre testimonios 
de origen diverso, han dado la preferencia á uno sobre los demás, 
asociándose, sin advertii lo, á las inexactitudes de la autoi'idad 
escogida. Nuestro trabajo actual tiende á subsanar el inconve- 
niente, rectificando fochas y sucesos de mucha importancia, y 
por eso creemos que la utilidad de este análisis compensará su 
extensión, siquiera rebase ello los límites en que nos propone- 
mos encerrarla. 

2. En el orden cronológico, Pedro Mártii* de Angliiera es el 



RKSKÑA PRKIAMrNAR 


XI 


primero que ilustró cu forma conveniente los anales del Nuevo- 
munclo con su libro De Jiebns Oceanicús et Novo Orbe, S 0 i."e 
el cual han pasado de corrida, criticóndole muchos de ellos sin 
leerle, autores españoles de gran reputación. Con tal motivo, 
Mártir ha sido víctima de inesperadas reconvenciones, en el 
tono más docto que puede imaginarse, por personas cuyos tia- 
bajos constituyen autoridad en el mundo de las letras. De su 
amistad con Ncbrija, quien escribió un prólogo á los ocho pri- 
nicros capítulos subrepticiamente publicados del RebiU'i Occa- 
nicia, se ha deducido que Mártir apenas sabía latín, y para jus- 
tificar esa deducción atrevida, se han aplicado á su pericia en 
el manejo de dicho idioma, las omisiones accidentales de que 
el autor se acusa algunas veces al narrar precipitadamente los 
hechos sobre informes incompletos. Partiendo de premisas tan 
falsas, se ha agregado al menosprecio por la composición del 
libro, el error de agr:^.dar su trama, haciendo suponer que las 
ocho décadas contenidas en él, determinan un período de tiempo 
equivalente tí esa cifra numérica. De donde resultaría, que un 
erudito italiano del siglo xa'T, sacerdote y profesor público y 
oficial de humanidades, no sabía latín, y que habiendo empe- 
zado a escribir historia contemporánea á los ti'cintti y siete años 
de edad, muríendo á los sesenta y nueve ó setenta, pudo so- 
brevivirsc á sí mismo cuarenta y siete años para complemen- 
tar ocho décadas, ó sean ochenta años de la historia de Amé- 
rica. 

Quien indujo, sin quererlo, en tamaños dislates á los críticos 
y bibliógrafos aludidos, fué D. Nicolás Antonio en su Biblio- 
teca Hiapana, dando, aunque con reservas muy acentuadas y en 
forma dubitativa, ciertas noticias sobre Mártir y sus obras. Al 
Ilegal’ al libro que nos ocupa, dice textualmente Antonio refi- 
riéndose á Mártir: «También e.scribió Laft Décadas que llamó 
Oceánicas; de las cuales dirigió en otro tiempo una parte á 
León X, papa. Porque en la carta 521 del libro 27 escrita al 
marqués de Mondéjar, dice: he dirigido al Pontífice por medio 
de, aquel mi licenciado, algo acerca del Nuevo-mundo. Algún 
día tendrá más. Estoy haciendo algunos opúsculos soh e estos 



XII 


BESES A PRELIMINAR 


particulares clescuhHmientos. Saldrán á luz si vivimos. Así 
habla éste el año 515. Y se publicaron solamente tres Décadas, 
ya el año 1574, en 8.*’, ya en otras ocasiones, que son las úni- 
cas que Juan Tritenio conocié. Éstas, con las restantes hasta 
el número de ocho, se publicaron, según creernos ( uti credi- 
mus), primero el año de 1530 y después el de 1587 en 8.“, con 
notas y explicaciones de Ricardo Hocliiiti. Estoy completamenta 
incierto ( iotus luereo ) acerca de la edición alabada por An- 
tonio de León cu su Biblioteca de las Indias Occidentales, tít. 
2.", á saber, del año 1511. Porque hay que dai- fe íí las anterio- 
res palabras del autor, que 4 años más tarde encarece una obra 
ardientemente deseada, pero no concluida ni menos publicada. 
(Biblioteca Hispana, tom. ii, Apéud.) 

V’^eamos cómo pueden eucuadrai’se estas referencias, en el 
tiempo material vivido por Mártir, y en la seriedad con que le 
han leído sus críticos españoles. Según NiccÚás Antonio, \ au- 
tor nació por los años 1459 en Arona, ciudad del ducado de Mi- 
lán, y se trasladó á .España á los 28 años de edad, ó sea en el 
de 1487. Á la muerte de D. Femando de Aragón ( 1516), hul )0 
el gobierno español de enviarle en misión diplomática á la 
corte de Selim, emperador de los turcos, pero él se excusó — 
dice Antonio — con su edad avanzada, que pasaba ya de se- 
tenta años. «Como después del año 1525 — prosigue — no en- 
contramos ninguna carta suya en los libros de cartas que tantas 
veces hemos alabado, no carece de verosimilitud que muriese por 
aquellos días. » Es decir, pues, que llegado tí España á los 28 
años de edad y muerto en 1525, no dispuso Mái-tir más que 
de treinta y ocho años para escribir, suponiendo que hubiera 
escrito hasta el último día de su vida. Sobre estos treinta y 
ocho años, debe hacerse todavía una operación de re.sta en lo 
que á las décadas de Orbe novo se refiere, pues habiéndolas co- 
menzado en 1492, no pudo adelantarlas más de treinta y tres 
años, que es lo que vivió hasta 1525. De lo cual se sigue íitc- 
plicablcmeute, que no escribió ocho décadas, ó sean ochenta 
años de historia, sino tres, ó sean treinta años, computados los 
datos cronológicos que el mismo Antonio' suministra. 



Para abrirnos camino entre tantas contradicciones, hicimos 
el cotejo de las ediciones latinas dcl Rebus Oceanicis impresas 
en Basilea 1533, y en Colonia 1574, compuestas ambas de tres 
décadas y una disertación anexa, con la edición inglesa de lien- 
dres 1612, cump^iesta de las ocho décadas anunciadas por di- 
versos autores y bibliógrafos, resultando de dicho estudio com- 
parativo, que los relatos de Mártir sobre América, comienzan 
en 1492 y concluyen en 1524, ó lo que es lo mismo, abrazan 
treinta y dos años. Este primer resultado nos reveló, que la 
distribución numeral dada por el autnr á sus trabajos, era ca- 
prichosa, y buscando la causa, la encontramos, en que son se- 
ries decenales de libros, subdivididas en capítulos, y á veces 
simples decenas de capítulos, lo que preside la ordenación dcl 
Re.bus Occfuricis, siendo así que la palabra Década la emplea 
Msírtir para designar cada diez libros ó capítulos de sus car- 
tas, y no cada diez años de narración historial. Por este pro- 
cedimiento, las tituladas Décadas comprenden, imas vece.s pe- 
ríodos de diez años, como la primera de ellas (1492-1502), 
otras veces períodos de catorce, como la tercera (1502-1516), 
y otras períodos de un solo año, como la octava (1523-1524). 
El no haberse notado por sus críticos españoles esta singularidad 
tan saltante, demuestra que para hablar dcl libro dcl primitivo, 
historiador de América, se ha creído suficiente mojar la pluma 
en el tintero de D. Nicolás Antonio. 

Es opinión corriente, que Mártir sabía poco el latín, y se 
apela a sus propias declai’aeloncs para demostrarlo. Mas en 
ninguna parte de su libro existe semejante confesión, que por 
todo concepto hubiera sido inexplicable en un profesor de hu- 
manidades, conocido de numerosos discípulos pertenecientes á 
la princi])al juventud española de entonces. Todo lo que Már- 
tir dice á este respecto dirigiéndose al conde de Teudilla, es lo 
siguiente ; « He abierto el camino á los que tienen ingenio para 
escribir, colcceiouando como ves, estos cosas desaliñadas, ya 
porque no sé adornarlas con vestido más elegante, ya también 
porque nunca tomé la pluma para escribir históricamente, siuó 
para complacer, con cartjis escritas de prisa, á personas cuyos 



XIY 


RESEÑA PIíELDJINAR 


nuindatos eran iiuleclinahles para míx’ (Déc i, Hl>. x). Y jujís 
adelante, dirigiéndose al Komano Pontífice, le dice: «Desde 
que resolví obedecer lí los cpie rae pedían en nombre de Vuestra 
Santidad que escribiera estas cosas en latín, yo, qvé no soy 
dcl L(U:io, puso cuidado de no asentar nada, sin averiguarlo 
bien X- (Déc. ir, lili, x). Como se ve, estas excusas, aun cuando 
muy usuales en los autores para desarmar la crítica, constitu- 
yen en el caso de Miírtir, una sincera exposición de las cau- 
sas que le movieron á escribir, y no nua declaración de im- 
pericia en el manejo del idioma latino, que al par de otros 
idiomas muertos, poseía en propiedad. 

Sin embargo, D, Juan Bautista Muñoz, .sin combatir ni de- 
fender abiertamente á Mártir como humanista, intenta pintár- 
noslo frente al juicio de sus contemporáneos, cu el siguiente 
pasaje de improvisada apariencia: «Con ocasión de habérseme 
venido á la mano este autor, pondré aquí una especie que trac 
Fernando (jonzálcz de Oviedo en la parto inédita de su his- 
toria de ludias, Hb. .^4, cap. '6, que dice así: Aunque el pro- 

tonotnno Pedro Mártir, que era de Mitán, c fray Bernardo 
Gentil, que era sieiliano, é ambos fueron hislorióyrafos de S. M., 
hablaron de cosas de Judias, diyo que, puesto su latinidaa 
(i tratados no careciesen de un estilo forr.ado, es que se sospe- 
chó que les faltó cierta información en muchas casrus de las 
que tocaron. Y concluye Muñoz refiriéndose á Oviedo: «el 
calificar de forzado el latín de dos honrados humanistas, un 
hombre que uo entendía latín, si orcemos á Fernando Colón, 
rae hace sospechar que la referida especie pudo sugcrir.se á 
Oviedo, y él desfigurarla, como trastocó y ajilicó mal otras eru- 
dicioucs ajenas que le censura el escritor citado» (Historia dcl 
Nuevo - mundo, Prologo ). 

Aquí la cuestión se complica. Ya no solamente espiga Mu- 
ñoz cu las obras de Mártir, sinó que va á buscar las de otro 
para criticarlos. La táctica sería discutible si esa crítica fuese 
leal, pero es condenable en este caso, por cuanto pone en boca 
del autor criticado conceptos que no tuvo ni la intención de 
emitir. El texto auténtico de Oviedo á que Muñoz se refiere, es 



RESES'A TRELBirNAU 


XV 


c) sigiiieute: «Y aunque el protonotai-io Pedro Miírtir, que era 
de Milán, é fray Bernardo Gentil, que er.i seeiliano 6 ambos fue- 
ron liistoriogi’íq)lios de Su Magostad, hablaron en cosas de In- 
di as, digo que puesto que su latinidad 6 traetados no care^dca- 
aen de buen estilo, forjado es que so sospeche que les faltó 
yiei-ta iuformafioii en muchas cosas de las que tocaron » (His- 
toria Gmeral y Natural de las Indias, toni. in, lib. xxxrv, 
cap. III ). De manera que, sobre un texto contrahcclio de 0\nedo, 
basa Muñoz sus apreciaciones respecto á la idoneidad de Már- 
tir como Immanista, y con una ligereza que tiene calificativo es- 
pecial cuando se imputan á sabiendas hechos inexactos, deja á 
Oviedo por pedante, y á Mártir como inepto en latinidad sc- 
g(ín el juicio de personas entendidas. 

La afirmación de Muñoz, que poco 6 nada había leído á Már- 
tir, fué recogida por otro autor no menos célebre, que induda- 
blemente no lo había leído. Navarrete, en su colección de Via- 
jes y descnhnniientos, refiriéndose á los historiadores coetáneos 
de Colón, reproduce lo.s justos elogios que Las Casas hace de la 
diligencia con que Mártir buscaba sus noticias, pero luego agrega 
de su ])ropia cuenta y refiriéndose siempre ul mismo Mártir: 
« Lástima es que un hombre tan docto y aficionado á escribir 
fuese tan descuidado y ncgligcuto para rectificar sus narracio- 
nes y corregir sus obras, como lo demuestra. D. Juan Bautista 
Muñoz, aconsejando la rellexión prudente con que debe proce- 
derse en su Icctuia, para salvar algunos errores y equivocacio- 
nes, consiguientes á la facilidad y ligereza con que escribía.» {Co- 
lección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los 
españoles desde fines del siglo xv, Tntrod., § 1.'}). Semejantes 
procederes en autores de tanta nota, inducen al más grande es- 
cepticismo respecto á la, coo])eracidn que las referencias puedan 
prestar á todo escritor americano para soliviantarle el peso de 
sus tarcas. 

Vengamos ahora al terreno de que nos ha apartado la digre- 
sión antecedente. Hasta la aparición del Rebus Oceanieis, uo 
había existido niugíiu trabajo (]ue por su extensión y condicio- 
nes generales exhibiera en conjunto los hechos más notables 



XVI 


RESE5'A PRELIMIN'AR 


del descubrimiento y cojiquista do Ainérica, así es que este libro 
fuá muy celebrado, contribuyendo á ello, al par de su propio 
mérito, las oircuristancias quo intervinieron en su publicacién. 
La primera Década salió íí luz en Alcalíl el año 1511, bajo los 
auspicios do Lucio Marineo 8ecnlo y el marqués de Vélez, dis- 
cípulo este ('iltiino de Angbicra, é ijiteresados ambos en curarle de 
la repnguancia de publicar sus escritos. El cardenal de Aragón 
cu nombre del rey Federico do Njípoles, y los nuncios apostólicos 
eu nombre dcl Papa, pidieron al autor que completase una obra 
tan importante y plausible, y éste, después de enviar ¡í León X 
los originales, publicó cu 1.516 las tres primeras décadas del 
libro, precediéndolas de una dedicatoria á Carlos V, en la cual 
coucluyc hablando de sí mismo con las siguientes palabras: 
«quien yo sea, los índices de estos lilnátos lo dirán». Según 
D. Nicolás Antonio, en 1530, muerto ya el autor, parece que 
se publicaron por primera vez las ocho Décadas completas, pero 
sobre la exactitud de esta cláusula caben algunos reparos, pues 
en las ediciones de 1533 y 1574 que tenemos á la vista, sólo 
apui'ecen tros Décadas, acompañadas de una disertación sobre 
las islas recién descubiertas y costumbres de sus habitnnies, la 
cual, refundida en ediciones posteriores á osa fecha, constituye la 
4.® Díícada de la obra. Si en 1530 se hubiera publicado la 
obra comjdeta, no atinamos á explicarnos por qué la reproduci- 
rían trunca los editores de 1533 y 1574. 

Sea de ello lo que ñicre, mientras los empeños no acosaron al 
autor para que escribiese, pudo hacerlo dentro de las reglas do 
una cronología metódica, pei-o apenas conocidos eu Roma los 
ocho primeros capítulos de la 1:' Década, fué instado Mártir por 
el Papa á que continuase sus trabajos siu Icvanbir mano, y enton- 
ces organizó sus narraciones, resumiendo mucho de lo que tenía 
escrito sobre A mérica á varios peraonajes, y alargando también 
algo á lo ya relatado, por lo cual cayó eu anacronismos frecuen- 
tes. La reciente versión castellana del Rebiis Oceanicis, hecha 
por el doctor D. Joaquín Torres Asensio (Madrid, 1892), da una 
idea exacta de las refundiciones y retoques ó que el autor some- 
tió su obi*a, y quita toda novedad á lo que teníamos preparado y 



lUSSKÑA I'HKLIMrNAR 


XVII 


escrito sobre ese tópico. Nos limitaremos á decir, en cuanto al 
contexto del libro, que cu la l.“ Década buce ligera referencia á 
las exploraciones occidentales <le Pinzón y Solís, pero sin indicar 
fechas; en la 3.* habla de la muerte de Solís; en la 6“ narra las 
conferencias de Badajoz sobre la linca divisoria entre las. posi- 
ciones portuguesas y españolas, y en la 7.* adelanta noticiaí- 
bre la expedición de Gabofcto. 

El libro de Pedro Mártir de Anghiera, para leerse con fruto, 
requiere una noción previa del descubrimiento y conquista de 
América, pues la impetuosidad de sus nan-aciones y los anacro- 
nismos frecuentes de que adolece, no pueden suplirse sin guía. 
Habida cuenta, empero, de las circunstancias en que el autor es- 
cribió, se ve que no podía hacerlo de otro modo. Cuando tomó 
la pluma á instancias de reyes y pontífíces, los españoles trazaban 
la historia de América cou la punta de la espada, esparciéndose 
sin orden ni concierto el eco de sus audaces aventm-as. Encar- 
gado de ti’asmitirlas ó los que deseaban una vereión auténtica. 
Mártir las asentó sobre el papel conforme se las noticiaban, de 
piUabra ó por escrito, emisarios que habían sido actores ó espec- 
tadores en aquellos dramas singulares; así es que su estilo tiene 
todas las palpitaciones de la emoción reciente, y su método todos 
los desórdenes del hallazgo inesperado. Dictaba sus cartas, apre- 
miado por el correo que había de llevarlas unas veces á Milán, 
otras á Nápoles, otras á Roma, mientras los comensales de su in- 
timidad se disputaban las primicias del contenido, oyéndole dic- 
tar ó manuscribiendo sus palabras. El libro, pues, debía ser, ante 
todo, un reflejo de las circunstancias en que se escribía, y consi- 
derado bajo ese aspecto, no solamente lo es, sitió que resulta un 
trasunto de la época en que nació. 

Autor y libro se completan de tal modo, que la posteridad no 
puede saber del uno sin conocer al otro. En las páginas del Re- 
bina OceanicU, Mártir ha escrito su propia vida, que también 
constituía uno de los detalles del grande episodio eneomendndo 
á su pluma. Carteándose con los hombres que fueron instigado- 
res de sus resolucioues ó promotores de su carrera, debía recor- 
darles las juveniles aspiraciones de gloria militar que le trajeron 



XV'lfl 


RESEÍíA JnUvUMI^^AK 


■S Espaua^ su ti’ausformacióu postei'ior ele soldado en clérigo, la 
anticipación con que la reina Isabel le indicó para profesop'de la 
nobleza, la pei'spicacia con que 1). Femando le adivinó diplo- 
mático, pues sin tules precedentes, no se cxplicaiáu su tenacidad 
cu abordar trabajos litcrai’ios de cuya lenta continuación se dolía 
á los setenta aSos, cuando ya Ministro del Consejo de Indias, 
alegaba el cansancio con que le oprimían la vejcjs y el pese» 
de los negocios. Por haber sido el primero que ilustró los ana- 
les americanos con elevado criterio y serias iuí'onnaciones, me- 
recía que nos detuviéramos en él para reivindicar la gloria de 
su nombro, y suponemos que no será perdida en tid concepto, 
esta j>ágina que lo incorpora it la historia patria. 

La buena impresión producida por los relatos de Mártir, esti- 
muló la confección de trabajos similares, aunque no de igual va- 
lor literario é infornmtivo, reduciéndose algunos de ellos al sim- 
ple plagio de las Décadaa Oceánicas, segán el mismo autor lo 
delata co el correr de sus cai’tas. Nació en Italia lo que pudiéra- 
mos llamar la novela dcl descubrimiento y conquista de América, 
y filé cundiendo la explotación del tema enti-e literatos po (!0 es- 
cru])iilosos de otros países europeos, que se fingían viajeros al 
Niievo-miindo, ó inventabaa excursiones atribuidas tí pemonajes 
fantásticos. Semejante falsificación de la historia, tanto más no- 
civa cuanto mayor era la c.vtcnsión que iban tomando los descu- 
brimientos y conqiiistos, indujo á Carlos V á nombrar cronista 
especial de ludias, como los hubo desde antiguo para cada uno 
de los remos que constituían la inonarquíu española. 

Cíipolo el cargo á Fernando González de Oviedo y Valdez, 
que, en desempeño de su cometido, escribió la Historia (jeneral y 
natural de las Indias, cuya jnimera parte vió el público en Ibyb, 
siendo en 1851, bajo los auspicios de la Real Academia de la 
Historia, cuando salió á luz en Madrid la obra completa. Por su 
sólida información y por las condiciones excepcionales en que se 
halló su autor, este libro forma uno de los monumentos más 
aprocíablcs de la antigüedad histórica americana. Oviedo com- 
j)iló en sus páginas muchos años de observacione.s, aglomeradas 
en doce viajes al Nuevo-mnndo. Educado en la cámara del pri- 



KE8EÑA PHELI»riNAR 


xrx 


niogénito fie los reyes catiHieos, donde parece que dcspimtaroa 
sos jjriiiieras aficiones literarias, salió de allí para comenzar la 
carrera (le soldado, luego sirvió la secretaría del Gran Capitón, 
más tarde fu6 veedor de las fiindicio)jes do oro cu el istmo de 
Darién ó Panuu)á, después gobernador eJeíito de una do las pro- 
vincias do aquel territorio, y por liltimo alcaide uiilitai’ de Santo 
Domingo; piidiendo en todo este tiempo darse- cuenta do la cali- 
dad de gentes (pie iiasabun á la oompiista de América, ya por 
baberlas conocido y tratado persoiralincnte, como lo sucedió res- 
pecto de Cülóu, los Pinzón y Solís, ya por los documentos de sus 
liazaOas, que había obligaci(Sn de remitirle, como (pie era histo- 
riógrafo oficial. 

El libro de Oviedo, sometido ú la crítica de nuesti'os días, 
flaquea por lo difuso del plan, por la cargazón de citas y re- 
flexiones ajenas al asunto que fi’ata, y jior una csp(icie de 
eyo-manki que impulsa al autor d recordar frecuentcmcute 
.sus serviíáos, su edad, sus pensnmiontos más recónditos, sus 
contrariedades de familia, y basta sus euemistódes, para mez- 
clarlas con sucesos trasceudentales que nada tienen que ver en 
ello, y que so habrían produeido de todos modos, viviera ó no 
cl cronista para describirlos. 'J'ambién es culpable alguna vez 
de haber sacrificado la verdad histórica á un patriotismo mal 
entendido, como on la adulteración de hi fecha dcl descubri- 
miento (le América por los españoles, y cae en error, á mérito 
de confusiones explicables, respecto dcl grado de civilización 
de los charríias. 

Sobi’c este Ciltiino punto, siguiísmlo las informacioucs que 
le dió Alonso de Santa Cruz, capitán de la expedición de 
Gabotto, afirma que el mantenimiento usado por los indígiíoas 
uruguayos ora mah // pesrMo anado y nocido, etc. (tomo ii, 
libro XXFIT, cap V). Siendo esto así, re-snltarí.'i que los cba- 
rrúas eran agricultores desde que cgí5;vlinían maíz, quedando 
entonces iue.vpl¡cable sn condición'' andariega. Escritorojs y 
viajeros que les visitaron, niegan formalmente cl hecho adu- 
cido por Oviedo, y establecen, con la dcseiipeión del carác- 
ter y costumbres de estos indígenas, lo elcmeutól de sn bar- 





RESEÑA PRELIMINAR 


barisino. (>eutenera dice liablantlo de ellcps : « Es gente mny 

crecida y animosa; empero, sin labranza y sementera » (Canto 
x). Rui Díaz de (5nzmitn, dcsíjribiendo las costas iirugnayas 
desde Maldonado, dice á su vez : « Corren esta isla ( Muido- 
nado) los indios ebarríias do aquella costa, que os gente muy 
dispuesta y crecida, la cual no se sustenta de otra cosa sind 
de caza y pescado» (Eib i, cap iii). Ulderico Sebmidel, na- 
rrando su entrada al río de la Plata, exclama ; « Hallamos allí 
un pueblo de indios de los que había 2000 llamados charrúas, 
que no tienen más comida que pesca y caza, y audan todos 
desr.ndos » (cap vi). Por ñltimo, Diego (Jarcia conviene tam- 
bién en esta forma de alimentación de los indígenas urugua- 
yos, cuando dice : « Mas luego ay adelante ayuna generación 
que se llama los Chaurrucies questos no comen cm’ue umana, 
manticnense de pescado c caza, de ot)-a cosa no comen » 

( N.“^ 1 en los Doc de Prueba, tomo i). Opiniones tan con- 
testes sobre el mismo i)imto, no dejan la menor duda á su 
respecto. Así, pues, contra la aserción de Oviedo, prove- 
niente de un testimonio que no es suyo, está la deposi- 
ción unánime de cuatro testigos presenciales que afirman lo 
contrario. 

Todos estos defectos y errores, no son, parte, sin embargo, á 
amenguar el nió)’ito dcl libro. Por lo (pie toca á las jactancias 
del autor, debe tenerse en cuenta que Oviedo vivió en una (ípoca 
de infancia historial y personalismo aventurero, de la cual era él 
mismo un producto, como lo demostró esca-ibiciido en la vejez las 
BatoUan y las Quinciuu/cum, obras de fantasía, sobre todo la úl- 
tima, donde campean juntos el verso y la prosa. Y en lo que 
mira á la inexactitud de ciertos antecedentes, corresjionde advertir 
que la diversidad y multitud de conductos por donde recibía sus 
informaciones, debían secuestrarle en muchos casos á aquella ri- 
gorosa fidelidad que se dispensa á quienes por primera vez trasmi- 
ten noticias sobro puntos lejanos y pueblos oscuros. En cambio, 
la asiduidad con que acopió sus datos, recabándolos de cuanto 
testigo presencial bubo á la mano, y la buena fe con que general- 
mente usó do ellos, son el más notable servicio que cronista al- 



KESJOÑA PEELDJIiNyMt 


XXI 


gimo (le ludias prestara á estos regioues. Si faltó á la verdad eu 
su pretensi(5n de probar con citas de Aristóteles y Pliuio, que 
América pertenecía desde los tiempos prístinos á España, lo hizo 
lí ruegos de Carlos V y por dar d Portugal un mal rato; pero 
mientras no se cruzaron intereses de esc orden en su camino, su 
intención fu(5 recta y su critciio sano. Como quiera que sea, el 
libro tuvo éxito inusitado cuando salió lí luz cu 15.35, pues al de- 
cir del biógrafo español de Oviedo, logi'ó ser traducido al poco 
tiempo eu las lenguas toscana y francesa, alemana y turca, latina, 
griega y arábiga. Por lo que al Río de la Plata se refiere, Oviedo 
trata su historia desde el primer viaje de Solís hasta las turbu- 
lencias que pusieron fin al gobierno de Alvim Nññcz. 

Otro de los libros que mayor boga alcanzaron en su tiempo, 
mereciendo ser traducido al italiano, al francés y al latín, fué 
la IlispauM VictrLt, ó üistoria general de las Indias, de Fran- 
cisco Ijópez de Gomara, editado eu Zaragoza en 1552. La obra 
se divide en dos partes, dedicada la primera lí narrar el des- 
cubrimiento del Nuevo -mundo en general, y la segunda la vida 
de Cortés y sus hazañas en Méjico muy al pormenor. Sobre el 
Río de la Plata habla sucintamente, en una noticia que cmjúiíza 
con el primer viaje de Solís y concluye con la muerte de Juan 
de Sanabria, coucret-ándose el resto de la narración á pintar las 
costumbres de los naturales. Gomara está coloiíado por su propio 
mérito eu la primera fila de los antiguos historiadores de Amé- 
rica, bien que IJcruíd Díaz del Castillo, Garcilaso de la Vega 
y Herrera se propusieran desalojarle de allí, enrostrándole par- 
cialidades por Cortés el uno, y falta de información ó exceso 
(le credulidad los otros dos. Pero si hay algo de cierto en estos 
cai-gos á un historiador que, como capclhín y amigo del conquis- 
tador de Méjico, recibió de él confidencias y documentos que 
le sirvieron de guía para la segunda pa'*tc de su libro, y como 
contemporáneo prestó fe á los relatos verbales de los aventu- 
reros que volvían del Nuevo- mundo, ello no implica que la fac- 
tura de la obra y la serenidad que campea en su estilo, no man- 
tengan ol docto profesor de la Universidad de Alcalá en el 
puesto que le corresponde. 


Dom. Kmp.— 1, 



xxn 


KESK5A PRKLTWJNAR 


Á la misma fecha qne Gomara, publuiaba fray Bartolomé de 
Las Casas, la BrevUimn rcUtción de la destrucción de las Indias. 
Este panfleto se impuso por la violencia, imís qiic por el mérito 
literario <5 la verdad histórica de sus afirmaciones. El P. Las 
Casas tildaba íí los españoles de ladrones y asesinos, sí sns cro- 
nistas de perros mentirosos, y sólo tenía palabras comedidas para 
los indígenas, á quienes concedía todo linaje de virtudes. Del 
Río de la Plata hablaba brevemente y desde el año ló22, con- 
fesando «no saber cosas que decir señalada.s ». El escándalo 
producido por esta publicación, movió al doctor Scpíílvcda á re- 
futarla, encontrando en ella multitud de pro)>osieioncs « temera- 
rias, escandalosas y heréticas » ; mius el incidente, en vez de 
acobardar á Las Casas, le estijuúló á emprender trabajos de ma- 
yor aliento. Como tuviera entre ojos á Oviedo, por habeise mos- 
trado disconforme de palabra y por escrito con sus planes de 
reducir tí los indígenas, fray Bartolomé empezó á escribir una 
Historia de las Indias, en la cual salía el cronista mayor ton 
mal parado como los demás españoles que ]>or acaso tenían al- 
guna intervención en estos asuntos. Concluido el libro, no quiso 
darlo á la publicidad, recomendando á la hora de la muerte 
que se difiriese su publicación por muchos años. La consulta 
del manuscrito, empero, fué [termitida en los archivos de la 
Península á algunos, hasta que en 1875 se publi<!Ó en una her- 
mosa edición de cinco tomos bajo la dirección del marqués de 
la Fuensanta del Valle y D. José Sancho Rayón, quienes agre- 
garon á la Historia de las Indias, capítulos de la Apoloyé- 
tim Historia dcl mismo Las Casas, dcscribicudo las costum- 
bres, formas de gobierno y modos de vida peculiar de los in- 
dígenas americanos. Poco se habla en ambas obras dcl Río de 
la Plata, cuyo descubrimiento pone Las Casas en 1515, circuns- 
cribiéndose en lo demás á negar rotundamente casi todo lo que 
Oviedo afirma respee.to á la heroicidad de los conquistadores, 
y persistiendo en creer á los indígenas siempre más desgraciados 
que culpables. 

Introducida la costumbre de nombrar' cronistas mayores do 
Indias, á la muerte de Oviedo fué sucesivamente provisto este 



reseSa preliminar 


xxm 


empleo con diversos individuos, hasta Antonio de Herrera, á 
quien Felipe II invistió además con el cargo de cronista de Cas- 
tilla y León, haciéndole por consecuencia historiador general dcl 
i*eino. (jozaba Ilcrrci’a justa fama de laborioso, acreditada por 
trabajos como su Hiatoria de María Estuardo (1589); Historia 
de la Liga católica en Eranda (1594); Varones ilustres, libro 
que anunció tener escrito pero que no sabemos se haya publi- 
cado, y la Historia general del mundo del tiempo de Felipe II 
que parece haber sido su última obra. Cumpliendo sus obliga- 
ciones de cronista de Indias, dió á luz en ItíOL las cuatro piime- 
ras Décadas de la Historia general de los hechos de los castella- 
nos en las Islas y Tierra -Firme del Mar Océano, citada comun- 
jnentc con el título de Historia de las Indias Occidentales, y en 
1615 publicó el resto del libro, que desde entonces basta boy ba 
sido una de las fuentes de información más socorrida de los ame- 
ricanistas. Las noticias sobre el Río de la Plata que en él se 
contienen, alcanzan hasta el año de 1549 y concluyen con la des- 
cripción de la provincia de Tucumáu y territorios de Santa Cruz 
de la Sierra. 

La popularidad de la obra atrajo sobre ella los reparos do la 
crítica, y Herrera escuchó y rebatió en vida, no siempre con 
éxito triunfal, segitn aseguran sus biógi:afos, pei-o sí con lenguaje 
acerbo, los cargos que le hicieron sus conteniponíneos. Gran 
parte de esos cargos eran justos, como él mismo lo demostró al 
sinccrarec, y otros que por entonces quedaron en suspenso, hoy 
están dclinitivamente comprobados. Dueño de los archivos de 
España, no los utibzó hasta donde debiera, confirmando una vez 
más la opinión de que los escritores muy activos para producir, 
suelen sacrificar á ese afán, la serenidad de ánimo y el espíritu 
de observación. Ací se explican variqg de las contradicciones y 
anacronismos en que cae, no por mola fe, siuó por ligereza, pues 
unas y otros esíáit casi siempre enmendados en el discurao de la 
obra, y afortunadamente, los que ese correctivo no recibieron, 
lo tienen hoy con la publicación de nuevos documentos. 

Mas ello no ha sido parte á evitar, que se hayan perpe- 
tuado hasta hace poco, debates geográficos y cronológicos que 



XX [V 


RKSEÑA PRELIMINAR 


introducían la confusión en el punto mismo donde empieza la 
historia del descubrimiento del Río de la Plata por los espa- 
ñoles. A este nfimero pertenece el ipe se motivó con la pro- 
yectada excuraión marítima de 1506. En e.sa fecha, Juan Díaz 
de Solís y Vicente YáOcz Pinzón, debieron emprender un viaje 
destinado fí adelantar los desemhrimientos que Colón dejó he- 
chos en la cuarta y última de sus exploraciones oceánicas. 
Inconvenientes que hoy conocemos, postci'garon la em[)resa 
hasta dos años después, en que se dieron á la mar aquellos 
nautas, descubriendo delante de la tierra de Veragua, desde 
la isla de Giianaja por la vía del Norte, hasta los 23® y 1/2. 
Las Casas (Tom ni, cap xxxrx), da por realizado este viaje 
en 1506, y designa el límite donde llegaron los descubridores. 
Herrera (Déc J, lib vr, cap xvii), siguiendo á Las Casas, se 
produce en igual sentido, pero más adelante (lib vii, cap i y 
IX), en presencia de las instrucciones de 1508 que hoy posee- 
mos, establece un segundo viaje, y haee que Solís y Pinzón 
avancen por la costa del Prasil hasta ponerse casi en 40°. Esta 
doble equivocación de Herrera, no s(damente inducía en la 
creencia de que se hubiesen hecho dos viajes con el mismo ob- 
jeto, sinó que levantó la sosj)echü, hoy disipada, de que el Río 
de la Plata pudo sor descubierto cu 2^08, pues si llegaron So- 
lía y Pinzón por las costas brasileras hasta casi ponerse en 
40°, no es factible que pasaran sin verla, por delante de la 
embocadura del Plata, cuya grande abra está entre los 35 y 36. 

Una segunda equivocación, corregida, sin embargo, por el mismo 
autor, produjo y aun mantiene debate más prolongado sobre la 
fecha en que Solís descubrió el Río de la Plata defiuitivamcnte. 
Como quiera que al abordar este punto, se haya remitido ITe- 
rrei-a (Déc i, lib i, cap vil), con exclusión de toda otra refe- 
rencia, al viaje efectuado por Solís en 1515, algunos han adu- 
cido esa versión para negar el viaje anterior, dando por erró- 
neas cuantas pruebas se presentan á testificarlo. Pero los es- 
critores que así proceden, pasan sobre el libro de Herrera como 
sobre ascuas, limitándose á consultar la parte indicada, donde el 
autor, cu su precipitación, omitió datos que más tarde le vinieron 



REHK5ÍA. PREUJrrNAn 


XXV 


lí la mano. Sigiiieiulo la historia dcl Río de la Plata hasta los 
tiempos de Gnhotto, necesitó Herrera circunscrihii'se mrfs que 
antes los documentos oficiales hacinados en los ar’ohivos, y allí 
enconti’ó la comprobación de los dos viajes de Solís. 

Efectivamente, desamparado el Plata por Gahotto en 1.530, se 
alarmó la corte española de la insistencia con que los portu- 
gueses ha(!Ían incursiones en sus vecindades, al propio tiempo 
que el embajador Vasconcellos pedía se decidiese si ei*a Solís 
ó D. Ñuño Manuel (piienes habían descubierto el Río, y mandó 
al Consejo de Indias que pusie.se en claro el derecho de cada 
uno. El licenciado Villalobos, como fiscal del Consejo, «pidió 
— dice. IIciTcra — que se recibiese información de las Pereonas, 
que habían llegado de aquellas Partes, de la posesión que los 
Roics de Castilla tenían de aíiucllas Provincias, desde que Juan 
Díaz de Solís, el Año de 1512 i (d de 1515 descubrió el Río, que 
tomó su Nombre, i que Sebastian Gabotto havía edificado en 
aquellas 'rierras FortcJcvas, i c.xcrcido Justicia Civil y Criminal, 
i traído tí la obediencia Real todas las sobredichas Generaciones 
i esta información se remitió al Lie. Xuárez de Carbujal, del Su- 
premo Consejo de ludias.'» ( Déc iv, lib Viu, cap xi). El tes- 
timonio no puede ser miís conoluyente, desde que deriva do do- 
cumento oficial auténtico, consultado por el mismo Herrera en 
los archivos dcl Consejo de Indias. 

Pero aptirtc de este testimonio, que por ser una rectificación, 
duplica su fuerza, sobran las [>ruebas para demostrar que Juan 
Díaz de Solís hizo los dos viajes que so niegan. Oviedo, huí cele- 
brado por su iufonuacióu en todo lo relativo al Plata, y que ade- 
miís filé amigo personal de su descubridor, asegura (toni n, lib 
xxnr, cap i) que Solís partió cu 1512, y Gomara {!.“ Parte), 
no menos aprcciable' por su claridad y método, es de la misma 
opinión. Además, la carta do Diego García, que publicamos (N.® 
I do los Doc de prueba, toin i), contiene un pasajo que no 
deja duda sobre la partida en 1512 de este sujeto que acompañó 
tí Solís en sus navegaciones. Por último, en las Disqn¿sir,wnes 
Xdid/ms dcl capitíín de navio D. Cesáreo Fernández Duro 
(odie de Madrid, 1878), se lee al tom iii, pág. .342, lo siguiente; 



XXVI 


RKSKÑA PRELIMINAR 


Juan Díaz de SolíS: — 1515. — Uno de los primeros recuerdos 
que se fijaron en el panteón de marinos ilustre.s, fué el de este 
osado descubridor, poniéndolo en lápida de mármol en el crucero. 
Dice: 

X 

JUAN DÍAZ DE fiOLÍS 
PILOTO MAYOR EN E.SPAÍÍA, 

DESCUBRIDOR DEL RÍO DE LA PLATA EN 1512, 
MUERTO 1 MANOS DE LOS INDIOS EN 1515, 
CONSAGRA >aTA MEMORIA LA VILLA DE LEBRIJA 
SU PATRIA. 

Abundando en mayores reflexiones sobre el tópico, so haría 
cuestión de lo que ya no lo es. La aclaración anttícedente, que, 
como todas las de esta Reseña, tiene por objeto aliviar de notas 
y controversias la lectura del texto, deja de paso á Herrera en el 
buen concepto de un escritor que supo rectificarse cuando encon- 
tró la oportunidad y los medio.? de hacerlo. Por lo demás, su 
reputación de eximio investigador ha quedado bastante conmo- 
vida, desde que la publicación de la obra de Las Casas vino á 
demostrar que la copió sin consideración, vaciándola en sus 
Dé(!udus con la sola diferencia de adornar un j)oco el estilo. 

3. A medida que se extendía y arraigaba el dominio espaflol 
en los países de América, la Metrópoli iba creando subdivisiones 
políticas destinadas á circunscribir y regularizar el mando de sus 
tenientes. De esa manera se constituyeron virreinatos y gober- 
naeiones, cuya existencia requirió trabajos administrativos y de 
legislación, que exigieron á su vez el conocimiento de lo pasado 
para acomodarse á la índole de las poblaciones sometidas, y de 
ahí provino la organización literaria de sus anales. Unida á esta 
circunstancia, la afición de (ñertos hombres doctísimos, como el 
P. José de A(!osta; el pati’iotismo de otros, como Garcilaso de la 
Vega, y el amor propio de algunos oficiales de la conquista, que, 
como Alvar NfiBez, escribieron el pormenor de sus aventuras, 
vino á formarse una colección de historias locales, cuyo argu- 
mento perdía en extensión lo que ganaba en profundidad, pues 



RESEÑA PRELIMINAR 


xxvn 


poniendo de relieve no solamente las incidencias todas del descu- 
brimiento y conquista de los pueblos historiados, sinó también su 
origen, suscitaba un interés nuevo en las investigaciones ameri- 
canas. 

Yendo la coriiente literaria por estos nimbos, el origen prehis- 
tórico de los pueblos de América debía constituir al fin un tema 
independiente de estudios cspeciides, en cuanto encontrara el 
hombre adccnado íí darlo semejante dirección; y ese hombre fué 
fray Gregorio García, dominico, natural de Cózar en Toledo, 
cuya preparación era de las mejores para la empresa, según lo 
demostró su hbro sobre el Origen de los Indias del Nuevo- 
mundo. Asiduo lector do todo lo que hasta entouces se había 
escrito al respecto, viajero al través de los principales países del 
continente americano. García presenta his pruebas de su ido- 
neidad, al concluir en el Proemio del libro la revista de los au- 
tores que le preceden, con estas palabras: «Yo mismo, aunque 
indigno de ser contado entre autores tan graves y honrados, 
estuve tamlnén en aquellas partes (Tierra -firme, Perú y Mé- 
jico); viví en el Perú nueve años, adonde todo este tiempo tuve 
curiosidad en v'er, preguntar, oir y saber casi infinitas cosas que 
en aquella tierra hay.» 

Dos ediciones, (jue sepamos, so han hecho hasta hoy del Oi'i- 
gen de los Indios. La primera salió ó luz en Valencia en 1606, 
después de haber corrido el autor varios trámites que demues- 
tran líi rigorosa fiscalización ejercida entonces por la Orden do- 
minicana en la publicidad de las obras de sus hijos. La 2." 
edición la hizo Nicolás Rodríguez Franco en Madrid, 1729, aña- 
diéndole un largo cajiítulo, tan erudito como indigesto, que forma 
el x.\:vi del lib r\% y un proemio y tres tablas do los capítu- 
los, autói’cs y mntórins contenidos en la obra. Ambas ediciones 
tienen en la portada una Kpistola á Santo 'J'oniás de A quino, á 
quien el autor dedica su trabajo implorándole que lo bendiga 
desde el cielo. La materia está dividida en ciuco libros, que á 
su vez se subdividcii en capítulos, según la ordenación usual de 
entonces. Remóntase el argumento á los días gcncsíacos de la 
humanidad, y de ahí descieude paso á paso, investigando los se- 



xxr\an 


beskSa preliminar 


crctos de las primeras edades, la formación de los pueblos, sus 
excursiones migratorias y comerciales, la transformación de sus 
idiomas y costumbres, y el proceso de sus creencias, abundando en 
todo ello, un amplio espíritu crítico que llama á juicio y contro- 
vierte las opiniones corrientes, antes de asentar el autor la suya, 
que decididamente se inclina rt la unidad de origen de la especie 
humana, dentro de la cual reivindica para los indígenas de Amé- 
rica la condición que en tal concepto les pertenece. 

El impulso dado por García, trazó un camino nuevo lí los 
americanistas, prosiguiendo varios autores, cuya enumeración 
sería larga, las huellas de sabio tan meritorio. En la actualidad 
de las circunstancias, aun puede García ser consultado con fruto, 
y muíihos de los libros, sin excluir los de Humboldt, que desde 
principios dcl siglo han adquirido resonancia abordando el mismo 
tema que el olvidado dominico agotó bajo ciertos aspectos, repo- 
san sobre los cimientos construidos pt>r aquel animoso obrero de 
la ])rehistoria americana. 

Paralelamcnhí ií este movimiento literario que trascendía al 
público, se realizaba otro de orden privado y extracción oficial, 
cuyos elementos lo constituían la correspondencia y memorias 
de los virreyes y audiencias, informando ó la Corte ó al Consejo 
de Indias sobre las cosas notables de sus circunscripciones res- 
pectivas. La multiplicidad de los negocios tratados en esta forma, 
exigió muchas veces el refuerzo de comisionados especiales para 
actuar en los de mayor entidad, dando cabida al nombramiento 
de emjdeados que (;on el título de visitadores, jueces pesquisido- 
res, íi otros, tomaban cuenta de ello.s, y solían en algunos casos 
librar i( la ptiblicidad las investigaciones que hacían. El uso de 
un medio tan expeditivo, se extendió de la administi-ación rf la 
cosmografía y la míuti(!a, debiéndose íí esa eventualidad que ten- 
gamos uno de los libros nuís instructivos y originales sobre el 
mecanismo interno de nuestro pasado oolonial. 

La (iontroversia sobre la figura y ihagnitud de la Tierra, que 
desdo los comienzos dcl siglo xviii había tomado grandes pro- 
porciones, indujo .'í la Academia de ciencias de París, sí solicitar 
de Luis XV que combinase oon el gobierno español los medios 



KfJSKfÍA PBELIMTNAK 


XXIX 


(le franquear el tránsito hasta la provincia de (iuito, á una comi- 
si(5n de sabios franceses, encai*ga(la de medir algunos grados del 
Meridiano en las cercanías del Ecuador, para cotejar después la 
opei’aci(5n con otra del mismo géuero hecha en el Círculo polar, 
infíricudo del resultado de los datos las seguridades que se bus- 
caban. Remitida á España la proposici($u, fué sometida por 
Felipe V al Consejo do ludias, que la asesor(5 favorablemente, 
mandando en consecuencia el Rey que á la Comisión de sabios 
ñanceses, se agregasen dos oiiciales de la marina española, aptos 
por sus conocimientos para coadyuvar á la obra, y hacer que 
España recibiese de hijos suyos el beneficio de las observaciones. 
Fueron designados al efecto, los capitanes de fragata D. Jorge 
Juan y D. Antouio de Ulloa, los cuáles, dándose á la vela desde 
Cádiz en Mayo de 1735, emprendieron el dramático viaje que 
debía durar once años, en medio de los más contradictorios capri- 
chos de la suerte, que hizo volver á uno de ellos (Ulloa), prisio- 
nero de los ingleses á Europa. 

La TicUición histórica del tñnje á la América Meridmud, que 
así se llama el libro de Juan y Ulloa, fué publicada en Madrid 
en 1748, de orden de Fernando VI, en una espléndida edición de 
cinco volúmenes, acompañada de mapas, retratos y dibujos del 
mayor esmero. El texto está dividido en dos partes: la primera 
comprende desde la salida de Cádiz hasta la conclusión de la 
medida do los grados del meridiano terrestre contiguos al Ecua- 
dor, y una descripción de la provincia de Quito ; — la segunda 
parte contiene los viajes hechos por el Perú y Chile, una relación 
de los gobiernos y reducciones de indios del Paraguay y Río de 
la Plata, el viaje de retorno del Callao á Europa, y un apéndice 
cronológico de los Incas del Peró, en el cual están incluidos, 
como sucesores de aquéllos, los reyes de España, desde Carlos V 
hasta Fernando VI. 

En pos del libro de Ulloa y Juan, aparecieron cuatro obras 
relacionadas con el Río de la Plata, tres de ellas debidas á la 
espontánea voluntad de sus autores, y la cuarta á un especial 
designio del gobierno español. Por orden de fechas, fueron esas 
obras, Ilistoire d^un voyaíjc aux tules Mahiincs por el abate Per- 



XXX 


BESES-A PRELIAnNAlt 


netty (París, 1770, 2 vol), que entra cu muchos detalles sobre la 
vida interna de Montevideo hacia aquellos tiempos; los Viajes 
de Bougainvillc (1772), de los cuales se encuentra un extraoto 
vertido al castellano en Chartdii ( Viajeros antigües y modernos, 
Madrid, 1861, 2 vol); el Laxarillo de ciegos mminantes (Gijdu, 
1773, 1 vol), cuadro satírico -burlesco de un viaje de Montevideo 
ít Lima, con noticias sobre los usos y costumbres de las pobla- 
ciones dcl tríínsito, y la Relación del último viaje al Estrecho de 
Magallanes hecho por la fragata Santa Mai’ía cu 1785 y 86 y 
continuado por los paquebotes Santiv Casilda y Santa Eulalia en 
1788-89, conteniendo un extracto de todos los viajes anteriores é 
ilustrado con planos y deiTotoros njíuticos; hbro escrito de orden 
dcl Rey (Madrid, 1788-1793). 

4. Intereses de otro orden, habían promovido, entre tanto, un 
movimiento activo y fecundo para la ilustracidn de los anales 
plateases. La propaganda contra los jesuítas, que siempre tuvo 
partidarios en las naciones occidentales de Europa, asumid, al 
promediar el siglo xviri, formas agresivas destinadas sí labrai* 
la ruina de aquel instituto religioso. Menudearon con este mo- 
tivo escritos de toda laya en pro y en contra de la (Compañía, 
sosteniéndose la coiriente bibliognífica, liasta mucho desjjués que 
los gobienios de Portugal, Francia y España e.xpulsaron la Orden 
de sus dominios coloniales. Los jesuítas, que desde el siglo ante- 
rior estaban vinculados JÍ la bibliografía platense por trabajos 
capitales como la Corfquista Espiritual de Montoya (1639), el 
Tesoro y arte de la lengua guaraní dcl mismo (id) y la TLis- 
toHa provincias jmrafpiarire de Techo ( 1673), emprendieron 
una nueva serie de estudios sobre estos países, acomodados al 
gusto y lenguaje de la época. Les precedió en esas publicacio- 
nes un religioso ilustre, bibliotecario del duque de Módeua, el 
P.LuisAntonioMurátori con su Cristianismo felice nellcrnissioni 
de’Padri dclla Compagnia di Gesúnel Paraguay (Venecia, 174.3, 

1 vol), que fué extractado y traducido al fraiicés y al inglés. 
Vinieron en seguida, el P. Lozano con su Historia de la Coin- 
pafiia de Jesús en la Provincia dcl Paraguay (Madrid, 1754-55, 

2 vol), y el P. Fi’ancisco Javier de Charlevoix coji su Ilistoire 



rereFía pbeliminar 


XXXI 


du Parnguan ( Fai-ís, 1756, 3 vol), notable la primera por lo 
minucioso del )‘cIuto, y la segmida por la solidez de la documen- 
tación. Frente íÍ estos libros, se levantó con unís resonancia que 
ninguno Vllistoive jihilosnphitpui et poUHque des eUihUssemenU et 
du commeven des eiiropéens dans les deux ludes (Amsterdam, 
1770), por Guillermo Tomás Kayual, ex jesuíta, en cuyo estilo 
oratorio, muchas voces tribunicio, está á nuestro modo de ver el 
secreto de su extraordinaria boga. 

5. Cediendo lí vocaci(5n propia, un escritor de procedeucia in- 
glesa, pero cuya fiuniliaridad con los grandes episodios de la his- 
toria eajiañüla le ha dado carta de ciudadanía en la literatura del 
fíltimo país, Guillermo Robertaon, se preparaba en esos tiempos 
á continnai’ la ilustración de los fastos de la Metrópoli que ya 
había enriquecido con su Historia de Cabios V, csííribicudo la 
Historia de Amériea bajo un plan correcto, y en estilo clan), sen- 
cillo y ameno, nutrido de observaciones profundas. La aparición 
del libró (1777-80), fuó saludada con honor por las Acadcmiiw 
de Madriíl, Padun y San Petcrsbiirgo, que nombraron á su autor 
individuo de ellas, y la primera versión de la obra á lengua 
extranjera se hizo en España, prohibiendo, sin embargo, el gobierno 
que se imprimiese, por lo cual (incdo relegada esa traducción al 
osario de los archivos indianos. Más tarde; y con éxito completo, 
acometió la empresa el señor Amati desde el exterior ( Burdeos, 
1827,^ vol), permitiendo á los lectores españoles disfrutar del 
libro en lengua vernácula. Comprende dicha obra, una relación 
del descubrimiento, conquista y gobierno de Américii por los 
españoles, seguida de un suplemento sobre las colonias inglesas eji 
el continente dcl Norte, (juc se ))nblic.ó á la muerte del autor jior 
uno de sus hijos. Del Río de la Plata habla en divereos pa- 
sajes del libro, hasta llegar á la creación del Virreinato (1776). 

Complementando los elementos ilustrativos de nuestros anules, 
existían otras fuentes de <;onsidta eii lo que se refijerc á la legisla- 
ción y gobierno económico do las colonias americanas. Desde 
1G49, D. Juan de Solórzano y Poreyra había compuesto on 
latín su célebre Indiarum jure, del cual sacó más tarde al caste- 
llano la Política Indiana, comentario histórico -filosófico perfee- 



xxxn 


KE.SEÑA TREUMÍNAK 


oionado por el gobierno español con la Rccopüación de las Layes 
de Indñcs (1681). Otros esfuerzos de menor aliento, aunque no 
menos atíugentes al mecanismo gubernamental de las colonias, se 
hicieron por diversos sujetos. En 1755, D. Antonio Joaquín de 
Ribadenoyra y Barrientes, publicaba su Manual eoinjierulio del 
Reyio Patronato Indiano, con el anexo de varias bulas pontifi- 
cias. D. Eduardo Ward dejaba como obra póstuma que debía 
publicarse en 1762 y merecer los honores de la reimpresión, su 
Proyecto Económico, que da una idea, cabal del estado econó- 
mico y rentístico de España y sus dominios nmericanos durante 
el siglo xvií, apuntando los vicios que originaban la decadencia 
del imperio español. Por (iltimo, D. Rafael Autónez y Acevedo 
publicaba en 1797 sus Memorias históricas sobre la legislación y 
gobierno del comercio de los españoles con sus colonias america- 
nas, trabajo de tanta autoridad como provecho. 

6. Todos los libros basto ahora citados cu esta Reseña, que se- 
guramente uo suman el total de la entidad bibliogrjífica por enton- 
ces disponible, impresos y corrientes los unos, manuscritos y con- 
sultables los otros en los archivos del Río de la Plata y España, 
los tenía Azara á su disposición, cuando dió comienzo á la serie 
de monografías, que encuadradas al fiu dentro de un plan uni- 
forme, constituyeron su obra definitiva y póstuma. Embarcado 
de orden del Rey eu 1781, con destino al Río de la Plata, su 
posi(!Íóu oficial y la naturaleza de las comisiones que se le confia- 
ron, actuaban doblemente para inducirle á la investigación histo- 
rial franqueííndole los medios de verificarla. Controversias sobre 
límites fluviales ó terrestres, cuyo origen .se remontaba al mejor 
derecho del primer ocupante, exploraciones al travós de las tribus 
extendidas íí la orilla de los ríos ó por entre las serranías y flo- 
restas que obstaculizaban el camino, todos sus trabajos estaban 
destinados lí rematarse en cuestiones hisUiricas ó empezar por 
ellas. Así es que uo nos admini que el ingeniero se transformase 
cu historiador, pues la indo!. cometidos oficiales le lleva- 

ban á ese terreno, antes bien deploramos que no estuviera ¡í la 
altura de su posición, teniendo como ningimo de sus antecesores 
material disponible para emplearlo eu la ilustración de los anales 
del Río de la Plata. 



RKSKÑA PRET-JTMTNAR 


xxxrii 


El primer libro qnc fijo la reputación de Azara en el mundo 
de las letras, fueron sus Ensayos sobre la Historia de Los cita- 
drúpedos de la Frorincia del Paraguay {París, 1801, 2 vol), tra- 
ducidos del manuserito origiual y publicados en francés por 
Moreau- Saint- Meiy, sin permiso del autor. Á la claridad de 
estilo que campea en todas las producciones do Azara, rcimía 
este libro, en medio de los errores confesados y rectificados más 
tarde por su dueño, multitud de observaciones nuevas, y sobre 
todo, franqueaba á los afau(;s de la zoología, el campo inexplo- 
rado de una región virgen, de modo que su resonancia fué inme- 
diata. Pero el autor, que en vez de dedicar el manuscrito á la 
publicidad, lo había enviado en consulta á Europa como parte 
integrante de un trabajo más amplio, se vió obligado á precipitar 
la publicación de la obra completa al año siguiente, bajo el título 
de Apunten para la historia natural de los cuadrúpedos y paja- 
ros del Paraguay y Rio de la Plata (Madrid, 1802^ 5 vol). No 
eran, sin embargo, estas disquisiciones de ciencia natural, la (ínica 
tarea en que se había ejercitado hacia a<]uella fecbíi, pues sin 
contar el trazado de grandes mapas, su Diario de la navegación 
y reconocimiento del rio 'Tel/icanri (Col Angelis, tom n), sus 
Viajes á los pueblos del Paraguay (Buenos Aires, 1873, 1 vol), 
y dos Memonus, sobro el Plata la una, y sobiv; el Paraguay la 
otra, que ignoramos si audau publicadas, son testimonios de una 
firme dcdicjación al trabajo. 

Mas el libro de Azara que mayormente nos interesa, por cons- 
tituir un resumen de todos, y haber pasado hasta hoy como la 
mejor fuente de consulta para nosotros, es la Descripcián é His- 
toria del Paraguay y Río de la Plata concluida por el autor 
eu 1800. Al igual de todas sus producciones, ésta tiene también 
leyenda propia. Azara, después de haber hecho traducir esem- 
pulosamente al francés el manuscrito, lo vendió á uu editor de 
aquella nacionalidad en 1804, poniéndose luego de acuerdo con 
él, para confiar al naturalista Walckenaer la publicación. .El 
ejemplar francés, vertido con gi’an copia de galicismos á su pri- 
mitivo idioma por D. Bernardino Rivadavia, fué publicado cu 
Montevideo [Biblioteca del Comercio del Plata, 1846), debién- 



xxxiv 


UKSKNA PRELIMTNAU 


cióse á esta oirciuistancin cine fuese couociclo por primera vez 
en castellano un libro destinado á fama tan grande. Entre tanto 
preparaba el marqués de Nibbiano, sobrino y heredero de Azara, 
la publicación dcí la obra completa, que su autor había some- 
tido á nuevas correcciones y )’ctoqucs antes de morir, saliendo 
á luz por fin la edición definitiva eu Madríd (1847, 2 vol), y 
es ella la que nos sirve de guía. 

Consta el libro de dos partes: la primera contiene una des- 
cripción geográfica y etnogi-áfica del territorio historiado, y la 
segunda abarca su descubrimiento y conquista, hasta poco des- 
pués de la )nuertc de Caray, último de los grandes aconteci- 
mientos de <]ue se ocupa. Fresciudiendo de la parte geográfica, 
donde se encuentran excelentes datos de utilidad positiva, la 
parte histórica está lejos de merecer los elogios que tan larga- 
mente se le han disccmitlo. Escaso valer tienen sus observa- 
ciones sobre los indígenas del Plata, de los cuales habla con arre- 
glo ú impresiones personales délas postrimerías del siglo xvut, 
cuairdo transformados, disociados y perseguidos, eran aquellos 
naturales sombra de sus mayores. Igual insignificancia asume 
su método crítico, que consiste en negar sin pruebas lo que otros 
han afirmado á la luz de documentos irrefutables, pretendiendo 
ahug'ar su autoridad eu esc concepto, no sólo á lo presente, sinó á 
lo pasado, no sólo á lo que ve ó ha entendido de oídas, sinó á lo 
que no ha Visto ú oye mentar recién. 

Cuando Azara emprendió viaje con destino al hemisferio pla- 
teóse, Ruiz de Montoya y sus discípulos habían vulgarizado el co- 
nocimiento del idioma común que hablaban los habitantes de estas 
regiones, haciendo al mismo tiempo un imálisis de los dialccUrs 
que se derivaban de él, y cuando volvió á Europa para escribir su 
obra póstuma, Lorenzo de Hervás había compilado en su cé- 
lebre Caldbgo, los elementos necc.->arios ^rara ilustrar tan vasta 
materia. Sin embargo. Azara, que no era lingüista, afirma, sin su- 
ministrar comprobación alguna, que cada tribu do las del Uru- 
guay tenía un idioma distinto, á pesar de lo cual confiesa que 
solían vivir en común durante lai’gas épocas y emprendían ex- 
cursiones belicosas de perfecto acuerdo. Declara eu el Prólogo 



hkseSa pkelimixar 


XXX V 


iltíl libro (§ 14), «que ninguna tic las naciónos que cita ha sido 
externiiuada, i)orquc menos (¡oa, existen todas los que vieron los 
conquistadores», y eso no obstante, extermina en el Uruguay 
toda tribíi 6 nación, segón él hia llama, que escapa ó una iibi- 
cae-ión precisa en el momento de calificarla. 

Pero esto es nada, comparado con los afii*maciones indecibles 
y las negativos rotundas que sienta por cuenta propia. Hablando 
del cronista Antonio de Hcivera, dice textualmente : « Yo no 
he, leklo á Herrera; pero creo que no ptulo tener suficientes co- 
nocimientos locales para escribir con puntualidad » (Prólogo, §9). 
Kefirióudose Á la relación que hace el P. Lozano de los tra- 
bajos cvangólicos llevados á término en estas provincias por San 
Frajvcisco Solano, desmiente ese beebo conocido y comprobado 
hasta la saciedad, estableciendo que « San Francisco Solano jamós 
llegó al Río de la Plata » (Tomo ir, § 150). Como ;t la muerte de 
Garay se r-iblevasen grandes agrupaciones de indígenas, tí las 
cuales contuvo valerosamente Rodrigo Ortiz de Ztírate, alcalde 
de Buenos Aires, no quiere que tal cosa haya sucedido, y se 
funda para negarlo, en que habiendo dicho Centenera « que es- 
taban confederados los minuanes, queraudís, guaranís, quiloasas, 
etc., que es cosa increíble atendidas sas costumbres y situaciones, 
yo no creo tal rebelión,-» (Ibíd, § 148). Ahora bien, las confe- 
deraciones de queraudís y guar.anís contra los españoles, eran 
frecuentes desde los comienzos de la conquista, segfin el mismo 
Azara lo ha narrado ( Ibíd, §§ 21 y 28 ), y las de estas dos 
parcialidades con algunas de las nombradas, constan de la re- 
lación de Uldcrico Sohraidel, testigo presencial y autor primi- 
tivo, único tí quien Azara dispensa ciei-ta benevolencia. 

1 ianzado cu semejante camino, bien poco debía curarse de caer 
en inexactitudes, y aún parace que las buscaba para sentar plaza 
de ttriginal en todo. Hoy narraciones suyas que desafían la imís 
candorosa eredtilitlad. Para desmentir (í Rui Díaz de Guzmtín, 
antiguo historiador ¡í quien profesa igual ojeriza que á todos los, 
de esa procedencia, cuenta Azara de un modo nuevo y bajo la 
autoridad de un coutcmporónco suyo de fines dcl siglo xvni, 
el conocido rapto de Imcía Miranda en 1582, y concluye con 



XXXVI 


EESESA rRKLIMJNAR 


estas palabras triunfales: «el sitio del fuerte y las cercanías lle- 
van aún el nombre de Rincón de Gabotto, y Domingo Ríos, 
que las lia heredado de sns antepasados, me hizo la relación de 
este suceso según lo he escrito, diciendo haberle oído contar mu- 
chas veces á su madre, que muñó muy viejeti ('J.’om ii, § 14). 
Otro caso de visión retrospectiva tri- secular, es la retirada de 
los compañeros de D. Diego de Mendoza, que siem])re con el 
fin de agredir el crédito de Rui Díaz, cuenta Azara por boca de 
Schmidcl, agregando haber los derrotados construido un fuerte 
en medio del camino, y como nada hay que justifique esta aser- 
ción inverosímil respecto de hombres que solamente se detu- 
vieron para pescar, á, fin de no morirse de hambre, exclama: «Rui 
Díaz cuenta la batalla como él se la figuró, haciendo morir en 
ella lí todos los españoles menos ochenta, y sin dejar ninguno 
en el nuevo fuei’te; pero yo sigo al testigo Schmidcl, sin añadir 
sino la construcción del fuerte, porque lo he visto, y porque la 
taadición dice ser de aquel tiempo (Ibíd, § 21). 

Sería laigo enumerar la cautidad de ejemplos similares á los 
ya citados, que se encuentran á cada prfgina dcl libro, y de los 
cuales hemos tomado al acaso los que acaban de leerse. íS'o 
es de admirar, pue.s, que con tal menosprecio ul criterio admi- 
tido, sustituyese Azara contra los hechos mejor comprobados, 
sus apreciaciones antojadizas. Así, respecto al descubrimiento 
dcl Río de la Plata, invierte los términos dcl viaje de Solfs, 
señalando á su primer itinerario una excursión novelesca al tra- 
vés de las islas del Paranrf, y haciendo que el segundo viaje 
dé fin entre Montevideo y Maldonado, donde supone que halló 
la muerte el descubridor. No menos antojadiza es la seguri- 
dad con que desmiente las tempestades, peligros y desastres 
sopoitados por la expedición de Juan Ortiz de Zarate en el 
Uruguay, ui el silencio que guarda sobre aquella gran resisten- 
cia de los indios de Misiones á entregarse tí Portugal, cuando 
incidentalmcnte se refiere á la expulsión de los jesuítas cu el 
capítulo que habla de las Reducciones. 

Ni como historiador, ni como crítico llega Azara al puesto 
en que pretenden eolocai'lo sus admiradores. Su criterio filosó- 



RES135ÍA PKEIJQÍINAR 


xxa:vji 


fioo no pasa del de un ferviente apologista de los conqTiistadorcs. 
El resumen de sus opiniones sobre los cronistas y viajeros que le 
anteceden, exceptuado Scbraidel, no es miís (luc un desdeñoso re- 
pudio de todo cuanto ellos dijeron il observaron, sin que por su 
parte atine tí liacerlo mejor en las afirniaeiones gratuitas que nos 
ha dejado. Mo hay en su obra otra cosa que los trabajos del natu- 
ralista y del geógrafo, por los cuales merece efectivamente consi- 
deración y aplauso. 

7. Así como la expulsión de los jesuítas trajo un gran movi- 
miento bibliográfico destinado á ilustrar nuestros anales, así tam- 
bién las Invasiones inglesas al Río de la Plata y la Independen- 
cia de América, produjeron un impulso similar, nacido de las mis- 
mas necesidades de propaganda científica, literaria ó justificativa 
que habían promovido la corriente anterior. Ingleses, franceses y 
españoles, fueron los sostenedores de esta manifestación intelec- 
tual (pie abraza en su vasta esfera, estudios prehistóricos, naiTa- 
cioues militares y disquisiciones filosóficas. Debemos á los prime- 
i’os la Historii of the VictroijalUj of Buenos Aires, por Samuel 
Ilull Wilcockc (Lond, 1807, 1 vol), conteniendo una descripción 
geográfica ó histórica dtd país y documentos comprensivos de la 
primera invasión inglesa; lí cuyo libro siguen Trini of Sir Home 
Popham, que es la historia proei^sul de las invasiones de 180.5 y 
1807, y cuyos fraginento.s corren vertidos al castellano en más de 
ana edición; Notes on Viceroyaliij of ím Blata (Loiid, 1808, 1 
vol), con el relato do las dos invasiones, la biografía de sus prin- 
cipales jefes y alguna.s consideraciones insustanciales sobre la so- 
ciedad montevideana; Travels in the Interior o f por Jolm 

Mawe (Lond, 1828, 1 vol), miyos primeros capítulos se ocupan 
especialmente dcl Uruguay bajo los ingleses y portugueses; Let- 
ters on Paraguay dolos hermanos Robortsou (Lond, 1839, 3 vol), 
conteniendo it la vez que uiítioias sobre las iuvasioucs, una des- 
cripción de tipos y costumbres clel Paraguay; y varias otras pro- 
duccione.s, algunas de ellas anónimas, de oficiales iuglescs expe- 
dicionarios. 

A los franceses somos deudores del Voyayc ilans V Amérique- 
Móridíonale, Alúdcs dXlrbigny {París, 18.35 -4G, 9 vol), y 


noM. esf. — I. 



XXXVIII 


RE8KÑA rRBLIMIXAR 


L'homme amérieain (París, 1839, 2 vol), cid mismo autor; tí los 
cuales siguen, aunque no igualan en importancia, las obras de De 
Pradt, Las six derniers mois de VAmiU'iqiie et du Bréídl (París, 
1818, 1 vol); La Europa y la América (París, 1822, 2 vol); Exa- 
men del pkin de la etc. ( Burdeos, 1822, 1 vol). En 

seguida vienen el Résumé de V Uütoire des révohiUons des colo- 
nies espaynoles de VAmériqiie du Sud, por Setier (Pails, 1826, 1 
vol); el Voyage h Buenos Aires et a Porto Alegre par la Banda 
Oriental, etc., de JSSO-iM, por Arsene Tsubelle (Tlavrc, 1835, 1 
vol), y varias otras producciones de tendencia liistorial ó íilosd- 
fica. .En cuanto lí la bibliografía csijañola de esc tiempo, basta ci- 
tar la .Uevolución Ilüpaiio-aviericnna, de Torrente (Madrid, 
1829-30, 3 vol); la Colecdón de Vúijes y descubrimientos, j)or 
Navarretc (Madrid, 1820-37, 5 vol ), y la, Colección de Documen- 
tos Inéditos del Archivo de Indias, publicación j)reciosa, aunque 
incoherente. 

Luego que las dos mayores naciones do la América cid Sur in- 
tentaron hacerse cargo de sus propios destinos, nació entre sus 
hombres de letras el deseo de legar tí la posteridad la relación de 
los acontecimientos dignos de j)erpctuarse por la tradición escrita. 
Ambas tenían precedentes que las estimularan, pues d Brasil 
contaba desde 1730 con historiador nacional (Scbastiíín da Rocha 
Pitta, Historia du America Portuguesa, 1 vol ), y la Repiíblic;a 
Argentina tenía también, aumjue inédito, el suyo (Rui Díaz de 
Guzmiín, La Argentina, 1612, Col. Angdis). Además, si los ai*- 
gentinos disponían del material español cuya enunciación hemos 
hecho en el curso de esta Reseña, los brasileros eran dueños de 
un material cosmopolita entre cuyas riquezas sobresalían la Re- 
lación de los Viajes de Américo Vespuoio, traducida JÍ diversas 
lenguas; y la Ckronica do felicissimo Rey T). Emunuel por Da- 
mián de Goes, considerada á justo título como obra fuiidaincntal, 
pues scgñn su autor lo declara en la portada del libro, es un 
resumen de los trabajos é investigaciones que otros liioiei’ou de 
orden regia durante treinta y sietcí años, y que él compiló y aiTe- 
gló cu el de 1558 por mandato de la misma procedencia, ’'1'enían, 
adcmíís, la Histona y descrqición de Hans Staden (Marbourg, 



HKSEÑA PRELIMINAR 


XXXIX 


1557, 1 vol, Col Teroíuix), la Historia de la Provincia de Santa 
Oru::- por Magalhanes ele Candavo (Lisboa, 1576, 1 vol, ibíd),la 
Isforia dalle guerra tra Portogallo e Olanda dcl P. Gio (Roma, 
1648, 2 vol), laa Memoñas de Dugiiay - Tronin (Amsterdajii, 
1740, 1 vol), elRoiairo gemí do Braxil, por Gabriel Soares de 
Souza, y toda la bibliografía jesuítica, publicada 6 iuédita, que 
constituye por sí sola un arsenal. 

A partir de la primera década del presente siglo, fué que el 
movimiento de ilustración historial tomó formas definidas y rum- 
bos fijos en una y oti’ii de las dos naciones. Xada más adecuado 
íí dar una idea dcl alcance de ese movimiento, en cuanto se re- 
fiere á nuestra propia historia, que h' ^numeración de los trabajos 
cu cuya trama entran hombres ó episodios uruguayos. De este 
modo también puede inquirirse el criterio general dominante en- 
tre los escritores argentinos y brasileros respecto á los acóntcci- 
micntos primordiales de nuestro país, y al mismo tiempo puede 
completar quien lo desee, la inspección de los materiales impre- 
sos que han servido de cimiento jí este libro en toda la extensión 
que abarcan sus proyecciones. 

8. Si ha de graduarse el impulso de la nueva evolución litera- 
ria por la nacionalidad de los autores, resulta haber sido más es- 
pontáneo eu la República Argentina qiuí cutre los brasileros. Ya 
en 1812 apareció la Vida ij Memorías del doctor Moreno ( Lon- 
dres, 1 vol ), escritas por su hermano D. Mtmuel, y destinadas á 
coíuplementarse más tarde con las Arengas y esentos (Lond, 
1836), constituyendo el todo de la obra una relación animada de 
los filtimos tiempos de la dominación española y comienzos del 
período revolucionario. Mayor esfuerzo debía realizar de allí á 
poco el doctor D. Gregorio Funes, presentando (1816-17), bajo 
el título de Ensdyo de la Hisioría dril dcl Paraguay, Buenos 
Aires y Tucumán vol), una historia de la Repáblica Ai-gcn- 
tina desde el descubrimiento y conquista, hasta la entrada en el 
período revolucionario de 1810, libro que si eu lo referente á los 
tiempos coloniales estaba calcado sobre los materiales entonces 
inéditos de Lozano, no por e.so dejaba de ser una producción no- 
vedosa y nacional. Otro colaborador de la independencia ai-gen- 



reskSa pueijminar 


XL 

tilia, el general Miller, debía suniinistvar con motivo de la nami- 
ción de sus campañas, heoha cu inglés por su hermano Juan, y 
ti-aducidn al español por el general Tomjos (Loud, LS20, 2 vol), 
datos y apreciuoiones sobre los hombres y acontecimientos de 
aquella época. 

No obstante las alternativas sangrientas que convul.sioiiaron la 
sociedad argentina, desde 1820 hasta los comienzos de su reorga- 
nización en 1851, el movimiento de investigaeión historial pro- 
siguió haciéndose sentir. Kn 1836-37 publicaba D. Pedro de 
Angelis su famosa Colección de obras y doenmentos (Buenos Ai- 
res, 6 vol), que cnü'e otras piezas capitales, contiene los relatos 
de Rui Díaz de Guzmfín, Centenera, Sclirnidcl y Guevara, y es 
fuente de consulta imprescindible para la historia de estos países. 
El ejemplo tuvo imitadores á In largo, por aquellos que preveían 
la necesidad de prestar íí los c.studios históricos el concui’so de 
una compilación de pruebas auténticas. Cediendo jí tales deseos, 
emprendió el doctor D. Carlos Calvo la publicación de su Colee- 
cióa de tratadas de la América latina (París, 1862-69, 11 vol), 
íí la cual debía seguir la no menos útil y pix)vccbo.sii de los Ana- 
les hisló)icas (1864- -67, o vol). Más tarde. D. Manuel Ricardo 
Trelles, sucesiyamcute archivero general y jefe de la biblioteca 
pública de Buenos .Aires, daba á la circulación dos obras del ma- 
yor interés, la Revista del Archiro yencral de Buenos Aires 
(186Q-72, 4 vol), y la Revisla de ki Biblioteca de Buenos Aires 
(1879-82, 4 vol). Kn el espacio mediante entre la salida de am- 
bos libros, el doctor D. Vicente G. Q.nesada publicaba La Pata- 
gonia y las tierras australes (B. A., 1875, 1 vol), munida de im- 
portantes documentos sobre el Virreinato y. sus límites. Alter- 
nando con estas publicaciones de naturaleza especial, circulaban 
oü’as de carácter más ameno, pero de índolc^áloga, como la /2c- 
vwla de Buenos Aires, por Quesada y Navarro Viola (1863- 71, 
24 vol); la Revista del Rio de la Mata, por Lamas, López y Gu- 
tiérrez ( 1871-77, 13 vol), y algunas más que sería Umgo enu- 
merar. 

Con elementos tan copiosos y archivos organizados, el espíritu 
de composición literaria sustituyó forzosamente al de simple com- 



RESEÑA PRELI\rr>TAll 


XLI 


pilacióli de pruebas. Ijos trabajos originarios de esta segunda evo- 
liKÚdu, inspirados d protegidos casi todos ellos por el Kstado, re- 
basan, sin embargo, el dominio de la historia pura, y no provienen 
de autores naoionales. Pueden estimarse muís bien como obras do 
propaganda, destinadas ú describir físicamente la Repfiblica Ar- 
gentina, y en las cuales tiene su hÍKU)ria civil un puesto incidental. 
Para enumerar de una ve/ y basta el día, los principales trabajos 
de esc género, citaremos al barón du Graty, Cunfáléraiion Ar- 
geniino (Paiis, 1858, 1 vol), al doctor Martín de Moussy, J)es- 
cription dfí la Confédéraíion Argentine ( París, 1 SCO -G4, 3 vol(\- 
menes con atlas), y á .Bnrraeister, Descriptioii phgsique de la 
liépnldiqúe Argentine (París, 1870 -7Í), d vol y atlas). 

Tia tendencia de los modernos escritores, salvo casos especia- 
les como el de Amcgbino (Antigüedad del hombre en el Plata, 
París, 1880-81, 2 vol) ti otros de interés ajeno á nuestros estu- 
dios, no ha remontado su vuelo á períodos lejanos sinó en forma 
compendiosa, j)ues lo que mayormente les La cuntí vado es la 
época revolucionaria, á j)artir de las invívsioncs inglesas. Sobro 
investigaciones relacionadas con los l¡ciu))os antiguos, incluyendo 
la producción de autores extranjeros, no cuenta la nueva litera- 
tura ai*gcntina, que sepamos, con otros libros (jue Buenos Aires y 
leus Provineias, por Parish (Buenos Aires, 1852, 2 vol); la Jlití- 
toria Argentina, de Dominga cz (4 cd basta 1880); la Historia 
de los Goberiuídvres, de Zinny (B. A., 3 vol), íí cuyo autor se de- 
ben también dos interesantes biblit>grafías periodísticas de la 
ciudatl de Buenos Aires y la Kcpíiblica del Uruguay ; los Apun- 
tes Históricos sobre la provincia de Entre - Ríos, por Benigno 
T. Martínez (1881-84, 2 vol), conteniendo una nota final que 
revela las trabas opuestas en 1884 ó la libertad dcl pensamiento 
escrito en aquella provincia ; la Historia de la República Argen- 
Umu, por Vicente F. López (B. A, ISS3-9.3, 10 vol); la Historia 
de Pelliza (P. A., 1888-80, 3 vol), y los Estudios 
sobre el puerto de Buenos' Aires por Madero (B. A., 1892, 1 vol), 
que motivaron una erudita réplica del señor Fregeiro bajo el 
título de La historia documental y cvíUca (B. A, 1893, 
1 vol). 



XLII 


JtESEÍfA PItfíLIMINAB 


ICu cambio, el pcríodí» revolucionario lia tenido á su servicio 
im asiduo concureo de compiladores y escritores, disputándose el 
csclarecimieuto de los Lechos. En el uíimero de aquéllos, puede 
contaree al mismo Gobierno Nacional, que ha estimulado ó pro- 
tegido la publicación de las sesiones de las primeras asambleas 
patrias y las coleccioucs de leyes y decretos relativos Ȓ dichos 
tiempos. Por lo que respecta á los escritores, su Jabor ha adop- 
tado diversos métodos de exposición, sea encuadrando los he- 
chos dentro de uanaciones generales, sea circunscribiéndolos á 
estudios biográficos ó autobiográficos que los agrupa al rededor 
de una jiersonalidad determinada. La actividad de este movi- 
miento progresivo puedo juzgarse, recordando entre las obras que 
se refieren á personajes ó acontecimientos comunes al Río de la 
Plata, Las Á^otürias /mtóricaf!, de Núfiez (B. A., 1857, 1 vol); 
los Últimos cuatro años de la Dominación española., por Seguí 
(B. A., 1874, 1 vol); La Revolución Argentina, por Vicente 
F. López (B. A., 1873-81, 4 vol); la Historia de por La- 

zaga (B. A., 1881, 1 vol); El laurel naval de 1814, por Angel 
J. Carranza (B. A., 1884, 1 vól); Ramirex, por Benigno T. Mar- 
tínez (P». A., 1885, op), y la.s dos mayores obras de aliento con 
que cuenta la moderna literatura historial del vecino pueblo, 
como son las historias de Relgruno y do San Martín, por 
Mitre. 

Del punto de vista filosófico^ el espíritu informante de la lite- 
ratura argentina que se refiero á los hombres y las cosas de la 
Revolución, es gcner-’lüiontc adverso á^ los uruguayos. Atribuimos 
la formación de osi.e criterio, á circunstancias especiales cuyo in- 
.flujo no esquivarán los argentinos cu muchos anos todavía. La 
historia oficial de la Revolución ha sido escrita por los monar- 
quistas ríoplatcuses, en memorias y documentos que yacen impre- 
sos ó pueblan loa archivos, y cada vez que se desentrañan osos 
testimonios de forzosa consulta, queda suturado el medio am- 
biente con los prejuicios urdidos por una tradición política que 
pretendía disfrazarse ante la posteridad. El pai+ido republicano 
que luchó y venció al fin, pasando por encima de las debilidades, 
las tran.saccioucs y aun las perfidias de sus adversai’ios, no tenía 



KESE5Í'A pbeliminae 


XLIU 


tiempo ni hombres preparados jiara las luchas de la palabra y la 
pluma, así es tpie la documcutacidn exhibida en defensa de sus 
intereses, casi siempre pobre, y lí veces ridicula, no constituye un 
elemento de convicción, y hasta suele alejar todo instinto de 
simpatía. Mientras la sumisión á los testimonios escritos no sea, 
pues, acompañada del antílisis paralelo de los liecbos, todo juicio 
scrií incompleto, y esa deficiencia llevan las conclusiones ad- 
mitidas respecto lí la lui.sión y los esfuerzos de los caudillos re- 
publicanos encabezados por Artigas, á quienes podrá negái-seles 
toda la ilustración que se quiera, pero nunca se les podrá arrcbaT 
tar la gloria de haber fundado la Eepíiblica en el Río de la Plata 
y haberla propagado á todos los ámbitos do la América 
dcl Sud. 

9. Frente á la bibliografía historial argentina, ocupa un puesto 
distinguido la brasilera. Dijimos hablando de ambas, que la ini- 
ciativa creadora había «ido más espontvínea por parto de los ar- 
gentinos, atendida la nacionalidad de lo.s autores; y el hecho se 
conlirina recordando, que si bien el libro de Roberto Southey 
{Historjj o f Brasil, 3 vol), aparecido de 1810-19 y vertido al 
portugués por Oliveira Castro y Fernaudes Piuheiro (R. Janeiro, 
1802, 6 vol), es un vigoroso esfuerzo de reconstrucción, no per- 
tenece su autor al país cuyos anales ilustró. El movimiento na- 
cional moderno, propiamente dicho, empieza en el Brasil con Ay- 
res de Cazal, cuya Corographia Brazüica (R. J., 1817, 2 vol), es 
im estadio liistórieo- geográfico dcl territorio brasilero y el nues- 
tro. Acompañaron el movimiento, aunque cu forma menos com- 
pleja, varios c.scritorcs nacionales y extranjeros, cutre ellos el 
vizconde de San Leopoldo (1825), con sus Anales de San Pedro 
(llío Grande), que el autor mejoró y reimprimió más tarde, 
hasta qnc la fundación del Instituto histórico y geográfico, rea- 
lizada en 18.38, echó las bases de la gran compilación de obras 
y documentos conocida con el nombre de ReMsta do Instituto, 
(¡yuya existencia comprende desde el año de 1839 basta la 
feclia. 

Importantes servicios ha prestado á la historia del Río de la 
Plata esa Revista, suministrando testimonios que esclarecen cier- 



XJJV 


RESEÑA PRELIAIINAR 


tos Lechos capitales, sobre cuya genealogía no teníamos otro in- 
forme que los documentos españoles, Merced tí tan valioso con- 
curso, en niíís de un caso difícil, el historiador puede actuar boy 
como juez oyendo sí las dos partea, cu vez de volverse forzosa- 
mente cdiuplicc siguiendo la dcclarueídn de una sola. Pero no es 
la Revista una mera colcccidn de obras antiguas, slnd que muchos 
libros de circulacidn corriente y cuyos autores viven <5 vivían 
basta buce poco, \derou la primera luz en suspiígiuas, pasando de 
ahí d tomar su forma actual. Mtíiios puede decirse que las venta- 
jas de la publicación de la Revista redunden en beneficio exclu- 
sivo de los autores argentinos y uruguayos, pues las dos obras do 
mayor aliento que tieu(; la bibliografía historial brasilera confir- 
man gi’an parte de sus juicios cou testimonios emanados de aque- 
lla procedencia. 

La primera de dichas obras, es la Historia Gemí do Braríl, 
por Varnhagen, vizconde de Porto Seguro, cuyas psíginas narran 
el período comprendido desde el descubrimiento del país hasta la 
regencia del príncipe D. Juan, precursor obligado de la indepen- 
dencia brasilera. Consta la segunda y última edición de la obra, 
de dos gruesos volúmenes, impresos en París, pero que aparecen 
como editados cu Río Janeiro y sin fecha. El libro es notable por 
el esmero de la investigación, apurada en algún caso hasta produ- 
cir verdaderos descubrimientos, como el do la palabra Tupí, que 
aclara la procedencia y títulos do los indígenas de eso nombre, 
para cVmpar el Brasil al tiempo de la conquista, lis notable tam- 
bión por la habilidad cou que disfraza sus parcialidades cu favor 
de Portugal, exhumando y rejuveneciendo por el modo de pre- 
sentarlos, todos los viejos y rebatidos documentos en quelos ]>or- 
tugueses basaban su pretensión de apropiarse el Río de la Plata, 
como primeros descubridores y poseedores. No es extraño, pues, 
que al igual de -ellos, haya negado la nacionalidad española 
de Solís, imputándolo, eml>ozadamente, debtos que nunca co- 
metió. 

A este respecto, establece rotundamente y sin suministrar 
prueba alguna, que Juan Díaz de Solís era portugiiós, y tenía por 
sobrenombre Jíofes de Bagaxo. Remontándonos al origen de la 



RESBSa pniíLT^riNAR 


XLV 


aíii-macidn, no le encontramos otfO; que una Real C<5dula de 29 
de Octubre de 1495, pubUcada coa el N.’’ xxxi; eu la Colección 
de Viajes de Nuvarrete, toin iir, ordenando jí ruegos del rey de 
Portugal, que las justieias espaüolas preadau, secuestren do sus 
bienes, y entreguen á los agentes de aquel soberauo, ai prófugo 
Juan Díaz, piloto portuguds, llamado Bofes de Batjaxo, quien an- 
dando cu compabía de ciertos franceses, robó una carabela por- 
tuguesa que venía de la Mina, repartiéndose entro todos sobre 
20.000 doblas, producto del atentado. Mas por indestructible que 
sea la autenticidad de este documento, él no establece identidad 
entre la persona del piloto portugués Juan Díaz (a) Bofes de Ba- 
gaxo, y el cosmógrafo español Juan Díaz do Solís, futuro Piloto 
Mayor do España, 

Desde luego, el apellido Díaz, eomíin á portugueses y españo- 
les y muy generalizado entre los naturales de ambos reinos, no 
da cabida lí vincularlo exclusivamente al descubridor del Río de 
la Plata, y antes bien, la circunstancia de que éste agregase ú su 
primer apellido el de Solís, demuestra que procuraba distinguirlo 
del de otros hombres de mar, así llamados eu ambos países. En 
cuanto al sobrenombre Bofes de Bayaxo, no se encuentra en nin- 
guna de las referencias hocha.s a Solís por sus contemporjíneos, ni 
por los cronistas posteriores que de él se ocuparon, circunstancia 
que unida á la extensión del apellido Díaz, concurre íl debilitar la 
fuerza probutori'^;/ del testimonio invocado. Agréguese rf esto, que 
Solís, desde 1495 hasta 1512, estuvo cuando menos una vez en 
Portugal, como se infiere de testimonios fehacientes. Suponién- 
dole autor del robo de la carabela, es de presumir que no hubiese 
buscado refugio donde le esperaban la condena y el castigo. Sin 
ejnbargo, fué li Portugal con un hermano suyo, obtuvieron empleo 
ambos, y se les quedó i(' deber á uno y otro fuertes sumas, según 
lo justificaban exhibiendo órdenes de pago que nunca’ tuvieron 
efecto. Con tal motivo, abandonaron el servicio portugués regre- 
sando lí España, donde se les brindó con los primeros puestos en 
su arte. Si era Solís cómplice en el robo imputado, ¿por qué le 
dejaron entrar libremente eii Portugal, ocupándole luego, y sobre 
tí)do, por qué le dejaron salir, con testimonios de acreedor del Es- 



XLVI BESEÑA. PBELIMINAB 

tado, cuando nacía la oportunidad de realizar en sn persona nn 
doble acto de jjistieia, liquidando la deuda pendiente y satisfa- 
ciendo la vindicta píibliea? 

La contradicción emanada de estos Lecbos, induce it la 
siguiente disyuntiva: ó Juan Díaz de Solía no era^Bo/fts 
lie Baga^xO, 6 el robo de la carabela fuó una impostura. Pero 
si la rcputu(?l'^n del descubridor del Río de la Plata queda 
por este modo libre de toda maiiclia, no se sigue de ello 
la comprobación de sn nacionalidad de origen. Podía ser 
portugués al servicio de España, por honrado y experto que 
füese en sus procederes íntimos y profesionales. Mas no era 
portugués, segón lo atestiguan testimonios respetables. Oviedo, 
que conoció :í Solís y lo trató pereonalmcnte, afirma (toni ir, 
lib x.viiT, cap I ) « que era natural de Lebrija, y buen piloto ». 
Mártir de Anghiera establece (Déc n, lib x, cap i) cque era 
astur ovitcnse, y se decía natural de Lebríja:». Gomará dice 
simplemente « que era natiu-al de Ixd)rija > (Part i), sin en- 
trar en otros comentarios. Cada uno de estos historiadores, 
por sí, constituye autoridad, y estando concordes hacen testi- 
monio de primera fuerza. Otros historiadores y cronistas como 
Las Casas, Herrera y Muñoz, hablan siempre de Solís en el 
concepto de haber sido español, y el scgimdo de ellos agrega 
«que era el más excelente hombre de su tiempo en su arte». 
Ademsís, las Reales Cédulas y Cartas Regias que hoy posee- 
mos, y que directamente se le refieren (Navarrete, tom iir; 
Archivo de Indias, tomos xxn, xxxi y v de la 2." serie), no 
dejan traslucir que fuese portugués, cuando era la oportuni- 
dad de haberlo establecido en clhis, al igual de lo que se hizo 
con las relativas á A^espuoio y MagalUmes, para no citar ma- 
yor ntímero do ejemplos. 

Todavía existen otros datos complementarios que no pueden 
silenciarse. Mientras se aprestaba la expedición de Solís que 
después tomó rumbos al Plata, era embajador portugués en 
España, Meudes de Vaseoncellos, quien mantenía con su so- 
berano una activa con’espoudeucia, instruyéndole á diario del 
progreso de los aprestos, que ambos so empeñaban en dificul- 



RKfiESA PKEIJMINAR 


XLVII 


tai’i pues aquella expedición esta\)a por entonces destinada tí la 
Malaai, centro comercial de cuyo monopolio dependía la na- 
ciente prosperidad portuguesa. Dos de esas cartas, copiadas por 
Muñoz cu el avcliivo de la Torre do Tombo y reproducidas por 
Navarrctc en el tom iir de su Colección, se ocupan largamente 
de Solís, á quien el embajador lusitano protímdía disuadir de em- 
prender viaje. En la de .30 de Agosto de 1512, diee Vasconce- 
llos al rey de Fortugt\l : «Mandé llamar muchas veces lí Juan 
Diz de Solís y hoy hablé con él ... . se mostró muy agraviado de 
V. A., y su principal agravio es que no le pagasen lo que se le 
debe, y dice que tiene tres aloames (decretos) de V. A. puraque 
se le pague lo que se le debe en la Casa de la India, y que ni por 
ellos, ni por servir, ni por nada, nunca le pagaron ni un solo real 
de ochocientos cruzados que dice tener en la Casa de la India .... 
y dice que desesperado de que no le pagaran se vino aquí ». El 
ptírrafo transcrito, establece claramente los motivos que indujeron 
íí Solís para abandonar el servicio de Portugal, disipando toda duda 
sobre que saliera fugado de allí, como se ha pretendido mtís 
tarde. 

Pero no es solamente la conducta honorable de Solís, sinó su 
nacionalidad de origen la que resulta comprobada por esta carta. 
Prosiguiendo en el terreno de sus infoimiacioues al rey de Portu- 
gid, agrega Vasconcellos: «Estsí aquí un Ourives <t quien llaman 
Juan Amiques, el cual estuvo en la ludia, y también se ine mos- 
tró agi’aviado, y V. A. le debe dinero. . . . paréccinc que si 
V. A. diese á este Juan Anriques doce ó quince mil rcis por año, 
se iría para Porhigal lí serviros, y llevaría para Portugal á su 
hijo, que dice que sabe tanU> como él. Juan Diz de Solís dice que 
le dan aquí doscientos cruzados por año, pagaderos por tercios en 
Sevilla en la Casa do las Antillas, y adcmiís que es Piloto Mayor 
y otros vientos: éste no sé si se podría arrancar, pues dice que 
ya por dos veces no le cumplieron vue.stros decretos; pero con 
todo ¡ buena prenda e.s que tenga él allá ochocientos cruzados, y 
el hermano trescientos! Pero, el Anriques, pnréceme qne luego 
se iría, porque di y la mujer son. portuyncses, y se me mostró tan 
pobre, que fué necesario darle dinero, etc. » Resulta de lo dicho, 



XLVIII 


RBSKJÍA TREJJMrNAR 


que Vasooncellos creía posible scclnoir á Solís, garantiéaclole el 
pago de lo que Portugal Ies adeudaba, ú 6\ y su heriTuiiio,pero no 
dudaba de llevarse á Auriques, j)orque jí mas de esUir pobre, él 
y 8u mujer eran portugueses. Prueba evidente que ni Solís ui 
BU herjiiano lo eran, desdo que no se hacía res])Ccto de ellos igual 
argumento. 

En la segunda de las carta.s enunciadas, que lleva fecha 7 de 
Setiembre, cuenta A^asconccllos cierta eutrcvi.sta suya con el Rey 
católico, haciendo meuoidn de im piloto portugués, cuyo nombre 
calla, pero que pudiera deducii-se fuese Solís, según las referen- 
cias que van íí leerse: «Cuando le dije (al Rey) de aquel piloto 
portugués, nunca me dijo que no iría: y pues tengo las manos en 
esta materia, daré cuenta ¡í V. A. de lo que me pasé con el piloto. 
Mandélo llamar algunas veces, y hubo de venir aquí jí ini posada, 
y de.spués do sondear discretamente sii énimo, lo hallé del todo 
comprometido con el Rey vuestro p.idre (es decir, con D. Fer- 
nando de Aragón, que era suegro de D. Manuel de Portugal, tí 
quien Vascouccllos escribía); y con él vino iitj hermano suyo, que 
me dijo se le debía en la Casa de la ludia trescientos cruzados, y 
al piloto oohocientüs, y que V. A. Ies había extendido decretos 
para que les pagasen, y nunca Ies pagaron, y etc., y que se les ha- 
cían aquí muy grandes partidos. Yo tomé por fundamento decirle 
verdad sobre ciuíu poco cierto era lo que aquí se- caj)itulaba, y 
como nunca se cumplía, y como era muy cierto lo de V. A., y 
que yo trabajaría todo lo que pudie.se para que Y. A. le perdo- 
nase é hiciese merced; y por aquí; y me dijo que ya V. A. le ha- 
bía mandado por aquel su hermano un salvoconducto, pero qiio 
él no osaría ir ullé, ni iría, pues tenía miedo lo mandaseis pren- 
der y por aquí excusábase diciendo, que si iba allá, lo tendrían 
acá por sospechoso, y etc:., y en conclusión, que no iría allá. » 
Luego cuenta Vasconoellos cómo el referido piloto denunció la 
conversación de ambos al obispo do Falencia, y éste se la dijo al 
Rey Católico, lo que obligó al embajador portugués á presentarse 
á D. Fernando, contándole lo acontecido, y |>¡diéndole que no 
mandase á tamaña cosa (no dice cuál) á un hombre tan apasio- 
nado. El Rey contestó que iría con el aludido un (conduc- 



RESEÑA PREIJMIN'AR 


XUX 


tor, perito 6 fiscal ) entendido en ello. Averiguado por Vasconce- 
llos el nombre de este (íltiino, resultó ser Martín Daonpias, con 
fama de buen astrólogo, y esperado de Inglaterra, donde enton- 
ces se hallaba. 

Todo este nublado se disipa, en el correr de la misma carta, 
donde aparece con claridad que Solí-s y su hennano no son los 
misteriosos individuos comprendidos en la relación antecedente. 
«Juan Anri<pies — prosigue Vascoucellos — estí aquí y dice que 
espera que lo mandanín ir con Juan Diz, y me dijo, que escri- 
biese á V. A. que interesa /nuclio á vuestro servicio majidéis al- 
gón hombre de mar á Sevilla jC hablar con ól, porque ellos espe- 
ran que los despacharán uii día de óstos .. . . y me dijo este 
Juan Anriques, que habían de ir derecho al cabo de Buena Es- 
perau/ü, y de ahí á Ccilán y á la Malaca. ... y de esto no hay 
más qne decir, ni me parece necesario hablar con .Juan Diz, por- 
que está todo lleno do viento, etc. » Por consecuencia, el piloto 
portugués que había comprometido á Vasct)ncellos con su dela- 
ción, no resulta ser Juan Díaz d^ Solís, puesto que el Ministro no 
lo alude una sola vez, sin nombrarlo por su nombre, y referirse á 
la empresa <le mar que tenía entre njanos. 

Cuando parecía agotada esta cuestión, la ciática ha desente- 
rrado otro documento referente á Solís, que vuelve á poner en 
litigio su conducta individual y su nacionalidad de origen. Da- 
mián de Goes, en la Parte iv, cap xx, do su Chronica del Rey 
TJom Enuuitiel, refiere que im piloto portugués, Juan Díaz GoHs, 
per o't'os que cometeos luiyó de Portugid para Castilla, donde per- 
suadió H algunos mercaderes que le armasen dos naves con des- 
tino al Biasil, las cuales traería cargadas de mercaderías de pro- 
vecho; y habiendo jiartido para allá, retomó el año 1517, siendo 
preso en Sevilla á instancias dcl rey de Portugal, y’'BCYerQmcnto 
castigado. Coulimiando este relato, aparece cu el tom xi de lu 
Colección de Documentos Inéditos del Archiva de Indias una 
Real Códiila do Madrid lí 17 de Enero de 1517, por la cual, á 
instancias do la corte de Lisboa, se ordena á los oficiales de la Con- 
ü’atación en Sevilla abran información contra el piloto portugués 
Juan Diez de Solís, denunciado como prófugo de los reinos de 



beseSa pjíemminah 


Portugul después de haber eometido allí muchos crínicues y ex- 
cesos, pasando iC la Andalucía, « doude persuadió á varias perso- 
nas lo armasen ciertos navios y se fuesen tí Ja tierra del Jírasll 
con él». Agrega la denuncia que cu dicho país cargaron madera 
brasil, y otras cosas de la tierra, y se vinieron con ellas íí España, 
por cuyo motivo so manda lí los olicialos de, la Contratación ave- 
rigüen «cómo é de qnó manera pasó lo susodicho é qué brasil é 
cosas el dicho Juan Diez de Solís é los que con él fueron Iru- 
xeron *. 

Ahora bien; la referencia indicada y el documento que la 
comprueba, aludiendo al descubridor del Río de la Plata, caen en 
dos iucxaotitiidcs evidentes, á saber: 1 que Solís hubiese fugado 
de Portugal £Í España con el pi-opósito de tomar el mando de 
una expedición pirática; — 2.® que en 1517 fuese aprehendido y 
castigado. Sobre ambas circunstaucias, tenía la corte de, Lisboa 
informaciones positivas y declaraciones oficiales. Solís abandonó 
el servicio de Portugal, desesperado (son sus palabras) de que no 
le pagaran lo que le debían lí pesa)’ de los decretos i’cgios que 
rcconocí’an y mandaban pagar su crédito. Llegó lí España y fné 
nombrado Piloto Mayor del reino, en sustitución de Aiuérico 
A^espucio que había muerto. No era posible que el Rey católico 
diese cargo tan importante á un criiniaal fugado del reino 
•vecino, ni que la corte de Lisboa, tan celosa y tan ligera para 
imputar ertmenes íí los hombres de mar que podían hacer sombra 
á los suyos, dejase pasar sin protesta aquel nombramiento. En- 
tre tanto, Solís touó tranquila posesión de su cargo, y ninguna 
de. las reclamaciones que por entonces se hiciei'on versó sobre su 
persona. Empeñados como estaban el Rey D. Manuel y su miuis- 
ü’o A^ascoucellos, eu arrancarle dcl servicio de España, ;,se ha- 
brían detenido,’ si procediese, ante una simple demanda do o.xtra- 
clicióu que lo resolvía todo? 

Sieijdo esto así rcs¡)ecto del liorabre, iguales consecuencias 
fluyen en lo relativo á sus ex])ediciones marítimas. La expedi- 
ción de 1512, que varió su itinerario jí iustanoias y reclamos 
del Rey I). Mauuel, zarpó secretamente, es cierto, pero con anto-r 
rizacióu oficial, como que iba mandada por el Piloto Mayor del 



RESEÑA PRELIMINAR 


Ll 


reino, y no ge supo jamás que comerciara en puertos brasileros. 
La de 1.515 so organizó á vista y paciencia de todo el mundo, 
sin originar ningíin redamo previo, y á j’aíz de haberse estre- 
cba<lo las relaciones do ambas cortes por intermedio de .Hurtado 
do Mendoza, comisionado al efecto [>or el líey católico. Es ver- 
dad que los sobreviviente.s de la segunda e.xpeditiión, á su vuelta 
fondearon en la costa ocoáni(ía, donde por rescate ó trueque, 
obtuvieron de sus liabitautcs 500 y tantos quintales de madera 
bvftsil, sesenta y tantog cueros de lobo marino y una pequeña es-, 
clava, pero al Piloto Mayor muerto ya por aquella focha, no le 
cabía responsabilidad en lo actuado. Como quiera que fuese, ni 
una ni otra de ambas expodicioues mcrecáan el calificativo de pi- 
ráticas, ni su jefe el de aventurero particular. A lo más, los de- 
rrotados ejqiedicionarios de 1516, eran culpables de haber co- 
merciado en territorios litigiosos, loque si coustituía una falta,; 
no les daba carácter anónimo, desdo que navegaban bajo ban- 
dera conocida y en cumplimiento de órdenes oficiales. 

Pero los testimonios alegados para clasificar aquel acto, resul- 
tan ser una desmentida contra la sujjosición de su criminosidad. 
El viücoiidc de Porto Seguro, que apasionado conti-a Solís, no 
vacila en idcutificaido con Bofes de Baeja::o, por más que de ello 
resulte á sabiendas la imputación de un crimen, quiso completar 
su obra, atribuyendo á los expcdiciouaiáos de 1515, en su viaje 
de retorno, el asalto de una factoría portuguesa. Á este propósito, 
y tomando pie de que ellos obtuvieron por rescate en la costa 
oceánica algunos quintales de palo brasil, establece (tom i, seco 
vi): «¡que llegados á Pernambueo, y enco 2 itraudo allí una facto- 
ría con once portugueses, los prendieron á todos, llevándoselos 
consigo». Luego contiuCia: «quejóse la corte portuguesa, recla- 
mando el castigo de la gente de los navios que habían acompa- 
sado á Solís, y vinieron por fiu ambos gobiernos al ajuste, deque 
fuesen entregados los dichos once portugueses, en cambio de unos 
siete eustellauos que estaban presos en .Portjigal, encontrados eu 
la bahía de los Inocentes, al Ñortc de hi Cananea». Y para jus- 
tificar este antojadizo relato, cita á Herrera, Déc ii, lib ii, cap 
vm. 



LII 


KESJÍÑA PÍIEUJÍINAR 


Nada más inexacto que euntito actiba de leerse, y para demos- 
trarlo, basta apelar á la misma autoridad invocada. Hablando 
Herrera del aumento de tráfico marítimo entre América y la Pe- 
nínsula, cuenta como se esperaban en 151. ó, dos navios cargados 
con oro de Cuba, y dice: « ul fin llegai’on los navios á salvamento, 
y en ellos los portugueses que se prandietwi en la isla de San 
Juan, que andaban rescatando en Castilla del Oro; y el Rey 
mandó que .se les hiciese inedianamení.e buen tratamiento, entre 
tanto qno so veía su cansa. - . . y del proceso hecho á los portu- 
gueses presos, resultaba, que no sólo habían tocado en Castilla 
del Oro, sinó que desde la tierra, del Brasil, que era su demarca- 
ción, habían corrido toda la costa de la tierra firme, hasta Casti- 
lla del Oro, y la isla de San Juan donde fueron presos. . . y el 
Rey de Portugal (sabida la prisión do los portugueses) había he- 
cho represalia de .siete castellanos, con motivo que habían entrado 
en los límites de su demarcación, cu la parte del cabo de San 
Agustín, sobre lo que se levatító estos días gran diferencia, jo’c- 
tendiendo los portugueses que caía en su distrito » (Déc ii, lib i, 
cap xu). 

De estos antecedentes resulta, que no eran las carabelas de 
Solís, sinó la escuadra de servicio cu Cuba, quien había apresado 
en San Juan, isla de las Antillas, y no en Peraambuco, á varios 
sfibditos portugueses que andaban rescatando ó sen comerciando 
á trueque, dentro de límites indiscutiblemcute españoles. Resulta, 
asimismo, que en represalia del hecho, los portugueses habían 
aprehendido siete castellanos, encontrados dentro de límites 
hasta entonces litigiosos, ])or más que el Ro}'’ de Portugal 
pretendiera reivindicarlos corno suyos. En uno y en otro caso, 
nada tenían que ver con esto los dc'rrotudos expedicionarios 
de 1510, á quienes se inculpa gratuitamente el asalto de una 
factoría portuguesa en Pcrmünbuco; y como quiera que va- 
mos á poner al vizconde de Porto Seguro frente ul testimonió 
invocado por él mismo, eonvieuc no olvidar precedentes tan esen- 
ciales. 

Ahora, he aquí cu toda su integridad, el relato de Herrera á 
que Porto Seguro se refiere: «el Rey de Portugal, deseando que 



RESEÑA TREIAMINAR 


IJir 


se diese libertíid á los portugueses que estaban en Sevilla, como 
queda referido^ envió á requerir tí los oficiales de la Casa, que 
por cuanto los uavíos que el Piloto Mayor Juan Díaz de Solía 
había llevado, o-argaron de brasil en su demarcación, se le entre- 
gase juntamente con los marineros pai'a castigarlos; loa ofiqialcs 
respondieron negándolo, y diciendo, que la cargazón había sido 
hecha en los límites de la corona de Castilla; y aunque los go- 
bernadores aprobaron la respuesta de los oficiales, les mandaron 
que cuando adelante sucediesen semejantes demandas, no se hi- 
ciesen parte, sinó que las remitiesen á la corte. Y al rey de Por- 
tugal escribieron, que aquellos siete castellanos que tenía presos, 
se tomaron en la bahía de los Inocentes, que como bien sabía, 
caía cu la demarcación de Castilla; y que pues por sus sfibditos 
se guaitlaba muy bien la capitulación y concordia que estaba to- 
mada entre las dos coronas, suplicaban á S. A., se mandase por 
su parte guardar, y dar libertad á aquellos siete castellanos, pues 
no habían excedido. Y como el intento del Rey (católico) era, 
que se diese también á los once portugueses, al cabo se concer- 
taron en que en un mismo tiempo fuesen sueltos los unos y los 
otros,» etc. (Déc u, lib n, cap viii). 

Como se ve, la exposiíúón de Herrera es clarísima. Comprende 
tres hechos distintos, y los refiere de modo que no puede nadie 
ser inducido cu confusión: 1.” el apresamiento de once portu- 
gueses en la isla de Sao Juan; — 2." el apresamiento por repre- 
.salia de siete castellanos encontrados en territorios litigiosos; — 
3.“ el reclamo contra Juan Díaz de SqIís y sus gentes, por haber 
tocado en costas brasileras. El primero y segundo conflicto se 
resuelven oficialmente, por el canje recíproco de los prisioneros. 
El tercero queda resuelto, ^on la declaración, admitida por la 
corte lusitana, de que Solís y los suyos cargaron brasil en las 
costas españolas. De donde se deduce, que el asalto á la factoría 
portuguesa de Pcrnambuco, es un cargo gratuito de Porto Se- 
guro contra los sobrevivientes de la expe<lición de Solís. 

Llegaron estos expedicionarios en Agosto de 1510 á España, 
con la noticia que luego se hizo píiblica, de haber perdido su 
jefe con más de cincuenta hombres, y una de las carabelas del 


Düm. lisi*.— i. 



LTV 


rjoseña preliminar 


armamento con todos sus tripulantes. Cinco meses después re- 
clama Portugal contra los procederes piráticos del piloto Juan 
Diez de SolÍB, y Damián de (5 oes afirma, que entrado el uño 1517, 
justicia fué hecha en el piloto y sus compañeros. ¿Cdmo podía 
castigarse en 1517 áun hombre que había muerto á mediados de 
1516? Todo esto es auacrdnico, y los documentos en que asienta 
el testimonio, plagados de errores, inexactitudes y calumnias, son 
inhábiles para manchar la rcputacidn de Solís, por lo mismo que 
no tienen otro objeto. Su único mérito, si tal puede llamarse, es 
haber suscitado dudas sobre la nacionalidad originaria del descu- 
bridor del Báo de la Plata. 

Pero en este punto, la uniformidad de opiniones respetables 
y contestes, lleva á creer que Solís fuese español. Los auto- 
res contemporáneos lo afirman, y ningún documetito oficial de 
la época lo niega. Imposible que se hubieran puesto de acuerdo 
tantas personas y reparticiones públicas en España, para ocul- 
tar por excepción, la nacionalidad de un nauta al servicio de 
aquel país, cuando en igualdad de circunstancias, jamás liicie- 
ron capítulo de las de Colón, Vespucio, Gabotto, Magallanes 
y otros, á pesar de que algunos de eUos habían adoptado la ciu- 
dadanía española. Diga cuanto quiera el vizconde de Porto Se- 
guro, los testimonios exhibidos hasta ahora, nada resuelven con- 
tra la ciudadanía española de Solís. 

El segundo de los historiadores brasileros á que nos liemos 
referido, es el señor Pcrcyra da Silva, autor entre otros libros 
cuya enumeración no cabe aquí, de la Historia da fundacüo do 
Im]}e}'io braxüeiro (7 vol, R. Janeiro, 1864-68). El libro co- 
mienza con un estudio retrospectivo sobre los tiempos colonia- 
les del Brasil, y luego entra á narrar los acontecimientos que 
produjeron la ruptura de aquel ])aís con la Mcti’ópoli y su erec- 
ción en monarquía oonstitucionaí independiente. Domina el cri- 
terio del señor Pereyra, las mismas tendencias que hemos in- 
dicado en su compatriota Yarnbageu, con esta peculiaridad, que 
combatiendo la política ai^entiua de aquellos tiempos, acepta 
todas sus conclusiones en lo que se refiero á los uruguayos. 
Considerado como obra literaria, el libro estó bien escrito y me- 
tódicamente distribuidas sus partes. 



HESEÍÍA PRELIMINAR 


LV 


Si la historia brasilera ha sido bien servida por los escritores 
de aquel país, no lo han sido menos la prehistoria y la lingüística. 
Debe la primera de estas ciencias servicios notables al doctor 
Ladislao Netto, malogrado sabio á quien ha sorprendido la muerte 
cuando tanto se esperaba todavía de él. Apasionado y empeñoso 
investigador, emprendid una lucha implacable contra la indife- 
rencia dominante en su país res|>ecto al estudio de los orígenes 
nativos, publicando en 1870 sus Investigadles hisio/'icas e sciot- 
U fíeos sobre ó Museo hn^eñal e Nacional (R. Janeiro, 1 vo!), cu- 
yos efectos se sintieron muy luego. Más tarde, sus Investigodoes 
sobre a Areheologia brazileira («Archivos do Museo Nacional», 
tomo vi), en que desplegó tan alta imparcialidad científica como 
dotes de observación, le dieron puesto distinguido entre los auto- 
ridades de aquella rama del saber humano. En cuanto it la lin- 
güística, los trabajos de Gon 9 olves Días ( Diccionario (la lingua 
tiqñ, 1858, 1 vol), Couto de Magallmcns (O Selmgen, 1870, 1 vol), 
Varnhagen {lí, crista do Instituto), y Almcida Nogueira {Annaes 
da Biblioteca de Rio Janeiro), demuestran que el tópico ha des- 
pertado merecido interés. 

Filosóficamente considerado, el espíritu informante de la li- 
teratura liistorial brasilera, es desdeñoso para todos loa perío- 
dos de nuestra historia. Nos e.xplicamos el hecho, por la es- 
casa iniportancia concedida á un país cuyos destinos han estado 
durante laigos años teóricamente en litigio para los políticos de 
bufete, y como esa procedencia tienen los más eminentes his- 
toriadores brasileros, no es extraño que el pcnsaniictito dominante 
cu sus obras traduzca la orientación particular de sus autores. 
Mas, sea ello como fuere, el material que con otros fines han 
aglomerado en servicio de la verdad histórica, debe utilizarse 
para provecho comün. 

10. En pos de tantos países dedicados con ahinco al esclare- 
cimiento de sus anales, comparece el Uniguay que apenas ha te- 
nido tiempo de ilustrar los suyos. Nuestro mayor tesoro biblio- 
gráfico documental, está encerrado en la compilación conocida 
con el nombre de Biblioteca del Conurrcio del Plata, cuyas 
páginas contienen las inapreciable.s colecciones de Yarda (D. 



LVI 


RESE5^ A PKELIiM f ^ A R 


Florencio), Lamas (I). Andrés), y López (D. Vicente Fidel ), 
á míís de varias monogi-afías sobre cuestiones de límites entro 
Portugal y España, y diversos trabajos sobre tópicos americanos. 
Le signen en impoitancia los Libros capiiuUires de Montevideo, 
publicación emprendida por el doctor Mascaró cuando jefe dcl 
archivo público, y continuada por su sucesor J). Isidoro De- Ma- 
ría (4 vol). Después viene el Diario de Cabrer publicado por 
D. Melitóu Gonziílez, bajo el título de Límite Oriental del 
terHtorio de Misiones {Montevideo, 2 vol), con una introduc- 
ción y notas del autor. Y cierra este cuadro, la colección de do- 
cumentos hecha por el señor Fregeiro y publicada por su editor 
bajo el título de Artigas (Montevideo, 1880, 1 vol), algunas pu- 
blicaciones sueltas editadas o reeditadas cu Montevideo, y di- 
versos folletos cuya enumeración no cabe aquí. 

Respecto jí composición historial propiamente dicha, con re- 
ferencia á los tiempos que abarca este libro, tenemos un frag- 
mento de La Sota {Historia del territorio OHental, 1841), per- 
teneciente al manuscrito cuya publicación ha sido prometida y 
esperada tantas veces; los Estudios sobre el Río de la, Jdnta, por 
Magariños Cervantes (París, 1854, 1 vol); los A.puntes histó- 
1 ‘icos sobre el descubrimiento g población de la Banda Orienial, 
por Larraüaga y GueiTa (reproducidos cu La, Semana, 1857); 
los Apuntes para la Historia de la República, Oñenial del Uru- 
guay, j)or A. D. de P. (París, 1864, 2 vol), libro muy desacredi- 
tado entre los americanistas, y cuyo autor, oficial 1.® dcl Mi- 
nisterio de Relaciones Exteriores del Brasil, era español de origeu, 
se llamaba De Pasciud y solía usar el seud<5uimo de Adadus 
Calpi en algunos de sus escritos; el Diario poético del sitio de 
Montevideo bajo los españoles, por Figueroa, empezado tí pu- 
blicar en el Mosaico dcl mismo autor, y reproducido íntegro cu 
sus obras completas; los trabajos de D. Isidoro De-María ( C'on¿- 
pendio de la Historia de la República Oriental — varias edi- 
ciones, — Homlu'es Notables, Montevideo antiguo,)' otras); el Bos- 
quejo Histórico de la República, Oriental del Uruguay, por D. 
Francisco A. Berra, quien ha hecho bien de no emprender el re- 
trato, pues con el bosquejo sobra para muestra; Artigas (Mon- 



RESEÑA PRELIMINAR 




tcvidco, 1877, 1 vol), y las Invasionefí inxflesas ni Rio de la 
Plata (Montevideo, 1877, 1 vol) por Antonio N. Pcrcyra; Bio- 
grafía de Artigan, por Antonio Díaz (Mont, 1879, 1 vol); El 
General Artiga.'i, por Justo Maeso (Mont, 1885, 3 vol); Juan 
Díaz de Salís y lu Pati'‘¿a de Juan Díaz de Salís ( B. Airea), tres 
folletos comprendiendo una poldmiea entre los señores Lamas 
y Fregeiro; Jñ'ay Bernardo de Ouzmdn, por el señor Ordoñana; 
Amárifío Vcspncio, por el doctor Pérez Gomar (B. A ., 1880, 1 vol) ; 
Historia del Urugtuiy, por Víctor Arrcguinc ( Mont, 1892, 1 vol); 
Estudio sobre el escudo de armas tle Montevideo, por Andrés 
Lamas; Artigas, por' Carlos María Ramírez (Mont., 1884, 1 vol), 
estudio polémico al correr do la pluma, en que ostenta todas sus 
galas este escritor privilegiado; y las historias del descubrimiento 
y conquista del Río de la Plata por el P. Lozano y el P. Gue- 
vara, editadas y comentadas por el doctor D, Andrés Lamas. 

La prehistoria tampoco ha sido ohádada, aunque el número 
de sus cultores sea escaso entre nosotros. Jm América preco- 
lombiana del doctor D. Mariano Soler, actual obispo de Mon- 
tevideo, es libro conocido, y Los primitivos habitantes del 
Ur7iguay, del señor Figncira, es trabajo que promete un afa- 
noso investigador en ese ramo. No cabe aquí la enumeracién de 
otras producciones, que, elevándose á la geología pura, resultan 
ajenas á la índole de esta obra. 

Sería impropio decir que las fuentes de información se li- 
mitan rf la bibliografía existente. El Archivo público, oi*gani- 
zado y restaurado, constituye hoy un tesoro de informes ina- 
preciables. Poseyendo el completo de los Lilrros capitulares de 
Montevideo, cuya colección estuvo trunca durante muchos anos, 
ha agregado á ella. la de los Libros de otros Cabildos del país, rf 
miís de multitud de documentos que proyectan gran luz sobre 
nuestro pasado. Asimismo, la Biblioteca Nacional, poseedora 
también de libros y manuscritos importantes, estit en aptitud de 
prestar serio concurso tí todo trabajo de reconstrucción. 

Sin embargo, hay vacíos insuperables cu niiestrá historia, que 
sólo pueden llenarse poniendo it tributo las colecciones parti- 
culares de manuscritos. Uos aniericaiiistus distinguidos abrieron 



LVIU 


RESE5JA PRELIMINAR 


las suyas al autor de esto libro, el general D. Bartolomé Mitre, 
dándole copia del expediente formado por la Real Audieucia de 
Buenos Aires, sobre la extiucidn do la Junta montevideana de 
1808, y el doctor D, Andrés Lamas, facilitándole el Diario de 
Audouaegui sobre la campaQa contra las reducciones jesuíticas, 
las Memorias de Cáceres, actor eji las guerras de la independen- 
cia, y varias correspondencias de Artigas con gobiernos y jefes 
militares, k estos valiosos elementos de información, La agre- 
gado el autor los (juc posee por sí mismo, y oportunamente apa- 
recerán citados en la obra. 



INTRODUCCIÓN 




HISTORIA 


DE LA 

DOMINACIÓN ESPAÑOLA EN EL URUGUAY 


INTRODUCCIÓN 

I 

101 país conocido lioy con el nombre de Uruguay, fud 
antigua eoinarca de tribus salvajes, descubierta por nave- 
gantes europeos en los albores del siglo xvi, y desde en- 
tonces destmada á soportar la accidn de las rivalidades 
políticas, cpie durante tres centurias dividieron á. sus des- 
cubiidores. En el correr de tan lai-go período, la socia- 
bilidad nativa se despojó gradualmente de su barbarismo, 
al (iontacto de las. mismas influencias contra las cuales 
apuraba toda, su energía beli(! 0 sa. Por efecto de la lentitud 
con que se vei’ificó esa labor, ni la raza primitiva fu6 to- 
tíilmeute absorbida, ni la raza coiiípiistiidora impuso en 
absoluto sus particularidades accidentales, iresultando de 
tal combinación de equivalencias un pueblo destinado Íí 
tener fisonomía propia. 



4 


INTRODUC'OIÓN 


Dos naciones, por rlistintos conceptos ilustres, fran- 
quearon al pueblo uruguayo el camino de su transforma- 
ción, al disputarse la j)ropiedad del territorio donde fun- 
daban establecmnicntos destinados á. pei’pctuiu* el progreso, 
de que ambas eran depositarias y propagadoias desde los 
comienzos <lel siglo xvi. España y Portugal, por la libe- 
ralidad de sus institiuáones, la ciencia de sus escuelas, el 
valor de sus navegantes y gucrrea’os, y la aptitud einpren- 
dcílora de su comei’cio, ocupaban entonces el primer puesto 
en el eoníderto de las nacionalidades. Exuberantes de 
vida, se habían derramado ¡íor el mvmdo conocido, y en- 
contrándolo pequeño, ecliáronsc á descubrir nuevas latitu- 
des donde saciar su actividíid. Rivales, no se dieron punto 
de reposo pai’a excederae, y de aquella rivalidad nació la 
épocíi moderna, cuyos beneficios gozamos merced á sus 
portentosos esfuerzos. 

Las incidencias de la liTclia, tan miiltiplieadas como el 
vaivón de las ondíis que la servían de teatro, arrojíii’on so- 
bre las costas umguayas á los emisarios de la nueva ciri- 
lización. Perdido en los mares, donde andaba á la buscii de 
nuevas rubis para la India, aix)rtó Cabral por casualidad 
al Brasil eu 1500, ingh-iendo así á Poriugal en la con- 
quista de imas tien-as ya de.scubiei‘tas y exidoradas por los 
españoles mi año antes. Sobre los datos suministrados i)or 
aquellas navegaciones, en alguna de las cuales tal vez hi- 
ciera papel secundario, organizó Jmm Díaz do Solís la que 
debía mandar en jefe, descubriendo el Río de la Plata doce 
años más tarde. De esta manera, los dos rivales que habían 
partido de una extremidad del Atlántico, -lúuieron á en- 
contrai-sc en la extremirlad opuesta, dueños de territorios 
inmensos, cuya vecindad estimuló sus re.‘<entimientos. 



tntroducckSk 


Mientras explorahan las zonas descubiertas y tratabím 
de poblarlas, ino\’íause entre sí cmda guen-a para quitarse 
respectivamente aquello de que cada uno se creía despo- 
seído, pues ni tratados ni eongi’esos tuvieron líi virtud de 
disipar sas aprensiones. En defensa do ellas, eiuplcíu-on la 
sagacidad política y las íirma.s, sobresaliendo los 2>ortuguc- 
ses por lo que respecta á la habilidad de los manejos di- 
plomáticos. Pueblo pequeño eji territorio, Portugal estaba 
acostumbrado íí no liar la estabilidad de sus conquista,s ál 
jicso de la fuerza, pues aunque valientes, eran escasos sus 
soldados, y si el heroísmo les facilitaba la victoria, el nú- 
mero les condenaba á la inferiortdad en la conservación 
de lo adquirido. Por este motivo, sus hombres de giien’a 
se hicieron forzosamente hombres políticos, y íí medida 
que fué extendiéndose su imperio colonial, más vasto que 
la antigua ]loma, mayor cuidado dedicaron al cultivo de 
las artes de gobierno. 

Favoreció notablemente las empresas de Portugal, su 
situaeión geogi'áfiea, que colocándole en el exti-emo de la 
península Ibórica, cuya quinta parte poseía, le estrechaba 
por tieiTa contra Espíiña de un modo insalvable, no deján- 
dole otra jDerspcctiva do ensanche que el mar. Em[)ujados 
jDor este motivo los ix)rtugucscs al exterior, empezaron jjor 
acometer la conquista de Ceutíi en la costa de Mamiccos, 
y desdo esa piimcra posesión extratenitorial, concibieron 
el í)lau de excursiones más lejanas. Con éxito vario las 
pusieron en prácticii al travos de los continentes africano 
y asiático, hjista que una tenacidad á pnieba de contrarie- 
dades coronó sus empeños, no sólo en los dominios cita- 
do.s, sinó en los de América (]ue la casualidad acababa de 
abrirles. 



6 


INTRODUCCIÓN 


La preparación para tan grandes desig?iios, la habían 
elaborado en el sileiioio dcl estudio, y en las experiencias 
muchas veces frustnidas del dominio marítimo. Desde 1290 
ya tenían en Lisboa aquella célebre Universidad, que tras- 
ladada más tarde á Coimbra, se conoce todavía hoy con 
este último título. Una sucesión de reyes vei'daderamente 
notables, que empieza con Dionisio do Borgofía y no con- 
cluye en D. Juan II, preciu'sor del más ilustre de ellos, 
había distribuido el saber científico y literario, y estimu- 
lado la aspiración á levantadas empresas entre los súbdi- 
tos del reino. Debido á semejante desarrollo dcl pundonor 
nacional y los fuerzas intelectuales, se formó al fin el jdan- 
tel de marinos y soldados que en el período de setenta y 
ocho años (1420-1408) había doblado el cabo de Non, 
descubierto el arclii piélago de livs Azores, el de cabo Verde, 
las islas de Santo Tomás y otras, conquistado grandes te- 
rritorios firmes en Asia y África, y fi’anqueado por el cabo 
de Buena Esperanza el verdadero camino de las Indias. 

lais instituciones de este [nieblo, originarias de las de 
Plspaña, se basaban en los últimos progresos de su modelo, 
superándolo á veces. Por razón de su tai’día entrada al 
concierto de las naciones en el siglo xii, Portugal inde- 
pendiente no tuvo que solicitar las crudezas del feudalismo. 
El poder regio, apoyado en las municipalidades, imiicró 
desde luego por encima de la nobleza. Las cortes, repre- 
sentando las asiiiraciones de la nación, hacían oir sus que- 
ja.s, é imponían el remedio de los males que las provoca- 
ban. El comercio era en cierto modo libre para los súb- 
ditos del reino, pues si existían reglamentos opresores, pe- 
saban por igual para todos, pudiendo cualquier portugués, 
noble ó plebeyo, dedicarse al tráfico comena'al sin otras res- 



INTRODUCCIÓN 


7 


tricciones que las impuestas por el Estado, Jo cuaJ contri- 
buyó á (jue se eiiríquecietícu tantos particulares en los via- 
jes al Africa, y la India. 

El obstáculo mayor para la conservación de sus con- 
quistas, era la escasez de población colonizadora, pues Por- 
tugal no podía irraclianse sólidamente sin enflaquecer su 
organismo intemo. Así fuó que apeló á recui’sos extremos 
y eontraproduceiites, como la sustitución de la pena de 
muerte por el (íonfmainiento á las colonias, arrojando sobi'e 
el suelo de óstas, un enjambre de criminales y judíos, que 
mezclados á ciertas tiibus y pueblos corrompidos donde el 
azar les llevó, formaron durante los comienzos de su domi- 
nación, aquel infierno terresti'c que pintíui al vivo las car- 
tas de algunos misioneros y viajante.s. 

Con todo, las figimas dpi príncipe don Enri(juc, Vasco 
de Gama, AlmeJda, Albuquerqne y Cabral, suavizando las 
asperezas de este (íuadro de horrores, mue.sti’an que los por- 
tugueses tenían una gran misión que cumplir, y estaban 
á la altura de los deberes que ella les imponía. Las acu- 
saciones interesadas de la codicia y Ivis faltas que la crí- 
tica les enrostra, no son ¡xirte á mermar su gloria de emi- 
sarios armados de la civilización cristiana, á cuya audacia 
científica e intrepidez marcial, se debe la ini(;iátiva de las 
grandes navegaciones que liicieron al niiuido dueño de sí 
mismo. 

Ei-ente á e.ste pueblo emprendedor y activo, se alzaba 
España, que por el enlace de dos príucij^es podei’osos y 
la conquista de Granada, acjababa de obtener casi á un 
tiempo, su unificación nacional y la rcivindicíación de los 
últimos dominios que le dispubiban los ái-abes. Tan ven- 
tiuoso acontecimieiito, retardado basta entonces jK)r la 



INTRODUCCION 


constitución feudal de reinos independientes entre sí, unas 
veces agrandados al acAso j otras snbdivididos entre tan- 
tos señoríos ó pro\'incia.s como hijos dejaba cada monarea 
al descender á la tumba, se realizó bajo el cetro de Fei'- 
nfindo V ó Isabel I, llamados por autononiasia los reyes 
católicos, quienes refundiendo en mía sola entidad loa 
EstadoB de Castilla, Aragón y Navari’a, constituj’^eron con 
el reino morisco de Granada, la sólida y temible monar- 
quía csimñola. 

Biete siglos de íuclia habían jireccdido a) coronamiento 
de esta obra, en la que el pueblo español adquirió singula- 
res dotes de resistencia lí la adversidad y mucha coníianza 
en su propio esfuei’zo, estimulado por la uatimdeza de una 
contienda que individualizaba el sacrificio y distribuía en 
común la gloria de los triunfos. La reacción contra el 
moro, empezando entre las lireñas de Asturias para con- 
cluir en el asalto victorioso de Granada, concretó para los 
españoles durante setecientos años los más nobles objeti- 
vos que pueden iuteresar el corazón humiuio, sin disti*aerlo 
im iba de esa tensión ijnpcriosa. Por eso fuó que al naeei* 
como gran nación ante Euro2‘>a, llevaban consigo el sello 
de la originalidad, uniendo al temple varonil y la disjiosi- 
cióu aventurera de (pie habían dado muestras, la.s prácticas 
de buen gobierno y la aptitud industidal que parecían 
opuestas á aquellas cualidades. 

Los tres Estados ctristianos de Castilla, Aragón y Na- 
varra que el mati’imonio de Doña Isabel y D. Fernando 
reunió cu un solo cetro, se baldía n formado en el molde de 
instituciones propias antes de entrar á la unificación. Desde 
el siglo IX según algunos, pero positivamente desde el 
XI, tenía cada uno de dichos Eshidos, cortes con auton- 



rMTÍ{()J)UCClÓN 


ü 


dad príviitiva fijar los gastos ¡ííiblicos y los dcl 

monarca, ecJiai* imjíiiestos y fiscalizar su inversión, vigilar 
la recta adniijiistracaón de justicia, ajirobar ó rei)robar 
alianzas con el extranjero, scíiaJando el Jiíimcro de trojws 
y loa subsidi(.)s con cjuc la nación debía concurrir, y jjor 
último, determinar la sucesión do 1.a corona. K1 rej’’ man- 
daba con un Co]iscjo comimesto do la ])riiiiej.’a uol.)lcza, al 
cual se agregaba á veces, como en Aragón 3^ NavaiTa, una 
diputación j^opidar, cuyo Consejo conocía con el monarca 
de los negocios civiles, militares diplomáticos de ina}^!’ 
iini^ortmici-a;, no ])iKÜendo el prímíijie, sin sn consentimiento, 
enajenar dominios de la corona, sermiar grandes j)ensiones, 
ni ¡Droveer beneficios vacantes. Las (iiudades españolas 
gozaban fiieius municÍ2>alcs que les permitían clcgii' sus 
jueces, disti’ibuir los impuestos internos 3^ nonibrai- sus 
jefes de milicias. 

En la conquista y goce de estas libertades instituciona- 
les, tuvieron gran parte las (nríamstaucias. Los defensores 
de la iudcpejidencia nacional contra los moros, vagaron 
durante mucho ticjiipo en la simi)Ie cojidición de bandas 
de inslUTectc^’.^ Puñados de jxiisanos, salidos de las mon- 
tañas y comandados j^or caudíllcjos atrevidos, liacían exclu- 
siones más ó menos audaces al interior de la tienda, y ora 
vencedore.s, oi’ii vciuúdos, se instalaban en el llano- ó se 
replegaban á sus esconch'ijos. Para regularizar la vida de 
esas colectividades incoherentes, una vez que la victoria 
las fijaba eji alguna parte, fueron imiu’escindibles bis con- 
cesiones de lo.s jefes. Primeramente se premió á los más 
esforzados rcpaj’ticudoles la tierra, donde levantaron cas- 
tillos ¡jara, defenderse; despuós fueron esos mismos caste- 
Jlaiio.s, quicne.s convinieron la defensa de los que se les 



10 


INTRODUCCIÓN 


agrupaban, á cambio de concesiones mutuas. Sobre el tipo 
de esta sociabilidad feudal incipiente, se fonnó la nueva so- 
ciedad cristiana, cpie al consolidai’se en el ti’anscurao de los 
siglos, aplicaba en grande escala á las ciudades, señoríos y 
reinos que iba fundando ó conquistando, junto con las 
leyes de los visigodos, los ¡Didncipios de una proteiíción 
recíproca incorporada á las costumbres. 

La noción sumaria de las instituciones españolas, no 
alcanza á dar idea de la multitud de códigos y leyes par- 
ticulares que las articulaban en fonna positiva, y cuyo 
reflejo se encuentra en dos gi’andes monumentos de legis- 
lación que les han .sobrevivido: el Fuero Juzgo y las Par- 
tidas. Cotejando estos dos cuerpos de leyes, proveniente 
el primero de los visigodos y compilado el segundo bajo 
la autoridad y cunsejos de dos reyes, uno de los cuales 
conserva á justo título el dictado de sabio, prevalece sol)re 
la estructura jurídica de las Partidas, el espíritu de vigo- 
rosa libertad que trascienden las disposiciones dcl Fuero 
Juzgo, cuyas extravagancias y rigorismos inherentes a la 
ruda época cu que se promulgó, subsanan las adelantadas 
nociones sobre derecho civil y criminal proclamadas y sos- 
tenidas en el conjunto de sus preceptos. 

Establecía el Fuero Juzgo una jurisdicción oi’dinaria, 
que sólo sufría excepción para el rey y los obispos. Los 
pobres tenían defensores y pi’ociu’adores giatuitos que el 
Estado nombraba y costeaba. Los delitos no se castigaban 
por la sola cunsideraciÓJi al daño causado, sino tambión 
por la intención que les había precedido, distinguiéndose 
el homicidio voluntai’io del premeditado, como asimismo 
las resultancias de una sentencia judicial ei’rónea (pie apa- 
rejaba reforma y apercibimiento, de la prevaricación que 



INTRODUCCIÓN 


11 


era castigada cou destitución y multa. La iudi-solubilidad 
de los vínculos matrimoniales, la libertad de los enlaces 
antes prohibidos cutre coiupiistíidoi'cs y conquistados, la 
dotación de la mujer por el marido y el reparto ix>r igual 
de la |;orencia enti’e los hijos sin excepción de sexo, eran 
precf^ítos del Fuero Juzgo, como lo eran tumbión el dere- 
chQjíie defensa ante los ti'ibunales paj*a libres y esclavos, 
y^|i apelación ajitc los obispos y duques de las prevaiica- 
cíónes de los jueces. 

El vigor de este Código subsistió en toda su integiiclad, 
liasta. que I). Alfonso el Sabio ])Uso en práctica las Par- 
tidros, vohicudo así al derecho romano excluido hasta 
donde era posible por los visigodos. Divididas en cuatro 
partes, eclcsiásti(;a, monárquica, civil y penal, las Partidas 
eran una recoi)ilación metódicía y casuística que tenía por 
base la legislación de JiLstiniauo, adicionada con deci-etales 
de los Pajias, leyes de los godos y fueros ó cartas de las 
ciudades españolas. Por empeñosa que fuese la solicitud 
con que el rey sabio se esforzó en dar vigencia á su obra, 
sólo sesenta años después de su muerte tuvo ella autoiidad 
reconocida, cíoexistiendo, sin embargo, con el Fuero Juzgo, 
cuyos preceptos luuicA se derog-íiron totahuente. Estaba 
reservada á los llcyes Católicos, la gloiia de impidsar la 
compilación de un (código, que reuniendo tantos elementos 
esparcidos, resultase de aplico ción general á todo el reino, 
y esa fuó la obra que emprendió bajo sus auspicios Díaz 
de Moutalvo, concluyendo y dando á luz en 1485 las Oi'- 
denanzas Reales. 

Inaugurada para pjspafia. la époco de su mayor gion- 
deza, con la conquista de Granada que la completaba en el 
interior y el dcsculn-imiento de América (juc abi-ía en el 


Dom. Ksp.— 1. 



12 


INTRODUCCIÓX 


exterior perspectivas sin límites á tocias sns anibioioues, 
los españolas se encontrai’üii al mismo tiemi)o con im pre- 
cioso elemento de comuiiicacdón, que era su idioma propio. 
La redacción de las Partulm en el siglo xm, había, fijado 
el porvenir dcl habla, castellana, llamando á un vocabu- 
lario común, las mil voceas clispeims que corrían en los 
Romances populares y en las ciulas foi*al(ís, y depurando 
á la vez el lenguaje oficial de los resabios con que el latín 
bárbaro de los visigodos y los dialectos locales, antcidores 
ó derivados de aquél, entorpecían su necesaria soltura. Esta 
expiu’gación verificada por el regio codificador, dio m chito 
á la consoHdíición de un idioma., todavía rudo, pero ya in- 
dependiente y apto para recibir el pulimento artístico que 
dos siglos de trabajo htei’ario debían ai3ortaiie más tíirclc. 

Coincidiendo la solución de este problema capitalísimo, 
con el reinado de loa Reyes Católicos, la nación, sin des- 
deñar el culto de la fe ni el brillo de las ajanas, se cnitrc^gó 
con afán al estudio y al trabajo. La nobleza española, sin 
distinción de sexo, se desparramó por las universidades, y 
hubo príncipes de la sangre? y mujeres de alto rango que 
ocuparon cátedras en Salamanca, y Alc;alá, para explicar 
retórica ó comentar los clásicos giicgos y latinos. Abrié- 
ronse academias cuya reputación creció muy luego, en Se- 
villa, Toledo y Granada, regidas por sabios maestros, mu- 
chos de ellos traídos del exterior á expensas del gobierno. 
Por este medio tomaron vuelo los estudios literarios y 
científicos, cultivándose al igiud bus buenas letras, la juris- 
Ijrudencia, las matemáticas, la agronomía, la cosmografía 
y la historia. I^a imprenta, que desde 1474 había sido in- 
troducida, i'ccibió amplia protecdón del gobierno, quien 
decretó lilu’e á la. vez, la imjjortación de libi’íjs extranjeros. 



INTCODUOCrON 


13 


Por otro lado, la situación industnal y comercial de Es- 
pafía, presentaba el más satisfactorio aspecto. Debido al 
talento administratiYO de los Ee^^os Católicos', habían dcis- 
aparecido grande-s trabas que dificultaran otrora el dea- 
aiTollo de los intei'cses materiales. Abolidas bastantes eon- 
tribuciones aduaneras, construidos muchos puentes y cal- 
zadas, establecida la unidad de la moneda nacional y de 
los pesos y medidas, las industi-ias agrícolas, fabriles y de 
transporte ad(^uirici’on notables aumentos. Sevilla llegó á 
contar i 0.0 00 telares de seda, y Segovia destinaba á sus 
fábricas 34.000 obreros y 4:500.000 libras de lana. En 
Burgos y. Medina del Campo las gi’andes ferias ponían en 
circulación valores representados por papeles de comercio 
y lingotes de metal fino, que llegaron á computarse en 
más de 130:000.000 de pesos de nuestra moneda. Bar- 
celona reivindicaba para sí la gloría de haber establecido 
el primer Bíinco de cíimbios 3 \ncgotdos que existió en Eu- 
ropa, y formulado el prímer Código marítimo cuyas pres- 
cripci^; íes formaron durante toda la Edad Media la juiis- 
prudé cia mercantil europea. El comercio marítimo es- 
pañepí de la época (1512-1513) enipleíiba próximamente 
lOOj navios, y el de cabotaje 1500 embarcaciones de me- 
nor-larga. 

Bajo los auspicias de esta situación dichosa, impulsaba 
Espafia la serie de exploradoncs y descubrímicntos que el 
genio de Colón había abierto á su actividad ocho años 
antes, cuando répentinamente se le presentó un compe- 
tidor, apareciendo Portugal en la tieira americana, conduci- 
das sus naves por el azar de las tormentas, á las costas 
aboi'dablcs de una porción continental cuyos puertos fue- 
ron desde entonce.s, seguro refugio paia bis naves portu- 



14 


INTRODUCCIÓN 


giicsas, que en su camino al Oliente, habían carecido 
hasta allí de apostaderos intermedios donde albergarse y 
refrescar provisiones. Los españoles, que buscaban tambión 
un pasaje al Oriente, para compartir su comercio, dcspadia- 
ron varias expediciones á esc efecto, una de las cuales des- 
cubrió en 1512 el llío de la Plata. 


II 

La jurisprudeiuia de los pueblos cristianos establecía, 
que el primero en tiempo para ociqiar posesiones de in- 
fieles, re.sultaba primero en derecho para conservarlas bajo 
su dominio. Tan uniforme era el acatamiento prestado á 
ese aforísmo, que se le tenía por regla imioncusa j^ara pre- 
venir toda ulterioridad en la posesión de lo adquirido, y si 
los príncipes cristianos bus(«d)an la benevolencia de la 
Iglesia en sus empresas contra infieles, no era porque 
aquólla contradijese la. doctrina, sino i)orque, celosa de su- 
bordinar á la ley moral todo designio de engrandedmicnto, 
pugnaba para que la projiagación de la fe constituyese el 
principal objetivo de las conquistas cuya bcndidóii se le 
pedía de antemano. Al amparo de esta sanción del dere- 
cho público existente, plantaron lo.s portugueses su ban- 
dem en las posesiones del Áñ-ica y la India, y por idén- 
tica conformidad habían surcado los españoles el Océano, 
apropiándose las tierras americanas que descubrían. 

Empeñados cada vez más en el logro de sus vastos pro- 
yectos, se extendieron loa navegantes españoles por el con- 
tinente del Sur, luusta dar con las costas bi-asileras. Alonso 



IN-rRODUCClÓN 


15 


fie Hoje(k, imveg’ando (íon Jirui fifí la Cosa y Aniííríco 
Vcspuoio, encontró tierra en Junio de 1409, hacia la lati- 
tud de 5 grados al de la ^Equinoccial, ó sea, según so 
cree, en la embocadura del río Pivankaa ó Apody. De 
Enero á Abril de 1500, Vicente Yáfícz Pinzón descubiió 
el Aiiiazonaa. Entre Abril y Mayo de 1500, Diego do 
Lepe cntr(5 con dos carabelas por las alturas en que Pin- 
zón había navegado, y exploró el país. De donde se si- 
gue, que Cabra!, navegante portugués anibado casualmente 
en 3 de Mayo de 1500 á las costas brasileras, arribaba 
i1. los dominios de un príncipe cristiano, que por haber 
sido primero en tiempo para ocupar aquella ticn-a de in- 
fieles, resultaba primero en dei-ccho paia c*onsci”\^ar su pro- 
piedad. 

Pero si esta conclusión emanaba de la jurisprudencia 
general admitida, se producía otro hedió que la modifi- 
caba en lo relativo a las relaciones existentes entre las co- 
ronas española y portuguesa. El tratado de TordesiUas ce- 
lebrado en 7 (le Junio de 1494, dividía en dos jiartes 
iguales el mundo desconocido, poi‘ medio de una línea 
ideal que arraiKíañdo á 870 leguas de las islas de Cabo 
Verde, debía, cruzar el Océano de polo íí polo. Todo lo 
(pie hasta allí se hubiera hallado 6 descubierto, ó en ade- 
lante se descubrieiti yendo desde la línea hacia el Levante, 
quedaría de absoluta pertenencia del rey de Portugal y 
sus sucesores, y todo lo que en iguales cojuliciones se ha- 
llase hacia el Poniente, quedaría de absoluta pertenencia 
del i*ey de España, y los suyos. Si por cualquier eventuali- 
dad, los barcos portugueses descubriesen continentes ó is- 
las comprendidas en los límites de la demarcucióu espa- 
ñola, luego serían devueltas dichas posesiones á España, é 



16 


INTRODUOOIÓN 


igual devolución se haría, á. Portugal si los españoles des- 
cubiiesen continentes ó islas comin-endidas dentro de los 
límites de la demarcadóii portuguesa. Se e.stablccía el plazo 
de diez meses, contJidos desde el día de la fedia de la ca- 
pitulación, para que los dos gobiernos contratiintcs nom- 
bi-ascn comisiones científicas destin/idas á fijiu* el pimto de 
arranque de la línea, á la altura convenida. 

La deficiencia priniordiid de este ti'atado, consistía en la 
dificultiid de cumplir rigorosamente .sus cláusidas mientras 
el punto inicial de la línea divisoiia fuese motivo de con- 
troversia, Y siendo como cimi entonces, tan imperfectos 
los medios para resolver problema.s de cosmogi’afía y náu- 
tica, y tsm frecuentes las modificacioneij con que los descu- 
biámientos alteraban á cada instante la ubicación presu- 
mible de las tierras ultramai’inas, no diez meses, pero iii 
diez años, según lo demostró la experiencia, bastaban paia 
concortlai* las voluntades en el propósito de fijar la línea 
divisoria Un precedente, empero, quedaba establecido con 
la aceptación por ambas partes del tratado de Tordcsillas, 
y era que portugueses y e.spañoles al dividirse el Océano 
por initíid, liabími rcgidado los límites de su acción recí- 
proca sobre las tierras desconocidas que le^ brindase la 
suerte ó la ciencia de s\is jiautas. 

Partiendo de esc acto indiscutible, los portugueses ja- 
dían adueñarse del Prasil, hasta cierta extensión que está 
lejos de ser la actual de aquel país, pero quedaban exclui- 
dos del Río de la Plata, cuya existencia nunca habían 
presumido, ni menos pudieron englobar desde entonces 
en sus cálcidos de engrandecimiento futm-o, según lo de- 
jaron sospecha)* más adelante. Declaraciones oficiales y 
solemnes Lecha.s por ellos durante el siglo xvr, negán- 



I.NTRODUCCTOX 


17 


(lose it eusíinclmr los límites clcl Brasil, demuosti'an que 
en esa época no alegaban dcrcdios ít lo reclamado más 
tarde. Cierto es que sus tenientes del Brasil, emprendie- 
ron excumones armadas hasta el interior do los domi- 
nios jilatenscs, pero contenidos por la mala suerte y la 
prote.sta, aceptaron los hechos ooiLSumados; y esa ix)lí- 
tica estaba vigente, cuando Portugal entró á formar parte 
de la monarquía española ( 1580 - 1640 ). Fué recién á 
fines del siglo xvn, que los portugueses, de nuevo inde- 
peiulientes, cambiaron de actitud y apelaron sm escrúpulo 
ú todos los medios (pie les sugería la ambicdiin, para le- 
gitimar sus pretendidos derechos sobre el Río de la Plata, 
emj^xífíándose en la conquista del Ui'uguay, como paso prc- 
hminar de ulterioi-es actos posesorios. 

En servicio y oposiciiin de semejante plan, se vieron res- ^ 
pectivamente obligados ambos rivales ú emplear recursos 
extiiiordinariüs de iiigeuio y fuerza, haciendo mudias ve- 
c(^^s materia de conflagración europea, la disputa de algún 
trozo de territoiio que los mismos negociadoius no sa- 
bían ¿i pimto fijo dónde ubicaba. Herida España en su or- 
gullo y Portugfd en sus ambiciones, con motivo de esta 
poifía que duró dos siglos, persiguieron la posesión del 
Uruguay como un ideal político que decidía su respectivo 
prestigio, y así se explica que la una gastase en ese intento 
mayor número de hombres y caudales del que empicó en 
las conquistas de Méji(X) y el Perú jimtos, mientras el otio 
agotaba las energías* de su diplomacia y los fondos de su 
exliausto tesoro para eclipsar ú su rival. 

En el (íurso de la lucha, fueron varias las alternativas 
con cpie el éxito coronó los esfuerzos de los contendores. 
Portugal fundó la Colonia, de donde fué inovocablcmente 



18 


IXTRODTrCCIÓX 


tlesalojaclo, é intentó poblar Montc’sddeo obligando íí Es- 
paña íí. sustituirle, pero aiTobató Santa Catalina, Río- 
graiicle y las Misioiies, mutihunlo los límites iiatimJes dcl 
trazado necesario á una poderosa nación futura. l<3ste re- 
vós, sufrido por la diplouíacia y las armas españolas, dio 
origen al pi’oblema cuya solución depende todavía de los 
secreto.s del tiempo. 

La cau.sa de que España obtuviese resultados tan me- 
diocres eii propoi’cióii á los recur.sos empleados, provino de 
circiu estancias complejas, (!uyo conjunto no impide discer- 
iiiidas (;on claridad en el \usto cuadi'o de su dominacióu y 
gobierno. Desde luego, contiibuyó á e.steriliza.r toda inicia- 
tiva fecunda en orden al ci’ecimicnto industrial, el si.stcjna 
pvoliibitivo de comercio (^uc .secuesti'ó del trato dcl uumdo 
*á las nacientes colonias del Río de la Plata, y c.special mente 
al Uruguay, víctima de hostilidades militares internu.s y 
externas, y de las )nal entendidas (ionvenieneias de sus ve- 
cinoB. 8 i a- e.sto se agrega (pie la ejecAicíón de los planes 
de conquista ó flefeiisa, ñvó mndnis veces cnnfiadn á la 
impericia ó el interés .sórdido, ,se tciulrá la (dave dcl resul- 
tado negativo de tantos c.sfticj-zos hechos por la Metró- 
poli, con mejor voluntad que discernimiento. 

Las j)rimeras instituciones con que España debía gobei’- 
nar durante tres siglos sns dominios ameii canos, son cou- 
temporéiieas del descubrimiento del Nuevo -mundo, 3 ’’ ac- 
tuaron eficazmente en el régimen adoptsido al efecto. De 
las más njitigua.s fué la Casa da Conlr (dación, fundada el 
año de 1503 en Sevilla, á oiyo cuidado se puso el tráfico 
con las colonias recién descubieiias 3 ^ hi.s que en adelante 
se de.scubriesen. El espíritu exagevaclaraente conservador de 
los oficiales de la Casa, sus conexiones con los mouopolis- 



INTRODXJCOlÓy 


19 


tas más celebres, y Ja nitina que es parte muy apropiada 
á petrificar las ifleas en corporaciones de este gánero, se 
eiiunciaron desde los primeros días en las resoluciones que 
aconsejó, y fueron acentuándose á compás del tiempo. 

Cediendo á tales preocnpsuáones, el tnífico con Amórica 
fué sometido á toda suerte de reglameiittis proIiibitÍA'os. 
Señalóse á Sevilla como puerto único para el comercio 
entre la Metrópoli y sus nuevas posesiones. Se dctejiuinó 
que k»s na^^os de la cavi’cra de Indias debíau ser natu- 
valcs, en el doble concepto de pertenecer á vasallos csjra- 
ñolos y ser construidos en los doiuinios del reino. Fuó ne- 
cesaria una licencia especial del monarca, para que á pesar 
de estas precauciones, pudiosen sus súbditos dirigirse á las 
Indias, y la embarcaiáón que lo hiciera había de ser es- 
crupulosamente visitada antes de la partida, por un em- 
pleadí) (jue tomaba de su oficio el nombre de imiiador. 
Estaba j;)ro}iibido (targar pai’a Américu, piezas de oro ó 
plati labrada, jiicdras y perlas engastadas 6 por engastar, 
monedas de oro, plata y vellón. Al lado de estas probibi- 
ciones, había por entonces luia de elevada moj’al, que im- 
pedía embarcar para venta, nogod(J ó ayuda, esdavos blau- 
cos ó negros. 

Con mucho rigoi’ se pusieron en vigemáa todas las dis- 
posiciones mencionadas. El comercio español, que suponía 
abierto un nuevo camino it sus (¡oír /íinaciques de lucro, se 
encontró biulado poi’ reglamentos oin inílexililcs como los 
empleados que los ponían en ejecución. Había una e>{pecie 
do misterio que rodeaba cuanto atañía á la navegación de 
las ludias, siendo así que hasta las mismas exi)ediciones 
costeadas por la coi’ona ó alentadas de sus dádivas y pro- 
mesas, tenían que soportar la más escrnjHilosa inspección 



'¿o 


rNl'RODnCCIÓN 


jwevia. El puerto ele Sevilla era i la vez, el ojo, la maiio y 
el espú'itu fiseal puestos en acción sobro todo baiw que 
aparejase para ultrajuar. Co]i todo, aparecían de cuando en 
cuando pequeños fraudes, infracciones y contrabandos que 
alarmaban ú. la Casa de Contratación, desmintiendo la efi- 
cíicia de sus medidas. Se supo do viajeros que habían em- 
barcado plata labrada pai'a América, y hasta Jos hubo que 
iuti-odnjeron en ella, desde Canarias, esclavos comprados 
en este último punto. El ri^or de la.s disposiciones jn’ohibi- 
tivas creció en seguida tí causa de tales desmanes, y los 
visitadores perdían el sueño j)or dar caza íí los contraban- 
distas. 

Además de lo que proccptuabtm los i’eglamentos / ha- 
cían las oíicinjis, encontraron conveniente los Reyes Ca- 
tólicos asesorarse en los negocios de América, de persorms 
idóneas enn residencia luibitual en la corte, y á ese eferito 
constituyeron una especie de consejo. Lo jjrcsidía casi 
siempi*e el obispo de PaJcncia, que gozaba fama de enten- 
dido en la materia, y formabaji paite de éJ, entre otros, el 
liciínciado I.aiis Zapata, á quien llamabtin I\*ey chiquito por 
el mnebo favor que I). Fcrnajido le concedía. Esta junta 
de hombres doctos, resolvía cuestiones de entidad cmi re- 
lación al gobierno, población y tidministración de las tie- 
rras que se iban descubriendo, y Aono á hacterse necesaria 
para el servicio pábUco. De ella nació más tarde el Con- 
sejo da IndiaSy vaciado en el molde, aunque no compuesto 
de las mismas jDer-sonas que la costumbre había consti- 
tuido en corporación. 

Creada, la Casa de Contrataeión para reglamentar las 
operaciones coinei-cLales, y el Cornejo de Indias pai’a in- 
tervenir en las medidas de golVierno, se hizo sensible la 



IXTRODUCCIÓX 


21 


necesidad de someter á inspección idónea los hombres de 
mai‘ que condujeran expediciones descubridoras ó coloni- 
zadoras, y por lo tanto, weóse eji 1508 el c-tu^o de Piloto 
Mayor del reino. Este empleo ej’a yn completamente cien- 
tífico. Su proN'isión se ofec-tuaba, convociando en las uni- 
versidades y jíiievtos más conocidos de f^spaña á los me- 
jores jálotos, que debían optar al cargo por oposición. 
A reriguada la cajDacidad de los postulantes, el Rey, previo 
informe de la Casa de Contratación y di(*ta.mcn del Con- 
sejo de Indias, elegía el (¡andidato que halna dado maj’^ores 
pruebas. Las obligaciones del nombrado ei*an muy gi-aves. 
Trazaba las cartas geográficas, examinaba á los lálotos que 
liacían la carreja de las luchas, ccnsm*}iba al catedrático 
de cosmografía, y atendía á la buena fabricación de los 
instrumentos de navcgai’, que se hacían bajo su inmechata 
fiscalización. 

Obedeciendo á este triidc impidso comercial, guberna- 
mcnbd y científico, partían las expediciones destinadas á 
descubrir y poblai* las tierras del nuevo continente, pero en 
lo que al Río de la Plata se refiere, y miidio más cu lo 
tocante al Uruguay, cjisi nunca se curaj^lía lo convenido 
enti*e la corte y sus cajátanes. Annamentos marítimos 
considerables y expediciones numerosas de soldados y co- 
lonos, fnei’ou distraídas del objeto que nccesarianicntc ase- 
guraba su tnujifo. El incentivo del oro, llamando la codi- 
cia á descubiir yacimientos y criaderos hacia el interior de 
ima zona territorial que no los prometía en sus costas, es- 
terilizó las mejores ocasiones j)ara coiistituir una domi- 
nación íu’inc sobre el suelo uruguayo, que debía ser más 
tarde sjuigriejito teatro do competcnoia,s aimiadas, y mieu- 
tmslos experheionarios españoles enflaquecían sus eleraen- 



22 


INTKODUCÍJIÓN 


t«s (le acción en Incluí con lo desconociclo, los portugueses, 
espiando sus pasos desde las vecindades del Brasil, iban 
previniéndose á arrebatarles lo que ellos despreciaban en 
su ignorancia. 

Al fin, y solamente con la fundación de Montevideo, 
becba dos siglos dcsj^iuís del descubrimiento del país, tomó 
la contienda proporciones lógicas en lo militar y en lo po- 
lítico. Ibia gobernación soldadesca, que paulatinamen se 
transfonnó en gobierno regular por bi fuerza de las .osa.s, 
(lió á los españoles posesión sólida en aquella parte del te- 
rritorio destinada á ser barrera incontrastable de las aspi- 
raciones del enemigo. La sociabibdael ciistiana, an'aigán- 
dosc en el litoral y dífundióndosc al interior, pronto (íam- 
bió el aspecto de los fortmes y raneberías (tonstmídos para 
deienderse de los naturales y los ¡lortugne^ses, en poblacio- 
nes sometidas á policía, de acuerdo con lo admitido por 
tal (íoncepto en las Leyes de Iiubas, que fueron la pri- 
mera simiente institucional arroja(bi al surco de imesti’a 
oi-gaui'/ación pobtica. 

En el mísero ti’azado de esas poblaciones, frente al 
cuartel nació el cabildo, y próxima á estos dos, la iglesia 
(íon su escuela en el interior y su cementerio al flanco, 
constituyendo tan abigarrado conjunto las proyecciones 
timgibles de la ^úda ciudadana. De las primeras disijutas 
entre labriegos y soldados pobladoi-cs, tranzadas alternati- 
vaiuente por la autoridad del cm’a psfrroco, que -era su (Ü- 
rector espiritual y el maestro de sus lujos, ó por la i*a/.(in 
de la fuerza que solía prevalecer con mós frecuencia de la 
debida, provino la resistencia cívica encarnada en los ca- 
bildos, contra el predominio militar sostenido poi' los go- 
bernadores y sus tenientes. La forma grotesca de piellas 



INTRODUCCIÓN 


23 


manifestaciones iniciales, fué, empero, suavizándose, á me- 
dida que se ilustad)an unos y otros en la tutela de los in- 
tereses á su cargo. 

Sometidos por la victoria, ó atraídos los menos ariscos 
por convenciones y ]3actos que les garantían una libertad 
pasable, ingresaron muchos naturales del país á las pobla- 
(áones nacientes del Sur, y otios fueiX)u distiibuídos en las 
Misiones jesuítiéis, de donde se repatriaron, ya aptos pm’a 
el trabajo indusüial, ellos ó sus hijos, cuando los portu- 
gueses se hicieron señores de aquellos dominios. Con esto, 
el progreso de la civilización scdentíiria entre los indígenas 
que había empezado en 1024 con la sumisión pacíficía de 
los chanda, tomó creces, extendiéndose sobre las márgenes 
de los principales ríos y aprovechando las mejores campi- 
ñas. Solamente quedaron en pie, irreductibles y bravas, las 
parciuhdades (pie miraban en el conquistador im intruso 
al cual debían combatir sin tregua, y ésas prcífirieron la 
persecución y la muerte, á un vasallaje que vulneraba la 
independeneda temtorial y su libertad propia. 

Pero cuando se comgieron los eirorcs cu (pie la imix;- 
ricia ó la sed de riquezas indujo á los tenientes de España, 
echóse de ver lo ati’asado de las fórmulas que aplicaba la 
Metrópoli para consen^ar su conquista. Bien que los me- 
dios empleados, obedeciesen á un régimen de gobierno que 
bajo el nombre de sisiema colonial, jnevalecía en todas 
las naciones europeas poseedoras de dominios ultramari- 
nos, no era menos cierto que España lo había exagerado 
en el Uruguay, condenando el país á un secuestro con el 
exterior y á la sumisión de luia ignorancia industrial, que 
superaba cuanto liiciera en el mismo sentido cx)n sus de- 
más posesiones americanas. 



24 


INTRODUCCIÓN 


El mayor ramo de incliistiia que suplía las necesidades 
materiales de la incipiente sociabilidad uruguaya, eran los 
ganados, y esos se habían multiplicado por la dispersión 
casual de algunos grupos de vacimos y caballares traídos 
al Plata en los comienzos de la conquista del suelo. E.ste 
hecho imprevisto, toinsíormó las condiciones jirimitivas 
del país y s\ls habitantes. La vegetación bulbosa t'ud arra- 
sada y .sustituida por los pastizales y cardales que hoy co- 
nocemos, y las tribus nativas se hicieron ecuestres y ear- 
nívora.s. Siendo desde entonce.s la carne un consumo de 
primera necesidad, los elementos accesorios para su diver- 
sificación y transporte, se arrancaron de los bosque.s, des- 
tinados á suministrar leña., carbón y maderas giTiesas. De 
modo que aquella producción semoviente y este concui’so 
accesorio, constituían el tínico recinso propio con que aten- 
der á las exigencias de la vida, y de <51 se deducía el rema- 
nente para favorecer un interc-ambio, restringido ]>or las 
reglamentaciones más severas. 

El telai', la curtiembre, el cultivo de la AÚd, artes rudi- 
mentarias de todo pueblo destinado á una civilización enn- 
sistente, y capitalísimas en un suelo donde llegaron á su- 
perabundar los gimados y se iiatmalizaban todas las semi- 
llas, fueron excluidas de la enseñanza industrial de los 
uruguayos, quienes forzosamente debían recmiir íí España 
en procura de vinos y ropas para soportar la intemperie. 
Reclutadas las primeras emigraciones colonizadoras entre 
lo más ati-asado de la Península ó sus dominios, no vino 
con ellas, la hacendosa mujer que teje la blonda, ni el 
plantador del oUvo ó la morera que hacen de su industiia 
una mina. Como no había libertad de navegación, ni estí- 
mulos que impulsa.sen el cabotaje, los nos eran un obsta- 



INTRODUCCIÓN 


25 


culo más bien que umi facilidad para el escaso movimiento 
interno, y gracias si el caballo y la carreta proveían las 
exiguas necesidades del tríínsito. 

Las ciudades, que entonces eran tres, Montevideo, Mal- 
donado y Colonia, arruinada esta última por D. Pedro de 
Ccvallos cuando la reivindicó pai:a España, constituían su 
mayor renta con los derechos de acarreo y puertos, provo 
nientes de ciertas importaciones europeas y de la exporta- 
ción de productos natiu’ales por cuenta de compañías pri- 
vilegiadas. Los demás ingresos rentísticos nacían de los 
derechos pagados al fisco por algiums caleras y hornos que 
suministraban elementos de coustrucción, varias atahonas 
y molinos donde se trituraba el grano y se fabricaba la 
harina, algunos saladeros que preparaban sebo, grasa y ta- 
sajo, }'■ lo que producía el tributo anual sobre la propiedad 
raí/, que dio origen á nuestra actual contiibiición inmobi- 
liaria. Del conjunto de estos recursos salió el peculio para 
edificar los templos, edificios públicos y fortalezas que nos 
dejó la dominación española, así como para equipar las 
trojias que combatieron á los ingleses, j suplir las necesi- 
dades de la Península cuando guerreaba contra Bonapartc. 

Por lo que respecta á los demás centros de población, 
tuviesen ó no puertos, vegetaban en triste languidez, ateni- 
dos á sus sembrados, y cambiando el remanente de la co- 
secha por ropas y productos comestibles cuando había 
oportunidad. Los hacendados que tenían casa en los pue- 
blos, no la frecuentaban sino los domingos para asistir á 
misa, así es que muy poco cooperaban al adelanto local. 
La iuti’oducción de esclavos negros, cuya nativa torpeza 
sólo se sometía al i*igor de tratamientos dmisimos, no re- 
portó otros beneficios al progi’eso material que el aumento 



26 


INTRODUCCIÓN 


de peones para los saladeros y estancias, y de criados para 
las casas pudientes, distanciando así á los liijos de los co- 
lonos de los oficios jornaleros ó serviles que se tuvieron 
desde entonces en cuenta deshonrosa. 

El j-esto del país, ó lo que en lenguaje criollo se lla- 
maba la campaña, era un desierto, donde pastaban á su 
albecbio los ganados. IntcrmmpÍH aipiella. soledad, á largos 
trechos, la silueta de los edificios de alguna estancia ó pul- 
pería, pues fuera de esas construcciones de tipo peculiar, 
ningiiu otro indicio de la vida huuiana se revelaba, (i no 
ser la liioza del jiastor ó el montara/., escondidas entre la 
frondosidad de los bosques. Eran los relieves pedruscosos 
del terreno, albergue de loa muertos, á quienes llevaban 
hasta allí, amarrados al caballo y sostenidos ])or dos ma- 
deros cruzados en forma de asta.s de molino, sus parientes 
y amigos, á falta de cementerio donde enterrarles. 

La población campc.siua se dividía en ü’es grupos ; los 
eslanc/ievos, quienes en su calidad de jiropietarios de gran- 
des zonas territoriales y numerosos ganados, fo'inabau la 
clase superior; los jmlpcrofi, (pie siendo expendedores de 
bebidas y ropas, representaban el comercio; y los pastores, 
comprciididudose bajo tal calificativo una indíiniita pleb(í, 
descendiente de españoles y portugueses, de negros é indí- 
gena.s, maleada por el vicio del juego y la pasi(5n de las j’C- 
yertas, sin más habilidad (jue el manejo del caballo sobre 
el cual vivía casi todo el tiempo, ui otro sentimiento artís- 
tico que la inclinación á la músi(!a en cuya audición se 
absü’aía, pues los afectos íunorosos no le inspiraban oti’o 
deseo que la satisfacción carnal. Esta tíltima clase, de 
entre cuyas entrañas salió el gaucho, con ser tan menes- 
terosa y andariega, no tenía, .sin embargo, proiieusiones al 



INTRODUCCIÓN 


27 


robo, j sil generosa liosiátívlidad con el transeúnte (jiic gol- 
peaba á la puerta de su« chozas, no desdecía de la prover- 
bial del estanciero. 

Sobre el conjunto hcto’ogeiieo de taiil,os elementos ur- 
banos j j’urales, imperaban con intenuiteiicias frecuentes 
las Leyes de Indicts, que eran mía disminución del dere- 
cho píiblico español, aplicada en dosis prudenciales ú. los 
pueblos americanos. J.^a jiart-e ominosa de aquellas leye.s, 
relativamente á establecer categorías imposibles en un j>aís 
donde reinaba la igualdad por disposición genial de sus 
habitantes, se había cumplido lí la letra, prove3'endo á la 
fonnación de emwniícndas que se rb'sol vieron por sí mis- 
mas, y haciendo venales los oficios de justicia^ Tero la 
pai’tc sustancijd refenaite á la fundación y arraigo del go- 
bierno civil, ésa andaba á mercíed de los gobernadores mi- 
litares, quienes sufrían de mal grado los reatos de la ley, 
y la abrogaban en cada caso que les inducía á decidir en- 
tre su criterio propio y la disposición prcexist(}ntc y es<;rita. 

La controversia de los derechos de unos y C)tros, repi- 
tiéndose casi á diario en las ciudades, tuvo su resonancia 
en los campos, donde los más ilustrados aprendieron que 
había medios de resistir á los gobernadores, al arrimo de 
la ley que ponía coto á sus dc.smanes. Cobrui’on impor- 
tancia los aibildos, como defensores de aquella ley auspi- 
ciosa, y sus magistrados, al recorrer los campos para in- 
formarse de las necesidades públicas, empezaron á ser ob- 
jeto de simpatías. Por razón del tiempo, los empleos de 
cabildantes fueron recayendo en liijos del país, de manera 
que la resistencia cívica á los atropellos del podei* militar, 
encarnado en los gobernadores españoles, •sdno á (picdar 
bajo la dirección de los naturales. Los califtcativos de yo- 


UOJT. Esp.— I. 



28 


TN'rUODTrCCTÓN 


dos y de crioUos con que unos á otros se designaban, die- 
roji asidero á divisiones insoldablcs, eoiKíliij'eiido por con- 
siderarse al español 6 (/odo como intiaiso, y al uruguayo ó 
criollo como dueño exelusivo do la tierra. 


III 

Mientras la: rc.sistencia á una. dominación que ya se re- 
putaba extranjera, tiió encabezada poi* la barbarie, no ]X)- 
día. (;aptars(í el apoyo de los lujos del país ilustrados en la 
civilización cristiana, p(iro luego que maduró la edad y 
crecieron los intereses nacidos al calor de esa. misma civi- 
lización, otras pcrs])ectivas se abrieron lí la inteligencia y 
ambiciones de los Iiombres. Por secuestrado que estuviera 
el Urugua}'^ al contacto del mundo, el desarrollo de su pro- 
pia sociabilidad debía irle mostrando el pupilaje inmere- 
cido en que ^dvía, Cerrados sus puci-tos al comercio, bmi- 
tada su ilustración á un nivel tan primario (pie desdecía 
de la. vivacidad natural del pueblo, nulificada la ilqueza 
del suelo por la táctica monopolizadora que lo destinaba á 
una inmensa vaquería, excluyendo de él toda indiisti’ia ó 
extinguiéndola en gei-men, como lo había hecho Salcedo al 
arrasar lo.s viñedos y olivares del ejido de Colonia, y los 
gobernadores de las Misiones jesuíticas al destruii’ en ellas 
las fábricas, loa talleres y las imprentas, era imposible que 
una reacción contra tutclaje hin despiadado, dejase de pi’o- 
duch’se y estíillaj’ en el momento oportuno. 

Las invasiones inglesas de LSOO y LSO?, dieron méiito 
á esa reatíción, en el doble sentido militar y social que la 



I^'TK()DÜCOJÓX 


29 


lúzo decisiva. Por efecto do la reconquista de Buenos Ai- 
res y las empeñosas aumpie infortunadas luchas en los al- 
“rcdedores de Montertdeo, Maldonado y Colonia, se mani- 
festó cnü’e los uruguayos el pundonor nacional, hasta en- 
tonces latente á la e.spera de hechos gloriosos y concretos 
con que viiiciulurse. Las incideucáds altemativainente fe- 
lices ó desgraciadas de aquella primera, guerra hecha por 
cuenta ¡u’opia contra una nación europea, les dió la tradi- 
ción común y la pci’sonei’ía que necesitaban para ser un 
pueblo. Hombres venidos de todos los ámbitos del país, 
hacendados y pastores, cabildantes y milicianos, incorpo- 
rados á los hijos de las más pudientes familitus de las ciu- 
dades, se conocieron, se trataron y combatieron juntos al 
invasor, llevando al volver á la vida normal, recuerdos i’e- 
cíprocos y amistades sinceras que constituían el proscli- 
tismo de una asociación política. Además, el cambio de 
idejis con los ingleses, provocado por las publicaciones que 
ellos derramaron y la enorme introducción <jue hicieron do 
mercaderías aptas para satisfacer las e.xigeiicias de la co- 
modidad y el regalo, reveló á los criollos, que si por el. 
valor militar podían defenderse del enemigo, poi’ la posi- 
ción topográifica estaban llamólos á constituirse en un em- 
porio comercial. 

Semejantes esperanzas en un porvenir no lejano, cobra- 
ban mayor aliento* estimuladas i^or la anarquía que traba- 
jaba á los adictos del gobierno colonial, cada vez más 
comprometidos en rivahdades y disputas de mando. El 
rechazo de las invasiones inglesas, había sido tan glorioso 
para, los criollos de ambas orillas del Plfita, como fimesto 
á la unión de los españoles investidos de autoridad. Susti- 
tuido el virrey legítimo de Buenos Aires ]-)or un cíiudillo 



IN'rUODUCJClÓiV 


;}0 

popular que la victoiia lialúa impronsado, la Metrópoli 
coufirjTió c;oii aproba(!Íóu elogiosa aquel aeto revolucioDario 
destinado á romper la sumisión hasta allí indiscutible á 
los nombramientos de la corona. Y aun cuando . sea difícil 
acertar con loa medios de que liiibiei’a podido valerse 
para, proceder de oti’o modo, sin comprometer su prestigio 
efectivo enti’c las masas vencedoras, es lo cierto que por la 
fatalidad de las circunstancias, vióse obligada á colocar la 
sanción del éxito, míí-s arjiba de la legíilidatL 

Desde entonces no fné la ley, sinó los méritos persona- 
les aquilatados según el juicio de cada uno, los que sir- 
vieron de fundamento íí la conservación del poder. Dos 
hombres, á quienes los más inesperados sucesos habían 
colocado frente á frente — Tániers, ViiTcy de Buenos Airas, 
y Elfo, Gobernador de Montevideo — dando formas políti- 
cas á ima disputa de origen personal, pusieron en evi- 
dencia el menosprecio en que habían caído los antiguos 
recaudos institucionales. Por mío de esos presentimientos 
infalible.s que suelen asaltar á los pueblos en vísperas de 
grandes crisis, los elementos populares de J.luenos Aires 
rodeaban á Liniers, y los de Montevideo á Elfo, señalados 
de antemano por el instinto público como precursores de 
una nueva era, aun cuando fuescji tan eiKiontrados los ca- 
minos ]ior donde uno y otro jefe dirigían sus pasos, y tan 
decidida también la buena fe con que en el fondo, busca- 
sen ambos á su modo, el tiiunfo de la causa dcEsiiaña, cu 
cuyo servicio subieron al patíbulo. 

Esta descomposición manifiesta del antiguo régimen, no 
solamente trabajaba á las provincias del Plata, sino que se 
hacía, sentir en el cora/.ón mismo de la Meti’ópoli, donde 
el príncipe de la Paz, cortesano ascendido desde la oscuri- 



JNI’KODUCCIÓN 


31 


dad en brazos de una reina culpable, al gobierno absoluto 
de Espaíin, diiigía bis operaeioiies políticas con una tor- 
peza de que bien pronto so cosccliai’on los fi-utos. De- 
seando crcai’se una soberanía independiente y propia, ul- 
timó con Napoleón el tratado de alianza que al fraccionar 
A Portugal desposeyendo al mismo tiempo la dinastía rei- 
nante, le reservaba á él un Estado donde debía coronarse. 
Para conseguir la realización inmediata de pretensiones 
tan absurdas, abiió á su flamante aliado el tránsito libre 
por la Península, entregándole de paso las principales pla- 
zas militares españolas. T^a familia reinante de Portugal, 
huyendo á los franceses que se apoderaron de Lisboa, 
llegó á Río Janeiro en Mai’zo de 1808, y el príncipe déla 
Paz, burlado en sus aspú-aciones ¡personales, atrajo sobre 
España la espantosa catástrofe que hubo de Iporrarla del 
nómero de las naciones. 

Cruzabíin el horizonte los primeros relámpagos de esta 
tempestad, cuando las disensiones enti-e Elío y Liniers 
eran más hondas. Sucesivamente conocidas en Montevideo 
la llegada de la j’cal fumiha portuguesa al Brasil y la ab- 
dicadón de los Borbones españoles, coincidieron estas no- 
ticias con las tentativas de ¡predominio sobre los pueblos 
del Plata hechas por los príncipes emigrantes desde el 
país vecino, y las que con igual objeto realizaba Napf)león 
por medio de agentes especiales. Aturdido Elío por nove- 
dades tan siugulai-es, no tuvo límites su exaltación cuando 
supo que Liniers, después de oir las proposiciones de unos 
y otros, se inclijiaba á los franceses, y sin averiguar el 
fluidamente oculto de aquella veleidad, hija del consejo de 
españoles conspicuos, atiibiiyo á la comunidad de origen 
entre Liniers y Napoleón, lo (¡ue suponía una traición del 



32 


INrKODUCClüX 


virrey. Partiendo de tal supuesto, y aconsejado por los 
principales miembros del Cabildo montevideano, empezó á 
trabajar de palabra y de hecho contra Liniers, á quien 
concluyó por pedirle de oficio la renuncia del puesto de 
virrey, publicando á raíz de ello (6 de Setiembre de 1808) 
la guciTR contra Napole.ón y sus secuaces. 

No era posible que tanta altanería quedara impune. 
Elío fuó llamado á Buenos Aires para dar cuenta de su con- 
ducta, pero e^utó la ida, y entonces se le destituyó nom- 
brándole sucesor. Idcgado óste á Montevideo, con orden 
de apoderai’se de Elío y ocupar el gobierno en su reem- 
plazo, ima pueblada que se agolpó á los alrededores del 
Cabildo, mienti’as el nuevo gobernante cumplía trámites 
indispensables, le obligó á buscar la salvación en la fuga. 
Al día siguiente (21 de Setiembre de 1808), se llamó á 
Cabildo abierto, y en medio de tempestuosos debates, re- 
solvieron españoles y criollos obedecer ¡yero no cumplir las 
órdenes del virrey, manteniéndose á Elío en su puesto, y 
autorizándole á que apelase de las resoluciones vetadas» 
para ante la Real Audiencia ó la Junta Central de Sevilla 
óltimaniente establecida. Cuando la sesión iba á levantai-se 
partic)-on de entre la multitud gTÍtos de ¡Junta! ¡junta! 
¡ahajo el traidor Liniers! y fué decretada la formación de 
una Junta de gobierno al estilo de las de España, presi- 
dida por Elío, la cual designó un diputado que partiera á 
entenderse con la Junta Central de la Península. 

De ésta manera, el rompimiento de dos jefes rivales, 
dió mérito á la sanción de la fórmula revolucionaria que 
debía adoptar’ más tarde la América española para sacudir 
el yugo colonial. Por un capricho de la suerte, era el man- 
datario español más decidido á defender la integridad do 



INTRODUCCIÓN 


33 


los dominios de su país, qnieií estimuló la sanción de aquel 
acto cuyas proyecciones iban á extenderse tan lejos. El 
ejemplo de Montevideo fuó inmediatamente seguido por 
Chuquisaca y Quito, y produjo iniciativas nicmorables en 
]j}i Paz y ]3uenos Aires, pero no pudo mantenerse en los 
hechos, pues tic grado ó por fuerza, los tumultos fueron 
sofocados y las juntas disueltas, iiuduso la de Montevideo, 
li la que se enviaron desde la Metrópoli exju’csivos agi-a- 
deciinientos. Mas la semilla estaba sembrada, y debía fruc- 
tilicar luego que los hijos de estos países adquiriendo en 
los consejos del gobierno colonial la influencia que les co- 
rrespondía ]wr su número, fuesen llamados ú conjurar la 
tempestad que se cernía sobre todas las cabezas. Aquella 
ocasión llegó, dos años mús tarde, cuando sabido .el desas- 
tre de Ocaña, se lanzó Buenos Aires en 1810 por el ca- 
mino (pie Montevideo haVna franqueado. 

Entre tanto, el espíritu de independencia, se afirmaba en 
las filas del pueblo uruguayo que había acompañado, aplau- 
dido y prestigiado las (iltimas tentativas de gobierno pro]úo. 
Serenadas accidentalmente 1as circunstancias, hubo un res- 
piro que permitió medir en toda su extensión los hechos 
producidos y juzgarlos con criterio inapelable. Por mús 
que las concesiones del ViiTey Oisneros, sucesor de Liniers, 
amjúiando la libertad de comerciar, mejorasen la situación 
económica, ellas no podían echar un velo .sobre la desmo- 
ralización política que cundía ú compás de la exactitud 
con que eran conocidos los detulles de la abdicación de los 
príncipes i’einantes, y su ü*aspaso ii jnanos aventureras- de 
una corona cuyos -fulgores ii-iudiaran (jl teri'itorío do dos 
mundos. La rebelión contj-a un poder que íisí menospre- 
ciaba sus deberes más augustos, empezó á ha.(.*ersc general. 



34 


INTKOJ)UC:CIÓN 


y d desabrimiento producido en los ííi limos c!on ese motivo, 
mató las escasas ilusiones que aun pudieran fundarse en 
el ideal monárquico. 

No escapó á la pei’spicaciu de los adeptos do la Metró- 
poli, este síntoma de radicíiUsmo que ti’anspa rentaba el 
descontento de las masas ; pero por lo mismo que él res- 
pondiera jt un malestíir general y extenso, se hacía intan- 
gible para someterlo á medidas de represión. Dueños de la 
fuerza organizada, cuyo efectivo era considerable, observa- 
ban desde las posiciones ofi(*ialcs la marcha de los sucesos 
en uno y otro hemisferio, confiando en que las mudanzas 
de la suerte ofrecerían á la Metrópoli, opoitunidad pai’a 
re]ioneJ*se do sus quebrantos, y se las daiáa á ellos para 
recuperar en el Uruguay su antiguo prestigio. Regido pro- 
visionalmente el 2 )aís por im jefe de armas en lo militar y 
jior un miembro del Cabildo en lo político, ii causa de la 
sustitución de Klío con jiersona ausente, cnrecía por otra 
liarte aquel gobierno interino del vigor que excluye vacJla- 
cionas. 

Mediando estas circunstancias, les sorprendió la noticia 
del triunfo de los franceses en Ocaña, y la disolución sub- 
siguiente de las autoridades formadas en la Península jiara 
resistir al invasor. Supieron muy luego también, por emi- 
sarios llegados de la otra orilla, que el pueblo de Buenos 
Aires en presenda de semejante caducidad general de jw- 
deres constituidos, había apelado á la fuente del derecho 
liistórico metrojiolilnno, nombrando en Cabildo abierto una 
Junta de Gobierno, que al reivindiciu’ la soberanía local 
para sí, incitaba á los demás cabildos del virreinato á jrro- 
ceder del mismo moflo, cu el íntenn que todos juntos di- 
putaban rejirescníantes ;1 un Congreso que debía organi- 



rXTIiODUCíUÜN 


35 


zar d gobierno general encargado de asumir el mando ci\ 
propiedad. Mientras discutían el alcance de aquel acto ex- 
traordinario, el Cabildo de Montevideo y el Gobernador re- 
cibieron pliegos de la Junüi conumicíaudo oficialmente su 
instalación, á los cuales se incluían otros del Virrey Cisne- 
ros y la Audiencia, lu’gicndo por el reconocimiento de la 
nueva corporación gubernamental. Cesaron con esto las 
vacilaciones, ennvinióndose en seguir el cjcm23lo de la ca- 
pital del vii-reinato, dentro de las formas populares de pre- 
via consulta en Cabildo abierto, que era eJ procedimiento 
iiifb'cado, aunque aliora admitido con un desgano cuyas 
trazas se evidenciaron bien pronto. 

Invitados los principales vecinos de la ciudad, se reu- 
nieron con las autoridades en Cabildo abici’to, resolviendo 
unirse á la Capital, ba^o ciertas condiciones que se re- 
servaban para el día sujuientc. Aquella dilatoria se com- 
binó con una casualidad, que los españoles saludaron como 
¡presagio de fortuna, y que sin embargo fuó contraprodu- 
cente para su causa. Llegado correo el mismo día que se 
indicaba para fijar las condiciones definitivas del pacto, 
con noticias de haberse instalado en Esjjaña im gobierno 
de Kegencia, los partidarios de la MetJ'ópoli reaccionaron 
de la actitud asumida, prci^arándose á esquivar todo com- 
proiniso con la ca}:)ital del \'irreinato. Al efecto, se apre.su- 
raron á reconocer el nuevo gobierno instalado en la Pe- 
nínsula, Iiaciéndolo jurar por la guarnición de Montevideo, 
y tomando ¡úc de ese hecho que les vinculaba íl la obe- 
diencia de una autoridad central preconstituída, apliizai’on 
jmra momento más oportuno la discusión de las condicio- 
nes que habían reservado formular cu aquel día. Acoini^a- 
fíando ese brusco cambio de frente, el Cabildo ofició á la 



36 


lOTnODUCCIÓN 


Jiintft de Buenos Aires, que luego de reconocida por ella 
la nueva Regencia, se tratanan las bases de unión entre 
ambas ciudades, pues todo avenimiento en bil sentido de- 
bía partii* de la smnisión á la legalidvid imperante. 

La Junta de Buenos Aires, cuyo princi]jul designio era 
alzarse contra aquella legalidad que se preconizaba, con- 
testó que para resolver con acierto en la materia, se espe- 
rasen noticias oficiales, evitando así pronunciarse sobre el 
capítulo fundamental de la discordia. Confiando, sin em- 
bargo, en que la elocuencia de aquel de sus miembros á 
quien debía la victoi-ia jurídica alcanzada por los ciiollos 
conti'a los españoles en el Cubüdo abierto de Mayo, sería 
bastante para llevar la peisuasión á los ánimos rebeldes, 
diputó al doctor Passo imte las autoridades de Montevideo, 
encargándole de tranzar las diferencias existentes. Llegó 
Passo en 10 de Jmiio, y se le oyó el 14 en Cabildo 
abierto. Reprodujo las i-azones que le habían servido de 
fundamento enti’e los suyos para propiciarse el ániiTio po- 
pular, y que se reducían en sustancia á la obediencia me- 
recida por la Capital como cabeza del vin-einato, á los pe- 
ligi-os que auTÍaii los países huórfanos de autoridades, y al 
buen derecho que asistía á los cabildos para reiviudicar en 
aquel naufragio de instituciones, la pai*te de soberaníji que 
proporcionalmente les estaba atribuida. Agregó, ser evi- 
dente la necesidad de no disolver la nueva autoridad na- 
cida del pueblo, iwr resoluciones que aplazaban su reeono- 
(dmicnto denti-o de la jurisdicción que le era propia. Todo 
fué en vano. Los asistentes se cciTaron en que « íinte 
todua las cosas fuese reconocida la liegencda del reino », y 
el diputado de Buenos Aires, contrariado por aquella obs- 
tinación y los gritos del populacho, abandonó el local, re- 
embarcándose en breve. 



I^TK01)UCCI6^’ 


37 


El procedimiento de Ihs autoiidades españolas de Mon- 
te^'ideo, empeoró la situación de las cosas para el gobierno 
colonial, cuyos adeptos se habían c:ondu(ido con suma li-. 
gerezív. Aceptada en el ¡nimer instante jx)!* el Virrey CJisiie- 
ros la legalidad de la Junta de Buenos Aires, que ól mismo 
presidió durante un día, no tuvo inconveniente en expedir 
oficios á todos los gobiernos y cabildos pidiendo su reco- 
nocimiento, y ai en Montevideo se verificó éste de inia ma- 
nera condicional, en otros jmntos del Uruguay se sancionó 
ampliamente. Prodójose, pues, la anomalía, de que mien- 
ti*as los designios de la Junta de Buenos Aires sufrían una 
repulsa inesperada en la capital del Uruguay, se procla- 
maba y reconocía dicha J unta cu el resto del país, ponién- 
dose en comimicación directa con ella las autoridades de 
Maldonado, y preparándose las de oti*os pueblos á proceder 
del mismo modo. Cuando se verificaba este movimiento de 
expansión, estimulado j requerido de cx)nsuno por la auto- 
ridad centi’al y los elementos populares, llegó contraorden, 
pretendiendo que se reaccionara de todo lo hecho, á nom- 
bre de una obediencia harto pesada ya para produch* otros 
frutos que la murmuración y el descontento. 

Así, la fatalidad que se cierne sobre los poderes amena- 
zados de muerte, había inducido á los partidarios de la 
Metróix)li en dos en*ores ijisanables durante el transcurso 
de poco tiempo. Queriendo poner freno á la reacción po- 
pular que inconscientemente encabezaba Liiiiers en Buenos 
Aires, proclamaron con la elección de Junta de Gobierno 
en 1808 , la fórmula destinada á producir una reacción más 
vasta to<lavía ; y deseando ahora encauzar dentro de hv le- 
galidad, aquella reacción que se desbordaba amenazando 
arrastrarlo todo, se plegaron á ella imponiéndola á los pue- 



88 


JNTEOJJUCCJÓy 


blos en nombre ele lu obediencia. CoJitenidí^s ú niitíid de 
camino la primei’a vez, por órdenes perentorias de la 
eíimta (Central de Sevilla, obedecieron perdiendo la autoii- 
dad moral que les daba el supuesto de una sanción previa 
á todos sus actos; y repi’i ruidos rdiora ante la complicidad 
en que se enconti’aban (;on los partidarios do la emancipa- 
ción, quedó al descubierto su inferíoridad pai’a hacer frente 
á los sucesos por otro metho que la defensa armada, con 
el cortejo de animosidades que necesai’iamcute suscita. 

Bien pronto empezaron ellas á manifestarse, luego que 
se supo la pobreza del móvil que había inspirado las iu- 
certidunibres délos (iltimos días. Deportado el Virre)»^ Cis- 
neros por la Junta de Buenos Aii-es, publicó el (jober- 
nador interino de Montevideo un oficio reservado de aquel 
funcionario, en el cual, previendo lo que acababa de efcc- 
tuai’se, anulalra el recoiioci miento de la Junta que decía 
haberle sido arrancado por la violencia. El menosprecio 
subsiguiente á tanta debilidad, se agregó al eiiojo que ya 
existía, para preparar soluciones de fuerza. Dos regimien- 
tos de la guarnición de Montevideo, compuestos de hijos 
del país, se hicieron sospechosos con este motivo, y el Go- 
bernador, al frente de una columna respetable, forzó las 
puertas de sus cuarteles, destituyó y puso en arresto íí los 
jefes, y deportó más tarde para Espai'ia á dos de ellos y 
un oficial. Á estas medidas de rigor, siguieron otras de G- 
gilancia respecto á tUversos criollos, quienes por su posi- 
ción social y conexiones políticas, empezaban á ser sindi- 
cados como directores de los elementos afectos á la eman- 
cipación. 

La inminciKáa. del peligro, ti'ascendió Jvasta. el gobierno 
de la Kegencia en España, aun cuando sin tomarle de sor- 



IN'rRODUCClÓN 


Í19 


presa, puesto que eran del dominio de la cancillería espa- 
ñola desde tiempo atrás, los esfuerzos que se hacían dentro 
y fuera de las ]U’Ovincias del Plata, j)ara secuestrarlas á su 
aiitoñdad. Había iniciado ese plan por cuenta propia, el 
Regente de Portugal, apenas llegado á Río Janeiro, escii- 
biendo un olicio conminatorio á las autoridades españolas 
de Buenos Aires, cu que les daba á elegir entre la incor- 
poración pacífic;a de los Estados dcl Plata al Brasil ó el 
empleo de la acción conjunta de Portugal é Inglaterra pi,u’a 
conseguir ese objeto. Menospreciada la amenaza, y puesta 
Inglaterra del lado de EsjDaña con motivo de la resistencia 
á Napoleón, aceptaron los revolucionarios argentinos sus- 
tituirse á los ingleses, ofreciendo contra la Metrópoli todos 
los medios dis])onil)les para coronar en Buenos Aires un 
príncipe que asegurase la independencia de las Provincias 
insurrectas. Desde entonces quedó tramado un vasto plan 
de monarquía bajo los auspicios de Portugal, cuyos deta- 
lles autóntico.s había eimado Elío á la Península el año 
anteríor. 

Eos adeptos de la combinación, seducidos ])or sus pers- 
pectivas de óxito, prescindieron del recato, multiplicando 
agentes y medios de correspondencia que debían llevarles 
al logi'o de sus fines. Cediendo á insinuaciones que se re- 
lacionaban con e.stos manejos, la camillería portuguesa los 
ayudaba desdo el Brasil, pero de lui modo indeciso eii el 
fondo, como que existían rivalidades entre los miembros 
de la familia cmigTada, sobre la persona en quien debía 
recaer el ceti’o de la nueva monarquía. Doña Carlota de 
Borbón, á título de hermana de Fernando VII y jiroteídora 
natural de sus dominios americanos, ambicionaba para sí 
la presa, manteniendo al efecto c;orrespondencia verbal y 



4.0 


JNTRODUCCIÓX 


escriUi con los más consiiicuos revolncioiuirios argentinos. 
Su marido, el príricij^e Regente, más tarde D. Juan VI, 
veía con envidia los progresos de aquella intriga que ame- 
nazaba desposeerle de los dominios codiciados por sus ma- 
yores, y con csl-as rivalidades, marido y mujer andaban en 
trabajos paralelos, el imo para asir la ocíisión de comple- 
mentar sus Estados, la otra para independizarse de una tu- 
tela que la condeiialm á posición secundaria. 

Esta dualidad de miras ocultas, no impedía la adop(áón 
de procedimientos ostensibles, cuyo objetivo iinal se expli- 
caba á sí mismo el gobierno español, como una revancha 
legítima contra el destronamiento de la dinastía jiortuguesa 
efectuada jwr Napoleón y el jníncipc de l;v Paz, á mórito 
del nnts colusoiío de los pactos. Partiendo de semejante 
segiu-idad, al recibir noticia del movimiento insim-eccional 
de Buenos Aire.s, ligó el gobierno de la Regencia los ante- 
cedentes conocidos con el heclio (pie acababa de produ- 
cii'Síí, y buscó los medios de parar el golpe que se asestídxi 
á BU poder. A\ efecto, nombró Goberjiador de Montevideo 
al mariscal Vigodet, persona de su mayor confianza, y 
Virrey del Río de la Plata á Elío, poniendo á disposición 
de este último un refuerzo de tropas, y dando instruc(!Ío- 
nes á ambos de eludir el empleo de la fuerza, antes de 
haber agotado los medios pacíficos. 

Siendo Vigodet el primero de los dos (.pie llegó á su 
destino (Septiembre 1810), tomó inmediatamente cuentn. 
del gobierno, (íonvencióndose de la. gravedad de la situa- 
ción. Amenazaban la tranquilidad interna, dificíultades jx»- 
lítica.s y financieras cada vez más acentuadas, mientras que 
en el exterior se producían acontecimientos alarmantes. La 
Jimta de Buenos Aires aprestalia ima expetlición militar 



TNTRODÜCCTÓ.V 


41 


cojitrn el Puríigufiy, y una. colimina. portuguesa, cuyos rle- 
siguios envolvía el misterio, se aproximaba á marchas len- 
tas sobre las Misiones oriejitales. Vigoclet hizo ñ’ente al 
peligro emi resolución, orguiiizando una Hotilla naval que 
le clió el clomiiiio ele los ríos, y para allegarse reeursos pe- 
ciuii arios y pixistigio, creó bajo su ].)resielencia una Junta 
de Hacienda con facultades ilimitadas, y fomentó la fun- 
dación de La Gaceta, periódico destinado á. reflejar las 
opiniones del gobierno y explicar sus medidas. Por esü\s 
artes consiguió fortalecer el nerrio de la autoridad, y 
cuando tres meses después llegó Elío (Enero 1811 ), en- 
contró menos desconsoladora, la apariencia de las cosas. 

Favorablemente impre.sionado por este mejoramiento 
ficticio, el nuevo Virrey so aprestó á remover toda traba que 
fuese un obstáculo á la ]>az. Engañándose sobre la mag- 
nitud del morimieuto revolucionario, había creído siempre 
que sólo se trataba de someter cuatro facciosos, designa- 
ción con que aludía á la Junta de Buenos Aires, y persua- 
dirlo ahora que el Uruguay era una base segura de opera- 
ciones militares y políticas, entendía júsar terreno firme 
para la reidizaeión de sus planes. Por efecto de esta doble 
ceguedad, no vio que el desarrollo de las ideas propaladas 
desde la capital del virreinato, asumiendo el carácter de 
una sublevaráón general contra el antiguo régimen, halfiau 
franqueado los límites de Buenos Aires para actuar sobre 
el Continente; y vió mucho menos, ó no le atribuyó im- 
portancia jnayor si llegó á lijarse en ello, la extensión que 
había tomado el descontento público en el Uruguay, pa- 
sando de las vagas indecisiones del año anterior á la or- 
ganización militante de mía agrupación política, qiu; según 
era. do notoriedad, tenía un Club central en Montevideo, 



42 


INTnODUCOIÓX 


agencias sucursales cu todo el país, y afiliados á centena- 
res entre la juventud, los liaccndados y el cj^’cito. 

Cinc;o dííis después de tomar puerto en MouteAÚdeo, re- 
mitió Elío á. la Junta de Buenos Aii*es, por medio de co- 
misionado especial, pro] )osi dones para que aquella corpo- 
radón le reconociese en su autoridad de Virrey, y jura.se 
obediencia á las cortes españolas. Denegada por la Junta 
una y otj*a prct(3iisión, el Virrey se prepiu’ó á emprender 
hostilidades precursoras de una declaración de gucira. Cc- 
n’ó los ])ucrtos uruguayos á las procedencias de Buenos 
Aires, estableció cruceros, que vigilasen los ríos, y refor- 
zando la guarnición de Colonia, envió para albí al bri- 
gadier Huesas, destinado por el momento il comandarla. 
La caballería reglada y las milicias de la misma arma, 
fueron eonecntj’adas en los [motos míís estratégicos, ciibién- 
dole él D. José Artigas, caudillo militar de los partidarios 
de la emancipación, incorporarse con sus Mandc7igucH á 
la guarnición de Colonia. 

El aparato de esta movilización de tropas, ammeiando 
que la guerra estaba en perspectiva, indujo á que el des- 
contento rompiese más decidido que nunca en Montevideo 
y ch’culase todo el país con la rapidez del rayo. Disgus- 
tado Elío de semejante oposición, puso mano sobre el prin- 
cipal de sus instigadores ostensibles, que era el doctor 
D. Lucas José Obes, y lo deportó [)ara la Habana en el 
primer buque hábil. 1^11 atentado, en vez de amilanar, exas- 
peró los ánimos, ilustrando á todos los adversarios del go- 
bierno c-olonial res[)ecto á la suerte que les esperaba. De 
allí á poco, una disputa poj* motivos de servicio cutre Ar- 
tigas y Huesas, [)vovocó la huida del primero á Buenos 
Aires, y aquélla fué la señal del alzamiento del país contra 
la dominación española. 



I-NTRODUCCIÓN 


43 


IV 


En las riberas ele Ásenciot riachuelo del Depailaineuto 
de Soriano, Venancio Bcmnddez, cabo de milicianos, y 
Pedro Viera, capatíiz de estancia, reunieron el 28 de Fe- 
brero de 1811 ochenta ó cien hombres del pueblo, mar- 
cliaron con ellos sobre la ciudad de Mercedes, y depo- 
niendo las autoridades constituidas, proclamaron la caída 
del podíír español. Un mes después se había jironunciado 
el país entero en el mismo sentido, no quedándoles á los 
adictos de la Meti-ópoli otros dominios que Montevideo y 
SUS" subiu’bios, Paysandú recuperado por soqa’csa, y Co- 
lonia guaniecida jx)!* fuerzas respetables. 

La c.spontancidad del movimiento había sido indiscuti- 
ble, no sólo por la concordancia de los esfuerzos, sino por 
haberlo impulsado todas las clases sociales con idéntico 
ardor. A la iniciativa de los conjurados de Asencio, res- 
pondieron los ricos j)ropietaríos y el clero con igual deci- 
sión que el pueblo llano, y aunque careciendo de jefe su- 
penor que ajustase sus operaciones de gueiTa á un ¡^lan 
determinado, se estrenaron triunfando en el Colla, Paso 
del Rey y San José, conti’a cuerpos de tropas pertrecha- 
das de todas las anuas. El vigor de esta actitud, puso de 
manifiesto la firmeza de los propósitos que la inspiraban, 
demostrando que la idea de la emancipación, si bien cons- 
treñida liasta. entonces por circunstancias ajenas á la vo- 
luntad popular, sabía asumir formas definidas que asegu- 
rasen la victoria. 


Dom. Esp.— i. 



44 


JNTRODUCCróN 


Resonó el alzamiento del Uruguay, con vilíración con- 
soladora y simpática donde quiera que se luchaba j^or 
la libertad, y produjo verdadera alegi’ía en el seno de la 
Junta de Buenos Aires, cuyas ai’mas no se habían re- 
puesto aún del doble revós sufrido en el Paraguay por 
Belgrano, y en las aguas del Paraná por el descalabro de 
la flotilla revolucionaria. Así es que mientras la Junta en- 
viaba emisarios, felieitaeiones y aaeeiisos á los’ iusurrectos, 
expedía á D. José Artigas, con quien estaba en eomuiii- 
cación personal, el nombramiento de teniente coronel y 
jefe de las milicias que j)udicra reimir, aprestando al 
mismo tiempo, con destino al Uruguay, un cuerpo de ti’O- 
pas cuyo mando confió á Belgrano en carácter de genera- 
lísimo de todas las fuerzas revolucionarias, dándole por sc- 
gimdo al coronel Rondenu, amigo pci'sonal de Artigas y 
bien quisto entre los campesinos. En tanto que los jefes 
de Buenos Aires y sus tropas emprendían marcha, Ar- 
tigas les tomó la delantera, y bmlando el bloqueo de la 
flota española, pisó territorio uruguayo en 7 de Abril, 
viéndose rodeado en breve por una fuei’te columna de vo- 
luntarios. 

La rapidez con que entró en operaciones fué tan nota- 
ble, como el éxito subsiguiente. El 18 de Mayo ganaba la 
batalla de las Piedras, destrozando el único ejército con 
que contaba el enemigo. El 21 ponía sitio á Montevideo, 
intimándole rendición, á lo que contestó EIío con varias 
salidas que fueron rechazadas. El 27 era evacuada Co- 
lonia por las tropas españolas, al mismo tiempo que Pay- 
sandú volvía á recuperai*se, Minas, San Carlos y Maído- 
nado quedaban Ihnpios de partidas realistas, y una expe- 
dición destacada por Elío en busca de jjrovisiones, era 



INTRODUCOiÓX 


45 


soiprenclida en la ensenada de CsiKtillos y obligada it 
reembare^n-se con ¡jérdidaíi. Cuando las tropas de Buenos 
Aires llegaron al asedio ( Junio l .“), Montevideo, reducido 
á la extejisión que eubi’ían sus fuegos, era el íini(;o punto 
del tenitorio m*uguayo que ocupíiban los españoles. 

Mientras los ¡clanes militares de loa jefes realistas que- 
daban así desconcertados, se abría en el terreno político un 
vasto horizonte á sus esperanzas. La Junta de Buenos 
Aire.s, sustituida violentamente por un Triunvirato, había 
dejado en herencia (rompí ií^ciones internacionales muy 
gi’aves. Desde los primeros días de su gobierno, tenía 
acreditados en ilío Janeiro varios agentes (juc se esforzaban 
jwr atraerse el concurso de los príncipes ])ortuguese.s, sea 
alentando sus miras de coronarse en el llío de la Plata, 
sea abi-i(?iidoles perspectivas lisonjeras de unión comercial. 
Las divcrsa.s fases asumidas por estas negociaciones, fuc- 
1‘on comprometiendo i)ersonas cuyo distanciamionto parecía 
infranqueable; hasta que un día se encontraron en el 
mismo terreno, aunque movidos de sentimientos distintos, 
el Regente, la princesa Carlota, los embajadores de Ingla- 
terra y España, Elío y los agentes de Buenos Aires, quie- 
nes todos á una convinieron en la necesidad de pacificar el 
Río de la Plata, sometiéndolo á la obediencia de Fernando 
VII, bajo condiciones equitíitivas. Los agentes argentinos, 
envueltos en sus ¡propias redes, y bajo la amenaza de un 
ejército portugués que avanzaba sobre las fronteras uru- 
guayas, aceptaron el ajuste de un tj-atíido de pacificación 
en que el gobierno de Buenos Aires reconocía de plano la 
soberanía de Fernando VII y sus legítimos sucesores y 
descendientes, declaraba la indivisibilidad de la monarquía 
española, y como principio de ejecución á lo pactado, reti- 
raba sus ti’ojjHs de la Banda Oriental. 



46 


INTRODUCCIÓN 


Semejíuitcs cláusulas, jiroyectaclas en medio de la vic- 
toria, y cuando la guarnición de Montevideo sólo contaba 
con víveres para quince ó veinte díaa y un numerario dis- 
ponible de doscientos pesos en las cajas reales, suponían 
el más cruel de los desasti’es. Apenas fué consultado Arti- 
gas sobre ellas, afirmó que «eran inconciliables con los 
sacrificios de los ciudadanos », negándose á intervenir en 
las negociaciones. Pero los ciudadanos cuya suerte iba á 
decidü’se por tan extraño modo, no podían ser indiferentes á 
la ultimación de aquel pacto, y en consecuencia, numerosos 
y respetables vecinos firmai’on una petición dirigida á 
Pondeau, jefe de las fuerzas sitiadora.s, pidiendo ser oídos. 
Accedió dicho jefe, reunióudolos en asamblea, á la cual 
tambión enneurríó un comisionado de Buenos Aires, con 
miras de propiciai'se las voluntades en favor del ajaste. 
Expusieron los uruguayos que rechazaban las cláusulas 
del tratado, sin dctenei*se suite Isis eventualidades prospec- 
tivsis de semejante decisión, y (pie si se les abandonaba, 
ellos se defenderían solos, para lo cual habían proclsimado 
á Artigas su general en jefe. El comisionado aplaudió 
aquella actitud, y dio las mayores seguridades de prontos 
y efi(3aces auxilios, á cambio de un poco de paciencia que 
la gravedad de los sucesos exigía, garimtiendo en nombre 
de su gobierno que las aspiraciones del pueblo oriental no 
seiian deñ-audadas. 

Sobre la base de promesas tan amplias, se convino le- 
vantar el asedio de Montevideo, retirándose el ejército si- 
tiador (Octubre 1811) en busca de una posición venta- 
josa donde hacer frente á los portugueses. Pero al llegar á 
San Josó, supieron que el pacto acribaba de ser ratificiido, 
lo que les obligaba á evacuar el tenitorio en su totalidad. 



INTRODUCCIÓN 


47 


No tuv"0 límites el desconsuelo de los iirugaHyos en j)re- 
senoia dcl ardid de que habían sido víctimas, y sus pro- 
testas se oyeron en todas partes, pero sin ñuto, órdenes 
perentorias del gobierno de Buenos Añes, api’emiaron la 
desocupación dcl territorio, eliminando por ose medio cual- 
quier probabilidad inmediata do éxito en la resistencia 
aislada, á los realistas. Las tropas argentinas se encamina- 
ron j)or vía de Colonia á salir fuera del país, y Artigas, 
con ilOOO voluntarios, después de rechazar las proposicio- 
nes de avenimiento que le hizo Elío, se dirigió á, pasar el 
río Uruguay por la altura del Salto, seguido de la mayo- 
ría de las familias campesinas que encontraba en el trán- 
sito. 

El tratado de pacificación definió las respectivas posi- 
ciones entre los directores del movimiento insurreccional 
constituidos en Bucjios Aires, y los cauthllos y pueblos que 
hasta entonces habían aceptado aquella dirección sin con- 
trariarla en lo mínimo. Del punto de vista político, el tra- 
tado era un perjurio que debían repugnar y repugnaron las 
masas ]iopulares, sublevadas de buena fe contra el gobierno 
metropolitano, mientras que producía como acto militar, 
el fi’acaso de la victoria en el momento designado para 
obtenerla. La. apieciación del hedió en sus referencias al 
bien común, indujo á sospechar que existían intereses an- 
tagónicos entre la causa sostenida sin reservas por el pue- 
blo insurreccionado, y las miras ocultas de la fracción 
directriz del movimiento revolucionario. Basándose en este 
supuesto, que circimstanoias futuras debían elevar á la ca- 
tegoría de vei’dad irrecusable, los caudillos y pueblos más 
expuestos á ser abandonados á su suerte en el fragor de 
la Jucha, buscaron una avenencia (pie les diese represen- 



48 


INTKODUCCIÓN 


tacióii moral y fuerza efectiva para asegunu’ por sí mismos 
la ^áctoriJ^ encontrando bajo las insinuaciones de Artigas, 
la fórmula tulecuada al logro de sus intentos. 

Confirmó el acierto del plan elegido, la rapidez de su di- 
fusión. Puede decirse que lo concibieron y trazaron á ca- 
ballo, como si presintieran que ya no clcbían apearac hasta 
realizarlo ó sucuinbii’ en la demanda. Los esbozos de aquel 
plan, cuyas miras finales se resumían en la declaración de la 
independencia del Río de la Plata y su constitución ix>lí- 
tica bajo el régimen republicano federal, fueron trazados por 
Ai’tigas en una larga correspondencia emprendida con el 
gobierno del Paraguay, durante la marcha que le impuso 
el tratado de pacificación para desalojar el país. Ese cam- 
bio de ideas con la ariswi y lejana provincia, que habiéndose 
inde]^)endizado de la .Metrópoli, hacía gala de AÚvir extraña 
ni movimiento icvolucionario, fortificó sus convicciones so- 
bre la necesidad de insistir en los trabajos acometidos á la 
espera de una reacción proficua, y al campar en el A3mí, 
donde la estabilidad de una permanencia temporal le puso 
en nuevo contacto con muchos oficiales de Entre-Ríos y 
Santa- P'c que habían sido sus compañero.s de armas du- 
rante la pasada, campaña, tenía, el propósito firme de gene- 
ralizar, como lo liizo, la inopaganda de las ideas federa- 
les en todo el litoral argentino. 

Así filé cómo el instinto de propia defensa y la aspira- 
ción á destinos mejores, se adunaron para concertar la 
unión federativa de los más belicosos pueblos del viiTei- 
nato. El gobierno de Buenos Aires, advertido de aquel 
movimiento, cpie cundiendo por Entre- Ríos, Corrientes y 
Santa- Fe, amenazaba, extenderse hasta Córdoba., se pro- 
puso combatirlo en la persona de su promotor, á quien 



INTRODUCCIÓN 


49 


consideró desde entonces como un enemigo público. Pero 
obligado á conciliar sus disposiciones agresivas con otras 
necesidades, aplazó la hora del desquite, mientras atendía 
(i cx)njurar graves peligros internos y externos que pro vo- 
ceaba el tratado de pacificación, ú cuya sombra se habían 
transformado los portugueses en conquistadores del Uru- 
guay, y en cómplices de los españoles para apoyar una 
reacción monárquica, cuyo centi-o era Buenos Aires mismo. 

Usufructuando su papel de ¡pacificadores, los portugue- 
ses habíanse hecho dueños de Maldonado, embestido á 
sangre y fuego Paysandú, y se extendían hasta Mei’cedes, 
sin haber encontrado sus vanguardias otra oposición en el 
tránsito, que la de dos divisiones de Artigas, contra las 
cuides chocaron en Yapeyú y el Arapey, sufriendo desca- 
labros de consideración. Noticiado de los heclios el go- 
bierno de Buenos Aires, determinó reforzar á Artigas para 
que tomase la ofensiva contra los invasores, pei’O al sa- 
berlo Vigodet, amenazó desde Montevideo con oponerae 
por las armas á la realización del proyecto. En pos de la 
amenaza, que fuó enérgicamente contestada, vino la decla- 
ración de gueiTa (Enero 1812) y la consiguiente ruptura 
de hostilidades, (¡ue la escuadra española llevó á efecto 
iniciando sobre la ciudad de Buenos Aires una serie de 
bombardeos. De este modo quedó roto el ti’atado de paci- 
ficación en la parte que obligaba á españoles y lu’gentinos, 
sin haber producido oti’o efecto que ima siLspensión mo- 
mentánea de armas destinada á evitar la ruina inmediata 
de los partidarios de la Metrópoli, micnti’as dividía y 
anariiuizaba los elementos revolucionarios, preparando la 
disolución política dcl antiguo virreinato. 

En guerra abierta con España, no le era posible al go- 



50 


INTRODUCCIÓN 


bicrno argentino prescindir de los elementos aglomerados 
por Artigas, así es cpie se propaso utili/arlos, reservándose 
deshacerse de su jefe por medio de una celada. Al mismo 
tiempo resolvió negociar la desocupación del Uruguay por 
los portugueses, para lo cual se valió de la influencia de 
Inglaterra, consiguiendo el ajuste de un armisticio (juc po- 
cos meses después se llevó á efecto. Como procedimiento 
inicial de tan vasto j)l!Ui, mientras daba instrucciones á 
sus agentes diplomáticos, envió comisionados y auxilios pe- 
cuniarios á Artigas, activando al mismo tiempo la forma- 
ción de un ejército cpic junto con las milicias de aquél, 
debía marchar sobre Montevideo y poner fin á la con- 
tienda. Fué nombrado Sarratea generalísimo, recibiéndose 
del mando (Junio) con aplauso de todos, y especialmente 
de los uruguayos, quienes estaban lejos de suponer el do- 
ble carácter de aquel nombramiejito. Las órdenes reserva- 
das de Sarratea eran, secuestrar de la obediencia de Arti- 
gas el mayor número de ti’023as, y apoderarse de la ¡persona 
del caudillo. Desde luego, ¡mso por obra la primera parte 
del plan, arrebatájidole un regimiento de línea y dos din- 
siones de milicias, pero sea que no se atreviese á tanto, 
scii que no encontrase quién le secundara en la emjíresa, 
postergó la segunda izarte de sus encargos. 

El descontento producido j)or semejante conducta, creó, 
una situación de animosidades y desconfianzas que reflu- 
yeron sobre el éxito de las opci’acioncs militares. Los vo- 
luntarios que rodeaban á Artigas cambiaron -su anterior 
entusiasmo i)Oi* un decaimiento visible, y algmios jefes de 
las tropas auxiliares, cediendo al contagio, cmjie/.aban á 
desvim’se de Sarratea., que á su conditáón de general im- 
231’ovisado sin (;ausa ni motivo, demostraba tan inveterada 



INTRODUCCIÓN 


51 


familiai’idafl con la intriga. Tnstailo por vario.s de sus 
amigos residentes en Buenos Aires, participó Ai*tigas al 
gobierno central la verdad de lo que ocurría. Coincidió 
que llegaran sus común ieacioncs en momentos en que el 
gobierno ú. quien iban dirigidas y del cual era Samitea 
cmanaídón y miembro, acababa de ser den’ibado por un 
movimiento ijopular (Octid)re 8), conservslndose la opinión 
muy excitada. conti*a los caídos. Al traslucii-se, pues, esta 
nueva conq^robación de sus maniobi’as, en instantes en 
que un ejército español avanzaba victorioso desde el Alto 
Perú sobre Buenos Aires, fué uníínime la censura y enér- 
gico el remedio que se pidió para cortar de raíz el mal. Eji 
atención á ello, el nuevo gobierno dió la.s mayores seguri- 
dades de estar pronto ú tranzar toda disidencia, y al efecto 
comisionó para entenderse con Artigas, it D. Carlos Ma- 
ría de Alvear, poderoso dignatario de la Logia Lautaro, 
que era el centro masónico político investido con la alta 
y secreta (brección de los negocios públi(50.s. 

La intervención de este personaje en los negocios, em- 
peoró la situación. Alvear quería íí todo tiance desha- 
cerse de Artigas é incorporar el país Ci las demas provin- 
cias como territorio conquistado, así es que ahondó las 
divisiones existentes, produciendo la anarquía en todas 
pintes. Desorientado el gobierno de Buenos Aires ante 
semejante situación, creyó que lo jnás prudente era aban- 
donar el Uruguay á su propia, suerte. Vista la amenaza de 
im ejército español que sustituyendo al derrotado en Tu- 
cumiin retomaba el camino de su antecesor, concibió el 
plan de atacarlo, reconcentrando para ello todas sus fuer- 
zas disponibles, incluso las acantonadas en el Uruguay, 
cuyos jefes superioi’es recibieron a\iso de a],)re.starse para 



52 


INTRODUCCIÓN 


acudir al sitio del peligro. Mientras se conciliaban las dili- 
ciiltades inherentes al caso, en presencia de noticias fide- 
dignas sobre algo muy seiio que intentaba Vigodet contra 
Santa- Fe ó Buenos Aires, Rondenu había avanzado con la 
vanguardia sobre Montevideo, operación que acompañó 
con mucha lentitud Sarratea, poniéndose en marcha á pe- 
queñas jonuidas. Tras de él movióse Artigas en aire de 
observación, y así continuaron din-ante dos meses, liasta 
que un suceso inesperado modificó aquella situación ti- 
nmte. V^igodet, coucTctando sus planes á batirse conti-a lo 
que tenía al frente, liizo una s-alida sobre los sitiadores, 
dando mérito á Roudcau pai-a que ganase la brillante vic- 
toria del Cerrito (Diciembre .31). 

Poco tiempo después, y debido á la repulsión que ya 
insph-aba á todos, era Sarratea expul.sado del. ejército por 
decisión de los jefe.s, concentrándose sobre Montevideo las 
fuerzas revolucionarias, auxiliares y del país, bajo el mando 
del general Rondeau, para estrechar el cerco de la ciudad. 
Eliminadas entonces las disidencias, fué invitado Ai-tigas 
á provocar cnti-e los suyos el reconocimiento de la Asam- 
blea Comstituyentc instalada en Buenos Aires, y al efecto 
convocó -á todos los pueblos y cabildos ¡lai’a ijue designa- 
sen sus rei)re.sentantcs (íon e.se objeto. Reuniéronse éstos 
en el cain[)o oriental, delante de Montevideo, á 5 de Abril 
de 181.3, y convinieron en reconocer la .tisamblea, bajo 
condición que se diera una satiafacoión pública al Uruguay 
por los agravios pasados, se re.s¡x)tara su autonomía pro- 
vincial, y se mantuviera el asedio de Montevideo sin dis- 
minuir el efectivo de las tropaíj auxiliares ni cambija* el 
genci-Jil en jefe. Nombi-ái-onse cinco diputados á la Asam- 
blea Constituyente, en razón de ser cinco los cabildos en 



INTRODUCCIÓN 


53 


que estaba subdividido el país, y estos diputíidos recibie- 
ron iitóti-ucciones de Aitigas pai’a jxídir la independencia 
absoluto de las colonias del Plata bajo una confedei-ación 
republicana, el cambio de la capibil íí otra ciudad que 
Buenos Aires, la división deJ poder póblico nacional y 
jirovincial en tres ramsis, la promoción de la mayor liber- 
tad civil y religiosa para todos, y la erección del Uruguay 
en provincia federal con límites fijos. 

Quince días niás tarde, reunida otra Asamblea, con el fin ' 
de constituir autoridades en bi Provmcia que vela.sen por 
sus intereses liasto entonces abandomidos á las eventuali- 
dades de la guerra, se procedió a elegir Gobernador mili- 
tar y Cuerpo municiptd, recayendo el primer cju’go y la 
¡^residencia de la municipalidad en Ai*tigas, y los demás 
enqjleos en personas de reconocidas aptitudes. Para « in- 
dependi/.ar al nuevo gobierno dcl bullicio de las armas » se 
acordó establecer su a.sicnto en la villa de Guadalupe, bajo 
la vicej)rcsidcucia interina de D. Pitido Méndez, quien co- 
municó estsis noticias á la Asamblea Constituyente (Mayo 
8), con el deseo de abrir corre.s¡Kmdencia oficial. Pero sea 
que la forma arrogante de la comunicación no gastase ó 
que estuviera ya adoptado el plan que se realizó más timde, 
el he(dio es que no obtuvo re.spuc.sta algiuia. 

Llegaron entretiuito á. Buenos Aires los diputados uru- 
guayos, presentando á la Constituyente los diplomas testi- 
moniales de su mandato. Contra lo usual en tales casos, 
incluyeron á los ¡xideres visiulos por autoridades ¡copulares 
y judiciales, oti’os documentos, originales ó cei'tificados, que 
abundaban en detalle.s sobro la elección. Este complemento 
de prueba dió mérito á una superchería, por la cual se 
afirmó no haber exhibido los di¡xitodos otros recaudos que 



54 


INTRODUCCIÓN 


aquellos documentos accesorios. En consecuencia, loa re- 
presentantes del Uruguay fueron rechazados por la Asam- 
blea (Junio 11), íi título de que sus poderes no revestían 
calidad bastante. Reelegidos por todo el país, volvieron á 
presentarse á la Asamblea, donde nuevos pretextos retar- 
daron su admisión indefinidiuneute; con lo cual quedó 
comprobado que no influía, en el rechazo de los electos su 
procedencia comicial, sino que les fulminaban las instruccio- 
nes de sus mandantes para ti*abajar por la independencia 
política de las Provincias Unidas y la fundación del go- 
bierno federal republicano. 

Sobreponiéndose á injusticias tan vejatorias. Artigas y 
los suyos se contrajeron á estrecliar el asedio de Montevi- 
deo, en la esperanza de que el triunfo sobre el enemigo 
común haría, factible la organización institucional que per- 
seguían. Mas no alentaba iguales propósitos el gobierno 
de Buenos Aires, cada vez más enconado contra las tenden- 
cias federalistas de las Provincias del litoral, sobre las 
cuales meditaba todo género de hostilidades, sin rehuir 
aquellas que la solidaiidaxl de causa colocaba fuera del lí- 
mite de las agresiones posibles. Persiguiendo tales desig- 
nios, acantojió fuerzas sol)re determinados pimtos de Entre- 
Ríos y Corrientes, para cortar las comunicaciones entre 
dichas pi’O’sdncias y el Uraguay, por medio de correrías 
cuya marcha triunfal se hizo efectiva ííom la jiersecución de 
varios gnqjos de miliciajuos y el fusilamiento de algunos 
de sus oficiales. Por mucho que reclamó Artigas couü’a 
semejantes atentados, sus quejas, en vez de contener, fue- 
ron motivo de acentuar las agresiones hasta el extj’emo de 
ima guerra abierta. Con el fin de repelerla, se establecieron 
cordones militares sobre los ríos fronterizos, quedando íisí 



INTRODUCCIÓN 


55 


los uruguayos comprometidos á at'roiitai* las agresiones que 
sus compañeros do causa les hacían por la espalda, mien- 
tras de frente peleaban juntos contra el último baluai-te del 
poder metropolitano. 

A fin de cuentas, rompióse aquella anormalidad, por 
donde lo deseaban sus provocadores. El gobierno de Bue- 
nos Aires había demostrado desde antes de la batalla del 
Cerrito, que coad5Mivaba de mala gana al asedio de Mon- 
tevideo, así es que tomando pie de un refuerzo recibido 
por la plaza, se halló en aptitud de incidir sobre su miti- 
guo proyecto. Cuando menos lo pensaba, recibió el general 
Rondeau órdenes urgentísimas de abandonar el sitio, reti- 
rándose á Colonia, donde le esperaban transportes para 
conducirle. 02JÚsose el general á semejante desacierto, con 
todas las razones imaginables, pero la orden fue reiterada. 
Entonces siqDÜcó que se enviase una comisión i)cricial, 
para que ¡írevia vista de ojos, remitiese informes sobre la 
conveniencia de aveiiturai*se al retiro. Vencido el gobierno 
por tanta insistencia, nombró la comisión pedida, que se 
exjúdió de conformidad con el general sitiador. 

Aquella decisión soldadesc.a cambió la fjiz visible de las 
cosjus, sin modificar en lo mínimo los 2>lancs recónditos del 
gobierno, quien se j^rej^aró á realizarlos por otros medios 
que le dictaba el disimulo. Conqjrometido á su jDCsar en 
la jn’osecución de la contienda armada, vio que era ilógico 
sostener con sacrificios de sangre los derechos de mía pro- 
vincia., y negarle al mismo tiempo representación en el 
Congreso, iior lo cual estimuló nueva elección de diputados, 
pero preparándose á echar todo el peso de su influencia en 
el asunto. El pretexto fiió hábilmente e.scogido, como que 
nacía de la réplica á una coiLsidta de Artigas sobro la ojior- 



56 


INTRODUCCrÓN 


tiiuidad de convocar un CongTCBo que representase al Uru- 
guay luego de ser desalojado por los españoles. Hupeiundo 
en liberalidad á Roudeau, que se había opuesto á. la ine- 
didii por creerla desacertada, y peligrosa, el gobierno de 
Buenos Aires defirió ó la convocatoria inmediatji del Con- 
greso, a.utorizando ostensiblemente al general en jefe de las 
tropas auxiliai’es que íiUanase toda diíicultad, mientras en 
reserva le trasmitía otras órdenes. 

Puestos de acuerdo Eondeau y Artigus, eotivocó este 
ííltimo á elecciones, previniendo á los cabildos qiuí los 
electos debían comparecer á su campo militar, y revisar 
allí las actas de 5 y 2 1 de Abril, donde constaba, la crea- 
ción de las instituciones bajo cuyo róginicn estaba el país, 
y la forma pracíüca en que correspondía desenvolver el 
pacto de unión con las demás provincias. En seguida de- 
bían tiuslaclarsc al Ciuutel genei-al, paiu reunii-se en Con- 
gi’eso y proceder de eoníormidud á sus facultades repre- 
sentativas. Pero dos días antes de verificarse la remúón, 
expidió el jefe de las fuerzas de Buenos Aii'es una circu- 
lar á los congresales, diciéndoles que el ajDarato de las ar- 
mas (lana apariencia de coacción á las deliberaciones, y les 
señaló la cajDilla de Maeiel para instalarse, indiicióndoles 
con este escnipnlo á pj’c^scindir de un trámite que fort^ile- 
cía la solidaridad ncccísaria entre lo que iban á resolver 
ellos y lo que habían estatuido sus antecesores, tratando 
las mismas cue.stiones cem facultades y propósitos idón- 
ticüs. 

Cual si no fueran suyas las recientes proteshis conti’a 
toda coacción militar, Kondeau se impiLSO de hec;ho j)or 
l*i'csidentc del Congreso, abriendo en tal caráctci’ sus deli- 
beraciones (8 Dicdembre). Impugnó esa conducta D. Tomás 



LSTItODlJCClÓN 


57 


(jarcia de Zúñiga, en tdnniiios emlrgicos, pero el voto de 
la ma}^oría le fué desfavorable. J^^xamiiiados en seguida los 
poderos de los diputados, resultó que varios do ellos con- 
feríaji maiidato i sus poseedores para revisar en el campo 
de Artigas las actas de 5 y 21 de Abril, mientras otros 
e^u’ecían de esa cláusula^ por lo cual se convino como tran- 
sacción, que dos diputados pasaran al alojamiento del Jefe 
de los Orientales, invitándole á nombre del Congreso para 
que conciuTiesc personalmente, ó mandase persona de su 
sati.sfucción con todos los documentos. Al día siguiente, dió 
cuenta la coraLsión de La respiujsta verbal de Artigas, que se 
contraía á quejarse del desaire infligido por la inasistencia 
de los diputtidos á su {ilojamiento, y declinaba toda con- 
currencia al Congreso, donde no tenía nada que exponer ni 
documento que presentar. Ksta brusca salida, agrió el 
ánimo de la mayoría, y no obstante los esfuerzos en con- 
trario de algunos diputados, el Congreso sancionó que sus 
sesiones prosiguiesen sin intermpeión donde liabían comen- 
zado, y clausm-6 la de ese día, creando un Gobierno Pro- 
vincial compuesto de García Zíifíiga, Durán y Castellanos, 
y eligiendo á Salcedo, Larrañaga y Churmarín i)ara dipu- 
tados á la Asamblea Constituyente de las Provincias 
Unidas. 

Advertido del error á (lue le indujeran los ímpetus de 
un pei'sonalismo excesivo, Ai’tigas intentó reanudar las ne- 
gociaciones de avenimiento, pero la fonna que eligió para 
dar este paso fuá tan destemplada é inoportuna enmo la 
anterior. Volviendo sobre una pretcnsión que ól mismo 
había abandonado sin motivo, ofiíáó al Congi’oso pidién- 
dole cumpliese el trámite de la revisión de las actas de 5 y 
21 de Abril; y que á la vez cnvia.se á su alojamiento las 



58 


IKTBOmJCÍ’lÓK 


actas de las sesi«)iies que hasta entonces había celebrado. 
Produjo aquella insinuación de superioridad, un acalorado 
debate entre los adeptos incondicionales de Artigas y el 
resto de los diputados que protestaba contra la a<ítitud des- 
comedida del caudillo. A fin de cuentas, resohúó la mayo- 
ría no liacer innovación algima en las sanciones del Con- 
greso, declarando al mismo tiempo jigotados los procedi- 
mientos («jnciliatorios en el sentido de volver sobre propo- 
siciones que Artiga.s había rechazado cuando se le brindó 
con los medios de realizarlas. 

Inmediatamente de saber lo resuelto, pasó Artigas una 
circulai’ á los comaudiuites de los pueblos, declarando nulo 
el Congreso de Macicl, y ordenándoles como jefe de la 
Provüicia, <pic liiciesen prestai- obediencia á aquella deter- 
minación. En seguida propuso á Rondeau la reunión de un 
íuievo Congreso para tranzar las diferencias existentes, á 
lo que se negó el jefe de las fuerzas auxiliares, alegando no 
reconocerse con facultade^s para procexler en materia li- 
brada al gobierno general ó íl la l^rovincia misma. En- 
toiices, lo que no había cojiseguido el gobiei’iio de Buenos 
Aires con sus desdenes, ni Sarratcíi con sus iniquidades, lo 
produjo el amor propio herido ante la imposibilidad de 
poner frente al Congreso que se negaba á revocar sus deci- 
siones, oti-o Congreso más dócil á aquellas mii-as. Artigas 
se retiró con sus ti’opas del asedio (Enero 1814), d^ondo 
muy comprometidas á las ñierzas argentinas, que por sí 
solas no supcrabjui las de la plaza. En venganza de esta 
actitud, el gobierno de Buenos Aires expidió un decreto 
declarándolo traidor á la Patrúv, y poniendo á precio su 
cabeza. 

G)nducidas á tal extremo las co.sas, pudieron lisonjearse 



INTKOOUCCÍÓX 


59 


los partiflarios ele la Metró^X)!! con jjerspcctivas inmediatas 
de triunfo. Desplcgiu'on en consecuencia grande actividad 
para ascgm-iu’ el éxito que parecía sonreirles. Atendiendo 
las ventajas que lea proporcionaba el rompimiento entre los 
independientes, ofrecieron á Artigas y los suyos, empleos, 
honores y caudales, que fueron noblemente rechazados. Al 
mismo tiempo organizaron una flota naval ¡jara atacar las 
fuerzas marítimas de Buenos Ames, y entonados j>or un 
socorro de municiones y dinero recibido de lama, toma- 
ron la ofensiva con aliento. Pero el gobierno de Buenos 
Aires no fué inferior á la provocación, (íontestójidola con el 
apresto de otra flota de combate, y el refuerzo del cjéríiito 
sitiador. La escuadra ai’gcutma batió á la española, y el 
ejército sitiador se liizo dueño de Montevideo por capitu- 
kción, desapareciendo así el último vestigio del poder ma- 
terial de la Metrópoli sobre el territorio uruguayo (Junio 
1814). 


V 

■ Con la entrega de Montevideo, quedó resuelta, á la vez 
que la emancipación del Uruguay, la de las provincias del 
Kío de la Plata, en cuyo territorio sólo consen^aba la Me- 
tróix)li aquella plaza militívr. El movimiento revoluciona- 
rio entró entonces en un nuevo ¿período, que debía poner á 
pnieba los talentos y las virtudes de sus directores. Caída 
la dominación extranjera, se planteaba netamente la cues- 
tión sobre el régimen político que debía sustituirla, obli- 
gando á los partidos á manifestarse con una ñ-anqueza de 


Dom. IÍSP.— i. 



60 


INTRODUCCIÓN' 


que hasta allí estuvieron excusados en mérito á las inceili- 
dumbres del éxito. La amplitud de las perspectivas ofi’e- 
cidas por aquella opórtunidiicl, parecía adeiaiada íí inducir 
los ¿Inimos á un acuerdo en que prevaleciesen la abnega- 
ción y la piTidencia, pai’a sacar del hervidero de las pasio- 
nes en choque, la fórmula que salvase intacta la existencia 
de una gran patria común. Síntomas inequívocos de 
repulsión á proseguir obedeciendo el antigno dominio 
centralista, eran la actitud del l^araguay y el caloroso 
apoyo que suscitaba, eji las provincias litorales la pj'opa- 
ganda federal de Artigas, íuguyendo estas demostraciones 
que no podía conti’ariarse aquella corriente tan pronun- 
ciada, sin arriesgar la división y el fraccionamiento. 

No lo pensó a.sí el gobierno de Buenos Aires, embria- 
gado por la victoria que le hacía heredero accidenUil del 
poder metropolitano. ],)ucfio de Montevideo, trató al Uru- 
guay como país conquistado, señalándole límites por un 
decreto y nombrándole Gobernador intendente que lo ad- 
ministrase á su arbitrio. Sucesivas contribuciones de gue- 
rra esquihnaix)!! lo que aun restaba de la antigua riqueza 
pública, fraudes electorales hasta entonces nunca vistos 
organizaron las nimiicipalidad&s y diputaciones con hechu- 
ras del conquistador, y una persecución general á las per- 
sonas y sus bienes, puso el colmo á los sufrimientos. El 
país protestó con las armas de aquella agresión á sus de- 
rechos todos. Fue breve, pero llena de alternativas la lu- 
dia, que se decidió al fin en la batíilla de Guayabo (Enero 
1815 ), dejando á los lu’uguayos dueños excliLsivos de su 
territoiio. La aspiración creciente que pedía para las Pro- 
vincias Unidas un gobierno basado sobre el régimen repu- 
blif^ano federal, recibió con esta victoria un ]joderoso cm- 



INTRODUCCIÓN 


G1 


puje que llevó hasta Buenos Aires uiisiuo el eco ele sus 
vibraciones simpátieas. 

El Directorio ejecutivo y el Congreso, á cuya acción 
conjunta obedecía la polític-a de sumisión y exterminio de 
las Provincias sometidas al protecitorado de Artigas, fue- 
ron derrocados y sustituidos por un gobierno provisional, 
que inició sus primeros actos mandando quemar en la 
plaza pública de Buenos i\ii*es los deci-etos infamatorios 
lanzados cojiti-a el defe de los Oricntídes, y declarándose 
dispuesto á proponerle arreglos pacíficos. Pero el nivel 
moral del nuevo gobierno estaba muy abajo de las espe- 
ranzas dcjiositadas en él, como lo demostró en seguida, eli- 
giendo seis de los jefes militares que por sus compromisos 
con el gobierno anterior suponía incursos en el odio de 
Artigas, y enviándoselos jirocesados y cargados de cadenas. 
Artigas devolvió los prisioneros, protestando no ser ver- 
dugo. Bajo tales auspicios, ocupó el poder en Buenos Ai- 
res un Director interino (Alvarez Thomás), quien obligado 
por la opinión, reanudó en ima forma civilizada y cris- 
tiana, aunípie con designio de hacer imposible todo aveni- 
miento, las negociaciones de paz que el pueblo de las Pro- 
vincias Unidas reclamaba. Mai*charon, en ese concepto, dos 
comisionados á Paysandú, para convenir las bases de la 
pacificación (Junio 1815). 

No había motivo para suponer que si el Jefe de los 
Orientales, abandonado á su suerte indecisa en 1818, lo 
subordinó todo á la defensa de la causa federal, declinase 
de sus pretcnsiones conocidas, ahora que esa aiusa ü’iim- 
faba bajo sus auspicios en Comentes, Entre -Kíos, Santa- 
Fe y Córdoba, ciuíontrando partidarios y sostenedores en 
Buenos Aires mismo. Así fué que al formular de su paite 



INTRODUOCrÓN 


G2 

el proyecto de transacción, se limitó á rejíroducii' lo san- 
cionado por el Acta de Abril de 18.13, en cuanto a que la 
Banda Orientiil del TJrugiiay pactaba con las demás Pro- 
vincias del Kío de la Platti una alianza ofensiva y defen- 
siva, pero quedando sujeta á la Constitución que sancio- 
nase el Congi’eso general, legalmente reunido, teniendo jmr 
base la libertad. Pedía, además, que se devolviera al. Uru- 
guay una parte del armamento extraído de sus parques, la 
flotilla naval, la imprenta y una indemnización pecimiaria 
para resarcir las enormes exacciones ó injustificadas con- 
tribuciones de guerra impuestas al país por los delcgadí^ 
del Directorio que J ; babían ojirimido. Establecía, ])or úl- 
timo, (pie las Provincias y pueblos comprendidos desde la 
margen oriental del Paraná hasta la occidental, quedaban 
incluidos en la mencionada alianza ofensiva j defensiva, 
como igualmente las Provincias de Sanbi-Fe y Córdoba, 
basta que A’^oluntariamente no quisiesen separarse de la 
protección de la Provincia Orientid del Uruguay y dii’cc- 
cióu del Jefe de los Orientales. 

Los comisionados opusieron á estas bases el proyecto 
de un tratado de paz, por el cual Buenos Aires reconocía 
la independencia de la Banda Oriental del Uruguay, i’e- 
nunciando los derechos derivados del antiguo régimen. Ha- 
cíase extensivo igual reconocimiento á las provincias de 
]laiti’e-Ríos y Comentes, « dejándolas en libertad de ele- 
girse ó ponerse bajo bi j)rotección dcl gobierno que gus- 
tasen». Renunciaba, además, Buenos Aires, á exigir cual- 
quier indemnización proveniente de los gastos ocasionados 
por la toma de Montevideo á los españoles, pidiendo igual 
reciprocidad por parte del Uruguay en cuanto á los auxi- 
lios que hubiese franqueado al mismo efecto. Bajo esta 



IXTR0]>UCC1ÓN 


6y 

coiifoimidnd, lina y otra Provincia soi'ían obligarlas á, 
auxiliarse en la guerra contra la Metrópoli, y para evitar 
todo motivo de querellas internas, se devolverían recípro- 
camente los prisioneros hechos por una á oü’a, y protege- 
rían en BU mayor ajnplitud los intereses y las personas de. 
sus residentes respectivos, así como el comercio de inter- 
cambio entre sus habitantes. Proponían, por An, los comi- 
sionados, que en caso de no ser repulsivo al Uruguay, se 
demoliesen las murallas de Montevideo, por convenir así 
á los intereses genei’ales de la Nación. 

Á la verdad que las proposiciones de los comisiona- 
dos de Buenos Aires, no podían estar más destituidas 
(le sentido político, ni ai’güir con mayor vehemencia con- 
tra los planes del gobierno que las autori/.aba. Esto no 
obstante. Artigas insistió en el proyecto de consolidar 
la nnión, y para lograrlo de un modo que excluyera sos- 
])ccbas de pei’sonalismo, se decidió á confiar la gestión del 
asunto á los representante.s de los j:)ucblos inmediatamente 
interesados cu el óxito. Dirigió con tal motivo invitaciones 
á las cinco provincias de la I./iga Federal, pidiéndoles que 
eligiesen diputados á un Congreso destinado á reunirse en 
el Uruguay, para fijar las bases del acuerdo que debía so- 
meterse á la cojisideracióu del gobierno de Buenos Aires, 
como garantía de ulterioridades venturosas, llespondierou 
las pro’iúucia.s invitadas, adhiriendo al propiísito, y de 
entre los dijiutados electos, se designó una comisión com- 
]-)uesta de cuatro de ellos, con cargo de proponer un tratado 
definitivo sobre las bases de (ionfedcración formuladas en 
Junio anterior. Marcharon los diputados á Buenos Aires, 
y después de largas conferencias con el gobierno, císte se 
negó á todo (Agosto 18.1.5), dcmo.strando así la e.sterilidad 



G4 


introducciÓjn; 


(le cualquier tentativa de concordia que amenazase sustraer 
el líioviniiento revolucionario á la dirección artificiosa de 
irnos cuantos letmdos y políticos, pm’a encauzarlo en las 
corrientes populares, ansiosas de independencia y libertjicl. 

La razón infoi’inante de esta conducta, reposaba en causas 
ocultas íí la inteligencia del vulgo, y que sólo el tiempo 
debía poner de manifiesto ante el porvenir. Los hombres 
que dirigían el movimiento insuiTcccional desdo Buenos 
Aires, eran refractarios á. las infiiiencdas de la opinión pú- 
blica, Organizados eu mí centro misterioso que se deno- 
minaba Logia Lautaro, elaboraban allí sus planes bajo 
condiciones cliscáplinarias y compromisos de obediencia, 
j)ropios del sectarismo conjurado, pero impotentes para 
íimclar las instituciones de un pueblo libre. En la oscuri- 
dad de a(jueUos acuerdos, sin más control que el voto de 
sus conferentes, fijábanse los nimbos políticos cuyo secreto 
sólo poseían los aOliados de la Logia, quienes constituían 
á la vez el personal de donde se reclutaban los gobernantes, 
legisladores y genei’ales, encargados de dar impmlso ex- 
teiior á lo pactado. Contra e.ste A^allacbii’ invisible que la 
astucia, de los más ])revenidos había colocado en merbo de 
las corrientes revolucionarias, chocaban y se deshacían las 
esiDontaneidades generosas y las iniciativas fecundas, ma- 
nifcshidas y acometidas á plena luz jior los pueblos con 
todo el candor de su entusiasta buena fe, 

Sin perjuicio del alcance atribuido á los propósitos ini- 
ciales de la Logia Lautaro, para conseguir la organización 
independiente y republicana del Kío de la Plata, el aisla- 
miento en que actuaban sus afiliíidos y las resistencias que 
el espírítu revolucionario les oponía doquiera, concluyeron 
por transformarles en advérsanos de ambas aspiraciones. 



lílTRODUCCIÓN 


66 


Al organizarse los legistas en centro directivo ele la revo- 
lución, no tenían oti’o \nnculo con las infusas populares que 
la antipatía comíin al dominio colonial. Reducidos á es- 
coger entre la constitucicín de un gobierno propio con ele- 
mentos internos, ó la conquista de influencias exteriores 
que les llevasen Íí fundar la autoridad sobre bases inonái*- 
quicas, optaron por este lóltimo temperamento, divorcián- 
dose del criterio vulgar en materia tan importante. Colo- 
cados en ese terreno, se plegai-on á los trabajos en favor 
de la princesa Carlota, con cuyos agentes combinaron sus 
esfuerzos, hasta que inhabilitada la candidatura de la 
princesa por las perplejidades de la corte lusitana, dieron 
oti'o riunbo á sus combinaciones, impacientados de la du- 
ración prospectiva de la anarquía, que ellos mismos habían 
contribuido á desencadenar y que se encontraban impo- 
tentes i^íU'a reprimir. 

Admitidas las preocupaciones y temores de estos hom- 
bres, no es de imputarse á traición que en las angustiosas 
cij'cunstíincias peculiares al primer bienio revolucionaiio, 
buscasen ]iríncipc á quien investir con el gobierno. De lo 
más que puede acusárseles hasta entonces, es de haber 
sido inferiores á la situación, cuyas dificultades prctendnm 
dominar con recursos exti-aílos á su índole. Careciendo de 
fe en la capacidad política de las multitudes insiureccio- 
nada.s, juzgaban de su actitud final por las exterioridades 
visibles, cuya, resultante, era la anarquía, uivclando todas las 
reputaciones y hundiendo todos los prestigios urbanos. En 
Buenos Aires, centro de la Revolución, había fracasado la 
iniciativa de encarrilarla ]>or medio de un Congi'eso, preci- 
pitándose las facciones á la conquista del poder dictatorial 
ejercido sin imts norte que la defensa de siv. intereses. Una 



INTRODUCCIÓN 


fiO 

desorganización ¡laralela minaba lu existencia de las de- 
más provincias, sin ti’aslucirse en ellas otra jierspcctiva de 
orden que la sumisión al caudillaje, cuya autoridad tenía 
(íontomos similares (ion la de los antiguos jefes de tiibii. 
Sieiido, jiues, el sistema monárquico una forma de go- 
bierno regular, y la tíniisa que había mantenido en jiaz á 
los ixieblos del Plata, no era de exü'afíarse que muchos la 
i'escrvasen en sils c^dculos como solución posible de tantas 
desventimas. 

Pero si las dificultadas de la éjioca y la orientación par- 
ticular de algunos de sus hombres, explicíiu y absuelven 
los trabajos monárquicos en momentos en que el Paraguay 
rechazaba una expedición revolucionaria, Montevideo j)cr- 
manecía bajo las banderas del Rey, y el ejercito español 
marchaba desde el Alto Pciti sobi’e Buenos Aires, nada 
ha}’- que justifique la prosecución de esos trabajos, cuando 
sucesivas idctorias militares habían desalojado el poder 
colonial de todo el virreinato, y los caudillos populares su- 
bordinaban sus aspiraciones á la conquista de fórmulas 
adelantadas de gobierno jiropio. Mucho menos puede jus- 
tificui-se la tóctica depiresiva y humillante con que los afi- 
liados de la Logia icanudaron las negociaciones, á pesar de 
que los intereses creados pior la victoria y el sentido co- 
míin, las imposibilitaban de consuno. Eliminada toda 
perspiectiva de constituir gobierno nacional coronando un 
príncipe cuahjuiera de las casas eui’opeas reinantes, one- 
cieron iucondicionalmente el dominio de estos pueblos it 
Inglaterra, para que los gobernase a inodo de colonias do 
su piropiedad. Como el gobierno inglés repudiara la oferta, 
dieron oti*o giro á sus pretensiones, yendo á inqilorar de 
Carlos IV, destronado y caduco, un candidato de su (esa, 



INTRODUCCIÓN 


67 


puesto que, segóii rlcciau, la edad y la distancia no le per- 
mitían á él, solDerano legítimo y amado de los pueblos del 
Plata, pasar á scntai’sc en mi trono que le correspondía de 
dereclio. Para remover todo inconveniente á. la aceptación, 
se conquistaron la complicidad del príncipe de la Paz, fir- 
mándole documento en que le señalaban una pensión 
anual de cien mil pesos, para sí y sus descendientes, cual 
correspondiera á un Infante de Castilla; y cuando desqiuós 
de liaberse humillado tanto, les fuó imposible lograr su 
objeto, arrancaron del Congreso de Tucumán, que acababa 
de declarar la independencia de las Provincias Unidas, el 
beneplácito de incorporarlas á la corona de Portugal, 
como territorios complementarios de los dominios de D. 
Juan VI 

La corte portuguesa, más experta que los postulantes 
cu discernir oportunidades, midió la extensión del com- 
promiso que era invitada á contraci*, antes de aceptarlo 
llanamente. Su situación era diversa á la de 1808, f)ues si 
entonces, libre de reatos con España, podía aspirar á here- 
darla en el Plata, ahora, adlierida todavía á ella por los 
vínculos de la coalición europea, contra Ponaparte, arries- 
gaba echarse encima la antipatía de las demás potencias, 
pretendiendo hostilizar á los españoles en la reivindicación 
de sus dominios coloniales. Para precaver aquella eventua- 
lidad y hacerec al mismo tiempo de recursos de guerra en 
el futuro y posible teatro de las operaciones, buscaron los 
estadistas lusitanos un jiretexto cpie habilitándoles á pres- 
cindir del acuerdo de los aliados, disipase las desconfianzas 
de quienes más próximamente podían vigilar sus actos. Al 
efecto, se diiigió el gobierno portuguós á los de Inglate- 
rra y España, avisándoles que la defensa del orden en 



68 


INTIIODUCCIÓX 


SUS colonias de Amanea, le obligaba á trfisladar á ellas 
una de las divisiones militares de su ejército europeo, y 
reclamada por este modo indirecto la conformidad, pudo 
sin obstíl(;ulo aglomerar sobre, el tenitorio del Brasil, un 
níicleo veterano que garantiese el éxito de toda tentativa 
de fuerza. 

•Lnegjo que consolidó su situación militar, empezó é pre- 
parai*sc el camino para jastificar la actitud subsiguiente. 
Le urgían en dicho sentido, el Plenipotenciario argentino 
García, negociador principal de la trama, y D. Kicolás 
Herrera, que ya desempeñaba de hecho, el puesto de ase- 
sor político con que vino míís tarde incorporado al ejército 
invasor. De acuerdo c!on estas instigaciones que hablaban 
tan fuertemente á sus propios instintos, el gobici'im jmrtu- 
gués i'odobló sus quejas contra los perjuicios que causaba 
á la provincia de Río-grande el estado aiuírquico del Um- 
guay, no olvidando de inculcar sobre la necesidad de po- 
nerle téi’mino por la fuerza. Cumjdidos esos preliminaics, 
expidió órdenes ]:>ara el embarque con destino lí Santa Ca- 
talina, de la pi'incipal división que debía abrir operaciones 
apoyada por una escuadj’a compuesta de buques de todo 
bordo. ' 

De manera que cuando Artigas, aliado á las provincias 
de Entre-Ríos, Corrientes, Santa-Fc y Córdoba, procla- 
maba las instituciones republicanas bajo el régimen federal, 
los monarquistas ríoplatenscs abrían las puertas del Uru- 
guay á las tro])as portuguesas, para que comenzasen por 
allí la reconquista colonial de los pueblos, hipócritamente 
declarados libres por un Congreso que en secreto los en- 
tregaba maniatados al exü-anjero. Secundando los c,sfuer- 
zos de los portugueses, el gobierno de J3uenos Aires orga- 



líPniODüCCiÓN 


69 


nizaba im ejército en Santa- Fe, para sojuzgar toda coope- 
ración de resistencia al invasor, y en previsión de ultci'iori- 
dades, se reservaba caer sobre los federales, es decir, sobro 
el pueblo armado de la Nación, con las tropas que aglo- 
meradas en las provincias del Norte, presentían destino su- 
perior al de la traicáÓJi á la causa póblica. Tal era el plan 
desacertado y criminoso, bajo cuyo influjo debía entre- 
garse á. I). Juan VI de Portugal, la independencia y el 
honor de las Provincias Unidas del Sur. 

El avance de la expedición conquistadoi’a se supo in- 
mediatamente en Montevideo, cuyo Cabildo llamó al ])hís 
Íí las armas (Junio 22 de 1816), pju’a defender la inde- 
pendencia amenazada. Ai-tiga.s hizo igual cosa, circulando 
órdenes á los jefes militare.s de nprestiirse al combate (Ju- 
nio 27). Impresionado el es))íi’itu póblicto en todos los 
íímbitos del Plata poi‘ la injusticia de la agresión y la va- 
lerosa actitud con que se recibía, una reacción benévola 
se operó á favor del Jefe de los orientales, hasta en aque- 
llas provincias donde era menos simpático. El gobierno de 
Buenos Ames, previendo que semejante explosión de fra- 
ternidad reforzaría la influencia del caudillo, afectó sospe- 
char que loa portugueses invadían de acuerdo <;on Artigas, 
y explicó de ese modo su propia inacción, disculpándose 
con la perplejidad en que se veía para decidirse. Entre- 
tanto, los portugueses, sumando entre veteraiKíS y milicias 
un ejército de 10.000 hombre.s, avanzaban sobre el Uni- 
guay, extendidos en una línea de operaciones cuyos extre- 
mos eran el lago Merín y las Misiones orientales. 

Artigas (rompr’cndió desde el primer inomenfr;, que no le 
sería posible afroirtar con éxito, en tcrritoiio propio, aque- 
llas masas orgarrizadas, que á más de su efectivo conside- 



70 


INTKOnUCCrÓN 


rabie, clisponíaii de una escuadra auxiliar, así es que conci- 
bió el plan de una vigoi’osa ofensiva, llevando la guerra al 
temtorio ocupado por la nación invaaora. Para el efecto, 
puso en pie de combate todas las milicias disponibles del 
país, que podían sumar unos 6000 hombres, en su mayor 
parte de caballci’ía, proponiéndose aumentarlas cmi divi- 
siones de Entre -Ríos y Corrientes que podían computarse 
en mi tercio de aquel nómero. Organizó una flotilla naval 
para mantener la comunicación expedita en el alto Uru- 
guay, distribuyó armamento y municiones de infantería, 
enc^irgando la formación de cuerpos de esta arma, y expi- 
dió patentes de corso para con-esponder á las hostilidades 
de mar. Preparado así, ti-azó su plan ofensivo, que consis- 
tía en invadir las Misiones orientales por el Uniguay y el 
Oiureim, frustrando la iniciativa de los portugueses hacia 
el Norte y amagándoles por la espalda hacia el Este. 

No esj-Kíraba el enemigo esta agi'esión: así es que sin 
mayor cautela prosiguió su marcha de avance. Descabeza- 
ron sus primeras columnas la línea comprendida desde 
Cerro-Largo hasta el Merín, ocupando una de ellas, que 
ora vanguardia del general en jefe, el fuerte de Santa 'l’e- 
rasa en Agosto de 1816. Apenas tuvo Artigas noticia 
del hecho, oixlenó la invasión, lanzando sobre las Misiones 
á los comandantes Andrés Artigas, Sotelo y Verdón, 
mientras éb mismo, al frente de un cuerpo de reserva que 
combinaba sus movimientos con las divisiones de Otor- 
gués y Rivera, se mantenía á la expectativa. Los prímeros 
resultados de esta actitud fueron tan brillantes, como de- 
síistrosa y íiangríenta su concliLsióii final. Aiufrés Artigas, 
ayudado de la escuadrilla del alto Uruguay, invadió y su- 
blevó las Misiones orientales, sitiando en San Borja al jefe 



INTRODUCCIÓN 


71 


de Uis t’uerzutí eneniigas, que se había- guarecido allí. Otor- 
giKÍs marelió sobre Cerro -Largo, para cerrarle el paso ala 
columua que entraba de Río -grande por esa dirección. 
Rivera, con una división de las tres armas, fiió destacado 
sobre la vanguardia que había partido de Santa Teresa, 
logrando oportiuiaincnte interponerse entre ella y el ejer- 
cito invasor. Artigas se colocó entonces sobre el paso de 
Santa Ana en el Cuareim, protegiendo la iiTupción que 
hacían sus tenientes en el Korte. 

Sorprendidas las tropas port-uguesas ante aquella ini- 
ciativa, afrontaron el peligro con resolución. Estaban man- 
dadas por jefes aguerridos en las recientes guerras europeas, 
disponían de arnianicnto superior, y contaban con el auxi- 
lio de milicianos acostumbi’ados ¿í los c,*ombates de parti- 
darios. Desde el 2G de Septiembre hasta el 5 de Octubre, 
Andrds Artigas y Sotclo fueron derrotados y deshechos en 
(ánco aiioiones sucesivas, perdiendo la flor de su gente, y 
todo el tren de artillería y caballadas. Verdón, que se 
había internado en protección de ellos, tuvo que soporUxr 
solo, en Ibirocay, el ataque do las fuerzas victoriosas, y 
no obstante su denuedo, abandonó en derrota el campo 
sembrado de c.adáveres de los suyos (19 Octubre). Esti- 
mulado el enemigo por tan alentadores progresos, reein- 
]ji‘endió su itinerario do avance, que por un instante se 
había visto obligado á abandonar. Babiendo que Artigas 
se encontraba en Carumhc sobre el Cuarcim, se decidió lí 
buscarlo allí, y el 27 de Octubre le presentó batalla. A pe- 
sar del valor individual desplegado por sus troiias, iVitigas 
fué derrotado, dejando tendida sobro el campo la mitad de 
los combatientes íí sils órdenes. 

Estos triunfos de la expedición coiKpiistadora, ó la vez 



JNTK(JDUCC1ÓN 


que dcspcjabnii el Norte, deseiubara/abau la acción de 
sus columnas en el l{!.ste, ])or donde entraba el general en 
jefe con el grueso de las tropas escogidas. Otorgués y 
Rivera estaban encargados de liacer frente á aquella musa, 
cuyo avance no tenía otro antemural (jue la contuviese, 
pues ocupada Santa Teresa y desguarnecidos Maldonado 
y Montevideo, la suerte de la campaña flependía de la 
habilidad de ambos jefe.s. El primero en chocar con el ene- 
migo fiié Rivera en India Muerta, siendo acucliillado y 
desti'ozado, á extremo de no quedarle nuts de cien hombres 
jimtos, con los cuales salió del campo de batalla (1,0 No- 
viembre). Eliminado ese obstáculo, jirosiguieron su mar- 
cha los portugueses, avanzando una de sus columnas de 
vanguardia hasta el Sauce, donde el comandante (tU- 
tierrez les atacó sable en mano, derrotándoles con grajides 
pérdidas. Al mismo tiempo. Otorgues, cuyas avanzadas 
habían sido sorprendidas en Cerro -Tjargo, se retiraba sobre 
el Cordobán, y alcanzado allí por otra columna enemiga, 
la {ifrontó con éxito, obligándola á retirarse en dispersión i. 
Equilibradas así las ventajas recíproíjiis entre invasores y 
patriotas, y rehecho Rivera, Otorgués buscó la incorpora- 
ción de este último, con ánimo de batir la división enemiga, 
que habiendo penetrado por Río -grande, acababa de hacer 
alto en el poti-ero de Canu 2 )d. La victoria se contaba 
segura, pero disensiones de mando ocurridas entre los dos 
jefes patriotas, les separó en el momento decisivo, facili- 
tando así la incoq) 0 ración de 20ÜÜ hombres de toda.s ar- 
mas al grueso del ejército invasor. 

Perdida la campaña del Este, quedó abierto á los inva- 
sores el camino de Montevideo, que emprendiei’on á mai- 
('bas lentas. Rarreiin, Delegado de Artigas en la ciudad, 



IN'J'KODUCCMÓX 


78 


üciirrió al Director Dueyn’edon, jefe del gobierno de Jlue- 
iios Aires, pidiéndole auxilios. Se creía autorizado para 
hacerlo, en virtud de una iniciativa re^ilizada por uípicl 
funcionario en Ioí? primeros días de Noviembre, transcri- 
biéndole á él, al Cabildo de Montevideo y ¿i Aidigas, la 
nota en (pie iuci'epaba al generalísimo portugués su actitud, 
y le imitaba á su.spcnder sus marchas. Pero el Director 
Pueyrredóu, caloroso afdiado de la Logia Lautaro y ejecu- 
tor consciente del plan contra el federalismo i’epublicano, 
sólo había dado el paso que esperanzaba a Barreiro, para 
salvar las apariencias, así e.s que recibió Mámente las 
iiitUcacioiies de aquél, desalentándole cuanto pudo sobre 
las perspectivas de una resistencia eficaz al enemigo. Sin 
embargo, como la opinión del pueblo de Buenos Aires 
fuese cada vez más unánime en favor de los orientíües, y 
Baireiro repitiese sus instancias de ser soconrido, PuejuTe- 
dón le manifestó que acreditase oficialmente pcisonas con 
quienes entenderse, á cuyo efecito, el delegado le envió con 
plenos poderes y como diputados suyos, dos miembros del 
Cabildo de Montevideo. 

Llegados éstos á Buenos Aires, PueyiTedóii se negó á 
prestíirlcs uxilio algoino, sin que anticipadamente suscri- 
biesen un acta de incoiporación del Uruguay á las Pro- 
vincias Unidas, bajo condiciones idéntica.s á las que ha- 
bían sido rechazadas por las provincias de la Liga fede- 
rad, ciompi’ometiéudosc, en caso iifirmativo, á protegerles de 
inmediato con lÜOO hombres, S piezas de eañchi, 1000 fu- 
siles y las consiguientes municiones de repuesto. Los di- 
putados, previa estipulación secreta que establecía la per- 
manencia de Ai'tigas y demás jefes orientales en sus mis- 
mos privilegios, distinciones y rangos, firmaron el AcUi de 



74 


JNTHODUCOÍÓX 


incorporacióji cuya sustancia era: que el tenitorio tle la 
Banda Oriental jimisc obediencia d Congreso y ul Direc- 
tor, en la misma forma que las demíts jirovincias, euar- 
bülando el iDabellón comíin íí ellas, y enviando inmediata- 
mente sus i’cpreseutantes al Congreso; en eoiisecuencia de lo 
cual, « el gobierno supremo quedaba por su parte en faci- 
litar* todos los auxilios que fuesm dahlea y necesitase el 
Uruguay 2 Jara su defensa» (8 Diciembre). Sin esjrcrar la 
ratificación del jracto, el Director lo publicó inmediata- 
mente, y cuando los diputados enq^ezaro]! á urgir ¡ror el 
envío de auxilios bélicos, les contestó que todo dependía 
de la esj)erada ratificación. Formuladas nuevas instan- 
cias en ¡n-esencia del avanec victorioso de los portugueses, 
el Director se excusó con el tiempo re(juerido jrara idtimar 
los aprestos, aconsejando de paso al Cabildo de Mojitcvi- 
deo que asumiese el mando político de la ¡daza y designase 
un jefe militai* ¡rara encargarse de su defensa, sin perjuicio 
de lo cual, envió una cantidad de laJicbas con destino al 
transporte de las familias que deseasen ponerse en salvo. 

Habiendo logrado el primero de sus objetos, que era 
aparecer como defensor de la integridad de las Provincias 
Unidas, supuso Pueyrredón que no podía insistir en aque- 
lla actitud sin comprometei’se realmente, así es que se pre- 
paró á atenuarla con la mayor presteza posible. Bajo pre- 
texto de examinar la situación creada por los íiltimos su- 
cesos, convocó una reunión de las corporaciones políticas 
y militares de Buenos Aires, á la que asistieron los dipu- 
tados de Montevideo, quienes no atinaban ya con los re- 
sortes que debían tocíir ¡)ara el logro de ios recursos ]n*o- 
metidos. Establecióse en aquella conferencia la verdad de 
la situación, y quedó bien demostrado que no coincidíaji 



IXTRODUCOIÓN 


75 


las intenciones positivas clel gobierno con sns recientes 
alardes. Después de un cambio de ideaa entre los concu- 
rrentes, se i-esolvió que en vez de la declai’ación de guerra 
indicada por Lis circunstancias, se enviase un comisionado 
al generalísimo portugués para enterarle del giro que to- 
maban los negocios, y exigirle, 6 bien el retiro con sus tro- 
pas íí la línea divisoria de frontei’as, o bien el ajuste de 
una suspensión de armas y acantonamiento por ti-es meses 
del ejército invasor sobre una. línea convenida, ínterin se 
acreditaba plenipotenciario ante la corte del Brasil pai’a 
estipular tiansacciones generales. 

Entre tanto, ni Barreiro, m el Cabildo de Montevideo se 
habían ati’cvido á ratificjir el pacto de incorporación que el 
Director exigía fuese aceptado j)or todos los habitantes de la 
Banda Oriental, á quienes scgiu'amentc no reju*csentaban 
el delegado de Artigas y el ayuntamiento de la ciudad. 
Por su ])Hrte, ej Jefe de los Orientales, sabedor de los pla- 
nes á que obedecía la invasión líortuguesa, negó también 
su aprobación al pvicto, justificando esa actitud con la de- 
claración de que « amaba demasiado su patria, para sacii- 
fiííar el rico ])atrimonio de los oríentales al bajo precio de 
la necesidad». I^ueyrredóu, que es]:>eraba este resultado, se 
satisfizo de verse libre de a])rcJTiios y escudado á la vez 
contra los reclamos de la opinión. La comexlia. hvibía sur- 
tido todos sus efectos en el ánimo impresionable del pue- 
blo porteño, que no se exifiicaba la condiujta. de su vecino, 
Ijrcíiriendo el dominio extranjero u la unión contra el ene- 
migo común. 


Dom. Kst.— i. 


10 . 



76 


INTRODUCCIÓN 


VI 

Abandonados los uruguayos ú sí mismos, intentaron un 
doble esfuerzo por tierra y mar. De todas partes acudieron 
gauebos y milicianos para reforzar las columnas deshe- 
chas, y negros libertos á iucoiporarse por centenares á los 
rotos batallones cuyos cuadros quedaban en pie. Desde el 
pueblo de la Cruz, donde Anch-6s Artigas al frente de un 
cuerpo de voluntarios esperaba la incorporación de las mi- 
licias de Corrientes, hasta Minas, donde Lavalleja daba las 
primeras trazas de aquella entereza de ánimo que debía ha- 
cerle más tarde el libertador de su Patria, se foniió luia 
muralla viviente de resistencia al conquistador. Los corsa- 
rios de mar, izando su temible bandera, fueron á pasearla 
frente á las foitalczas de Poitiiga.1 en Amórica y Eui-opa, 
siendo testigos de sus agresiones llío Janeiro, Pernambuco, 
Bahía, Oporto y Lisboa, en cuyos puertos apresaron ó 
destruyeron los buques dcl comercio portugiiós. 

El enemigo pensó que J’ecién empezaba la guerra, ó 
indeciso, se detuvo por un instante en los límites que le 
señalaban sus últimas victorias. En aquel momento 
supi-cmo, si la dirección militar hubiera coirespondido 
á los empeños dcl país, la invasión portuguesa se ha- 
bría retii'ado vencida. Pero Artigas, cuyos planes de 
guerra admiraban sus propios contendores, no tenía el 
dominio del campo de batalla, y un cúmulo de circunstan- 
cias en que enti-aba por mucho la fatalidad, le inducía al 
desacierto en la elección de sus tenientes. Cinco años de 



nerRODuccióx 


77 


lucha, habían creado pi’estigios individuales, desta(;ando de 
entre la multitud á cierto número de jefes que la acandi- 
liabai. en segunda fila, pero los últimos desastres, al poner 
á prueba la habilidad de esos caudillos, no dejaron otro 
vínculo enti-c ellos y las masas, que el de la obediencia 
naciida de lá abnegación por la causa pública. Artigas no 
se (lió cuenta de aquel cambio, y prosiguió atribuyendo al 
asciaidicnte individual de los jefes dc]*rotados, la facilidad 
con (jue se rehacían. Inspirado en esas ideas, no solamente 
les confirmó en sus mandos al pi*epararse á la nueva (;am- 
pafia, sino que los elevó en categoría, poniendo bajo sus 
órdenes el grueso de las fuerzas disponibles, mientras rele- 
gaba ú puestos subalternos, en las di^úsioiies movilizadas 
ó en las guarniciones de plaza, ii los verdaderos militíires 
de escuela. 

Insistiendo siempre en su plan favorito de llevar la 
guerra al territorio ocujiado i)or el enemigo, tomó posicio- 
nes avanzadas sobre la línea del Norte, mientras trataba 
de contener la irrupción del Este por todos los medios 230- 
sibles. Con ese doble designio, destacó á D. Andrés La- 
torre sobre el Cuareim, confiándole un ejército de 3400 
homl)rc.s, á la vez que D. Fructuoso Rivera, á cuyas ór- 
denes puso todas las fuerzas del Este y parte de las del 
Siii’, quedó en observación del generalísimo 23ortugués que 
se movía lentamente sobre Montevideo, guarnecido por la 
tropa de línea que el comandante Bauzá había organi- 
zado. Don Tomás Gai’cía de Zúñiga, al mando de la 
división de San José, engrosada por varias jíai’tidas de las 
adyacencias, formaba en el cenü’o un cuerpo destinado á 
acudir donde fuese más necesario. Artigas, al frente de 
ima gran guardia, se situó cji los oeiTos del Ai’apey, para 



78 


INTRODUCCIÓN 


observar y dirigir el movimiento invasor sobre los portu- 
gueses. 

Peneti'ados éstos do la inminencia del peligro, ocuiiieron 
á defendei’se donde primeramente asomaba, y lo consiguie- 
ron con mayor éxito todavía que en la campaña anterior. 
Una división ligera de las tres armas se dirigió sobre el 
campamento de Artigas en el Arapey, donde casi logTa 
luiccj’sc dueña de su persona, después de lial)er asaltado á 
sangre y fuego aquella posición reputada, inexpugnable 
(3 Enero 1817). Al siguiente día, Latorre, que instigado 
por las órdenes de Artigas, buscaba al enemigo, lo encontró 
en el Catalán, librándose una larga y sangrienta, batidla 
en que el jefe uruguayo fué vencido y disperso. Gópole 
poco después igual sueitc á Andrés 7V.rtigas, quien atacado 
en el centro de sils opcracáoncs, sufrió un completo desas- 
ti'e, precm'sor de grandes atrocidades del enemigo en los 
pueblos sublevados por aquel cíiudillo. Para complemoito 
de -reveses, D. FiTictuoso Rivera, arrollado en todas par- 
tes, abandonó la defensa del Este, replegándose con las 
reliquias de su cli\isi6n á Colonia. 

Al saberse en Montevideo estas noticias, Barreiro resol- 
vió abandonar la ciudad, cuyas fortalezas desmanteladas 
no tenían tras de sí más que un batallón de COO plazas y 
una comi)añía de artillería, para resistir á 8000 hombres 
(pie avanzaban sobre ellas. Su plan, concordado en junta 
de jefes, era incíoiporurse á las fuej'zas del centro que man- 
daba García de Zúñiga, formando sobre esa base un ejército 
pava acosar y sitiar al enemigo, jiiientras Artigas se reor- 
ganizaba del mejor modo que le fuera dable. Salió, pues, el 
Delegado á situarse en las inmediaciones de Santa Lucía, 
donde comenzó á constituir el nuevo núcleo de resistencia. 



INTnODUCCiÓN 


79 


]^cro aJ mismo tiempo que la ciudad era abandonada, el 
Cabildo, en precaución de los <lesmanes del enemigo, que 
entusiasmado por las últimas victorias, ya estaba casi á 
sus puertas, le envió una diputatáón compuesta de dos ca- 
bildantes y el Vicario apostóli(5o, ))ara convenir la entrega 
ti-ansitoria de la plaza, á condición de que fueran respeta- 
tías todas las personas, sus derechos y propiedades, y que 
el ocupante devolviera il la Corporation las llaves de la 
ciudad, cuando debiese evacuarla. Aceptó el generalísimo 
portugués estas condiciones, y el 20 de Enero entró en Mon- 
tevideo, siendo recibido con los liojiores de su rango, bajo 
palio. 

Suponiendo que la serie de contratiempos sufridos, liu- 
bier.in quebi’antado el ánimo de Lts poblaciones inniles, 
los portugueses esperaban tranquilamente la sumisión del 
país, cuando obsea-varon que en todas pai-tcs se alzaban 
nuevas pai’tidas y hasta se o)’ganizaban cuerpos de ejór- 
cito. El generalísimo dictó entonces desde Montevideo un 
Bando, por el cual ponía fuera de la ley, como salteadora 
de Ciiminofí, á toda emitida que robare ó maltratare algún 
vecino, ó hiciere exacciones en los vecindarios pacíficos, y 
en caso de qiie la aprehensión de dichas partidas no pu- 
diera veriliearse, se haría la más severíi represalia en las 
familias y bienes de sus componeute.s, á cuyo fin saldrían 
fuertes destacamentos del ejército portugués á quemar sus 
estimcias, y conducir sus familias á bordo de la escuatha 
(Febrero 15). Para que la acción siguiese ála amenaza, se 
preparó á tomai- la ofensiva por sí mismo, mientras sus te- 
nientes so le adelantaban por el lado del Norte, invadiendo 
la provincia de Entre-Ríos, á caiyos habitantes dirigieron 
proclamas llenas de insinuaciones iracundas. 



80 


INTRODUCCIÓN 


El Director PiieyiTedón, entonado con las victorias dcl 
ejercito argentino en Cliile, hacia algíin tiempo que empe- 
zaba á repugnar la posibilidad de que las Provincias Uni- 
das pasaran al dominio de D. Juan VI de Portugal, 
pues aunque monarquista decidido, le humillaba la pers- 
pectiva de una incorporación tan deprimente como aquólla, 
y de la cual sólo creía merecedor al Uruguay, por sus as- 
piraciones incurables de republicanismo. Pero si el efecto 
de la nueva situación militar argentina, actuaba sobre el 
animo del Director con semejante influjo, mucho más am- 
pho y expansivo era el que ejei’cía en el espíritu púbhco, 
removiendo rivalidades de locahsmo para elevíu*se hasta la 
aspiración de hacer extensivo á todos los pueblos dcl PlatJi 
el sacudimiento de cualquier yugo extranjero. Kn ese sentido 
era cada vez más propicia la opinión á la causa de los imi- 
giiayos, y más insistente el presentimiento de la inconve- 
niencia política de su abandono, así es que en cuanto cundió 
la noticia de haber franqueado el invasor los límites de En- 
tre-Ríos, se manifestó una corriente tan desfavorable como 
amenazadora para el gobierno. Pucyj’rodón se preparó en 
consecuencia á representar el segimdo acto de la comedia que 
había ideado en provecho de sus combinaciones políticas ; 
pero esta vez, no solamente para. mistificar al pueblo mien- 
tras cavaba la fosa á los defensores de la Banda ()riental, 
sí que tambión para explorar los sentimientos de la corte 
del Brasil respecto á la íuiexión de las Provincias Unidas. 

Tomando j)ie del último Bando publicado cu Montevi- 
deo, lanzó otro el Director (Marzo 2), lleno de solenmes 
protestas en favor de la independencia nacional, y de con- 
miseración patriótica por la guerra que desolaba al Uru- 
guay, donde había visto la luz un documento cuya lectura 



INTRODUCCIÓN 


81 


hubo (le conducirle á el, «¿í los últimos exti’cmos, si la 
dignidad del puesto que ocupaba, uo le hubiese aconsejado 
otros medios de hacer entender al general portugués, cuánta 
equivocación había padecido creyendo ca2iaz al Gobierno 
supremo de resignarse á los insultos hechos al nombre 
americano. » Vindicaba de paso su actitud tolerante hasta 
entonces, fundándose en las esperanzas ([uc se le habían 
dejado entrever, de que la agresión conti*a la Banda Meri- 
dional del Río de la Platíi « era dirigida á la dicha y en- 
grandecimiejüo del Estado», y lamentaba, por lo tanto, qué 
el espíritu público se liubicse alarmado «con injuriosas 
sospechas contra la integiidad de sus sentimientos.» En 
seguida transcribía un olido dirigido al genei’tdísimo por- 
tugués, en el cual, afeándole su inusitado rigor contra las 
familias y proiiicdades de los uruguayos, le deshzaba estas 
frases sugestivas: «Las familias que V. E. trans2)orte á 
su escuadra le aumentarán gastos, peligros y las dificulta- 
des de proveerse de subsistencias, al paso que deja más li- 
brcí! de esta atención á los orientales fieles. Las estancias 
taladas é inccnchadas por V. E. harán mi mal efectivo al país 
á quien V. E. dispensa su jirotección, jicro sobre nadie 
gravitará más sensiblemente que sobre su ejército, cuyas 
provisiones han de venirle de campos quemados y destrui- 
dos. » Pasando después á oti’o orden de consideraciones, 
anunciaba quedar suspenso el emno de una misión exti*aor- 
dinaria á Río Janeiro, « hasta tanto que de un modo ine- 
quívoco se manifestaran ventajosas á estas Provincias las 
negociaciones que pudieran entablarse en conformidad al 
espíritu de los pueblos. » Concluía, por último, asegurando, 
que si las medidas decretadas desde Monterideo se lle- 
vaban á efecto, él cjcrceiía represalias sobre los súbditos 



82 


INTRODUCCIÓN 


(le S. M. F. residentes en las Provincias Unidas, á cuyo 
efecto mandaba internarlos; y jiara contrarrestar la ñiei'za 
con la fuerza en los dominios invadidos, detcrniinaba que, 
adcmits de los auxilios enviados íiltimamente á varios 
puntos del territoiio oriental ( dOü fusiles con municiones, 
300 fornituras y 2 jiiezas de campaña), se remitieran 
otros nuevos de todo gtínero. 

Al mismo tiem])o que hacía estas manifestaciones pu- 
blicas, escribía rescrvadanicnte al Congreso de Tuenmun, 
declarándole que la rájilica al Bando portugués no pasaba 
de una maniobra « jiai-a acallar los clamores de los pue- 
blos exaltados, conservar su ardor patiiótico, y detener el 
nombramiento de un enviado extraordinario al Bi’asil », 
evitando in convenientes al que allí estaba de iirme (Gar- 
cía), y perturbaciones á la negociación scci’cta en que to- 
dos eran cómplices. Siguiendo este doble juego, aplaudió á 
García el pi*o 3 'ecto de ultimar con la corte deJ Janeiro un 
tratado de alianza ofensiva y defensiva contra j'Vi-tigas, so- 
bre la base de que la compiista no teaspusiese los límites 
de la Banda Oi’iental, jicro (;on la obligación de coadyuvar 
á que se hiciese dueña del territorio comprendido entre 
esos límites, para lo cual se comprometía el Gobierno m’- 
gentino á retirar á los urugnajms todo auxilio, inclusos los 
muy escasos que hasta entonces les había suministrado. 
K1 Congreso de Tucumán y el ministro García quedaron 
recíprocaincnte avisados y coiicorde.s con los planes de 
Pue 3 nTcdón, jicro la. camdllei’ía. portuguesa, que dirigía sus 
operaciones combinándolas con la actitud de las grandes 
poteiuáas europeas, coito los oídos á las iusinuacáoncs de 
García, y so afirmó cada, vez mas en el designio de ha- 
cerse dueña del Río de la Plata> 



INTRODUCCIÓ N 


83 - 


Ignorante de lo que pasaba en Europa, donde sus agen- 
íes diplomáticos mantenían conexiones con intiigantes se- 
cundarios, y ei’an hasta objeto de burla-s jDor el conocido 
proyecto de coi’onar un vastago de los lucas á falta de 
cíMididate viable, llegó íi. creer PiieyiTedón que la reserva 
de la (!orte del Janeiro obedecía al, deseo de aivan carie á él 
mayores seguridades sobre su aquiescencia á la (xniquista 
de la Banda Oriental, y con el fin do satisfacerla, quiso 
demostrar que sus declaraciones de hostilidad contra Arti- 
gas no se reducían á simjJcs promesas de realización con- 
tingente. Para el efecto, abrió Jiegociacioncs con Rivera y 
(!)torgués, á pretexto de oftecerlcs auxilios de gucira, pero 
con el fin do sondear el ánimo de estos jefes y sejiararlos 
de siLS compañeros de causa. La fruición del Director 
ante las probabilidades favorables de la trama, comprueba 
la escasez de sus vistas políticas. ^sDc Artigas nada se — 
escribía á raíz de lo.s desastres de Anipey y Catalán — sinó 
(|uc estaba en el Hervidero haciendo nuevíus reuniones, 
para hacer sin duda nuevos sacrificios. Me estoy enten- 
diejido con Frutos Rivera. » Concretadas en este tono sus 
referencias á la guerra contra los portugueses, solía salpi- 
car el J’elato con chistes de gusto equívoco. Cuando logró 
por fin conseguir* que las voluntades se anarquizasen, sti- 
blevando unos cíontra otros á los c-aiidillos defensores de 
la independencia, el Directoi* c,*elebraba su triunfo con esta 
fi’ase: « ¡ Ya se rompió el btüle en la Banda Crien tíill » 
Paralelainente á procederes tan alevosos, un acto polí- 
tico de la mayor trasceiidencia consolidaba la situación de 
Portugal ÍTcntc al más temible de sus advej’sarros. Medi- 
tando España la reivindic’ación de las colonias del Plata, 
puso en juego, pai’a asegurar el éxito, otros medios que la 



84 


INTKODUCCIÓN 


fuerza material con que no contsiba. Redacto una protesta 
moderada y firme contra la conquista portuguesa, some- 
tiéndola á las cinco principales potencias europeas, que al 
acogerla favorablemente, dieron orden á sus representantes 
reunidos en la conferencia de París, de asumir la actitud 
correspondiente. En consecuencia, los pleuipotenciaríos de 
Austiia, Francia, Inglaterra, Priisia y Rusia dirigieron una 
nota colectiva al Ministerio de Negocios Extranjeros de 
Portugal (Marzo 16), haciendo presente el disgusto con 
que veían la ocupación militíu’ del Urugua}’^, y la dis- 
posición en que estaban de intervenir para que fuese 
restituido al soberano español aquel dominio legítimo de 
su corona. Planteada así la cuestión, estaba resuelta en fa- 
vor de España, porque no era posible á Portugal luchar 
contra toda la Europa representada por las potencias sig- 
natarias del ultimátum. Cíípolc, sin embargo, á la cancille- 
ría lusitana librarse de aquel peligi’o, volviendo contra Es- 
paña las mismas ai’mas que ella esgrimiera. 

El duque de Pálmela, Plenipotenciario portugués en IjOu- 
dres, fué designado por su gobierno para que, asociándose 
al marqués de Mirialva, que lo ei’a en París, avocasen el 
asimto. Político diesti’o, quiso Pálmela ante todo explorar 
el ánimo de aquellos de sus adverearios que poj’ el antago- 
nismo de intereses con España, suj)onía entrados á la coa- 
lición de mala gana. En esc (;aso se hallaba Inglaterra, á 
quien la independencia del Río de la Plata reportaba la 
doble satisfacción de vengar un revés militar y asegurar su 
libre comercio, siguiéndole Austria, que por no ser poten- 
cia colonial, ni ganaba ni perdía con la desmembración de 
las colonias esjiañolas. Púsose, pues, en contacto con el Mi- 
nisti*o austi’iaco en Londres y los principales hombres jx)- 



INTRODUCCIÓN 


85 


líticos ingleses, quienes le confirmaron en sus sos 2 :>eclias, 
enterándole que era Rusia la instigadora de aquella ines- 
perada actitud de las potencias. ]!)ueño entonces del secreto 
de la coalición, habló á los disidentes en nombre de los in- 
tereses que fatalmente debían segregarlos de ella, hacién- 
dolo con tanto ado'to, que aiTíiiUió del Gobierno inglés la 
pi’onicsa. secreta de garantir á Portugal contra una inva- 
sión de sus Pstados peninsulares, eventualidad la más te- 
mida para el caso de resistencia al ultimátum, y obtuvo 
del rejiresentente de Austria promesas de cooperación que 
equivalían á una alianza; comániendo, en cambio, que para 
no exasperar á Rusia, el gabinete portugués liabía de re- 
ducir sus aspiraciones sobre las colonias del Plata á la 
conquista del Urugua}^ sin mostrar por ella tampoco un 
empeño decidido. 

('íonmovida en su base la coalición, se preparó Pálmela 
á lograr todo el fruto de aípíella primera victoria, ideando 
compensarse de la rciiimcia á la. adquisición de las pro- 
vincias dcl Plata con restituciones importantes en el con- 
tinente. ciu’opeo. Ocupaban los españoles la ¡daza militar 
de Olivonza, que Portugal les había cedido desde el teatado 
de Bada.joz, en 1801. Pedir la j’cstitución de aquella plaza 
era la segunda parte del plan proyectado, como arbitrio de 
promover una cuestión nueva, para la cual no estaban pre- 
parados ]ú el Gobierno esi)añol ni sus sostenedores. Adop- 
tada esta línea de conducta, marebó el duque para París, 
donde se puso de acuerdo con su compañero, y firmaron 
una nota aceptando la mediación de las potencias, en nom- 
bre de los intereses de la paz europea, ante los cuáles de- 
claraban secundario para Portugal cuanto pudiei’a servirles 
de obstáculo. CoiTes^ioiidiendo á esa actitud deferente, ad- 



INTRODUCCIÓX 


mitiüse á los pleiiii)oteii(:iarios portugueses eii la intimi- 
dad de las negociaciones, ventaja considerable que les tlió 
pci’sonería igual lí la de cualquiera de los representantes de 
las poteiidas aliatlas. 

Premunidos de ese rango, formularon una exposición de 
motivos dcstiiuida á rel)atir los que alegaba España conü’a 
la conquista del Uruguay, y la presentaron li la conferen- 
cia. Esforzábanse por demostrar en diclio documento, que 
no había tal conquista sinó una simple ociq)aci(‘)n provisio- 
nal, mientras dm’asc el desorden que inquictiiba aquellas 
cx)marcas. Alegaban que el teinátorio uruguayo se había 
declarado independiente, siéndolo de hecbo y de deracho 
CJi el momento de la ocupación poi*tuguesa, que no encen- 
tró ídlí un solo soldado de Espafífi, mientras en cambio 
luchó centra autoridades revoltosas y masas de gauclicís, 
originarias del país, unas y otros. Iso había híibido, pues, 
j)or parte de Portugal, agresión íi los derechos de una po- 
tencia amiga, sinó actos prccíiucionales de propia defensa, 
ejercidos en buena ley internacional, sobre un teiritorio 
anarquizado. Complementaban estos raciocinios, criticando 
la actitud de España, que mientras se dejaba arrebatm’ en 
silencio por los Estados Unidos sus territorios americanos 
de la Florida, donde tenía dominio incue-stionable, no va- 
cilaba en provocal’ una coalición eurojiea para incoiqwrarse 
pueblos de largo tiempo atrás libertados de su- autoridarL 
Y por último, concluían, que si aceptado por España en 
1811 el auxilio portugués para pacifiem* el Uruguay, no lo 
supo aprovechar ni agradecer, era admisible la sospecha do 
que ahora jn’omoviese nuevo litigio sobre aquel lejano suelo 
para lograr ventajas territoriales en los Estados peninsula- 
res cuyas fronteras dividía en común con Portugal. 



INTRODUCCIÓN 


87 


El resultado de esta exposición tjii) habilidosa eoiuo 
atrevida, fuó que á los representautes de Inglaterra y Aus- 
tria, ya secretamente de votados á los portugueses, se iucoi’- 
porasc el de Pnisia, temei'oso de los conflictos con que 
amenazaba la deferencia á las pretensiones del Gobierno 
cs]iañol. Quedaron en minoría los sostenedores de España, 
rediuádos á los plenipotenciarios ruso y francés, y entonces 
ñié invitada la conferencia á discutir y sancionar im ¡n’o- 
yecto de conciliación basado sobre los siguientes puntos : 
1 " Abandono de Montevideo y toda la Ban<la Oriental pol- 
los ^xirtugueses, quienes se acantonarían sobre una línea 
comprendida entre Maldonado y Yaguarón, á la espera de 
la demarcación definitiva de límites bajo los auspicios de 
las iX)tencias signatarias; — 2." Ocupación de Monterídeo 
por una exiiedición militar española, que trataría de recon- 
quistar las provincias del Plata y pacificarlas; — 3“ Procla- 
mación de ima amnistía completa pai*a los pueblos del 
Plata y concesión de libre comercio enti-e ellos y todas las 
naciones del mimdo; — 4." l.lestitución á los poi-tuguescs de 
la plaza de Olivenza y sus ten-i torios adyacentes, é indem- 
nización de siete millones y medio de francos por los gas- 
tos que la conquista del Uruguay les había ocasionado. 
Cii’cunscrita la cuestión á estos té-minos, los portugueses 
opusiej-on dos objeciones, fundadas en la obligación (pie se 
les imponía de entregar Montevideo á los españoles cuando 
liabían contraído el compromiso de restituirlo á sus mora- 
dores, y en la posibilidad de que las tropas expcdicionai-ias 
de España fuesen tan superiores en número, que forzasen 
á las suyas á abandonar la línea de acantonamiento provisio- 
nal, antes de haber siu-tido todos sus efectos la convención 
pi-opucsta. Allanó la conferencia estos inconvenientes, esta- 



88 


INTRODUCCIÓNT 


bleciendo que Montevideo sería abandonado antes que llega- 
sen los españoles, y que EsjDaña no llevaría al Plata mayor 
númei’o de fuerzas que el acordado ])or los mediadores para 
habilitarla á recuperar sus posiciones sin transgi’edir nada 
de lo convenido. 

Ajustado así el pacto definitivo, la, enrte de Madrid re- 
trocedió ante el compi’omiso de restituir Oli venza á los 
portugueses. Con este motivo se produjeron contestaciones 
y dilatorias que perjudicai’on á los españoles, eiiajenííndo- 
les las simpatías de los agentes de Rusia y Fi'anciu, sus 
dos únicos sostenedores en la mediación. Ninguna salida 
mejor encontraron los portugueses que explotar estas ])cr- 
plejidadcs, llamándose á víctimas de manejos incomprciLsi- 
blcs. Ellos, que compelidos á tratar habían accedido á todo 
en holocausto á la paz europea, se quejaban de encontrarse 
desahuciados ahoi’a por los mismos promotores de la ne- 
gociación. Los plenipotenciarios reunidos hallaron lazo- 
iiables estas quejas, tanto más, cuanto emj)ezaba á demos- 
trar Esj)aña su voluntad de i*emitir el asunto á las armas, 
preparando una gran expedición (juc debía marchar á la 
reconquista de las provincias del l'lata, sin curarse de lo 
tratado hasta allí. Entonces declaró la conferencia, que del 
mal éxito de las negociaciones y sus i*esultados supervi- 
nicntes, era responsable por entero la (iorte de Madrid, y 
los plenipotejiciarios portugueses, satisfechos de aquella ac- 
titud que les libertaba del yugo de la, intcrvencioji europea, 
escribieron á su gobierno que insistiese en la defensa de los 
territorios conquistados, aglomerando sobre ellos la, mayor 
suma de recursos. 

No había estado ociosa la cx)rto del Brasil á este res- 
pecto. Desde que siqjo las primeras ventajas obtenidas ^xn* 



TOTRODUCCIÓN 


89 


Pálmela euti-e los plenipotenciarios de la conferencia de 
París, y á insinuación de aquél mismo, reforzó las tropas 
conquistadoras de la Banda Oriental con dos cuerpos le- 
vantados en San Pablo, y apremió al geneiulísimo para 
que Uevase adelante la conquista. A raíz de esa actitud be- 
licosa, y respondiendo á los seci’etos eonvenios de sus agen- 
tes en Europa, hizo declaraciones ostensibles sobre no am- 
bicionai' mayores territorios en el Plata que los compren- 
didos dcnti-o de los límites del Uruguay, declaraciones que 
llenaron de jfil)iIo á Gai'cía y Pueyrredón, quienes atribu- 
yeron á su habilidad propia aquella evolución política en 
que pai-a nada se les había tenido en cuenta. 


VJI 


Hacían enti’e tanto los uruguayos, el último esfuerzo en 
defensa de su territorio. Ayudábanles con toda eficaciia bts 
provincias de Entre- Ríos, Corrientes y Sa nta - Fe, indigna- 
díis por la complicidad del Gobieiuio centi’al con los portu- 
gueses, y convencidas de que el único recurso de salvación 
era cstrediar los vínculos de la Liga federal. Debido á ese 
patriótico empeño, las combinaciones políticas y militares 
de Pueyrredón para enseñorearse del territorio de aquellas 
provincias, fi-acasaron del modo más completo, siendo de- 
iTotados los ejércitos que mandó para someterlas y depues- 
tas las autoridades intrusas cuyo encumbramiento protegió. 
Así, pues, mientras el Gobernador de SantarFe, en combi- 
nación con Artigas so preparaba á invadir el tenátorio de 
Córdoba, poniendo en jaque poi’ aquel lado al Gobierno 



90 


I-NTRODUCCIÓN 


centríU, el Gobemaclor de Entre - Ríos con una división se 
ineorporaba á los uruguayos, y el de ([Corrientes proyec- 
taba caer sobre los ])ortugucees por el lado d(í Misiones, 
obligándoles de nuevo á dividir sus fuerzas. 

En el centro de las operaciones, la situación no estaba 
totabnente perdida. Con las tropas sacadas de Montevideo y 
las divisiones de García Zúniga y Rivera, había formado 
Barreiro el Ejercito de la derecha^ eiuíerrando á los por- 
tugueses en la capital, donde soportaban un verdadero ase- 
dio. Otro ejército formado por Artigas en el Norte, sobre 
la base de algunos cuerpos de tropas regulares, esi^craba la 
oportunidad de entrar en juego. A más de estas agrupacio- 
nes compactas, diversas partidas recorrían el país reclu- 
tando gentes y caballada, lo que dejaba aspenu- que en 
breve estarían organizados nuevos cuerpos disponibles. 
Volvía, pues, á plantearse el problema dentro de los mis- 
mos tértninos que en la cam^mña anterior. El país y sus 
vecinos confederados no omitían esfuerzo para defenderse 
del exti-anjero, pero el éxito dependía de una buena direc- 
ción militar. 

Sintieron los portugueses que por primera vez se les 
oponía táctica contra táctica al querer abrirse eamino ])ara 
salir de Montevideo en busca de provisiones. Vanos com- 
batas, donde se distinguió notablemente la infantería del 
ejército del centro, les recluyeron de- nuevo á su encierro 
con el ánimo muy quebrantado. Guerrillas continuas, les 
arrebataban caballadas protegidas ¡)or el fuego de sus ca- 
ñones, y los encuentros parciales con ese ú otro motivo, 
se reproducían á diario. Desalentado por tan frecuentes 
contratiempos, en que perdía la flor de sus tropas sin 
provecho ni gloriíi, el generalísimo portugués concibió un 



INTRODUCCIÓN 


91 


plan que debía condeuai’lo á la inmovilidad. Plagiando á 
Wéllington, bajo ciiyafe ói’dcncs había servido, se propuso 
como aquél, en Torres Vedras, tray-ar líneas foilificadas que 
le escudasen contra, el enemigo, y al efecto, abrió un gran 
foso desde Santa Lucía hasta el Buceo, defendiéndolo de 
cuarto en cuarto de legua con reducítos artillados. Semejtuite 
actitud, que esterili/.aba la acción de un ejército veterano 
de 8000 hombres, era por sí sola una derrota para el con- 
quistador. 

Mediando esta situación, fué retirado Bari-ciro del mando 
del ejército de la derecha, y sustituido por Kivera con el 
cíirgo de comandante general. Las fuerzas de línea se dis- 
gustaron de este nombramiento, y sus jefes (Ramos y 
Bauzó), firmaron con todos los oficiales de artillería é 
infantería un acta, declarando « que por no existh- la 
debida reciprocidad y confianza entre ellos y el nuevo 
(íomandante general, pedían (jue se llenase dicho cargo 
en García Zdfíiga, cuyas aptitudes y buen crédito ga- 
rantían el éxito de una cainpafla de la cual dependía la 
suerte del país.» Trasmitida la petición td Cuartel general. 
Artigas re.s 2 iondió (Junio 0), que desobedecidas sus órde- 
nes, cargasen los infractores con la responsabihdad de las 
consecuencias. García Zúñiga, á quien fué dirigida la 
réplica, declinó inmediatamente toda pretensión de mando 
superíor, y por más que fué i’ogado por los firmantes del 
acta para (jue volviese sobre dicha resolución, mienti-as 
ellos acudían al Cuartel general pormenorízando las razones 
que les iiabían inducido á dar aquel paso, respondió que 
aun á riesgo de la vida mantendría su anterior dictamen. 

Quedó, pues, Rivera al mando del ejército de la derecha. 
Inútil dech- el descontento con que recibieron los cuei-pos 

Dom. Esp. — X. 


11 . 



92 


INTRODUCCIÓN 


de línea sn confirmnción para el cargo, pues considerándole 
simple miliciano, todavía le guardaban rencor jíor antiguas 
disidencias con ese motivo, y le habían perdido toda con- 
fianza después de sus últimos desastres. Estas disidencias 
minaron la disciplina, empezando los oficiales , de artillería 
por negarse á entregar á la vanguardia jiiezas y municio- 
nes que les parecían destinadas á servir de trofeo al ene- 
migo. Medio Rivera con notas y comisionados para atraer 
los ánimos á la (joncortlia, pero no consiguió cnsa alguna. 
Sustituido más tarde por Otorgués en el mando de las 
fuerzas del asedio, quiso el nuevo jefe soinetei' los cuerpos 
de línea provocando la sublevación de la tropa contra sus 
oficiales, lo que hizo imposible la vida de éstos. Entonces 
la artillería 6 infantería, colocándose liajo la j)rotección del 
Grobierno de Buenos Aires, al cual pidieron un puesto 
donde quiera que se pelease por la libertad de América, 
abandonaron el asedio. 

Como era de esperarse, la inferioridad militar de los je- 
fes que conservaban la confianza de Artigas, se hizo más 
sensible á inetlida que los portugueses fueron inducidos por 
órdenes perentorias de su gobierno, á tomar la última ini- 
ciativa. Apenas se movieron en todas direcciones, triunfa- 
ron de los cuerpos patriota,s destinados á cerrarles el iraso. 
El año 1818 se abríó y cerró bajo el azote de los más 
crueles desastres. Artigas, sorprendido y deshecho en su 
campamento del Qae^uay cMco, dejó su ijifanteiia y ar- 
tillería en poder del enemigo (Julio 4). Más de 1500 vo- 
luntarios uniguayos, que estaban escalonados desde el 
Yeiná hasta el Arroj'o de la China, fueron batidos y dis- 
persos. Algunas ventajas j)arciales, debidas al valor perso- 
nal de ciertos pai-tidailos, no consiguieron subsunai- estas 



INTRODUCCIÓN 


93 


dei’i’otas, pero la abnegación dei pueblo campesino todavía 
se mantuvo incólume, y á pesar del bastió que ya empe- 
zaba á sentirse en las filas, volvieron a agruparse algunas 
divisiones, formando una totalidad de 8000 hombres de 
combate. 

Ty<is nuevas de esta, situación desgarradora se extendie- 
ron hasta Chile, donde el general San Martín meditaba la 
última de sus gi’aiides eampa.ñas en favor de la indepen- 
dencia (continental. El espíiitu sereno del vencedor de 
Chacabuco, llegado en aquel momento á. la integridad del 
equihbrio, le hizo discernu’ donde estaba la justicia de la 
contienda, y cuól iba á ser la suerte común de los pueblos 
del Plata, si resultaba vencedora, la política (jue los pro- 
liombres racUcados en l.hieuos Aires desarrollaban con 
tanta ausencia de escrúpulos coino sobra de vistas incon- 
fesables, En consecuencia, influyó sobre la Logia Lautaro 
de Chile, que era inia ramiíicaci(>n de, la de Buenos Aires, 
obteniendo de ella que indujese al Gobierno chileno á di- 
j)utar una comisión ante Artigas, encargada de tranzar sus 
diferencias con el Directorio, y escribió por sí mismo una 
carta confidencial al Jefe de los Orientales, avisándole la 
mediación proyectada y pididndole que hiciese el sacrificio 
de sus resentimientos en holocausto á la. salvación común. 
Pero la dqiutación cíiilena finí obligada á desistir de todo 
empeño por orden y quejas de Pueyrredón, y la carta de 
San Martín fu(í secuestrada por Belgrano, frustrando así el 
espionaje y la violeiu.'ia, una in.spiración del más alto pa- 
ti’iotismo (Marzo 1810). 

La contienda militar, por otra pfirte, tocaba á su tér- 
mino. Reproducida una nueva invasión á la iirovincia de 
Río -grande, obtuvieron los uruguayos bajo el mando 



94 


INTRODUCCIÓX 


de Latorre, la victoria llamada de Santa María ó Ouira- 
puiid (Diciembre 1819). Pero á este esfuerzo triunfal se 
8 Íguiei‘ 0 u contratiempos que debían jwstrai* la resistencia 
armada, Rchcclio y j’eforzado el enemigo, se presentó íí los 
pocos días delante de la vanguardia de Artigas, batiéndola 
y destrozándola en la quebrada de Bclemiino. En pos 
de este golpe, Latorre, que mandaba el ejército por ausen- 
cia de Artigas, se retiró con todas sus fuerzas á la horqueta 
de Tacuarembó, campando sus tropas á uno y otro lado 
del láo. A los seis días de estm* en aquella disposició]i, 
c-ayó de soiqjresa sobre los uruguayos el conde de Figueira 
con 3000 hombi’es, y los acuchilló y dis|^rsó, disolviendo 
así el último núcleo inqx)rtante de fuerza organizada que 
restaba en el país (Enero 1820). 

El desaliento producido por desgracias tan iiTcparables, 
hizo perder á Artigas toda autoridad sobre los suyos. Ex- 
cepción hecha de algunos cientos de volin\tarios, los demás 
le abandonaron. Rivei’a se negó á seguirle, y las provin- 
cias de la Liga federal, menos Comentes, dieron la espalda 
á su causa. Entonces concibió el plan de readquirir por la 
fuerza el prestigio perdido, y con ese designio invadió 
Entre- Ríos entrando en lucha morhü con Ramírez, su 
amigo y subalterno hasta entonces. Más feliz ó más dies- 
ti*o, Ramírez consiguió vencerlo, amneonándolo en Cande- 
laria, sobre la costa del alto Paraná, donde obligado á 
elegir enti’e la prosciipción ó la muerte, aceptó aquélla, 
confiándose á manos dcl dictador del Pjiraguay, quien lo 
hizo su prisionero perpetuo. 

Casi aJ misino tiempo que caía vencido pai’a sienqjre el 
valeroso caudillo de la federación republicana, promovía el 
Gobierno argentino su justificación histórica, propiciando 



INTRODUCCIÓN 


96 


ante el Congi’efio la candidatiu’a del príncipe de Lúea para 
rey de las ProYÍnoias Unidas, como solución adecuada á 
las circunstancias. Y el Congi’eso de las Provincias Uni- 
das, deseoso de ultimar cuanto antes la negociación, auto- 
rizó se contestase al Gobierno francés, mediador en el 
asunto: «que el Congreso de las Provincias Unidas, des- 
pués de consideral’ con la más seria meditación la propuesta 
del establecimiento de una monarquía constitucional, colo- 
cando en ella bajo los auspicios de Francia al duque de 
Lúea, enlazado con una princesa del Brasil, no la encon- 
traba inconciliable ni con los principales objetos de su re- 
volución, que eran la libertad y la independencia política, 
ni con los grandes intereses de las mismas provincias!» 


VIII 

Tales han sido, á gi’andes rasgos, los acontecimientos 
singulares y complejos que presidieron la formación de la 
nacionalidad uruguaya, desde que España, en rivalidad con 
los portugueses, echó los cimientos de nuestra civüizaeión, 
hasta que vencida en el transcurso dcl tiempo, dejó á su 
competidor la prenda originai’ia de la disputa. 

El objeto de este libro es naiTar, dentro de fonnas ade- 
cuadas á la seriedad y economía del método histoi’ial, el 
período ti’es veces secular que acaba de ser esbozado. Aun 
cuando el título de la obra parece que debiera limitar su 
contexto hasta 1814, fecha en que España nos abandonó 
para siempre, los acontecimientos que siguen hfiata 1821, 
cnti-e los cuales j’esaltan las tentativas diplomáticas y mi- 



96 


INTRODUCCIÓN 


litai’es de la Metrópoli para apoderarse nuevamente del 
país, y la oposición que con este motivo le liicicron portu- 
gueses y argentinos, obliga á prolongar la naiTación hasta, 
ahí, siquiera sea también para mostrar de paso á la pos- 
teridad, cómo cayó vencido el pueblo uruguayo por la úl- 
tima de las dominaciones exti’a.njeras cuyo yugo debía sa- 
cudir llocos afíos después. 

Si me ]\e aü-evido á emprender semejante tarea, te- 
niendo la conciencia de sus dificultades, es mús bien por 
instinto patriótico que ¡lor asistirme una sólida confianza 
en mis fuerzas. La. condición de nuestra historia, maltra- 
tada y conü'ahccha en los autores extranjeros, me deter- 
minó á ensayar, quince aííos hace, en la ]U’imera edición de 
este libro ya largamente agotada, el estudio de los aconte- 
cimientos y los hombres que han formado la trama de 
nuestra nacionalidad, y si entonces repugné como indeco- 
rosa’ toda tentativa destinada íl adidterar conscientemente 
los hechos, hoy (;on ma3''or capital de informaciones y ex- 
periencia, me consideraría. culiDuble si no persistiese en 
idéntico jiropósito. Con tales ideas, he i’efundido este pri- 
mer trabajo de aliento de mi juventud, dejándole, empero, 
su título y forma exterior, aunque introduciendo en él am- 
pliaciones y mejoras que el simple cotejo ¡íondrá en evi- 
dencia á los familiarizados con la edición antigua. 

El itinerario de consulta al través de autores y docu- 
mentos, que ya había sido fatigoso, se ha duplicado con 
motivo de esta refundición, en el interés de aclarar dudas 
nacidas por un estudio más reposado, y extremar la reduc- 
ción á narraciones precisas, de los períodos que por sus 
acontecimientos múltiples y confusos, amenazaban rebasar 
los límites de la liistoria nacional. Dividida la obra cu tres 



INTRODUCCIÓN 


97 


tomos, al final de cada uno de ellos lie colocado un juicio 
crítico que resimie los sucesos é investiga las causas que 
los han producido, retardado ó cambiado, justificando mis 
aseveraciones fundamentales con documentos auténticos, 
que pueden ser consultados en cada apéndice. En cuanto 
al arsenal bibliográfico de donde he extraído los datos ge- 
nerales para la composición, su examen crítico ha sido he- 
cho en la Reseña Preliminar que antecede. 

MoiitovklíX), Febrero de 1895. 




LIBRO PRIMERO 




UBKO PRIMERO 

HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 


Origen del hombre amerlcnno.— Investigaciones efectuadas pava cucoii- 
trarlo. — listado actual de la cuestión. — ludíg-enns uruguayos.— 
Aspecto general de su sociabilidad. — Idioma, industria y comercio.- 
La nación charnia.— Tierras que ocupaba. — Condic¡onc.H fisionado 
sus individuos. — Su carácter. — Su religión. — Sas costumbres.- Su 
táctica militar. — Sus gueiTas. — Sus alianzas. — Los Clinnás. — IjOs 
Y aros.— Tx)s Mbohanes. — TjOs Ohayos. —Dos palabras sobre los 
Guenons 6 Minuanes. — Procedencia de todos estos indígenas.— 
Reflexiones. 


El (lestíubriniiento de Amórictt, puede decirse con ver- 
dad, que fue la sustitución de un problema por otro. Mien- 
tras en el orden geogTÚfico resohdó todas las dudas, en el 
orden etnológico aglomeró iimuinerables objeciones y difi- 
cultades. Comprobíida la redondez de la tieiTa y su htibi- 
tíibibdjid consiguiente, nació el debate sobre la procedencia 
de las razas que la poblaban. Una civilización rudimenta- 
ria, idiomas exótitios, y el secuestro aparente de los pue- 
blos descubiertos á todo trato anterior con sus descubri- 
dores, autorizaban íí negar entre unos y otros la solidari- 
dad de origen. Planteado do sorpresa este nuevo problema, 
deslumbró tí los pensadores que midieron la anqfiitud de 
sus consecuencias. Algunos de ellos, refugiándose en las 



102 UBRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 

ideas científicas y religiosas hasta entonces recibidas, opu- 
sieron esa doble baiTera ú, las oinniones de sus adversarios; 
pero éstos, desvanecidos por el descubrimiento de un nuevo 
mundo, dijeron que acababa de nacer una ciejioia nueva, 
y que la fe no tenía valor contra los hechos visibles. 

En semejantes chcunstancias, la dialéctica antigua ca- 
recía de prestigio para influir sobre los espíritus. Bien que 
el problema hubiei*a sido ya tanteado siglos atrás por sa- 
bios como Alberto el Grande, quien sustentaba la existen- 
cia de antípodas hasta hacerla demosti’able, la aparición 
del hombre aineriiiano sobre la superficie de la tierra, pe- 
día exjfiicaciones más concluyentes de lo que la simple es- 
l^eculación había adelantado hasta entonces. Quién era ese 
hombre, de dónde venía, cuales habían sido sus antepasa- 
dos, á qué causas obedecía el estagnamiento de su civili- 
zación: he aquí los puntos inteiTogantes que obstruían el 
paso á toda afinnación decisiva en el terreno científico. 

Pero la aclaración de estos antecedentes, no era obra de 
momento, ni patrimonio de la generación que los esbozaba 
en el libro del saber. Sin más capital positivo que unas 
cuantas ralaciones de viaje, ni oti*o elemento de juicio que 
la. rebelión contra el criterio existente, la eieneia propia- 
mente dicha, estaba tan á obscuras como el vulgo. Cada 
una de las interrogaciones planteadas, requería una masa 
de conocimientos capaces de aplastar la voluntad más 
firme. Desde la comprensión de la palabra emitida por los 
indígenas americanos, hasta las huellas dejadas por el 
tiempo en el suelo, todo constituía un secreto que desa- 
fiaba la curiosidad de los doctos de entonc.es. Era, pues, ne- 
cesario descubrir la índole gramatical de los idiomas ha- 
blados en América, para remontarse á su entronque con las 



LIBRO I. — HABITANTES TRIiMITIVOS DEL URUGUAY 103 

lenguas madres; estudiar las corrientes de sus grandes ríos 
y medir las distancias entre sus pasajes abordables, para 
darse cuenta de las inmigraciones; buscar en el herbaje y 
arborización del suelo, la confraternidad de la flora del 
nuevo y viejo continente; excavar las ondulaciones terrá- 
queas pava exti’aer los fósiles antecesores y contemporá- 
neos del habitante primitivo; examinar las armas, instru- 
mentos de trabajo y utensilios, para deducir de allí la con- 
dición militar ó industrial de los indígenas; descifra!’ sus 
grabados y sus jeroglíficos, para saber hasta dónde lle- 
gaba la concepción mental bajo aquellos cráneos, muchas 
veces deformados por costumbres tan antojadizas como 
bárbaras. En suma, debían nacer la arqueología, la paleon- 
tología y la lingüística, perfeccionarse la botánica, la anvito- 
mía y la geodesia, para que todas á conciu’so pi’estaran su 
contingente á la solución de un problema tan complejo. 

Sin embargo, cuando el espíritu humano ha vislum- 
brado mía verdad, no descansa hasta poseerla. Los repre- 
sentantes del movimiento intelectual de las postriniei’ías 
del siglo XV y principios del xvi, entraron de lleno al de- 
bate, empujados por la curiosidad y sin más guía que sus 
impresiones momentáneas. El tópico, por oti-a pai'te, era 
tentado!’, y la époen prestaba sanción á todo atrevimiento 
especulativo. Soliviantadas en Europa las ci’eencias por el 
lib!’e examen, suponíase habilitada la mayoría de los pu- 
blicistas á tratar de un niodo nuevo todas las cuestiones, 
sin atenerse á ningún punto do partida co!no no fuera el 
propio raciocinio. Pasaba por anticuado y deleznable el 
saber adquirido hasta entonc.es, repugnándosele cual si 
fuera un yugo ominoso. Aquel que marchara más lejos en 
este camino, era considerado el más sabio, y su voz ad- 



104 IJBRO L— HABITANTES PRnilTIVOS DEL irRUQUAY 

quiría la autor klad que siempre tieue en los tiempos de 
citsÍkS intelectual, lo que se aparta de la razón y el buen 
sentido. 

Ija ciiviosidad científica se complicó muy luego con el 
interés pecuniario. Convenía á los asociados de las empre- 
sas descubridoras, negar que los indígenas americanos fue- 
sen una de las ramas del árbol genealógico de 1.a humani- 
dad conocida, para que de ese modo, huérfanos de todo 
abolengo, pudieran ser empleados discrecionalmentc en 
cualquier faena, ó (jompi’ados y vendidos á manera de ob- 
jetos de comei’cio. Careciendo estos pueblos de animales 
domésticos, era adecuado reemplazarlos por entes que ra- 
ciocinaban, y cuya sumisión argüía mayor lucro con me- 
noi’ trabajo, l^ara conseguir esa sumisión y partiendo del 
hecho de no exdstir vínculo fraternal que la impidiese, se 
reputaban asequibles todos los medios, desde los perros 
adiestrados en la caza de indit)s, hasta el exterminio pronto 
y rápido de la menor veleidad de resistencia> Escritores 
de cierto viso, movidos por los empresarios, dieron nervio 
á esta conjura contra los indígenas, y llegó á admitii'se 
que su servidumbre obtenida por cuahpiier forma, era ape- 
nas una compensación á los grandes dispendios que cau- 
saban y al bencficáo recibido. 

Por último, el espíritu de incredulidad, hasta entonces 
disimulado bajo las apariencias de unsi investigación cien- 
tífica, rompió formidable y altivo, cuando la opinión estuvo 
preparada á esquivar toda simpatía á los amevit:anos. La 
controversia se planteó en seguida sobre el aciitamicnto 
que pudieran merecer los textos bíblicos, cuya enseñanza 
contradecía lo que acababan do revelar los hechos. Si los 
indígenas no eran, como todo autorizaba á suponerlo, her- 



LTBEO L — HABriANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 105 

manos de los hombres del viejo continente, la unidad de 
la especie resultaba falsa, y la ascendencia hasta ima pa- 
reja única, desmentida. Contribuía á reforzar este supuesto, 
la disposición de las tieiras descubiertas, pues la escabro- 
sidad y lejanía de sus costas, el atraso de sus habitantes 
en el arte de la navegación, y el secreto que hasta aquella 
hora había velado la existencia dcl nuevo continente, eran 
otia prueba de que nunca abordara á él persona alguna 
del viejo. Mas suponiendo que mi incidente cualquiera bu-, 
biese arrojado náufi-agos íl América, ¿quién pudiera afirmar 
que esos tales, llevaran consigo leones y tigres, alimañas 
y reptiles iummidos para favorecer su i’eiiroducción ? La 
imposibilidad de que esto aconteciera, demostraba que si 
los animales americanos eran autóctonos, del mismo modo 
lo eran los hombres, y así quedaba sancionado el poligenismo. 

Favorecía esta excursión atrevida en el campo de las 
suposiciones, los relatos hablados y escritos de los descu- 
bridores y sus compañeros. A medida que perdía su pres- 
tigio la maravilla del viaje al nuevo mundo, se esforzaban 
los viajeros por mantener el encanto con las relaciones de 
lo encontrado en ól. No hubo portento acariciado por la 
mitología y la leyenda, que no se realizase en las vastas 
soledades americanas, según lo contaban á la vuelta sus 
afortunados exploradores. Actuando sobre la imaginación 
de un pueblo soñador y romántico como el español, con- 
seguían medrai’ de este modo en reputación y favores, ya 
vendiéndose por privilegiados do la suerte, ya presentán- 
dose eandidatos á la direeción do nuevas y poderosas expe- 
diciones. Y de esta manera, falseado el criterio exacto de 
las cosas, hervía entre mi semillero de errores la polémica 
trabada sobre el origen dcl hombre americano. 



106 LIBRO I. — II ABITA NTJ3S TRIMITIVOS DEL URUGUAY 

No fué extraño á semejante fantaseo el mismo flcscii- 
bridor de America, y como su palabra tuviese la mayor 
autoridad en el asunto, dio imclia bíisc á las exageraciones. 
Son conocidas las cailaB de Colón a los soberanos espa- 
ñoles y á oti’as jiersonas importantes de la corte, narrando 
los acontecimientos que le sobrevinieran en sus viajes. 
Unas veces se le antojaba haber hallado las novelescas tie- 
rras del Preste Juan de las Indias; oti*as afirmaba habei* 
dado nada menos que con el Paraíso teiTcnal. En de 
Colón viene Amórico Vespucio, casi tan ilustrado como 
aquél, y que no le va en zaga para narrar cosas estupen- 
das. A tenei’ en cuenta sus escritos, sobre los cuales se 
hacen hoy ciertas reservas por no conocerse los origi- 
nales, Vespucio afinnaba que en caso de existir un Pa- 
raíso terrestre, debía hallarse próximo al Brasil, y se em- 
brolló en una descriiición astronómica de la cual resulta 
un número considerable de estrellas de ]irimcr orden 
que aun hoy no se conocen, añadiendo así á los pro- 
digios de la tieiTa americana, las maravillas dcl cielo ( 1 ). 
Como quiera que estas cosas hieran ó no creídas por 
quienes las relataban, el hecho es que corriaii autorizadas 
por sus nombres y ])or el testimonio presencial (pie supo- 
nían. No es de extrañar entonces, que oti-os viajeros más 
crédulos de j)or sí, ó más disjmestos tí explotar la ci’eduli- 
dad ajena, escribieran largos trozos para contar la existen- 
cia de ciertos pueblos americanos, cuyos intlividuos no te- 
nían más que un ojo en medio de la frente, ó que no tenían 
cabeza y llevaban los ojos en d pecho. 


(1) Relación riel viiijc do Amórico Veapucio á las co.sfas dol Bra- 
sil, hecho en 1501-1502, etc. (ap. Chíuton). 



LIBRO I. — HABITANTES PRIAÍITIVOS DEL ERUGUAY 107 


Al tenor ele estas consejas ele los escrítores laicos, anela- 
han las i:>reipalaelas por los escritores religiosos, quienes, 
aunque llevaelos de mii’as más nobles que los primei-os, 
renelía]), como ellos, tributo á la exageración. Sus argu- 
mentos, (iimentaelos sobi’e verdaelcs ele fe, tendían á des- 
j)ertar los sentimientos afectivos de las masas en favor de 
los indígenas. Á falta ele iniii argumentación científica que 
demostrando la uindad del linaje impusiese las eronelusio- 
nes ele elcreclio nacidas jx)r tal eventualidad, apelaban á 
la caridad cristiana (pie eloma las a.sperczas de la codicia, 
y pedían el concurso del poder público y de la Iglesia para 
enfrenar los dcsafuoro.s de la ambicieni. El resumen de su 
propaganda era, que los indígenas americanos fuesen con- 
siderados como hombres id igual de los demás, que se les 
tiatase como á subditos del Rey y no como á esclavos de 
los conquistadores, y que no se ofendiesen los designios de 
la Providencia embiuteciendo á unos seres que habían sido 
puestos por especial destino bajo los ausijicios de la mo- 
narquía española. 

Los ecos de tan empeñosa contienda, debían repercutí 
en el ánimo de aquellos cuya protección era solicitada. 
Tocó en primer término su turno á la Iglesia católica, que 
habiendo bendecádo y alentado el descubrimiento de Amé- 
rica, no podía abandonar, sin ti-aieionarse, la suerte de sus 
hijos. Pablo IM, que ceñía entonces la tiara, escribió con 
mano firme su admirable Bula de 1537, declarando igua- 
les ante Dios á todos los hombres, y (íondenando por falaz 
y demoniaca la docti’ina que separaba á los indígenas ame- 
ricanos de aquel priAÚlegio común. En consecuencia, esta- 
blecía el Pontífice, que los aborígenes de América y todas 
las demás gejites que en adelante vinic.sen á noticia de 


Doil. EsP.— I. 


12 . 



108 LIBRO I. — HABITANTES TRIMITIVOS DEL URUGUAY 

cristianos, « aunque estuvieran fuera de la fe de Cristo, no 
estaban j^r-ivados ni dehian serlo de su Uhei'tad, ni del 
dom/mio de sus bienes, y que no debían ser reducidos á 
sendduvibre. » Más adelnnte reforzaba estos conceptos, di- 
ciendo: « que los dichos indíbs y demás gentes, habían de 
ser atraídos y convidados á la fe do Cristo, con la qwedi- 
cadón de la palabra divina y el ejemplo de la buena 
vida. » Y por último concluía: «que todo lo que en con- 
traJ’io se hiciera, fuese en sí de ningún valor y firmeza, no 
obstante cualesquier cosas en contrarío, ni las dichas, ni 
otras en cualquier manera» (1). 

El efecto de estaxleclaración fuá contundente. Ella re- 
habilitó en el terreno de la religión y la moral á los defen- 
sores de la libertad de los indígenas, colocando frente á 
los ímjjetus de la codicia, el dictíido de la razón serena, ya 
que no las conclusiones de una demostración acabada. 
Pei ‘0 como toda prejni.sa recta conduce necesariamente á 
consecuencias rectfis, la Bula de Pablo III, al recordar á 
los hombres sus deberes, levantó el debate á la altura, de 
mi acontecimiento que intej’csaba la suerte de la humani- 
dad. Tomó desde luego la cuestión una nueva faz. Los re- 
yes de España y sus consejeros, que, á modo de jueces de 
campo, presenciaron los comienzos de la discusión, fueron 
interesándose en ella hasta convertirse en lidiadores. Lo 
mismo aconteció con los sabios de todas las procedencias, 
que aquilatando las rj^zones aducidas y sometiéndolas á 
una gradación metódica, echaron las bases de un nuevo 
edificio científico. Al liquidarse, pues, los argumentos de 


(1) El texto completo' de e.sta Bula se encuentra on la Monm-ckia 
Imlimui de Toríiuemada, tojn iii, lib xvi, cap xxv. 



T.TRRO I. — IIAP.n'ANTKS PRIMITIVOS DKL URUGUAY 109 

ambas partos, so vio que la polémiiía. no había sido inútil. 
Como resultado político, ella contribuyo á inclinar el ánimo 
de los soberanos espafíoles al jiaitido de los eclesiásticos, 
dictóndose bajo su influencia algunas medidas tendentes á 
mejorar la suerte de los indígenas. Como resultado cientí- 
fico, día sirvió jiara t;renr nna. disidencia fundamental de 
iqjiniones que dio origen en la Historia á la nueva escuela 
crítica. 

Pero si la evolución indicada cambió la táctica de com- 
bate, no alteró los fundamentos en que i’eposaban las doc- 
trinas. Volvieron á encontrarse frente á frente los sectarios 
de la incredulidad y los adeptos de la Revelación, afilián- 
dose á estos últimos, (;omo era natural, todos los escrito- 
res de procedencia católic.íi. Con la Biblia en la mano, 
arremetieron dichos publicistas las dificultades, torturando 
muchas veces, jjara acomodarlos á. sus demostra (¡iones, los 
textos que les servían de prueba. Remontándose hasta las 
éjiocas post- diluviales, emparentaron á los indígenas ame- 
ricanos con la familia de Jafet, á. la cual correspondió, se- 
gún la versión bíblica, el lote universal de las islas de la 
tierra, y siendo i’ejmtadas por islas todas las naciones le- 
janas, cualquiera fuese .su configuración, resultaba América 
una de las tanta.s islas heredadas por aquellos antiguos 
varones, l^ira fortalecer las ti*a/.as do este entronque arbi- 
ti-aiio, atribuyeron á Noc y sus liijos grandes dotes de 
marino.s, dábase pi'occdemáa. americana á los vientos y na- 
ves mentadas por David al hablar de la cólera divina (S. 47, 
V. 8) y se afirmaba ser plata del Perú, la plata arrollada, 
traída de Tharsis, que Jeremías menciona (c. 10, v. 9.). 

Abiei-tas á la iuducííión semejantes huellas, no faltó quién 
adujese citas para reconstruir la genealogía americana por 



lio IJBRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 

distinta exógesis. Con igual derecho á los que mentaban á 
Jafet, projiusieron otros la deseendeneia de Cam como míís 
verosímil. Y en tanto el mundo literario se familiarizaba 
con estos juegos de ingenio, nacía una tercera opinión, po- 
niendo la ascendenciíi de los indígenas en las diez tribus 
judaicas que Salamuiisar se llevó cautivas y derramó por 
diversas tierras. Encarrilada por este camino la investiga- 
ción del origen primaiio, tenían qne ser concordantes las 
consecuencias definitivas. Puesto que la tradición bíbliíía 
enconti’aba á los indígenas en su infancia, debía seguirlos 
hasta el momento providencial designado ú la cristiandad 
para apoderarse de ellos. Poco esfuerzo se neee.sitaba para 
descender hasta, ahí; así es que loé pati’ocinadores de la 
doctrina agotaron la materia á fin de encontrar en los ha- 
bitantes primitivos de Amórica, vestigios de una civili- 
zación cristiana mu}’^ acentuada. Se desmenuzó el meca- 
nismo de su culto religioso, se analizai'on sus cej’emonias, 
deduciendo de todo ello, con evidente ligereza, que fuó el 
apóstol Santo Tomas, quien adocti'inó en la enseñanza, de 
Cristo, á los desvalidos pueblos materia del litigio (1). 


(1) Torquemníla prueba la falsedad del aserto, en el signientx! pa- 
saje: «El sontísimo Pedro, Vicario de Cliristo y cabeya de estiv Iglesia 
militante, después de su benditísimo Maestro, predicó priincrainente en 
Judea, Anliochín, Gobicia, Capiulocin, Ponto, Asió, Bitbinia y Roma, 
San Pablo, quando escribió esta EpísU>la á los Romanos, ya avia pre- 
dicado, como él mismo lo dice, en el capítulo quince, della, desde Ge- 
rusalen y sus confines hasta Ilirico: luego en Roma, por tiemi de Ita- 
lia, y después en Espafín, y otra ve?, de hucha en Rnnia, doiide fué 
descabellado. Jacobo hijo del Cebedeo, predicó en Judea y en Espaíía. 
San Juan on Judea y Africa la menor. San Andrés en Seitbia, Europa, 
Epiro, Ti’acin y en A cuya. Jacobo, llamado kerjnano del Seftor, en la 
ciudad de Gerusalen. San Felipe en Seitbia y Frigia. San Bavtholomé 
on la India interior y en la mayor Armenia. San Matheo, en Etiopia. 



UHRO I. — U.‘\JBIT AM’ES PRnflTrVO.S DEI. URUGUAY 111 


La condición hipotética de estos argumentos, no podía, 
sin embargo, ocultarse lí sus propios autores. Fuera de la 
críti(ía de sus adversarios, el sentido íntimo les decía ser 
inconciliables con los hecho.s, sujjosicioues tan aleatorias. 
Así fué que de los textos bíblicos, pasaron luego á las autori- 
dades ¡Daganas, buscando en Platón y laiciano, en Aristó- 
teles, Séneca y Plutarco, indicios de parentesco más claro en- 
tre los hombres del nuevo continente y el viejo. Reviviéronse, 
entonces, exornadas de un carácter de verdad respetable, 
muchas naj-raciones tenidas hasta ahí en cuenta de fábulas. 
Hablóse de la isla Atlántida, sumergida en antiguos tiem- 
pos, isla grande, Jiiuy poblada y rica, que partía límites 
con otras sospechadas de ser las de Cuba y Puerto -Rico, 
descubiertas recientemente. Se recordó también, la mara- 
villosa navegación de una nave cartaginesa, que partiendo 
de las columnas de Hércules (Cádiz), fué llevada por el 
viento hasta una isla remotísima que se decía ser la Esiya- 
ñola. Agregando á esto lo que dio en llainai’sc la profecía 
de Séneca, ó sea el dicho de aquel autor sobre la existen- 
cia al otro lado de los mares de un mundo desconocido, y 
la presunción de ser relativamente moderna la apertiu’a del 
esti’Bcho de Gibraltar, concluíase que las comunicaciones 
euti*e ambos hemisferios se habían dado en lo antiguo, y 
solamente causas accidentales, por el momento inexplica- 
bles, pudieron contribuir á entorpecerlas. 

Santo Tomds, A los partos, ineclos, pensar, línuíinaiios, hircanos, brac- 
ios indios. San. Biinoii oii Mcsopotaiuin. Judas eji Egipto y ambos 
después cu Porsin. San Mntbía.s en In Etiopia interior. Sun Bernabfí, 
juntamente con San Pablo, en Siria y en niuchus píU’tes de Europa y 
Asia, y de.spuoH en Cipro. De aquí queda sabido, qiie ninguno de los 
Apóstoles predicó en nuestro Orbe.» (Fray Juan de Torquoinada, 
Monarchia Indiana, tojn iii, lib xv, cap XLVii.) 



112 LIBRO I.— HABITANTES PRIMITIVOS DEL URüOUAY 

Con esto quedaron consignadas en resumen algunos hi- 
pótesis, ó cuyo alrededor debía oircunscribii’se más tarde 
ima gi’au parte del debate científico. Cuatro fuei'on las 
principales de ellas; á saber: — que Amórica estuvo origina- 
riamente unida al antiguo continente, del cual fué separada 
por una convulsión déla natiivalc/a; — que algán barco ex- 
traviado de su rumbo pudo ser arrojado solire la costa ame- 
ricana, comenzando nuestra población con sus náufragos ; 
— que la semejanza de ciertas costumbre.s entre los pueblos 
ameiicanos y algunos otros del Asia, autorizaba á atribuir- 
les im origen común; -que los ritos y prácticas religiosas 
de ciertos pueblos de Amórica, denunciaban comunidad de 
origen con las religiones positivas del viejo mundo. 

Mas como quiera que estas observaciones fuesen contes- 
tables, exenta,s como estaban de testimonios fehacientes 
que las abonasen, se liizo gTacáa de su verosimilitud, por 
los partidarios de la doctrina que negaba, á los americanos 
el origen común con los demás pueblos del mundo. Sus- 
tituido el candor cnii que se dió asidero á las primeras 
naiTaciones, por un escepticismo ciego, levantaron á cada 
presunción im obstáculo, ora pidiendo que se señidase la 
pai’te por donde estuvo unido el nuevo continente al viejo, 
ó que se enseña.sen los resquicios del barco naufragado, ó 
se diese cuando menos la pmeba autóntica de la vincula- 
ción de los pueblos descubiertos á cualquiera de las reli- 
giones practicadas entre los otros. Incorporáronse á estos 
inexorables críticos, los codiciosos señores de reiHu'tlmien- 
to8 y dueños de y ya se comprende el interés (jue 

pondrían en segregar á los americano.s de todo jiurentesco 
con la humanidad conocida. Explotando su ineptitud para 
asimilarse en el día una civilización de la cual distaban 



lilDRO I.— HABITALES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 113 


tantas ccntuiias, insisticudo sobre su toi’peza para manejar 
los complicados instrumentos que la industria europea po- 
nía por priinei’a vez en sus manos, burlándose del temor 
con que miraban á los conquistadores, cuya superioridad 
en la táctica, en las armas y en el arte de navegar era para 
ellos una revelación, llegaban escudados de un falso res- 
guardo científico, á justificar la servidumbre de los natu- 
rales; y para añadir todavía la impiedad al agravio, deiíla- 
raban á los indios nacidos para la esclavitud, ó ineptos aíin 
para recibir los sacramentos de la Iglesia, pues cuando más 
se les había de administrar el bautismo ( 1 ). 

El caudal de los conocimientos ad(iuiridos no permitía 
pasar adelante en la investigación, de manera que fue aquí 
donde se detuvieron los escritores del siglo xvr, á cuyo 
frente se dcstiica la figura gloriosa de I^as Casas, encabe- 
zando la escuela liumanituria cuyos esfuerzos se endereza- 
ban á reivindicar la dignidad del hombre, cualquieiu fuese 
su juiesto en la escala de la civilización. La. escuela con- 
traria, dominada por la esperanza de lucro á cualquier pre- 
cio 6 poi; las influencias de un escepticismo giusero, tendía 
á desheredar de sus atributos naturales á millones de seres, 
cuyo delito tínico era vivir en un grado inferior de pro- 
greso social. Y por tal modo deshndadas las posiciones, á 


(1) Colt'm filé de los prlniei-os en pagar tributo ú esbi indiferencia 
por Iti libei-tnd de los indígenns, como se dediuic dol signícnte pnsnje de 
un historiiidor antiguo : « Estnva tan conteiitn y cuidadosa la Católica 
Reyna Doña Isabel del b\icn trato dcstos sus iiuevOsS va.ssallos, que 
oiilendioiido que Colón avía dado un Indio al Liceiuiiado Casaus, que 
av’ín do boh'or on el segaindo vingtí con él, le, eiubió á rei)rehender, 
diz.ieudo: Q.ue quien le niandava disponer de sus va.sallos? que los avía 
de tratar y tener como íí hijos.» (Fernando Pizairo y Orellaua, Varo- 
nes iíuslres del Nueoo Mumlo; Vida de Colón.) 



114. LIBRO I. —II ABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 


los que consideraban la enseñanza del ignorante como nn 
deber y elevaban la pobreza <t una coudiíáón respetable, 
les parecía el colmo de la ignominia condenar á la escla- 
vitud un mundo, porque estaba poblado de ignorantes y 
pobres. La gloria de Las Casas y su escuela consiste en 
haber elevado á principio de gobierno y regla de conducta 
la noción de la solidaridad liuinana, en tiempos tan adver- 
sos á su comprensión, y por eso serán siempre hom-a de sii 
patria adoptiva y orgidlo de su patria española. 

^Mientras se hacían de público las investigaciones enun- 
ciadas, oti’os trabajos concordantes al mismo fin verificá- 
banse en la soledad de los países americanos, por los 
misioneros encargados de reducir sus poblaciones á la cris- 
tiandad. Promediando el siglo xvr, empezaron los francis- 
canos, dominicos, agustinos y mercedarios á estudiar los 
idiomas y costumbres de los indígenas, y durante el siglo 
XAH, con la cooperación de los jesuítas, aquel trabajo lle- 
gaba c^si á la perfección en lo que se refiere á los princi- 
pales idioma.s, cuya índole gramatiiíal fuó dominada. Con 
este motivo se revelaron analogías y concordancias sor- 
prendentes entre el habla de los habitantes de uno y oti’o 
hemisferio, abriéndose ines])erado camino al estudio de la 
cuestión de origen. 

Qi> ha existido un lenguaje universal, os inncgabla 
Aim cuando eJ hecho no estmicra revelado, la simple ra- 
zón lo deiuincjaría, basándose en el proceso de la concep- 
ción mental y en la estructura de lo.s órganos de la voz. 
Necesidades primarias y rai-iociniós equivalentes á ellas, 
deben haber contribuido á formar el caudal de un vocabu- 
lario común enti’O los primeros hombres, basta que la emi- 
gración y la industria, ampliando aquélla los horizontes 



f.rDRO I. — HAniTANTKS PltlMíTIVOS DEL URUQUAl” 1 15 


visibles, y creando ésta incentivos más complicados á la acti- 
vidad, inventaban términos adecuados á traducir las nue- 
vas ideas (pie se iban claborundo. La condición uniforme 
de la sociedad humaiiH en sus períodos más rudimentarios, 
robustece esa íTcencia, pues no laicde (ioncebirsc (jue usos 
y líostumbres, institucjones é industrias, necesidades y pro- 
pensiones iguales eji todas partes, hayan dejado de tener 
una terminología comán que las cxjnesuse dcl mismo modo 
mientras pei’manecieroii inmutables. 

El hombre se maiiiíiesta al exterior por la inteligencia, y 
la acci(m, <> .sea por la palabra, y el hecho. Remontándonos 
á los primitivos testimonios (juc esta doble manifestación 
nos ha dejado, encmíntra.sc todo un orden de dcxuimentos 
])rci listóneos que acusan jjci’fecta identidad de lenguaje y 
aptitudes industriales en los j)eríodos de la infancia hu- 
mana. El tMuaje de los individuos y la ornamentación de 
su ccrámiiía, que son los pródromos de hi escritura y el di- 
bujo actuale.s, afectan la misma sencillez durante el período 
inicial de la sociedad, doquiera se cncneiitren sus vestigios. 
A medida que se accutáa el adelanto de las ideas y el pro- 
grcíso paralelo de las iiccesicladcs, comjdícase á la vez la 
expresión gráfica cíon que se pretende perpetuar su recuerdo, 
y a.sí el tatuaje c;omo el grabado abandonan la.s formas 
inocíentex, para representar simbolismos que llegan al jero- 
glífico. De la misma manera, las armas y utensilios de las 
.sociedades primitivas, so identilic.'in caitre ,sí, durante cier- 
tos períodos que la ciencia ha. podido clasificar dentro de 
uii oi’den numóricro, y no solanicute acusan osa identidad 
por su forma y destino, sino por el material empicado en 
su confección. 

De aquí se deduce, que la inteligencia y la acción de 



116 I>IHRO r. — HARrrAN'rES PRIMÍTÍVOS dej- uruguay 

los primeros lioinbres, se manifestaron por las mismas pa- 
labras y los mismos hechos generales en la infancia de la 
sociedad, y si las divergencias actuales parecen coiiti'adecir 
la afirmación, testimonios vehementes no hacen más que 
confirmarla. El paladar, la lengua y los. dientes, no han 
sufrido modificaciones de estructura que alteren sus pro- 
pcjisioncs naturale-s, (50mo los pies y las manos no las han 
sufrido tampoco, en ima extensión que supere la habilidad 
cenquistada por el ejercicio. Es cierto que muehos pueblos 
de la raza africanii y sus descendientes del .Brasil, acostum- 
brahan y ac(.)st,umbran á mutilarse la dentadura., sea para 
so])ortar los zoquetes de madera ó resina colgados á sus 
labios, sea para dar á los incisivos forma de dientes de 
pescado, lo cual refina el silbido de la pronunciación. Cierto 
es tambión que las mujeres salvajes del Uruguay, acostum- 
braban á mutilarse las articulaciones de las manos, lo cual 
debía entorpecer su uso corriente. Pero en uno ú otro caso, 
la ÍJidole del órgano nmtilado permanecía invariable, y 
mientras alentase, la producción de sus funciones era fa- 
tal. Estíi ])ropensión lógica explica por (juó los niños de 
todos los países y razas tienen un lenguaje coinón para de- 
signar las personas y cosas que fijan su atención primera., 
como explica, tambión la pericia rudimentaria de los salva- 
jes de todas las procedencias, para construir en una ópoea 
dada y bajo un plan uniforme, sus armas de guerra y uten- 
silios de industria. 

Los órganos de la palabm, destinados desde su principio 
en la parte que les con’espondc, á formularla y emitirla, 
debieron llenar esa funcióji por el procedimiento ingé- 
nito á sus medios propios. No es aventurado afirmar en- 
tonces, que conforme á la lista de sus necesidades morales 



LIBBO I. — HABITANTES ERIMíTIVOS DEL URUGUAY 117 


y físicas y á la visión de las (iosiis creadas, tuvieron los 
primeros hombres im vocabulario común, basta que el 
tiempo y las emigraciones, al extenderlo por los ámbitos 
de la tierra, lo adulteraron diversiíicándolo. De ese idioma 
primitivo quedaron subsistentes las exclamaciones de dolor 
ó de placer, bus interjecciones, los calificativos familiares, 
las alusiones á la Divinidad, las voces derivadas de los rui- 
dos de la naturíileza, acusando todo ello el testimonio de 
una fj'atemidad lejana que se remite á la infancia de los 
pueblos, como se remiten nuestros procederes actuales á 
las impresiones recogidas en el tráfago infantil. 

La distancia. íiiecliante entro las agrupaciones segrega- 
das, influyó (?n la conservación más ó menos copiosa de ese 
caudal de tórminos comunes. Mientras la efectividad del 
tra.to fue hacedera, el idioma, no sufrió modifiítaciones con- 
siderables, pero á medida que el alejamiento opuso dificul- 
tades, alteróse necesariamente la terminología liabitual. 
Xuevas exigencias, elevando ó deprimiendo los usos y cos- 
tumbres, desvanecieron el primitivo cuño de la civili/ac.ión 
ad(]uirida, no sólo en lo relativo á las exterioridades visi- 
bles, sinó también en las juspiraciones y las creencias. Los 
])ueblos (jue llegaron hasta las (íostas del mar, y traspasa- 
ron sus lindes jiara agnqiarse |)rimeramente sobre los ar- 
chipiélagos jiróximos, y derramarse de ahí sobre la tierra 
íinne inmediata, fueron los mayormente expuestos á cam- 
bios sensibles. Rjuigraban con su antiguo lenguaje y sus 
ídolos, pero los accidentes de la e.xcursión, el cielo j el 
clima de la patria elegida, inspiraban simbolismos nuevos 
y otras ])ídabras que las usuales para perpetuar lo aconte- 
cido. De allí esa mezcla confusa y exti^aña de ritos y tér- 
minos concordes, entre pueblos cuya lejanía respectiva in- 
clinaba á atiibuirles una. filiación distinta. 



118 IJRKO I. — irABITANTKS PROÍITIVOS DEI. URUOIJAV 


Estudiando los inoimmciitos jeroglíficos, nsí como las 
tradiciones é ídolos americanos, enconü*aron los sabios dcl 
siglo XVII una confirmación de esta verdad. Desde lius islas 
de Santo Domingo y Cuba, basta el interior del Perú y 
Mdjico, ídolos de nombre idéntico (\ otros similares de 
China y Japón, terniinacioiies asiáticas y jmlabras giiegas 
y hebreas mezcladas al lenguaje en uso, hicieron sospe- 
diable un origen recíprocr) entre atpiella agrupación de 
pueblos tan distanciadoH. El cai*ácter invariable de las len- 
guas japonesa 3' china, 3' la condición pura de las razas 
que las hablaban, flió tiiiidado asidero ít la creencia en una 
corriente emigratoria venida de aquellas regiones en tiem- 
pos remotos, íí poblar el suelo americano. Indicios no mc- 
no.s apreciables, constituyeron te-stimOino á favor de evo- 
luciones aniílogas en el orden migratoiio de otras razas del 
viejo continente. 

Prestábanse los idiomas mejicano 3^ peruano á largos 
expei'imentos en tal sentido, presentando raíces y termina- 
ciones que denunciaban su entionque con las lenguas ma- 
dres. Así, las tci*mi naciones mejicanas en .^mua y zuma, 
resultaron japonesiis, y el nombre Moctezuma que de ellas 
se deiiva, aparece en las cartas del Japón, aunque escrito 
en esta forma : Moiiteiiznw,a. La palabra griega T/iens 
(Dios), servía en el idioma mejicano á casi todos los nom- 
bres y dcsignacioucs atingentes á la i’eligión, empezando 
por Dios mismo á quien llamaban Theos, y, siguiendo por 
la Iglesia á la que llamaban Tcnpdn ( lugar de Dios ), al 
sacerdote á ípiieii llainabiui Thcapisqiil, al saci’istán que 
decían Theutlacasa, á las festividades religiosas ThcAitúutl 
(fiesta de Dios), al mar Theoall (agí /de Dios). Entre 
los 2>er nanos las 2)alabras griegas Tata y Mama^ servían á 



UCRO r. — HABITANTES PRIlimVOS DEE URUGUAY 1.19 

los hijos para designar respectivamente el ¡)adre y la ma- 
dre. El nombre hebreo Ana (graciosa ó miscricortliosa ) 
lo usai’oii algimas reinas del Pei’íí y M<íjico (Ana-huarqui, 
Ana-caoua), quienes pi*ccisíimentc .se distinguieron por su 
amor á los desheredados de la. foi'tiina (1). Junto ¿i estos 
ejemplos, pudieran cihirsc oti’os vaiios, no sólo en lo (]ue 
respecto á las lenguas dichas, .sino tambión á la fenicia y 
su.s derivadas. 

Si el estudio de los idiomas se prestaba de suyo á se- 
mejantes conclusiones, combimlndob^ con el c.studio de las 
tradiciones, costumbres y creencias, debía, pioyector mucha 
lu/ sobre el origen de lo.s i)rincipalcs pueblos americanos. 
Fuó, pues, e.scrupulosaineiite estudiada de nuevo esa triple 
manifestación de su Anda, y ]Mjr iniís de un concepto so ra- 
tificaron las afirmaciones de los escritores del siglo {Ulte- 
rior. Encontróse entre los .salvajes de América la tradición 
completo del Diluvio, y pm’idelameutc el bautismo y la 
cirenneisión, el casamiento y la poligamia, un concepto 
claro de la Divinidad, y la noción de recompensas y penas 
después de la muerte. Pero la contradicción de estos datos 
compheó otra vez el asunto. C>ada cual tuvo su precon- 
cepto favorito para remontarse al origen definitivo de la 
población indígena, y sobre si descendía de ja^xmeses ó 
judíos, se escribieron largos ti-atiidos. Volvió, por tal mo- 
tivo, tí detenerse el progi'eso científico. 

El cansancio de una controversia ton laboriosa, y la 
muerte de los más conspicuos caudillos, fué raleando el 
canijx) de los contendores hasta dejarlo desierto. Aconte- 


cí) Fray Grej?orio García, Ch Ujen de bs Indios dcl Nuevo Mundo, 
liba III y IV. 



120 LIBRO I.— HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUQUAY 


cimientos cu sn priiici])io ajenos íí la cue,stióii, vinieron 
empero á removerla durante el siglo XA’^m. Juan Jacobo 
liousse^ii on fuerza de alabai: al liombrc de la naturaleza, 
puso (le moda los estudios protoliistóriíjos, tjuc bigicamentc 
llevaron 6, los escritores sus contemporííjieos á disertacio- 
nes más ó menos exactas sobre el hombre americano pri- 
mitivo. Empeñada, la polémica con ardor, se sostuvo hasta 
que la expulsión de los jesuítas dio gran incentivo al de- 
bate, avivado por los escuitos en que aipiellos sacerdotes 
pintaban el estado social de las poblaciones reducidas y 
civilizadas por ellos. Sin embargo, la opinión (icntífica. no 
se desprendió todavía de preocupaciones muy raras. Adó- 
jose que los indígenas, si bien ágiles para cori-er, estaban 
destituidos de fuerza corporal; que carecían de barbas y 
kmían el cabello laigo como las mujeres, lo que demos- 
traba la debilidad de su constitución físicui; cjuc las muje- 
res eran infecundas, y que la unión sexual de las razas 
europeas y ameiieanas producía un tipo degradado. Gene- 
ralizando de esta suerte sobre todo el Continente, defcíctos 
accidentales emanados de una (‘ansa lociil, olvidaban los 
opinantes, segón lo observó un naturalista célebre, que si 
en las tierras bajas de Amdrica, el (»ilor tropical, la hume- 
dad dcl clima ú otras cuiisas, podían ser contrarias como 
lo eran cii Europa al desarrollo completo de la raza, (ui 
cambio bajo clima.s mejores ó tierras más altas, los habi- 
tantes de la Aménca septentriouid y meridional eran hom- 
bres nerviosos, robustos y más valientes de lo que permitía 
esperar la inferioridad de sus armas con respecto á los eu- 
ropeos (1). 


(1) Buffon, (Envi-ea computes, tomo iv : Varióles dans Vespvcc hu- 



LTBKO I. — HARITAXTES PRIMITIVOS TiKL URUGUAY 121 

A no babel* sido tan excluycntes las preoenpaciones po- 
bticas del siglo xvnr, ninguna época, más a.]n*oi5Íada á es- 
tudios experimentales sobre el origen de la^i razas. Wood 
escribía hacia. 1758 su célebre libro sobre las ruinas de 
Palmira, y desde 1788 á 1750, fueron sucesivamente des- 
cubiertas las ruinas de Hcrculano y Pompcya en Europa, 
y las del l’alenque j oti’as en Amoriai, aumentándose este 
caudal con el descubrimiento de los JIoundff en los Esta- 
dos Unidos, que Carver y IIai*te señalaron res])ectivamcnte 
de 1776 á 1791. Pci'o el trabajo de investigación sobi’e 
tesoros tan grandes, no corrcsqxmdió á su magnitud, (jue- 
dando ellos como de rcsei*va para tiempos más serenos. Si- 
glo de erudición liistorial y filosófica, el mayor concurso 
que pi'estó á la aclaración de los orígenes americanos, fué 
depm’ar los argumentos en litigio, sometiéndolos á un ri- 
gorismo metódico. Aceptó cuanto había de aceptable en las 
conexiones de lenguaje )' costumbres, y en la.s disposiiio- 
nes geográficas que indicaban el pasaje ])Osible de las tri- 
bus emigrantes de un continente á otro, pero no fué más 
allá. 

Las consecuencias finales de sus trabajos al i’especto, se 
resumen en la siguiente serie: 1." América no ha sido j50- 
blada por nación alguna del antigno Continente, que hu- 
biese hecho progi*esos considerables en la (ivilización, puesto 
que á ser así, los americanos á la époc^i del descubrimiento 
habrían conocido ciertas invenciones sencillas que han 
nacido casi con la sociedad en otras partes del mundo y 
no se incrden una vez conquistadas, tales como el arado, 
el telar 6 la fragua. — 2." Tampoco puede establecerse que 
América haya sido poblada por colonia alguna de las más 
meridionales del antiguo Continente, que no tenían ni la au- 



122 LIBKO I. — HABITANTES PIUMITIVOS DEL URWQUAY 

claciu, ni la induBti'ia, ni In fiun’/íi pava inspirarse en este 
deseo, ni los medios de praeticar tan largo viajo. — 3." 
Cuando un pueblo lia experimentado las ventajas que 
proporcionan á, los hombres en sociedad los animales do- 
mésticos, no puede subsistir sin lo's alimentos cpic saca de 
ellos, ni continuar su trabajo sin su auxilio; entre tanto 
(pie á los americanos les eran tan desconocidos el (íamello, 
el dromedario, el caballo y el Imcy, como el león y el ele- 
fante, lo cpie prueba evidentemente cpie el piimer pueblo 
que se (estableció en el mundo occidental, no venía de paí- 
ses en que abundaban estos animales. — 4.'^ Si bien las re- 
giones americanas situadas bajo los trópicos 6 (íer(?anas lí 
ellos, están llenas de animales indígenas distintos de los 
que se ven en la.s j:>artC6 coi’respondientes del antiguo he- 
misferio, las provincias septentrionales dcl Nuevo - mundo 
están pobladas de animales salvajes comunes á las partes 
del viejo Continente situadas bajo las mismas latitudes, ta- 
les como el oso, el lobo, el zoito, la liebre, el gumo, el 
corzo, el búfalo y oti'as muchas especies que abundan en 
los bosques de la Américu septentrional así como en los 
del Norte de Europa y Asia ; lo que parece deinosü-ui- que 
los dos continentes se aproximan entre sí poj’ esta parte, 
y están unidos ó tan inmediatos que estos animales luin 
podido pasar del uno al otro ( 1 ). De lo cual se sigue, que 
el pasaje de los animales supone la. posibilidad del pasaje 
de los hombres; y que á tener en cuenta hus tradiciones de 
los mejicanos sobre la figura, costumbres y manera de vivir 
de sus antepasados, provífliientes, según ellos, de un país 
muy remoto situado al nordeste de su imperio, todo parece 


(1) William Rol)ertsoii, Bisloña de América, tom ir, lib iv. 



LIBKO I. — HAKITANT13H PIUMITÍVOS DEL URUGUAY 123 


indicar que los primeros pobladores de Amíirica son origi- 
narios de algiina tiibu sah'aje de tártaros. 

Hasta aquí el resinncn de lo que el siglo xvm inves- 
tigó respectó al origen del hombre ameiicano. La impor- 
tancia de esa disquisición consiste en el rigor metódico, 
puesto que en lo demás no tiene novedad. Pertenece á los 
dos siglos anteriores, la enunciación do la hipótesis de las 
emigraciones del viejo continente al nuevo, y el descubri- 
miento de los indicios filológicos destinados á compro- 
barlas en gran parte. El espíritu caítico de los polemistas 
del siglo xvm, no hizo más que depiu-ar la ai’gumentación, 
sometiéndola á un criterio analítico que examinaba por su 
orden cada uno de los datos aducidos y les daba la colo- 
cación conveniente. Pero con carecer del mérito de la no- 
vedad, el trabajo aludido constituía un progreso, como 
que toda cue.stión bien planteada importa la mitad del 
problema resucito. 

El espíritu de nuestro siglo, informado por los grandes 
descubrimientos científicos que á justo título nos enorgu- 
llecen, permite adelautiir los datos adquii'idos hasta la al- 
tura de una demostración. Si el siglo xvni, poniendo á 
conc.urso la filosofía y la historia en su expresión más 
elevada, hizo visible la posibilidad de un origen común 
entre los hombres, el siglo xix, arrancando al suelo y al 
mar el hilo de las excur.siones de la humanidad al través 
de los más remotos tiempos, transformó aípiella posibilidad 
en certidumbre. 

Enumerados por su orden los fundamentos que concu- 
n-en á fijar el criterio científico sobre este punto, ellos re- 
sultan decisivos. Opiniones muy contestes admiten que 
América fue poblada en sus piámeros tiempos por asiá- 


Dom. Esp. — I. 


13. 



124 LIBRO I. — HABITANTES PRIMITn'^OS DEL URUGUAY 

ticos, basííndose no sólo en las ti’adicioncs de los mejicanos, 
sino tiimbién en la inclinación de las corii entes maiinaB, 
en la ruta se^^iida ix)r las emigraciones, y en la antigüedad 
de los imperios que se desixibliu’OJi por las éiwcas post-di- 
liiviales. Al Asia ixa’teneeía la mayor aglomeración de 
gentes en aquella feclia, y del Asia debían venir necesaria- 
mente las caravanas eiTantes de familias y pueblos (jue es- 
capaban á la guerra ó al hambre. La (Visualidad tambión 
influyó en algunas de estas emigraciones, producidas por 
accidentes ajenos á la voluntad de los navegantes, que 
fiándose al arte rudimentrn-io de su tiempo, eran ari'astra- 
dos á veces, com.o lo son hoy todaida, á las distancias más 
impensadas. 

Para dar una filiación remota á estas conjeturas, no ha 
faltado quien las dedujese de las piimitivas ti*adiciones es- 
critas de la humanidad; pero sin ii* tan lejo.s, puede afir- 
mai’se que todos los tiempos son apropiados para descubri- 
mientos mai'ítimos, y mucho más los antiguos, en que re- 
sultaban los pilotos esídavos de las cii’ciULstaiiíáas. Porque 
no debe olvidarse que las corrientes del mar, el ricnto, la 
falta de datos positivos cu que apoyar un deiTotero seguro, 
el afán de huscvir al tanteo en medio de la tempestad un 
refugio para librarse de sus iras, han sido factores princi- 
palísimos para lanzai’se á desconocidas latitudes. Que ni 
los fenicios ni los cartagiucs(ís debieron á otra, circiuístan- 
cia su alejamiento de las costas, ni los portugueses mismos 
con toda la ciencia de su tiempo arribaron al Brasil sinó 
por casualidad. 

Hay un dato (¡ue previene (íontra la decantada ignoran- 
cia de los antiguos en punto á navegaciones. Como el 
principal incentivo ciu el monopolio del (umercio, gnar- 



LIBRO I. — HABITANTES PRrMim'OS DEL URUGUAY 125 

ciaban sobre los viajes marítimos absoluto secreto. Se sabe 
hoy, que tanto lo.s fenicios como los cai'taginc.ses, no sólo 
navegaljan ele iiK*/)gnito, sino que moiitían sobre la direc- 
ción de sus viajes, fraguando i’chieioncs de pcligi'os ho- 
rrendos i:)ara amilanar lí sus contcmporóueos y excluirles 
de toda concmTcncia. Había segiin ellos, ademíts de preci- 
picios mortales más allá de las escasas distancias familia- 
res al vulgo, monstruos de todo góucro que devoraban los 
hombres y los barcos. Estii.s adulteraciones, elevadas á sis^ 
tema, retríusaban naturalmente la difusión de los conoci- 
mientos, haciendo patiimonio de unos cuantos el arte de 
navegar fuera del íu’rimo de las costas. Agregábase á ello, 
la existencia de penas severas aun para los mismos pilotos 
y sus tripulaciones, de modo que al retorno de csicla viaje, 
cualquiera imprudencia que se prcsta.se á una revelación, 
costábala pérdida de la vida. Piensaji muchos que á tales 
jDrec^ucioiies se debe el cojiocimicnto tardío sobre la apli- 
cación do cieilos instrumentos náuticos, pues se da como 
seguro, que, sino la aguja de marear, el astrolabio, cuando 
menos, era de antiguo conocido y usado. 

Los hechos Instóiicos más recibidos, autorizan á supo- 
ner muy verosímiles estas inferencias. De otra manera no 
se explica la cíonducta á largas distancias de ilotas nava- 
les como la que llevó Sesostris á la cumquista de la India, 
y César á la de Inglaterra; ni expediciones cuino las de 
los chhios al Cabo de Ihiena Es]x;ranza, partiendo del 
golfo pérsico. Como tpiiera que se tomen las cunjetimas so- 
bre el conocimiento que de algunas partes de América 
debían tener ciertos pueblos antiguos, es Uíino tpie la ra- 
zón ilustrada ¡xa' los hechos scí mclina á daiies «isidero, 
supuesto el orden natural de las exploraciones y conquis- 



126 LIBRO I. — HABITANTES PRIMnTVOS DEL URUGUAY 

tas intentadas en aquellos tiemi^os. Una objeíáón pui’a- 
mente afectiva, por decirlo así, de admiración y galantería, 
mantiene hasta lioy perplejo el (íomíín seiitii* de las gentes 
sobre este tópico, temerosas de robar íí Colón, transfigu- 
rado y radiante por la ejiopcya, una parte de su merecida 
gloria. Es más bello sin duda suponer al grande almirante 
primero y único de los hombres que cruzó mares descono- 
cidos, rompiendo las olas vírgenes con la quilla de sus ca- 
rabelas, antes que darle ¡iredecesores en su empresa teme- 
raria; pei’o destarada, la poesía, y sin mermar los justos 
títulos adquiridos por el inmoital geiiovés, debe dejarse á 
la investigación historial todo el ensanche que sus derechos 
reclaman. 

Ni pudiera ser de otro modo, á menos de cerrar los 
ojos á la luz. Medidas las distancias y sondeados los mares, 
resulta hoy comprobado que Aniéríca se acerca |) 0 i* tres 
puntos al antiguo Continente, ofreciendo el arribo á sus 
costas, mayores facilidades que á otros puntos del hemis- 
ferio donde llegaron expediciones navales en tiempos de 
infancia para la navegación. Menor de 600 leguas maríti- 
mas es la distancia cnti-e el cabo nordeste de Tslandia y las 
costas del Labrador; lo mismo que la que media entre 
.Álríca y bus tierras brasileras. Noruega é Islandia no están 
separadas de Groenlandia más que por 260 leguas. Y para 
decirlo todo, á los 65‘’50’ lat., el estrecho de Beliríng, desde 
el calx) del Príncipe de Gales hasta el de Tschowkotskoy, 
no ofrece oto distancia que 44 millas geográficas, entre el 
Continente am encano y el asiático (1). A distancias iguales 
se alejaron en lo antiguo muchas expediciones, y consta 


( 1 ) Georgo Bnucroít, Ilüioire des EtiUs UnUt, toin iv, cap xxri. 



LIBRO I. — HABITANTES PHIMITIYOS DEL ÜEUaUAY ].27 


que á (.listuDcias mayores urrojó la tempestad flotas caídíis 
bajo su azote. Las emigraciones provcuiente.s de las guerras 
y despoblación de los ¡^rimeros imperios, buscaron acosadas 
por la persecución y el hambre, locales más alejados de su 
asiento ortlinario que los que acabiui de nombrarse, y la 
tieiTa americana, distante sólo 44 millas del viejo Conti- 
nente, y á la cual podían anibar, sea surcando de una vez 
esa distancia, sea eondueieiido sus barquichuclos de isla en 
isla desde la. Tartaria ó el Japón, sin estíir eii el Oeéaiio 
más de dos días, no debía ser la única olvidada. Estos ra- 
ciocinios inducen á creer que el descubrimiento de Amé- 
rica se verificó por avejiturcros muy anteriores á Colón y 
sus tiempos. Los noruegos y normandos reivindican para 
sí, con títidos de positiva importancia, su pi’elación á ser 
considerados entre este número, y datos feliaiáeutes indi- 
can que los japoneses han sido forzosamente arrasti’ados, no 
una vez, sino muchas, á las costas americanas. 

Por oti’a parte, cioincidencias singulares refuerzan la pre- 
sunción de haberse polilado nuestro suelo con elementos 
de procedcncáa asiática. Las dos fases que 2 Jresenta la ci- 
lúlización jirehistórica americana, coincideji con la que 
liresentaba la ci-vúlización asiática en el momento de sus 
dos grandes emigraciones clá8Íc.as. Loa pueblos dispersos 
de las llanuras del Sennaar, llevaron j)or doquiei'a hor- 
das famélicas en estado de barbarie, constituyendo la pii- 
mera emigración de carácter imiversal. Una segimda emi- 
gración ocurrida el año 544, cuando la ruina de la dinas- 
tía de los Tsin volvió á revolucionar el Continente asiático, 
tuvo un carácter tan general y espontáneo como la primera, 
pero so compuso de gentes cuya cultura relativa era muy 
superior. Ahora bien: los indicios de este doble movimiento 



128 LIBRO I. — HADITAXTES PRIMITlVaS DEL URUGUAY 


emigratoiio, aparecen caractcrizaclofi en Amá'ica, por la 
barbaiie de lo« jHieblos nómades y ix>r la civilización de los 
pueblos sedentarios cuyas ruinas atestiguan un concepto 
más elevado dcl bienestar social. 

Es evidente que lia habido exagemeión en bis* temías 
iuventadíis para explicar el asiento de las razas asiáticas 
en Ani erica, llegándose Inusbi aiTegbir una cronología es- 
pecial que hace á los Incas peruanos desceudieutes de un 
hijo de Kiiblai-Klian, enipenubr mongoL También lian 
sido explotado.s con acieito discutible los progresos del bu- 
dhismo, atrilmyéndole la civilización mejicana. El deseo de 
llegar á conclusiones novedosas ha precipitado ii más de un 
escritor, airebatándole hasbi la e.sfem de b»s extravagancias 
donde el ingenio se sostiene á dm-íus penas. Pero ciñén- 
dose á la realidad esliicta, es lo cieilo, que el estudio de las 
corrientes marinas del Japón y los hechos obsci'vados du- 
miite un siglo c.*isi, demuastran que en la antigüedad, lo 
mismo que hoy, trsmsportes navales de cualquier especie 
han podido ypueden ser arrastrados con la mayor facili- 
dad de Asia á América ( 1 ). Demostrado satisfactoria- 
mente el hecho, cosa toda duda sobre su posibilidad. Si en 
los modernos tiempos las comentes marinas del Asia 


(t) Es concluyeüte al respecto, la siguiente calaclístíca que- da Na- 
daillac hablando de las comentos jnponiftRs; «Pe 1782 i 1876, qua- 
rante-neuf jonques ont étíi cntraiiiées par ces courants h travers le Pa- 
cific, dix-iieuf ont fait cóte nnx lies Aballes, díx sin* les n'vages de la 
presqu’Ue d’Alaskii, Irois sur celles des Etats Unís, deux enfiu aiix 
Síes Sandwich. Kéccinmiiit micore, une jonque jaiwnaise enU'aínéo 
par les flots, a Otó découverle pai‘ un navire auglais, non loin de la 
Californie, et laie houc’c recncillie sur la cotií ouest de rAuiérique a 6t6 
reconnuo poiir uno de celles quo les Ilusscs avaient placécs h l’embou- 
chiU'e de TAmoiu » ( Amérique préhisiorique, cap x). 



LIBRO L — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 129 


aiTojan á distancias considerables y sobre las costas ame- 
incanas barcos de pescadores y flotillas de otro g<5nero, no 
liay razón ateiiflilile que se oponga á que en la antigüedad 
sucetliera lo mismo. 

La adquisición de estos datos irrefutables, elimina el 
mayor obstáculo á la creencia en emigraciones del viejo 
Continente íú nuevo. Desde que la casualidad y los medios 
asnales, la nece.sidad y el de.seo, se combinaban para alla- 
nar ineon venientes, toda sospecha en contrario redunda 
contra la naturaleza de las cosas. Aun puede objetarse á 
los (¡ue o^ionen el argumento de haber sido el mar una ba- 
rrera infriuiqiicablc, que dicho argumento se retuerce con- 
tra ellos mismos aplicándolo á la diñcultad Porque, siendo 
el mar cuando está cercano, camino ]>rcferido de los pue- 
blos bárbaros, más ajitos para desAzarse sobiu las ondas 
que para franquear tupidos bosques cuya entrada requiere 
los esfuerzos combinados de la paciencia y el hacha, por 
el camino del mar debieron lanzai*se las emigraciones ma- 
yoiTuentc mg,idas ele ciKíonti’ar nuevas tienm Cuando me- 
nos, e.sta suposición es muy lógica en lo que se refiere á la 
senda trillada por la mayoría de los pueblos de la anti- 
güedad al dispersarse sobre el globo teri-áqueo. 

Mas ello no obstante, el caso iKaTnanecciáii en los domi- 
nios de la hipótesis, si á los indicios sumhiistrados por el 
mar no .se juntasen los que fornece la tieiTa. Juzgado el 
hombre en sus propensiones natimalcs, todo confirma su 
tendencia aiicbirit^a, y exhibidas los medios favorables á 
la práctica de esa tendencia, es razonable ]>easar que los 
aprovcclió para sus emigraciones. Pero si esta suposición 
se fundamenta, entonce.^ la evidemia rccííbra sus derechos, 
pues ya se trata de una verdad conquistada y no de un 



130 LIBRO I, — HABITANTES PRIMITIVOS DEI. URUGUAY 


mero supuesto. La arqueología actual, examinando las rui- 
nas esparcidas sobre el suelo americano y desenterrando 
los esqueletos, las arínas y los utensilios sagi’ados y profa- 
nos de las razas muertas, ha encontrado la fraternidad de 
origen que busc;aban los sainos de otros tiempos por el ca- 
mino de la especulación pura. 

El estudio de las ruinas del Palenque, Ococingo y Yu- 
catán, ha exhumado en Méjico una civilización sedentaria, 
muy anterior á la que encontraron los españoles al apode- 
rarse de aquel país. Diclias ruinas, que ya lo eran cuando 
Cortés y Monctc/uma debatían por las armas la jiosesión 
de la tierra, presentan vesligios arquitectóiii(;os de una si- 
militud notable con las construcciones asiáticas y egijnúas 
de la misma índole. Las paredes de piedra de sus palacios 
cubiertas de jeroglíficos, los bajo -relieves, columnas y es- 
tatuas, ya acomodándose á una procedencia, ya á oti’a, de- 
nuncian un origen comón con aquellos pueblos del Conti- 
nente antiguo ( l ). Bien que la fusión de dos órdenes 
arquitectónicos distanciados enti*c sí, como lo son el africano 
y el asiático, produjera en un principio perplejidades entre 
los anticuarios, se ha explicado después el heclio, atribu- 
yéndolo á la fusión de las gentes que se i’adicaron en la 
tierra. Porque habiéndose verificado las emigraciones segón 
la necesidad del momento, cada grupo debió recoger en su 
marcha elementos dispersos que se le plegaban, y aiui des- 
pués de establecido dentro de una ubicación fija, nuevos 

(1) Williain Proscott, ITisloi'ia de la conqnüta de Mójieo; tomo iv, 
apénd. Parte i. — Brnsseiir do Bourbonig:, IUMoire des luiliom civili- 
sées dii Mexique; tomo i, libro i, eap iri. — Manuel LaiTaiiizfir, Kstu- 
dios sobre la Historia de América, sus ruinas y anliyüedcides ; tomos 
I, iii y V. 



LIBRO I. — HARITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY ] 31 

contingentes venidos de otros pueblos, debieron mezclarse 
6. los que ya tenían residencia propia, dando así unidad (i 
aquella civilización cuyas exterioridades rellejan el recuerdo 
de cada una de las j’azas (pie contribuyó á, fundarla. Los 
pueblos del Río de la Plata, cuya arquitectura responde á 
tantos tipos como pi'occdcncias tienen los haliitaiites de 
sus ciudades, no lian do encontrar la exjilicación deficiente. 

Descubriinientos análogos en los Estados Unidos, tcsti- 
íican la e.xistencia pretérita allí de razas cuyo nombre se 
pierde entre las brumas do su propia antigüedad. Loa 
mounds ó montículos artificiales de tierra, que cxtcudi(5iidose 
sobre gran parle del tcriátorio do aquella nación, salvan los 
límites de Méji(ío, son construcciones que en su mayor 
níímero, al decñ’ de ingenieros competentes, requerirían el 
esfuerzo de millanís de obreros modernos provistos de to- 
dos los recursos de la industria actual. La claaifiííaeión más 
admitida de estos monumentos, los divide en cinco cn-de- 
nes, á saber: olu’as de fortificación, recintos sagrados, tem- 
plos, lugares de sacrificio y ccmcntei’ios ó ceiTOS tumbales, 
vallando sus dimensiones entre 12 pies de alto por 80 de 
diámetro, hasta 0 1 júes de alto con una base de 500 jior 720 
pies. En cuanto al hombre, constructor ó habitante de es- 
tas eminencias, se han encontrado en el seno de ellas, y á 
menudo revueltos en el mismo sudario, cráneos de tipo 
caucásico con cráneos de tipo nigroide, y como jiara justi- 
ficar esta conmixtión de procedencias, objetos represen- 
tando la cruz, símbolo de la eternidad entre los egipcios, y 
el elefante y el phallus, símbolos de adoiiición asiática. 
Hachas, cucliillos y flechas de sílex, mezclados con objetos 
6 instrumentos de cobre, remontan aipiella civilización á la 
Edad de Piedra, aun cuando su cerámica, en la cual Miel- 



132 IJBRO I. — HABITAKTES rRIMITrVO.S DEL URUGUAY 

ven á darse nuevas ti’azas alegóricas de un oiágen promis- 
cuo, sea superior á la europea de la misma fecha. 

Al lado de esta civilización cxti'aña, cuyos autores, á 
falta de nombre cono(;ido, llevan en la ciencia el de mound- 
bUders (constructores de montículos), aparecen los vesti- 
gios de otra, que salva también como ella los límites del 
teiTitorio yankee para internarse en el mejicano, y vice- 
versa. Consti’ucciones ciclópeas, que agrupan ciudades de 
¡ñecha sobre repechos y cimas casi inaccesibles, caractcii- 
zan la existencia lloreciente de esta otra raza clasificada 
por los modernos con el nombre de diff-du'dlers (habi- 
tantes de las ro(;as). Ignórase si los propulsores de tan 
atrevida dinámica, eran sucesores ó contemporáneos del 
hombre de los montículos; ^icro de cualquier modo, una y 
otra raza, después de liabei’ señoreado los territorios del 
Koi-te, invadieron el Centro y el Sur de la Améiica-, de- 
jando en las ruinas de CTiiatcniala y el Perú, la huella in- 
deleble de una larga y definitiva estxidía. 

Mas esta excursión paralela, que según todos los datos, 
fué anterior al dominio de los Incas en el Sin’, se detiene 
en las fi’ontcras del Brasil, cuyos territorios ya no dan 
asiento á los monolitos colosales, á los arcos y habitatáo- 
nes foi’inidables con que atestigua su posesión del suelo 
una de las razas invasoras. Parece evidente que los diff- 
dwellcrs hiíáeroji alto en la orilla opuesta del Amazonas, 
adoptándola por límite de su peregiinación sobre la tierra 
americana. En cambio, descubrimientos recientes autorizan 
á opinar que los mound-hilders procedieron de otro modo, 
extendiéndose, al pareíier sin rivalidad, por toda la región 
comprendida entre el Amazonas y el Plata, 0113^8 valles y 
riberas poblaron de construcciones más ó menos unifor- 



I.IRRO I.— HABITAOTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 133 

mes, pero correspondientes al padrón de su singular arqui- 
tectura. 

La arqueología brasilera suministra datos muy satisfac- 
torios sobre este punto. Aparte de lo que revela el estudio 
de \^jade, piedra originaria de la India y la China, que se 
encuentra pulimentada y bajo el nombre de^n'eíüva verde 
del Amazonas, sirviendo de adorno facial á multitud de 
tribus salvajes brasileras, la excavación de divei'sos mon- 
tículos artificiídes, y especialmente los llamados de Marajóy 
atestigua la entrada en tiempos primitivos al Continente 
del Sur, de las razas africana y asiática. La cerámiíni de 
Marajó, exhibe una variada colección escultural de cabe- 
zas, representando desde el más perfecto tipo japonés, 
hasta el tipo dejuámido y feo de algunas de las eseultm’as 
jirehistórieas mejicanas (1). Otras correlaciones, ponen esta 
cerámica, en cuanto á los ídolos se refiere, en parentesco 
estrecho con la de los mouvxh de los valles de Mississipi 
y Ohío, encontrándose además en ella, como en la de Ca- 
lifornia, Costa-Rica y Cliilicote imágenes phallomorfas, 
aun cuando en número más abundante. Seis cuadros de 
caracteres simbólicos de los mound-bilders de Marajó 
comjiarados con igual número de los usados en Méjico, 
China, Egipto é India, arrojan similitudes considerables 
entre sí. 

El movimiento expansivo de esta raza invasora, ha dejado 
también sus huellas en el Uruguay, sobre cuyas riberas se 
encuentran montículos artificiales que la piqueta del ai’- 
queólogo empieza á remover. Exploraciones verificadas en 


(1) Ladisiau Neltx), Investigares sohe a Arclicoloyia Brazileira 
(np. Arch. do Musen Nacional, tomo vi). 



134 LIBRO I. — HABITANTES miMITÍVOS DEL URUGUAY 

los territorios de San Luis, departamento de Roclia., deter- 
minaron una csuitidad considerable de aquellas coustruc- 
cionos, cuya medida común es de 8 ú. 10 meteos de alto, por 
lo á 25 do diámetro. La capa superficial de los pocos mon- 
tículos exciivados hasta ahora, es de tiei’i'a dura y com- 
pacta, generalmente cuhici’ta de talas, coronillas ó palmei’as, 
siguiéndose luego el relleno de tierra negra en polvo, con 
intei’polaciones de tierra roja quemada, á manera de hulñ- 
llos ó adobes. Entre el relleno y la (;apa exterior, hay una 
/ona, que pochía llamarse de cs(]Ucletos, de donde se han 
extraído varios, íutegTaineute conservados: estaban en cu- 
clillas 7 tenían á su alrededor restos de armas y alimentos, 
como también fragmentos de una cerámica juuy piámitiva. 
Mientras esto acontecía, liacda el Este, algo análogo ha re- 
velado en el Oeste una excavación accidental. Sobre la 
costa del río Negi’o, á veinte- cuadras del jmeblo de So- 
ria.no, se extrajo dcl montículo denominado Cerrito, un 
esqueleto sepultado boca, arriba, con los bi-azos en cruz, y 
rodeado de sus armas de combate. El Cerrito está cubierto 
de una capa de tierra plomiza, luego otra de escamas al 
parecer de jiescado, y entre esta última y el es(pielcto ex- 
traído, existe una capa de conchas marinas. Al contrario 
de lo acontecido en San Luis, los fósiles del Cerrito se 
pulverizaron al contacto dcl aire. 

El conjunto de los hechos aducidos, arguye la existencia 
en América de una civilización primitiva, muy anterior á 
la que los conquistadores encontraron, y aun á la que dia- 
fiTitalian los conquistados, viniendo á ser tan antiguos para 
aquéllos los vestigios dejados por los mound-hilders y 
los diff-dwellcrs, como lo cj’aii para los mejicanos, pe- 
ruanos y guaranís, sobre cuyas tierras yacían dispei’sos. 



LIDRO I. — habitantes PRIMITIVOS DEE URUGUAY 135 


Si á ostos indicios que el suelo presenta, se unen las tra- 
diciones locales, todas ellas contc-stés en afirmar la proce- 
dencia extranjera de las razas entradas al nuevo conti- 
nente, así como la de los fundadores do las nacionalidades 
6 sus civilizadores, cualquier negación al respecto se pierde 
en el vacío. 

Mas por ello mismo, la escuela escóptica, nacida á miz 
del descubrimiento, y perpetuada basta hoy al travós del 
debate científico, no pudiendo negar la evidencia, se refugia 
en la hipótesis de que his primitivas raza.s americanas son 
autóctonas, por cuanto, hecha, absti-acción de consideracio- 
nes accesorias, resulta siempre que las emigTacione.s (;uyos 
vestigios ostenta nuestro suelo, encontraron en ól, tribus 
que ya. lo habitaban y con mucJias de las cuales coexistie- 
ron. Y bien que esta objeción nada pruebe, pues con dife- 
rencia de fechas, del mismo modo pudieron arribar las 
piimeras emigraciones como las últimas, no ha faltado 
quien se anime al argimiento pai-a dedai'ar que la cuna, de 
la humanidad cstií en Ainórií^, de donde se sigue que el 
progreso moral y social del viejo Continente se debe al que 
por e(]uivO(iación llaman nuevo. 

Es indiscutible, que los i^ueblos pueden caci- de la civi- 
lización it la barbarie, como lo es también, que i)or un cú- 
mulo de circunstancias dependientes de la to 2 iogiafía del 
suelo ó de las disposiciones geniales de raza, pueden f)io- 
longar su infancia jíor largos jieríodos seculares. Mas en 
cualquiera de estos exti’emos, el surco de lo pasado se es- 
ti’atifica á la materia cpie les rodea., demostrando por la 
traasformación manual de ella, el grado de cultiu’a que 
alcanzaron. Así, de las grandes naciones boy desapare- 
cidas, dan testimonio minas maravillosas en cuyo seno 



136 LIBHO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 

se distinguen las huellas del ti’abajo científico y fu’tístic-o 
que informó los planes y depuró el gusto del genio nacio- 
nal; iiütóndose por lo contrario en las huellas dejadas 
por las uacioncs incultas, toda la pobreza de una civiliza- 
ción incipiente. 

En el orden regular de las cosas, si el progi’eso moral y 
social de los americanos hubiera sido tan antiguo como el 
de los hombres del viejo mundo, Colón y sus sucesores se 
habrían encontrado con ima civilización igual á la que ellos 
traían. Si hubiera sido de origen más remoto, esa chdliza- 
ción estaría en tal auge, que en vez de conquistadores, los 
europeos, hubiesen sido conquistados. Suponiendo, empero, 
que circunstancias dependientes de la topogi’afía del suelo 
ó de las disposiciones geniales de raza, hubiesen prolon- 
gado la infancia de los americanos primitivos, esas causas 
serían visibles al observador, en la aridez de la tierra, 
ó en su falta de comunicaciones, ó en la torpeza incurable 
de los indmduos pai'a asimilarse los conocimientos que se 
¡iretendiei’a ti’asmitirles. Por último, admitiendo que causas 
muy anteriores á hi invasión europea hubiesen infinido para 
aplastar la civilización americana sustituyéndola por la 
barbarie, entonces el testimonio de las ruinas mostraría al 
viajero azorado, resquicios de inventos, evsculturas, pinturas 
y artefactos que no jiresentía su imaginaiáón. 

Nada de esto sucedió. Por el Norte, en el valle de Ana- 
huac, centro de feracidad poblado por una raza inteligente 
y brava, llegaba á su apogeo la civilización primitiva con 
el Impelió mejicano, marchando luego en progresión decre- 
ciente hasta perderse entre los desiertos ó las costas del 
mai\ Hacia el Sur, el Imperio del Perú, cuyos fértiles te- 
rritorios admiraron á los conquistadores, ponía el sello á 



LIHKp I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 137 

otra civilización, que se deprimía al pasar por entre los 
cliibchas ó muiscas en las regiones de la actiml República 
de Colombia, y seguía su descenso basto llegar al Río de 
la Plata y encontrai’se con los chan’úas, cuya gi’osera. siin- 
pliíádad podía tomarse ¡jor el último eslabón de una ca- 
dena. Dos imiierios semi-báj‘baros que ni se cojioeían 
entre sí, ima nación inferior á ellos situada en Colombia, 
multitud de pueblos errantes, cousti’uccioiics relativamente 
mediocres, ensayos tímidos en el orden intelectual, extra- 
vagancia en las costumbres, cuando no inmoralidad y 
crueles instintos, fuó todo lo que ¡presentaron los indígenas 
americanos como unidad de conjunto á sus conquistadores 
en el momento de ser descubiertos. 

Comparando los puntos más salientes de aquella actua- 
lidad, con los antecedentes dejados por las razas que la 
habían precedido en el dommio del suelo, el progreso, sin 
embargo, era fusible. Las (iudades mejicanas y peruanas 
existentes bajo el dominio de Monctezuma y Aúiliualpa, 
encerraban una civilización superior á la que atestiguan las 
ruinas del Palenque y las construcciones de los mouiul- 
hílders y los eliff - dwellers. La ferocidad de costimibres 
que obligara á aquellos primitivos habitantes de Amóric^i 
á construir sus viviendas de refugio en alturas naturales ó 
artificiales casi inaccesibles, se había dulcificado, por la 
edificación de ciudades en el llano, por la construcción de 
puentes y caminos que franqueaban en vez de obstruir bis 
comunicaciones, y por una sociabilidad imls regular, que 
con todos sus inconvenientes, abarcaba mayores esferas de 
la actividad humana. Mas no obstante esta superioridad 
sobre sus antecesores, estaban los íimericanos harto atra- 
sados á la época de la conquista.. 



138 LTRRO I. — IIARTTANTKS PRIMITIVOS DKL URUGUAY 

Ni la natiiralc/a., ni la dotación intelectual intervenían 
en esa condición precaria.. Dcrj’amíí.l)a.iise la.s poblaciones, 
ora Hcdentai'ias ó errantes, á lo largo de los ríos, en el seno 
de los valles ó al pie de las montañas, gozando climas di- 
versos y pudiendo aprovechar las producciones de un suelo 
virgen. Con todo, su progreso era. nidimciitario, pues los 
mej ionios y peruanos no liubíaii salido de la Edad del 
Bronce y los charrúas apenas si llegaban á la Edad, de la 
Piedra ¡ndida. ¿Por que estaban tan ati’asados, jioseyciido 
elementos tan coinosos? No se producía el hecho por in- 
suficiencia mental, pues los progresos que alcanzaron mas 
tarde las Ordenes religiosas dcl catolicismo, difimdiendo 
con éxito cutre ello.s la ciencia y el arte, prueban que si 
los misioneros tenían la virtud de la caridad y el mérito 
de la coustíuicia, los indígenas no carecía, n de la percep- 
cióji intelectual adecuada a hacer fruc.tít'eros aquella virtud 
y este mérito. Tampoco puede decirse que el atraso provi- 
niese de los obstíículos de la natui’aleza, desde que la mag- 
nitud y abundancia de los ríos, la fertilidad de las tierras 
y el temple de los climas, se pj;estaba a todos los transpor- 
tes y á todos los cultivos. Luego, pues, no estando en la na- 
turaleza ni en la inteligencia el obstáculo á un jirogreso 
mayor, estaba en la jirocedencia de las razas americanas. 

La tradición histórica afirma sin contcstacióji, que el li- 
naje humano se despai-ramó por primera vez sobre la su- 
perficie del globo, huyendo las llanuras dcl Sennaar empo- 
brecidas ¡jor la miseria. Fué en aquella noche de la huma- 
nidad, cuando la natmaleza y el hombre se debatían ja- 
deantes, que los prófugos del ciataclLsmo buscaron á tientas 
un albergue. En su disiiersión sin rumbo, salvaron todas 
las distancias, semejando su azarosa corrcjía nuevo diluvio. 



J-IBHO I. — líABITANTES BBnimVO-S DEB tlRUQUAY 139 


en que «eres y cosas arraucaclos á su estacioiianiieiito habi- 
tual, rodaron por el orbe, como roduraii otrora montañas y 
bosques, al impulso avasallador de las aguas. Acosado por 
la iiewsidad y sin más guía que el impulso de pro^jia con- 
servación, el hombre de los primitivos imperios llegó hasta 
los más lejanos confines, plantando sus lares en las super- 
ficies desiertas que ].)or primera vez se estremecían al roce 
de la planta humana. Todos los continentes hoy conocidos 
le dieron cabida, y la constancia de luia bárbara frugali- 
dad, echó los cimientos de la sociabilidad feroz que debía 
templar sus arrebatos en la lucha con la iJitemperic. 

Para reducir esa barbarie, impusiéronse los prófugos toda 
clase de esfuerzos, segón el mh ñero suiiuulo por cada agru- 
pación y el lugar donde hacían alto en sus correrías. Va- 
gando por el mundo, ora vencedores, ora vencidos de la 
natiu-aJeza, algunos se extinguieron, sin dejar otro recuerdo 
que los dolmcns y los donde se revuelven 

los residuos de sus comidas, sus huesos y sus armas, con 
los huesos de los animíiles contomjioráneos; otros asenta- 
ron sus viviendas al aniparo de climas y sucios propicios, y 
los más afortunados echaron las bases de los gi-andes cen- 
tros de civilización que en el orden de los tiejupos habían 
de llamai'se Nínive, Jkbilonia, Atonas, liorna, Jerusalén, 
marcando al espíritu Immano las etapas de su carrera. 
Repleta y barbarizada por igual la tierra, en aquellos cen- 
tros empezó á elaborarse leutameiite la. nueva civilización 
que debía irradiar el mundo. Cada continente la recibió 
según se prestaba á propagarla su emplazamientn en el 
globo, adelantándola en la medida adecuada á esas condi- 
ciones. Por virtud de esta ley, obtuvo América en el ti-ans- 
cui-so silencioso do muchos siglo.s, los liciieficios que mía 


Don. Esp.— 1. 


II. 



140 LIBRO I. — HABlTAN'rES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 


tras otra le fuei’on impórtamelo emigraciones sucesivas, y de 
ahí la diversidad de aspecto que presentan sus monumen- 
tos y minas. 

Tal es la respuesta que el pa.sado da, cuando .se iiitei’ro- 
gan lealmcnte sus secretos. Preocupaciones antireligiosas se 
oponen á esta réplica de la razón y la ciencia, empeñándose 
en que ella favorece exclusivamente á la Iglesia católica, 
porque afirma el dogma de la unidad de la especie humana. 
Mas conviene establecer una vez ¡lor todas, que la integri- 
dad del dogma no gana ni pierde nada, con que los indivi- 
duos del linaje Immauo reconozcan uno ó varios ce)itros 
de creación, puesto que es la j}osihí¿idad del parentesco 
y no el parentesco efectivo lo que constituye realmente la 
especie. Una mera cuestión de palabras divide á los con- 
tendores, confundiendo el calificativo raza, destinado á in- 
dicar un conjunto de individuos que heredan por medio de 
la generación ciertas particulaiidadcs accidentales que no 
alteran sub.stancialnícnte su condición típica, y el calilUía.- 
tivo especie, que indiísa la identidad del tipo, en cuanto lí 
sus facilidades de reproducídón y á la fecundidad indefinida 
del fruto proveniente de sus criiznmientos. Así, las razas 
negra, amaiilla y blanca, se diferencian rccíprocanieute en 
sus peculiaridades accidentales, pei;o son idénticas en su 
condición específica. De lo cual puedo (ioncluirsc, volviendo 
á la integTidad del dogma, que aun cuando los individuos 
del linaje humano, en vez de proceder todos de Adán y 
Noé, perteneciesen á distintas familias primitivamente 
creadas por Dios en diferentes centros, todavía no dejarían 
de formar una sola especie, si la naturaleza de todos ellos 
es una misma, y tiene por consiguiente intiánscca AÚrtud 
para trasmitirse de los unos á los otros por vía de natmal 



IJBRO I. — HABITAKTES PKr^ríTlV()S BEL URUGUAY 141 

descendencia (1). Y disen nase de éste ó de otro modo 
sobre el asunto, os un liecilio constante, que el liombrc, 
cualquiera sea. el estado social en que se encuentre, reco- 
noce la comunidad de origen con sus semejantes. Aquel 
grito de Coock al abracarse coji un salvaje en medio de 
las soledades de Austi’alia, llamándole ¡hennano mió! es 
el grito de la solidaridad buinana, más grande y más fuerte 
que toda sutileza ó prevención. 

Bien que pudiera parecer inadecuada ó difusa la diser- 
tación antecedente, ella, ha sido ueecsa.na para plantear la 
cuestión dentro de sus verdadoos tónuinos. Estando como 
está cii litigio todavía el origen particular de cada una 
de las naciones americanas, no hay otra jmerta de salida 
en este líd)crinto que el ascenso al origen connni de todas 
ellas, para tener un punto fijo de donde arrancar su filia- 
ción. De otia manera, el cspíi’itu se desvanece rastreando 
datos que resisten una coordiiiacáón definitiva. Sobre todo, 
cuando de la,s gmndes naciones se pasa á las pequeñas, 
dcEiaovistas de tradiciones comprensibles y huérfanas de 
toda cultura, entonces el acierto respecto de su pasado más 
remoto es problemático, porque si las raíces del idioma y 
la manifestación arqueológica de los objetos usuales deno- 
tan parentesco con tal ó cual raza conocida, otros hechos 
inducen á destruir la suposición. Por eso (íorresponde se- 
ñalar como el verdadero escollo que el historiador ameri- 
cano eiicuenti'a en su camino, la averiguación del origen 
dcl habitante primitivo de su país. 

Seguramente que el Uruguay no escapa á esta regla de 
criteno, poblado como estaba, al arribo de los españoles, 


(1) Jos6 Mendive, La Roligión Católica r indicada, ciip xxvi. 



142 LIBRO I. — HABITANTES TRimTIVOS DEL URUGUAY 


por tribus pequeñas en níímero y generalmente aiitónonuis 
enti*e sí. Los que las descubrieron, combatieron y disocia- 
ron, carecían de interés científico que les impulsara á es- 
tudiarlas en sus antecedentes y costumbres, y liasta el 
cebo de la codicia faltaba á las expediciones militares com- 
prometidas en una conquista tan difícil. Concuerdan, sin em- 
bargo, los primeros cronistas de estas expediciones, en que 
las tribus asentadas sobi-e el tenitorio mTiguayo formaban 
una confederación que se extendía desde las riberas del 
Atlántico hasta donde los ríos Uruguay y Paraná se jun- 
tan, derramándose de alií j)or las costas de ambos ríos, 
para mantener guerras, alianzas ó tratos coinercíiales con 
todas las tribus del tránsito (1). 

Esto no obstiuite, la multitud que ocupaba el territorio 
uruguayo no era, según está comprobado, una raza aborigen, 
pues la habían precedido en la posesión del suelo, otras 
cuyos groseros monumentos denuncian su prioridad. Pero 
mienti’as revela(íiones etnológicas de que hoy carecemos, 
no incoiq)oren aquellos misteriosos habitantes del país á su 
historia, el único punto de partida es la raza que encon- 
traron los conquistadores poseyendo el suelo, y aun ésta, 
por la insuficiencia de los estudios de que fue objeto cuando 
pudo legarse hitegro su tipo al porvenir, presenta dificulta- 
des para determinar su procedencia y origen. 

Kehaciendo, empero, el proceso de una existencia tan 
accidentada, coiVio son complejos los datos que la informan 
durante la doiniimción española, i)ucden exhumarse los ras- 


(1) Ulderioo Scbinidol, VUiJe al Rio de la Plata, cap vr y xi. — 
Mmtíii del Barco Centcoiern, La Argmtina: Poema hidórico, cantos 
XIV y xxvu. — Ruy Dina de Clur-múii, La Aryentkm, cap vi. 



LIBRO I. — HABITANTES PRBfmVOS DEL URUGUAY 143 


gos más salientes del gentío que ocupaba el país cuando 
Solís lo arrancó al scci’eto de los mares. Divemas tiibus 
señoreaban la tierra con nombres de apai'iencia distinta, 
pero en el fondo acomodados á un idioma común. Una 
rusticidad primaria dominaba en sus relaciones generales 
así como en los afectos de sus individuos, pero eran de 
costumbres enteras j de sobria y valerosa condición. El 
salvaje imignayo aparece ante la historia como ni>arcce 
una estatua desnuda en el taller de un artista, pai-a sei’ 
materia de estudio y no incentivo á la obscenidad. Por sus 
aptitudes geniales, brilló como una excepción entre otras 
parcialidades corrompidas ó ferocas, y no cediendo en va- 
lor 11 ninguna, superó á todas por la docilidad con que se 
abría al trato de las gentes, siempre que la tentativa no 
viniese precedida de imposiciones ó amenazas que lastima- 
sen su altivez ( 1 ). 

La mujer, compañera de este hombre, complementaba, 
por su carácter sufrido, las dotes culminantes de la raza. 
Acostumbrada al peligro y á la movilidad, huía de todo lo 
sedentario para no ser obstáculo á los suyos, así es que no 
conocía esas largas enfermedades que el refinamiento de 
las costumbres y las prescripciones científicas propenden á 
generalizar en la mujer civilizada. El parto no era para 
ella un incidente excepcional, y el cuidado y alimentación 
del nacido no perturbaba las ocupaciones de la madre. En 
el acto de alumbrar, echábase al agua la rcción parida con 
su cría, y después de esta operación, la frotaba y calentaba 


(1) Difigo Gnrcíu, Memoria de la navegación al Piala (N.® 1 culos 
Dofi de Prueba). — Lnís Rnniíre/., CfirUt, dd Rio de la Piala {'í^ 2 en 
los D. de P. ). 



144 fJBRO I. — HABITANTES TEIMITIVOS DEL URUGUAY 

conti’a el seno, micnti’as otras mujeres la friccionaban á 
ellas Este medio terapéutico de las fricciones y los bafios, 
era la principal mediítJición que conocían, aplicándola á 
toda ciifcrmedad en cualqniei’a de los dos sexos. Servíanse 
también eii ciertos casos de la ventosa, cuya aplicación 
lograban chupando con fiicr/a la parte dolorida del cuerpo, 
hasta provocar la inflamación cutánea. 

De tíusal tan enérgico debía nacer forzosamente una 
raza varonil, adiestrada desde la infancia, á los combates 
más acerbos de la vida. Por ese medio adquiriei-on mpiella 
serenidad de porte y aquel aplomo en el peligro, que ad- 
mií’ó á los conquistadores, quienes poco podían admirarse 
del brío y la audacia ajena. Líi ludia por la existencia 
emj)rendida todos los días contra la natui’aleza ó sus se- 
mejantes, y frecuentemente contra ambos á la vez, les 
liabía dado la conciencia de su valor, sin ninguno de los 
agregados con que la vanidad suele afear ese don ta.n pre- 
cioso en el hombre. No eran crueles con el vencido, ni 
brutales con la mujer, ni autoritarios con los pequeños. 
Enemigos de ser advertidos ó incomodados por qtios, guar- 
daban á los demás la consideración deseada para sí mismos, 
y bien que los conquistadores atribuyeran á indiferencia 
recíproca ese sentimiento que limitaba sus pretensiones y 
sus actos (!on relación á tercero, es evidente que en vez de 
indiferencia, era respeto mutuo el que se profesaban. 

Que la población salvaje, descubierta por los españoles 
sobre el suelo uruguayo, constituía al tiempo de la con- 
quista una entidad social con aspecto y dominios propios, 
es creencia uniforme de los primitivos historiadores de 
estas regione.s, según se sabe. Pero lo que generalmente 
ha pasado inadvertido, es que los españoles, al declararse 



LIBRO I. — HABITANTKS PRnUTIVOS DEL URUGUAY 146 

dueños de la tierra, la designaron oficialmente con el nom- 
bre de Uruguay, dando por extensión el de uno de los 
ríos del país á todo el territorio comiorendido entre sus lí- 
mites hasta las costas del Paraná, como dieron el nombre 
de Río de la Plabi á todos los países cuya entrada fran- 
queaba aquel («nidal de aguas. Si provino esto, en cuanto 
al Uinguay, de que sus j^riniitivos habitantes aplicasen por 
antonomasia dicho iiombrcj tanto al río como al país, lo 
ignoramos, ¡oero es lo ciertó que los gobernailores del Río 
de la Plata, se titularon dmunte muchos años goheiiiadores 
del Río de la Plata, Uruguay, Tapé ó Mbiaza ( 1 ). De 
este modo, el verdadero nombre del país, que muchas veces 
se ha pretendido repudiar por cj-eerlo una inventiva del 
locyili.smo, tiene la más antigua confirmación histórica. 

Con todo, examinando los usos y costumbres del gentío 
que á la ópoca del descubrí miento jioblaba el suelo, queda 
excluida la suposición de una nacionalidad organizada so- 
bre las bases cpie tal idea despierta por sí misma. Carecían 
de gobierno central que regulando su acción ¡iiiblica, pro- 
pendiese á darles sólida imidad. En tiempo de guerra, for- 
maban las parcialidades asociadas en ese designio, lina 
confederación con jefe.s electivos, que se disoMa á raíz de 
la paz, volviendo cada grupo al goce de su primitiva inde- 
pendencia local. Las necesidades de la alimentación y tam- 
bién las querellas intestinas, solían disociar las tribus, sub- 
dividiéndolas en agrupaciones cuyo iiombre respondía tal 
vez á la causa impulsiva del acto realizado. Pero la r<3si- 
dencia común sobre una misma zona teiritorial, y la fia- 


(1) Pedro Lozano, Historia (lelo CompmUi del ravaynay, Rio déla 
Plata y Tucumún; tomo i, libro i, cap i (odie Lamas). 



146 LIBRO I. — irARITANTBfl PRIMITIVOS DEL URUGUAY 

teriiiclucl coiistiuitc con que ojici-abyji entre sí respecto íí 
los cxti’Hños, iiicluce á creer en la existencia cíe una ruza. 
Apiu’aiiclo nlgnnos escritores relativamente nioclei’iios, el 
estudio de las cualidades oommies cjiie vinculaban á los 
habitantes del Uruguay cuando la Conquista actuó para 
dominarlos, llegaron con el conocimiento de su ubicación 
geográñea, idioma general 6 aptitudes físicas é industriales, 
á esta misina conclusión formulada por los ¡ladres de 
nuesti'a historia cu sus CiUculos inductivos y referencias 
taidicionale^ (1 ). 

A juzgar por la más alta manifestación intelectual de 
los ¡lueblos — el lenguaje — no compensabaji los indígenas 
uruguayos con el suyo, la pobreza de su exterioridad. Ha- 
blaban un idioma cuya niartriz era el guaraní, mezclado 
con voces extrañas, tal vez recogidas en las excursiones 
fuera del territorio propio, ó formadas jior la índole de la 
pronimciación peculiar á la localidad en que se vive; pre- 
valeciendo en sus manifestjiciones fonéticas una tendencia 
gutural de las más proiuin ciadas. J)e esa. manera de arti- 
cular nos han dejado una muestra indeleble en el uso de 
la y, que nosotros como ellos pronunciamos del mismo 
modo, dándola un sonido entre gutui’al y ¡mludial, 
cuando no Irace oílcio de conjunción y pi-ecedc á una. vocal 
ó está entro dos de ellas. JCn confirmación de lo diebo, 
basta enumerar algimas de las voces nativas bicoiporadas 
al lenguaje (íornentc, como y acaró (lagarto), yuyo (hierba 
del campo). 

No eran exclusivamente imputables á nuestros indíge- 

(1) Manuel Ayres de Corouraphia BraziUca, toin i, 1.— 

Alcide D’Orbigiiy, Urionune. Aviéricriin, tom. ri (nrt CüfUTÚa). 



IJORO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 147 

lias, catas A'ai’iticiones de foniin. que estahlocími acparación 
aiiarente entre el icíioiua hablado jior ellos y la lengua ma- 
triz, pues el caso se repetía, doípiiera mijicrasc el guai'aní, 
iiiíluj-endo tal modiíicacióu en los inexpertos, para iiiducii’- 
les á diferenciar el lenguaje y aiiii el origen de las tribus 
que lo bastardeaban (1). Á este erroi* de apreciación, siguió 
el de la ortogi’ufía convencional con que fiierou ü'asmitidos, 
los vocabularios, cuyo contexto, depin-ado y sometido mas 
tarde á reglas científicas, no pudo eliminar, empero, el dejo 
ele su procedencia. Fnó así cómo el lenguaje de los primi- 
tivos lu'uguayos, qué ya era una alteración dd guaraní puro, 
resultó desnaturalizado todavía por los cronistas españoles 
al fijar muchos de sus téi’minos en las relaciones csciitas. 
Desde luego, snstituyci ou la r blanda de los natimdes poi’ 
la rr castellana, y la y por la ch para designar los nom- 
bres de las tribus mÚB conocidas, consiguiendo que estas 
aparciíieran con calificativos tan cbstamáados cutre sí como 
cbaJTÍia, chayo, yaro y chaná., cuando en el fondo dichos 
nombres tienen una similitud indiscutible, si se les emite 
con la inflexión usada ¡w sus ¡poseedores: yarda, yayo, 
3 ^aró, yand. 

La partícula ya, es jnimora ]:>ei’soua. plural del ¡)ronom- 
)n-e, y significa nosoti-os. Empleada en su más lato alcance 
designa por autonomasia una raza ó pueblo, tal como 
cuando decimos: nosotros, ¡ja.i-a referirnos lílos ameiicanos, 
ó para designar á los uruguayos. La comunidad de ¡latria, 
condiciones ó estado moral, requciúda en castellano para 
vincular aJ que habla (»ii el conjunto á que se refiere, es 
la misma que pide el guaraní en este caso. Por conseciieii' 


(1) José Ouevarji, Uisluria fiel Parafjaay; libro I, § ii (Col Aiigelip). 



148 I.1HR0 I. — HABITANTP:S RRIMITI VOS DEL URUGUAY 


cia, toda vez que el vocablo ya {ipa.rece unido á una de- 
signación individual ó colectiva, a 2 ilic<nda á individuos ó 
pueblos, suiione eii quien lo emiilea, vinculación moral ó 
material con los aludidos. 

Muy diferente es la aceijcióu y sentido del vocablo cha, 
que los esjjañoles confundieron con el anterior. Hacía ge- 
neralmente entre los indígenas este segundo vocablo, oficio 
de interjección, sirviendo liara denotar afectos admirativos. 
Al cnqilearlo con tal fin, acostuinlirabaii á ^irolongar el so- 
nido de la última letra en esta forma: chaa. De manera 
que en .su acejjcióu cornún, el vocablo indicado, nunca po- 
día )-efcrir.se al individuo que lo usaba. Entre los guaranís 
brasileros tenía un sentido más coiicroto, ¡mes cha repre- 
sentaba la ¡iriruern. |>ei’sona jilural del iinjierativo, equiva- 
liendo ¿l deeii' «vosotros» (1). Puede inferii-se por analogía, 
que una extensión parecida tuviese entre los uruguayo.s, 
[lucs de todos modos, el significado cleteruiiiiante del vo- 
cablo, acentúa la necesidad de ajilicarlo á pemona distinta 
del que habla ó con referencia á cosa no poseída ó vista 
habitualmente. 

Siguiendo las reglas gramaticíiles establecidas en este 
jnmto, el vocablo cha, agi'cgado á cualquier otra partícula, 
concurre á determinar la |)ersoiia fi objeto que causan ad- 
miración. Así, juntándolo con la p)alabra kanc, que alter- 
nativamente significa dañoso, contrario ó desgastador, de- 
nota la imjiresión producida en ol ánimo dcl que habla, 
respecto del poseedor ele csa.s cualidades. Agregándolo á la 


(1) Antonio Riiiz (le Montoya, Arte, Vocabulario ¡j Tesoro guaraní, 
tomo iii.— Alnu'.ida Noguoirn, Eshofo graimtml do Albañee ó lingua 
guaraní (ap Anaes da Bib. do R. J., tomo vi). 



I-IBRO I. — lIABrrA2\TES PBIMITIVOS BEL URUGUAY 149 


palabra rw/qnc significa enojo, «meseta igual sentimiento 
w)n relación á persona i raen i ida. Y juntándolo, por último, 
con la palabra rúa, sinónima de ampolla ó rozadui'a, viene 
á demostrar la misma tendencia admirativa, con relación 
al que es capaz de pi’oclucir esc desperfecto. Luego, pues, 
la denominación de cimr'iki, aplicada á los indígenas de 
ese nombre, significaba en sus diversas acepciones posi- 
bles, « los ii’acMiudo.s », « los que hiei*en », « los destmetores ». 

Aceptado por ellos el c;alificAtivo, como no podía menos , 
de ser, obedeciendo esa \ey inflexible que soquete las agru- 
paciones lunnaims á nombres que no eligen, debieron mo- 
dificarlo, para aplicárselo á sí mismos, en cuanto la pro- 
piedad del idioma lo exigía. De c.-sta circunstancia nació 
la diferencia entre el modo como lo pronumdaban sus ve- 
cinos ó enemigos, y aquel cii que lo expresaban ellos mis- 
mos. O en otras palabras: el vocablo cha, aplicable 
hablsiuclo de tercero.s, se traiisformalia cu ya, como desig- 
nación individual de los cpic lo agTegaban á su nombre. 
Mienti’as otros jiodíun decir charrúas ó más propiamente 
charúan, refliióndose á los habitantes del Uruguay, pai*a 
significar «los iracundos» ó «los destructores», ellos de- 
bían decirse «■yanias'>->, cu ú. saber: «somos iracundos», 

6 « somos destructores ■». 

Pero la mala inteligencia que informó el contexto de los 
Yoc;abiilarios, no se liizc.) sentir solamente cu la dcsiguación 
de las tribus, sino tambión en la ortogi’afía de las palabi-as. 
La consonante a, por ejemplo, una de las pocas que usaban 
los natimiles jitu’a formar principio de dicción, como en 
sarandí (especie de saúco), ósiirubi (pez de los gi’andes 
ríos), fuó adulterada transformándola alternativaineute en 
c ó en z, modificación que al quitar á las palabras de esa 



150 LIBRO I, ' - IIABÍ'I’AKTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 

índole el (;a)‘áetei‘ silbante de su emisión propia, introdujo 
en el vocabulario indígena dos coiisonimtes que jamás 
existieron, y que nosotros mismos i’epugmimos acentuar en 
el discurso hablado, bien que las empleemos en la es- 
critura. 

Estas alteraciones, por nimias que parezcan, tuvieron 
influencia sefíaladísimíi en los eiTores gcogiáficos y etnolc)- 
gicos que todavía hoy dificultan la solución de vanos pro- 
blemas. Actuando sobre la estructura de im idioma en que 
el deiToche de voc<iles era abusivo, especialmente el de la 
a,\íiiy la y, tambidn comprendida en ase número, y con las 
cuales remataban casi todas sus palabras, llegó á confun- 
dirse en una designación común, tribus de ubicación rccí- 
jnocamente lejana, y á distanciarse otras cuya vecindad 
denunciaba un origen fraterno. Cuanto más complicada la 
ortografía del lenguaje europeo á que se redujo la inter- 
pj’ctación de los tórminos indígenas, más sensible resulte) 
la cornq)tcla. ülderico Schmidel, por cqemplo, acomodando 
su giro alemán al de las parcialidades cuya existencia ó 
hechos enumera, escribió zechiirvas por charrúas, y algún 
viajero francés, cediendo al mismo impulso por lo (pie res- 
pecta á su propia lengua, les llamó charmas. 

Introducida la (íostunibrc, debía pasíirse bien pronto del 
cambio de. hi pronunciación á la importación de los ténni- 
nos, como quiera que los conquistadores, habiendo adqui- 
rido un nuevo vocabulario en su dominación de Cuba y el 
Perú, lo generalizaron sin esfuerzo al fonnalizar nuestra 
(K)loiiización en el siglo xvn. Pertenecen á esa procedencia 
las palabras charqui, chichi, tambo, chacra, que aunque 
originarias de América, no lo son dcl Uruguay, cuyos ha- 
bitantes al tiempo de la Conquista no conocían la agricul- 



UBnO I. — HABH'ANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 151 


tiu’a, iii usaban alliajas, ni podían saber de animales esta- 
búlanos, ]3ues nunca hasta entonces habían vhndo en (ía- 
serío, ni tenido idea de lo que eran ganados. Las palabras 
carecen de valor y excluyen su uso, mienti’as no d(?si)ierten 
ima idea ó concreten un hecho, siendo lí esta condición 
única que la memoria y la inteligencia se alian para com- 
binarlas. Cualquiera inc*oq3oracióii de voces que no lleve ú 
ese fin, es repulsiva al lenguaje coin’ente, sobre balo en ios 
pueblos infantes cuyas necesidades y gustos no piden com- 
plejidad de expresión. Mal hubiera cuadi*ado á nucsti’os 
aboi*ígcnes, el empleo de tórminos que no definían ideas 6 
hechos comprensibles psu’a ellos; pero su generalización 
entre los cronistas que continuamente los apliciaban, y iníts 
tarde, la introducción al país de los objetos e industrias 
designados con esos tórniinos, hizo que se Ic^s considerase 
originarios del lenguaje hablado por los habitantes barba- 
ros del Uruguay. 

El catálogo de las importaciones se aumentó con dos pa- 
lubivrs muy significativas, á saber: (merque y chicha. Opor- 
tunamente? se hablará, de la secunda, porque la piimera re- 
quiere especial atención. La palabm cacique es de extrac- 
ción aristocrátic;a : siguifica señor de vasallos, y tiene su 
origen entre loa isleños de Cuba, de donde la tomaron los 
esi)afioles para aplicarla á todos los jerarcas similares que 
encontraron en este hcmisfciio. Ko liabiendo señor de va- 
sallos entre los indígenas ded Uruguay, esa palabra fnó tor- 
cidamente aplicada á. los jefes accidentales que coiuanda- 
ban las hordas en momentos de guerra. La igualdad civil 
y social de los naturales no sufiió mmea una jefatura 
permanente, y mucdio menos hereditaría. A lo más sus je- 
fes fueron taitas, voz c:on que todavía se designa, en los 



152 I.IBRO I. — HABITANTES PRIMinVOS DEL URUGUAY 


oampos al más valiente, y que puetle remontarse en su 
origen á la palabra guaraní tata, que significa fuego, ó la 
palabra compuesta ¿ai-tata, que significa lujo del fuego. El 
título de taita, confirmaba con la clec.ción para el mando, 
las esperanzas cifradas en la persona electa. Ijuego que la 
gueiTa concluía, el taita marebaba á confimdii’se con todos 
los demás, y no gozaba ñieios 6 ejercía oficio que le dús- 
tinguiese del común de sus compaüáotavS. 

Los indígenas m'uguayos nunca llamaron caciques á sus 
jefes. Fueron los españoles quienes les designaron con esc 
nombre, j hasta se propusieron ennoblecerles confirmando 
oficlilmente la posesión del título, engaviados de la apa- 
lienoia que les daba en ciertas emergencias déla ludia (1). 
Por oti’a parte, la investidura de mi mando permanente 
hubiera estado reñida con la elección indefectible de c-an- 
dillo para cada empresa bélica, y con el abandono del 
caigo por el títulai- apenas concluida la gneiTa. También 
lo hubiera estado con la.s disposiciones geniales del caráíj- 
ter indígena, remiso á todii obediencia que no entrase en 
la conformidad de sus gustos libéri-imos. 


(1) Cacique. — Gaitiíft— con el qual nomlrre llaman los cs 2 /(iño- 
les á Lodos los que son Soñares principales,' ó descieiulm de ellos, i 
aova son Cahe.r,as de aqucslos rejxirliniientos. I hi rac-On por que ynne- 
ralmenie los llaman así, es, por que (kicique nombre que tenían 
los principales de la Tsla Es¡xiñola, que fué la ¡mimera de Indias que 
se dtiscubri/), de donde pusieron, nombres (xjmunes ú otras cosas que se 
tiallaron de aquella nmvrra i esj^ecie m las demás tiaras de Indias : 
á cilio trigo Uaman generalmente Muix, d la bebida Chicha, i á la pi- 
mienta Axi, aurujue los Indios tienen otro nombre particidar pura es- 
tas mismas cosas. Porque los del Perú llaman al maíz Cara, ú su 
hejriíla Jxua, á la pimienta Uchú i al cacique Curaca. Los de Nueva 
Esi)aw, en lengua mexicana, llanuin al cacique Cboiali, al maíz 
Claoli, á la bebida Pulche, i á la pimienla Chile (Origen de los In- 
dios, libro IV, cnp xvi). 



JJBRO í. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUOüAY ],53 

Eu cuauto lí la. palabra chicha, su procecleiuña es igual- 
mente extraña al lenguaje conieiite de nuestras üíbus. 
Una generalización de este nombre íí todas las bebidas 
americanas, hizo que la fcrinentíición de agua y miel fabri- 
cada por los primitivos uraguayos, recibiera idóiitiro c-ali- 
ficativo al (pie tenían en coiuicpto de los españoles los li- 
cores preparados por los indígenas cubanos, pcnuuios y 
mejicanos con vegetales y frutas de sus respectivas latitu- 
des. Se dijo entonces chicha, (íomo se dice hoy hchida^ov 
nombre genérico á todo compuesto potable, y como se dice 
tapera, taha- oera (aldea que fué ), á todo edilieio rui- 

noso en los campos. Sin einbai’go, ni chicha ni tapera son 
oriundas del Uruguay, ni significan lo que se pretende de- 
signar con ellas. 

Destarando, pues, las palabras de origen extraño, cuya 
procedencia acaba de explicai-se, y algunas otras que la 
expresión fonética desnatiu-alizaba, resulta que el idioma 
hablado por los indígenas lu’uguayos, era de la misma ín- 
dole del que corriendo la costa del Atlántico desde el Bra- 
sil hasta el cabo de Santa Maiía, dominaba luego las ri- 
beras del río Uruguay, y saltando de ahí á las islas del 
Paraná, se internaba eii los territorios del Chaco y sus 
bosques. No faltan, empero, autorizados lingüista.s que 
pongan esta cuestión en litigio, dando á entendei’ que si el 
guaraní era idioma conientc cu los pueblos mencionados, 
se debe á su difuwiém entre las tribus que civilizó el cri.s- 
tianismo, las cuaUís, conservando su primitivo lenguaje 
para entendei’se consigo mismas, hablaban oficialmente el 
guai’aní con las demás. Bien pudiera acontecer el caso con 
relación á las que tal influencia sufiieron, pero de todas 
suertes resultaría inaplicable á las que rc'chazaron con las 



154 I.IBRO r. — HACITANTKS PRIilITIVOS DEÍ. URUGUAY 

íU’inas el cloininio niilitar ó religioso íIíí la eivilizaeión es- 
pañola. Corresponde incluir en el iiúincro á los lialútantes 
del Uruguay, cuyo idioma luiblado tenía y conservó pura 
la misma índole que el de los pueblos brasileros, platenses 
y pai’aguayos con quienes lo compartía, sin otra excepción 
que pequeñas variantes. Esta condición se reconoce al fau- 
vÓB de las alteraciones fouéticías pi*ücluci<las por accidentes 
de tiempo y lugur, que si luodifiwin en algo la terminologííi, 
no dan base para sustraerla al imperio de la ley que la 
coordina en todas partes del mismo modo. 

En el mecanismo del idioma hablado j)or unos y ohos, 
se nota la ausencia completa del sonido de la f, de la l, 
de la -y y de la x, proninuáándose siempre la d jiuito con 
la n como nd, y la m con la h como mh. I^a uniformidad 
de esta regía podrá quebrantarse observando que durante 
la gueiTa contra Zarate, los channías tuvieron en sus filas 
iudmduos cuyos nombres daban cabida á la l (!Magnlima, 
Chelipló, Metiüon); pero ab.stracción lieclia de la fidelidad 
ortogi'áfica con que tilles noinljrcs jios hayan sido trasmi- 
tidos, debe tenerse presente que la alianza veriíií;ada entre 
los indígenas del Uruguay y algimas tribus vecinas para 
combatir al Adelantado español, aporto á las liuíístcs uru- 
guayas gentes de varia procedencia, entre las cuales pue- 
den muy bien contarse los propietarios de aquellos nom- 
bres. En cambio, todas las manifestaciones esenciales dcl 
idioma son siempre (ioneordaiites entre los indígenas bra- 
sileros, platenses y paraguayos mencionados. Unos y otros 
tenían seis vocales en su alfabeto, y cada vocal soportaba 
á la vez diferentes sonidos. La designación de las localidad 
des Ui derivaban todos ellos de las condiciones del sucio ó 
de sus producto.s anexos, empleando tónninos compuestos 



IJBKO I. — lIAHn’AN'l'KS TUIMITIVOS DKL UEUGUAY 155 


para conseguirlo, como yíjuassú (río grande), yhikuí ( are- 
nal), urnyuay (río de los pintados pájaros), de las pala- 
bras uní, pííjaro; yuay, adorno; y'i\ agua (.1). 

Pero la pmeba más fuerte que puede aducii’se para cs- 
toblecer la procedencia originaii'i del habla de los iiatum- 
les uruguayos, es el empleo en comi'm con los pueblos 
citados, de ciertos verbos, y de los términos usuales de 
cantidad y calidad, así como de los nombres designativos 
de la flora y la fauna del país. ÍjOS dem«ás gentíos de las 
costas oceánicas y platenses, tenían al igual que los uru- 
guayos, los verbos aihuba (amar), caha (herir), yuca (ma- 
tar). Unos y otros llamaban á lo bueno katú, á lo mucho 
tuba, á lo chico ininh á lo gTande yuassú y también amL 
Las acciones heroicas, que atiaen sobre una individualidad 
la simpatía y el respeto de sus coetáneos, se designaban 
entre ellos con el calificativo eté, que en su expresión ge- 
nuina equivalía al de «ilustre». 

La misma identidad de términos prevalecía para la de- 
signación de ¡Dersonas y cosas. El varón era ahd, hi mujer 
kuñd, y hi gente iyud. I/lamaban á la tierra ybí, á la 
luna yatd, a\ agua yl, al monte ka. Eran y soji comunes 
para designar productos de aquellos territouos y éstos, los 
nombres de araná (pequeña guayaba), ombú (árbol gignii- 
tesen). Eli igual condición aparece la nomenclatiu’a 'zooló- 
gica, como kuatí (especie de raposa), kUú (mulita). Por 
último, lo.s nombres do los caudillos i>opulavcs, cuando la 
ortografía europea no los ha hecho ininteligibles, se tradu- 


(1) Lorenzo Hcrviís, Catdloyo <h las lenguas de, tas naciones 
c.klas, etc, tomo i, ti'oL T, cap ii. — Vizcoiule ilc Pono Seguro, Historia 
gemí do Bmxil, tomo i, seco iii. 

lü. 


DeM. Esr.— I. 



156 LIBRO I. — IIABITANTKS PRIMITIVOS DEL TIRUaUAY 


ceii coiTectamente, c-onio Aha-aihuha (el amado), Oberá 
(resplandor), Aha-etó (el ilustre), que los españoles ü’ans- 
foiTuaron en Betete. 

Mientras uu idioma dado, mantenga en la esfera de las 
analogías fonéticas cierta comunidad de términos con otros 
idiomas, puede atribuirse el caso á mil circunstancias ajenas 
á la comunidad de raza. Pero cuando á la analogía sucede 
la identidad, y á las presunciones la ubicación de las pala- 
bras, entonces desaparece la duda, porque no puede rele- 
garse al dominio de los hechos casuales la existencia de 
calificativos idénticos para expresar la acción que concreta 
el verbo, y las nociones de cantidad y calidad, división de 
los sexos, nombre de los astros y condición geológica de 
los territorios. Y siendo éste el caso de los pueblos del 
Chaco y costaneros del Plata y Brasil, resulta que, salvo 
excepciones confirmatorias de la regla, hablaban im itlioma 
de fondo oiigiuario coinón, y ese idioma no es otro que 
el guaraní, á cuya índole se somete sin esfiiei-zo nuastra 
terminología indígena, segíin lo demostró uno de sus más 
ilustres gramáticos ( 1 ). 

De aquí podemos concluir, que el idioma guaraní era 
el de los natui‘ales urugiiayos, aun cuando su riqueza no 
hubiera tomado cnti-e ellos el vuelo que una civilización 
relativamente más avanzada le dió en algunos de los pue- 


(1) Thn vnivenal es (la lengua guaraní)— áico Moiitoya— rfo- 
mina ambos mares, el del Sur por todo el Brasil, y ciñendo iodo el 
Po'ú, con los dos más (pandiosos ríos que conoce el Orbe, que son el 
de la Plata, cuya boca en Buenos Aires, es de ochenta leguas, y el 
gran Marañón, á él info-hr en mulo, que pasa bien retdno de la ciu- 
dad del Ouwo, ofreciendo sus inmensas agrias al mar del Nmie. ( Alie, 
Vocahulario, Tesoro y Catecismo de la Lengua (Jiuirani; tOQio lll.) 



IJHRO I. - HA niT.VXTES PlHAíITIVOS DEJ. URUCIUAY 157 

blos vecinos ; y no obstante el ])recloininio de ciertas vo- 
ces imi^rtadas, cuyo origen se remite á otros idiomas 
americanos. El salvaje uruguayo limitó á la sobriedad de 
sus necesidades la terminología corriente, prescindiendo de 
locuciones poéticas que otros empicaban en cantares y 
fiestas á que él nuiu5a so eiiti-egó, y de la nomenclatura 
agrícola que no le hacía falta por ignorar los menesteres 
de esa industria. IjO que importa decir que mienüas sus 
vecinos ó enemigos avauzai'on, el permaneció estacionario, 
por causas y motivos cuya cxidicacdón aparecerá en el co- 
rrer de estas páguias, pero que no influyen menos pai*a 
aclarar la procedencia del lenguaje hablado en común con 
loa demás gentíos de idioma guaranítico. 

Pero la comunidad de idioma enti-e unos y oti’os pue- 
blos, dió mérito á dificidtades etimológicías, respecto de su 
nomenclatura. Ciertas palabras que en guaraní designaban 
cualidades de los individuos, sin refeirse á su número, 
ubicación ó procedencia, prevalccici’on en el concepto de 
los conquistadores como nombi’es propios de tribus deter- 
minadas. Obedeciendo semejante regla de interpretación, 
á medida que se rc^xítía uno de aquellos calificativos co- 
munes, por alejadas que estuvieran eiiti-e sí las piurciabda- 
dcs que lo llevaban, se les suponía incluidas en la misma 
familia originaria, resultando de ello una confusión inex- 
plicable respecto al itineriuio de sus emigraciones y no me- 
nos ardua para la aclaración de su procedencia nativa. Así, 
ubicada enti-e los ríos Uruguay y Paraná,, aparece la sel- 
vática y embrutecida tribu de los caigud^ de la cual se 
hace dei-ivar otea tiibu del mismo nombre, situada, sobre el 
Iguassú, donde su belicoso porte tenía á raya á todos los 
vecinos. Bajo el nombre de chands, 0 ‘a conocida una 



15S IJBHO I. — HABITA^'TKS pniMITIVOS DET. TIIlUf.'TTAY 

agTupacióu de isleños de nuestro río Negro, y con ese 
mismo nombre de cJiands 6 ít veces chanés y también 
guanas, aparecen entre los bosques del Chaco multitud de 
tribus cuyos afiliados suman millares de individuos. 

Examinando bus costumbres íntimas de estas agnipa- 
ciones de nombre afín, se encuentra en ellas propensiones 
aníUogas, pei*o al mismo tiempo, las enormes distancias 
que las incomunicaban entre sí, y su interpolación en me- 
dio de tribus de quienes recibían (ionstantc hostilidad, pre- 
disponen á negarles un cientin orígúmrío comíia En auxi- 
lio de esta suposicíión racional, ha venido el idioma, esta- 
bleciendo que haigud, por ejemplo, significa en guaraní, 
montaraz 6 silvestre, de las palabras ha (monte) é iguá 
(gente), y era nombre que se daba por extensión á la.s tri- 
bus errantes. A todo rigor, pues, para los guaranís cristia- 
nos, tan caiguds eran los charrúas como cualquier otra 
ti'ibu refractaria á viríi* en policía; y tal vez designaron 
muclias veces con ese nombre ú la.s tribus del Uruguay, 
ante los expedicionarios y viajeros de las regiones platen- 
ses, que anotaban en sus i’olaciones y crónicas los nombres 
de las parcialidades sin averiguar su significado. 

Crudamente fué trasmitida, también la palabra chaná, 
como apelativo nacional de cada una de las parcialidades 
designadas por ella. Chmuís eran los treinta ó cuarenta 
mil indíg(*nus, que huyendo la hostilidad de sus vecinos, 
vivían escoiiflidos en los bosques del Chuco, donde culti- 
vaban toscamente una a.gric,ultura rudimentaria. Eran 
también chands los isleños do nuestro río Negro, cuya 
conducta, gucrrei’a no ha dejado el mejor recuerdo. Todos 
estos naturales llevaban el mismo nombre, pero no tenían 
el mismo idioma. Los del Chaco hablaban \i\ lengua guana. 



T.1BR0 1. — HAUrrANTKH PRIMITIVOS DKl. L'RUOUAY IDD 


que jmrcce haber sido un compuesto de varias lenguas co- 
rrientes, y los del Uruguay hablaban el guaraní usado en el 
país. Unos y otros coincidían en la tendencia á. resguardarse 
del trato de los extraños, opon i ¿índoles las banderas de la na- 
turaleza, bosques ó islas, que liabili tasen su propia seguridad 
Recibían y nacionalizal)an con lionor á las personas de 
superioridad reaniocida, y se sometían de continuo á las 
imposiciones de las tribus gucrrei'as. 

A juzgar por esta conducta, la palabra rhand parece 
acomodarse más bien á una condición deprimente, que al 
nombre de una nacionalidad (1). Puede haber significado 
tributario 6 siervo, entre las naciones agiicultoi’as del 
Chaco, sometidas al pago de tributos y á la. obediencia de 
jefes extraños á quienes daban el título de amos. Pero en 
el Umguay, donde la agricultura era desconocida y las je- 
faturas permanentes no imperaban, tal vez fué sinónimo de 
pusilanimidad, y esto parece deducirse de la índole del 
vocablo na, que siendo una negación, supone dcspreiio por 
los designados con ella. Como quiera que sea, las palabras 
chand y caigud, aun acomodándolas ala ortografía de los 
conquistadores, revelan origen guara.nítico, y esto confirma la 
procedencia, de! idioma general hablado enti'e nuestitis tribus. 

Pasando del idioma, á las manife^jtaciones que vinculan 
el pensjnniento á la materia bruta, una sencillez primordial 

(1) Hablando do loa ♦chiimía» dol Paragim)', diw! Schinidel:— «Los 
indios Cliands, súbditos de los Mbayds, al modo que hs rústicos de 
Ábtítnania d sus seUores* (Vinie ni Río de lu Plato, cap xr-v). Refi- 
riéndoso á los mismos indígenos, dice Hervius siguiendo á. Yolis 
en su Historia del Qi'an Chaco: *TjOs chands ó chaués, son una 
unión de indios de diversas luiciones, esclavizados en las yueiras an- 
iignas que tuvierón los Clihiyuanos del Cluuxi* (Ciitólogo, tomo i, trat i, 
cap II ). 



160 I.IHRO I.— IIADITANTKS PRIMITIVOS OBL URUGUAY 

dominaba la forma de los objetos de uso común que sir- 
vieron al indígena umgiia)'0 para auxiliiu’le en sus nece- 
sidades, ima completa ausencia de accidentes siiperfliios en 
la exterioridad de esos objetos. Si el lenguaje era sobrio, 
no menos lo era la concepción industrial y artística. Las 
trazas de su gusto, estón grabadas sobre la superficie de las 
vasijas y utensilios que formabiui su escueto mobiliario. 
Para oiTiamentaiios, copió la geometiia de la naturaleza, 
cuya simplicidad le inició en el arte del dibujo. 

Esta precisión geoinótrica trascendía «i las armas, cuyo 
molde se ajustaba algunas veces á los detalles de la cii- 
ciurferencia y oti-as al triángulo, dividiéndose en ari’ojadi- 
zas y de esgrima. Tenía el primer puesto entre las arro- 
jadizas el dardo, como (jue la flor de sus tropas se compo- 
nía de ai-qucTOs; — un gajo endimecido al fuego y-innlija- 
mente desbastado, un trozo de cuerda fabricada con hebras 
de árboles filamentosos ó lonjeando el cuero de ciertos 
animales, y una flecha i^n punta de pedernal ó de hueso 
de pescado, he aquí los componentes del artefacto que ha- 
cía tan temibles á estos guerreros. Como arma arrojadiza 
usaban también la bola, cuya siqjerficie estaba ciTizada por 
una ranura para dar cavidad á la correa ó tiento con que 
la ataban, sujetándolo por el extremo opuesto al brazo de- 
recho para poderla revolear sobre el adversario, em*edarlo 
y voltearlo. Las annas de esgrima eran la chuza de moha- 
rra de pedernal y la maza de guerra, instrumento de pie- 
dra este último erizado de puntas y ena.stado en gi’ueso 
cabo de madera, que los taitas ó jefes usaban en señal de 
mando y fuerza. Entre las armas y útiles de pesca y caza, 
tenían flechas para hacer oficio de arpón, caiTeteles de 
piedra para envolver los hilos y tientos, ilesas para las 



LIBRO I. — HABITANTES FUIMITIVOS DEL (JRUGÜAY 161 


redes, y bolas sin ranura para pci-se-guir al ñandú, aves- 
truz (1). 

Los campamentos descubiertos en las costas de Monte- 
video y Maldonado y sobre las islas de algunos ríos del 
interior, demuestran que se sometían á un trabajo metó- 
dico, alternándolo con las faenas destinadas á proporcio- 
nai’se el alimento. En esos lugaies se han encontindo ver- 
daderos talleres donde fabricaban con piedra de las cerca- 
nías, hachas, cuchillos, morteros, pulidores y espátulas, así 
como toda su cerámica que elaboraban con tierra mezclada 
al caolín y otras materias de esa condición que tiene el 
país. El tiempo y la paciencia requeridos por tales traba- 
jos, desautorizan el dictado de holgazanería que general- 
mente se les da, olvidando cómo los realizaban en medio 
de las premiosas necesidades de sustento á que obedecían 
sus excursiones al través de los campos. La ley natural 
que designa las ocupaciones de los sexos, imperaba en las 
incumbencias de taller, reservándose el hombre la cons- 
trucción de las armas y útiles adecuados á su fabricación, 
mienti-as coma de cuenta de las mujeres toda la labor me- 
nuda. 

Si puede llamarse industria á esta transformación gro- 
sera de la materia, hay que enumerar la fabricación de 
pintura y el arte de la curtiembre enü’e sus habilidades. 
Obtenían la pintura tritiu’ando ciertas tierras gredas y 
algunas hierbas tintóreas, y cmdían los cueros de venado 
y ciervo con manteca de i)escado. Esos cueros habilita- 


( 1 ) Todos estos objetos, y otros d que se alude más adelante, existen 
en la colección arqueolóyiea dcl maloyi-atlo americanista D. ('arlos 
d’HaUwyn Bauxá. 



162 1 JURO I. — HAIUTANTES rJíI^flTi VOS DEJ- URUGUAV 

ban la coiitccción de las camisetas con que resistían á 
la intemperie extrema, sirviéndoles las espinas y fila- 
mentos de los árboles, de aguja é hilo para conformar 
la yestiinenta. Poi* más rudimentario que esto fuese, los 
primeros espartóles tuvieron que imitarlo, cuando sin es- 
peranza de repuesto, se Ies rompieron sus camisas y . sa- 
yos (1). TjOS colores (]uc má,s usal.)an eran el rojo, el azul 
y el amarillo, de cuya alternativa preferencia se ven aim 
los rasti'os eji su ccrámi(;a. A pesar de (juc la flora del país 
suministj’a venenos de varias clases, mmea los utilizaron, 
ni en sus armas, ni como elemento curativo. 

Sus viviendas portátiles, a manera de carpas, se consti- 
tuían por una tediumbre sujeta, á cuatro estacas. Esas te- 
chumbres, tejidas como estera, 6 formadas ]ior una simple 
agregación de cueros curtidos, conq:)letaban la pai’te obli- 
gada de su bagaje, cuando no iban de guerra. Doquiera 
campasen en tiempo de piz, armaban la. vivienda y encen- 
dían el fuego, obteniendo la llama por la frotación insis- 
tente de dos maderos. El fuego desempeñaba un papel 
importante en sus operaciojies, no sólo por lo que facilitaba 
la cocción de los alimentos y la fabricación de los útiles 
de servicio y defensa, sinó por lo que les abrigaba en su 
desnudez. En tienqjo de guerra, era un recimso militar, 
sirviéndoles las fogatas para darse avisos, anunciar la 
proximidad del enemigo, ó pedirse refuerzos. 

El varón andaba generalmente desnudo; la mujer vestía 
sienqire un cobertor que la cubría desde la (ántiira á las 
rodillas. 8e defendían del reumatismo y de las picadui*as 


(1) Francisco López de Gomara, JJispemia Viclrix; Primera parto 
(ap Rivadeneyra). 



I.IBRO I. — H ABfl’AXTKS I'IUAIITIVU.S ÜKL UBUOUAY IGí) 

(le insectos, fi'iccioiiáiKlosc con grasa de lagarto, carpin- 
cho ú otros análogos. No se afeal)an el cuerpo (;on pin- 
turas ó tatuajes, salvo las doncellas, (íuyo rostro, al lia- 
cei*se nííbiles, era inar(;ado con tres i’ayas azules ó blancas. 
No se cubrían la (!h1)czh, ni empleaban dcpilatoi’ios pju’a ex- 
terminal* el vello. Mitís bien poi* orgullo, que por hacerse 
temibles, los hombreas se inferían una incisión por cada ene- 
migo que mataban en la guerra, y algunos juntoban á esta 
costumbre la de adornar.se con la piel del rostro del ven- 
cido. Por lo demás, no adoraban íd()los, ni ofrecían sacri- 
ficios humanos, ni violentaban la naturaleza para satisfacer 
sus pasiones sexuales. 

La ca/a y la iDesca, tpie requieren dotes pecul¡*ares, de- 
terminalian (íon la división del trabajo, la ubic*ación res- 
pectiva de los más diestros en esas tareas. Así se c-xplica 
la organización por grupos, que unos residían liabitnal- 
mentc á la orilla del mar y de los ríos, y otros cruza- 
ban el territorio acechando la ju-esa. El resto, en gran 
pai'te compuesto de mujeres, nifíos y ancianos, alimeiital)a 
el movimiento de los talleres, hasta que pasada la oportuni- 
dad se reunían todos. Siguiendo las huellas de sus campa- 
mentos, puede notarse esta tendencia á dividir el trabajo 
en la forma indicada, y .se expUc^i tanto más, cuanto que 
carecían de medio.s fáciles de transporte. Al reunirse, debían 
traer la provisión á cuestas ó en el fondo de sus canoas, y 
pai*a conseguirlo, necc.sitabau haberla reducido de ante- 
mano á volumen portátil, ya se trahise de aJinientoa, ya de 
materia bruta, 

Gomo cazadores y pescadores que eran, conocían algu- 
nos procedimientos sencillos para condimentar sus comi- 
das y hacer provisión durante las marchas. Con la gi’asa del 



16-1 LIBRO I. — JrABlTAN'rJiS PJMMITXVO.S DJ3L UBUOUAY 


pewcíldo fabricaban cierta manteca, imiy buena, al decir de 
los que la probaron. Hacían licores fei’meiitando con agua 
la miel de las abejas silvestres, á las cuales, lo mismo que 
nosotros llamaban manf/angds, extra 3 'endo la miel de unas 
cíiñas huecas que tenían el nombi’e de iacuaremhó. Produ- 
cían j[>or el fuego la cocción de la carne de los pescados y ali- 
mañas cuyo volumen so prestaba, á ello (1). Era su fruta 
predilecta el araná, al cual atribuj^e la tradición quedaban 
cierto signiíicado simbólico, ya porque les alegrase con su 
flor rosáce.a, ó porque les agradase su dulzura. 

Los bosques que poblaban el litoral y bis islas, hoy cx(si 
extinguidos, y entonces tan frondosos como los pintan has 
descripciones lie los descubridores, les suininisfraban ma- 
deras pai’a sus canoan, que fabricaban ahuecando gruesos 
trojicos, y conduchui por medio del remo. Sus excursiones 
marítimas, á lo que pju’ece, no les llevaban con frecuencia 
muy alUI, de la vecindad de sus dominios preferidos, pero 
con todo, arribaban al cnbo de Santa María y navegaban 
ampliamente los dos Uruguay y Pai'aná en todas direccio- 
nes, según lo atestigua el relato do los expedicionarios que 
comiinicai-on con ellos, unas veces de paz ú ofras de guerra, 
en el discurso de sus primeros tiempos, y se deduce de narra- 
ciones posteriores sobie sus usos y costumbres (2). Sin 
embargo, su destreza de navegantes, i ]0 ha merecido cítpí- 
tulo cspe(úal en los cronistas primitivos, y hasta ha habido 


(1) FerDflJulo Gon7íí)f;7, de Oviedo y Vwldés, Historia gm& al y m- 
tund <U las bullas, tomo n, Jib xxm, cap v. — Ceutejiern, La Argén- 
tina, Canto x. — Ruiz do Monto)^, Arte, Vocabulario y Tesoro, tomo nr. 

(2) I/iiis Rflniíi-ez, Crnio. riel Rio de la Flata — Kntouxo Pignfetta, 
Viaje de MayaÜaiics al rededor dchmmdn (ap Chíirton).— Martín Fernán- 
dez de NavaiTCíe, Colección de viajes y desadmviicntos, etc; tomo iv. 



LIDRO r. — HA»ITAXTM« PtilMÍTíVOS I>EL IJIlUGCAY 16Ó 

V 

entre eu8 coiitinufidores (juieu le« niegue esa conrlición, á 
pesar de que lu posición geogrvííica del país y la aliraenlü- 
ción habitual de sus tribus, constituyen testimonio irrefu- 
table de haber sido ellas navegantes, al igual de todas las 
ubicadas sobre las costes del mar y de los ríos. 

El comercio debía serles desconocido entre sí, á juzgar 
por la liberalidad con (pie (¡ada uno tomaba de las coini- 
rlas de los oti’os; y la ausencia de prendas ó adornos que 
faA'oreciesen el trueque debía liaccrlo mezquino con los de- 
más. l^or otra parte, su escasa noción del nómero acentiia 
esa doble posibilidad. Para significar 5 levantaban una 
mano, para dedr 1.0 las dos, para 20 indicaban los pies y 
las manos, y con un signo especial ó lu palabra íiídct signi- 
ficaban mucho. La breve duración de sus caiiipafía.s milita- 
res y la libertad inmediata que daban á los prisioneros, es 
otra indicacíión de su desprendimiento y escasa noción de 
ideas ctomerciales. Cuando los españoles arribaron á estas 
playas, fueron siempre socoj’ridos gratuitamente con profu- 
sión de inveres, mientras estuvíci’on de paz, se entiende. 

Para en(;onti-ar la filiación de su gobierno, es necesario 
remoutei’se al sistema pati-iarcral, en líi exjjresión más sim- 
ple de su mecanismo conocido.. El padre de familia, jefe 
de ella en la guerra y proveedor íinico de sus jiecesidades 
en la paz, era. el tipo de autoridad sobre el cual se jnode- 
labu toda obedieneda admisible. La reunión de los jefes de 
familias, constituía la. asamblea deliberante de la tribu, y 
CJi momentos de peligro, eran esas asambleas quienes ele- 
gían el taita encargado de acitndillai’ las fuerzas que se des- 
tinaban al combato, concluyendo la misión del electo, una 
vez desaparecido el peligro. Así en sus deliberaciones como 
en sus comidas, acostumbraban á mantenerse en cuclillas. 



16G LIBRO I. — ilABITANTES PKIMITIVO.S I>KL URUGUAY 

Por Jas lincas generales que se dejan trazadas, puede 
juzgarse el cuadi’o que ])resentaba la civilización uruguaya 
Íí la hora del desoubriin lento. Todo en ella ci’a primitivo: 
lioinbres, instituciones, gustos y costumbres. ílay algo td- 
trico en la mclaiicolín. imperante entre esas masas de bar- 
baros sin cánticos ni juegos, ensiiuisinados en un silencio 
que sólo se rompe para emitir brevemente sus opiniones en 
las asambleas deliberantes, ó para darse la palabra de or- 
den frente al enemigo. No eran, sin cjubargo, torpes, co- 
rrompidos ó feroces, de manej'a. que sus tristezas parecen 
sel- más bien el estado de un ánimo en ci'isis, que no la 
displicencia resultante de una. depresión moral cuyo influjo 
no sentían. De todos modos, la tumba encubrió el secreto 
de estas manifestaciones externas, y la inducción, despro- 
vista de elementos de juicio, no puede penetrar hasta ellas. 

Conocido el aspecto general dé la sociabilidad indígena del 
Uruguay en el inomcnto de ari’ibar á sus playas la civilización 
española, conviene hacer el recuento de las parcialidades 
en que se agrupaban sus habitantes, presentando á Cíida 
liibu en la condición peculiar que le era ¡propia- Por este 
medio, junto con el conocimiento de la ubicación local de 
cada una, se adquirirá el de las disposiciones activas á que 
se veía inclinada, pudiéndose graduar también su impor- 
tancia en la defensa del territorio nacional. 

Tja Repóblica del Uruguay está situada á la margen sep- 
tentrional del río de la Plata; sus límites territoriales son: 
por el S. esc mismo río, por el O. el río Uruguay que da 
su nombre á la nación, por el S. E. el océano Atlántico, y 
por el N. y N. E. la línea divisoria con el Brasil que 
forma la frontera entre ambos países. El suelo es general- 
mente accidentado, la tierra fértil y las aguadas abundan- 



LIBRO I.— HABITANTES miAnTIYOS DEL URUGUAY lf)7 


tes. La ooníignrauión clel terreno eii el mapa universal 
afecta la forma de un ángulo saliente, cuyo v(?rticc lo 
constituyen las costas oceánicas del DciDartamento de Ro- 
cha y cuyas líneas se prolongan hasta perderse en las 
fronteras. Con ser profusos los accidentes del suelo, no 
dan relieves mayores de 800 metros de altura, designados 
muchos de ellos con calificativos indígenas, como Karaj)ñ 
(enano), Kuñá- pirii (mujer seca), 6 con títulos castella- 
nos que rememoran nombres de antiguos vecinos ó fe- 
chas de ü’istcs sucesos, como cerros de Nariníez, cerro de 
los Dif untos, etc. Las caídíis de todos estos cerros y mon- 
tículos, dan origen á la iutrincada red de ríos y arroyos 
que bañan el territorio de la República. 

Hacia la épocyi del descubrimiento, contrastaba la con- 
dieiou de la tierra con la escasez de sus productos. Ex(,;ep- 
ción hecha de algunas especies maderables, frutales y tin- 
tóreas, el arbolado uo ofrecía alicientes para el sustento 6 
el regalo, ni había sementeras naturales ó artificiales que 
facilitasen la producción del grano. Nej se conocían vacus, 
caballos ú otra clase de ganade^s. La cciza, que projiorcio- 
naba alternativamente el alimento ó el abrigo, ó ambas 
cosas ' la vez, si la pieza i’csultaba comestible y jiodíaii 
apiv charse la piel ó el plumaje, era suministrada en su 
mayor extensión por el avestruz, el venado ( á uno de cu- 
yos tipos Humaban tambión tacuarembó ) y el apcjrcá, que 
se dividían los campos y los bosques, junto con otras es- 
pecies vivíparas ú oví})aras, cutre ellas la perdiz, el pavo 
del monte, la nuti’ia, el carpincho, el zorro, el lagarto y la 
mulita. Había especies depredadoras como el tigre y el 
puma, y reptiles venenosos como las víboras de la cmz, de 
cascidjel y de coral. Los ríos y ai’i’oyos suministraban 
abundante cantidad de moluscos y peces. 



168 LIBRO I. — HABITANTJOS PRIMITIVOS DEL URUGUAY 

Ocupabau como tluerios la porción más escogida del te- 
rritorio deserito, los charrúas, cuyo asiento de preferen- 
eia era el triple litoral que bañan el Ocdano, el Plata y el 
Uruguay, extendiéndose de allí para todo el interior del 
país. Los españoles llamaron nación á esta tribu, más bien 
por la condición moral de sus individuos, que por su ml- 
mero. La mayor cantidad de ellos que se vió reunida en aire 
de ])az, 1‘ueron unos 2000, incluyendo hombres y mujeres; 
pero los rasgos predominantes de su carácter, en que se com- 
binaban un valor indómito, im oi’gullo altanero y unos fue- 
ros de independencia sin rival, les granjeó reputación supe- 
rior á la que podía esperai*se de su conjunto efectivo ( 1 ). 

Eran los cliaiTÚas de color moreno tirando al rojo, ca- 
bello negro abundante y i-ebacio á enc'anecer, negTOs también 
y muy brillantes los ojos que ocultaban bajo párpados en- 
treabiertos por la (!Ostmnbi-e de vivir al ra.so mirando á 
largas distancias, blancos y ñiertes los dientes, la estatura 
elevarla., bien cwnforinado el cuei7)0 y ágil y desenvuelta la 
apostura. De vo/ débil en el trato ordinario, eran parcos 
de pabibras, prcfiiiendo acortar por sí mismos la distíincia 
que les separaba de aquel á quien podían hablar desde le- 
jos, antes que gritarle. Rehusaban toda obediencia servil 
por creerla vejatoria á su dignidad propia. Astutos y avi- 
sado.s, pero no rencorosos, sus desavenencias particulares 
se dirimían entre las mismas partes querellantes, y caso 
de no avenirse, atacábanse á bofetones, luchando hasta que 
uno de los contendoi’es daba vuelta la espalda, y no se 
volvía á hablar de la cosa. No conocían obstáculo que les 


(1) Sclmiiclel, VUtie, al Río (h la Plata, cap vi. — Centeneni, La /b - 
geniina, Canto x.- -Gu/.mán, La Aryctüina, lib i, cap iii.--L<>zaiio, His- 
toria de la Conquista, tomo i, libro i, cap xviu. 



LIBRO I. — HABrr ANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 169 


tlctuviera en sus emjiresas, pero todo lo que emprendían 
era de propia voluntad. Adinimban los lances caballeres- 
cos de cualquier género, y tenían por quien los consumaba 
un respeto tan gentil, que igualaba al de los más cumpli- 
dos caballeros de la Edad -media europea. Habríí. ocasión 
de citar algunos episodios que lo comprueban. 

De los testimonios exhibidos por los primitivos histo- 
riadores, no resulta que los ohari’óas profesasen una reli- 
gión determinada. Se sabe que demostraban grande indi- 
ferencia al morir, no quejándose de nada ni encomendán- 
dose á nadie, y que no se les traslucía inquietud respecto 
del porvenii’ ó la suerte de los suyos. Tampoco exigían de- 
mostración alguna de este género hacia ellos, por parte de 
los panentes ó amigos que les rodeaban en el último 
trance. Sin embargo, ciertas prácticas rigorosamente segui- 
das por las familias y adoptadas por la nación, demuestran 
que tenían idea de la divinidad y presentían una vida fu- 
tura. Para ellos existía un espíritu malo, circunstancia 
que supone por contraposición la creencia en un cspíi*itu 
del bien. Enterraban á los muertos con sus armas y su 
ajuar, y festejaban la nubilidad de las doncellas marcán- 
dolas en el rostro (1). Del conjunto de estos datos, no 
puede inferirse que profesasen una religión positiva, pero 
tampoco puede afirmai'se que no tuvieran ninguna. 

( 1 ) Sobre este punto, obsetra D' Orhigny lo siguiente : ^^Leur religión, 
quoiqu* Á'xara prélende qu’ils n’cn ont aucum, cst aiudogue á cclle des 
Indicns des Pampas: eomme ccux-ni, ils onl la coutume de marquer 
par u-ne fdlc Vépoque de la nubilüé des jeunes filies, ei <^est alors qtdiLs 
tntceM trois ligues bienes de tatouage, de la raoine des ch&venx au boui 
du nez, e.t dettx aulres transi^ei'sales sur les tempes, lis croienl a une 
aiitre, vic, ce qui prouve la inani^feúonl ils enleirent les morh, aven 
leurs armes et tous Imrs habillemeiils-» (L'liomme Améncain, tomo il). 



170 IJBRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEI. HRUaUAY 

Sin ducLa que ú esto deben el no haber sufrido las preocu- 
paciones que produce un culto extraviado entre las naciones 
bárbaras, obligándolas á sacrificar á sus creencias la vida 
y los intereses de aquellos que desgraciadamente son sus 
vencidos. A la misma despreocupación en tan importante 
materia, son deudores de no haber soportado la repugnante 
condición de antropófagos, que caracteriza ciertas razas 
primitivas. Por lo contrario, tal vez no haya habido gentío 
alguno en las (X)marcas americanas, cuya hospitalidad so 
acentuara más generosamente con el desvalido, ni acusase 
más alta noción de piedad con el prisionero. Algón his- 
toriador de la Conquista, indigmulo de que multitud de 
españoles do c-onducta criminosa ó atrabiliaria fugasen 
al campo chaiTÚa siendo bien recibidos en él, llamó por 
mofa á los dominios de estos indígenas la Ginebra ame- 
ricana ( 1 ), olvidando que á semejante libcmLidad emú 
también deudores de la existencia, soldados valientes y 
jóvenes rcelutas devueltos á sus compañeros en lo más 
reñido de la lucha armada. 

En preseiKÚa de la esciasa cultura social de los charrúas, 
no es posible creer que liubicra desapareendo ya para ellos 
la época de sangrienta adoración que exige sacrificios hu- 
manos á los pueblos nacientes, pues otros pueblos amen'- 
canos más adelantados, y hasta vecinos, la cultivaban en 
los mismos tiempos. Es evidente, jiues, que no existiendo 
esa eostumbre hacia la époixi de la (!)onquista, era por ra- 
zón de que jamás la habían conocido, y dicho se está que 
no cx)n ociándola entonces, mal pudieran retrogradar en el 
futuro hasta el extremo de ejercitarla, Pero sea de ello lo 


(1) Lozano, lliisl dr la Cuiuj, tomo r, Hb i, cap xviii. 



LTHRO I. — HABlTANTliS PIUMITIVOS DEL URUnUAY 171 


que fuere, sobran declaraciones de testigos presenciales, 
uegaudo que durante la conquista y población del territo- 
rio uruguayo Imbiese sido saciificado cristiano alguno á 
los hüW'oi’es de la íintropofagía ( 1 ). 

TjO prinuu’io de las wstunibrcs comiuíes á los indígenas 
uruguayos, puede señalarse en los chan’iín,s con nlgimos 
datos peculiares. Llevaban el cabello muy largo, las muje- 
res suelto, los hombres atado, y los adultos agi'cgaban al 
nudo algunas plumas verticalmcntc colocadivá. Usaban los 
varones un palo de cuatro ó cinco pulgadas de largo y dos 
líneas de diámetro atravesado de parte á pm'te en el labio 
inferior á la raíz de los dientes, que á poco de nacer les 
ponían sus madi-es, y ej’a distj'nüv'o del sexo fuerte. Dor- 
mían siempre de espaldas, y en tiempo de paz nunca sa- 
lían de noche. En señal de duelo, las Injas, esposas ó her- 
manas del finado, cortábanse una articulación de alguno de 
los dedos por cada muerto de la familia. El inaiido no 
hacía duelo por la muerte de la niujci-, ni el padi-e por la 
de sus 1 lijos, pero si éstos eran adultos, á la muerte del 


( 1 ) Esa-Uore.s de procedencia moderna como Fuñen y Angelis, han 
acusado d los charrCias de antrojjóf'ayos, fundándose en que iodos los 
pueblos jnñmiihm lo son. En eaiuhio, Diego García, Luis llamírex, 
Kui Díax de Otizmán, Centena'u y .¿ixara, que en dirersa epoen para 
cada uno co7iocieron á los charrúas, desitiienlm esta iwusaeiOn gra- 
tuüa, D’Orldgnu, en el tomo i de su volmniuosa obra >-Vagage dans 
1’Am.érique Méridionale^ se pronuncia en igual sciUido, Añadiremos 
á tantos testimonios, uno más. Charlo-n, en ima nota á la « Jlclación 
de Viaje» de Antonio Pigafeita, hablando de los chairúas á quknes él 
llama ó su traductor hace llamar •■charmas», pi atesta contra la injus- 
ticia de la acusación, y observa que ios últimos charrúas, según el, 
muriomi en Funda, acerca de lo cual remite, al lector á un curioso 
folleto titidado * Arrivée en F'uncc de qualre .saurages charmas par le 
bi'ik franjáis ‘iPhaótom^ de Saint - Malo, París, iu gran 8.“ (Viajeros 
antiguos y modernos, tomo i ). 

Dom. Esi*.— i. lli. 



172 LTBRO I. — HABITANTES PIUMITIYOS DEI- URUGUAY 

padre se ocultaban por algunos días, librándose á mortifi- 
caciones y ayunos. 

Se casaban luego de sentir la necesidad de esta unión, 
mas los casamientos entre lierniauos y parientes eran re- 
chazados como indignos, hn poligamia era permitida, pero 
ima mujer no tenía nunca dos maiádos, y aim cuando el 
hombre tuviera varias mujeres, éstas le abandonaban al 
hallar quien las hiciese esposas únicas. El divorcio era li- 
bre en los dos sexos, aunque muy raras las sei^araciones 
teniendo hijos los matrimonios ; el adulterio no tenía otras 
consecuencias que algunos puíleta/.os descaí-gados por la 
paj'te ofendidá sobre los cómplices, si les sorpi-endía en 
flagrante delito. Ko enseñaban ni prohibían nada á sus hi- 
jos, pudiendo éstos guiarse de propia, voluntad. Sin em- 
bargo, demostraban singular afecto por los suyos, en de- 
terminados trances de la vida. Los huérfanos eran recogi- 
dos por sus parientes, y oii cuanto al celo por la familia 
propia, el primer cuidado de estos despreocupados gueiTC' 
ros, era esconderla cu lo más impenetrable de los bosques 
al emprender cualquier expedición belicosa. 

Su táctica militar correspondía á la sencillez de sus cos- 
tumbres. A la entrada de la noche, se reunían en consejo 
todos los jefes do famihas, pai-a designar los puestos que 
habííui de ser ociq:)ados y arreglar el servicio de los centi- 
nelas. Eran sumamente vigilantes y precavidos, enviando 
descubridores á largas dist.an(!Ías á fin de averiguar la si- 
tuación del enemigo. Para dirigir sus movimientos en el 
combate, usaban trompas y bocinas. Al embestir á los 
contrarios, lanzaban un formidable grito de guerra. Con- 
tentábanse con una sola victoria sin aprovechar las venta- 
jas conseguidas, lo cual influía para híicur bi-evcs sus cam- 



LTBRO L — irARITANTES rKIMITIVÜS DEL üHüOüAY 173 


pañas militares, pero dejaba al advei*sario en aptitud de 
recübrai’se y emprender nueva agresión. 

Tenían ordinai’iamente guerra con los Arackanes, indios 
situados en las vecindades de Río -grande, que llegaban en 
número á unos veinte mil individuos. Alternativamente 
tuvieron también guerra ó paz, alianza ó tregua, con otras 
tribus de las millas del alto Uniguay y del Paraná, por 
donde se deiTamaban para satisfacer sus escasas necesida- 
des comerciales é industriales. Esta condición belicosa y 
andariega, les dió fama en todas partes, pronunciándose 
su nombre con insistencia en los relatos tradicionales y 
más tarde en las relaciones escritas de los conquistadores, 
cuyo encono demuestra la preociqjación constante hacia 
las ati'evidas hordas que llevaban doquiera el eco de un 
prestigio legendario ( 1 ). 

Después de los charrúas, la tribu conocida con asiento 
fíjo cu el país, era la de los Chañas. Residían en las islas 
del Vizcaino, sobre el río Negro, que entoJiccs se Uamaba 
Hum, del color de sus aguas. El espacio ocupado deja 
presumir que el número de estos isleños no fuera grande. 
A.segúi’ase que después de i’educidos á la civilización, no 
ponían en línea arriba de un ceJitcnar de guerreros. Ei’an de 
hermoso aspecto y vivían hwgos íiños. Habían combatido 
contra los demás indios de la tierra en otros tiempos, pero 
al iniciarse la Conquista, comparecieron con todos á tomar 
parte en la defeiLsa nacional. El episodio interesante de la 
compra de un niño cristiano, á quien hoimaron más tarde 


(1) Boy (u¡iá, mañana a//í,— dice Lozano rofirióndosc á los chainias,— 
siempre pereyiinos y smnjn-e m .■?!« paima, halhhulo.se en todas partes 
para sxi útil, y gozando de los frutos del j>aís según las elaciones deX 
año (Hist de In Conq, tomo í, libro i, cnp xviii). 



174 LIBPO T.— HABITANTKS PEIMITIV08 DKT. URUGUAY 


como consejero y macsti’o, decidió su simpatía al dominio 
esjmñol, que al fm acejitaron en el siglo xvii. 

Las demás tribus no tenían ubicación fija que pueda 
determinarse con precisión. Din-ante los primeros tiempos 
de la Conquista, se encontraron accidentalmente en el local 
que fué teatro de algún suceso cxtraorilinario, y después 
desaparecieron, incorporándose á la masa. De este número 
fueron los Yavos, á quienes ba querido señalárseles para- 
dero estable hacia San Salvador, sobre las orillas del río 
Uruguay, porque en unión de los charrúas aparecieron allí 
jmra ultimar al infortunado descubridor de dicho río. I^a- 
rece que el total constituido por esta parcialidad no fué 
en lo antiguo muy pequeño, pues al finalizar el siglo pa- 
sado, después de continuadas y sangrientas guerras secu- 
lares, todavía presentaba un centenal- de combatientes en 
línea. 

Los yarofi debían justifican- su noml)rc ( Ro, trabucadoj-, 
revoltoso) por medio de un acto típico. A fines del siglo 
xvn, redujeron los jesuítas una agrupaiión de ellos, con- 
duciéndola al pueblo de San An(ln% donde (juedó insta- 
lada. Poco tiemiio más tarde, y sin que mediara aconte- 
cimiento extraordinario, huyeron todos, ganando el campo. 
Encontrados por los jesuítas (pie habían salido en su 
busca, fueron interrogados sobre la (íausa de aquella i-eso- 
lución; á lo que contestaron: «estamos resueltos á gozar 
de nuestra antigua libertad de hacer y pensar lo que se 
nos antoje: no queremos un Dios como el vuestro, que 
sabe cuanto hacemos en secreto» (1). Semejante res- 
puesta, dando la medida de la libertad que ambicionaban, 

(1) Roberto Southey, Historia do Braiil, tomo v, capítulo xxxviu. 



JJRRO L — HABITA.NTliS rRIMJTTVaS DEJ. URIJOUAY 175 

supone alguna idea de la J^iviiiidad, desde que haííían un 
juicio por comparuciói). 

Otras dos tribus, los 31hohmcs ó Bohanes y los Cha- 
yos, ocupaban también el territorio. Muy poco se sabe de 
ellos, pai’a que sea permitido abrigar la pretcnsión de cono- 
cerlos con mayores detalles que al resto. Á lo sumo, es 
permitido creer (]ue constituían las dos agrupficiones más 
pequeña.s del país, por el escaso papel representjido en sus 
anales. Se lia asegurado respecto de los ]}lbohancs,quc una 
parte de la tiibu fué incorporada á la población de San 
Salvador, y luego después conducida al Pai’aguay, junto 
con los colonos españoles (pie abandonaron dicho pue- 
blo ( 1 ). Sin embargo, enti-e los vencidos de la batalla del 
Yi, librada iior Alejandro de Aguirre cu 1702, aparecen 
los Mboliaiies, que él llama Moxanes. En cuanto á los 
Chayos, no lian dejado otro rastro que el de su nombre, 
confundiéndose en tocio lo demás con sus compañeros de 
civilización y causa. 

Nótase entre las tiibus nombradas, que solamente dos 
— cliaiTÓas y cbanás — se distinguen ocupando de prefe- 
rencia locales fijos, pue.s la residencia habitual de las oti-as 
tres — yaros, cJiayos y bobanes — no puede scñalai’se con 
acierto. Mas si esto es así en cuanto á la ubicación, no 
sucede lo mismo respecto á la certidumbre de la existencia. 
Los yaros, cliayos y boliane.s, niieuibro.s de la familia sal- 
vaje que poblaba el Uruguay al tiempo de la Conquista, 
tomaron pai*te qn la resistencia comiin contra el extran- 
jero, y conservaron su nombre y su puesto en la tradición 


(1) Félix de Azara, Descripción á Historia del Paratjuay y del Rio 
de la ríala, tomo i, cap x (edic de Madrid). 



176 I.IRKÜ I. — HABITANTES PRTMPl’IVOS DEL UIllTGUAY 

escrita. Como entidad viviente, tiene cada una de estas 
íigmpaciones existencia real, por confusos que resulten los 
rasgos particulares destinados á confirmarla. 

En cambio, la tribu Gucnoa, aparecida á última hora 
sobro el territorio uruguayo, no presenta idénticas señales de 
autenticidad. Su procedencia de las orillas del Paraná, la 
ubicación que cu seguida adoptó, situándose sobre el triple 
litoral comprendido entre los ríos Plata y Uruguay, y la 
variedad de nombres con que los españoles la designaban, 
llamando á sus afiliados alternativamente ¡juenoccs 6 mi~ 
nuanes y en los documentos oficiales cluirriias de Sarita- 
Fe, inducen á sospechar que los tales gucnoan eran los 
mismos charrúas confundidos y designados con otj’os nom- 
bres. Si hay algo bien averiguado desde los comienzos de 
la Conquista, es que los charrúas acostumbraban á situarse 
sobre las orillas del Paraná en el correr de sus excursiones, 
dividiéndose muchas veces en dos parcialidades, ima de las 
cuales se establecía por algún tiempo cu aquellas alturas, y 
otra quedaba sobre el litoral del Plata ( 1 ). Admitido este 
hecho incontestable, no es de admirar que siguiera produ- 
ciéndose, hasta que el vigor de la colonización española en 
el Paraná, arrojando á los charrúas de aquellas alturas, les 
obligara á reconcentrarse á su antiguo locsl de preferencia. 
Así se explica que con el nombre de guenoas ó minuanes, 
vocablos corrompidos ambos, retrocedieran desde las ve- 
cindades de Santa- Fe hasta el litoral comprendido entre 
Martín García y el mar. 

La intci’pretición á que se prestan los dos vocablos enun- 


(1) Centenera, La ArgenUna, Canto xxvii. — Guevara, Hist del Pa- 
rag, libro ir, § i. 



TJBRO I. — HABH'ANTES TEIMITrVOS DEL URUOUAY 177 

ciados, no proyecta gran luz sobre el oiigeii atribuíble al 
gentío que ellos designan. Guenoa tiene similitud con 
guana, idioma de los chaíiás del Paraguay, á quienes 
también han llamado los lingüistas guaniU, por razón de 
hablar dicho idioma. Ahora bien: aplicando un criterio 
aceptado en los dominios de la glótica, guana pudo trans- 
formarse por efecto del tiempo y corrupción del término 
cu guenoa, y entonces resultaría explicada la procedencia 
de los gueiioas uruguayos, que serían descendientes de los 
chanás ó guauiís paraguayos. Pero la cronología y la geo- 
giafía se oponen ¿í la sanción de este raciocinio. Los cha- 
nds ó guanas dcl Paraguay, vivían perseguidos y esclaviza- 
dos desde antea de la Conquista., por cuya razóji se refugia- 
ron entre los bosques del Chaco, permaneciendo tan ocultos, 
que se atribuyó li descubrimiento de los jesuítas el haber- 
les vuelto á encontrar en 1761. Entre tanto, los gnenoas 
del Uruguay habían sufrido la influencia catequística de 
los jesuítas desde 1628 y ti-atabaji y comerciaban con los 
iwrtugueses de la Colonia desde 1680. Luego, pues, para 
que los guenoas uruguayos procediesen de los guanas dcl 
Paraguay, debieron haber venido al país antes de la Con- 
quista, y se ve por las narraciones de los cronistas primiti- 
vos, que tal no sucedió. No puede tulmitirse entonces, la pro- 
cedencia paraguaya de los guenoas, sin caer en anacronis- 
mos inconciliables, á. más de la dificultad de salvar* distan- 
cias que los escla'sdzados y tímidos guanas no se atreverían 
á poner entre sus bosques impenetrables y la hostilidad de 
las tribus del tránsito, todas ellas belicosas, y muchas feroces. 

Cierto que los guenoas presentan alguna divei’gencia de 
costumbres con los charrúas. Tenían hechiceros, que si 
bien carecían de prestigio eiiti'c ellos, no por eso dejaban 



3.78 I.IBRO I. — 1IAB1TANTK8 PRIMITIVOS DI3L URUGUAY 

de trabajar para obtenerlo. Muy posible sería atribuir la 
constancia del hecbo, á una observación más cabal de las 
costumbres de los gueiioas que la que pudo hacvj’se entre 
los charrúas, pues la profesión de hechicero, forma em- 
brionaria de la de módico, existe en toda sociedad primitiva, 
y aunque poco consideimk, no fiió desconocida á las tri- 
bus uruguayíis. Mas si la disposición de los guenoas á 
darle mayor crédito, puede hermanar su origen con algunas 
ti’ibus del Paragna}’’ que tenían alto concepto de la hechl- 
ccHa, fundamentos de valor más jjositivo anulan la proba- 
bilidad de semejante origen. Efectuado un cotejo cientílico 
entre el idioma de los guenoas y los idiomas de las tribus 
del Paragua}’^, se ha hallado no tener aquél, afinidad alguna 
con é.stos (3 ). Por lo contrario, la índole del idioma guenoa 
y sus analogíius generales, concuerdan con el de los primi- 
tivos halútautes del Uruguay, deduciendo de ello algunos 
lingüistas, que los charrúas, bohaues y yaros eran tribus 
de la nación guenoa. Esto último, si bien invierte los tér- 
minos de la c.uestión, propende á resolverla en favor nuestro. 

El calificativo de minuanes, que también se aplicaba á 
los guenoas, tendría origen guaranítico positivo, si provi- 
niera de un accidente físico en los individuos. Mini quiere 
decir chico, y como no ha faltado quien atribuyei’a á los 
minuanes estatura, menor de una pulgada que los charrúas, 
estaría justificada la transformación del vocablo mini en 
minudn por córi-uptela. Pero no parece haber sido éste el 
origen del calificativo con que se debía alteniai’ su desig- 
nación. El nombre mimtdn se hizo célebre después de la 
muerte de Gamy y sus compañcro.s, efectuada por gente.s 


(1) Hervás, Catálogo de las lenguas, tomo i, trnt i, cap ii. 



UBRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 179 


que encabezaba el cacique Magnúa. Llamaron los prime- 
ros cronistas magnuanes á. los afiliados de aquella pai’cia- 
lidad, y el tiempo se encargó de transformar íí estos mag- 
nuanes en los minuanes establecidos más tarde sobre el 
suelo uruguayo. Así resulta, pues, que tan despiovistos de 
autoridad pai’a fijar un parentesco originario, son el nombre 
de giienoa como el de minucin. 

Las presunciones mis fuertes ad-editan que eran es- 
tos guenoas ó minuanes los charrúas mismos, batidos y 
desalojados de las orillas del Paraná en el segundo siglo de 
la Conquista, y obligados á i-eplegarse al lugar de prefe- 
rencia que ocupó siempre la tribu. La facilidad con que se 
juntaron y confundieron todos desde entonces, la identidad 
de sus rasgos fisonómicos y sociológicos, y la persistencia 
de los gobernantes españoles en llamarles charrúas á unos 
y otros, son datos que producen convicción. Estrechados 
por la colonización cristiana, que en foi’uia de ciudades es- 
pañolas ó reducciones indígenas iba adueñándose del suelo, 
dieron otro giro á sus empresas bólicas, inclinándose nuís 
á combatir sobre los tcnitorios limitados por el río Uru- 
guay, que no sobre los avecindados con el Paraná, lo cual 
ha inducido á algún historiador á suponer que el ciimbio 
de táctica implicaba mi cambio de patria (1). Sin embargo 
las costas del Paraná no se libeiiiaron de sus invasiones, 
cuando lo requirió la necesidad ó el caso. 

Con lo dicho, quedan indiciados el carácter, (tostumbres 
y divisiones parciales que distinguían á los habitantes sal- 

(1.) Desde, d Umguay hasla d imr~áice Lozano — dym’on los clui- 
rrúas la litnra á ¡u nación de los guenoas, que los españoles de Sania- 
Fe y Dueños Aires, suden llamar, cenrompido el vocablo, Minuanes 
(Hist de la Conq, tomo i, libro i, cap i). 



J.80 IIBRO í.— HA.BITANTE.S PIUMÜTIVOS DJ5L URUGUAY 


vajes del Uruguay, pero no estó resuelto el problema de su 
procedencia originaria, ¿Do dónde vinieron estos indíge- 
nas? lie aquí una interrogación que cae de sorpresa, ¡Jara 
los mismos que han apurado el cuso, liasta donde la ti*adi- 
ción y las conjeturas se confunden. De las pruebas visibles 
rc.sulta, que los indígenas uruguayos haljlaban un idioma 
común con el de las princijjales tiibus de hi cuenca del 
Plabi y sus adyacencias, ichoma tambión hablado por las 
ti’ibus bi’asileras de las costa.s, lo que induce á la presun- 
ción racional do un origen idóiitico. Peio no menos in- 
contestables son las pruebas que demuestran la divergencia 
profunda en los usos, costumbres, tradiciones y carácter 
de los propietarios comune^s de e.se idioma^ lo que aleja 
cuahpiier posibilidad de jmrentesco entre ellos. 

Los indígenas ui*ugnayos, á la ópoca do la Conquist}i, eran 
de costumbres relativamente buenas, de carácter leal, de usos 
sencillos. Ij 0 .s indígenas brasilei’os, á la misma ópo.cíí, eran 
ant.roj)ófagos, geófagos y pederastas. Tenían el culto de la 
fealdad. Se depilaban las barbas y el vello. Se agujerea- 
ban el rostro y los labios, en varia.s paites, para ornamen- 
tarlos con huesos y zoquetes de madera, y cuando desta- 
¡mban los agujeros, escupían por entre ellos ó sacaban la 
lengua en son de gracia. Se ¡jintaban el cuerpo de negro y 
rojo. Muclios andaban con el cabello largo, otros usaban 
cerquillo y los había también que se disfrazaban con pie- 
les de fieras, sirviéndoles de capuchón y mascarilla el forro 
de la cabeza de las mismas. Eran falsos, hipócritas, ti*ai- 
dores y desleales ( 1 ). La enimciación de estas dispaiida- 

(1) Hans Stadeii, Véritahh Histoire d Descrípiivn, ote (col Ternnux).— 
Pcfiro Magalhaons de Gaudiivo, Histoire de la Hrovince de Sania 0)~uz, 
caps X y XI (id).— Porto Segui-o, Histoi-ia gcral, tomo r, secs ii y ul 



IJBRO I. — HAKITAXTES PliDIITlVOS DEL URUGUAY 181 

des entre unos y otros, explica sus odios y guerras, prove- 
nientes no sólo del despecho recíproco, sino del critcño 
con que cada cual apreciaba el cumplimiento de las lej^es 
de la iiatuvaleza. Y sin embargo, siempre queda en pie la 
cuestión del idioma: unos y otros hablaban ¡juarani. 

No eran tan generales, aunque k veces sí tan ¡profundas, 
las disconformidades entre los indígenas uruguayos y los de- 
más de la cuenca del Plato y sus adyacencias. Donde quiera 
que existiesen el antropófago ó el tatuado, allí prevalecía 
la rejmLsióu y era constante la guerra contra ellos; pero á 
no mediar tales diferencias, las tribus de una y otra orilla 
del Platíi y sus afluentes, solían concertar trueques y hasta 
aliarse para combatir á lui tercero. Es de advertir, sin em- 
bargo, que los antropófagos y tatuados eran quienes ha- 
blaban correctamente (juarani, á ¡junto de confundirse en 
muchos de ellos por antonomasia, el nombre del idioma 
con el de la nacionalidad. Volvía, pues, á prodiuárse en las 
vecindades del Plata, el mismo fenómeno que en las costas 
brasileras. Una vinculación comíin aproximaba á sus ha- 
bitantes por medio del lenguaje, y una enemistad irrecon- 
ciliable les divoi’oiaba ¡Jor efecto de las coslimibrcs. 

Quisiéramos explicar el hecho atribuyéndolo á diston- 
ciamientos cronológicos entoe el idioma, general hablado 
poJ* todas estos tribus, y la en toada posterior al Continente 
de algimas de las que lo hablaron después. La palabra 
{juarani, que es nombre geiiéiico y quiere decir ijuenero, 
80 aplicó indistintamente á los gentíos que lo hablaban y 
al idioma que señalaba, su procedencia. Idioma de loa gue- 
ireros situados desde el Amazonas hasta el Plata, fué, pues, 
el guaraní, y si la magnificencia de sus giros y locuciones 
denuncian su larga elaboración en el seno de ima naturaleza 



182 LIJJRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEJ. URUQUAV 

admirable, lu universalidad de su dominio, venciendo enor- 
mes dificultades de tiempo y lugar, atestigua su antigüe- 
dad. Hablado por una raza, cuyas variedades eran tantas 
como diversas las condiciones biológicius de la inmensa 
zona que ocupaba, sirvió de medio de cnmunicación á otilas 
razas iuvasoras, que bajo los nombres de «Tupís» y «Ga- 
mos » conquistaron el suelo, sometiéndose al idioma gene- 
ral imperante doquiera. 

Vinieron dichas razas de parajes en ciciin modo cerca- 
no.s. El archipiélago de las Anlillas 6 islas del mar Caribe, 
estaba habitado en grande extensión y desde tiempos cuya 
feiíba se ha perdido, por tribus marinas de condición beli- 
cosa y costumbres abominables. Avecindados estos isleños 
(íon el Norte, Centr-o y Sur de América, emprendieron cx- 
cui’siones guerrera^s á los puntos más próximos, basta que 
precipitándose al Sur, invadieron el Brasil, cuyos hidñtan- 
tes iro pudieroir resistirles (1). El éxito de las primeras 
invasiones estimuló las subsiguientes. Venían por grupos, 
que al hacerse dueños de la tierra, ar*rancabmr á sus pro- 
pietarios cuanto tenían, incluso las mujeres, de quienes 
aprendieron el idioma, ellos, y los Irijos que do ellas les 
nacieron. Su rnarcJra victoriosa y progresiva al través de 
tan vasto territorio, encontró al fin un línrite desde el cabo 
de Santa María hasta el delta dcl Paraná, donde fueron 
rechazados sus desembarcos por los habitantes de aquella 
zona, quienes les obligaron á cambiar de rumbo y refu- 
giarse en las islas del Paraná, Paraguay, y sus tcnitoiios 
cobirdantes. Dcsxlc entonce.s data la existencia de los air- 
tropófagos tatuados de estas regiones, y ésa es tambi6i la 


(1) Porto Seguro, Histoi'ia Geval, tomo i, scc u. 



LIBRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 183 

fecha hlicial de la guerra de raaa entre ellos y nuestros 
indígenas que hablaban la misma lengua. 

Imposible que los ascendientes de estas hordas seini- 
aniinales, despro vistsus no solamente de todo sentido moral, 
sinó hasta del instinto de propia conservación, pues cuando 
sus afiliados no se dcvorabim unos á otros, atracábanse 
con bolas de buiT’o para sadai’ la gida; inqiosible que hu- 
bieran ilusti*ado un idioma en cuyo vocabubuno tenían 
sanción expresa y con'ecta las palabras amor, amistad, digv 
nidad, y en cuyos tonos derramábanse profusos los rauda- 
les de la armonía por entre sus seis vocÁÜes de siete sonidos 
caria una, rcmetlíuiclo alternativamente desde el dulce canto 
del sabiá, hasta el ronco sonido del trueno prccui’sor de las 
tempestades. Ko, no erim suyas las palabras humanas, 
cuya evocación nos enternece todavía á nosoü-os, dueños 
del más nuisirad de los idiomas; suyeos eran .solamente las 
locuciones feroces de la antiopofagía, ó los términos des- 
preciables de una prostitución, tanto más j*cpugnante cuanto 
más brutal. 

El idioma guaraní, rico y sonoro, hasta porler traducir 
las oraciones de la Iglesia con toda la propiedad de sus 
delicados afectos, las disposiciones jmádicas de la legisla- 
ción española en toda la integridad de su expresión sutil, 
no ix)día haberse elaborado en aquellos cerebros embrute- 
cidos por la animalidad y la lujuria, ni aciisoládose en 
aquellos labios ginetados é insensibles al roce del beso, 
cuyo misteiioso influjo no sintieron nunca. A la raza ven- 
cida con-esponde la gloria de haber pulido y perfeccionado 
el idioma, extendiéndolo desde el Amazonas hasta el Plata, 
y por oso fué que uno de los jmeblos emparentados con 
esa raza, el pueblo salvaje del Uruguay, después de re- 



184 TJBRO r. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL IfRUQUAY 

sistir ¿í los invasores, ijuclo dictíirlcs la ley en su propia 
lengua. 

Cuando los españole.s llegaron á estas playas, todavía 
se notaban las liucllas de la gran lucha ocurrida. K1 ene- 
migo había sido an/ojado por el S. E. más allá de la La- 
guna Merín, y por el O. había dejado libres las riberas del 
Paraná, pero no estaban apagadas entre los contendores 
las desconfianzas recíprocas, ni el celoso instinto de la de- 
fensa se había aplawido entre los indígenas uruguayos, á 
pesar de la extenuación á que les había reducido su grande 
esfuerzo. 1 jOs nuevos sacrificios que se impusieron las tri- 
bus pitra resistir al poder español, demuestra que (íonser- 
vaban íntegra toda su entereza. 

I)esj)uás de haber recopilado cuanto se sabe y se ha es- 
crito sobre los indígenas del Uruguay, resultan ciertos pun- 
tos oscuros aún, gracias á los juicios erróneos de algunos 
escritores del jiasado siglo. Y aunque la rectificación de esos 
juicios pudiera atribuu’sc á celo destemplado y anacróniou 
por el honor de umi sociedad extinta, cuando el críteiio 
dominante se esmera en retargai* las sombras del cuadro 
pi’esentado por las naciones bárbaras de América, ya para 
enorgullecerse (!on la comparación, ya para repugnar toda 
solidaridad entre aquellos gentíos y las sociedades pre- 
sentes, nada más ajeno á la verdíidcra imparcialidad, 
que capitular con semejantes ¡^rcconc.cptos. Los indígenas 
uruguayos, al igual de toda sociedad huimma, tienen de- 
recho á ser juzgados dentro del criterio morid impue.sto 
á los hombres por su específica solidaridad á través del 
tiempo. 

Invadidos en su infancia por mía ci vilización extraña, 
no resistieron la. violenta transición á que iieecsarianiente 



LTBHO I. — IIABITANI'ES PRIMITrN^OS BEL URUGUAY 185 

debía condemu-les ese eambio repentino y prematuro, te- 
niendo que replegarse en si mismos, antes que Jes fuera 
dado desarrollar con amplitud las dotes que parecían enun- 
ciarse en los rasgos más salientes de su altivo carácter. 
Pusiéronse de frente, dos civil iy.acioncs : la una completa- 
mente prímitiva, con sentimientos y nociones muy confu- 
sas sobre los hechos jnás vulgares, y vegetando en una 
escasez de elementos orgánicos tan grande como cuadraba 
á su impericia, social ; mientras que la otra había llegado 
á una gradación superior, conquistando ideales pci’miuien- 
tcs y progi’esoB reales (jue la ponían en aptitud de abarcar, 
como acababa de hacerlo, toda.s laa manifestaciones del 
pensamiento y de la industria humana en la expresión que 
tenían al lucir el siglo xvi. Ha sido aventurada, pues, la 
conducta de los escrití)res que trazaron la fisonomía histó- 
rica de los habitantes bái‘bai-os del Urugua}', ¡jor el juicio 
conij)arativo con la sociedad europea; sin fijai-se que cu 
esas condiciones, ni la piimera resiste el paralelo, ni la se- 
gunda puede gloríarse de sus conquisfiis. 

Los indígenas uruguayos al chocar con la civilización 
ciu’opea que se propuso dominarles, hallábanse en la época 
que la geología denomina Neolülca, 6 sea de la lúedra ¡m- 
lida. Todos los datos concurren á confii’inar esta asevera- 
ción; las anuas de que se servían, los utensilios con que 
las trabajaban, los talleres donde esos ti-abajos se llevaban 
á cabo, son indicios seguros de que habían enti’ado ya al 
segundo período de la Edad de piedra, en la cual los rudi- 
mentos de una industria menos grosei'a, comenzó á abrir 
horizontes más vastos al espíritu humano. Sin embmgo, 
sea por el aumento de las necesidades, sea por el hecho 
fatal de que hi civlli'zacúon se cimenta, con sangre, la época 



186 LIBRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 

en que entraban los indígenas es la verdadera época de la 
gueiTH universal: así la han designado con muclia piupie- 
dad algunos maestros de la ciencia geológica ( l ). No debe 
extrañiu’se entonces, que la guerra fuese la ocupación pri- 
mordial de estos gentíos. Aquellos que los han acusado de 
ferocidad porque gastaban la actividad de sus esfuerzas 
en las contiendas armadas, no hacen un argumento sen- 
sato, sinó una excepción. Todos los pueblos han cruzado por 
un penodo idéntico, en las épocas análogas á ésta; el período 
neolítico ha sido una comlición iinpre.scindible de la orga- 
nización social de la humanidad, im precedente necesai-io 
al desaiTollo del progreso. Los uruguayos pninitivos, púas, 
no podían eludir el cumplimiento de la ley misteriosa, que 
les llevaba á un estado pennanente de accdóii armada, para 
hacerles conquistai’ á su término las ventajas de la civili- 
zación. Sirva cuando menos esta verdad, para restituirles 
el derecho de ser juzgados ai nivel de los demás pueblos 
de la tierra. 

Dos acusaciones de otro orden se les han hecho : la una 
afirmando que ei*au antropófagos ; la otra, asegurando que 
hacían comunes á sus mujeras, y hasta que llegaban á ti’o- 
caiias por objetos con los españoles. Los testimonios más 
verídicos, sin embíU’go, se apresuran á desmentir cai’gos tan 
abrumadoi’es, y nada hay que los confirme, ni por datos pre- 
téritos, ni por piTiebas \úsibles en la larga y azarosa ludia 
de los indígenas uruguayos contra el poder español. 

El dictado de antropófagos les vino por la muerte do 
Solís, que Francisco Ton*es contó en España como lo tuvo 


(1) Junu Vilíuiova y Piem, Origcuy Naturaleza y Antigüedad del 
Hombre (Ép Neolítica). 



LIDRO I. — IIABITAXTE6 PRTMmvOS DEL URUGUAY 187 

por conveniente. Hoy sabemos que Solís lii/o dos viajes 
al Río de la Plata, y la seguridad con que abordó á sus 
costas por segunda vez, pj’ueba que no le bnbííi ido mal en 
la primeru. ¿Quó motivos le indujeron cu nípicl segundo 
viaje á librar un combate ii la altura de la Colonia, donde 
fué derrotado y sucumbió él mismo? Fran cisco del Puerto, 
uno de los prisioneros sobrevivientes al lance, y cuya exis- 
tencia es prueba mayor de toda excepcíión contra la su- 
puesta antropofagia de los indígenas lu’uguayos, parece no 
haber suministrado al respecto dato alguno, cuando doce 
años después habló con Gabotto y Rt\mírez, que le en- 
contraron libre y propietario en el Paraná de una isla (pie 
bautizaron con su nombre (1). Diego García, que formó 
parte de la primera ex^xídición de Solís, se contcmta con afii*- 
raar, quince años nuís tarde, (pie los charrúas no comían 
eao'ne humana. Juntando la declaración de Garría con el 
testimonio viviente de Francisco dcl Puerto, resultan dos 
• testigos de vista, uno de los cuales afiiina con sus palabras 
y el otro con su existencia, que los indígenas uruguayos no 
eran antropófagos. 

Las expediciones de Gabotto y Ztírate proyectan míís 
luz todaría sobre el caso. Una y otra toman tierra en el 
país, siendo liberahnentc socorridos sus individuos mien- 
tras no atiopellan ú los natiu’ale.s. Gabotto deja cantidad 
de enfermos é impedidos en San Salvador, que son auxi- 
liados por las indígenas, y manda al capitán Ramón á 
reconocer el río Uruguay, mientras él mismo descubre 
otros ríos. Se produco entre tanto un rompimiento: los 
iiidígcnjis atacan á Ramiin y le ultiman, /isalta.n el fiieilc 


(1) Oviedo, Hiiít (jen y nat, lib xxrn, cnp m. 


Dov, Esp.— I. 


17 . 



188 LUiRO I. — HABITANTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 

San Salvador y lo destruyen, pero no hay relación vci’bal 
6 escrita que refiera haber sido devorado ninguno de los 
muchos muertos, heridos ó prisioneros de estas jornadas. 
Igual cosa sucede eon la expedición de Zárate: por todas 
partes se recibe bien á sus miembros, hasta que son injus- 
tamente vejados los indígenas. Entonces comienza la gue- 
n*a, y jí raíz de cada, victoria contra los españoles, devuel- 
ven los indígenas íl sus vencidos, los prisioneros tomados 
en la lucha. Constan estos hechos de relatos escritos por 
testigos de vista, cuya confabulación se hace inijiosible, ya 
porque fueran dos de eUos, García y Ramíi-ez, miembros 
de expediciones rivales, ya porque el tiempo transcuiTido 
excluye.se toda confidencia ¡cosible, como aconteció entre 
Centenera y los nombrados. 

Por otra, parte, no se explica racionalmente la existencia 
de ningún interés que infiuyese en Gai’cía, Ramírez ó 
Centenera, para ocultar los vicios de los indígenas m’ugua- 
yos. Dos de estos ci’onistas (García y Ramíi’ez) escri- 
bieron relaciones destinadas á exhibir sus jiropios sufri- 
mientos, de modo que cuanto Contribuyese á mitigmlos 
les era perjudicial, y no habían de prohijar por una gene- 
rosidad incomprensible, inexactitudes que concurriesen á 
ese fin. En tal concepto, es indudable que mitigaba dichos 
sinsabores, la circunstancia de haber arribado el uno íí 
costas hospitalai’ias, después de navegar por entre traidores 
y antropófagos, y haber vivido el oti*o mucho tiempo en las 
mismas costas, alojado y servido por sus habitantes y 
hasta conducido por ellos en expediciones marítimas á 
lejanos parajes. En cuanto á Centenera, mal poeta, pero 
poeta al fin, sería inexplicable que hubiese rehusado sa- 
car partido de cualquier acontecimiento ti-ágico, cuando 



LIBRO I. — HABITAKTES PRIMITIVOS DEL URUGUAY 189 

tan minucioso fué en otros detalles del género y tan des- 
afecto se moati’ó á los indígenas. Y entre tanto, García 
declara que los indígenas nrug-uayos no comían carne 
humana, Ramírez da cuenta de los antiguos compañeros 
de Sülís y Loaiza que encíontró vivos y libres en aquellas 
costas, enumerando luego los servicios de que él mismo 
era deudor íl sus habitantes, sin aludir una sola vez á 
crueldad alguna, y el arcediano Centenera, da no una, sino 
muchas veces, nombres de náufragos^ o prisioneros espa- 
ñoles restituidos por los charrúas, de quienes afirma no 
ser costumbre matar al vencido, contando, además, la vida 
y hechos de Juan de Barros, antiguo prisionero de los 
chanás á quien él casó eclesiásticamente. 

Así, pues, todo concurre á desmentir la infundada aser- 
ción de que los indígenas del Uruguay fuesen anti’opófa- 
gos. En cuanto al cargo de que hiciesen c-omimes á sus 
mujeres, llegando hasta trocarlas con los españoles por 
objetos, es tan infundado como el primero. Tndividuos 
que se casaban, y mujeres que preferían la vida, conyu- 
gal á cualquiera otra, no podían prestarse á hacer un co- 
mercio ilícito de lo que más estima el pudor. En (manto 
á ellos, las repetidas pruebas de amor á sus familias que 
llegaban á convertirse en preceptos de táctica militar, obli- 
gándoles á tomar la precaución de esconderlas cu los bos- 
ques luego que se preparaban para la guerra, demuestran 
que aun cuando no lo hicieran ostensible, profesaban á sus 
mujeres é hijos, aquel cariño sincero que forma el núcleo 
de toda sociedad doméstica. 

No quiere esto decir, que al promediar el siglo xvm, 
cuando revueltos con los fugitivos cspafíolcB y poi'tugueses 
que les enviciaron en la borrachera y el juego, mantu- 



190 LIKRO I. — IIABITANTKS riUMITIVOR DEL URUGUAY 


viesen su antigua sencillez ele costumbres; pero de tal 
condición, íl la de rufianería, que siqwne el comercio enun- 
ciado, va una difei’cncia que pide pruebas no exhibidas 
hasta hoy. Es, pues, insostenible ante los hechos, la acu- 
sación de trófico comercial con sus mujeres, que algunos 
escritores lian formulado ; como lo es asimismo la de an- 
tropofagia, que no resulta coni])r obada jamás. 

El amor de la familia y la generosidad con los ven- 
cidos son dos sciitiini entos que debían naturalmente her- 
manai’se para formar las ealidades esenciales de su carác- 
ter, porque cu una sociedad ¡primitiva no se comprende 
que pudip4‘a existir la pasión de la libertad individual, el 
valor indómito de las batallas y el espíritu de altiva 
resistencia á toda imposición, si esos sentimientos no tu- 
viesen mi ideal permanente que los modelase en el alma 
de sus ¡loseedores. El hombre bajo cualquiera de las con- 
diciones sociales en que la suerte le halle, no ama ó 
aborrece sin razón, poi’ más que esa razón está oscurecida 
á veces por los sombríos tintes del salvajismo. En la edad 
infantil de los imcblos, cncuónt)*anse predisposiciones muy 
marcadas hacia la conquista de los destinos que el pre- 
sentimiento de un jioi'venir todavía lejano hace entrever 
á un presente demasiado sencillo. Los indígenas urugua- 
yos obedecían en todo, á esc instinto superior de las razas 
destinadas por la fuerza de su viiálidad, á las grandes ejio- 
peyas que marcan en la liistoria el lugar de las conquis- 
tas estrepitosas ó de las desgracias heroicas. 

Por muy somero examen que se haga de esta incipiente 
nacáonalidad, ha de encontrarse en ella un carácter verda- 
deramente origintil, y luudiaa vecxBs superior al de jügimas 
del Continente americano, sin descontar las que alcanzaban 



I.IBHO I. — HABITAírrKS PUDílTIVOS DEL URUGUAY 191 

grado mayor de civilización, y condiciones sociales atesti- 
guadas por un complicado mecanismo industiial, religioso 
y político. Amaban estos indígenas una independencia que 
no les proporcionaba gi’Hudcs placxjres, y supiei’on defen- 
derla con más tesón y ardor que otras naciones de América 
realmente apegadas á su suelo por atractivos influyentes. 
Tan soberbia altivez mezclada con tanta constancia, indican 
que este pueblo se hubiera abierto á las expansiones del 
progreso, si la fuerza de las cosas no le hubiese obligado 
á detenerse en su marcha, para oponer el pecho por ba- 
luarte á sus implacables perseguidores. 




LIBRO SEGUNDO 


El. DESCUBRIMIENTO 


Estado de Ins relaciones entro Espaíla y Portuftal. — Proyectas de D; 
í'ernnndo do Ar«g6n. — JuanDúu de Solís. — Su exploración oc' 
nica de 1508. — Pci'secnciouos 3 ' disgustos que lo origina. — Es nou, 
brado Piloto Mayor del Reino.— Su primer viaje al Río d(¡ la 
Plata. Conti’ai'iedades del retorno. — Segundo viaje. — Muerte dt 
Solís y regre.so de la expedición.— Ascenso de Carlos V al poder.-' 
Magalliuies eji España.— Se hace á la vela.— Explora el Plata. -f 
Signe viaje al Estrecho. — Junta do Badajoz. — Los portugueses r 
chazan la oferta de ensanchar sus límites americanos.- Primen 
incursiono.s portugne.sas en el Plattu — Expedición comercial (, 
Diego García.— Expedición de Gabotto.- Fundación del fuerte Su. 
Salvador. Reconoeimiojito del río Urugua}’. — Expedición poiln 
guesfi de Martín Alfonso de Sousa. — Expedición de D. Pedro de 
Mendoza, — Su inflnencia negativa en los progresos de la Con- 
qui.sta. Expedición do Álvai’ Núttez. — Medida.s coincideute.s de 
Carlos V y La Gasea. — ]íx pedición de Juan de Sanabria, — Nombra- 
miento y muerto de Centeno. —Fundación do la ciudad de San 
Juan. — A bandono del nuevo eslablecin)ienta. —Expedición de Jaime 
Resquín. — Su fraca.so fija la suerte de la colonia uruguaya. 

* ( 1500 - 1572 ) 


Al comenzar el siglo xvr, las relaciones políticas ei* 
España y Portugal estaban muy tirantes. El tratado; 
Tordesillas (7 de Junio 1494), celebrado á raíz del des 
brimiento de América, limitíuido la acción marítima^ 
ambo.s rivale,s por una línea ideal qne pretendía repartí 



196 


IJBRO II. — EJ. DESCÜBIIIMIEXTO 


matemáticamente ol mundo desconocido, no había hecho 
más que alejar las dificultades de una lucha en que las 
leyes del mar estsiban destinadas á desmentir la provisión 
de los hombres. I^rcsinticndo esta emergencia, los nautas 
' geógrafos (Juya opinión prevalecía rcsjjectivamente en 
os consejos de D. Fernando de Aragón y D. Manuel 
e Portugal, obtuvieron que micnti-as luia demarcaciÓJi 
íacta no fijara el camino, se interpretare la aplicación de 
s cláusulas del pacto por un procedimiento convencional, 
•stinado á conservar en absoluto, para cada una de las 
s naciones navegantes, los rumbos usuales (pie hasta allí 
acostumbraban á llevar sus expediciones descubridoras. 
Sajo la fe de este convenio, navegaba Cabra! por min- 
os portugueses, cuando arribó casualmente en 1500 al 
’rasil, ya descubierto por Hojéela y cxjáorado por Pinzón 
Lepe; y se posesionó del país á nombre de Portugal. 
Imposibilitados los (íspaíioles para i'cíparar un (jontra- 
ieinpo á que habíim coiiciutícIo, en su doble condición de 
firmantes del tratado de Tordesillas y consentidoies del 
moduH vivendi posterior al ajuste, cedieron, reconociendo 
que los territorios del Brasil caían en su mayor parte del 
lado portugués en la Líiicía establecida, y cpic no iba Ca- 
bral fuera de los rumbos habituales á sus, compatriotas 
cuando el viento lo llevó á Porto -sey uro. Pero si al acep- 
tai* esta solución forzosa, el amor propio uacíion’al pudo 
sentirse herido, mayores fueron las torturas del interés 
lítico, perjudicado por una eventualidad cpie encaminaba 
:)S portugueses á realizar la circunnavegación dcl mundo, 
rque no eran las tierras del Brasil y sus alrededores 
sumibles, momentáneamente menospreciadas, lo que cri- 
aba ia displicencia de España, y el contento de Por- 



LIBRO n. — EL DESCUBRIMFENTO 


197 


tugal, sinó la jiosibiliclad abiei’ta á los portugueses de lle- 
gar aliora sin ningún tropiezo al Oriente por el Occi- 
dente, según la frase consagrada en el tecnicismo náutico 
de la ápoca. 

El Oriente, con sus riquezas If^endaiias y la promesa 
de un comercio sin límites, constituía todo el afán de am- 
bos gobiernos rivales. Dos tendencias iguabneute fecundas 
— el sentimiento religioso y el espíritu industrial — alimen- 
taban ese afán, presentando por un lado la pei-spcctiya de 
llevar el cristianismo más allá de las regiones donde no 
pudieron incubarlo bis Cruzadas, y lisonjeando á la vez 
las asiii raciones de lucro anexas á tan vasta empresa. Pa- 
recía inclinarse la fortuna del lado de Portugal, pai’a darle 
la primacía en la realización de aquel plan grandioso. Vasco 
de Gama había arribado en 1498 á Calicut, cncontnindo 
el verdadero camino de la India, y la casualidad llevó á 
Cabral en 1500 al Brasil, cuya posesión geográfica facili- 
taba la navegación hasta aquel hemisferio. Alentados por 
su venturosa estrella, jirón to invadieron los portugueses la 
península de Malaca ó antiguo Quersoneso de Oro, desde 
donde establecieron una coiTiente comercial, cuyo centi-o 
filó Lisboa, aniquilando la prosperidad de Venecia y oti-as 
ciudades italianas, nacida del monopolio de aquel ti’áíico. 

Comprendieron los españoleas que el tiemjx) les apremiaba, 
si no habían de quedar retrasados en la paiticipación de 
tan colosales beneficios. Con este propósito, diversa.s expe- 
diciones descubridoras salieron de los jniertos de España, 
estimuladas por la livalidad nacional ó el interés privado, 
pero el éxito no coronó sus pretensiones. El Bey católico, 
entonces, se propuso adoptar algimas medidas que contu- 
vieran á los portugueses, sospechados no solamente de 



198 


LIDBO n.— Kr. DESCUBttIMIEXTO 


jDretencler sin justu cansa el monopolio exclusivo del co- 
mercio asiático, sino de proyectar una incui’sión en los do- 
minios gentílico -españoles de Tierra-firmo, donde se dec;ía 
que intentaban ostablecei-se. Para impedir esto último, des- 
pachó secretamente á Juan de la Cosa con destino á IjÍs- 
boa, y mientras dicho geógi’afo cumplía su comisión, pro- 
videnció que se annase una flota destinada á ex^florar el 
ai’dúpielago de la Esj^cceria, cuya posicióji marítima, ade- 
más de facihtar el tránsito á la Malaca, dejaba presumir, y 
después resultó cierto, que asentaba en gran j>arte sobre lí- 
mites csjjañolcs. 

Durante los preparativos de este armamento, fuertes 
turbulencias políticiis agitaron el reino. Felipe el Hermoso, 
casado con la segunda de las hijas de D. Fernando, y he- 
redero conjunto clcl timio de Castilla por muerte de Doña 
Isabel (1504), redamó y obtuvo el mando, entorpeciendo 
esa novedad el trámite de los asuntos pendientes. Dos 
años después, el flamante soberano cuyo reinado debía, ser 
tan breve, se dii-igió á los oficiales de la Contratación en 
Sevilla, pidiendo informes (Agosto 1500), sobre la condi- 
ción en que se hallaban las naves destinadas á la Espece- 
ría., y urgiendo para (pie se consultase á Vicente Yáñez 
Pinzón y Américo Vespucio, respecto de su más pronta 
pailida. Cojitestaron los oficiales en Septiembre, que el ar- 
mamento no estaría listo hasta Febrero del siguiente año, 
y de paso, hicieron sentir su perplejidad sobre la forma en 
que debían dividir los gastos y beneficios de esta clase de 
expedieiones, entre el Kcy católico y su yerno ( 1 ). Tan 
iue.siíerado escrúpulo enfrió los ánimos, frustrando al fin la 


(1) NavfUTcte, Colección ele Viajcíi, tom n, Doc clx, tom iii, Secc ii. 



LIBRO II. — EL DE.SCUBRIMIENTO 


109 


expedición. Un nuevo de.stino, pui-amente de servicio in- 
terno, se dio á las naves, luego que estuvieron en aptitud 
de hacerse á la vela. 

Muerto Felipe I, ocupo I). .Fcrjiando la regencia de Cas- 
tilla en 1507, por incapacidad mental de su hija viuda. La 
presencia del Ilcy católico cu el Gíjhienio, devolvió su ac- 
tividad á todos los resortes de la administración, particu- 
larmente en lo relativo á Améiiea, donde hi/.o que se cum- 
plieran muchas providencias pendientes desde el tiempo de 
Dofia Isabel, y adoptó por sí, otras de no menor impoi- 
tancia. La afinidad mediante entre los negocios ultramari- 
nos y los descubrimientos, le enteró del abandono en que 
habían caído las empresas de mar, causándole imprc.sión 
penosísima aquella desidia. No siendo ajeno á la opinión 
prestigiada por los hombres científicos, sobre que se impo- 
nía un examen escrupuloso y definitivo de los óltimos 
rumbos indicados por Colón pai’a conseguir el pasaje á 
Oriente, creyó llegada la oportimidad de realizar ílicho em- 
peño. Futre el pei’sonal cuyo dictamen era indispensable, 
tenía ti’es hombres de reputación europea, Amóricto Ves- 
pu(áo, Vicente Yánez Pinzón y Juan de la Cosa, á quienes 
se projmso consultar en aquel mismo año de 1507. líh-a 
V espucio itahano y había navegado con portugueses y es- 
pañoles, radicándose al fin en España, CU 3 U 1 nacionalidad 
adoptó. Pinzóji y la Cosa eran españoles, con gi’andes ser- 
vicios á su patria y á la ciencia. Tal vez poj* indicación de 
todos ellos, fué agregado á líi comisión asesora Juan Díaz 
de Solís, cosmógi'afo natural de Lebrija, cuya reputación 
no había traspuesto aún los límites de la península ibérica. 

Esta junta de hombres exj)erimentados ti’azó un vasto 
plan i)ara enen minar científicamente los descubrimientos 



200 


LIBRO IT. — EL DESCUBRIMIENTO 


futuros. J^escle luego, propuso la creación del empico per- 
manente de Piloto Mayor, cíon incumbencia de trazar las 
cartas geogritficsus, examinar los pilotos que hacían la ca- 
rrera de I ndias y atender la fabrícacion de los instrumen- 
tos de náutica, aiTaucando de este modo al azar ó la ru- 
tina las grandes empresas mai’í timas. Aiíordó en seguida, 
que .se piDcm’ase poblai' lo descubierto eii la costa de Tie- 
rra-firme, y se prosiguiesen los descubrimientos occideutíi- 
les siempre buscando el estrecho ó mar que Colón presu- 
mía necesariamente ubicado ciiti’e los dos hemisferios. En 
atención á su pericia reconocida, fuó designado Américo 
Vcspucio para Piloto Mayor, con facultades que más tarde 
se le ampliaron, sueldo de 50,000 maravedís y sobresueldo 
de 25,000, recibiendo el nombramiento desde Burgos á 22 
de Marzo de 1508. Las cartas geográficas trazadas de allí 
en adelante por él, y que de su nombre tomai’on el de 
Américas, dándoselo al Nuevo -mundo, lian sido una de 
hi.s causas princápales para concitarle el calificativo de usur- 
pador de la gloria de Colón. 

Al mismo tiempo que Vespiuáo recibía su título, Solís 
y Pinzón eran nombrados iiilotos Kcriles, y se les enco- 
mendaba el majido de la expedición descubridora proyec- 
tada por la junta consultiva, llevando Solís su tlii-eccióu 
científica y Pinzón la administrativa y militar. El viaje 
debía hacei’se «á la parte del Norte hacia el Occidente», 
con la recomendación de no detenerse en puerto alguno más 
tiempo que el imprescindible, encareciéndoles la breve nave- 
gación pai’a descubrir « aquel canal ó mar abierto que prin- 
cipalmente debían descubrir, y el Rey quería que se bus- 
case». Se les prohibía tocar en posesiones portuguesas, 
salvo caso fortuito que les obligara á ello, entendiéndose 



UBUO II. — KL DESCUBRIMIENTO 


201 


por txil, tormentas 6 falta de víveres ó aparejos. Pasada la 
Linca, se les facultaba para apresar y conducir á la Penín- 
sula, toda nave intrusa ó grupo de individuos de igual con- 
dición que cncontranui en dominios españoles. Recomen- 
dilbaseles el mejor trato á los indígenas, bajo penas sevei’as, 
y á la vuelta se les permitía proveerse en Cuba de lo que 
les fuera necesario, dando cuenta íl su Golieniador de lo 
lieelio y descubierto, así como de lo que llevasen consigo. 
De allí debían navegar directamente al imerto de Cádiz, 
donde ninguno porMa saltar en tierra antes de haber sufrido» 
los buques una rigorosa ins[)ección oficial. 

Con estas instrucciones partieron á su destino. Kave- 
garon en dirección á la isla de (juanaja, y de allí fueron 
descubriendo por la vía del Norte, hasta los 23" y b'o- 
En toda esa costa, pusieron emees 6 hiíáeron actos poscvso- 
rios, tomando algunos indígenas para que les sirviesen de 
intérpretes, y ciertos productos de la tierra como mues- 
tra (1). Disentidos por motivos que debían relacionarse con 
la prosecución del viaje, se volvieron á España, tocando en 
Cuba, donde el comendador Ovando les obligó á dejar los 
indígenas que traían. Llegados á la Península en 1509, la 
Casa de la Contratación les formó causa en Sevilla, reca- 
yendo sobre Solís cargos é inculpaciones de toda clase, 
mientras Pinzón quedaba libre. Gravísimos debían ser esos 
cargos, cuando el Rey católico, más severo que los oficiales 
de la Contratación, mandó redoblar el secuestro de Solís, 
proveyendo que si la (íái’cel de Sevilla no obTiCÍa segui-ida- 


(1) DominenloH hmlüos del Archivo de Indias, toms xxir, xxxr, 
y V lie la 2.'' Seiln. — Navairete, CoWrión de Viajes, toin iir, Doc 
i.xix, § 10. 



202 


UKRO II. — EL I)R.SCüBIUMIENTO 


des bíistante,9, se le trasladase á la de la Corte, donde efec- 
tivamente fu6 conducido. 

Solución tan im])revista, paralizó en mucha parte los 
cfecto.s dcl plan adoptado por la junta consultiva de 1507. 
Solís, después de un proceso cuya duración debió ser breve, 
dado el rigor con que se apremiaron los procedimientos, 
resultó libi’e y absuelto de cargos, mandándosele pagar 
34,000 maravedís en recompensa del tiempo de su prisión 
y pleito. No pudiendo hacer efectivo por entonces el cobro 
de aquella suma, quedó acreedor del Gobierno español como 
lo era ya de Portugal, donde tenía también algunos ati’asos, 
jDro venientes de anteriores servicios ( 1 ). El Key católico, 
indiferente á la suerte del marino, estimulaba entro tanto 
la iRiblación de las costas de XiciTa-firjne, pero sin dar 
^alclo á los descubrimientos, conti-astando aquella pasividad 
suya, con los progresos de los portugueses en Asia, cuya 
relación exaltaba los ánimos. 

No solamente la codicia, sino el interés político, influían 
para mantener semejante excitación. Nada era conqiaridilc 
á los rendimientos de la Malaca, donde el clavo y la nuez 
moscada constituían para Portugal im monopolio pingüe. 
Así es que en su defensa, conservación y acrecentamiento, 
se disponían los portugueses á extremar todos loa rcciu’sos, 
y la sospecha de vulnerar el tratado de Tordesillas, lla- 
mándose á dueños absolutos en Oliente de islas y ríos que 
las cláusulas de dicho tratado les obligaban á dividir en co- 
mún con España, empecinaba más su propósito de excluir 
toda coparticipación. El caso, sin embargo, era difícil, pues 


(1) NnvniTCte, Col dr Viajes, tomoiii, Not Hiat § 44 y Do&s xxxm 



IJHRO ir. —EL DEflCCnniMíENTO 


20.3 


habiéndose acogido al tratado en cuanto les permitía la 
adquisición del BríLsil, no podían rehuir .su validez para 
negarlo á la otra potencia signataria el derecho de recla- 
mar aquello de que .se creyese despo.seída. 

'J''enían los portugueses en conti’a de tales iiretcn.sioiies, 
lo.s progresos gcogTaficos producidos por sus propia,s con- 
qui.stas. A medida que fijaban el emplazamiento matemá- 
tico de los países de Oriente, más claro resultalja el tra- 
yecto de la Línea, divisoria por aquel lado. Aprovechando 
'esas demostraciones prácticas, los geógrafos españoles re- 
hacían sus cálculos, é iban estableciendo con seguridad la 
división que el tratado de Tordesillas haliía intentado rea- 
lizar arbiti’ariamcnte. Poco tiempo duraron entre ellos las 
vacilaciones sobre el derecho de España á compartir los 
beneficios de la conquistii asiática, y el Uey católico supo 
de un modo positivo, que podía extenderse hasta allí, .sin 
agredir dei’ccho alguno. No era éste para hacerse de rogar en 
asunto que interesaba tan do cerca al csplendoi' de su co- 
rona, así filé que se aprestó á ejercer los actos de dominio 
que en buena ley le correspondían, autorizando un i’econo- 
cimiento hacia el lado del Océano índico. 

La noticia llegó á ^Portugal á raíz de haberse propalado, 
y el embajador portugués en España recibió órdenes pe- 
rentorias de averiguar lo que hubiera de cierto en el asunto. 
Ocupaba dicho ciirgo desde 1811, Alendes de Vasconce- 
llos, en recipi’ocidad de igual empleo que Lope Hui’tado de 
Mendoza desempeñaba desde la misma feclivi en Li,sboa 
representando al Rey católico (1). El embajador portu- 


(1.) DaniiAu de Goes, (Thronica dd Rey Doni Emannd; Parí iii, 
cap XX m. 

Don. Ksr. — [. 


18 . 



204 


LIBRO n. — EL DESI UDRIMIENTO 


giKÍs, á jDretexto de estar casado su soberano con una hija 
de D. Fernando, simulaba tratar los negocios de ambas 
cortes como asuntos entre yerno y suegro. Por seincjantc 
táctica, Vasconeollos se introducía diariaiucnto á presencia 
del Rey, ya para leerle cartas que le venían de Portugal, 
ya para preguntarle inuehas cosas á Hn de sondear su 
ánimo. Claro está que el soberano español aquilataba en 
lo que valían e.sas confidencias y admitía hasta donde lo 
creía oportuno aquella forma de sondaje, reidieando siem- 
pre « que su iiropósito era conservar la mayor armonía 
con su hijo el de Portugal; (|ue su mayor deseo era no de- 
jar ninguna manera de conflictos á sus nietos; y que si 
ahora era viejo y no e.staba para reyertas en los escasos 
días que le quedaban á vivir, mucho sería su contento si al 
ir.se del mundo dejase asegurada de un modo firme la paz 
de .su casa >. \'asconcellos se dalja j)or edificado á cada de- 
claración de éstas, lo tpie no le impedía escribir luego á su 
soberano < que todo no pasaba de muy buenas palabras ». 

Urgido i)or las instrucciones de su corte, abordó el 
asmito de la pioyectada expedición, encontrando al Rey 
católico decidido á (pie se efectuara. Opuso el emisario lu- 
sitano todas las razones de congruencia que estimaba efica- 
ces para cambiar aquella resolución, recalcando sobre la 
necesidad de alejar dificailtades perturbadoras de la paz 
entre ambos reinos. Insinuó, á lo que parece, que era con- 
testable el derecho de España á explorar una navegación 
hasta entonces reconocida como exclusiva de Portugal, 
pues si la Línea no estaba bien definida en su totalidad, 
era presumible que allí lo estuviera mejor que en ninguna 
parte, y de no estarlo, debía encargarse la rectificación 
al tiempo y no á los celos de predominio colonial. Pero 



LIBRO H. — EL DESCUimiMIENTO 


205 


D. Fernando pernmnecio inflexible, despidiéndose ^’'ascon- 
cellos seguro de que perdía la partida. 

Sancionada la expedición, designó el Iley católico la 
persona que debía conducirla, recayendo el nombramiento 
en Juan Díaz de Solís, quien ])or motivos jirofesionales 
tenía contra Portugal justos resentimientos destinados á 
promoverle allí la intriga aún no destruida, contra su re- 
putación y origen nativo. Estando al servicio de aquel país 
le habían quedado á deber el ñuto de su trabajo, y por 
mucho que el Rey de Portugal le firmase órdenes contra la 
Casa de la India, ni él, ni un hermano que le acompa- 
ñaba lograron cobrar sus créihtos. Empleado á sueldo, So- 
lís no andaba tan miuiido de fondos que pudiera soportar 
con desahogo esa falta de pago, así es que al3andonó el 
sel-vicio de Portugal muy quejoso, y sin recatarse de ma- 
nifestarlo ( 1 ). Vuelto lí España, sus quejas se hicieron 
públicas, llegando á saberlas el emliajador [lortugués cu 
aquella corte, por medio de los hombres de mar con quie- 
nes ambos mantenían trato frecuente, originado por las 
tendencias y necesidades de la época. Aprovechando esta 
coyuntura, luego que empezó ii hablarse de la nueva ex- 
cursión marítima, mandó Vasconcellos llamar tí Bolís re- 
petidas veces, con la mmi ostensible de repararle en sus 
agravios contra Portugal, pero deseoso en el fondo de ave- 
riguar lo que hubiera de cierto en la expedición tí la Malaca. 

La insistencia de Vasconcellos bastaría para demostrar 
el estado de ánimo en que se hallaba la corte de Lisboa, si 
otros datos no confirmasen que el monarca lusitano hacía 
de la excursión marítima en litigio, una cuestión capitalí- 


( 1 ) Reseña Preliminar, § 9 . 



206 


LIBRO II. — KL DESCUBRIMIENTO 


sima. Efectivamente, la eonciuTencia de Esjiaña en la Ma- 
laca iba á disminuir la.s utilidades del comercio portiigu^‘s, 
quitando de paso á Lisboa su carácter recián conquistado 
de emporio occidental. La marina ulereante española, nume- 
rosa intrépida, ávida de lu(*ros y eoiidueida jior aventure- 
ros audaces, monoiiolizaría fatalmente en pocos años a<|uel 
gi’an comercio asiático, fuente de los más venturosos aui^u- 
rioB, y Portugal, reducido á la condición de tributario, di.s- 
putaría en vano una sujierioridad (pie los recursos materia- 
les le negaban. Disimulando tan peno.sas ini])resiones, pero 
aiTastrado jior ellas, escribió el monarca portugiu'^s á Don 
Fernando, para influir en que la expedición no se realizasí'. 
Al mismo tiempo, apremió á Vasconcellos que r(*dujese á 
Solís á no avi'iiturarse (*n la expedición por el momento. 

Cumplió el ^finistro sus órdenes, entregando la carta á 
D. Fernando, é insistiendo con Solís para cambiar ideas. 
No obtuvo del uno sino acpiellas ^ buenas jialabras» que 
lo desesperaban, y menos aún consiguió del otro. Solís fuó 
por el momento sordo á toda insimiacitai, pues ya había 
entrado de lleno (‘ii (d gran proyecto que lo absorbía por 
completo. Los preiiarativos del viaje se llevaban á efecto, 
y la recluta del personal encargado de acompañarbí, había 
sido confiada á sus cuidados. Ni siquiera tenía agravios 
que vengar, desde (pie el Rey católico acababa de ivsa reirle 
con honor, de todos sus auteriores disgustos. Una Real 
Códula fechada en Burgos á 2o de Marzo de 1512, nom- 
braba á Juan Díaz de Solís Piloto Mayor del Peino, en 
reemplazo de Amórico Vespucio, cuya muerte había jiro- 
ducido la vacante del cargo ( 1 ). 


(1) Juiui Bautista Muñoz, IJittlonn del Nucvo-nntndo; Prúlogo. 



LIBRO II. — FX DF^SCrnRI.MIKNTO 


207 


La noticia del nombramiento acrecentó los temores de 
Vasconcellos, quien insistió con el nuevo Piloto Mayor 
para conferenciar sobre asuntos de urgencia. Se vieron 
ambos jior fin en Logioño, á 30 de Agosto, en casa del 
Ministro, abriéndose la conferencia con el recuerdo de lo 
pasado, que indujo á Solís á reproducir sus quejas, mien- 
tras Vasconcellos procuraba consolarle con ofertas. Co- 
rriendo la conver.sación, vinieron al asunto del día, y Solís 
contó cómo estaba en disjMisición de hacerse ii la mar en 
Abril del próximo ano con tres barcos, de 170 toneles el 
lino, y de 80 y 40 resiiectivamente los otros dos, sí objeto 
de ir á ver y demarcar los verdaderos límites de las pose- 
siones ca.stellanas <pie por las alturas de la Malaca, debían 
caer en dominio e.spaiíol. (’ontentáudose por el momento 
con lo averiguado, Vasconcellos no (jniso ir más adelante. 
De su coriespondencia con el Rey 1). jMiuuiel, se deduce, 
sin embargo, que Vasconcellos y Solís tuvieron nuevas con- 
ferencia.s, en una de las cuale.‘<, aquél insinuó á éste liLS más 
li.sonjeras ofertas con ánimo de atraérs(*lo ; pero Solís se 
mostró tan convencido del éxito y tan seguro de sus pros- 
pectivas ventajas jicrsoiiales, que el Ministro creyó tiempo 
]>ordido disuadirle. 

(Vmuinicadas á Lisboa estas noticias, volvió inflexible- 
mente la orden de insistir ante las mismas jieisonas y 
con idéntico propósito. Vasconcellos se dirigió otra vez á 
D. Fernando, (juien le respondió evasivamente, dándole á 
entender (jue, en totlo caso, Bolís no iría solo, como si pro- 
metiera de ese modo hacer la nueva demarcación de acuerdo 
con los portugueses. En cuanta á Solís, no quiso verlo 
Vasconcellos: tan mala impresión le dejara en su última 
enteevista. Mediando tales apiu-os, recibió encargo el em- 



208 


LIBRO ir. — EL DESCUBRIMIENTO 


bajador portugués de cambiar la entonación de sus reclamos, 
y en consecuencia, pidió formalmente la detención de Solía, 
como perturbador jiosible de la paz entre las dos coronas. 
Ni con esto consiguió ventaja alguna; por lo cual, desespe- 
rado, escribió á Lisboa que todo esfuerzo era inútil, couao- 
hlndose de su impotencia con descargar sobre el Piloto Ma- 
yor los dicterios de «hinchado» y «niiii». 

Pi-osiguieron los ])i’eparativos de la expedición, acen- 
tuándose de un modo público la noticia de su destino. 
Mostróse altamente ofendida la corte de Lisboa de no ha- 
ber logi-ado impedirla, á pesar de sus repetidos oficios, de- 
jando sentir como una manera de recnininación por la 
esca.sa cuenta en que se tenían los vínculos de familia, pos- 
puestos en esta emei'gencia á las ambiciones de conquista 
y lucro. Kepentinamente cambió entonces el aspecto de las 
cosas. El Rey católico, tomando en con.sideración las quejas 
y sospechas de su yerno, se propuso satisfacerle. Escribió 
al efecto a Hurtado de Mendoza jiara que an’eglara el 
asunto, asegurándole á D. Manuel que la disposición del 
viaje había sido cambiada. 

Mientras su embajador aípiictaba ;í la corte de Lis- 
boa, avisó el Rey á los oficiales de la Ca.sa de Contrata- 
ción, que había suspendido el viaje ii la Especería, pues 
deseaba comunicar prc\iamente con el de Portugal, «lo 
tocante lí aquella navegación». Al mismo tiempo orde- 
naba, que los aprestos hechos hasta entonces para la indi- 
cada empresa, se destüiasen ii la Tierra -finne, con lo cual 
vino á quedar en disponibilidad la única nave que Solís 
tenía aparejada hasta el momento. De esta manera, resultó 
oficialmente suspendido el viaje cuya realización hubo de 
originar un confiieto de familia, al mismo tiempo que ama- 
gaba la ruptiua entre las dos coronas. 



LIBRO II. --KL DESCrBRIMIKNTO 


209 


Loh motivos de esta resolución han constituido hasta 
lioy un proldeina liistórico, ¿Fue el amor paterno ó la 
ciencia quienes influyeron en D. Fernando para modificar 
sus planes? Estuvo casado D. ^lanuel de Portugal en pri- 
meras nupcias, con la hija predilecta del Rey católico, la 
cual había sacrificado una inconsolable viudez, para satis- 
facer las ambiciones políticas de su iiaih’c. De aipiel ma- 
trimonio nació lui príncipe, futuro heredero (té ambas co- 
ronas, que solamente sobrevivió veintidíís meses á la muerte 
de la Reina, originada por las consecuencias del parto. 
Contrajo el viudo segundas mq)cias en 1500, con otra 
hija de los soberanos españoles, de la (pie tuvo numerosa 
descendencia, y (.'stos eran los nietos ;í quienes se refería 
D. Fernando al hablar con Vasconcellos sobre la paz de 
su casa. Sería, pues, necesario suponerle destituido de todo 
sentimiento natural, para asegurar que el Rey católico, en- 
sordeciendo á los ruegos de su hija, rpie no permanecería 
ociosa en defensa de los interes(^'; del marido, menospreció 
en absoluto los vínculos de familia, al cambiar la disposi- 
ción del viaje de Solís. 

Pero al mismo tiempo, las doctrinas admitidas en Es- 
[>aña sobre la posibilidad de un viaje de circuimavegación 
del mundo, quitan lí sn arranque paternal, el inéiito de la 
abuegaei()ii. Era indiscutible el asenso científico prestado 
desde 1507 á la existencia de una corriente transveisal 
entre los hemisferios americano y asiático; hipótesis que 
remontándose á las últimas presunciones de Colón, había 
concluido por ganar el ánimo de todos los cosmiigrafos es- 
pañoles. El Rey católico compartía aquel dictamen, y el 
enojo demostrado contra Solís en 1509, más bien arguye 
despecho de no haber realizado sus proyectos, que escar- 



210 


LlUnO ir. — EL DESCUBRIMIENTO 


miento de ilusiones propias. Así, pues, la sustitiición del 
viaje 51 Isi Especería por una exploración de las costas de 
Tierra -íirine, era (*1 retorno sí his ideas de la junta consul- 
tiva de lilO?, Imscando por supiel lado el pasaje al hemis- 
ferio sisisííicío ( 1 ). Inducen si confirmarlo, las mismas pa- 
labras de I). Fcrnsmdo it su yerno, anuneisíndole haber 
sido csimbiado, no el visije, sino su disposición. Cambiar la 
disposición dcl viaje, es decir, su derrotero, no importaba 
cambisii’ sn objelo, y así podía buscarse cómodsi salida al 
Oriente, desvisíndose del trayecto conocido por los portu- 
gueses, como Isi cncontrsiron ellos internsíndose por casusi- 
lidad en (*1 (pie los ('spsinoles l’rccuentsiban. Tales circunstan- 
cias explican Isi modificación de plsin (pie piTinitió al mo- 
narca hispano, cumjtlir si un mismo tiiMupo y sin violencia 
sus deberes de [ladre y de rey. 

Que la inicisitivsi d(* esta modificación partió del mismo 
Solís, [Kiivce indicarlo el relato de uno de sus contcmporá- 
iKíos y amigos, (piien di(;e, resumiendo los antecedenti^s del 
visije d(( ir)12, (pie el Piloto Mayor «.se ofreció sí mostrar 
poi‘ su industria y navegación, supicllas partes (jue de los 
antiguos fueron ignoradas en el snitsírtico polo»; palabras 
cuyo siíulido (íonfirmsi otro historiador siiitiguo, declarando 
«que las s(íteci(mtas leguas comprendidas entre el cabo de 
San Agustín y el Río de la Plata, las costeó Juan Díaz de 


(1) Y niiiKinc es ccnlail que cii este aña (1~>I2) —ówv Aiilonio do 
HcMTCra — niandó el fícy que sr ajiarcjasc iin unció, ¡men que Junu I)iax 
róldese ú unvcynr, cou deseo de hnllnr este Eslreclio, ¡mceviú ni Jíei/ 
de suspenderlo, por edeuder d Ins rosos de la Tierra- firiuc // prorccrlns 
eoiuo coureiiin, por donde teuin esperninn, couforiue d lo que el Aluii- 
rnute I). Grislóhal Itabin dicho, que se halda iauddéu de hallar Estre- 
cho (Dec I, lihro ix, cnp xiii). 



LIBRO II. — El, DESrUHRIMIEXTO 211 

Solís el año 12, d su propia costa (1). Tenía Solís hasta 
motivos de amor propio guiara proceder de esta manera. Su 
injusta prisión de 1509, si le restableció en concepto de hom- 
bre honesto, no dejaba de argüir contra su reputación cien- 
tífica. Había.se frustrado im descubrimiento cometido it su 
experiencia náutica, tenic'iido jwjr compañero á Pmzón, de 
cu}"a idoneidad nadie dudaba. Era entonces Solís, ante la 
opinión vulgai-, el causante del fracaso, y esto debía mortifi- 
carle grandemente, como (jue vulneraba su crédito profesio- 
nal. j:\iortunadamente para él, ó mejor ilicho, j)ara la gloria 
de su nombre, sus opiniones anteriores se habían hecho 
carne entre los cosmógrafos del reino, y formaban parte del 
tesoro mental de D. Fernando, inlluyendo sus iniciativas 
posibles. El Rey católico no bal)ía desespeiiido nunca, de 
que se hallase, navegando hacia occidente, t im e.strecho ó 
mar abierto <> que conuniii’ara ambos hemisferios, y esta 
-idea, recogida de los labios de Colón, no tenía [5or (jiió me- 
nospreciarla saliiMido de los de Solís, en momentos de con- 
trariedad como aquellos. Encontraba, pues, el Piloto. INIayor, 
la opinión jiropicia á sus intentos, en el orden científico, y 
vinculada en el orden j)olílico á un antiguo designio del 
monarea. Sumando estos antecedentes al motivo personal 
enunciado, nace la convicción de que fué propuesta por él, 
é inmethatamente aceptada por I). Fernando, la excursión 
occidental de 1512. 

Hasta al tiiivés de las insinuacione.s de la calumnia, se 
trasluce esta misma idea. Los fundamentos en que más 
tarde basó la corte de Lisboa su§^‘eclamos al Gobierno es- 


(1) Oviedo, Historia f/eiicral ij natural, libro xxiii, cap i. — Gomara, 
Ilispania Vidrix, Pai*t l. 



212 


UBHO ir. — KL DE.SC rnmM TENTO 


pañol contra Solís, fueron que habiendo liuido de Portugal 
para Ca.stilla, « ])crsuadió allí á alguno.s mereadere.‘<, que le 
armasen dos naves con <lestino al Brasil» (l). Eliminando 
falsedades y errores, queda en pie con la denuncia, el su- 
puesto de haber sido costeada particularmente la flota que 
condujo Solís en la exploración originaria del reclamo. Ad- 
quirida subrepticiamente la noticia, sus detalles resultaron 
adulterados, como acontece con toda información de pro- 
cedencia anííloga, pero es notable que el fundamento de la 
denuncia se armonice con la versión española, sobre la ini- 
ciativa particular (pie intervino en el ajiresto de la flota. 
Esta coincidencia entre opiniones (pie no podían haberse 
concordado y cuyos propaladores obraban por inotis^os dis- 
tintos, refuerza la afu’iuaeión de que el primer armamento 
de Solís se hizo por concurso particular. 

Militan otras circunstancias confirmatorias del ca.so. El 
armamento proyectado para emprender viaje á la Especería, 
debió constar de tres naves que se presumían listas para 
darse it la vela en Abril de 1013. Cuando el Rey mandó 
suspender aquel viaje, no había más que un barco apare- 
jado. Sin embargo, dedúcese por datos de innegable evi- 
dencia, que Solís llevó en 1512, cuando menos, dos naves 
á sus órdenes, una de las cuales naufragó en el gran tem- 
poral que, arrojándole aguas afuera, le obligó á abandonar 
las costas platenses. Ninguno de esos biupies, á lo que pa- 
rece, ora el navio aparejado pura la Especería, y de haberlo 
sido, siempre resultaría que se le agregó otro ú otros cuyo 
alistamiento por cuenta del Estado no consta en los anales 
de la ópoca. 

(1) Goiís, Chronica (Id Rcij Dom Kmanud, Part iv, cap xx. 



IJBRO IT. — FJ. DESriTBRmiEXTO 


213 


El secreto que hasta hoy encubre todos los detalles re- 
lativos á este primer viaje de Solís, hace que apenas se en- 
cuentre el rastro de sus huellas. Testimonios irrecusables 
suministrados casualmente, confírman la aserción de los 
primeros historiadores en cuanto á que el viaje se liizo, y 
documentos oficiales cuya enunciación promete plena luz 
para algún (lía, establecen que se comprobó formalmente. 
Esta reserva, que desorientó al cronista oficial de Felijie II, 
obligándole á rectificarse en el cimso de sus Décadas, de- 
muestra la importancia de aquella exploración, cuyos re- 
sultados no se querían ex|X)ner á nuevos reclamos que en- 
torpeciesen la sanción irrevocable de los hechos. No de 
otro modo se explica la concordancia de testimonios posi- 
tivos para comprobar la realización del viaje, y al mismo 
tiemiK), la ausencia de documentos oficiales que surtan 
igual efecto (1). 

De esta anomalía no se sigue que el viaje de 1512 en- 
cubriese una estratagema de mala ley, destinada á favorecer 
torcidos propósitos. El carácter suspicaz y desconfiado del 


( 1 ) El señor Madero, en su Historia del Puerto de Buenos Aires, 
refiriéndose á doeumentos rui/a copia auténtica afirma poseer, establece 
que en 27 de Mayo de 1513, contestando ú los oficiales de la Contra- 
tación que le avisaban tener malos informes dé Solis, replicaba el Itey, 
que los adelantasen secretamente, y <si hallaran culpable á Solis, le 
prendieran*; ayreyando que aprovecharan el nqjjto que decían tener para 
el viaje de Solis, aporque, aunque el haya de hacer el viaje, no será tan 
breve*. Para que esta refereneia lurie.rn el valor que se le atribuye, se- 
ria necesario probar que Solis se hallaba en la Península hacia esa 
fecha, pues en cuanto al viaje aludido, sabemos por el mismo señor 
Madero, que era el viaje oficial á la Especería recién ¡lostergndo. Y uun 
cuando se llegara á confirmar la presencia de Solis en España hacia 
1513, ello no probaría que desde la suspensión del viaje ú la Especería 
hasta 1516, no hiciera el Piloto Mayor dos viajes al Rio de la Plata. 



214 


LIBRO n. - F,L DE.SCrURIMIENTü 


Rey católico, se presta á rodear sus actos de uua segunda 
iutencióii, explotada con exceso. Partiendo de semejante 
criterio, no ha faltado quién le atribuya mii’as inconfc.sa- 
bles al despachar .secretamente tí Solís en aquella data. 
Pero el testimonio de los hechos demuestra que a.sí como 
el viaje íi la Especería fué leal y efectivamente su.spendido, 
no militaha razón alguna pai’a (pie la exploración del he- 
misferio opuesto, dejase de emprenderse en cualquier mo- 
mento. 8i era un acto de [irudencia buscar el pasaje á 
Oriente por aquel lado, lo era li la vez de tal licitud, que 
cuando .s«í encontró al lin, los portugueses no tuvieron ob- 
jeción que hacer, l^a estratagema hubiera consistido en 
despachar .secretamente á 8olís con destino á la Especería, 
de.spués de haber su.sjiciulido olieialmentc el viaje; iiero no 
la había en que D. Fernando realizase un designio hasta 
entonces acariciado y sicmiae frustrado por eircun.staneias 
ajenas á su voluntad, (ívitando al mismo tiempo (pierellas 
de familia. 

(filien ai’inó las carabelas que constiluyei’on la Ilota des- 
cubridora, es dato ignorado hasta hoy. El proce.so abierto 
por ^Mllalobos y remitido al Con.sejo de Indias por inter- 
medio d(; Juárez de Carbajal, diFe contener éstos y otros 
detallc.s, (;omo que fueron llamadas á declarar en él, todas 
las personas provenientes del Plata, que á la .sazón .se ha- 
llaban en la Península por cualquier motivo. De ese docu- 
mento importantísimo, ipie impuso silc^ncio á las prden- 
siones de los portugueses sobre la prioridad del descubri- 
miento del Río de la Plata, han de constar también, los 
nombres de los capitanes de los barcos, y el día exacto 
de su arribo á. uue.stras costas. Pero mientras el jiroceso 
duerma hacinado entre los estantes del Archivo de ludias. 



LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


215 


es necesario atenerse á las r(*ferencias truncas que la ca- 
sualidad siirainisti-a. 

Ultimados los preparativos del viaje, Solís se hizo á la 
vela en aquel mismo año de 1512, sin que se tenga cer- 
teza del día ( 1 ). Su navegación hasta el calió de San 
Agustín, jiarece no halier ofrecido novedad. Adelantando 
camino, encontró entre los 35 y 3ü" una grande ahni, de- 
lant(; de la cual jiasó sin detenerse. A la altura de 40“ cam- 
bió de ¡lian, retrocediendo en procura del abra indicada, 
euyíi existencia dejaba suponer una corriente transversal. 
Confirmóse, en efecto, e.sta siqiósición, apenas entró en el 
vasto caudal de aguas que se remonta hacia el N. O. Es- 
timulado del hallazgo, siguió intei’iuíndose ¿i lo lai’go del 
río, en cuya costa septentrional dio fondo. 

tiran aquellos parajes, tierras del actual Departamento 
de Maldonado, habitadas entonces por los charnias, quie- 
nes recibieron de jiaz á los expedicionarios. Solís, por su 
parte, apenas desembarcado, se dió jirisa it ejercer en la 
jilaya, actos de oficial dominio. 1 )es}més de las ceremonias 
del caso, colocó niuclias cruces en tierra, para seDalar la 
incorporación de esta á las posesiones del Rey eatólico. 
Aquel trjímite sencillo en la ajiai'iencia, ú que los indígenas 
asistían estupefactos de admiración, era precursor de gran- 
des acontecimi^jitos. ICspaña acababa de marcar la huella 
de una nueva conquista, y las tierras del Uruguay, hasta 
entonces amuralladas i)or la barrera del Océano, descubrían 
su punto vulnerable en esa misma barrera. Por aquellas 


(1) Herrern, Jlisloria dr. laa Indias Occidentales, Dec IV, libro viu, 
cap XI.— Oviedo, Tlistona ycneral y natural, libro xxiii, cnp i.— Go- 
mara, llisjtaniu Viclrix, Piule I. 



216 


L1BHO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


costas debían entrar en el futuro, las expediciones milita- 
res españolas, que, ora vencedoras, ora vencidas, concluii'ían 
por hacerse dueñas del país. 

Quedo muy contento Solís con el resultado obtenido. 
Deseaba prolongar su permanencia en el río, para adelan- 
tar informes sobre la condición topográfica de la tierra y 
BU extensión, pero una violenta tempestad sobrevenida de 
improviso, le obligó á alejarse de la costa, donde no había 
acertado á tomar buen puerto. La tempestad fué creciendo 
hasta poner en peligro la suerte de los expedickmanos. 
Uno de los buques de la ilota, no pudiéndola resistir, su- 
cumbió, perdiéndose toíalnuMite. Quince años más tarde, 
recordaban el hecho por distintos motivos, dos de los tes- 
tigos presenciales de aquella catástrofe ( 1 ). 

Corrida la tempestad, prosiguieron los expedicionarios 
su viaje de retorno encaminándose á la Península, donde 
arribaron en fecha que también se ignora. Solís había 
cumplido la promesa de mostrar por su industria y nave- 
gación, aquellas paites desconocidas á los antiguos, y pre- 
sentidas por el Rey católico como el hallazgo de una solu- 
ción á los conflictos con su yerno. La acogida debía ser de 
las más favorables para el descubridor, que afirmando su 
reputación propia, concurría al logro de las miras acari- 
ciadas iior el monarca. Y en efecto, ya no volvió á ha- 
blarse por el momento del suspendido viaje á la Espece- 
ría, sinó que ocupó la atención de D. Fernando, este des- 
cubrimiento feliz que adelantaba sus gi’audes proyectos. 

Animado por tan halagadoras resultancias, convino en 


(1) N.° I en los Doc de Prueba.— '¡^avfíxvele. Colección de Viajes, 
tomo V, § IX y Doc x. 



Lllino II. — EL DESCUBRIMIENTO 


217 


despachar lí Solís nuevaiiiente al teatro de su fortuna. En 
24 de Noviembre de 1514, Iiizo asiento con él, comprome- 
tiéndose á cnti'egarle 4000 escudos de oro en tres datas, 
d«sde Enero á Marzo del año pró.ximo siguiente, con cargo 
de re(!ÍI)ir el tercio en los beneficios de la expedición, y no 
pagar sueldos ni otra cosa alguna ú los expedicionarios de 
clase subalterna. Por su parte Solís se convenía en alistar 
3 naves, de CO toneles, ó sean 72 toneladas la una, y de 30, 
o sean 30 toneladas las otras dos, tripulándolas con 60 
personas y bastimentos para dos años y medio; bajo la 
obligación de admitir un factor y un contador, (pie el Rey 
nombraría para la mejor tutela de su parte de beneficios y 
entrega eabal de lo restante al Piloto ( 1 ). En los diversos 
capítulos del asiento, así como en el pliego de instruccio- 
nes, se marcaba con seguridad el rumbo de su viaje actual. 
« Que vos — decía el Rey á. Solís — seáis obligado á ir á 
las espaldas de la tierra donde agora está Pedro Arias, mi 
Capitán General é Gobernador de Castilla del oro, y de allí 
adelante ir descubriiaido por las dichas espaldas de Castilla 
del oro mil c selccicnfciíi Ic^um é más si jmdicrdes, con- 
tando desde la raya é demarcación que va por la punta de 
la dicha CastiUfí del oro adelante», etc. Esta precisión para 
señalar las distancias, desde el punto de salida al de arribo, 
indica que se iba .4 paraje conocido. 

Había cu el asiento efectuado cutre el Rey y Solía un 
párrafo muy honroso para este último. Era costumbre de 
los descubridores pactar de antemano algunas mercedes 
para sí, que aceptadas por el monarca, les gai’antía buenas 


(1) NavaiTetc, Cokcciún de r ¡ajes y descubrimientos, tomo iir, Docs 
XXXV -XLU. 



218 


I.IBRO II. — KL DESCURIMMIENTO 


recompensas de futuro en lo.s sitios á (pn; por ventura lle- 
gasen. Invitado Solís ¿í que hiciese igual pedimento, se 
negó á ello, diciendo que dejaba jí la voluntad del monarca 
el premio de sus servicios, ca.'^o de resultar meritorios des- 
pués de efectuados. A lo cual contestó el Rey con sencilla 
nobleza: «Porque vos, el dicho Juan Díaz de Solí.s, no 
queréis al presento suplicarme que vos liaga ninguna mer- 
ced, ni asentar, ni capitular .sobre ello cosa alguna, sino 
dejaislo para que vistos los servicios que vos hicieredes, 
que así seáis remunerado: Yo digo que lo miraré é haré 
con vos de manera que seáis satisfecho, é recibáis merce- 
des por vuestros servicios». Tal era el hombre á quien 
Va.sconcellos pinlal»a ruin é hinchado. 

Mediando estas circunstancias, daba Solís de mano á 
sus apronte.s, cuando le detuvo el inesperado aconteci- 
miento de abrírsele una de las tres carab(‘las qiu* apre.staba 
en Sevilla, á causa d(í hab(‘rla varado con carga (jueriendo 
limpiai’ sus fondos. Pai’a sulisanar este contratiempo, el 
Rey le dió 75.000 maravetlís, con lo cual pudo comprar 
otro barco. Deseando siempre estimularle, le concedió para 
BU hermano Francisco de Soto el nombramiento de Piloto 
Mayor, mientras durase su ausencia, y el de segundo piloto 
de la exi)cdición á su cuñado Francisco de Torres, quien 
debía embarcarse con Solís, recibiendo anticipadamente un 
año de salarios, para dejar suplidas las necesidades de su 
casa. Lista ya la flota, embarcáronse los oflciales del Rey, 
contándose entre éstos, Francisco de Marquina, factor, y 
Pedro de Alarcón, contador y escribano. Solís se hizo á la 
vela del puerto de Lepe en 8 de Octubre de 1515, enca- 
minándose á Santa Cruz de Tenerife. 

En el curso de la navegación, pasó algunas de.sazones. 



LIBUO ir. — EL DESrUBniMIKNTO 


219 


Desde la salida de Toiierife hasta avistar la costa de San 
Roque, se acentuó la fuerza de las em ricntes, que ya en 
este último punto, pugnaban por desviarlo. Luchando con 
c.sa tliíiciiltad, llegó al cabo tle San Agustín, y de ahí se 
dirigió ú Río Janeiro, anclando en tlicho puerto el 1 ." de 
Enero de 1510, según se presume. De Río Janeiro, corrió 
la co.sta siempre al Sur hasta el cabo de Santa María, fon- 
deando en varios parajíís de (*lla y reconociéndola con mi- 
nuciosidad. A falta de un diario de navegación, desdi' que 
dobló el cabo de Santa María en adelante, piu'de snjilirse 
la deficiencia consultando el almanaque, cuyo santoral ha- 
bilitaba ú los marinos cristianos de aquellos tiiaiquis con 
nombres para los parajes (pie de.scnl irían. Pasadas las islas 
de Lobos, entró cu un puerto situado en 35", al cual puso 
por nombre Nucslm Señora de La Candelaria, altura 
geográfica y denominación que indican haber llegado á 
Maldonado el 2 db Fi^brero de aquel aOo. 

Semejante travesía de ICspaña al JMata, verificada en 
cuatro meses, era un viaje rá})ido pai’a aquellos tiempos; 
pue.sto que, en adelante, fue })lazo común el de seis meses 
para hacer igual camino; y perfeccionada la navi'gación á. 
últimos del siglo xviii, empleábanse noventa (has de Mon- 
tevideo á Cádiz ( 1 ). Agregúese que la minuciosidad de loa 
reconocimientos, para dejar exjiedita á los [úlotos del Rey 
una navegación tan nueva, hizo más prolija la marcha de 
lo que pudiera haber sido. Bajo auspicios basta entonces 
sonrientes, ancló Solís en la Candelaria ó Maldonado, 


(1) Detiinrración y IhiiUes dr las Indias (np Ardiiro de Indias, 
tom xv). — Francisco Javier do Viaiia, Diario dr riajr de las eorhe- 
las « iJesrahiriia - y ■ Ah crida , Fpoca F‘. 

i«j. 


Don. Ebp.— 1. 



220 LIBRO II. — EL DE.SCUBUI MIENTO 

tomando solemne posesión por la corona de Castilla, con 
los trámites usuales. Después siguió viaje, remontando 
el curso del río hacia el N O. ^ /^N., camino indicado por 
su natural trayecto. 

Sabiéndole poco salada el agua desde los 85“ hasta los 
34 y Ya en que ahora le colocaba su incursión hacia el 
N O., llamó á la corriente transversal comprendida entre 
esas dos latitudes Rio de loa Patos, nombre que aceptó 
más tarde otro descubridor, tan ilustre é infortunado como 
él. De allí adelante, franqueando el abra cuyas aguas son 
verdaderamente dulces, llamó Mar Dulce (\ su caudal. 
Animado á completar esta vez el descubrimiento, se ade- 
lantó aguas arrilia con la menor de sus carabelas, y des- 
pués de haber dejado atrás una i.sla que bautizó con el 
nombre de Martín García en recuerdo de uno de sus 
despeaseros ó pilotos muerto allí, dió fondo en las costas de 
la Colonia, desembarcando seguidamente. Confiado en la 
buena hospitalidad que le esperaba, á juzgar por la que 
tuvo en su primer arribo al país, se internó al frente de un 
gi’upo armado de 50 marineros, y acompañado del factor 
Marquina, el contador Alarcón y el grumete Francisco del 
Puerto. 

Los chaiTÚas observaban á los expedicionarios, sin ha- 
cer ningima mención agresiva. ¿ Hubo de parte de Solís ó 
los suyos, provocación que justificase la actitud subsi- 
guiente de los indígenas? No existen datos sobre ello, aun 
cuando sea presumible, atentas las repetidas pruebas .sumi- 
nisti'adas por su conducta posterior, que esta voz, cual to- 
das, los indígenas se preparaban á vengar un agi'avio reci- 
bido. Como quiera que fuese, mientras la actitud pacífica 
de los únicos visible.s, alejaba toda sospeclia, un fuerte 



LIBRO II. — EL DE.SCÜBIlIMIEVrO 221 

gi’upo emboscado en las proximidades donde se iiaeía el 
desembarco, premeditaba acojiieter á los españoles. Solís, 
que no había advertido la treta, adelantóse basta el lu- 
gar de la emboscada, y apenas estuvo á tiro, llovió sobre 
él y su comitiva una nube de flccba.s. Dándose cuenta 
entonces de su situación, trataron los españoles de hacer 
rosti’o al enemigo, que les esti’cchaba jior todos lados, y aco- 
metiendo bravamente, quisieron abrirse paso por (‘iitre los 
indígenas (1). 

Recia filé la pelea. Abrumados á flecbazos y pedradas, 
los españoles vieron caer á Juan Díaz de Solís, al factor 
Marquina, al contador Alarcón y á muchos de los marine- 
ros. Francisco del Puerto fué herido gi’avementc y captu- 
rado prisionero. Los pocos solirevrvientes de la comitiva, 
heridos y estiopeados, hicieron gi’andes esfuerzos para lle- 
gar á la costa, á fin de tomar segiu-o entre sus compañeros 
del barco mayor. Precipitáronse á los botes, y como mejor 
pudieron, comenzaron á remar hasta aproximarse á la cara- 
bela, cuyos tripulantes les aguardaban sin darse cuenta de 
lo acontecido, pues parece que el combate tuvo lugar en 
im terreno sinuoso que impedía presenciarlo á los del río. 
Apenas subieron á bordo los fugitivos, aparecieron en la 
costa los chaiTÓas atronando el aire con sus acostumbrados 
gritos de guerra, y tomando pose.sión de uno de los botes, 
olvidado en la precipitación de la fuga, lo quebraron y que- 
mar«n. Inmediatamente jugó la artillería de la carabela 
contra ellos, pero fué inútil su auxilio, porque las balas no 


(1) Herrern, Historia (Je Jas ItxJins, T)ec ii, libro i, cap vii.— Oviedo, 
Historia (jRumtJ // mturaJ, libro xxiii, cap i.— Gomara, IJis/innia Vir- 
trix, Part l.— Lobo y Riiulavcts, Mmiiint (Jr Ja namjación <Jd Jíin tJr 
la PJata, cap i (2“ edición). 



222 


LIBRO n.— EL DESCUBRIMIENTO 


alcanziiban hasta oí sitio oii que so veía á los indígenas. 
Añadido esto á las ineparahles jxTdidas sufridas, completó 
la desazón y el abatimiento de los españoles, que no sabían 
cuál partido adoi>tar en trance tan desesj)erado. Bajar á 
tierra era exponerse sin probaliilidad de éxito, contra aque- 
llos indígenas entusiasmados por su reciente triunfo, y per- 
manecer inactivos importaba dejar sin venganza la muerte 
de sus jefes. 

Elntre tantas inquietudes é incertidumbres, liízose oir la 
voz de la prudencia. Oi)inaron los más sensatos que no se 
comprometiera nueva aeeióu, basta no bailarse j)or lo me- 
nos todas las fuerzas de los descubridores juntas. Se 
acordó entóneos jiartir en busca de los compañeros que es- 
taban por orden de Solís aguas abajo, yendo inmediata- 
mente á su encuentro. Luego de saber lo acontecido, opta- 
ron aquéllos por la r(>tirada, uniformándose todas las opi- 
niones en igual concepto. Con ese designio, tomó Francisco 
Toitcs el mando de la flota según le correspondía, y se 
dieron á la vela. 

El Océano les recibió con traidora braveza, desde que 
franquearon el cabo de Santa María, en cuya altura se des- 
ató un fuerte temjioral. Corriéndolo, naufragó una de las 
carabelas. Gran parte de sus tripulantes se pcnlieron, y el 
resto desertó, ganando la costa, j)or donde se internó á la 
ventui'a, para agregarse más tarde al núcleo de los pobla- 
dores de Santa Catalina, formado por otros náufragos so- 
brevivientes de la primera expedición. Tan repetidos que- 
brantos, culminaron la desmoi’alización de los expedicio- 
narios. Con todo, siguieron viaje al arrimo de la costa, 
ansiosos de reponer, cuando menos, una parte de las pér- 
(bdas pecuniaria.s, obteniendo j)or trueque efectos de la 



I.roRO II: — KI> DEPCrnRIMIKXTO 


223 


tieiTM. En el trilnsito híí les tlesertaron INIelclior Ramírez y 
Enrique Montes, cuya futura influencia en el rumbo de los 
descubrimientos, nadie podía suponer. 

Llegados á la bahía de los //mrí’/í/c.?, hicieron provisión 
de madera brasil, y no .se .sabe si de algunas docenas de 
cueros de lobo, pues hay quien sostiene <[ue fueron obteni- 
da.s en nuestras islas de este nombre, las jiieles de e.sa pro- 
cedencia que constituyeron partí; del cargamento de retorno. 
También obtuvieron por rescate, una pequeña esclava. Sa- 
lidos de allí, navegaron con rumbo á la Península, cuyas 
costas avistaron en Agosto de 1510. C’inco mc.ses de.spués, 
instauro Portugal una violenta reclamación contra los ex- 
pedicionarios, pidiendo sii inmediato castigo, como viola- 
dores de los dominios pertenecientes sí su corona. Y así 
concluyó este segundo viaje, emprendido bajo tan sonrien- 
tes auspicio.s. 

Luego (jue se supo la triste suerte de Solís, loa descu- 
brimientos efectuados en el Plata dejaron de llamar la 
atención pública; y así los particulares interesados en la 
conquista de establecimientos coloniales, como el Gobierno 
siempre dispuesto á favorecerlo.s, dieron al olvido nuestro 
suelo. Nuevos acontecimientos producidos en Europa y 
pingües ventajas obtenidas en el Norte del continente ame- 
ricano, dirigían la actividad política y guerrera de los espa- 
ñoles hacia latitudes distantes de las nuestras. El Río de 
la Plata no había recibido aún su pomposo nombre, pues 
apenas si era conocido entoiuies por el de su descubridor, 
justifleándose así el olvido de que era objeto. Agi*egábase 
á esto, la muerte de 1). Fernando de Ai-agóii (1516), piin- 
cipal instigador de los descubrimientos hacia el Atlán- 
tico austral, por donde buscaba el pasaje á Oriente. 



224 


LIBRO n. — EL DESCUBRIMIENTO 


Carlos V, sucesor del Rey católico, no alimentaba por 
entonces ideas que le determinasen sí imbuirse en la con- 
quista de estas tierras. Preocupado con la influencia que 
le disjuitaban las altivas noblezas de Castilla y Aragón, y 
muy deseoso de colocar en los primeros puestos á los fla- 
mencos que le acompafíaban, tenía ya en su mente, acen- 
tuada predisposición hacia aquella política que originó tan- 
tos disturbios. Por su parte, los validos flamencos, como 
ignorantes que estaban de los negocios cuya dirección se 
ponía en sus manos, vagaban en la mayor incertidumbre 
respecto al sesgo que debían darles, y si era extremada su 
vacilación en resolver por el momento los asuntos de Eu- 
ropa, completa era la repugnancia que mostraban para ocu- 
parse de los de America (1). Las guerras europeas, las 
disensiones domesticas y todo el dimiilo de suce.sos que 
acompañó los primeros tiempos del reinado de Carlos V, 
hubieran sido óbice para que su gobierno se ocupase de 
nosotros, á no mediar un incidente casual que de.spertó la 
sinqiatía á favor de los grandes viajes de exploración. 

Hernando de Magallaneís, hidalgo portugués á quien su 
soberano había ofendido, negándole un pequeño aumento 


(l) En lodos rslos rZ/V/.s- — dico Iviis Casa.s — co»//o el lien era tan 
narro, no solo ra sa reñida, ¡irro landiién en sa edad, itcni, asiinisnio 
en lo narión, y ladna roinelido lodo el yohirrno de aqnellos reinos d 
los flainrnros sasodicitos, y ellos no coynosciesen las personas grandes 
y ehieas, y oyesen y entendiesen los nrgoeios con macho tiento y lar- 
dasen en los despachos, y no se confiaban de ninynna persona te- 
miendo ser engañados con falsas informaciones (y tenían mucha ra- 
xún, ¡strqae las relaciones tjae oían de machos eran dirersasj, por 
todas estas ra\(mes estaban todos los oficios y las cosas de aquellos 
reinos suspensos, y macho más las cosas locantes ü estas Indias como 
más distantes y menos coynoseidas* (Fray Bartolomé de Las Casa?, 
Historia de las Indias; tomo xv, libro lu, cap c). 



LLBHO II. — F:I> DESCUHRIMIKN'rO 


225 


(Icí Hiieldo (Icstiniulo ú darle inái^ lionra (juc provecho, se 
desobligó píUilieaniente de todo vínculo de obediencia con 
el monarca, y presentándose en 1517 á la Casa de la 
Contratación de Sevilla, ofreció á sus oficiales descubrii- un 
nuevo camino á las islas Molueas, (pie asegiu’aba pertene- 
cían á España, á jiesar de todo lo dicho en contrario. No 
teniendo la Casa facultades pira abordar el asunto, resol- 
vió Magallanes tratarlo directamente’ en la Corte, pero 
entre tíuito (pie llegaba la oportunidad, por hallarse au- 
sente el Emperador, contrajo buenas amistades en Sevilla, 
donde más tarde debía casarse. A poco de estar allí, se le 
unió el bachiller Rui Falero, también portugués, coaso- 
ciado á sus proyectos, matemático de profesión^’^ dado á la 
astrología, locuaz para expresarse, aunque de juicio no muy 
cabal. Sabiendo que Magallanes había revelado á ciertas 
IK'i-sonas el secreto de ambos, estuvo á punto de romper 
con él, pero avenidos al fin, se concertaron de nuevo, in- 
corporando á sus planes á Juan de Ai’anda, factor de la 
Conti’atación, y Cristóbal de Haro, poderoso comerciante 
de Amberes, que había venido á ICspaña disgustado con 
el Rey de Portugal, y meditaba vengarse armando á costa 
propia las naves necesarias para emprender el viaje á las 
Molueas. 

Llegó el Emperador á Valladolid, y para allá se dirigie- 
ron Magallanes y Falero en los primeros días del año 
1518. Les esperaba i\j*anda, á fin de presentarles á los 
principales magnates de la Corte priqiarados de antemano 
por él mismo, con cartas y noticia.^. Sin embargo, |a pri- 
mera impresión fué desfavorable á los postulantes. Falero, 
cuya ideahdad rayaba en el charlatanismo, no era para 
seducu’ á hombres instruidos por los (pie se habían for- 



220 


LIHKO II. — EL DESCUnRLMIEX’l'O 


mado niidicmlo si c*ompji8 ol Oc^ino, y Magidlanes, con su 
extcrioridail liiunilde y la sospecha de que buscaba reali- 
zar una venganza antes que rendir lui servicio, se enaje- 
naba ])reviainente toda simpatía. Ambos poseían, empero, 
aquella fu(*rza oculta, (pie puesta j1 disqiosición de los gran- 
di‘s designios, es su mejor auxiliar, porque resiste y vence 
las contrariedades. Falero representaba la fe y Magallanes 
la certidumbre en el logi-o de la empresa. Rebatieron to- 
dos los argumentos que se les oponían, captándose el 
ánimo de algimos de sus oyentes, entre ellos el obispo de 
Burgos, que desde luego se les declaró protector decidido. 

^las el escepticismo de la mayoría era tan gi’ande, que 
aquella vislumbie de espiíranza se apagó pronto. Magalla- 
nes, tenido en cuenta de visionario, empezó á correr las 
angustias de cualquier pretendiente Milgar, asediando las 
ante.salas de los poderosos. En una de esas estaciones in- 
terminables, se encontró con Las Casa.s, que llegado de 
Amenca, cruzaba los salones de la Griui Cancillería, donde 
el futuro d(\scubridor del Estrecho había ido á explicar sus 
proyectos. La franca rudeza del apóstol de las Indias, se 
manifestó luego que supo (piión era aquel hombre, y abor- 
dándole sin rodeos, le interrogó quó camino jiensaba llevar 
para conseguir sus intentos. <• h'é á tomar el cabo de Santa 
María — dijo el interpelado — y de ahí .segiiin'* por la costa 
arriba basta topar con el estrecho». — «¿Y .si no encontráis 
estrecho jiara pasar por la otra mar? » insistió fray Barto- 
lomé. — «Iivporel camino que los portugueses llevan», 
replicó Magallanes cortando la conversación ( 1 ). 

Pasado por el tamiz de tantas opiniones y reipiiriendo 


(1) Las Casas, ílisloria dr, /ax Indias; tomo iv, cap ci. 



LIBRO II. — EL DERrUBRIMIENTO 


227 


el coiicurrto de tjintos peisoiuije.s, el proyeetíido (lLw;iibri- 
luiento !<e hizo pfihlieo. Luego de tnislueirse eii Ijisboa, 
emiiezaron los ardi(]i*s para dificultarlo. Volvía á plan- 
tearse para lo.s portugu(íse.s la cuestión de Solía, agravada 
ahora con todos los síntomas de un ó.xito posible. Portu- 
gal iba SI ser herido en el corazón de su preponderancia 
mercantil, si España frampieaba al fin el Oriente por el 
Occidente, apsireciendo en el Océano Indico ])ara empren- 
der el comercio dt> la especería. Y todo hacía presentir ii 
la corte de J./i.sboa (jue el ¡iroyecto debía realizarse, luego 
(|ue el Emperador se die.se cuenta de su practiesdiilidad, pues 
no su.scitsindo confiietx) alguno entre los derechos de ambas 
coronas, prevenía cusdquier oposición racional, mientras 
concluiría por halagar las aspiraciones pecimiarisis de Car- 
los V, urgido por mil necesidades. Así es que, á la inversa 
de lo opinado en Valladolid, donde Magallanes era tenido 
por ilu.so, se reputaba factible y abrumador su proyecto en 
Lisboa, poniéndose en jiu'go para imposibilitarlo, todo me- 
dio, sin excluir los más reprobados. 

Alvaro da Costa, embajador jiortugués que negociaba el 
tercer ca.samiento de su Iley con u|ia princesa de la casa de 
Esiiaña, pu.so por obra disuadii- al Enqierador de toda pro- 
tección á Magallane.s, y para el efecto, empleó iguales ra- 
zonamientos que Vasconccllos para impedir el viaje de 
Solís al hemisferio asiático. Apeló al socorrido recui’so de 
los lazos de familia y los beneficios de la paz entre ambas 
coronas, afeando con audacia el disgusto jirovocado por la 
admisión de un portugués descontento al servicio español, 
cuando se trataba de esti’echar el deudo entre ambos mo- 
narcas. Mientras procedía así con el Emperador, tenía con- 
ferencias con Magallane.s, á quien acriminaba de ser mal 



228 UBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 

cilulaflaiio, desdo que concurna á turbar la i)az do su jiaís, 
provocando la onoiuistad entro ambos royos. Magallanes se 
desentendió de Costa, alegando el compromiso de su pala- 
bra empeñada, pero el Emperador estuvo á i'unto de ceder, 
si el obispo de Jíurgos no lo luibiera traído sí partido, de- 
mostriíndolo que aquella, teripiedad comprobaba la sensa- 
tez de los iiroyectos de Magallanes, con lo cual restableció 
la jiosición de óste, poniendo sí Carlos V de su parte. 

No obstante, la corte de Lisboa, sin darse por vencida, 
proseguía activos trabajos á fin de frustrar la empresa. Era 
opinión* de algunos de sus dignatarios que se mandase lla- 
mar á Magallanes, para premiarle si desistía, ó hacerle ma- 
tar en caso negativo. Otros señores que rodealian á Don 
Manuel manifestaron opinión diferente, lo (pie no obstó para 
que el marino fuese contrariado y perseguido dentro de la 
misma España, donde el Gobieiaio portugués supo crearle 
enemistades que pusieron á prueba hasta su dignidad per- 
sonal ( l). Pero aquella persecución sin tregua, e.stimuló la 
energía del futuro descubridor. Queriendo vencer los ar- 
gumentos que provocaba el costo de la exiiedición, ofreció 
el contingente de Cristóbal de llaro, quien se comprome- 
tía á armar de su peculio y el de sus amigos, las naves que 
fuesen necesarias. Semejante muestra de confianza, le 
atrajo totalmente la simpatía del Emperador, que sancionó 
por fin la empresa, resolviendo se hiciera el armamento y 
apre.sto de la flota á expen.sas del Estado. 

Presentaron entonces Magallanes y Palero (Marzo 1518), 
un memorial que definía sus pretensiones como futuros 


(1) Goes, CIt iónica (M líri/ Doin Eiminiiel; Piirlí* iv, cap xxxvii.— 
Lu 8 Ca-sH», llisloria de las Indias; tomo v, cap cuv. 



LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 229 

(lesculiriclores y liantes de la parte que les cupiese 

«en la.s muchas islas y tierras que se proponían colocar 
bajo el dominio español ». La tramitación de ese docu- 
mento, cuyos márgenes se llenaron de observaciones y no- 
tas, entorpeció durante un año los planes de sus firmantes. 
Objetábanse por la cancillería española casi todas las cláu- 
sulas principales, reputándolas oscuras, c.xcesivas ó inoixir- 
timas. El compromiso del Emperador, sobre tomar á su 
cargo los gastos de la empresa, era omitido, y la determi- 
nación del derrotero que había de seguir la expedición se 
exigía indispensablemente. La mano de los validos flamen- 
cos que rodeaban á Carlos V y eran hostiles á Magallanes, 
andaba en todo c.sto, y Alvaio da Costa pudo siqxmer du- 
rante algóu tiempo, segóm lo escribió á su soberano, que la 
empresa iba en vía de fracaso. 

El efecto de estas contrariedades refluyó notablemente 
sobre Falcro, quien empezó desde entonces á dar muestras 
positivas de aquel desequihbrio que debía conducirle á la 
enajenación mental. Magallanes, más entero y firme, crecía 
en ánimo á compás de las dificultades. Siguiendo al Em- 
perador en su rápida gira al través de vanas provincias 
españolas, activaba el despacho de sus asuitfbs con una pa- 
ciencia que debía aplastar á sus perseguidores. Vuelta la 
Corte á Valladolid, se formalizó al fin por escrito lo que 
tantas veces había sido prometido y postergado. Carlos V 
firmó con Magallanes y Falero en aquella ciudad, á 21 
de Marzo de 1519, un convenio por cuyas principales 
cláusulas les concedía: l.“ navegación exclusiva durante 
diez años á los países que descubne.sen ; — 2." concesión 
perpetua pai-a sí, sus hijos y herederos de juro, del título de 
gobernadores y adelantados de dichos países, con el 20 



230 


I.roRO II. — ET. DESCUBRIMIENTO 


de los beneficios netos que produjesen; — li." liabilitación 
de recursos materiales para acometer el primer viaje, por 
medio de un armamento que constaría de cinco naves, dos 
de ellas de 130 toneles, otras dos de 90 y una de 70, ar- 
tilladas y abastecidas convenientem(*nte, y con una tripula- 
ción de 234 personas ( l ). Como era de práctica, el Empe- 
rador se rc*servaba nombrar factor, tesorero y contador para 
la buena cuenta y razón de la hacienda pnldica. 

La Casa de la Contratación de Sevilla, obligada por sus 
funciones á conocer desde lue»;o en el asunto, empleó todo 
rcnirso hábil para trastornarlo. Profesando los oficiales de 
la Casa honda y «‘Tatuita antipatía lí Map;allanes, llevaron 
ese mezquino sentimiento basta concordarse con los agen- 
tes secretos de Portu<;al á fin de perder al marino, suscitán- 
dole rencillas que le indis[nisieron con su asociado Palero, 
y neniándole auxilios pecuniarios que le estaban concedidos 
por su reciente contrata. Ésta era la óltima y más jiorfiada 
batalla que le esperaba, pero ya tt*nía de su lado al Empe- 
rador, (piien le (lió muestra ostensibbí de ])rotccción, reei- 
bií'ndole junto con Palero (ui audiencia póblica, donde 
confirmó á uno y otro sus títulos de capitanes de armada 
y les hizo caballeros de Santiago, ordenando t*n si^guida 
(pie se cumpliesen sin demora las [irovidencias para el des- 
liadlo de la ilota. Por fin, allanado todo, se proveyeron 
las jefaturas de las cinco naves expcdicionaria.s, cabiendo 
á Gaspar de Quesada el mando de la Concepción, en la 
cual iba por maestre ó segundo jefe Juan Sebastián del 
Cano, tan ci4clire despuós. Cupo el mando do la San A?i~ 
tonio á Juan de Cartagena, que al mismo tiempo era vee- 

(1) Documentos iuedifos del Archivo de Indias, tomo xxii. 



IJBRO II. — EL DEaClIBRIMÍENTO 


231 


(lor de la armada y suplía i1 Rui Falero, excluido del viaje 
por niimdato iiuix^nal i1 pretexto de que fomentase otro 
armamento destinado a seguir el que se daba á la vela. La 
Victoria fue ¡luesta tí ordenes de Luis de Mendoza, teso- 
rero de la armada. Juan Serrano obtuvo el mando de la 
Santiago, entre cuyo rol iba de paje, es decir, aprendiz de 
marinero, un Uú Diego García, natural de Palo.s, tí quien 
se ha confundido con el piloto del mismo nombre. Maga- 
llanes izo su insignia de Ciqtitáu Alayor cu la Trinidad. 

Hecbo testamento, y despuí^s de legitr su patrimonio de 
caballero de Santiago al convento de monjes pobres de 
Santa María de bi Vietoriti (*u '^rriana, donde babía reci- 
bido solemnemente el estandarte Resil, envió Mtigallancs 
al Emperador una mcmoriti cirennstaneiada de la navega- 
ción tí la Es])ccería, seíltdando Itis costas y etdtos principales 
(pie etiían en el dominio cspabol. El objeto de este docu- 
mento erti itrevenir que el Rey de Portugal, caso d(* fallecer 
el de.scnbridor dnrtinte el vitijc, reeltimasc como projtitis 
las islas de la Espcceríti, ftdsifieando el derrotero hasta 
ella.s, scgóii erti presumible que aconteciese. Adoptadas así, 
con admirable serenidad de ánimo, todas Itis precauciones 
que asegurasen el logro de la cnqtresa, Mtigttllanes se dió 
tí la vela del puerto de San Lííetir do Barrtimedti, cu 20 
de Septiembre de 1 5 1 9. 

Iba el personal expedicionario trabajado ¡xtr disensiones 
que sólo espertiban ocasión propicia para estallar. Los ca- 
pitanes españoles que obedecítin al futuro descubridor del 
Estrecho, tenían celos de nacionalidad, sin que hieran ex- 
traños tí rencores de otrti procedencia, algunos de los pilo- 
tos portugueses alisttidos en el armamento. El segundo 
jefe de \íí escuadra, Juan de CJarttigentq mostró desde sus 



232 


LIBRO U. — EL DESCUBRIMIENTO 


primeros actos, señalatla tendencia á insurreccionarse, hasta 
que ú, la altura de las costas de Guinea, un altercado sobre 
el deiTOtero, puso fin á la ])aciencia de Magallanes, quien 
aprehendió y destituyó a Cartagena, siendo dicho castigo el 
preliminar de otro mayor que debía darle más adelante. 
En medio de estas dificultíides, y excedidos tres meses de 
viaje, llegó en 7 de Enero de 1520, al paralelo 32" 56 , na- 
vegando al S O., lejos de la costa. En la noche del 8, dán- 
dole el sondaje 50 brazas, modificó su derrotero, inclinán- 
dolo al O S O. Adoptado con firmeza este nuevo rumbo, 
siguió por él sin alterarlo, hasta que el lunes 9, siendo me- 
dio día, avistó tierra, y en la noche dió fondo en 1 2 brazas. 

Tomada la altura al día siguiente, que era martes 10, 
re.sultó hallarse en 35", recto al cabo de Santa María. 
Divisábanse en la costn, grupos de charrúas, <pi(‘ movidos 
de la desconfianza se retiraban con todos sus efectos. Pro- 
yectando ajiodcrarse de algunos, hizo INIagallanes que sal- 
taran en tierra hasta cien hombres, pei'o los naturales 
se pusieron en fuga con tal velocidad que resultó inútil 
todo e.sfucrzo para alcanzarles. A la noche, sin embargo, 
apareció luio de ellos, solo en su canoa, entrando resuelta- 
mente en la nave capitana. Magallanes le hizo dar ropa y 
comida, mostrándole á la vez una taza de plata, con ánimo 
de averiguarle si dicho metal le era conocido. De las se- 
ñas que hizo el indígena al oprimir la taza contra el pecho, 
dedujeron los españoles que afirmaba haber abiuidancia de 
plata entre los suyos, y se despidieron de él, esperando 
nuevos informes, pero iiiuica más volvió á presentarse (1). 

(1) Nnvanete, Colección de Vinjes, tomo iv. — Antonio Pigafetta, 
Viaje de Mmjtdhniest ( np C’hnrton, tomo l ). — íleircrn, Jlixtoria de las 
Indias; Dec u, libro LX, cap x. 



LIBRO n. — EL DESCUBRIMIENTO 


233 


Perdida la esperanza de ampliar sus informaciones por 
aquel medio, tenía, empero, Magallanes, certidumbre de 
estar dentro del último descubrimiento de Solís, ó sea á 
la entrada del caudal de agua semi- dulce que el Piloto Ma- 
yor había designado con el nombre de Río de los Patos; 
y en consecuencia, levó anclas, corriendo la costa hasta po- 
nerse en 34" y ‘/g, donde fondeó. 

El sitio, brindándole un, puerto inmediato de refugio, 
estaba naturalmente indicado para precaverle contra cual- 
quier eventualidad. Tenía ú la vista « una montaña hecha 
como un sombrero», ii la cual puso por nombre monle 
Vidi, de donde provino el de la capital luuguaya. Adop- 
tando por fondeadero jiroy^ional de la escuadra aquel pa- 
raje, ponvino en no abandonarlo antes de haber explorado 
sus alrededores. Desjiaehó entonces hacia el N. la cara- 
bela Santiago, para que reconociendo prolijamente el río, 
averiguara si daba paso por algún canal ó estrecho. Entre 
tanto, él mismo, con otras dos naves se dirigía al S E., ob- 
servíindo con minuciosidad las particularidades que ofrecía 
la. costa. 

Cuatro días empleó Magallanes en esta excursión, du- 
rante la cual auduvo 20 leguas, navegando con vientos 
contrarios. En el tránsito se proveyó de agua y leña, tor- 
nando en 2 de Febrero á ponerse á cinco leguas del cerro 
de Monte Vidi. Más larga é interesante íii^ la excui*sión 
de la Santiago, que duró (piince días y alcanzó á una dis- 
tíincia apreciada entre 20 y 25 leguas. Volvieron sus tri- 
pulantes con la noticia de (pie el río iba hacia el N., sin 
presentar aspecto de que desaguase ningún otro en él. Al 
internarse aguas adentro, habían divisado en la costa tres 
hombres desnudos, cuya estatura se les antojó .superior en 



234 


LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


dos pjilmos lí la ordinaria, y como el bote de la carabela 
se les aproximase hasta ponérseles al habla, uno de ellos 
consintió en dejarse conducir ii la Santiayo, donde le re- 
galaron comida y ropa, esperando que la demosti’ación se- 
dujese á sus compañeros; pero una vez despachado, ni él 
ni ellos so dejaron ver más. E)n el ciu'so de la exploración, 
encontraron también, entre los árboles de la (rosta, algunos 
cuyas lesiones denunciaban el empleo de instrumentos de 
hierro, y una cruz sobre la copa de uno de los más visi- 
bles. Tndudal)l(*m(*nte que dichas señales debían prov(‘nir 
de Solís y sus compañeros de la segunda expedición. 

Rininida toda la escuadra frente al fond(‘ad(íro de Monte 
V¡d¡, p(‘iisó Magallanes (pie era inútil adelantar mayores 
explora(riones hacia (‘1 N., (ronv(iiici(lo de (pie por allí no se 
encontraba (*strccho alguno ( 1 ). Con esta seguridad, en la 
mañana siguiente, d de Febrero, se hizo á la V(‘la de viu'lta 
al S. sondeando con prolijidad (4 trayecto hasta df)". El 
día 4 (lió fondo (*n 7 brazas para pi’oveer de agua á la San 
Antonio, demorándole la operación hasta (4 G, en (pie em- 
prendió marcha, bordeando á íin de reconocer mejor la 
costa. El día 7 se convenció de que la tierra salía al S. 

(1(4 S E., y filé á fond(!ar en 8 brazas, á la altura de do” ■*/.,. 
De ahí tomó la dirección del cabo de San Antonio, ale- 
jándose para sienqire de nuestras costas. 

No incumbe á esta narración seguir á los expedicionarios 
más allá de los límites del Plata, desde donde se encaminó 
Magallanes cu procura del Eatrccho, cuyo descubrimiento 


(1) Podro Mártir do Anghiorn, Ikhnx Oirán iris d Novo Orbe; 
Doc V, libro vil, ci\\* \.— Udnciún (M lili i lili) Vinjr al Eshrdio ilr Mn- 
yalhtiies ¡)ur la frnijiilii ■ ¡Siiiilu Min ia ■, elo, Parí ii. 



LIBRO n. — EL DESCUBRIMIENTO 


235 


debía verificar dm-antc el mes de Noviembie de 1520, en- 
contraudo jxicos meses después la muerte (27 Abril 1521) 
en Mactan, isla de aquel Océano que él mismo bautizara 
con el nombre de Pacífico. El primer naje de cú’cunnave- 
gación del mundo, no tiene otro interés directo para el Uru- 
guay que sus comienzos y sus resultados. Con la explo- 
ración del Plata efectuada por !Magal lañes, concluye su 
ingerencia en nuestros anales geográficos. Fué la discusión 
política entablada por los gobiernos de Portugal y España 
sobre mejor derecho á ocupar ias Mohiras, cuyos límites 
exactos había revelado el descubrimiento del Estrecho, la 
que puso en litigio el trayecto de la Línea divisoria entre 
las jxisesiones de ambas coronas. 

Pasadas muchas penalidade.s, llegaron los compañeros 
de Magallanes en Septiembre de 1522'á la Península, capi- 
taneados por Juan Sebastián del Cano,|SÍn traer del anti- 
guo armamento otra nave que la Victoria en que venían. 
Corrió por Europa la noticia de sus jiroezas, suscitando en- 
tusiasmo comparable al que produjera el primer viaje de 
Colón, y la corte de Lisboa devoró en silencio la humilla- 
ción de este gran fracaso* de su jiolítica. Entre las expan- 
sionas del entusiasmo, lo que mayormente preocupó la 
atención en España, fué armar otra flota con destino á la 
Especería, para cuyo tráfico se acababa de fundar una 
Casa esjiecial de Contratación en la Coruña, nombrándose 
á Cristóbal de Haro factor de ella ( 1 ). Señalóse el puerto 
de Laredo para que aparejasen las naves, y el de la Co- 
ruña para que se proveyesen de víveres y municiones. 

(1) Herrera, Historia de Uis Indias, Déc iii, libro iv, caps xiv y 
XX ; libro vr, cap i. 


Don. EüP. — i. 


20. 



236 


LIBRO ir. — EL DESCUBRIMIENTO 


Todo lo cual, sabido que fue en Lisboa, redobló la mala 
inqiresióu de (jue aiíu iio se había repuesto el Gobierno 
poituguós. 

Estaba por entonces en Sevilla Rui Falero, el antiguo so- 
cio de Magallanes, quien recobrado de sus cuitas con la noti- 
cia del óxito de su infortunado amigo, escribió á Carlos V 
urgióndole para que aprestase la armada. Pedía, al mismo 
tiempo, permiso para ali.star de su cuenta una nave ó dos, 
con igual destino al de la nueva flota expedicionaria, obli- 
gándose á pagar el tercio de la ganancia, libre de toda 
costa, y con ese motivo, recalcaba sobre la conveniencia de 
promover un tráfico permanente con la Eajieccría, en- 
viando cada abo flotas (pie se turnasen en el intercambio 
comercial. Decía sabor que era tan grande la pena del Rey 
de Portugal por el reciente descubrimiento de los castella- 
nos, que se proponía ajiartar á España de aquel comercio, 
ind(unin/.ándola con 400.000 ducados. Por (iltimo, daba 
cuenta de las ofertas (pie se le habían hecho á (íl mismo y 
que había r(ícha/.ado, para que tornase al servicio de Por- 
tugal. 

Las noticias de Falero eran exactas, y luego tuvieron 
confirmación píiblica. No pudo la (rorte de Lisboa hacer 
misterio de sus inquietudes; mucho más, teniendo frente á 
sí en la persona de Cristóbal de Ilaro, factor especial del 
comercio de la Especería, un enemigo de mayor cuenta que 
el desequilibrado matemático. Bajo la activa impulsión de 
aqiuíl, no debía reconociu’ inconvenientes el apresto de arma- 
mentos considerables, y sabiéndolo el Gobierno portugués, 
optó por el abandono de toda maniobra secreta, iniciando 
francas negociaciones oficiales. Como ya hubiera intentado 
sin éxito, paralizar la salida de la flota que .s(» aparejaba en 



LTBBO II. — EL DESCUBRniIEXTO 


237 


Laredo, proixiiiía.se lograrlo ahora, suscitando incidentes 
diplomáticos que requerían solución previa á toda nueva 
iiiciu’sión do los españoles en los territorios descubiertos. 
Con ese fin, nombró embajadores ante el Enqierador, fa- 
cultándoles para que reclamasen la entrega inmediata de 
las islas Molucas, á condición de que si en pos de la en- 
trega se justificase caer dichas islas cu dominio español, 
las pidiese el monarca hispano para serle de^^.leltas. Dene- 
gada esta pretensión y despuós de larguísimos debates, se 
convino por ambas parte.s, en nombrar igual número de ju- 
risperitos, astrónomos y nautas, quienes reuniéndose en los 
límites rayanos de Portugal y Castilla, entre las ciudades 
de Badajoz y Yelves, fijasen definitivamente la Línea de 
demarcación, en un plazo perentorio. 

Ileunida la Junta (1524), su primera sesión tuvo lugar 
en el puente de la ribera de Caya, instaimíndose paralela- 
mente dos procesos, el uno para averiguar quién tenía más 
antigua posesión de las Molucas, y el otro para determinar 
á quién correspomlía su propiedad. Dcsjmés de prelimina- 
res y recusaciones que modificaron el personal de la asam- 
blea deliberante, empezó á litigarse el caso de la posesión. 
Empenábanse los jurisconsultos portugueses, en que el Rey 
de Es 2 >aña era actor en el asunto, y por consecuencia, debía 
entablar la demanda. Rc.spondieron los españoles que co- 
n-espondía todo lo contrario, pues naciendo del Rey de 
Portugal la iniciativa que les congregaba, suya era la obli- 
gación de alegar primero, motivando las causales que le 
tuvieran agraviado en cuanto á infracciones cometidas por 
España del tintado de Tordesillas y pactos subsiguientes. 
Resistida ix»r los portugueses esta fonna inicial, propusie- 
ron sus contendores que ambas partes alegasen á un 



238 


UBRO II. — EL PESCUBRIMIENTO 


mismo tiempo. Tampoco liubo avenimiento sobre esto, y 
así llegaron al 31 de ^íayo, termino fatal para resolver el 
asunto. 

En el proceso do piopicdad, aconteció idóntica cosa. 
Reunidos los comisarios en lladajoz, absorbieron .sus pri- 
meras sesiones, preliminares de poca importancia. Por fin, 
el día 23 de Abril, planteóse la cuestión dentro de los si- 
guientes términos: l.” ¿en rpié sujeto había de hacerse la 
demarcación? — 2.° ¿cómo situarían y colocarían en su 
propio lugar las islas de Cal)o Verde? — 3." ¿de cuál de 
dichas islas habían de comcnzar.se á medir las 370 leguas, 
establecidas como distancia máxima entre ellas y el punto 
de aiTanquc de la Línea divisoria? 

Los comisarios portugueses empezaron desde luego á 
oponer dilatonas. Su j)iimcra olqeción ñié, que debía ser 
inverso el orden en que se plant(‘asen los términos pro- 
puestos. Replicaron los e.<])aholcs, por vía de transacción, 
que debiéndose presuponer sujeto para colocar las islas y 
tirar el meridiano á 370 leguas, el punto era fácil y de 
pura razón, así es que no obstal>a á que se examinasen los 
otros dos. Convenidos en esto, se trajeron á la se.sión del 6 
de Mayo, cartas de marear y esferas ó jxnnas jwra proce- 
der al examen geogi-áfico imprescindible, pero en la sesión 
del día siguiente, los portugueses objetaron que las cartas 
eran inferiores á las pomas como elemento de investiga- 
ción, conviniendo los españoles en que se usaran las poma.s, 
sin prescindir totalmente de las cartas. En 13 de Mayo, 
acordó la Junta determinar la isla desde donde se medi- 
rían las 370 leguas. Propusieron los españoles que fuera 
la de San Antonio, íiltima al occidente. Los porfugueses 
dijeron que babía de ser la de la Sal ó Buena Vista. 



LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


239 


Kazonabaii los españoles de este modo, para defender 
su proposición : si sometida ó arbitraje una cuestión de lí- 
mites entre dos vecinos, alega imo de ellos que desde el 
predio del otro tiene cien pasos de propiedad, no puede 
dudarse que el árbitro deberá emjiezai* á medir desde el 
último límite del predio aludido en adelante, porque si 
mide desde el iirincipio del jircdio, por fuerza hará perder 
los cien pasos á su legítimo poseedor. Por su parte alega- 
ban los portugueses, que estableciendo la capitulación de 
Tordesillas se empezase á medir desde las islas de Cabo 
Verde, no había esto de entenderse de modo que signifi- 
case todas, smó que debía ser desde un meridiano donde 
se verificasen islas en plural, lo que resultaba con las de la 
Sal y Buena Vista propuestas por ellos. Mas no obstante 
haber afirmado ser este dictamen « muy jurídico », el des- 
dén con que fueron recibidos sus fimdaiucntos, les sugirió 
una nueva dilatoria, proponiendo que se tomasen las lon- 
gitudes por estudio comparativo de la posición de ciertos 
astros con relación á la Tierra ( 1 ). 

El resumen de todo fué, que llegado el 31 de Mayo, 
estaba el proceso de propiedad á la misma altura que el de 
posesión. Pero quedó vigente un hecho de la mayor im- 
portancia. Los españoles habían ofrecido establecer el pri- 
mer meridiano de la Línea en la isla de San Antonio, la 
más occidental del archipiélago. De haberse aceptado la 
indicación, los portugueses no sólo habrían quedado dueños 
de una gran parte de Oceanía, sinó ensanchado sus límites 
americanos por el aumento de territorio adquirido en el 

(1) Niivnrreto, Colección de viajes, tom iv, «loe xxxvill.— Mártir, 
De Itebus Occanicis, Dec vi, caps i.x j' x. 



240 IJBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 

hemisferio brasílico. Entre tanto, rechazaron la propuesta, 
fundándose en razones jurídicas, cosmográficas y náuticas, 
de las cuales suministraron enorme acopio á la Junta de 
Badajoz, declinando así todo derecho á futuros reclamos 
sobre la interpretación auténtica del tratado de Tordesillas 
f|ue viotu proprio acababan de hacer. 

Mientras esto acontecía en Europa, introducíanse furti- 
vamente los portugueses más allá de los límites americanos 
que acababan de repudiar. Martín Alfonso de Sonsa ( 1 ), 
Gobernador de San Vicente, autorizaba en 1525 á un 
aventurero compatriota suyo, de nombre Alejo García, 
para que se internase en dirección al Plata, con el fin de 
averiguar de si eran positivas las noticias corrientes entre 
los indígenas, sobre la existencia de pueblos donde abun- 
daban metales preciosos. Partió García, acompañado de un 
hijo suyo y tres compañeros más, encontrando en el ca- 
mino á Melchor Ramírez y Enrique Montes, portugués 
también este (iltimo, y desertores ambos de la armada de 
Solís, á quienes invitó á seguirle; pero ellos se negaron, 
alegando la distancia y el peligro. Prosiguió viaje el aven- 
turero, hasta avistar las orillas del río Paraguay, en cuya 
altura sedujo á unos mil indios guaranís para que le acom- 
pañaran. Atravesaron todos el río, y penetrando hasta las 
fronteras del Períi, obtuvieron por la razón ó la fuerza al- 
gtín oro y bastante plata. 

Al regreso, pensó García que era conveniente formar un 
establecimiento á orillas del río Paraguay, para servir de 
punto intermediario de comercio. Con ese designio detíí- 


( 1 ) Escribimos este apellido con la ortorjrafia porlinjncsa de (loes y 
Pinheiro Chayas. 




MHRÍ) ÍI. --EL I)K.srunillMlENTO 


241 


vose allí, despacha lulo á dos de los suyos, numidos de car- 
tas y regalos para Bousa, mientras él permanecía á la es- 
pera de la aprobación oficial y los auxilios. Pero esa 
esperanza no debía él confii’marla personalmente. Luego 
que los guaranís le vieron reducido á un solo compañero de 
armas, pues su hijo era niño, asesinaron á los dos hombres, 
llevándose cautivo al muchacho. En seguida dieron la voz 
de alarma entre los suyos, previendo que la misión de los 
mensajeros enviados jx>r García se tradujese en la venida 
de algün refuerzo considerable, y a.sí quedó todo el país 
preparado á rechazarlo. 

En efecto, el Gobernador de San Vicente recibió albo- 
rozado las cai’tas y obsequios de su compatriota, despa- 
chando en el acto un destacamento de ochenta hombres, á 
órdenes de Jorge Sedeño, con instrucciones de socorrer y 
ayudar al infortunado aventurero. Entró Sedeño al Para- 
guay siguiendo las huellas de García, pero adviitió bien 
pronto que transitaba por país enemigo. Lesde luego, 
le escasearon por todas partes los víveres, mostrándosele 
los indígenas tan prevenidos como sospechosos. Pensó en- 
tonces que debía reducirlos por la fuerza, y ya se prepa- 
raba á hacerlo, cuando repentinamente fué sorprendido y 
exterminado con todos los suyos ( 1 ). IJegada la noticia 
al Brasil, produjo fuerte impresión, i)cro no escarmentó 
otras tentativas por el lado del mar, que bien pronto de- 
bían haceree. 

El pretexto para acometerlas fué especioso. Infestaban 
las costas portuguesas de América muchos corsarios fran- 

(1) N." 2 m los Documentos de Pn/ctc. — Pien-c F. X. de Cliar- 
levoix, Hisioire du Paragtiay; tomo i, libro i. 



242 


IJBRO n. — EL DESCUBRIJIIENTO 


ceses, contra los cuales había sido inútil todo medio con- 
ciliatorio 6 persuasivo. Resolvió entonces el Gobierno por- 
tugués enviar al Rrasil pna escuadrilla compuesta de seis 
naves á órdenes de Cristól)al Jaques, para hacer la policía 
de los ríos. Habiendo arribado tí fines de 1520 ú su des- 
tino, Jaques fuiuló una factoríii en Peruambuco, y de ahí 
se liizo tí la velti partí el Río de la Pltita, recoiTicndo sus 
costas. Para mejor orientarse de los indígenas, tomó por 
leníjua ó intérprete tí Melchor Ramírez, quien le acom- 
pañó en toda aquella exploración. Después de internarse 
hasta donde lo juzgó prudente, retrocedió muy satisfecho 
de lo que había visto, despidiéndose de Ramírez con pro- 
mesa de volver en breve. 

Nada de esto se sabía en la lOspaña oficial, donde preo- 
cupaciones gigantescas tenían absorbidos los tíniino.s. Por 
oti-a j)arte, el deseo de no reñir (;on la parentela portu- 
guesa, siempre tan consentidti como exigente, aflojttbti toda 
inspección y vigilancia hacia aquellos puntos donde no 
asomasen motivos de querella. Y como quiera que se hu- 
biesen tranzado amigablemente las dificultades originadas 
por el último viaje de Solís, desde entonces no había 
vuelto á hablarse más de ello. Pero el interés privado, que 
tenía expertos representantes en la Península, no debía 
abandonar la compiista del Plata, sobre cuyas supuestas 
riquezas hacían los más seductores cálculos, Diego García, 
piloto que acompañara á Solís en su primer \iaje, y Cris- 
tóbal de Haro, dominado por un cspíiitii comercial que no 
era ajeno á propósitos de venganza. 

Mientras zarpaba la segunda expedición á las Molucas, 
detenida hasta entonces con motivo de la Junta de Bada- 
joz, proyectó Cristóbal de Haro enviar de propia iniciativa, 



LIBRO II. — EL DESCUBRISUEN'rO 


243 


otra al Río de la Plata, asociándose para el efecto con el 
conde de Ambada y Alonso de Salamanca, sobre la base 
del pago en comini de los gasto.s. La flota debía constar de 
una carabela de porte de 50 á 100 toneladas y im pata- 
cho de 25 á 30, agiegándosele suficiente cantidad de ma- 
dera labrada para armar oportunamente una justa ó ber- 
gantín. Filé designado para mandar la expedición Diego 
García, cuya iicricia en aquella navegación tan poco fre- 
cuentada, se apresuraba á reconocer el contrato, y se le 
marcó ¡lor objetivo, lá prosecución de los descubrimientos 
á la parte del mar Océano meridional. Los detalles de este 
contrato particular, destinado al fomento de los intereses 
de España en nuestros territorios, merecen ser conocidos. 

Preceptuaba la capitulación, que los derechos coiTespon- 
dicntcs á la Corona y el costo de la armada, serían atendi- 
dos de preferencia con lo que produjese aquel viaje. Hecha 
esa deducción, quedaba para García el 10 de lo que 
nndiese la empresa, y mientras tanto, se le daba real y 
medio diario, hasta que levase anclas. Obligábase García 
á enqirender segundo viaje á cualquier punto que descu- 
briese, y enseñar el camino á los pilotos que con él fuesen 
en representación de los armadores. Ninguno de los expe- 
dicionarios j) 0 (h-ía llevar consigo rcxcatrs ó pacotiUas, sin 
consentimiento de los armadores, y obligación de dai'les la 
mitad del producto, previo pago de los derechos reales y 
demás gastos. Excepción hecha de los representantes de 
los armadores, ninguno podría traer papagayos y esclavos. 
Comisionábase á los expedicionarios para buscar el pai*a- 
dero de Juan de Cartagena y un clérigo, á quienes Maga- 
llanes había abandonado en su viaje al Estrecho. 

Aprobó el Emperador este contiato en Noviembre de 



244 


LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


1525, y lo amplió después, añadiendo la caritativa cláusula 
de que la vigésima parte del producto neto de la empresa 
se adjudicase á redeucio^n de cautivos (1). ¡Singular con- 
tradicción, que demuestra el estado subversivo de las ideas 
de entonces! ^lientras el contrato establecía que esclavos 
americanos y papagayos eran términos sinónimos como 
prodiudo mercantil, la ampliación autorizalia á redimir 
cautivos con el producto de unos y otros. El concepto que 
del indígena había tenido la grande Isabel, no era com- 
partido [)or su nieto, y menos por las corporaciones encar- 
gadas de tutelar los intereses de América. 

La cxjiedición no pudo hacerse á la vela tan pronto 
como se deseaba. Entre García y los armadores mediaron 
algunas disputas, con motivo de la clase de barcos de que 
debía componerse la armada y la fecha en que importaba 
que estuvieran prontos para darse á la vela. Parece que el 
Emperador mandó se atendiese al nuevo Capitán Gene- 
ral segón sus reclamos; pero ni Andrada, ni los demás 
individuos encargados de alistar el armamento, dieron 
completa obediencia á la orden. Así se deduce cuando me- 
nos de las siguientes palabras de García, refiriéndose á los 
armadores: «Porque ellos no hicieron ni me dieron la ar- 
mada que S. M. mandó que me diesen, é lo que con ellos 
yo tenía capitulado, concertado é firmado de S. M.; mas an- 
tes hicieron lo contrario que me dieron la nao grande é no 
conforme á lo que S. M. mandava, é no me la dieron en 
tiempo que fué mandado por S. M. que me la diesen ». 

Sea cual fuere el grado de verdad que deba atribuirse á 
estas aseveraciones de García, escritas bajo la presión del 

(1) Documentos inéditos del Archivo de Indias; tomo xxii. 



LIBRO II. — EL ÜliSCUBRIMIENTO 


245 


despecho que le produjo un descubrimiento fi-ustrado, lo 
cierto es que los Oficiales reales le entregaron la armada 
en la ciudad de la Coruna, hacia los primeros días del año 
de ir)2G, agregilndole el bergantín en piezas, requerido con 
la mira de utilizarlo en llegando Á paraje seguro ( 1 ). El 15 
de Enero del mismo año se hizo tí la vela del Cabo de Fi- 
nisterre con rumbo tí las islas Canaria.s, donde arribó y 
tomó provisiones que le hacían falta. Partió de Canarias 
en 1." de Septiembre para las islas de Cabo Verde, de allí 
siguió al Cabo de San Agustín, luego pasó á la bahía de 
Todos los Santos, parecióndolc descubrir en el tránsito 
una grande isla nunca visittida de cristiano alguno, y por 
fin dió fondo en San Vicente, donde permaneció hasta 
el 15 de Enero de 1527. Aguijoneado jx)!* la necesidad de 
adquirir pro^^siones frescas, y también con el deseo de en- 
tregarse al fomento de sus intereses particulares, gastó en 
diligencias subalternas un tiempo precioso. Era su obli- 
gación adelantar camino para llegar cuanto antes al sitio 
señalado como objetivo del viaje, pero su interesada len- 
titud echó á perder las cosas. 

Diga lo que quiera García en su descargo, la conducta 
observada en San Vicente prueba que llevaba más ánimos 
de juntar dinero que de hacer descubrimientos. Luego de 
verse en local firme, trabó amistades con un portugués, ba- 
chiller de título y avisado en especulaciones, que residía de 
muchos años atrás en aquellos lugares, con quien pactó la 
c-ompraventa de ochocientos esclavos, conviniéndose en- 
viarlos á Europa en uno de los barcos españoles de la 
fiota descubridora. En seguida y para reponer aqueUa falta 
que enflaquecía sus elementos de acción, aumentó el arma- 


( 1 ) K" 7 ni hs Documentos de prueba. 



246 


IJBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


mentó adquiriendo por compra, de uno de los yernos del ba- 
chillei-, un bergantín que junto con el que traía en piezas, 
fué agregado á la exj)edición, y abastecido de provisiones 
frescas que el portugués le había proporcionado, dióse á la 
vela en compañía de su nuevo socio. Siguió viaje hasta los 
27® entrando al río de los Patos, en cuya banda septen- 
trional, hacia los 28® encontró la isla que Gabotto acababa 
de bautizar con el nombre de Santa Catalina. Allí recibió 
víveres de los indios carriores, y con acuerdo de todos sus 
oficiales, contadores y tesoreros, según él dice, determinó pro- 
seguir camino, aviniéndose á desprenderse oportunamente 
del barco mayor destinado á ti’ansporte de los 800 escla- 
vos que se había comprometido á enviar á Europa, en virtud 
del pacto de reciente data. Naturalmente se presume que 
tan poca diligencia, entorpecida por tal cual ^dento contra- 
rio que experimentó en la travesía y alguna escasez de ví- 
veres, eran para ocasionarle una navegación harto prolija, 
como efectivamente se la ocasionaron, contribuyendo esto á 
que otro hombre de mar, más ambicioso y audaz, le ganara 
el delantero, y arribase al Río de la Plata antes que él. 

Es ésta la época en que empieza tí producirse una dis- 
conformidad visible, entre la dirección asignada á las ex- 
pediciones descubridoras de las costas platensesyelrumbo 
posterior adoptado por ellas. Al mismo tiempo se nota 
que los reveses subsiguientes á tal desconcierto, en vez de 
acobarda!’, estimulan la codicia de propios y extraños, para 
liacer del Río de la Plata el suspirado refugio de toda 
clase de ambiciones. Aventureros portugueses y españoles se 
lo disputan por un instante : aquéllos, fiándose del cansan- 
cio de sus rivales, y éstos, cambiando el itinerario de las 
empresas que les habían sido confiadas. La firmeza del 



LIBRO II. — EL DESCUBRTOIENTO 


247 


Con.sejo de indias restablece el orden, poniendo á raya al 
extranjero, y obligando st los españoles á cumplir las ins- 
tmcciones dictadas ])ara el descubrimiento y población de 
nuestras territorios; pero entonces una fortuna adversa i’cs- 
ü’inge los resultados, ó hace fi-acasar los esfuerzos diiigidos 
con ese intento. 

En 3 de Abril de 1526, zarpaba de San Lúcanma ex- 
pedición no sospechada de rivalizar con la de Di(^o Gíu*- 
cía, ])ues si bien podían encontrarse á cierta altura de los 
mares, no debía esto pasar de un accidente fugitivo, como 
que ambas se dirigían á opuestas latitudes. Comandaba 
esta expedición Sebastian Cabot ó Gabotto, natural de 
Vcnecia, y miembro de mía familia ilustre en los anales de 
la náutica. (1). Llamado á España por el Rey católico en 
J.512, se le reconoció en 1515 sueldo de capitán y empleo 
de cosmógiafo, a.scendiendo tres años más tarde, por muerte 
de Solís, al cargo de Piloto !Mayor, (]ue desde entonces 
desempeñaba. El entusiasmo pioducido jior la llegada de la 
Victoria (1522) con muestras y productos de las Molucas, 
determinó á varios comerciantes de Senlla para proponer 
á Gabotto que emprendiese por cuenta de ellos ^daje á 
dichas islas, prometióndole organizarle una buena flota 
naval. 

Aceptado el ofrecimiento, capituló con el Empe-ador á 
4 de Marzo de 1525, que iría con una escuadra de tres á 
seis naves por el estrecho de Magallanes hasta las islas 
Molucas, siguiendo de ahí al encuentro de las tierras bí- 
blicas de Tarsis y Ofir, todo ello sin tocar límites portu- 


(1) Mártir, De liebus ÜMiiicis; Dec m, libro vi, cnp l. — Hoiiry 
Hnrisi»e, Jeau el Stiboalicn Cabot; cnp iv. 



248 


LIBRO ir.— EL DESCUBRIMIENTO 


gueses. El Emperador se comprometía á adelantar 4000 
ducados para la empresa, estableciendo que el 20 7o tic los 
provechos de la expedición se de.stinaría á redimii’ cauti- 
vos. Concedía, adeimls, que desembocada la flota eii el Es- 
trecho, pudiese despachar desde allí, una carabela con el fin 
de hacer comercio de rescate por la costa de Tierra-firme, 
excepción tan inusitada como lucrativa. Provisto Gabotto 
con el nombramiento de Capitán General, proimso para 
su segundo á Miguel de !^ufis, pero inmediatamente pro- 
te.staron los diputados de los armadores, quienes acumu- 
lando á última hora quejas y cargos contra la pei*sona del 
Capitán General, declararon creerse defraudados en sus 
intereses á no representarlos un individuo de su particular 
confianza y designación. Con tal motivo recavó el nombra- 
miento de Teniente General en Martín ^líf^oz, aquietán- 
dose la exaltación de los ánimos. Bin embargo, aipiellos 
disturbios impidieron que la flota fuese avituallada conve- 
nientemente, lo que después influyó en su destino. 

Cuatro eran las naves alistadas, tves de ellas por co- 
merciantes sevillanos, y la cuarta por Miguel de Ruíis, 
causa ocasional de la última querella. Formaban éntre loa 
expedicionarios algunas ])ersonas distinguidas, tres herma- 
nos de Va.sco Núñez de Balboa, Miguel de Bodas, espe- 
cialmente recomendado por el Emperador, Gaspar de Bi- 
vas. Alguacil Mayor de la Armada, y un sujeto de nom- 
bre Luis Bamírez, entonces oscuro, pero que por ser inci- 
dentalmente luio de los primeros cronistas del Bío de la 
Plata, estaba destinado á la celebridad que hoy goza. La 
segunda nave, que se llamaba Santa María del Espinar, 
iba mandada por (Gregorio Caro; la tercera, de nombre 
Trinidad, por Framásco de Bojas, á las que se agi-cgaban 



IJBKO II. — EL DESCUBRIMIENTO 249 

la Capitana que montaba Gabotto, y aquella (pie Miguel 
de Rufis había aprestado á su costa. Comiionían la tripu- 
lación de la escuacba unos 250 hombres (1). Se tomai-on 
muchas precauciones para asegurar la sucesión regular del 
mando en caso que el Capitán General muriera, cii’culán- 
dosc al efecto instrucción cerrada y secreta á cada coman- 
dante de buque, por la cual se ordenaba que, muerto Ga- 
botto, le sucetliera en primer término Francisco de Rojas, 
en segundo Miguel de Rodas, en tercero Martín ^léndez, y 
así sucesivamente, hasta que agotados los oficiales de más 
viso, se procediera á la elección por suerte. 

El numeroso séquito de per.sonas que Gabotto llevaba, 
y las rivalidades que su nombramienío de Almirante 
anexo á su condición de extranjero habían producido, intro- 
dujeron discordias entre los expedicionarios. Se ha dicho 
que ]a flota partió de San Lúcar á 3 de Abril de 152G. 
Navegando con próspero viento, llegó á la isla de la Palma 
en 10 del mismo mes, donde tomó tiemi el Almirante 
con todos los suyos. Bien recibido y provisto de víveres 
frescos, (lióse á la vela en 28 de Abril con rumbo á la Línea 
equinoccial. Siguió ese derrotero con vientos diversos du- 
rante todo Mayo, avistando las costas del Brasil en 3 de 
Junio á la altura del Cabo de San Agustín, cuyas corríen- 
tes le hicieron retroceder unas 12 leguas hacia Pernam- 
buco, donde hizo provisión de agua que le escaseaba mu- 
cho y de víveres frescos que le facilitaron algunos cristia- 
nos de la factoría portuguesa de aquel local. 

Mejorado el tiempo, levó anclas el 29 del mes de Sep- 


(1) Ilenern, Historia de las Indias, Déc lif, libro i.K, cap lli. — 
Oviedo, Historia yrneral y natural, libro Jjxiil, cap ll. 



250 uniio ir. — kl DKscuBmMreNTO 

tieml)ro, y cnmiiiíiiulo con inedijuio ('xito, el í;í11)ju1o 13 tle 
Octubre se produjo umi p-au calma; c'u scouida nublóse 
la atmósfera y luej^o so levanló una tcmiiostad cpie puso á 
la armada á pique de zozobrar. Fue necesario romperlas 
obras muertas de los barcos para aliviarles, y la nave capi- 
tana perdió el batel. Duró la teinpcstad toda la noche, pero 
afortunadamente la mañana amaneció clara y con buen sol. 
Prosiguió la navegación ha.sta el día 10 del mismo me.s, en 
que fondearon frente li una Lsla (Santa Catalina), tras una 
gran montaña, cuya isla pareció ser rica en madera que 
hacía falta para reponer los destrozos de los barcos. A poco 
de estar fondeados allí, vieron venir hacia ellos una canoa 
con indios, los cuales se aproximaron á la capitana, dando 
á entender por señas que había cristianos en aquellas al- 
tiu'as. Lea regaló Gabotto algunas chucherías, y ellos se 
fueron, con ame de dar aviso de la llegada del Capitán Ge- 
neral (1). Al día siguiente apareció otra canoa con indios, 
y entre ellos un cristiano; aproximáronse, y notició este, 
de cómo estaban allí hasta quince compañeros, restos de la 
ti’ipulación de una armada del Comendador Loaysa, que se 
desbarató en el Estrecho; agregando tanibión, que Melchor 
Ramírez y Enrique Montes andaban j)or aquellos lugares. 

Luego de saberse el arribo de Gabotto, comenzaron á 
aparecer los cristianos mencionados, especialmente Ramírez 
y Montes, que fueron de los primeros en llegar. Interro- 
gados sobre la condición de la tierra y sus habitantes, 
dieron noticia de la incursión de García y Sedeño al inte- 
rior, ponderando á la vez las grandes riquezas que podían 
obtenerse por ose camino. Con esta novedad y habida 


( 1 ) N.° 2 cu los Düc (le prueba. 



LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


251 


cuentii ele lo maltratada que venía la flota, nació la opi- 
nión de que se suspendiese el viaje á las Molucas, cam- 
biándolo por una entrada al Plata, que prometía resarcir 
todas las pórdida.s. Uniformándose la mayoría en este dic- 
tamen, Gabotto so plegó á ól sin resistencia. No fueron de 
igual parecer Martín Méndez, Francisco de Rojas y Mi- 
guel de Rodas, opuestos i1 que se cambiase el derrotero 
convenido por esta nueva y aventurada excursión, que no 
sabían hasta dónde debía conducirles. Pero Gabotto no era 
hombre de intimidarse cuando existían de j)or medio espe- 
ranzas tan li.sonjeras de hallar oro. Preparó sus naves, 
perdiendo en la operación la capitana, que encalló al apa- 
rejar, y echó á tierra á Méndez, Rojas y Rodas, abando- 
nándoles á su fortuna. Pagó la buena acogida de los indios 
apoderándose de cuatro de ellos, que retuvo á bordo pai’a 
regalarlos en España, y con todo pronto partió de "Santa 
Catalina en 15 de Febrero de 1527. 

El 21 del mismo mes llegó al Cabo de Santa María, 
con pérdida de algunos hombres de su tripulación que 
murieron de enfermedades vanas. Enconti'ó, siguiendo el 
viaje, im giTipo de islas, á las cuales denominó de los Lo- 
bos por la mucha clase de estos animales que por allí ha- 
bía. Siéndole el tiempo contrario y la navegación del río 
desconocida, le originaron muchas desazones, por lo cual 
hubo de avanzar con tiento, recatándose de los bajíos y te- 
miendo pei’der el rumbo del canal. Parece que esta jornada 
marítima fué la más penosa que hicieron los exi)ediciona- 
rios, seg(in lo afirma testigo presencial. Concluyeron por 
fin los contratiempos do la navegación, y el día C de Abril 
ancló la armada irente al puerto de San Gabriel, que 
llamó Gabotto de San Lázaro, por ser aniversario de aquel 


Don. Esp.— I. 


21 . 



262 


LIBRO n. — EL DESCUBRIMIEXTO 


santo. Allí supo que Francisco del Puerto, el antiguo gru- 
mete de Solís, habitaba una de las islas del Paraníí, noti- 
cia que ratificó personalmente el aludido, compareciendo 
muy luego. 

Un mes se detuvo Gabotto en San Gabriel, para des- 
cansar de las fatigas de tan prolija navegación, y orientarse 
con exactitud de los parajes que pisaba y las promesas que 
en ellos pudiera hacerse á sí mismo. Francisco del Puerto 
fué quien le indicó cuanto podía satisfacerle sobre el 
curso de los ríos interiores del ¡laís, y la posición de las 
tierras donde se presumía encontrar oro. Determinado á 
partir, instaló en San Gabriel una guardia de 1 0 ó 1 2 hom- 
bres, encargada de cuidar el equipaje que allí quedaba, y 
en 8 de Mayo se dió á la vela con los buques menores de- 
jando los dos más gTandes al mando de Antonio de Gra- 
geda con treinta hombres de guarnición. Avanzó entonces 
Uruguay arriba, y siguiendo el curso de óste, descubrió im 
río, que llamó «Síui Salvador», en cu 3 ’^o abr’go anclaron 
los barcos. Para prevenir cualquier asechanza de los natu- 
rales, de quienes desconfiaba, fabricó allí una fortaleza, pri- 
mer monumento de la conquista española en el Plata, de- 
nominándola fuerte de iSaii Salvador. Los naturales del 
píiís, \iendo aquella fortaleza construida cu sus tierras, 
retiraron á Gabotto todo auxilio, y se le apartaron desde 
entonces con visible antipatía (1). 

Precisado á reconocer los grandes ríos que tenía á la 
vista, quiso hacerlo Gabotto á la mayor brevedad. Reser- 
vóse para sí mismo el que los naturales llamaban Paraná, 


fl) Loznno, Hinioria de la Conquista, etc; tomo n, libro ii, cnp l. 
— Giicvar», Historia del I'aranuajj, etc; libro li, enp.s i y il. 



LIBHO II. — El. DESCUBUIMIEXTO 


253 


pues siendo de mayor fondo permitía el pasaje de naves 
gi’uesas; y confió el reconocimiento del río Uniguay á uno 
de sus tenientes. El oficial designado para esta última em- 
presa era el capitán Juan Alvarez llamón, á cuyo mando 
puso el Almirante dos botes y una carabela rasa. Ramón 
se apresuró á partir con buen número de marineros y sol- 
dados, y costeando el río Uruguay lo remontó hasta donde 
le permitieron las cii’cunstancias. Sobrevínole á pocas jor- 
nadas una gran tormenta, y la carabela encalló en míos 
bajíos, siendo vanos cuantos esfuerzos se hicieron ¡mra sa- 
carla de aquella deplorable situación. En tal aprieto, re- 
solvió abandonarla, y haciendo recoger una parte de la 
gente á los botes, púsose con el resto en marcha por tie- 
rra, hacia San Salvador. Esta operación no se hizo sin 
que los indios yaros de aquellas vecindades la sintiesen, 
avisados por los charrúas. 

Decididos á hostilizarle, pusiéronse en marcha, á fin de 
interponerse entre Ramón y los ti-ipulantes de los dos botes. 
Desgraciadamente, las precauciones iniUtares observadas 
por los expedicionarios en su tránsito eran de poco valer. 
Luego que los indígenas se dieron cuenta de ello, no quisie- 
ron perder más tiempo, y aprestados al ataque, se presenta- 
ron de frente á los españoles. Remiió el capitán Ramón á 
los suyos, les proclamó al combate y comenzó este con brío, 
tanto de parte de los españoles, que llevaban armaduras, 
picas y mosquetes, como de los naturales que acometían 
con serenidad y bra^'ura, sin más coraza que el pecho des- 
nudo, ni más armas que la flecha y algunas boleadoras de 
piedra. Al cabo, se prommeió la victoria [)or los indios, 
quedando los españoles vencidos con pérdida de su jefe, y 
bastantes soldados muertos y heridos. Sea (]uo la gritería 



254 


LroRO n.— EL DESCUBRIMIENTO 


peculiar de los naturales cuando enti*abíui en combate lle- 
gase á oídas de los españoles que navegaban por el río y 
que ningún auxilio prestaron (i los de tierra mieuti-as pe- 
leaban, sea que una proximidad casual les llevase jimto tí 
sus compañeros, lo cierto es que los vencidos se libraron 
de su total exterminio ganando los botes, y todos juntos 
emprendieron camino llenos de zozobra para noticiai’ á Ga- 
botto el desastre subido, y las dificultades que el río pre- 
sentaba en su navegación ¿l larga distancia. 

Á raíz de este suceso, se produjo otro que hubo de ser 
causa de mayores disturbios. En tanto que Gabotto se 
internaba al interior de nuestros terrítorios fluríale,s, sedu- 
cido por la esperanza de encontrar grandes cantidades de 
oro, Diego García daba la vela hacia las costas plateuses. 
Sin sospechar luillazgo de cristianos, pues suponía que la 
exj^dición de (iabotto, de la cual haliía oído lifiblar, se en- 
coíitmba á la fecha en las Molucas, fuó grande su sorpresa 
cuando divisó las naves de Antonio de Grageda, fondeadas 
río adentro. Despuós de algunas explicaciones que Grageda 
dió á Gai’cía sobre su permanencia en aquellas alturas, y 
que óste creyó míís propio escuchar ceñudo que responder 
altivo, pues no había tanteado aún el terreno que pisaba 
su rival, se despidieron ambos oficiales, efirigiendo García 
rumbos al puerto donde tenía noticias que anclaba Gabotto, 
con ánimo basta de apresarlo, no sin antes haber caído en 
el error de despachar su nave capitana dentro de la cual 
iba el bachiller portugiiós su asociado, para cerciorarse del 
sesgo que había toimulo en el Brasil el negocio de los 800 
esclavos. Satisfechos así sus compromisos particulares, 
quiso atender á los que su posición y la política le impo- 
nían: habló á los oficiales de la armada de su rival, visitó 



LIBRO II. —EL LESCUnitlMIKNTO 


255 


la guarnición de un fuerte lliumulo Sanrti SpirihiH, que 
Gabotto había fundado sobre una ile las nulrgenes del río 
Paraná, y últimanicnte se encaró con el misino Gabotto, 
demosti'ándole que ól (García) tenía dcrccbo al mando su- 
perior, y por consiguiente lo correspondía tomarlo; pero ni 
los soldados, que le tenían poco aprecio, ni sus jefes, que 
apenas le conocían, ni el Almirante, (pie le vio tan mer- 
mado de gente y de bai-cos como descoso de sostener pre- 
tensiones, en aquellos tiempos inadmisildes, á no ir acom- 
pañadas de fuerza, le hicieron el mínimo caso. Y de esto 
resultó que después de tanto gasto de jia la liras y de tantos 
plane.s como había urdido García, no encontró cosa más 
conveniente que someterse á Galiotto. 

Esta sumisión de García, oi'asionada más bien por un 
cómulo de sucesos ajenos al asunto princijial de la con- 
tienda, que á causa de la habilidad desplegada jior su con- 
trario, era prueba evidente de que á Gabotto le sonreía 
por entonces la fortuna. Desviado del camino á que le 
obligaban sus capitulaciones preexistentes, podía jiLstifi- 
V^rse con la actividad desplegada. En la excursión al Pa- 
raná había vencido á los indios abasen, librándoles batalla 
á inmediaciones de La Angostura; más adelante se ha- 
bía apoderado de «na gruesa cantidad de plata an-eba- 
tada á los asesinos de Alejo García y Jorge Sedeño; ha- 
bía reducido á obediencia la expedición de Diego Gai’cía, 
cuyo jefe tenía sobre ól superiores derechos al gobierno de 
aquellas tierras; y por último había fabricado dos fortale- 
zas, una á orillas del San Salvador, y la otra sobre las eos- 
tas del Paraná, asegurando momentáneamente el dominio 
del país conquistado ; así es que muy satisfecho de sus tra- 
bajos, determinó enviar á España una exacta noticia de 



256 


LIBRO II. — EL DE.SCUBRIMIENTO 


ellos, acompañada de la plata obtenida y de algibios natu- 
rales de la tierra, ((iie {\ guisa de muestra, pasearan su pri- 
mitiva desnudez, ajwuas disfrazada i>or humildes guiñapos, 
en los regios salones de la corte española. 

Erau miembros de la embajada, Hernando Calderón y 
Jorge Barloque ( 1 ). Tenían encargo de entregar al monarca 
aquellos presentes, y junto con las cartas do que ei*an^ 
portadores, recibieron orden de repetirle cuanto en ellas 
se decía, circunstanciando al pormenor las causas que 
habían influido en el nuevo itinemrio de la expedición. Co- 
nocía de sobra (rabotto los apiu’os del Emperador y el 
ánimo codicioso de los aventureros en boga, para no lison- 
jeai’se de seducir sí todos con los despojos metálicos que 
enviaba, y tan fuá así, que merced á ellos tomó desde en- 
tonces la corriente acuosa descubierta por SolíJ el nombre 
de Hío de la Plata. La verdadera riqueza de la tierra, no 
consistía, sin embargo, en aquellas muestras de metal, ad- 
quiridas por casualidad, y provenientes de países vecinos. 
Esa riqueza estaba en su aptitud para connatimalizar los 
mejores cultivos, segíin acababa de verse en San Salvador, 
donde una siembra de 50 granos de trigo, había producido 
á los tres meses 550 granos, admirando á los autores de 
aquel primer ensayo agrícola en el Uruguay. 

Muy cordialmente fueron recibidos los emisarios de Ga- 
botto, en la Corte; pero iiitercurrencias no previstas, perju- 
dicaron el asunto. Mientras los armadores de la expedi- 
ción consultados por el Emperador, se tomaron casi un año 


( 1 ) Sir Woodhinc Pnrish, en la Parle. /, cap i de mi libro •Bnctios 
Aires y las Provincias aseyura que este oficial era inglés y se lla- 
maba Jorge Darlow. 



LIBRO n. — KL DESCUBRIMIENTO 


2n7 


pam contestar si flcseaban ingerirse de nuevo en la parti- 
cipación de aventui*as cuyo primer ensayo había fallado, 
llegaron quejas de los tres individuos á quienes abandonó 
en Santa Catalina el Almirante, y pusieron remate ú la 
confusión las complicaciones políticas que estallaron entre 
Francia, Inglaterra y España, oscureciendo más si cabe la 
cargada atmósfera oficial. Tomó cartas el Consejo de In- 
dias en lo que se relacioualia con el abandono de los tres 
españoles; tomólas el Emperador en lo que eori’espondía 
á la política europea, y Gabotto quedó sin respuesta á sus 
peticiones y perplejo entre la ansiedad de la espera y las 
dudas de una repulsa, que todo podía caber en la inter- 
pretación del silencio que guardaban sus agentes desde 
España. 

En el ínterin que las gestiones entre los expedicionarios 
y la Metrópoli seguían el cm-so de los sueesos, ora tran- 
quilos, ora turbulentos de aquella época, las relaciones de 
los españoles con los cbaiTÍías tornábanse cada vez más 
tirantes. Los soldados traídos j)or Diego García, mal dis- 
puestos á obedecer á Gabotto, dieron rienda á esta animo- 
sidad, y por contrariar al Almirante llevaron sus excesos, 
hasta molestar en todo momento á los naturales de la tie- 
rra, cuya condición poco suftida para soportar ofensas, se 
agrió grandemente. Si eon disgusto veían á los extranjeros 
mandarles como gobernantes, con indignación sintieron 
que les vejaban como dueños. Madimando entonces el pro- 
yecto que se las sospechaba de.sde los primeros días conti’a 
el fuerte San Salvador, se reunieron para llevarlo á la 
práctica. Una mañana, al rayar el alba, con todo el aparato 
de su belicoso aspecto, presentái'onse delante del fuerte y 
ejecutaron el asalto con decisión. Aterrados los españoles 



258 


I.ronO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


en un iirincipio, se recoliraron después, batiéndose bizarra- 
mente. Pero los indígenas insistieron en sus ataques, las 
fuerzas de los sitiados menguaron, y no sin dejar el campo 
sembrado de cadáveres, retiráronse los españoles, ganando 
sus buques. 

Noticióse Gabotto del hecho en momentos en que vol- 
vía de una de sus ordinarias excursiones, y encontró á los 
vencidos de San Salvador tan apocados de ánimo, que no 
ci’eyó prudente someterles á la ruda pi;ueba de reconquis- 
tar lo perthdo. Examinada la situación con mesura, hf*lló 
el Almirante que su estadía en las aguas lu’uguayas se 
volvía muy peligrosa. Había ¡lerdido uno de sus mejores 
tenientes, el capitán Ramón, en el primer reconocimiento 
hacia el interior del país; acababa de perder ahora el 
fuerte San Salvador, asaltado y arrasado por unos cuan- 
tos centenares de indios, contra los cuales resultaban im- 
potentes la industria de una sólida fabrieación como ellos 
no la conocieran nunca, y el estrago de las armas de 
fuego á que se habían .sometido todas las demás naciones 
indígenas. Y si esto acontecía en el teatro de la Conquista, 
en el teatro del poder y los honores, en la Corte, no sabía 
Gabotto cómo andaban los negocios. Sin comunicación con 
sus agentes del exterior, y hostigado en el Plata por enemi- 
gos de poca fama, no era el caso de entregarse á venturo- 
sas esperanzas, i)orque el tiempo urgía (!on la solución de 
cuestiones'que ya no admitían espera. Venció por último 
la necesidad que se despierta en los hombres enérgicos de 
salii' al encuentro de su suerte, y quiso saber personal- 
mente lo que* pasaba en la Península. 

Luego de concebir su plan de marcha, trató de ponerlo 
en ejecución. Expidió órdenes para el gobierno militar de 



LIBRO II. — EL DESCLTBRl MIENTO 


259 


la fortaleza que dejaba en los territorios de la actual Re- 
pública Ai’gentina, y escogió de entre sus mejores oficiales 
los que debían quedar haciendo su guardia. En seguida 
partió para España á los primeros días del año de 1530. 
Los charrúas, empinados en las barrancas de las costas 
ui’uguayas, pudieron ver cómo se alejaba de sus lares 
aquella otra armada española, que dcspuós de tres años 
de combates y esfuerzos, de exploraciones y reconocimien- 
tos, se retiraba vencida y desesperanzada, cual se rcth-ara 
la anterío)*, impotente como ella para debelar la bravura 
de los indígenas del Uruguay, y habiendo como ella dado 
á estos niayores bi*íos para entrar á la posesión consciente 
de su fuerza, hasta entonces ejercitada con sus iguales, pero 
ahora medida con la de sus superiores, ú qmenes aprendía 
á vencei*. 

Llegó Gabotto á Castilla ii fines de Julio de 1580, y 
comenzó en seguida de su ari-ibo ii hacer muchas diligen- 
cias para quedai* l)ien parado. Si sus embajadores habían 
exagerado el nuevo descubrimiento, ól no hesitó en supe- 
rarles, ti’atando de seducii* los ánimos con cuantos incen- 
tivos le sugería su fórtil imaginación. Pero como había fal- 
seado sus instrucciones en el viaje al Río de la Plata, y 
ejei’cido violencias con algunos de sus subordinados, á pe- 
dimento de los parientes de estos y con aprobación fiscal, 
fuó preso y comenzó á mstruírsele causa en forma ( 1 ). 

(11 i?/ Coiispjo Jfí Indias escribía al Emperador desde Ocaña á 16 
de Mai/o de 1531; • Manda V. M. que le huyamos saber la cabsa de la 
prisión de iSebaslidn Cabolo. Él fué preso á pedimento de aiyunos pa- 
rientes de algunas personas, que dicen que es culpado, y por otros que des- 
terró, y también d pedimento de! fiscal, por tío haber guardado las ins- 
trucciones que lleró: y así fué preso, y dada la corte por cárcel con 
fiamas (Navarrete, Colección de Viajes, etc; tomo v, Doc xvu). 



260 


UnnO lí.— EL DESCUnniMIENTO 


Desprestigiado al fin, hubo de conformarse con la melta 
al empleo de Piloto Mayor, y es fama que míís tarde reci- 
bió en títulos la Capitanía General del Río de la Plata, 
empleo á que no le mandaron nunca; hasta que por último, 
disgustado de la indiferencia con que le miraban los espa- 
ñoles, volvió Íí tomar servicio en Inglaterra. 

El ft-acaso sucesivo de las expediciones de García y Ga- 
botto, alentó á tos portugueses para hacer una nueva incur- 
sión en el Plata, suponiendo que España abandonaba para 
siempre tan alejadas regiones. Sin ningún miramiento ó 
reserva empezaron ti preparar una ílotti naval, que condu- 
jese soldados y colonos, reclutando familias enteras, cuyo 
entusiasmo hizo popular la expedición en todo el reino. 
Al mismo tiempo, el embajador portugués Yasconcellos, 
importunaba á la corte de Madrid para que decidiese si era 
Solís ó D. Ñuño Manuel quienes habían descubierto el Río 
de la Plata, mistificando de ese modo el asunto, pues la 
expedición de D. Ñuño Manuel era una patraña. En previ- 
sión de ultcrioridadcs, sin embargo, el Consejo de Indias 
mandó levantar información de las personas venidas del 
Plata, «como aquellas provincias, desde que Juan Díaz de 
Solís las descubrió en 1512 y 1515, estaban en poder de 
la corona de Castilla; habiendo Gabotto ejercido en ellas 
justicia cínúI y criminal, cdifictido fortalezas, y traído á la 
obediencia retd á todos sus habitantes». La información 
filé enviada al licenciado Juíírez de Carvajal del mismo 
Consejo, por el fiscal Villalobos, precaviendo cualquier acto 
posesorio de los portugueses; y se dió aviso al Emperador, 
entonces ausente, de lo que tramaba la corte de Lisboa. 

No se descuidó el monarca en replicar á los del Con- 
sejo, aprovechando la cü’cimstancia de que la Emperatriz y 



LIBRO II.-— EL DESCUBRIMIENTO 


261 


el Rey D. Juan III de Portugal eran lierinanos, para insi- 
nuar una iniciativa amigable. A 10 de Abril de 1531 les 
recomendó dijeran á la Emperatriz «que como cosa de 
ella escribiera al embajador español en Portugal, indicán- 
dole que liabla.se ul Rey fidelísimo, para impedir cualquier 
expedicióu^iortuguesa al Río de la Plata, descubierto por 
marinos españoles desde años atrás»; advirtiéndoles al 
propio tiempo, que en caso de no surtir efecto ese tempe- 
ramento amigable, se interpusiese reclamo formal para evi- 
tar el abuso temido. Escribió la Emperatriz, pero no se 
adelantó cosa mayor con la carta, ^^niéndose á saber luego, 
que una escuadra portuguesa, cuyo nimbo era el Plata, 
acababa de hacerse á la vela. El embajador español en 
Lisboa habló sobre esto al Rey fidelísimo, no debiendo ser 
muy .satisfactorias las explicaciones obtenidas, porque al sa- 
berlas el Con.sejo de Indias, formuló una protesta para sal- 
var los derechos de la corona de Castilla, comprometidos en 
el asunto. Consultada la Emperatriz, .suspendió el envío del 
documento á Lisboa, pareciéndole precipitada la resolución, 
y con ánimo de traer las cosas á partido, escribió á su her- 
mano el Rey de Portugal, confiando reducirle (1^. Dicha 
carta, absolutamente re.servada, pues la hizo « de su pro- 
pia mano », debía contener sin duda, los detalles principa- 
les del proceso levantado por Villalobos y las conclusiones 
del Consejo de Indias. 

Entre tanto, la expedición había partido. Componíase 
de cinco naves de todo porte, tripuladas por cuatrocientas 
personas, entre soldados y colonos. Iba por jefe de ella 


(1) Herrera, Ilistoría fie las Indias: Déc iv, libro vni, cap xi.— 
Navarrete, Colección de Viajes; tomo v, Doc xvu. 



262 r.TBRO II. — f.Ij DESfiunimiiENTo 

Martín Alfonso de Sonsa, el mismo que patrocinara las 
coiTerías de Alejo García y Jorge Sedeño, y le acompa- 
ñaba Enrique JNIontes, venido á Portugal, y transformado 
en caballero y proveedor general de los expedicionarios. 
Presentóse la escuadra frente al cabo de San Agustín en 
31 de Enero de 1531, y de ahí siguió por las costas de 
Pernambuco, donde apresó varios corsarios franceses. Tocó 
despuós en Bahía, haciendo allí provisión de víveres, y íl 
30 de Abril anclaba en Río Janeiro, para descansar y de- 
tenerse duninte tres meses. Edificó Martín Alfonso en ese 
punto una fortaleza, construyó dos liergantines, se avitua- 
lló de jirovisiones para un año, y mientras esto hacía, des- 
pachó cuatro hombres tierra adentro, para recoger informes. 
Caminaron los mensajeros ciento diez leguas, volviendo 
dos meses despuós, acompañados de un jefe indígena, (piien 
aseguró haber en el río Paraguay mucho oro y plata. 

Abandonando íí Río Janeiro, partió la escuadra en di- 
rección tí la Can anca. Allí compareció Francisco de Cha- 
ves, bachiller portuguós, antiguo residente en dichas costas, 
quien prometió traer en el plazo do diez meses, cuatro- 
cientos esclavos cargados de oro y plata, siempre que se 
le hiciese acompañar por un destacamento de tropas. Admi- 
tida la oferta, pai’tió Chaves escoltado por ochenta hom- 
bres, previo convenio de que se encontrarían con Martín 
Alfonso H la altura de 26”, donde la escuadra había de 
alcanzarle navegando río adentro. Con tal propósito, se 
hizo ésta á la vela, dirigióndose al Río de la Plata pai’a 
tomar el camino convenido ( 1 ). A la altura del Chuy expe- 


(1) Oviedo, Tlisioria general g na f tira! ; libro xxiil, cnp x. — Porto 
Seguro, Historia do Braxil; Seces vii-ix. 



LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


263 


riliieiitó Martín Alfonso contratiempos de mar que le lii- 
cieron jierder la capitRna y un bergantín. Tratando de 
reponerse, desembarcó en aquellos parajes, pero la escasez 
de víveres y las enfermedades subsiguientes, diezmaron 
mucha parte de su tripulación. Decic^ó entonces, que su 
hermano Pedi'o, con una nave, remontase los ríos Uruguay 
y Pai'aná en busca de Chaves, mienti-as ól se dirigía á San 
Vicente, en cuyo puerto ñmdó un establecimiento regular. 

No había sido más feliz el bachiller. Caminó tierra 
adentro, siguiendo las huellas de un rey blanco que se de- 
cía existir hacia las fronteras peruanas, y no era oti’o que 
el Inca, naturalmente famoso entre las tribus avecindadas 
en sus dominios. Pero la hostilidad á toda expedición in- 
trusa, estaba en pie desde las últimas excursiones de Gar- 
cía y Sedeño; así es que Chaves debía marchar jx)!* campo 
enemigo, apenas se internase en la misma dirección se- 
guida por aquéllos. Cuáles hieran los pormenores de la 
marcha de este desgraciado, se ignoran hasta hoy, y no 
queda probabilidad de averiguarlos. Sábese solamente que 
llegó ha.sta el Iguassú, don!le él y sus compañeros sucum- 
bieron asesinados por los indígenas. Y con esta lección 
doblemente cruel, quedó Martín Alfonso castigado en su 
codicia, y el Rey de Portugal en sus ambiciones. 

La protesta del Consejo de Indias contra todo acto po- 
sesorio de los portugueses en el Plata, conteniendo por sí 
misma fimdamentos irrecusables, venía á recibir una san- 
ción positiva. El derecho y la adversidad arrojaban á Por- 
tugal de las zonas pía tenses. Ni la prioridad del descubri- 
miento, alegada como último recurso, tenía ya valor al- 
guno, desde que la siqniesta expedición de D. Ñuño Ma- 
nuel era testimonio abandonado por sus propios inventores. 



264 


LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


Las cosas volvían al primitivo estado en que las dejara la 
Junta de Badajoz pocos años atrás. Portugal había confir- 
mado dicha situación en 1529, comprando al Emperador 
los derechos de España á las Molucas, y ahora la ratifi- 
caba, desalojando de.spuós de un doble desastre y sin in- 
tención de ocuparlos nuevamente, territorios americanos 
que pretendió hacer materia de litigio. Quedaba, pues, Es- 
paña dueña en propiedad como antes, de la zona com- 
prendida desde más allá de Santa Catalina hasta el fondo 
del Paraguay, mientras que yendo en sentido inverso y 
del punto de vista del statu quo vigente, eran litigiosos 
para los portugueses, aquellos ten-itorios que no cayesen 
bajo el meridiano de la isla de la Sal en Cabo Verde, de- 
signada por ellos como punto de partida de la Línea divi- 
soria. 

Cual si la suerte quisiera coadyuvar á estas sanciones, 
un elemento ajeno al interés político coiicuitíó para aho- 
rrarle cuidados á España re.specto de sus dominios platen- 
ses. El reciente descubrimiento del Perú y la fama de sus 
riquezas, enloquecía por aquel tiempo á los aventureros de 
la Península, ansiosos de abrirse camino hasta dichas re- 
giones. Era el llío de la Plata, punto indicado para con- 
seguirlo, así es que su colonización y gobierno empezó á 
ambicionarse como la más codiciada presea. Diversos pre- 
tendientes se lo disputaron, haciendo todo género de ofer- 
tas; y la corte de Madrid, que en circunstancias normales 
se habria visto probablemente en tortura para organizar 
una expedición al Plata, sintióse perpleja esta vez para 
elegir entre tantos solicitante.s. 

Había sonado la hora, en que el delirio de las riquezas 
iba á tomar por teatro el descubrimiento de Solís, inten- 



UBRO n. — EL DESCUBRIMIENTO 265 

táñelo vincularlo al de PizaiTO, sin más norte ni guía que el 
supuesto de una continuidad no intemimpida da criaderos 
metálicos, donde aquel adusto conquistador Vio tuviera 
tiempo ni fuerzas para llegar. Hidalgos ricos y mercaderes 
codiciosos, á cuyo alrededor se agiTipaba una tropa famé- 
lica, trabajados todos por la misma idea, se ofrecían á cru- 
zar eí Océano, prometiendo á la Corte y prometiéndose á 
sí mismos, ingentes tesoros en recompensa del viaje. Para 
dominar este pugilato de hombres y ambiciones, era nece- 
sario que alguno cuya superioridad fuese indiscutible, ha- 
blase por todos, cuando se presentó un caballero natui’al de 
Guadix, llamado D. Pedro de Mendoza, muy considerado 
por su mayorazgo y parentela, oficial de las guen-as de 
Italia, y gentilhombre de la casa del Emperador. 

Su petición fue atendida. Á 21 de Mayo de 1534, se le 
concedió licencia para entrar por el Río de la Plata 200 
leguas adentro hacia el mar del Sur, conquistando y po- 
blando las tieiTas y provincias que hubiese en la expre- 
sada zona. Se le prometía el cargo de Gobernador y Ca- 
pitán General á vida, con sueldo anual de 2000 ducados 
de oro y 2000 de ayuda de costa, que empezarían á correr 
desde que se lúdese á la vela para América, y merced del 
título de Adelantado y Alguacil Mayor de las nuevas con- 
qui.stas. Facultábaselc á erigii- tres fortalezas de piedi-a, á 
su costa, donde mejor conviniera, para guarda y pacifica- 
ción de la tieiTa, y en el deseo de fomentai- el ciütivo de 
ésta, se le autorizaba á introducir 200 esclavos negros, 
mitad de cada sexo. Por último, se le prometía el título de 
Conde, con jm'isdicción sobre 10,000 vasallos (l). En re- 


( 1 ) Ihcnntcnlus luáUtus ücl Airhiio de. Judian; tomo XXII. 



26G 


LIBPO II. — EL DESCUBRIMIEN'rO 


tribución, obligábase el agraciado á llevar de inmediato 
quiniento-s hombres, con los suficientes mantenimientos 
para un añt), y 1 00 caballos y yeguas. Dos años más tarde, 
debía doblar el níimero de individuos, ¡x)r medio de una 
remesa igual á la primera. Obligábase también á llevar re- 
ligiosos para la conversión de los indígenas, y médico, bo- 
ticario y cirujano para los enfermos. 

Imposible describir el entusiasmo que suscitó la noticia 
de este convenio. Nobles y plebeyos corrieron á ofrecerse 
á Mendoza, recibiendo como favor la autorización de acom- 
pañarle. De puertos alemanes nnieron con igual designio, 
comerciantes y aventureros que se agi’egaron á la expedi- 
ción. Quintuplicóse por esta circunstancia el número de 
los individuos alistados para marchar, pasando con exceso 
de 2,500. Sucedió lo propio con las naves. Catoice apare- 
jaron, y así mismo eran pocas, siendo verdaderamente 
a.saltadas por las personas que se disputaban ocuparlas. 
Para poner coto á semejante entusiasmo, y remediar al 
mismo tiempo las necesidades de los expedicionarios po- 
bres que gastaban sus últimos recursos en Sevilla, se or- 
denó que la escuadra partiese á la mayor brevedad. Antes 
de embarcarse los soldados, quiso el general pasarles reWsta, 
provocando aquel acto la admiración de los que lo presen- 
ciai‘ 011 , entre ellos el historiador Oviedo, testigo compe- 
tente del hecho. 

Don Pedro de Mendoza, enfermo ya de aquella dolen- 
cia que futui'os disgustos hicieron mortal, fué á última 
hora amistosamente aconsejado que no se aventurase al 
viaje; pero los enqiefios pecuniarios que había contraído y 
su amor propio, le mantuvieron en la resolución de pai’tir. 
Distribuidos los mandos, correspondió á Juan de Osorio 



267 


UBRO II. — EL DESCUmmiIK^J^rO 

el ele Maestre de campo, ¿í D. Diego de Mendoza, heiTnano 
de D. Pedro, el de Almirante de la escuadra, ii Juan de 
Ayolas el de Alguacil Mayor, y el de proveedor íi Fran- 
cisco de Alvarado, ti (juicn se le dio un adjunto. Entre los 
expedicionarios se contaban iJ2 mayorazgos, algunos co- 
mendadores délas Ordenes de San Juan y Santiago, un 
hermano de leche de Carlos V, un horimino de Santa Te- 
resa de Jesús, el capitán Domingo Martínez de líala, na- 
tiu-al de Vergara, y Ulderico Schmidel, soldado origina- 
ritvdc Alemania y cronista apreciabilísimo de esta expe- 
dición. Iban también varias mujeres, algunas de calidad y 
rango (1). Este hacinamiento de gente colecticia, había 
superado toda previsión, de nutdo que las methdas precau- 
cionales para su futm’o abtistecimiento eran tan quiméri- 
cas como sus esperanzas. 

Otros augurios más funestos todavíti, despuntaban con 
motivo de las ambiciones y celos del personal dirigente. 
Don Pedro de Mendoza sufríti de mtd taliinte la superiori- 
dad de su Maestre de campo, cuya jtericia soldadesca y 
modales tifables, le dabtin crédito entre los expcilicionarios. 
Parece que debido á ello, había evitado la deserción de mu- 
chos, y vuelto á la obediencia de D. Pedro, á, no pocos que 
empezaban á disgustai se de su desabrimiento. Explotaba las 
susceptibilidades de Mendoza contra Osorio, Juan de Ayo- 
las, hombro dispuesto á todo, y de cntei a confianza del pri- 
mero, resultando de ahí, que antes de partir, estuvieran ya 
profiuidamente divididos los ánimos, y sefialada una víc- 
tima it la satisfacción de la en\idia. 


(1) Carian de Indias, nrtm civ, — Nicolás dol Tedio, Historn of Ffa- 
yuay, etc (np Clmrcbill, tomo iv ). -üuzmán, La Aryculiua; libro i, cnp x. 


Dou. ElP.— i. 


2i. 



268 


LÍBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


La expedición se hizo i\ la vela del puerto de San Líí- 
car el 1." de Septiembre de 1534, con tiempo favorable, di- 
rigiéndose ii las Canarias, donde fondeó para avituallarse. 
Allí se detuvo durante un mes, sufriendo bastante deser- 
ción las tripulaeionos. Habíanse distribuido las naves pro- 
porcionalmente, anclando tres de ellas frente á la isla de la. 
Palma, destinada ii ser teatro casual de un episodio eró- 
tico. Hcíília provisión, i’ceibió la escuadra orden de mar- 
cha, pero cierto pariente de D. Pedro de ^lendoza (pie tri- 
pulaba imo de los buques surtos en la Palma, no quiso 
partir sin traerse robada á bordo la hija de un isleño. Ape- 
nas se hizo a la mar, una violenta tempestad obligó á toda 
la escuadra- 5Í volverse á puerto, con pérdida de dos naves, 
cuyo destino no se ])udo averiguar por el momento. Los 
buques .salidos de la Palma, una vez que salvaron el con- 
flicto, tuvieron otro con los habitantes de la isla, que los 
recibieron á tiros poi- causa, de la muchacha robada. Vino 
el Gobernador de la isla en busca de la prófuga, pero Don 
Jorge de Mendoza, (jue así se llamaba el raptor, zanjó la 
disputa casándose con ella, después de lo cual renunció á 
las aventuras d(d viaje, yéndose á instalar en tierra. 

Apaciguado el tiempo, siguió la expedición su camino. 
Pero ni las dificultades pasadas, ni la esperanza de mejo- 
res días, lograron endulzar el ánimo de su jefe. Mendoza, 
á quien Osorio hacía observaciones amigables y trasmitía 
con franqueza y lealtad las quejas de algunos de sus su- 
bordinados, concluyó por cobrar un odio al Maestre de 
campo, que sólo esperaba opoilunidad para traducirse en 
hechos. Mientras D. Diego de Mendoza se adelantaba con 
rumbo al Plata, los demás biujues con I). Pedro, llegaron á 
Río Jamuro, entrado ya (d año de 1585. Saltó la gente en 



LIBRO II. — EL DESCUBRDnEXTO 


209 


aquella hermosa playa, y se empezaron it hacer iirovisiones. 
A los pocos días de estar allí, una mañana en que Osorio 
se paseaba acompañado de otro caballero, recibió ordeu de 
prisión por medio do Juan de Ayolas, y conducido á la tienda 
del Capitán General, hizo óste que le dieran do puñala- 
das (1). Pusieron después un rótulo sol)rc el cadáver, (pie 
decía: por traidor y alevoso; y 1). Pedro sancionó el 
hecho, exclamando que la soberbia de Osorio tenía su me- 
recido. 

Este asesinato brutal contristó y desmoralizó á los ex- 
pedicionarios. De Río de Janeiro partió la escuadra en ch- 
rección al Plata, yendo á encontrarse con D. Diego de Men- 
doza, que anclaba frente á S. Gabriel, ocupado en construir 
embarcaciones menores para pasar el río. Dieron la vela to- 
dos juntos hacia la. margen opuesta, donde se alza hoy la 
ciudad de Buenos Ah’cs, y allí desembarcó Mendoza sus 
tropas, recibiendo buena acogida de los buhos q aeran dís, 
quienes durante ciitorce días le socorrieron con j)rovisiones. 
Pero habiendo dejado de hacerlo durante el decimoquinto, 
mandó á luio de los suyos, llamado Ruiz Galán, para que 
averiguase la causa que daba mérito á aquella conducta. 
Por toda contestación los querandís malti ataron é Imicron 
á Galán y algunos que le acompañaban. Decidió entonces 
el Adelantado quí? su hermano D. Diego, con 300 infantes 
y 30 hombres de caballería, pasase á las guaridas de los 
mdígenas para castigarles de su desobediencia; pero éstos, 
que presentían las resultas de su conducta osada, envia- 


(1) Sclimidel, Diario de Viaje; cap v.— Oviedo, Ilititoria (/eneral y 
natural; libro xxiií, cap.s vi j' viil.— Guziiiíln, La Anjentina; lib i, 
cap X. 



270 


I.lBnO II. — El. DESCUBRI.VÍIEX’rO 


ron iiimecliatamente y con antelación requerimientos á 
las naciones vecinas para solicitai- su ayuda contra los 
españoles. 

Don Diego de Mendoza, que era de ánimo bien tem- 
plado, se dio prisa en cumplir las ordenes de su hermano, 
buscando á los querandís para presentarles l)atalla, y lo 
consiguió encontrándoles reforzados por algunos destaca- 
mentos de charróas, bai'tenes y timbós, que en níimero de 
4000 individuos acababan de llegar á su campo. Mandó 
D. Diego á sus soldados romper los escuadrones enemigos, 
y se lanzó ól mismo á la carga, [>ero hallaron los españo- 
les nna resistencia más intrópida (]ue la qne espt*raban. 
Fueron matados en esta acción de guerra, D. Diego, 0 hi- 
dalgos y 20 entre los .<!okhulos de á [áe y de á caballo; los 
indios dejaron unos 1 000 individuos de los suyos en el 
cam}) 0 . Sin embargo de todo, la jornada (picdó por los es- 
pañoles, y loa indígenas fueron })ersegnidos, aunque sin 
fruto, poi’(pie en sus guaridas no se encontraron individuos 
ni cosa que valiera, á excepción de algunas pocas provi- 
siones. 

Conoció D. Pedro de Mendoza, por el desastroso lance 
de su hermano, que era necesario estable(;erse con más so- 
lidez sobre la tierra que ¡lisaba, y resolvió dar comienzo en 
seguida á la fundación de la ciudad de Jhienos Aires, por 
serle agradable el local y haberle jiariícido qiu* la bondad 
del clima confirmaba la ojánión (pie al saltar en tierra for- 
maran los primeros soldado.s expedicionanos. Impulsó con 
actividad los trabajos; pero á pesar de todo, la escasez de 
provisiones introdujo la desesperación, obligando al ejér- 
cito á comer los gatos, peiTOs y caballos que había embar- 
cado consigo, y cuando este recurso concluyó, animales as- 



MURO ti. — F,L ni:.srmiimriExni 271 

querosüs y cueros de zapatos ( l ). En vista de tantas cala- 
midades y habiendo Mendoza agotado los castigos para po- 
ner orden entre sus gentes famélicas, resolvió armar cuatro 
bergantines para facilitar las excursiones por el río, y mien- 
tras este annamento se aprestaba, despachó una expedi- 
ción que costease aguas tirriba al mando de Jorge Luján, 
quien encontró todos los lugarejos de los indios incendia- 
dos, obteniendo, empero, algunas provisiones. La mitad de 
la tro[>a de Luján murió de hambre. 

Corriendo días tan angustiosos se pasó im mes, en 
cuyo término la pobhición de Buenos Aires dismmuía en 
iiómero de personas lo que aumental)a en acumulación de 
miserias. Mientras tanto, los querandís auxiliados de nue- 
vos refuerzos de chan-óas, bartenes y timbtis, en número 
total de 23,000 individuos, pusieron sitio á la ciudad, divi- 
diéndose las opiniones enti*e asaltarla ó incendiarla. Al fin, 
lanzando sobre los edificios flechas con cañas encendidas en 
la punta, incendiaron la itoblación, cuyas casas, excepto la 
del Adelantado, .teníjm techos de paja; incendiaron tíimbién 
por igutd lu’ocedimiento, cuatro navios grandes que ancla- 
ban en el puerto. Tantas desventunis amontonadas en plazo 
tan corto, modificaron las ideas de Mendoza sobre esta con- 
quista. Tomó cuenta del número de sus gentes, y hallán- 
dose con 560 españoles, restos de los que había tiaído 
consigo, dió la vela Paraná arriba, dejando á Buenos 
Aires librada á su tiúste suerte con un puñado de defenso- 
res, y designando á Juan de Ay olas para representarle 
allí. Destinado todavía á nuevas desventuras, vagó por al- 


(1) Schmidel, Diario de Viaje, etc; caps ix y x.— Guzmán, Lo i4r- 
genlina: lib i, cap xii. 



272 LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 

gííii tiempo entre contrastes repetidos, y al fin nombrando 
sustituto suyo en el gobierno al mismo Ayolas, se embarcó 
para España hacia el año 1537, sin alcanzar á divisarla, 
pues murió en el camino ( 1 ). 

Pero como antes de dai-se lí la vela para el Plata, hu- 
biera D. Pedro formalizado contratos en la Península con 
el fin de ser so(;orrido, empezaron á llegar refuerzos des- 
pués (le su partida y muerte. El prímero de ellos, á órde- 
nes del Veedor Alonso de Cabrera, se componía de cuatro 
naves, y traía 200 soldados, con abundancia de provisio- 
nes y víveres. Mandaba una de las naves, Álvai’O de Ca- 
brera, sobrino del Veedor, que recaló en Santa Catalina, 
abrumado }ior la carga. Para aliviarle, mandáronle sus 
compañeros uno de los buques mayores; pero éste, al re- 
greso, naufragó en el Río de la Plata, salvándose solamente 
seis personas. Casi á la misma, fecha, muchos soldados y 
colonos, así de la ex])edieión de Mendoza como de la de 
Cabrera, que perseguidos por el hambre y las privaciones 
huyeron de Buenos Aires, y cruzando el río en botes se 
inbirnaron por San Gabriel á territorio uruguayo, sucum- 
bieron á manos de los charróas. 

Tal filó el resultado contraproducente de la expedición 
de D. Pedro de Mendoza, que abriendo perspectivas erró- 
neas á la codicia, motivó la ruina de considerables reclu- 
sos y extravió (>1 giro de las futuras empresas militares. 
Mendoza era un alucinado, con engreimientos que rayaban 
en la ferocidad y sin propósitos serios en el orden político. 
Comprometido á explorar una zona salvaje ó inmensa, nin- 
guna de las precauciones elementales que sugiere el espíi’itu 


(1) Archivo (le Indias, lomo x. 



UnRO II. — EL DICSCUIIRI MIENTO 


273 


(le propia eouBervación, le inspiró el porvenir de su obra. En 
hora buena pa.sase de largo por Santa Catalina, colonia 
española y apo.stadero de gi'aiide importancia, ya que su 
coutiT.to le llevaba á inteniar.se en el Río de la Plata, re- 
montándolo basta 200 leguas. Pero igual indiferencia mos- 
tró respecto de las costas uruguaya.s, ninguno de cuyos 
puertos le mereció atención, á pesar de que su hermano 
D. Diego, esperándole anclado en San Gabriel, parecía in- 
dicarle la necesidad de fundar un estalilccimiento de refu- 
gio allí. Cruzó el río, deteniéndose en la orilla opuesta, 
donde echó los cimientos de Buenos Aire.s, piámer punto 
ideado para conservar las comunicaciones con el Perú, y 
desde luego recogió el fruto de su imprevisión. 

Batido y enfermo, tomó el camino de la Peníu.sula, de- 
jando por su lugarteniente á Juan de Ayolas, con orden de 
seguir siempre aguas arriba, llevando el mayor número de 
soldados, pues á su juicio, para cuidar de los pobladores de 
Buenos Aires, ya que sólo Iiabían ih; entregarse al trabajo 
y la siemjjra, bastaba con tiHÚnta hombres. La ausencia de 
Ayolas, que al fin resultó ser ocasionada por su muerte, 
promovió entre los (humís capitanes rivalidades y disputas 
que originaron una larga contienda civil, artvada por el 
arribo de nuevos oficiales al nuindo de refuerzos. Semejante 
de.sconcierto debía influir en una determinación funesta, 
que fué la despoblación de Buenos Aires, únic*o punto ocu- 
pado en las costas del Plata, int(^niándose los conquista- 
dores al Paraguay, donde fundaron la Asunción, con la 
mira de abrirse paso á las regiones peruanas que produ- 
cían el oro. 

Pero como á, pesar de tan jiersistente designio, cada vez 
se alejaban más las probabilidades de recoger beneficios 



274 


IJBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


metálicos, agotándose los recursos y los hombres, manda- 
ron los conquistadores aviso de sus penurias á la Corte, 
suplicando auxilios que los salvasen de luia párdida segiu’a. 
Coincidió la llegada del mensaje con los empeños que hacía 
Alvar Níiñez Cabeza de Vaca, para obtener un mando im- 
portante en premio de largos y singulares servicios pres- 
tados en Amórica, lo cual facilitó que se capitulase con el 
á 18 de Marzo de 1.Ó40, el traspaso del contrato de Men- 
doza, con ciertas limitaciones, y supuesta la muerte de 
Ayolas, que era su legatario. Alvar Nííñez, á más de poner 
de cuenta propia los cascos de las naves en que se trans- 
portase, se ofrecía á gastar de su parte 8000 ducados, en 
caballos, vestidos, inanlenimientos y armas para auxiliar á 
los españoles residentes en el Plata, y proseguir la con- 
quista y población de dichas provincias ( 1 ). El Gobierno, 
Capitanía general y Adelantazgo, que por herencia coitcs- 
pondíau á Juan de Ayolas, cuya muerte se presumía cierta, 
pasai-ían á Alvar Ntiñez, pero en caso de ser vivo Ayolas, 
BU presunto sustituto recibiría en ]iremio el Gobierno de 
Santa Catalina, por termino de 12 años. 

Partió el nuevo Adelantado en 2 de Noviembre de 
1540, con destino á Canarias, donde esperaba incoiqiorar 
una nave má.s, á las tres que componían su armamento. 
Llevaba 400 soldados, 46 caballos y yeguas, y muchos ví- 
vei’Gs y provisiones. De Canarias se encaminó á franquear 
la Línea equinoccial, y de.spués de algunas (íontrariedades, 
ancló en el puerto de la Cnnanca, tomando posesión por 
España de aquella su pertcueucia. De Ciuianea pasó á San 


(1) Archivo (le Indiox, lomo wiii. ~ Coincutariois de Alvar Náñct 
(ap Rivadeiiejra). 



LIBRO II. — EL DESCUBRIMTEXTO 


275 


Francisco, y tle ^sto (\ Santa Catalina, donde f^altó (i tierra 
eon toda hii gente en 29 de ^[arzo de 1541. Allí supo la 
muerte de Ayolas, y las penurias que pasaban los españo- 
les de la Asunción, resolvicíiido marchar por tierra en so- 
corro de estos (iltimos. 

Fie aquí, pues, una seguida expedición que fuó á sot(v 
rrarse en los desiertos del Paraguay, dando la e.spalda á 
las costas d(íl Océano y del Plata, para proseguir el qui- 
mérico encuentro del [laís del oro. Fracasó como la ante- 
rior, desautorizando ii su jefe, destituido por una conjura- 
ción que le. remitió preso á la Península, sin mejorar la 
suerte ni las esperanzas de los subordinados.* Sustituido 
por Domingo Martínez de líala (1544), capitán hasta en- 
tonces oscuro, y que por osa misma razón obtuviera los 
votos de loa que se engañaron jiensando dominarle, Alvar 
Níiñez debía llevar ii España el ejemplo vivo de lo que 
prometía la Conquista, siguiendo por el camino adoptado 
hasta entonces. 

La lección fue recogida, y enqiezaron á ponerse en práe- 
tica los medios de hacerla fructífera. Por aquellos tiempos 
po.seía Es[)aña, cuando menos entre los grados 24 y 35, 
una jurisdicción no di.sputada de las costas atlánticas. Su 
establecimiento principal en dicha latitud, era la isla de 
Santa Catalina, poblada por náufragos y desertores espa- 
ñolc.s, que habiéndose juntado con mujeres indígenas, die- 
ron comienzo lí una colonización suí ¡/cncris en aquella isla 
y sus adyacencia I. ICraii dichos colono.s, á la vez que culti- 
vadores del suelo, pilotos de las escuadras que transitaban 
de ida y vuelta al Plata, promoviendo de ese modo una irra- 
diación de comunicaciones, (pie con el tiempo debía espa- 
ñolizar, no solamente el sitio de su ubicación preferida, 



276 


LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


sino los puertos de San Francisco y Cananea ( 1 ). Pero 
entre tanto, careiaa España de represen tnción oficial per- 
manente en aquellos dominios. El primer acto de.stinado á 
establecerla, se trasluce del contrato (!on Alvar Nfiñez, 
coucetli^ndole por 12 años el Gobierno de Santa Catalina, 
caso de no jiodcrse recibu- del Adelantazgo prometido. Mas 
como quiera que dicha concesión dcpcndie.se de una even- 
tualidad que no se reabzó, las cosas quedaron cual estaban, 
es decir, librados á sus ¡iropias fuerzas los colonos de la 
costa oceánica. 

Si esto era así por aquel lado, algo parecido sucedía en 
las costas plateuses. Fiaistrados los esfuerzos hechos para 
repoblar á Buenos Aire.s, ningón establecimiento biterme- 
dio se alzaba desde el cabo de Santa María hasta la Asun- 
ción, pues San Gabriel y San Salvador en el Uruguay, 
eran puntos desiertos. La casualidad y la cotbeia, pues, 
habían intervenido basta entonces cu la fundación de las 
colonias existentes, aplicándose el primer caso á las del 
Brasil, centro de náufragos, desertores y refugiados espa- 
ñoles; y el segundo á las del Plata, saciáfieadas por el em- 
peño de flanquear las regionas de El Dorado, supuestas 
en el ^’^rreinato del Peró. 

Por muy en claro que estuviera el derecho de España á 
la propietlad de los dominios enunciados, ya se ha visto 
que su esca.sa vigilancia oficial estimuló á los portugueses 
para explorarlos, con la pretensión de extenderse sobre 
ellos. Las circunstancias que militaron entonces para alar- 
imu' á la corte de Madrid, se producían ahora bajo otra 

(1) Nttvnrn'tc, Cokcción (h Viajes; tomo v, Doc.s x y xi. — Stnden, 
VcrUftbIe Ilisloire el üesrription, etc; ciip ix.— Frny Vicente do Sal- 
vador, Historia do Brax.il; lib n, cap ii. 



LIBRO IT. — EL DESCUBRIMIENTO 277 

forma, sino tan directa, cuando menos poco ti-anquilizadora 
en cuanto íl futuras intenciones. Portugal, despiu5s de haber 
aglomerado en sus provincias del Brasil poderosos elemen- 
tos de colonización, acababa de enviar un cuerpo de tropas 
de 1000 hombres, í 1 órdenes de Tome de Sonsa, nombrado 
Gobernador general del país (Febrero 1549). Dos estadis- 
tas, á quienes accidentalmente separaban largas distancias, 
concibieron por distintos motivos, una medida precaucio- 
na! destinada á neutralizar los efectos de aquel alarde de 
fuerzas: Carlos V, apremiando á Juan de Sanabria para 
que poblase desde San Francisco hasta la entrada del 
Plata; y el Presidente La Gasea, nombrando Gobernador 
del Río de la Plata á Diego Centeno, con jurisdicción 
hasta los 23" 33' de la Línea equinoccial. 

Iba para dos años, que Juan de Sanabria, provisto Go- 
bernador de los dominios platense.s, había foi-malizado con- 
trato, por el cual se obligaba á conducir consigo 100 ma- 
trimonios pobladores y 250 soldados, comprometicndo.se á 
fimdar dos pueblos, uno en el puerto de San Francisco y 
otro á la entrada del Plata, en las partes más convenientes, 
y previa consulta de personas idóneas. Urgido por el Em- 
perador, daba fin á los últimos aprestos, cuando le sorpren- 
dió la muerte. Su hijo Diego tomó entonces sobre sí la 
continuación de la empresa, dándose á la vela en 1549 
con tres barcos, entre cuyos tripidantes se contaban su 
propia madre y hermanas, y el historiador Hans Staden, á 
quien se debe una animada relación de esta desastrosa em- 
presa ( l ). Desde que pasaron la Línea, fueron combatidos 


(1) Archivo de Indias, tomo xxiri.— Staden, Vcrilable Histoire, etc; 
caps V - XI. — Cartas de Lulias, N.® xcvii. 



278 


I,iniíO íí. — EL DESrtTBRIMIENTO 


por vientos contrarios, desapareciendo uno de los buques, 
y naufragando en las costas del Brasil los otros dos. La 
madre y heiananas de Sanabria llegaron después de largos 
trabajos á la Asunción, mientras él mismo, en pos de una 
serio de aventuras de mar, desencantado y arruinado, de- 
sistió del Adelanta/, go. 

Mientras la adversa fortuna inutili/-aba st Sanabria, ha- 
bía muerto Diego Centeno del modo mas inesperado. Ya 
se ha dicho que el Presidente La Gasea, pacificador de las 
turbulencias civiles del Peró, proveyó Gobernador del Río 
de la Plata á aquel renombrado oficial, uno de sus coope- 
radores más activos. Señalábale jior límites de su juri.sdic- 
ción, toda la tierra contenida de E. á O. de.sde los confi- 
nes de Cuzco y Charcas hasta los téi-minos del Brasil, en- 
tre los jiaralelos 2,T lid de la Equinoccial hacia el Sur, y 
14 N S. recto meridiano; con encargo de que si fundase 
establecimiento.s, creyendo poblar dentro de su Goberna- 
ción, los retuviese hasta que otra cosa se proveyera. Le 
encomendaba especialmente la instrucción y conversión de 
los naturales, el reparto equitativo de la tierra entre los 
conquistadores, y la moderación para con todos. 

Centeno, que habiendo sido el más activo y animoso de 
los capitanes de La Gasea, estaba descontento por no haberle 
tocado beneficio alguno en el reparto hecho á los vencedo- 
res, resolvió trasladarse á la Península para formular re- 
clamo de aquella injusticia. Ignoral)a que el Presidente 
guardase á sus servicios la rccorai)ensa del Gobierno del 
Plata, y deseaba, por otra parte, reponer su quebrantado 
patrimonio, haciendo una previa excursión hasta Chuqui- 
saca, donde esperaba adquirir recursos pecuniarios. Con 
este designio, é instado por algunos que se decían sus ami- 



UBRO II. — EL DESCrnRIMIENTO 


279 


gos, á uo emprender \daje á España antes de pasar- por 
Chuqiiisaca, según lo tenía pensado, se dirigió en 1548 si 
este último pimto, de.soyendo los consejos de propios y 
extraños, que desconfiaban ocultase alguna celada aquella 
invitación. Apenas puso el pie cu la ciudad, fue convidado 
á un banquete, donde le envenenaron ( l ). 

Así se malogi-ó la doble tentativa de reorganizar las 
provincias del Plata bajo el mando de un Gobernador 
propietario, pues hasta entonces prevalecía en ellas la au- 
toridad intrusa de Domingo Martínez de Irala, tambidn 
llamado Vergara, por razón del pueblo de su origen. Este 
caudillo, que unas veces por la crueldad y otras por la as- 
tucia, se había mantenido en posición tan cxpectable, im- 
puso al fin la costumbre de que le obetlecieran, y concluyó 
por domesticarse di mismo, en el ejercicio del poder. Afii-- 
mada su situación, desplegó dotes verdaderamente supe- 
riores, sistematizando por una serie de medidas más ó 
menos buenas, la marcha progresiva de la colonia. 

No podía escapar á la perspicacia de Irala, la necesidad 
de a.segurarsc una base de dominio en territorio uruguayo, 
como punto de escala para sus comunicaciones marítimas, 
y avanzada militar permanente. En tal concepto, designó 
en 1552 al capitán Juan Romero con 120 soldados, para 
que se embarcase en dos bergimtines y procurase fundar 
una población en las costas charrúas. Partió Romero de la 
Asunción, tocó en Buenos Aires, y tomando de ahí á, la 
pai-te del Norte, pasó cerca de la isla de San Gabriel, en- 
trando al río Uruguay, donde á dos leguas fondeó en im 


(1) Herrorn, HiMoria de he Indias; Dec vni, libro n-, cap ii,— 
Goi'cilaso (le la Vega, Comentarios Reales; Part ii, libro vi, cap vi. 



280 


LIBRO II.— EL DESCUBRI.AUENTO 


río que denominó de San Juan, en honor al santo del día, 
segini dicen unos, ó según otros para inmortalizar su pro- 
pio nombre. Una vez allí, y tan pronto como tomaron 
tierra los expedicionaríos, nombró los oficiales y regidores 
de la nueva población que deseaba establecer, designó el 
perímetro que ella debía ocupar, y después de los trabajos 
de orden, (piedó fundada la ciudad de San Juan, con aplauso 
de los soldados que elogiaban la disposición del terreno. 

Los charrúas mu’aron con iínimo al parecer indiferente 
el nuevo establecimiento, dejando que los conquistado- 
res se instalasen en él con tanta comodidad como les 
pluguiehi. Sediuádos los españoles por las perspectivas de 
una tranquilidad tan halagadora, comenzaron á diqilicar 
los atractivos del paraje, uniendo á los encantos de la na- 
turaleza las ventajas de la industria, y pronto se vió el suelo 
sembrado de plantaciones y sementeras, así como vió el 
río reflejarse en sus aguas la silueta de los edifiíáos en que 
se albergaban los noveles pobladores. Pero aquella tran- 
quilidad era una simple tregua. Los charrúas dejaron pasar 
los dos primeros meses de instalación, y cuando reputaron 
á los españoles vinculados á la tierra, comenzaron sus hos- 
tilidades con porfiada insistencia. (1). Á cada instante se 
vieron los habitantes de San Juan acosados por la apari- 
ción de fuerzas que en mayor ó menor número circunva- 
laban el pueblo, destruían las sementeras y se retiraban 
después del estrago. La situación de aquellos colonos se 
hacía insoportable, á punto de estar siempre con las armas 
en la mano, viéndose obligados íí abandonar el cuidado de 


(1) Guzinán, La AnjenUna ; lib ii, cap xn. — Lozano, Historia de, la 
Conquista, etc ; toin iii, lib ur, cap L 



IJBRO II. —EL DESCUHRIM1ENTO 281 

la labranza para atender á la conservación de la vida: de 
aquí provino la ruina de las plantaciones, y los aprietos 
del hambre pusieron el colmo á las desdichas. 

Corriendo peligros tan gi-aves, los pobladores de San 
Juan, que eran militares de profe.sión y conocían por expe- 
riencia las desventajas de una guerra cuando se verifica en 
las condiciones de ésta, acordaron participar il Irala el es- 
tado en que se veían, y la necesidad de ser socorridos con 
medios de transporte sí. fin de efectuar la desocupación del 
establecimiento. Partió im mensajero hasta el campo del 
Gobernador, y ftié recibido por éste con bastante sorpresa, 
pues suponía Irala que 120 soldados españoles parapeta- 
dos tras de los muros de ima población, se bastaban para 
tener á raya á los chaiTÚas que osasen atacarles. Creyendo, 
pues, que había algo de exageración en el mensaje, deter- 
minó enviar á su yerno Alonso Riquelme de Guzmán con 
algún socorro, y al mismo tiempo con la comisión de in- 
vestigar el estado de las cosas é infiuh- para que no se 
abandonase conquista tan recientemente adquirida. El 
nuevo comisionado llegó en un bergantín desde la Asun- 
ción, con ánimo de socorrer á los colonos, pero halló que 
éstos tenían más deseos de abandonar el punto que de que- 
dar en él socorridos. Por lo tanto, recogió á su bordo á los 
extenuados pobladores y dió la vela para la Asunción, no 
sin sufrir en el viaje algunos contratiempos ocasionados por 
accidentes imprevistos, y ataqpes de las tribus que pobla- 
ban las orillas del tránsito. 

El fracaso de la fundación de San Juan, demosti’ó que 
los conquistadores estaban esquilmados después de tantas 
correrías, y sin ánimo para mantenerse donde no existiera 
esperanza de obtener riquezas inmetliatas. Paralelamente 



282 i.inRO II. — El. DEscunRi.MiEN'ro 

ii e«ta demostración de impotencia, se hacía cada vez 
más sensible la necesidad de aglonuTar recursos sobre las 
costas del Océano hasta la entrada del Río de la Plata, y 
en tal sentido, tanto Irala, (pie tres anos dcspiuís debía 
recibir su nomlmimienlo de Gobernador efectivo (1550), 
como otras personas inpmrtantes de la milicia y el clero, 
escribieron á la Corte, solicitando que iiromoviese un mo- 
vimiento de colonización no permitido con los reciu’sos 
disponibles del jiaís. Acertó la casualidad, que cuando es- 
tas ¡deas hacían camino, llegaran por distintos motivos á 
la Península diez y ocho ó veinte de los turbulento» con- 
(piistadorcs del Plata, entre ellos Jaime Resijuín, cuyas 
ambiciones se combinaban con la jiosesión de un buen pa- 
trimonio. 

Estimulado á emprender nuevo viaje al teatro de sus 
antiguas aventuras, se jiresentó Resquín solicitando la Go- 
bernación de los territorios conqirendidos desde la costa 
oceánica hasta Sanclí- SpirUuft. Ofrecía fundar cuatro pue- 
blos, el primero en el puerto llamado San Francisco; el 
segundo 30 leguas más arriba, hacia el Plata, (m el puerto 
de Mbiaza ó de los Patos (Santa (Catalina); el tercero en 
San Gabriel, y el cuarto en Sancti-Spiritus, llevando con- 
sigo, para formalizar diídias fundaciones, üOO hombres en 
su mayor parte casados. Se comprometía á establecer de 
su peculio, tres ingenios de azúcar, dos de ellos en San 
Francisco y el otro en Mbiaza, recibiendo por toda coope- 
ración oficial 12,000 ducados, y obligándose á pagar 5,000 
de multa, en caso de faltar á su contrato. 

Aceptó la Corte aquella sensata y ventajosa proposición, 
formalizando escritura con Resquín á 30 de Diciembre de 
1557. Para ampliar facilidades al postulante, no solamente 



LIBRO n. — EL DESCUBRIMIENTO 


283 


le concedía 200 leguas de costa, desde la boca del Río de 
la Plata, á contar de 31" al Sur continuando hacia la 
Equinoccial, sino que le autorizaba it ejercer jurisdicción 
sobre el pueblo de Guayra, apartándolo de la Gobernación 
del Paraguay si fuere necesario, para constituir este nuevo 
y poderoso distrito ( 1 ). Como la ayuda de costa que Res- 
quín pidiera no fuese bastante para completar el arma- 
mento, se le habilitó con 1000 quintales de galleta, 8 pie- 
zas de artillería y 4000 ducados de anticipo sobre su sueldo, 
permitiéndole alzar bandera de enganche y tocar tambor, 
cosa hasta entonces nunca vista para la recluta de expe- 
dicionarios con destino it Indias. 

Ayudado por tan amplias liberalidades, completó un ar- 
mamento considerable. Hízose á la vela en 14 de Marzo 
de 1559, con tres naves, tripuladas por més de GOO hom- 
bres, entre ellos 200 veteranos y porción de hidalgos. Iba 
por Maestre de Caraix), un joven caballero que no llegaba 
á los 20 años, D. Juan Gómez de Yillandrando, sobrino 
del conde de Ribagorze, y por Almirante de la escuadra 
D. Juan Boyl, valenciano testarudo y malo, cuya conducta 
contribuyó al ft’acaso de la expedición. Apiaias en marcha, 
disensiones de todo género dividieron íí los expediciona- 
rios. Resquín era opuesto á hacer escalas, pues confiaba en 
que el avituallamiento de la escuadra le jiermitiría un 
viaje directo; pero Boyl, que no había cuidado de nada, de- 
jando aglomerar encima de las provisiones luia ciuga des- 
medida, fué de los primeros en quejai-sc de que la mayor 
parte de las pipas de agua se habían abierto y las provi- 
siones de boca inutUizado. Llegaron de este modo á Cabo 


(1) Archivo de Indias, tomos iv y xxni. 



284 


LIBRO n. — EL DESCUBRIMIENTO 


Verde en 16 de Abril, donde estuvieron seis ó siete días 
proveyáidose de víveres frescos. De allí hicieron rumbo á 
la Equinoccial, poni<?ndose en 1 2 días á 3 grados de ella. 

Muy luego experimentaron grandes calmas en la Línea, 
y despuds las aguas empezaron á declinar hacia Santo Do- 
mingo, an-astrándoles en aquella dirección. A los diez y 
siete ó diez y ocho días, sopló el viento en sentido favo- 
rable á las corrientes, imponiéndoles una marcha de retro- 
ceso que desorientó á todos. Redoblaron las quejas de Boyl, 
quien con este motivo, insinuó el deseo de volverse atrás. Se 
creyó en un principio, que aquella insinuación fuese un des- 
ahogo de su ordinaria displicencia, pero las subsiguientes 
y repetidas protestas que hizo en igual sentido, mostraron 
que tenía re.solución de cumplir su amenaza. En efecto, al 
caer la noche del 20 de jNIayo, después de algunas manio- 
bras sospechosas, volvió la popa, abandonando á sus com- 
pañeros. Escasas de víveres y trabajadas por tiempos con- 
trarios, tuvieron también que volverse las otras naves, en- 
trando al puerto de Santo Domingo, el 17 de Julio de 1559. 

Esta abrumadora contrariedad fijó el porvenir del Uru- 
guay bajo la domiuacióu española. Abandonado el propó- 
sito de fundar establecimientos consistentes sobre las cos- 
tas atlánticas, todas las iniciativas se concretaron á devorar 
hombres y recursos para mantener e.xpedito el camino del 
Perú, volviendo así á la antigua preocupación de la codi- 
cia. La entrada al Río de la Plata, y mucho má.s, la zona 
atlántica que la precedía, estaban demasiado lejos del sitio 
ideal de los aventureros, para que éstos se comprometiesen 
en su población. El genio emprendedor de Carlos V vis- 
lumbró la necesidad de reaccionar contra ideas tan erró- 
neas, y de allí provinieron las facilidades otorgadas á Sa- 



LIBRO II. — EL DESCUBRIMIENTO 


285 


uabria y las instrucciones dadas á Irala ; pero la suerte fué 
contraria á sus disposiciones. Por último, el fracaso de 
Resquín completó la obra de nuestra mala fortuna. 

Si esto era así en lo tocante á la grande extensión que 
arrancando desde las afueras del Cabo de Santa María, iba 
hacia los 24®, sucedía lo propio en cuanto al tenitorio ubi- 
cado en sentido opuesto. Los conquistadores se daban hasta 
entonces por satisfechos con tener libre enti-ada á Ga- 
briel, comprendiendo bajo tal denominación la isla de ese 
nombre y el puerto de la Colonia, que les servía de punto 
de escala y aun de apostadero en muchas ocasiones. Así 
filó que los ti-es gobernantes sucesores de Irala nada hicie- 
ron por secundar la tentativa de aquól en las costas uru- 
guayas, bien sea porque su situación propia lo impidió, ó 
bien porque temieran exponerse sin fruto á un nuevo con- 
tratiempo. Solamente quince años despuós de la ruina de 
San Juan, propuso Ortiz de Zárate un proyecto serio 
para la conquista del Plata, obteniendo su aprobación de 
la Audiencia del Perú ; pero como la sanción definitiva 
dependía de la Corte, necesitó el postulante recabarla allí, 
empleando en ese trámite y los aprestos consiguientes desde 
1569 á 1572. 




LIBRO TERCERO 




LIBRO TERCERO 


LA CONQUISTA 


Lns clo8 tendencias de la Conquista.— Juan Ortiz de Zárate. — Su ambo 
al Uruguaj\ — Buen recibimiento de los cban'úa.s. — Sapicán. — Aten- 
tado contra Aba-aihubu. — Ruptura de hostilidades. — Batalla de 
San Gabriel.— Generosidad de los vence<lores. — Alonso de Onti- 
veros entre los cbarrúius. — Llegada de Melgarejo.- Retirada de los 
españoles. — Invasión de Garaj'. — Batalla de San Salvador. — Fun- 
dación del pueblo. — Efectos que produjo la victoria de Garay.— 
Crueldades de los vencidos. — Juan de Bairos entre los chanás.— 
Conducta de Zárate en San Salvador. — Suceso de Yamandú.- 
Conspiración de Trejo. — Partida de Zárate. — Hostilidades de los 
charrúas.- Abandono de San Salvador. — Períotlo de olvido en que 
se deja al U'uguay. — Su influencia en la reorganización de los in- 
dígenas. --Hernando Arias de Saavedra. — Entra con ejército.— 
Pavoro-so desastre que sufre. — Plan de conquista pacífica.— Crea- 
ción del Gobierno del Río de la Plata. — Política de Góngora con 
los indígenas. — Política de Céspedes.— Residtados de esa política. 
—Fundación de Santo Domingo de Soriano.- Riqueza pecuaria del 
Uruguay. — Su origen. — Idea que ella despertó en los conquista- 
dores. 


(1572 — 1024 ) 

El capitán Juan Ortiz de Zárate, caballero de la Orden 
de Santiago, á quien la Audiencia de Charcas había pro- 
visto Adelantado del Río de la Plata, remitiéndole á la 
Corte para la confirmación del empleo, era persona de ca- 



290 


LIBRO in. — LA CONQUISTA 


lidad y nidritos ( 1 ). Decidido á ocupar un puesto que sa- 
tisfacía sus ambiciones, se encaminó á la Península, afron- 
tando bastantes contrai’iedades. En el trápsito de Panamá 
á Cartagena, un corsario francés le apresó y despojó de 
cuanto llevaba. Esto hizo que llegara á dicho punto en el 
peor estado; pero como su posición y meilios pecimiarios 
eran conocidos, obtuvo allí recuraos para seguir ^^ajc á la 
Corte. 

Los costosos csftiei’zos hechos hasta entonces para esta- 
blecer el dominio español en el Plata y sus adyacencias, 
eran el resultado de dos corrientes de opinión sobre la me- 
jor forma de realizar ese empeño. Una de eUas, librando 
todo designio á la fuerza de las armas, había buscado la 
compensación inmediata de sus saciificios en la adquisición 
de aqueUa parte del suelo donde se hallaran criaderos me- 
tálicos, sin cuidarse de las dificultades de su hallazgo. La 
otra, habiendo abandonado tan erróneas ideas, pensaba que 
la solución del pioblema consistía en promover el cultivo 
de la tierra, poblando y colonizando sus trozos más apro- 
piados. Inoficioso sería decir, que la Corte prohijaba este 
último dictamen, como podían atestiguarlo sus contratos 
con Sanabria y Resquín, á quienes concedió cuantas facili- 
dades hubieron menester. 

Existiendo semejante disconformidad entre las aspii*a- 
cionevS de la Corte y la mayoría de los aventureros, á lo más 
que podía llegarse era á una transacción. Desde que el 
Tesoro regio careiaa de medios pai'a costear las expedicio- 
nes conquistadoras, toda imposición le estaba vedada. Un 


(1) Ccfi tas de Indias, N.® h\xxvii. — Archu'o de Indias, lomos xviti 
y XXIII. 



UBHO m. — LA. CONQUISTA 


291 


título de autoridad y una ayuda de costa, era cuanto la 
Corona podía ofrecer á los que exponían su propio caudal 
y vida en cambio de beneficios eventuales. Esta posición 
singular del Gobierno español frente á sus súbditos, ex- 
plica el giro caprichoso, muchas veces insensato, que iu- 
•forma las operaciones de loa conquistadores del Plata, y 
pone de manifiesto las dos tendencias en pugna que encu- 
brían sus capitulaciones con la Corte. 

Juan Oiliz de Zárate rejirescntaba el termino medio en- 
tre los dos extremos jiredichos. Sus aspiraciones de colo- 
nizador iiQ le llevalian tan lejos como á Sanabria y Res- 
quín, i>ero no le distanciaban como ii Mendoza y Alvar 
Núñez del ciütivo metódico de la tierra. Ofrecíase á gas- 
tar 20,000 ducados de oro en el sustento y población de las 
provincias del Plata, sin perjuicio de conducm en 4 naves, 
artilladas- .y provistas de su cuenta, 200 colonos poblado- 
res, los mós de ellos casados, y 300 hombres de guerra 
para proseguir la conquista. Obligábase asimismo á intro- 
ducir al país 4000 vacas de Castilla, igual iiíimero de ove- 
jas de la misma procedencia, 500 cabras y 300 caballos y 
yeguas. Se comprometía, por ultimo, á fundar dos pueblos, 
el primero á la entrada del Plata, en San Gabriel ó Bue- 
nos Aire.s, y el segundo entre la Asunción y la ciudad de 
la Plata (Chuquisaca), para mantener por ese lado las co- 
municaciones políticas y comerciales. 

Fué aceptada la oferta en 10 de Julio de 1560, bajo 
las sigideutes cláusulas remuneratorias: 1." se concedía á 
Zarate la gobernación del Río de la Plata, con todo lo des- 
cubierto y por descubrirse, durante su rida y la de im 
hijo, ú otra persona que designase en caso de no tener lii- 
jos á su muerte; 2." su casa y mayorazgo, así como la de 



292 


LIBRO lU. — LA CONQUISTA 


SUS herederos y sucesores, go/aríaii jierpetua mente del tí- 
tulo de Adelantado; .‘1." se Ies facultaba para repartir y 
encomendar [>or sí d sus tenientes, todos los indígenas 
y encomiendas vacantes 6 cjuc vacaren en el territorio de 
su mando; 4." se le hacía merced jiara sí y su sucesor, del 
Alguacilazgo Mayor del Río de la Plata, con cargo de nom- 
hrar los alguaciles mayores de todos los j^ueblos y ciuda- 
des fundados ó cpic cu adelante se fundasen, y removerlos 
ó destituirlos cuando lo creyere conveniente'; 5." se le fa- 
cultaba para construir 3 fortalezas de jiiedra, cu)'0 go- 
bierno tendrían durante la vida, 6 \ y su heredero, con 
sueldo de lo0,000 maravedís anuales cada una, desconta- 
bles de los IVulos de la tierra; 0." s(> le autorizaba jiara se- 
ííalarsc en jirojiiedad un repartimiento de indígenas, con 
cargo de podíalo trasmitir igualmente á su legatario, y fa- 
cultad de mejorarlo cambiándolo [)or otro repartimiento 
más j)roduclivo; 7.' s(> le concedía autoridad para rejiartir 
y dar tierras ó solai*(‘s, caballerías, estancias y otros sitios 
á todos sus hijos legítimos y naturales, así en las zonas 
pobladas como en las que pudieran poblarse de futuro; y 
(]ue pudiera juntar á los indígenas ([ue se le daban en el 
Plata los que ya tenía en el Perá, y rejmrt irlos cntiv^ sus 
liijos naturales 6 legítimos ii tiempo de dejar la vida, dbm- 
plementiibansc estas concesiones con algunas otras, tales 
como excepción de derechos y contribuciones en ciertos 
casos, importación para su servicio de 100 esclavos de 
Portugal y jiroinesa de atenderle en el pedido de 20,000 
indígenas tributarios y título de ^larquós luego que con- 
cluyera la conquista. 

Si el (ioutrato satisfacía las asjnraciones del Adelan- 
tado, no dejaba de establecer las vistas del Gobierno, res- 



LIBRO m. — LA CONQUISTA 


293 


pecto á la conquista y población de estos dominios. Decía 
Felipe II en una de sus dáusulas: <' O.s hacemos merced 
de la Gobernación dcl Río de la Plata, así de lo que al 
presente estíí descubierto y poblado, como de todo lo demás 
que de aquí adelante descu brieredes y poblaredes, ansí en las 
Provincias del Paraguay y Panuiá, como en las demás Pro- 
vincias comarcanas, ansí por la costa dcl mar del Korte 
como por la del Sur, con el distrito y demarcación que 
S. M. el Kmi>erador mi Señor, (pie haya gloria, la dió y 
concedió hl Gobernador 1). IVdro do Mí'ndoza, y despuás 
d(?l á Alvav Nóñ(‘z C'abcza de Yaca, y á Domingo de Irala >. 
Y en coníirmación del deseo de ver poblada en su ma- 
yor latitud, desde el Atlántico al Pacífico, la enorme zona 
comprendida entonces bajo el nombre de provincias del 
Plata, agregaba el Rey más adelante: « Fundarais y liareis 
fundar en el dicho distrito otros cuatro pueblos do espafioh^s 
en las partes y lugares que os parezca y vieredes más con- 
venientes, con la gente necesaria en cada uno, así para que 
los natimdes de la dicha tierra est(?n con más sujeción y 
quietud, como para la sustentación y comercio de los espa- 
fSoles, y que asimismo par(^ci(?ndoos ser necesario fundar 
más pueblos para mayor tpiietud de la dicha tierra y que 
Nos seamos mejor servido y nuestra Corona Real acrecen- 
tada, los fundaróis, » etc. 

Los jircparativos del armamento duraron casi tres años, 
á contar del día en que se firmó el contrato hasta aquel 
en que la expedición pudo hacerse á la vela. Záratc ex- 
cedió su compromiso en el apresto del cuerpo expedicio- 
nario. En vez de 500 hombres, aiiroutó 000, con los per- 
ti’echos, artillería y ^^veres necesarios, siendo seis en vez 
de cuatro las naves que formaban la flota. Llevaba consigo 



294 


LIBRO lU. — lA CONQUISTA 


21 religiosos franciscanos, muchos matrimonios de colo- 
nos y diversos peritos en varios oficios ( 1 ). El ai*cediano 
Centenera, futuro autor de La Argentina, y muy des- 
afecto al Adelantado, iba por capelhüi de esta expedición. 

Partió Ziírate de San Líícar, en 17 de Octubre de 1572. 
Experimentó vientos contrarios hasta llegar á la Línea, en 
cuya altura ai-reció el tiempo, y se le murió alguna gente. 
La menor de las naves fué desviada del resto do la flota, 
tocaudo en San Vicente del Brasil, donde saltaron sus tri- 
pulantes y comunicaron con Rui Díaz Melgarejo dándole 
noticias de Zarate, sin presentir el serNÓcio que se presta- 
ban á sí mismos y al Adelantado con motivo de este in- 
cidente casual. Entre tanto Zárate, siguiendo su nave- 
gación, a vistió tierra en 21 do Marzo de 1573, pero no 
tomó puerto en su costa, antes prefirió seguir viaje, 
liasta (pie en 3 de Abril ancló cu la playa y puerto lla- 
mado de Don Rodrigo. Un furioso pampero desafeiTán- 
dole de improviso, le impelió á la mar, para mantenerle 
sin rumbo durante tres días, hasta dar en una bahía, donde 
cierto anciano jefe do tribu se brindó á guiarle. Aceptada 
la oferta, navegó con rumbo fijo hasta llegar á Santa Ca- 
talina. 

Desembarcada la gente en esta isla, hízose notable desde 
luego la falta de nveres en que se hallaban. Quiso el Ade- 
lantado remediar el mal, y reembarcándose con 80 hom- 
bres escogidos, enderezó liacia el puerto de Mbiaza dejando 
por su lugarteniente al eapitán Pablo de Santiago, que tan 


(1) Viceafe G. Quesnda, La ralayonin y los ticnas australes; 
cap I. — Fray Juan de Kivadeucyrn, lldación de las Provincias del 
Rio de la Plata (Rev de la Bib <le B. A., tomo iii). 



LIBRO m. — LA CONQUISTA 295 

adversa suerte había de encontrai- más tarde eu tierras 
uruguayas. Santiago era^ á lo que parece, un oficial intra- 
table y duro, así es que apenas se pronunció alguna deser- 
ción entre sus gentes con motivo del hambre, castigó con 
la ííltima pena á aquellos desertores que se presentaban 
aiTepentidos, ó se dejaban capturar acosados ix>r la nece- 
sidad. 

Por fin volvió el Adelantado con vívere.s, y dió órdenes 
para aprestarse á partir. Hizo recuento de sus gentes, dejó 
en la isla íí los qié no tenían armas, il los impedidos por 
enfermedades y a las mujeres, y embarcándose con el resto, 
dió la vela' para el Río de la Plata á jirincipios de Octubre 
del mismo año. Perseguido siempre por tempestades y 
y)«ntos contrarios, arribó al promediar Noviembre á San 
(jabriel, en cuyo puerto una nueva borrasca le desmanteló 
la nave capitana, arrojándola á la playa de la costa fii-me, 
en donde sirvió de fortín provisorio á sus desvalidos sol- 
dados. Pensó entonces que la tierra firme era el sitio más 
conveniente para fundar una de las poblaciones á que le 
obligaba su contrata, y dispuso se principiasen á hacer las 
chozas ó casas de paja del nuevo establecimiento, al abrigo 
del barco volcado y de un fuertecillo de estacas que cons- 
tituían la úuica defensa de la naciente ciudad de San 
Gabriel. 

Luego que los chan*íias conocici’on el arribo de tantos 
extranjeros al país, se aproximaron con el fin de aseso- 
rai*se de su núineiD y hacerles la hospitalidad agi-adable. 
Calcidando que la necesidad inmediata y más apremiante 
en el campo español sería la escasez de víveres, dióronse 
prísa á subvenirla, y obsequiaron á los recién llegados con 
gi'ande cantidad de venados, avestruces y sábalos, que ei-a 



296 


UBRO lU. — LA CONQUISTA 


lo que constituía su alimento ordinario ( 1 ). Esta obse- 
quiosidad continuó sin alarde alguno, y como proveniente 
del que dueño del país adonde llega el náufrago, atiende 
ante todo á remediarle de lo que carece. Los e.spañoles se 
mostraron sumamente agradecidos y contentos de la recep- 
ción que se les hacía, y aun les pareció en los primeros 
instantes (pie superalja á todo cuanto podían esperar, des- 
pués de las repetidas calamidades á que se vieran exjiiics- 
tos. Para})etados de noche tras de sus fortiíicaciones, sa- 
lían de día á correr el canqio sin encontrar obstáculo ni 
animadversión ostensible de parte de los natimdes. 

Noticiáronse de allí á poco l(js conquistadores, que entre 
los naturales había gi'ande acatamiento por Sapieán, caudillo 
á quien se profesaba en todos los ámbitos del ]>aís verda- 
dero y entusiasta afecto. Era 8a[»icán un anciano en quien 
el peso de los años no había enfriado todavía la virilidad 
del corazón: amado de los suyos, temido de los enemigos 
y considerado de los aliados, extendía su dominio .sobre 
cuanto le rodeaba, porque á par de valeroso y fuerte, era 
orgulloso en cuanto sus sobresal iiMites calidades se lo jier- 
mitían (2). Prestigiado por estos antecedentes, dependía 
de él, hasta cierto limito, la dirección militar y política de 
los negocios, y aunque más tarde le veremos consultar la 
opinión pfiblica para el mejor acierto de las decisiones (pie 
intentaba poner en práctica, es innegable que ellas eshiban 
sancionadas de antemano por la voluntad de los suyos, 


(1) Centenera, Ln AnjcnUnfi; enntoM ix y x.— Lozano, Historia de 
la Cominislit, etc; tomo ni, eap vi. 

(2) Centencm, La Anjmtimt; canto xi.-- Lozano, Historia de la 
Conquista, ele; tomo iii, cap vn. — (i nevara, Historia dcl Paragnay, 
etc; libro u, § xi. 



LIBRO III. — I.A CONQUISTA 


297 


quienes veían en el ^^ejo caudillo su general invencible. 
Lai’ganiente experimentado en los negocios de la Conquista, 
con los cuales tuvo roce desde su primera mocedad, vin- 
culaba íí las prendas personales de su caiiicter, la expe- 
riencia de los sucesos cuyo desarrollo había presenciado 
desde el comienzo de las primeras invasiones españolas. 

Había aconsejado Sapicíín moderación y })rudencia para 
con los extranjeros que posaban en territorio urugua}'0, pero 
la susceptibilidad de Zarate y el tc'inperamento habitual- 
mente p?v<^ativo tle los españoles, rompieron la cordia- 
lidad existente. Un suceso insignifWíantc dio lugar á que 
los ílninio^se exasperasen hasta el delirio. Valiéndose de 
la ])ninera canoa que hubo á la mano, desertó un marinero 
español, y atracando lí la costa }>enetró en campo charrúa. 
Desde que existía buena relación entre ambas parcialida- 
des, nada se le (hjo al nuevo huéspeil, porque también 
era precepto de aquellos indígenas no oponerse nunca á 
las gentes que iban de paz á sus tierras, según se ha dicho 
ya y tendrá ocasión de coinprobarsí* muchas veces. Los es- 
pañoles, sin embargo, elevaron el asunto á la categoría de 
una ofensa: montó en cólera el Adiáantado y siguieron su 
ejemplo los que le rodeaban, de suerte (jue ya no se pensó 
en el campo de Zarate otra cosa (jue tomar la revancha. 
Es evidente que á haber tenido mayor conocimiento de 
los hombres y las circunstancias. Zarate y los suyos se 
habrían dado cuenta de que los charrúas, en su condi- 
ción Jiberal de vida, no formaban idea de lo que impor- 
tase una deserción; ni podía creerse que fuesen capaces 
de provocarla, cuando salía fuera del interés de su polí- 
tica en aquellos momentos buscar disidencias con los es- 
pañoles. Mas nada de esto fué ¡lensado, pues en el acto 



298 


LIBRO nr. — LA. CONQUISTA 


se (lió orden de tomar la represalia aprehendiendo cual- 
quiera de los muchos indígenas que vagaban por aquellas 
vecindades. 

Si la orden fuó dada con impremeditación, su cumpli- 
miento se efectuó con rapidez. Ardían loa espafíoles en de- 
seos de vengarse, y se echaron á buscar un individuo á 
quien aprehender para convertirle en objeto de sus iras. 
Quiso la suerte designar á Aba-aihuba, joven sobrino de Sa- 
pican, el cual finí aprehendido cu una correría y conducido 
al campo español con todo el aparato de un cautivo de 
guemi. Así que el viejo caudillo de los chanmas supo la 
aprehensión de su sobrino, á quien idolatraba con paternal 
afecto, sintió la mayor angustia y lo participó á sus ami- 
gos, sin que ellos pudieran darse cuenta del motivo que 
originaba tan inusitado atropello. Difundióse la noticia de 
esta prisión entre los demás hidígena.s, cuyo compañerismo 
con Aba-aihuba era muy estrecho, y fueron muchos los 
reclamos que se presentaron á Sapicán para inducirle á re- 
cobrar la libertad del prisionero. 

Veinte charríías comparecieron al camix) de Zárate para 
pechrla; pero el Adelantado, menospreciando la sóplica, se 
negó rotundamente á satisfacer tan justos deseos, rema- 
tando las arbitrariedades con poner en prisión al indio gua- 
raní, que, como más experto en la lengua española, ser- 
^^a de intórprete á los comisionados. Consideróse entre los 
charríías el hecho como una nueva ofensa añaiUda á las 
anteriores, así es que les produjo gi’ande indignación. Con- 
tuviéronse á pesar de todo, y aunque resueltos á vengai’se, 
tantearon la vía de las negociaciones para rescatar á su 
conciudadano. Pasó Sapicán jxírsonalmeiite al real del 
Adelantado, y reprimiendo su cólera, expuso la injusticia 



LIBRO III. — LuV CONQUISTA 


299 


qiio se hacía con sy sobrino y solicitó fuera puesto en 
libertad, acoinpañaáclo la súplica con gran aditamento de 
provisiones traídas consigo. P^strei'liado 'bntre lo.s inoti- 
vos políticos y la necesidad del comestible, convocó Za- 
rate junta de capitanes, y después de oir las ojiiiiioncs en 
pro y cu contra de la libertad del indígena, resolvió díír- 
sela á condición de que le devolvieran su castellano de.ser- 
tor y la canoa ptítdida. Ilepugnaba lí los charrúas aquel 
atentado contra la hospitalidad pacífica de ([uc eran tan 
pródigos, pero al fin cedieron, enviando en busca del de- 
sertor, que fue entregado ¿unto con la canoa, cuya perdida 
lamentaba singularmente el jefe esi)aíiol. Cumpliila por 
ambas partes la capitulación, marcháronse los parlamen- 
tarios, contentos con tener entre los suyos á Aba-aihuba, 
pero coléricos de la ofensa inferida y jurando vengai’se. 

Inmediatamente se reimieron las habituales asambleas 
de guen’eros, optando ixir romper hostilidades conti-a el 
invasor. Fué designado Sapicán por generid en jefe, y á 
sus órdenes se pusieron los caudillos de más brío, cuyos 
nombres debían quedar vinculados á esta sangi’ienta epo- 
peya. Investido con la efectividad de un mando que mo- 
ralniente ejercía, Sapicán meditaba planes de mucho alcance. 
Era su idea, cortar las comunicaciones de Záratc con los 
c.spañoles déla Asunción y Santa-Fc utilizando á ese efecto 
las fuei-zas de los demás indígenas vecinos, íl quienes de- 
seaba proponer una alianza. 

Para reidizar su bien meditado proyecto, tuvo vistas con 
Yamandú, caudillo isleño del Paraná, quien comprendió 
perfectamente la idea del charrúa y se prestó á secundarla. 
Convinieron ambos, pues, (pie Yamandú se presentase á 
los españoles de Zámte con la oferta de .servirles de co- 

Dom. Eap. — l. 21. 



300 


LIBRO lU. — LA CONQUISTA 


rreopani notiiíiai* cuanto sucediese it las gentes de Juan de 
Garay, que poblaban la ciudad de Santa-Fe en esos mo- 
mentos. Bajo el resguardo de esta comisión, Yamandíi de- 
bía comunicar de paso lí Terú, caudillo de las islas del 
Río de la Plata, las ideas de Hapicán, convidándole á al- 
zarse contra Garay, para imposibilitarle de socorrer al 
Adelantado ( l ). Corría de la discreiáón de Yainandii, el 
detener ó entregar la correspondencia que Zi1rat(! le con- 
fiase, segón la oportunidad le pareciese conveniente, agui- 
joneando siempre lí Teríí para que pusiese en contusión 
á los españoles de Garay con un rápido y atrevido al- 
zamiento. La diligencia del enviado acreditó luego su dis- 
creción así como la suspicacia del individuo á quien .se 
dirigía: Teríi se alzó en armas contra los esj)anoles y Ga- 
ray se encontró sitiado en Santa -Fe, reducido al espa- 
cio que ocupaba, y obligado á poner en contribución las 
dotes sobresalientes de un valor á prueba de contrarie- 
dades. 

l)e.sembarazado de las princii)ales atenciones, y habiendo 
tomado aquellas medidas que la prudencia aconsejaba, 
pudo Sapicán comenzar sus hostilidades en grande escala. 
Preveía que la escasez de víveres obligaría á los espa- 
ñoles á alejarse de su campamento fortificado, y esperaba 
batirles entonces con ventaja. No se equivocó en sus cálcu- 
los: 40 e.spañoles, empujados por la necesidad, abandona- 
ron las trincheras de San Gabriel y se internaron á fo- 
mijear tierra adentro. Sapicán, que les e.speraba, salió de 
improviso al llano, y ordenando á los suyos una evolución 


(1) Centenern, La Arycntiiia: cantos xi y xn. — Ix)zano, Historia 
de la Coruja isla, etc; loe cit. 



LIBRO III. — LA CONQUISTA 301 

militar ;^iie cercó completamente al enemigo, comenzó la 
batalla. Los españoles se defendieron cuanto les fue po.si- 
ble, pero fueron exterminados á flechazos y pedradas. Sólo 
escaparon con vida dos inibviduos, fiando su salvación á 
la fuga en el comienzo do la pelea, y Cristóbal de Alta- 
mirano, noble extremeño que resultó prisionero. 

Avisado Zarate jior los dos fugitivos, ordenó jirouta- 
mente que saliese en socorro de los que perecían el capi- 
tón Pablo de Santiago con 12 soldados, mientras se pre- 
imraba ii seguirle el sargento mayor ^lartín Pinedo con 
50. Incorporados ambos destacamento.-?, apresuraron su 
nnu’clia sobre los indígi'nas hasta llegar á ellos; [tero el ca- 
pitón Santiago, ateiTiindose repentinamente al ver el camjx) 
de batalla cubierto de cadáveres españoles, convidó á Pi- 
nedo á desistú* del combate por no considerar las fuerzas 
de ambos suficientes á resistir el eminije de los contnu*ios. 
Enojado el primero, detractó á Stffitiago, llamándole co- 
bai'de, y ya sacaban las espadas para desfogar la ira, cuando 
el cjórcito charrúa avanzó sobre ellos, haciendo resonar 
en el aire sus roncas trompas y bocinas, y su habitual 
grito de guerra. 

Abandonaron entonces los dos oficiales su pendencia 
para atender á la salvación común: Pinedo corrió á los su- 
yos que comenzaban á huir, pero le atropellaron, y per- 
.seguido por Caytúa se arrojó al río, donde también se 
arrojó el incbo, matándole. Santiago con seis camaradas 
liizo rostro al enemigo y comenzó á batirse intréiiidamente. 
Quedaba la batalla empeñada en todos los puntos que cu- 
brían las fuerzas de ambos contendientes y era necesario 
que Ids indígenas acudiesen á todas partes con el mismo 
vigor, porque en todas partes al rehacerse los españoles á 



302 LIBRO m. — LA CONQUISTA 

la voz (le sus j(*fcs, combatían con el mismo abín. Taliolní 
avanzó con su escuadrón sobre el «^rupo de Santiago, en 
tanto que Sapicán, Aba-ailiulia y los deiniís caudillos da- 
ban alcance á los otros grupos, que ora huyendo, ora ha- 
ciendo frente, recibían y ocasionaban la muerte. Se vió 
entonces hasta que punto eran inveterados los odios civi- 
les entre los españoles, pues en el grupo que hacía ft’entc 
á Tabobá, im soldado llamado Benito, después de haber pe- 
leado denodadamente y creyendo que nada le restaba que 
hacer antes de imirir sinó vengarse de las ofensas recibi- 
das de sus conqiañeros, volvió sus armas contra el capitán 
Santiago, y á nombre de un antiguo resiMiti miento (pie ha- 
bía jurado vengar, le dió la muert(\ Indignado el charrúa 
Yaci de aquella ac(áón innoble, atravesó á Benito de un 
flechazo. 

El combate prosiguió reñido como había comenzado: 
los indígenas se apresuraban á saborear el placer de una 
victoria largo tienqio esperada. Decidióse al fin la batalla 
por ellos, perdiendo los españoles 100 soldados y varios 
oficiales. Pero antes de concluirse la acción vieron con ex- 
ti-añeza cpie, sañudo en medio de su silencio y con un brazo 
de menos, combatía un español contra los enemigos que 
tenía al frente. Llamábase aquel hombre Domingo Lares, 
noble de nacimiento y muy amado de sus camaradas por 
las prendas que adornaban su alma generosa. Sintieron 
los indígenas á la vista de tan gloriosa desventura, la in- 
fluencia que ejerce todo designio esforzado sobre los espí- 
ritus que aquilatan igual temple, y se levantó por el campo 
un grito de admiración, verdadero tributo de agasajo con 
que el patriotismo vencedor saludaba á la intrepidez vencida. 
Agrupái'onse en derredor del bravo que así sostenía el ho- 



UHUO III. — CONQUISTA 303 

ñor de las armas castellanas, y por un movimiento nminime 
se arrojaron sobre él, llevándole en triimfo á sus chozas, 
donde filé asistido y cuidado á par de los amigos más 
fieles (1). , 

Concluida la batalla de San Gabriel, el ánimo de Zá- 
rate cpiedó completamente quebrantado en presencia del 
contraste (juc habían sufrido sus armas. Reunió los pocos 
oficiales que sobrevivían, y después de cambiar ideas con 
ellos, dcterniinó replegarse á la isla, de donde en mala hora 
habían sahdo. Por su parte los veiieedores insistían para con 
su general en la necesidad de concluir inmediatamente con 
los castellanos antes ile que éstos pusiera^^río por medio; 
pero Sapicán calmó el ardor de sus subalternos, especial- 
mente Chelipó y Aletilión, intrépidos hermanos que se 
ofrecían á borrar de la tierra en aquel día el nombre espa- 
ñol. De mal. ojo vieron los indígenas, sin embargo, la reti- 
rada de los españoles, y á no haber sido por la autoridad 
de su caudillo, hubieran vuelto á emprender batalla luego. 
Pero Sapicán les hizo presente en la junta de guerra, donde 
los principales se habían reunido para inducirle al com- 
bate, que las circunstancias uo eran favorables á una nueva 
batalla, pues á más de la fatiga que agobiaba á las tropas 
con motivo de la doble jornada á que habían conciu-rido, 
tenía él por su parte nuevos planes en combinación, de 
que les baria partícipes luego que los madurase. Retirá- 
ronse los iKíticionarios confiando en la sagacidad de su ge- 
neral, y ipiedó suspendida la acción armada para dar lugar 
á los movimientos de la estrategia. 

(1) Cenlcnern, La Aryenlina; loe dt,— Lozano, Historia de la Con- 
quista, etc; loe cit. 



301 LIBRO ni. — LA CONQUISTA 

Muy (liferonte. ajiarecín por cierto el aspecto de cada uno 
de loH campos rivales, pues mientras cu el de los indígenas 
todo era animación y entusiasmo, en el de Zíírate todo se 
volvían apuros y tío'roi'cs. La escasez de vívei’es y la per- 
dida de cien soldados y algunos oficiales, unida ii la mala 
opinión (]ue el Adelantado tenía entre los suyos, tornaban 
tan oscuro el semblante de las cosas, que bien pronto co- 
menzó entre los conquistadores á hacerse sentir la deses- 
jieración. Aturdido entre tantas hístimas, no atinaba Zilrate 
á ponerles remedio eficaz, y dejándose llevar por su na- 
tural indolente, vacilaba entre el deseo de abandonar el te- 
rreno y el de esperar auxilios que tal vez podrían propor- 
cionársele de alguna parte. Como si Sapicián coligiese la 
intención de su contrario, tra.sladó el campamento á las 
proximidades de la isla, para estar más cerca de los espa- 
ñoles e impedir cualquiera tentativa de fuga; meditaba al 
mismo tiempo ima empresa marítima de consideración, 
complemento del plan destinado á dar fin con los españo- 
les. Esta noticia se supo por seis soldados expedicionarios 
que se evadieron del campo vencedor, llevando á Zárate 
relación de lo que allí pasaba, y anunciando que aun que- 
daban otros treinta españoles prisioneros, á todos los cua- 
les se les había ofrecido franco trato si seiTÍan bien, pues 
no era costumbre de los indígenas matar hombres rendi- 
dos ( 1 ). 

Corríendo los sucesos á tan rápida solución, llegó en 
este ínterin al campo esiiañol Yaniandó, que seguía el hilo 
de la treta anticipadamente convenida con Sapicán, pre- 
sentándose al Adelantado, para ofrecerle sus servicios y 


(1) Centenern, La Jrgcnlina; canto xi. 



UUKO III. — l.A CONíJUISTA 


305 


especialmente la coiulueta de cartas al real de Garay. Muy 
alhorozado Zárate de esta oportunidad, que le parecía depa- 
rada por la fortima para pouerle cu correspondencia con su 
teniente, acogió afablemente it Yamandíi dtindose prísa en 
comunicar íí Garay la angustiosa situación de que era víc- 
tima y la posibilidad de que los indígenas uruguayos le 
exterminasen á ól y á sus gentes, si un pronto socorro no 
venía en salvación de todos. Acababa Zarate de confiar al 
papel sus ansiedades, desiiaehando lí Yamandíi, cuando los 
charrúas cubrieron la playa y comenzaron á insultar á los 
españoles, arrojándoles piedras y mofándose de la mclin- 
(b’osa circunspección conque ganaban sus naves (1). Un 
indio más osado ó más presuroso de batirse, que sus com- 
pañeros, adelantándose con el agua á la cintura hasta la 
nave donde estaba el mismo Zárate, llegó á distancia sufi- 
ciente para ser oído, y desalió con tono arrogante al e.spañol 
que deseara combatir, añaiUendo no hacerle mella la cUfe- 
rencia de las armas ni la ventaja de las ropas, siempre que 
fuera el más valiente de lodos quien aceptase el reto. Los 
e.spañoles, (pie por las señas y acíáones del perorante, en- 
tendían bien lo que decía, no contestaron nada en el pri- 
mer momento; mas al insistir aquel en su caballeres(ía pre- 
tensión, le dieron por toda respuesta un balazo traidor, que 
cortó la voz y la existencia del que pensando hallar igual 
hidalguía á la suya en el corazón de los contrarios, sólo 
encontró perfidia indigna de su pregonada gt^nerosidad. 

Al ruido del incidente, algunos grupos de indios que an- 
daban emboscados por los alrededores de la costa, salieron 

(1) Centenorn, La Anje.nÜna; loe cil. — Lozano, Historia cíela Con- 
quista, etc; loe cit. 



306 


LIBRO III. — LA CONQUISTA 


á la playa para vengar á su compafíero. Pero como sus 
armas aiTojadizas no alcanzaran hasta la nave del Adelan- 
tado, acometieron el fuertecillo y las chozas de tierra for- 
madas por los csi)anoles. Con saña persistente destruyeron 
cuanto les fue [losihle, rompiendo las paredes del fuerte y 
abatiéndolo todo entre grande vocerío. Después recorrían 
la playa en tumulto, como provocando combate; y así estu- 
vieron largo tieínpo á vista de los cristianos. Mas no era 
el ánimo de éstos emprender batalla, y nada respondieron, 
con lo cual concluyó por sosegarse el campo, yéndose los 
indígenas para aparecer al siguiente día siempre en aire 
de combate. 

De esta manera transcurrió el tiempo, sin más novedad 
de bulto (pie una muy singular. Alonso de Ontiveros es- 
taba preso á bordo por orden de Zárate á causa de su ac- 
tiva particijiaciiHi en uno de los muchos motines fragua- 
dos en Santa Catalina por los expedicionarios. Habíanle 
quitado los grillos en atención á la gravedad del ^leligi-o que 
todos corrían y también por los muchos ruegos que se in- 
terpusieron en su favor; pero él devoraba en silencio la 
afrenta, ideando al mismo tiempo un plan de escapar á 
otra nueva. Una noche, mientras los centinelas se entrega- 
ban con mayor idiinco á la vigilancia exterior, deslizóse 
Ontiveros del navio donde moraba, y se encaminó al campo 
charrúa pidiendo ser acogido enti’e los indígenas. Recibié- 
ronle éstos con muestras de benevolencia fraternal, ador- 
nándole con las plumas y armas que usaban en la guerra (1). 
Grande fué la soiqiresa de los españoles al enconti’arse 


(1) CViiU'iiern, La Anjcnlina; loe dt. — I^ozano, Historia de la Con- 
quista, etc; loe eit. 



unuo m. — LA CONMJUI.STA 


307 


al siguiontc día con su conciudadano al frente, voceán- 
dose con ellos, y ostentando la protección que le dispen- 
saba el enemigo ; por manera que aquello sirvió de con- 
goja á los que tristemente acosados por tantas miserias, 
comenzaban á pi’csenciar la inaiulita deserción do los suyos. 
Y ya que no ha de volverse á hablar más deOntiveros en 
este relato, digamos para historiar por completo su singular 
aventura, que militó entre los charrúas algún tiempo, y pa- 
rece que al concluirse esta campaña volvió á los suyos, 
arrepintiéndose tle un hecho á que le había forzado la 
excesiva severidad de Zárate. 

Mientras Sapicán a[)uraba de esta suerte á los españoles 
pudiendo contar como segura una victoria decisiva, la es- 
trella d(d Adelantado le preparaba trances que pronto iban 
á sacarle airoso. Había arribado á San Vicente en el 
Ih'asil, como ya queda dicho, el cai)itán Rui Díaz Mel- 
garejo, andariego de costumbre, desobediente y porfiado, 
que al frente de un grupo de aventureros corría la tierra, 
fundando poblaciones donde mejor le parecía. Enbuiecido 
en el duro oficio militar, era Melgarejo un soldado e.x- 
perto, acostumbrado á todos los rigores de su profesión y 
muy capaz de vencerlos con fortuna. Supo por las tristes 
señales que encontró en el camino y de boca de los reza- 
gados de Zái-ate, las desventuras de la expetlición, propo- 
niéndose desde luego socorrerla. Con este designio, tomó 
el camino del Uruguay, unas veces por tierra, y otras em- 
barcado, llegando por fin al destino donde Zárate sopor- 
taba las últimas amarguras de su .situación. El júbilo que 
causó entre las tropas del Adelanta<lo este refuerzo en el 
cual venían hasta mujeres y niños, fue inmenso: atribu- 
yeron los sitiados lie San Gabriel designio providencial á 



308 


LIÜIIO III. — I.A CONQUISTA 


aquel socorro, y desliaciiíiKlose en demostraciones y llan- 
tos, recobraron el ánimo perdido y se consideraron salvos 
de lina muerte á qne les entregaba sin réjilica sn situa- 
ción calamitosa. Para Zarate fnó este refuerzo sn com- 
pleta salvación, no sólo por las pronsiones de boca y gue- 
rra con que se hacía sensible, sinó porque el talento mi- 
litar de Melgarejo venía á dar á sus maniobras el ner- 
^^o y la estrategia do qne habían menester. 

Luego qne Alelgarejo jnido abarcar toda la extensión 
del peligro, comprendió que había llegado el momento de 
adoptar serias medidas para conjurarlo. Hubo junta de 
oficiales, y el viejo capitán expuso en ella con claridad la 
mala situación en que estaban los con(|UÍstadores. Bu pa- 
labra llevó el coiivencimiento á todos los ánimos, convinién- 
dos(í en la necesidad de una nueva retirada, que debía ha- 
cerse á la isla de ^lartíii García, donde estarían menos 
expuestas las tropas á la inquieta hostilidad de Sapicán : 
pásose en ejecución lo acordado, y partieron las naves 
para su destino. Llegailos allí. Melgarejo tripuló la cara- 
bela y el bergantín con algunos soldados, y sirvióndose de 
un indio que había traído prisionero, le llevó consigo como 
baqueano para obtener provisiones en los buhíos ó chozas 
de las islas cercanas. Las recorrieron con felicidad, encon- 
trando en ellas no sólo víveres, sinó también algunos es- 
pañoles prisioneros que se curaban de sus heridas, á los 
cuales rescataron, contándose entre los recuperados el cé- 
lebre Domingo Lares, ijue tan bravamente se había batido 
en la óltiina campaña. 

Entreteniéndose Melgarejo’ el menor tiempo que le fué 
dable en esta exjicdición, trató de volverse á Martín Gar- 
cía, donde calculaba que la necesidad debía hacerse sentir. 



LIBRO m. — LA CONQUISTA 


309 


y lio anduvo desacertado al presumirlo, porque las gentes 
de Zarate sin poder abrirse campo á ningún viento, esta- 
llan reducidas á los dos liarquieliuelos en que moialian, 
sirviéndolas más bien de cárcel que de refugio aquellas 
malas viviendas. Nuevo regocijo causo esta segunda incor- 
poración de Melgarejo, trayendo el alimento material (pie 
faltaba y el concurso moral de tan bravos compañeros res- 
catados, que, aunque dolientes, é inútiles por el momento 
para entrar en acción, eran ajitos para levantar el animo 
de los esjiafioli's á causa de lo ines[)(*rado del hallazgo y 
del contingente moral de su ruidosa fama. 

Sin embargo, la situación del Acbdantado no presen- 
taba el aspecto favorable que habían beebo concebh* las 
primeras esjieranzus. Yamandú, aprovechando la ausen- 
cia de Melgarejo, había intinitado realizar una empresa ma- 
rítima convenida con los charrúas, causándole á Zarate 
no ¡loca iiKpiietud. Á pi’ctexto de proveerle de víveres, se 
ajiroximó á las naves con once canoas, colocándose en 
posición, que denunciaba claramente propósitos de hos- 
tilidad. Tomadas las precauciones del caso contra el in- 
dio, óste, que pronto las advirtió, hizo como que no las 
notaba, empezando á regalar las provisiones que tenía 
y retirándose despuós con promesa de traer más. Rídatado 
el hecho á Melgarejo, fiu!^ de parecer que era de mal au- 
gurio, porque coligado contra ellos Yamandú, no tenían 
probabilidades de salvación á no venirles socorro del ex- 
terior. Para conseguirlo, propuso ir en busca de Garay, 
único capitán que podía ayudarles á salir con bien del 
apuro. Partió, pues, y explorando las costas vecinas con 
la acti\údad que le era ingénita, obtuvo noticias de aquel 
capitán y de los inconvenientes con que luchaba. 



310 


LIBRO 111. — LA CONQUISTA 


Ganiy venía en camino con nna flotilla naval y iin re- 
fuerzo (le soldados, para socorrer á Zarate, de cuyas penali- 
dades tenía noticia. No fueron menores las suyas, por cierto, 
habiendo estado á punto de sucumbir ii los contratiemiios 
(pie los hombros y la naturaleza le suscitaban de (ronsuno. 
Estrechado en Santa-Fe j)or respetables fuerzas cpic '1 \tíí 
llevó sobre (H, consiguió vencerlas, dispei sándolas con tanto 
vigor, (pie las dejó imposibilitadas de juntarse })or miuiho 
tiempo. Libre de esta liostilidad, aprestó sn gente disponi- 
ble, embarcándo.se con ella en dirección á Martín García, 
para donde iba tambii'n desde la Asunción, en socorro de 
Zarate, un bergantín ejue se le incorporó en el camino. Con 
el coiLsiielo de este refuerzo venía Caray muy satisfecho, 
cuando nn fuerte temporal dispersó sus naves, arrojándolas 
al aca.so por el río. Pa.sada la tem}H‘stad, procuró juntarse 
de nuevo con los suyos, y navegando jiara conseguirlo, dió 
con Melgarejo (pie lo buscaba. Aniupie Caray estuviera 
más para s(t socorrido (pie para socorría’ lai aipiellos mo- 
mentos, no besito en donar todos sus víveres de reinuísto á 
Melgarejo, recomendándole (pie volviera al lado de Zárate 
para animarle 6 instruirle de cómo venía resuelto ii com- 
batir ii los ehari'óas. 

Con esta novedad, separáronse los dos capitane.s, si- 
guiendo Caray su camino para la costa de San Salvador, 
y dando la vela Melgarejo para donde estaban el Adelan- 
tado y sus gente.s, á (juicnes encontró cada vez más alin- 
eados de ánimo. Habían sido víctimas del mismo temporal 
que dispersó á Caray, con la circunstancia de haber per- 
dido sus naves naufragadas junto á la isla. Melgarejo, sin 
hacer alto en los detalles de lo que había pasado, evacuó 
la comisión que ti'aía, coucertaudo luego un nuevo plan de 



LIBRO III. — LA CONQUISTA 


311 


oixíracionos. Se convino en junta de oficiales abandonar 
Martín García, yendo lí establecer una población en las 
riberas del río San Salvador, punto seguro y de fácil de- 
fensa. Al efecto, fabricaron ima embarcación con las tablas 
de los buques naufragados, y cinbai'cando Melgarejo en 
este barqmchuelo y su bergantín á las mujeres y los en- 
fermos, dió la vela para el local convenido, donde les dejó 
con buena escolta. Y mientras Zarate y los suyos queda- 
ban en IMartín García, y las mujeres y enfermos en las ri- 
beras de San Salvador, marchó Míílgarejo en busca de Ga- 
ray, al cual no se incorporó en (*1 momcnlo más necesario, 
[)or causa de un nuevo temporal que le tuvo á punto de 
perderse con todos los suyos. 

Entre tanto, saltaba Garay en tierra uruguaya, medio 
abogado y transido de frío, habiéndole sacado del agua al- 
gunos indios de su escuadrilla, que le vieron caer en mo- 
nu‘ntos de poner pie .sobre las rib(‘ras de San Salvador, 
donde ai)ortaba lleno de ansiedades. Traía 30 arcabuceros 
y 1 2 soldados de caballería, (pie desembarcó con pérdida 
de un caballo, á más de los hombres de mar, milicia brava 
toda ella, elegida de entre los soldados con que se aco- 
metió la fundación de Santa-Fe, y contra los cuales aca- 
baba de estrellarse el valor de Terú y sus compañeros re- 
cientemente vencidos. Aunque era malo el campo donde 
colocó su gente y poco lucida la situación de todos, su 
ánimo se templó al verse libre de los jieligi-os del río en 
que estuvo amenazado de sucumbir sin brillo, y ti*ató de 
consolar á los suyos haciéndoles presente la proximidad en 
que estaban del puerto donde ya había una guardia espa- 
ñola y la posibilidad de llegar á aquel destino luego de 
reponerse un poco. 



312 UBRO III. —LA CONQUISTA 

La noche .se pa.só tristemente. Escasos de provisiones, 
reposando sohrc un teiTcno empaliado por las lluvias, sin 
defensa conka el viento que soplahu de continuo, verde y 
mojada la leña del bosque cercano, los soldados se recos- 
taban unos contra otros tiritando, sin atreverse á dormir 
por el sobresalto de ser sorprendidos. La llamarada capri- 
chosa de alguno que otro fogón mantenido a rigor de 
constancia, hacía imís sombrío el aspecto del campo, y el 
piafar de los caballos juntándose á los mil ruidos siniestros 
que la soledad produce, acentuaban el tono fantástico de 
aquel cuadro viviente. Los soldados españoles y su jefe, po- 
seídos de la ansiedad (pie precede al último jDeligro, sen- 
tían aproximarse la hora decisiva de su vida. 

Así transciuTió aquella noche prccmxora de gi-aiides su- 
cesos. Apenas alumbró el alba, comenzó á sentii’se el ruido 
lejano de multitudes que avanzan; después se hizo más 
perceptible el rumor, y por último apareció im ejército en 
aire resuelto do combate. Ei*an los indígenas, al mando de 
Sapicán, formados en siete grupos, cuyo número pasaba de 
1000 hombres. Emoción desagradable causó entre los e.s- 
pañoles aquella súbita acometida; ¡lero Garay, mandándo- 
les tomar arma.s, les dijo con tranquilo continente, mien- 
ti*as formaban: «¡ Amigos I no resta otra cosa que morir 
ó vencer: e.speremos, juies, con valor al enemigo!» 

Emboscó el caudillo español su caballería con designio 
de lanzarla sobre los contrarios en lo más duro de la re- 
friega, y colocándose él mismo al frente de los soldados 
restantes, que eran arcabuceros y ballesteros, se adelantó 
con miras de hacer una retirada falsa que atrajera el ene- 
migo al lugar de la emboscada. Pero Sapicán no avan- 
zó, según lo suponía Garay, biuLindo así el ardid de su 



IJBRO m. — Ul conqüista 


313 


adversario. Llevados cntouces los españoles de su natu- 
ral ardimiento, embistieron al grito de ¡Santiago! íl un 
cuerpo de 700 indios, desbaratándolo. Acudieron en so- 
corro de este cuerpo 100 flecheros que eran la flor de la 
reserva indígena, )iero cortados ix)r la caballería que se 
echó á gran golpe sobre ellos, fueron deshecho.s, malo- 
grándose el movimiento envolvente que d(íseaban ejecutar. 

Se hizo general entonces la batalla, porque cargaron to- 
das las fuerzas indígenas sobre los españoles, poniéndoles 
en terrible trance. Descompuesto el orden de las línea.s, 
choemon y se confuiuhcron los combatientes, sustituyendo 
el csti’ago de los proyectiles y de las armas arrojadizas, 
por el blandu- de las espadas, lanzas y mazas, con que 
se batían en el ardor del entrevero. Tabobá y Aba-aihuba 
coiTieron hacia Antonio Leiva, que á caballo, ase.stó un 
lanzazo al primero en el [)echo, pero el herido se aferró á 
la lanza con tal*"^petu, que hubiera volcado á Leiva, 
si á esta sazón Juan Menialvo, acometiendo por la es- 
palda no hubiese hacheado al indio, cortándole una mano, 
mientras se reponía Leiva, y le ultimaba. Furioso Aba- 
aihuba de la muerte de su amigo, se abalanzó sobre Leiva, 
mas éste le ati’avesó el vientre de una lanzada, y que- 
riendo él charrúa pelear aún, se asió á la rienda del ca- 
ballo del castellano sin soltarla hasta morir. 

Por todos lados igual exa.speración. Sucedíanse los gol- 
pes á los golpes que ..ada uno iniciaba ó devolvía sin cui- 
darse del número ó la calidad. Era una lucha afanosa y 
sañuda, donde todos se batían por igual. Tocó el turno á 
Sapicán, que al ver tendidos sus dos más fuertes guerre- 
ros, intentó vengarles, pero chocando contra aquel Me- 
nialvo cuya espada mutilara á Tabobá, fué víctima á su vez 



314 


LIBRO III. — LA CONQUISTA 


del matador de su amigo. Igual suerte corrieron Auagualpo 
y Yaiiflinoca, muertos á manos de Juan Vizcaíno, oti o sol- 
dado de caballería. jNIagalona, desiiués de haber arrancado 
la pica íl un enemigo, murió luchando conti'a sei.s españo- 
les, uno de los cuales, llamado Osuna, le apuñaleó desde 
arriba del caballo, cuyas riendas pretendía coi’tar el indio 
con los dientes. 

Viendo Garay (pie la lucha no c(?saha á pesar del des- 
trozo que su caballería había hecho (^n las lilas indígenas, 
cargó personalmente sobre un (íuerpo d(‘ reserva qiuí aun 
permanecía entero; pero al embestir, fue herido en (*1 pe- 
cho y le mataron el (‘aballo. Acudieron sus soldados de 
prisa á socorrerle iiroporciomuidole otro caballo, con lo cual 
se restableció la moral de las fuerzas españolas. Entonce.^, 
comprendieron los charrúas que la batalla no se decidía al 
quedar vivo Garay, y habiendo ellos perdido sus mejores 
jefes y 200 .soldado.s, tocaron r(*tirada, al(*jándose de aquel 
funesto campo (m el cual celebraban los españoles la más 
insigne victoria que en su coiu'eiito habían obtenido en es- 
tos países. Retiráronse ordenadamente los indígenas, y los 
españoles, por su parto, á pesar de las ventajas de movili- 
dad que les daba su caballería, no les persiguieron. 

Pasó la noche Garay ocupado en reparar el cansan- 
cio de sus tropas y curar los heridos que eran muchos; 
irtts encontrándose al día siguiente con la (íscasa como- 
didad que ofrecía aquel campo para alojar sus solda- 
dos, determinó trasladarse al fondeadero de San Salvador, 
donde hacía miras de hallar á Melgarejo. Púsose en mar- 
cha, por lo tanto, y arribó á su destino, iiero no encontró 
á Melgarejo en ól, pues este capitán había preferido vagar 
por el río en vez de dar fondo en una costa donde veía 



LIBRO III. LA CONQUISTA 


315 


discuiTÍr numerosos grupos de indios. Desembarcó Garay 
sus heridos, dejándolos á cargo de mía guardia eu San Sal- 
vador, donde apenas se detuvo. Urgiendole comunicar á 
Zárate los prósperos acontecimientos de la campaña, na- 
vegó inmediatamente la vueltíi de ^lartíu García, á cuyo 
punto U^ó en breve y pudo ver el alborozo (pie causaban 
sus noticias á los apiu’ados moradores de la isla. Zárate, 
destinado una vez más á que le salva.sen los suyos, aunque 
después del pcligi’O se figurara (pie todo se lo debía á sí 
mismo, dió rienda al entusiasmo y comenzó á forjar pla- 
nes que el tiempo no iba á dejaile llevar á cabo. Vence- 
dor por trabajo ajeno, su vanidad ci’eció en razón dii’ecta 
del acatamiento á que se ¡lersuadía acreedor, empezando á 
demosti’ar por sus subalternos un menosprecio (jue no de- 
bían perdonarle. 

Quiso el Adelantado que se apresurase la marcha al lo- 
cal donde meditaba fundar una población fija, y todos jun- 
tos dieron la vela ptu-a San Salvador, encontrando allí va- 
rias barracas fabricadas y un alojamiento especial para 
Zárate, á cuyas obras habían contribuido los imbos de Ya- 
mandó por consejo de su astuto caudillo (1). Deseoso de 
fortalecer aquel establecimiento, le dió título y forma de 
ciudad, nombrando las autoridades que debían regirla y 
acordando las exenciones y prerrogativas para que tenía 
facultades según el espíritu de las credenciales que la Corte 
le había otorgado. Disjiuso también que esta Gobernación 
del Río de la Plata cambiase su nombre por el de Nueva 
Vizcaya, modilicación que disgustó á los que uo ei’an vas- 


(1) Centenera, La Argeniina; loe cit.- 
quista, etc; loe cit. 


-Lozano, Historia de la Con- 


Dom. Esp.— i. 



314 


LTORO III. — LA CONQUISTA 


del matador de .su amigo. Igual suerte corrieron Anagiialpo 
y Yandinoca, muertos á manos de Juan Vizcaíno, otro sol- 
dado de caballería. INIagalona, despiuís de haber arrancado 
la pica á un enemigo, murió liuíliando contra seis e-spafio- 
los, uno de lo.s cuales, llamado Osuna, le apuñaleó desde 
íU’riba del caballo, cuyas riendas pretendía cortar el indio 
con los dientes. 

Viendo Garay que la ludia no cesaba íl pesar del des- 
trozo que su caballería había hecho en las filas indígenas, 
cargó personalmente sobre un (aierix) de reserva que aun 
permanecía entero; pero al embe.stir, fue herido en el pe- 
cho y le mataron el ealiallo. Aiaidieron sus soldados de 
prisa á so(*orrerle proporcionándole otro caballo, con lo cual 
se restableció la moral de las fuerzas españolas. Entonces, 
comprendieron los charrúas que la batalla no se decidía al 
quedar vivo Garay, y habiendo ellos perdido sus mejores 
jefes y 200 soldados, tocaron retirada, alejándo.se de aquel 
funesto eanqio en el cual celebraban los españoles la más 
insigne detoria que en su concepto habían obtenido en es- 
tos países. Retiráronse ordenadamente los indígenas, y los 
españoles, por su parte, íl jicsar de las ventajas de movili- 
dad que les daba su caballería, no les persiguieron. 

Pasó la noche Garay ocupado en reparar el cansan- 
cio de sus tropas y curar los heridos que eran muchos; 
mp encontrándose al día siguiente con la escasa como- 
didad que ofrecía aquel campo para alojar sus solda- 
dos, determinó trasladarse al fondeadero de San Salvador, 
donde hacía miras de hallar á Melgarejo. Púsose en mar- 
cha, por lo tanto, y arribó á su destino, pero no encontró 
á Melgarejo en ól, pues este capitán había preferido vagar 
jx)r el río en vez de dar fondo en una costa donde veía 



LIBRO III. -- LA CONQUISTA 


315 


discuiTÍr numerosos grupos de ¡ndios. Deseiulijircó Garay 
sus lieridos, dejándolos á cargo de una guardia en San Sal- 
vador, donde apenas se detuvo. Urgicndolc comunicar á 
Zárate los prósperos acontecimientos de la campaña, na- 
vego inmediatamente la vuelta de Martín García, á cuyo 
punto llegó en breve y jiudo ver el alborozo <1110 causaban 
sus noticias á los apurados moradores de la isla. Zarate, 
destinado una vez más á que le salvasen los suyos, aunque 
de.s})ues del peligro se figurara que todo se lo debía á sí 
mismo, dio rienda al entusiasmo y comenzó á forjai- pla- 
nes que el tiempo no iba á dejarle llevar á cabo. Vence- 
dor por trabajo ajeno, su vanidad ci’cció en razón directa 
del acatamiento á que se persuadía acreedor, empezando á 
demostrar por sus subalternos un menosprecio (pie no de- 
bían perdonarle. 

Quiso el Adelantado que se apresurase la ma relia al lo- 
cal donde meditaba fundar una polilación fija, y todos jun- 
tos dieron la vela para San Salvador, encontrando allí va- 
rias barracas fabricadas y un alojamiento especial para 
Zárate, á cuyas obras habían contribuido los indios de Ya- 
mandú por consejo de su astuto caudillo ( 1 ). ])cseoso de 
fortalecer aquel establecimiento, le dió título y forma de 
ciudad, nombrando las autoridades que debían regirla y 
acordando las exenciones y prerrogativas para que tenía 
facultades según el espírítu de las credenciales que la Corte 
le había otorgado. Dispuso tambión que esta Gobernación 
del Río de la Plata cambiase su nombre por el de Ntteva 
Vizcaya, modificación que disgustó á los que no eran vas- 


(1) Centenera, La Argentina ; loe cit.— Lozano, Historia de la Con- 
quista, etc; loe c¡t. 


2ü. 


POM. EBP.— I. 



316 


LIBRO UL — LA CONQUISTA 


eos, y por último envió tí Garny y Melgarejo en busca de 
bastimentos pai-a asegurar la subsistencia de la nueva po- 
blación. 

La energía de los indígenas, en vez de sentirse quebran- 
tada por el último contraste, encontró nuevo temple en su 
misma desgracia. Habían sucumbido en el canqw de ba- 
talla sus más expertos caudill^ís, pero ardía vivo el fuego 
que las grandes pasiones de independencia y libertad man- 
tenían en el pecho de los primitivos uruguayos. No eran 
su valor y constancia dotes ficticias de un carácter reción 
formado, ó consecuencia transitoria de la vanidad que sus 
anteriores triunfos militares hubiesen de.spertado al acaso 
para hacerlas desaparecer en la primera prueba, sino que 
dichas condiciones entr^^ban su natural modo de ser, y 
constituían la más temible de las fuerzas con que de- 
bían exhibirse en las jornadas posteriores de su luctuosa 
decadencia. Los españoles, que les conocían mal, juzgaron 
concluida la guerra y dominada la situación por efecto de 
la última batalla, pues estableciendo comparaciones y bus- 
cando analogías con otros países que habían cedido al em- 
puje de sus armas, no podían convencerse de que el más 
pequeño de todos fuese el más rebelde. Pero estos juicios 
aventm’ados y estas analogías sin base, no debían resistir 
en el futuro á las duras enseñanzas del tiempo: muchas 
lecciones estaban aún reservadas á la inexperiencia de los 
conquistadores sobre materia tan esencial. 

Los indígenas, y pai’ticularmcnte los charrúas, tenían la 
pasión de la independencia y el anhelo de conservarla so- 
bre una tieiTa que sabían pcrtenecerlcs jior derecho d^a- 
talicio. Les era doloroso, desde luego, abandonai* al extian- 
jero la patria que tanto amaban, y aun cuando momen- 



IJBRO m. — LA CONQUISTA 


317 


tiincamentc se encontrasen sin dirección en la India, no 
era óse el más sensible de los inconvenientes, acostumbra- 
dos como estaban á gobernarse cada uno de por sí en los 
negocios relativos á su individuo y al conjunto. Repuestos 
apenas de la impresión causada por el último contratiemix), 
se adunaron compactos en la idea de resistir á todo trance 
al extninjero, y animados de tanto oflio como valor mar- 
cial, juraron extinguir de su tierra nativa cualquier vesti- 
gio de mía dominación que mostralía pretensiones á peiqie- 
tuarse. A.sí, mientras los conquistadores se entregaban á 
las ilusiones producidas por la detoria, los indígenas reac- 
cionaban en silencio, preparándose á asestar rudos golpes 
sobre el poder español en el Río de la Plata. 

Mas no pudieron sustraerse los charrúas, especialmente, 
á la influencia que las malas pasiones ejercen sobre el ánimo 
susceptible de las multitudes aconsejándolas vengar el in- 
fortunio común, en aquellos que no ofrecen resistencia á 
sus iracundos desmanes. La reacción apuntó en el campo 
charrúa, entregándose á \iolentas crueldades con los pri- 
sioneros españoles, cuyo lastimero estado convidaba más 
bien á la compasión (jue á la saña. A Juan Gago, joven 
virtuoso, le cortai'on los pies y las manos y le sacaron 
los ojos; al licenciado Chavarría le vendieron á los chanás, 
quienes ejecutaron en ól grandes crueldades; y i>or último, 
en otros cautivos cometieron inauditas violencias, empa- 
lando á unos, flechando á otros, y hasta cnteri’ando vivos 
á muchos (1). 

Bien que esta conducta atroz tuviese por auxiliar el primer 

(1) Centencm, La Argentina; canto xv. — Tjoznno, Historia de la 
Conquista, etc; tomo ui, iib iii, cap VUL 



318 LIBRO m. — LA CONQUISTA 

momento en que el populadlo tlesenfrenado aprovedia siem- 
pre la carencia de toda disciplina para entregarse á sus furo- 
res, ella no puede ser disculpada en ningún caso: la ferocidad 
que pi’oviene del dolor de im gran contraste sufrido, es tan 
condenable como la que se ejercita á sangre fría, lín hora 
buena fueran dignas de haber causado profundo pesar las 
muertes de Sapicán, Aba-aihuba, Magalona, Tabolai y de- 
más intrépidos caudillos que encontraron su tiunba com- 
batiendo por la patría; en hora buena también suscitase 
amarga reconvención de los espíritus nobles, aquella des- 
proporcionada lid en que los conquistadores se presentabsui 
con elementos de guerra desconocidos al indígena, desde la 
armadura luista el caballo, mientras que los charrúas no 
podían oponer más (jue sus toscas armas y su desnudo pe- 
cho al ataque de sus enemigos: todo esto y aun la ingrati- 
tud con que se pagaba una hos[)italidad sincera, no justi- 
fica el asesinato de hombres indefensos que nada signi- 
ficaban ni nada valían en el momento de ser víctimas. 
Mm-ieron los prisioneros c.spañoles con valor, muchos de 
ellos encomendándose al Dios de los cristianos, otros pro- 
testando su lealtad á la causa que habían abrazado y en la 
cual se empeñaron con pertinaz insistencia. 

Un espectáculo de otro género distrajo agradablemente la 
atención de los coiujuistadores. Juan de Barros, individuo 
de la expedición de D. Pedro de Mendoza, se presentó con 
su familia al campo de Zárate, jiara ofrecer en beneficio de 
los españoles, una verdadera influencia moral, destinada á 
suavizar las asperezas de la guerra. Ti-einta años de resi- 
dencia en estas regiones, habían hecho de su vida un epi- 
sodio lleno de interés. Niño aún, fué cautivado por los 
mheguas, indios del Río de la Plata, que le vendieron á 



LIBRO III. — LA CONQUISTA 


319 


los chanás, entre los cuales se crió. Llamado á compar- 
tir las aventuras marciales impuestas á sus protectores, ya 
hombre, le cautivaron los chiriyuanos, reteniéndole bas- 
tante tiempo. Vuelto it los chanás, donde tenía mujer é 
hijos, su habilidad y entereza demostradas, le granjearon 
un crédito sin límites, y desde entonces fué consejero y 
guía de la tribu. 

El arcediano Centenera le jiropuso, ante todo, que regu- 
larizase su propia situación, casándose eclesiásticamente, y 
haciendo bautizar sus hijos. Bairos aceptó, recibiendo él y 
los suyos, de manos del mismo Centenera, la bendición 
que incorporaba su hogar al gremio cristiano ( 1 ). En se- 
guida fué despachado para ejercer la misión pacificadora á 
que se brindaba con tanta espontaneidad. El éxito coronó 
amjiliaraentc sus esperanzas. Movidos los chanás de sus 
palabras y ruegos, se contuvieion. Y esta primera semilla 
de paz, arrojada entre surcos de sangre por el improvisado 
emisario de la cLdlizav ión, debía surtir con el tiempo efec- 
tos decisivos en el destino de la tribu entera. 

Proseguían, entre tanto, las operaciones militares de los 
conquistadores. Melgarejo y Garay, cumpliendo la comi- 
sión recibida, después de una escaramuza con los chanás, á 
quienes liiéíferon tres prisioneros, entraron por las islas del 
Paraná, capturando al liijo de Cayó, arrcbattindo víveres ó 
incendiando las chozas de los isleños. En seguida tomó 
cada uno rumbo opuesto, subiendo Gm*ay hasta la Asun- 
ción y bajando Melgarejo á San Salvador con los víveres 
y el prisionero. 

(1) Centenera, La Argentina; canto xv. -Lozano, Historia de la 
Conquista; loe cit. 



320 LIBRO in. — LA CONQUISTA 

No lo pasaljan muy bien los habitantes de la nueva 
población, porque il nnís de las escaseces á. que se veían 
continuamente expuestos, tuvieron un incendio que al 
devorar la casa del Adelantado, se extendió ó muchas de 
sus modernas viviendas. Añadióse íí esto, el susto que 
á raíz del suceso, causó la inesperada aparición del piloto 
mayor y la gente de una de las naves que Zórate había 
dejado encallada en Ban Gabriel, ii cuyos individuos se 
les tomó por charrúas que venían al asalto. Desengañán- 
dose. despuós, el miedo se tornó en alegría para los salva- 
doreños, aunque produjo un efecto contrario en Zárate, que 
ordenó la prisión del piloto, en vano alegara óste, que su 
venida tí'iiía por motivo el asalto que [U'oyectaban los 
charrúas sobre la nave, cuya csca.sa guarnición imposibi- 
litaba su defensa. La excusa era pasable, así es que la 
severidad del Adt'lantado para con el piloto cu aquellas 
circunstancias, agrió los ánimos extremando el descontento; 
pero Zarate seguía el consejo de su adusto carácter, que 
tan lejos debía llevarle en el (íamino de las arbitrariedades. 
Afectaba una superioridad injuriosa para sus subalternos, 
acostumbrados á ese compañerismo militar que si bien 
exige ('1 respeto á las jerarquías en actos de servicio y 
momentos de combate, se tran.sforma en sentimiento pater- 
nal del jefe al inferior en el curso ordinario de la vida sol- 
dadesca. Lejos de proceder así, Zárate se presentaba reser- 
vsido ó imperativo ante los suyos, sin abrirse á ninguna de 
las exjinnslones tan naturales éntrelos que han corrido gran- 
des aventuras jmitos, y pueden reunirse á salvo piu’a 
recordarlas tlespués. Desde que se incendió su casa en la 
ciudad, habíase trasladado al bergantín, absteniéndose 
de comiuiicar con sus soldados; por manera que éstos, 



LIBRO m. — CONQUISTA 321 

habitándole visto tan inepto para conjurar los peligi*os, se 
admiraban que fuese tan desabrido después que no había 
ningimo. 

Las inquietudes internas comenzaron lí complicarse 
con inconvenientes que emanaban del exterior. Ija prisión 
del hijo de Cayó, efectuada en común por Garay y Melga- 
rejo diu'ante su devastadora excursión en las islas urugua- 
yas y paranaenses, produjo honda sensación entre las par- 
cialidades de guaranís que seguían las banderas de aquel 
caudillo. El prisionero estaba muy vinculado á los perso- 
najes de su tribu, y era además sobrino del célebre Ya- 
mandú, tan mal mii'ado de los españoles por causa de sus 
astutos procederes. Como que la pérdida de la libertad 
j)odía en aquellos momentos originar la de la rida, convi- 
nieron los parientes del prisionero en hacer lui esfuerzo 
para sacarle del cautiverio. Cayó, seguido de ellos, fué á so- 
licitar personalmente de Zárate la libertad de su hijo, ofre- 
ciendo en cambio gi’andes partidos, pero se le dió repulsa. 
Acudió entonces á Yamandú, su primo hermano, quien 
le aconsejó se trasladasen juntos en busca de Garay para 
rogarle escribiese al Adelantado intercediendo por la liber- 
tad del prisionero. Hiciéronlo así, y accedió Garay á la 
demanda, con lo cual volvieron muy gozosos á San Sal- 
vador; pero Zárate, en vez de condescender á la súplica 
de su teniente, intentó apoderarse de los dos indios á fin 
de arreglarle cuentas á Yamandú, que en tantos apuros 
le había puesto. No pasó inadvertida á este último la 
trama que -se urdía contra su persona, y viendo impo- 
sible la fuga, adoptó el temperamento de salvaree fingién- 
dose movido á abrazar el cristianismo y resuelto á que- 
darse entre los españoles á fin de ser insü’uído en loa mis- 



322 


LIBRO m. — LA CONQUISTA 


terios de su religión. Tan sospechoso acceso de piedad, 
reforzó sus cadenas, niicntras romiiía las de Caj^, á quien 
se dejó Lr libre. 

Entonces, Yamandíí, viéndose prisionero y solo, encargó 
de un modo público y por medio de Cayú, ú sus indios 
que no hicieran hostilidad alguna contra los castellanos, 
pues corría peligro su vida y la del hijo de Cayú si se pro- 
ducía cualquiera desavenencia con los conquistadores; aña- 
dió estar convencido de que los cristianos eran gentes predes- 
tinadas por los oráculos para conquistar estas tierras, y que 
no debía aft’ontárseles más. Aparentó con esto habei-se des- 
embarazado de un caso de conciencia, pero otra cosa me- 
ditaba cu sus adentros. ^Estuviéronse tranquilos los gua- 
ranís más pró.ximos á Zárato mientras su cauthllo perma- 
neció prisionero; pero luego (pie se hizo sentir el hambre 
en San Salvador, la oportunidad de uu so(!orro llegado de 
la Asmición causó tanta alegría entre los españolea, que 
aflojaron la vigilancia del indio, y éste se escapó para vol- 
ver á ocasionarles mayores contratiempos y trabajos ( 1 ). 

El Adelantado, que se veía envuelto en nuevos eiu’edos 
después de había’ salido á tanto costo de los antiguos, re- 
dobló la severidad, y hasta dió en mofarse de los sufri- 
mientos (pie agobiaban á los suyos, apostrofándoles de inú- 
tiles, golosos y avarientos. Con estos procíaleres concluyó 
por granjearse el odio de todos, á punto que se deseó pú- 
blicamente su muerte. Pasándose de las palabras á los 
hechos, el licenciado Trejo, cura vicario de San Salvador, 
encabezó una conjuración para apoderarse de Zárate y 


(1) Centonern, La Aiyenllm; canto xvui. — Lozano, Ilistoria déla 
Conquista, etc; tom ui, cap viri. 



LIBRO m. — LA CONQUISTA 


323 


remitirle á España piisionero. Estaban los ánimos muy 
bien preparados para entrar en los planes de Trejo, por- 
que la odiosidad contra el Adelantado, que al principio 
se había detenido en límites de pacífico descontento, ahora 
osaba manifestarae de una manera pública, lo que hacía 
presentir la proximidad de la acción. Aceptóse el plan del 
consjúrador de sotana, á cuya dirección se fiaron por esas 
anomalías contingentes á las revoluciones, los hombres de 
espada que obedecían malqueriendo la autoridad de un 
jefe sin prestigio. Corrió el tiempo, aumentóse el número 
de los adherentes al proyecto, y la conjuración se hizo 
popular; pero aquí comenzó su verdadero peligro, como que 
todo plan subversivo caído bajo el dominio de muchos, 
está expuesto á la iiuliscreción ó la infamia de alguno. 
Ambas cosas parece que perdieron á óste, j>ues Zárate, aun- 
que vina aislado en el bergantín, no dejó de traslucir las 
novedades corrientes, y descubriendo los planes de Trejo 
con astuta maña, le aprehendió, llevándole para más segu- 
ridad á su residencia de á bordo, lo cual mató la conspi- 
ración. 

Fastidiado ya de tan larga estadía en suelo uruguayo, 
y viendo su autoridad en j)cligro por la mahpierencia ge- 
neral, determinó trasladarse á la Asunción, llevándose con- 
sigo al licenciado Tipejo, para entregarle á la jiu’isdicción 
eclesiástica que podía castigar sus desmanes. Hízose á la 
vela con ese fin. Visitó en el ti'ánsito la ciudad de Santa- 
Fe, cuyas condiciones generales de vida y gobiemo le sa- 
tisficieron mucho; lo que redundaba en elogio do Juan de 
Garay, su fundador. Anábado á la Asunción ix>r el mes 
de Diciembre (1575), envió inmediatamente socorro á San 
Salvador, cuya seguridad le tenía en cuidado, pues Ya- 



324 


LIBRO in. — I.A CONQUISTA 


mandú con crecido número de giiaranís intentaba por 
entonces alguna novedad sobre aquel estableciinieuto; 
aunque despuús cambió de plan, yendo ú asaltar a Buenos 
Aires. 

Luego de adoptadas estas providencias, se dedicó Ztl- 
ratc ít efectuar varias reformas en su CJobernación ; pero la 
muerte le sorprendió al poco tiempo, despuós de haber 
bebido cierto brebaje con que un curandero pretendía de- 
volverle la salud quebrantada (i). Y así pasó de esta AÚda 
el Adelantado Zárate, cuarto de los (]ue con el mismo título 
invistió Eajiaña para el Río de la Plata: su mala estrella 
le trajo a tierras uruguayas, donde ensayó lí medirse con 
los charrúas, mas por atolondramiento que otra cosa; y 
es necesario confesar que, si estando en la brecha, desplegó 
una constancia p(;rtinaz contra la adversidad, el óxito final 
no correspondió lí los sacrificios exigidos por tan sangrienta 
campaña. Tras de ól desai)arecieron por entonces hasta los 
últimos vestigios de la dominación española en el Uruguay, 
como se vera luego. 

A poco de marcharse Zárate, comenzaron los vecinos de 
San Salvador á sentir cómo iban formalizándose las hos- 
tilidades armadas de los indígenas. El odio que fermentaba 
en el ánimo de óstos, les impulsó á sustituir el combate, por 
la resistencia pasiva que hasta aquel momento hacían á, 
los españoles, negándoles todo auxilio de víveres y dificul- 
tando su tránsito por la tierra. Quisieron extremar su hos- 
tilidad, haciéndola tan eficaz que se resolvic.se en ruina 
de sus opresores. Juntáronse, pues, y comenzaron á, fati- 


(l) Contenern, La Ar(jciitina: loe eit. — Loznao, Historia de la Con- 
(juisla, ele; loe c¡t. 



UBRO irr. — LA. CONQUISTA 


325 


gtu- (lía á día á la ciudad con escaramuzas militares, asal- 
tos y bloqueos, que concluyeron por reducir sus habitan- 
tes á una situación de perpetua zozobra ( 1 ). Los españo- 
les se defendieron bien, confiando en que su actitud pro- 
duciría el cansancio de los indígenas. Mas era difícil que 
éstos se cansasen, pues lí la tenacidad de su carácter unían 
ahora los j)ersonal(ís resentimientos de cada uno, así es que 
cuanto mayor tiempo pasaba, más insistente se hacía su 
hostilidad. Si en el comienzo era periódico y sistemado 
el ataque, después fué cotidiano y arbitrario, á punto de 
no dar hora de reposo á los de San Salvador, estrechados 
entre el hambre y las fatigas de la guerra. Para desgi*acia 
de éstos, nuevas turbulencias acontecidas enti-e los con- 
qiiistiidores por la muerte de Záratc, dieron el (lobierno á 
Diego de MemUeta, quien más se ocupó de .sostener su au- 
toridad con atropellos, que de hacerla benéfica á la con- 
quista. Quedaron, pues, abandonados á su triste suerte los 
colonos de San Salvador. 

Estaban aquellos españoles .sometidos al triple impe- 
rio de la hostilidad enemiga, de las necesidades ocasiona- 
das por la esca.sez, y de la (hísmoralización producida por 
el abandono en que les dejaban sus paisanos. Perdidos en 
la confluencia de un riacho, no podían los salvadoreños 
jactíirse de conseguir ni aun aquellos auxilios exigidos por 
las conveniencias de una comunicación frecuente. Se reu- 
nieroH<cn varias ocasiones para tratar de lo que mayor- 
mente convenía á su seguridad, pero ni las autoiidades 
ni los vecinos encontraron medios eficaces para conjurar 


(1) Centcnern, La Anjoitina; loe cit. — Loznno, ///.s/orio rfc /« Coa- 
quista, etc; loe cit. 



326 


LIBItO IH. — LA CONQUISTA 


los peligros á que diariamente se veían expuestos. No era 
posible hacer reserva de víveres porque la guen-a destruía 
las sementeras, y tampoco había facilidades para conseguii’ 
promisión del exterior porque faltaban elementos de comu- 
nicación fluvial, ya que la terrestre no podía sostenerse sin 
gran peligro. Esta situación, diseíiada desde los primeros 
tiempos de la fundación de la ciudad, se determinó en toda 
su angustia luego de arreciar la guerra. 

Las ansias crecieron, en presencia de aquella calamidad 
pública. Entonces se juntaron las autoridades y vecinos 
por última vez, no teniendo mucho que dccu’se, ¡íues era 
evidente que del primero al último de los moradores pade- 
cían iguales miserias por idéntica causa. Si el deseo de obe- 
decer al Adelantado más bien que la esperanza de un lu- 
cro problemático, les había detenido un año sobre el trozo 
de tierra donde malamente se albergaban, ahora estaba 
agotada su energía por la falta de recursos con que sub- 
venir á, las más perentorias exigencias de la vida. Acor- 
daron por íin abandonar la ingrata morada donde tantos 
peligros habían corrido, retirándose á, la Asunción, en cuya 
cruzada, si bien arriesgaban desventuras nuevas, cuando 
menos, serían las últimas que hubieran de soportar. El cé- 
lebre Melgarejo, que andaba en comisión poi‘ aquellas al- 
turas con 40 soldados, les ayudó en su propósito, y así dis- 
puesta, se llevó á, cabo en 157C, la despoblación de la ciu- 
dad de San Sidvudor, tan orgullosamente erigida por Zá- 
rate ( 1 ). 

(1) Giievnrn, lUstona drl Paraguay, etc; libro ii, § xi. -Lozano, 
Hisloria de la Conquista, etc; tomo iii, libro rii, cap ix. — {Axara 
opina que este suceso aconteció en lóS4, pero no presenta pruebas que 
acrediten su opinión.) 



UBRO UI. — LA CONQUISTA 


327 


La despoblación de San Salvador fué precui-sora de un 
nuevo abandono del Uruguay, que duró 24 años, ó sea 
el tiempo preciso para concluirse el siglo xvr, siendo in- 
ten’umpida en los albores del siglo xvu por la fecunda ac- 
tividad de un gobernante americano de nacimiento, noble 
de condición y esforzado de caríícter. Pero el lapso de 
tiempo mediante entre el último cuarto de siglo que con- 
cluía y los primeros años del que atestiguó acontecimien- 
tos decisivos para estas tierras, no j)resenta cosa tligna de 
ocupar la atención de su historia. Sucediéronse en el Plata, 
por orden cronológico, siete gobernadores esjiañoles. Obli- 
gados algunas veces á sostener su autoridad contra el es- 
píritu turbulento de los colonos, ó contra la osadía de los 
indios que ocupaban las provincias del Guayiií y Buenos 
Aire.s, no encontraron ocasión que les pareciera buena 
para ensayai* sólidamente la conquista de la tierra m*u- 
guaya, que tantos sacriHcios había costado á España sin 
rendir hasta entonces ningún resultado capaz de com- 
pensai’los. La Gobernación del Plata tuvo sus días aciagos, 
cuyos disturbios fomentaron punibles ambiciones de indi- 
vidualidades oscuras durante el último cuarto del siglo 
xvi; pero al fin la necesidad, la convicción y el cansancio 
trajeron al poder á Hernando Arias de Saavedra, por 
muerte de D. Diego Valdez de la Banda, que nada hizo 
de notable bajo su efímero gobierno. Aun cuando la cédula 
en que se confirió á Saavedra el mando en propiedad, data 
de 18 de Septiembre de 1601, comenzó éste á gobernar 
desde Agosto de 1600, en que sueetlió á Valdez (1). 

d) Lozano, IJistoriade la Conquista, etc; tomo iii, cap xni. — Gue- 
vwa, Historia del Paraguay, libro ii, § xiv. 



328 LIBRO III. — LA CONQUISTA 

Los antecedentes del nuevo Gobernador abonaban poi- 
su futiu-a conducta. Era Heniando Arias natural de la 
Asunción, 6 hijo de Martín Suárez de Toledo y de Doña 
Juana de Sanabria, siendo notable que no llevase el ajje- 
llido de ninguno de los dos. Se babía distinguido en su 
primera juventud por un valor intrépido unido á una mag- 
nanimidad señalada, mereciendo que con el tiempo se lu- 
ciese justicia á estas dotes por la Casa de la Contratación 
de Sevilla, que colocó su retrato en la colección de los de 
otros varones ilustres del Nuevo -mundo. Generoso y ca- 
balleresco, filó protector de los intbos indefensos, pero supo 
afrontarles cuando se presentaron en aire de hostilidad. 
Se cuenta de el, que cu una de las batallas á que asistió 
durante su primer gobierno (1592-94), fuó desafiado por 
un cacique d(! e.vtraordinario valor, y accj)tando el duelo, 
peleó cuerpo á cuerpo hasta ultimar al bárbaro. Todos los 
hechos de su primera época de gobierno se rei)artieron en- 
ti*e las atenciones de la administración y los peligros de la 
guerra. No quiso, á semejanza de la mayoría de sus ante- 
cesores, cortar á sablazos el nudo de las resistencias de los 
indios para entregarse en seguida á la sensualidad del po- 
der, sinó que guerreando y administrando á la vez, trató 
de asegurar sólidamente por la fundación de estableci- 
mientos religiosos y reducciones de indígenas, el dominio 
español que estaba confiado á sus cuidados. V enía, pues, 
el nuevo gobernante provisto de Ti.\ fama que necesitaba 
para obtener un ascendiente respetáble sobre sus turbu- 
lentos síibditos, y tenía la ventaja de unir á estas prendas 
de personal brillo, la cualidad de ser conocido ya en el ejer- 
cicio del mando, que anteriormente babía desempeñado con 
prudente energía. 



I.TBRO III. — I.A CONQUISTA 


329 


El estado ^dctorioso de los indígenas uruguayos, y la 
repugnancia que muchos de los antecesores de Saavedi’a 
habían mostrado pam empeñarse en su conquista, llama- 
ron la atención de éste. Con el designio de someterles, 
hizo jimta de los oficiales de mayor confianza, á quienes 
propuso el caso, obteniendo completa aprobación. Acome- 
tió entonces los preparativos militares indispensable.s, reu- 
niendo un cuei'po exjiedicionario de 500 soldados, y con 
ellos se puso en marcha al comenzar el año 1G03. 

Partió el ejército caminando el largo trecho que media 
entre la Asunción y nuestro territorio, sin que le aconte- 
ciera en su itinerario ninguna novedad de bulto. Los ríos 
y cañadas que debía atravesar, los pasos difíciles y la es- 
casez de víveres con que debía encontrarse en su camino, 
era caso previsto entre ellos. Pero no la naturaleza, siuó 
los hombres, iban á poner á raya su osadía. Á medida que 
filé acercándose el ejército á las tierras uruguayas, comen- 
zaron sus habitantes á presentir la operación militar que 
se desarrollaba. Tomaron inmediatamente aquellas dispo- 
siciones que su sencilla organización les permitía adoptar 
con tanta brevedad, y aprestándose á la pelea, marchai'on 
á encontrai’ al enemigo, resueltos á defender la entrada al 
territorio patrio con obstinada porfía (1). Por sopártelos 
españoles prosiguieron el camino sin detenerse ante los pre- 
parativos que también sentían hacer á sus contrarios. El 
momento supremo se aproximaba : la decisión de la con- 
tienda iba á librarse á la suerte de' las armas. 

Avistáronse por fiu los dos ejércitos. Los liistoriadores 


(1) Lozano, Historia de la Conquista, etc; tomo ni, cap xvin. 
Guevara, Historia del Paraguay, etc; libro n, § xviii. 



330 


LIBKO m. — IxA CONQUISTA 


españoles, hoiTorizados ante el espectáculo de esta san- 
grienta jornada, han renunciado á describirla: quinientos 
cadáveres de sus paisanos tendidos en el campo de batalla 
les ha parecido un cuadro harto triste para recargarlo con 
detallas sombríos. Pero el ánimo familiarizado con la tác- 
tica y las armas de los naturale.s, forma idea de lo que fué 
aquel campo durante las hoi’as en que se batieron con de- 
sesperación los dos ejércitos contendientes. Pagaban los 
españoles ahora el error de haber dejado qiu; los indígenas 
uruguayos se rehiciesen durante un cuarto de siglo, y se 
resarcían éstos con creces de las pérdidas que Záratc y 
Garay les habían ocasionado en las batallas donde perdie- 
ron sus caudillos más famosos. Ki la caballería, ni las ar- 
mas de fuego, ni la habilidad del general, ni la superiori- 
dad de la táctica, pudieron contrarrestar el desesperado 
arrojo con que los conquistadores fueron acometidos. Per- 
dieron los españoles en esta batalla los quinientos hombres 
de su ejército, y sólo pudo escapar Saavedra para ser por- 
tador de la noticia de tan formidable desastre ( 1 ). 

El Gobernador quedó profundamente abatido por la 
derrota que oscurecía el brillo de sus armas, pues no ha- 
bía contado racionalmente cou un revés de aquel tamaño. 
Subyugado por la influencia de uno de esos momentos 
aciagos en que la desgi’acia rasga el velo de las ilusiones, 
escribió á la Corte declarando su impotencia para dominai* 
el Uruguay, y recomendando se le asistiera con auxilios 
religiosos á fin de suavizar por las dulzuras de la fe, la 
condición áspera de aquellos indígenas. Examinó el Con- 

(1) GuevfU'a, Bisloria del Paraguay, etc; loe cít. — Lozano, Histo- 
ria de la Conquista, etc; loe cit. 



LIRRO III. — LA CONQUISTA 3.31 

sejo tle Inc\ia.s la proposición, y cncontrámlola acertada, 
hizo al Rey las advertencias del ca.so. Entonces Felipe III 
replicó á Saavedra en 5 de Julio de 1G08, aprobando su 
plan de conquista pacífica, y de este modo tomaron nuevo 
sesgo los proyectos de ocupación del Uruguay. 

Pero la proverbial lentitud de la administración espa- 
ñola, las intrigas de los émulos del Gobernador y las malas 
pasiones de la gente á sus órdenes, no le dejaron adelantar 
su plan más allá de los pii meros pasos. El Rey había es- 
crito al Superior de los jesuítas del Perú, que destinase C 
de sus religiosos piu*a cooperar al nuevo plan. Mientras és- 
tos llegaban, mediaron circunstancias poco propicias para 
anticipare á su caritativa labor. 

Un acontecimiento político de trascendencia general, iba 
entre tanto á realizar.se. Desde el año de lül2 habíase 
enviado de estos países á la Corte un Procurador general, 
para tratar diver-sos asuntos concernientes al bien público, 
y entre ello.s, muy especialmente, la conveniencia de divi- 
dir en dos gobiernos las vastas provincias que formaban 
el del Paraguay y Río de la Plata. La persona á quien se 
cometiera este delicado encargo era el capitán Manuel de 
Frías, que desde la época citada andaba en diligencias ten- 
dentes á conseguir tan importante fin. Escribió un largo 
memorial para demostrar la conveniencia de su propuesta, 
consiguiendo que en 15 de Octubre de 1G15 se diese trá- 
mite á la petición, y que informase favorablemente el Con- 
sejo de Indias en 14 de Septiembre de 1G17. Aprobó el 
Rey este dictamen en cuanto á la creación del Gobierno 
del Río de la Plata, y por lo que respecta á la provisión 
de persona que lo desempeñara, eligió entre los tres candi- 
datos propuestos por el Consejo, al primero de ellos en or- 


DoJi. EsP. — I. 


20. 



332 


LIBRO 111. — LA CONQUISTA 


den de lista, que era D. Diego de Góngorn, natural de Na- 
varra, caballero del hábito de Santiago, y descendiente de 
la casa condal de Benavente. 

Góngora se recibió de su empleo en Noviembre de 1618. 
Desde luego, aceptando llanamente el plan de Saavedra, 
quiso poner en práctica la sumisión de los indígenas 
uruguayos por medio de la conquista espiritual. Con ese 
propósito, invitó al P. Roque González, natural de la 
Asunción, hombre de ilustre cuna y grandes virtudes, 
futuro mártir de la fe, para que se encargase de jiredi- 
car la palabra evangélica. La misión era delicada, pero 
no arredró al buen sacerdote, que penetró en 1619 por 
estos campos, explicando á sus moradores en lengua gua- 
raní los misterios de la religión. Los charróas, que no se 
oponían nunca á las gentes de }>az, dejaron al P. Gonzá- 
lez seguir tranquilamente su camino, las demás parciali- 
dades de indios no le trataron mal, y aun parece que re- 
dujo á alguna, fundando el pueblecillo de la Concepción 
en la banda occidental. Seducidos por la bondad del mi- 
sionero, algunos caudillos indígenas se trasladaron á Bue- 
nos Aires, siendo recibidos por Góngora con extraordina- 
rio agasajo, y ofrecimientos de todo género. 

Mas no le fué dado ad(*lantar sus ofertas hasta la rea- 
lidad. Envuelto en un litigio ante la Corte, le sorprendió 
la muerte el año de 1623. Sucedióle interinamente Don 
Alonso Pérez de Salazar, natural de Saiita-Fe de Bogotií, 
Oidor de la Real Audiencia del Plata, que había venido 
á Buenos Aires con el fin de fundar las aduanas de esa 
provincia y de Tucumán; y como fuese persona de cate- 
goría, se le cometió la función del gobierno hasta tanto 
se proveyera la efectividad de su ejercicio. Tal contra- 



LTBRCí III. — I.A CONQUI.STA 


.333 


tiempo pai’alizaba todo esfuerzo tendente ú proseguir el 
proyecto adoptado, puesto que el sustituto de Góngora no 
podía considerarse apto para emprender nada que saliese 
de las atiibuciones vulgares de una autoridad interina. 
Afortunadamente, el Rey nombró muy luego por su Go- 
bernador en el Plata it D. Francisco de Céspedes, natural 
de Sevilla y Veinticuatro de ella; quien se recibió del 
mando en Septiembre de 1024. 

Luego de poner en pie de guerra il Buenos Aire.s, que 
se temía fue.se acometiila por lo.s onemigo.s de España na- 
vegantes de estos mares, una de las primeras co.sas en que 
el Gobernador mostró particular empeño fué en ajti’aerse á 
los habitantes del Uruguay, que deseaba someter pacífica- 
mente. Después de conseguir amistoso comercio con varios 
de ellos, les llenó de atenciones y regalos, pidiéndoles que le 
tmjesen algunos de los caudillos de aquella región, tt fin de 
estrechar amistades; accedió el más próximo al deseo del 
, Gobernador, y éste le recibió muy cumplidamente. Parece 
que tan buenos tratamientos sedujeron el ánimo de los 
charríias, cuyos caudillos visitaron más de una vez al Go- 
bernador, en su residencia. Cés])odes, por su pai’te, apro- 
vechó toda ocasión en que se avistaba con ellos, para tri- 
butar profundas demostraciones de respeto á los sacerdo- 
tes destinados á las misiones evangélicas y con los cuales 
se hacía acompañar, inculcando de este modo en loa natu- 
rales la reverencia debida á aquellos ministros. Parccién- 
dole asimismo que después de estos trámites indispensa- 
bles, era necesario entrar en la labor sobre el terreno que 
debía conquistarse, apeló á los religiosos de la Orden de 
San Francisco para que le asistieran con su predicación. 
Fray Bernardo de Guzmán y dos compañeros más, se 



3.J4 LIBRO III. — LA CONQUISTA 

aprestaron á ponerse en marcha, y partieron con destino 
á los dominios uruguayos, por entre los cuales se interna- 
ron predicando. Entonces el Gobernador excitó el celo de 
los jesuítas para que siguiendo las huellas de los francis- 
canos, plantasen el primer jalón de las futuras reduccio- 
nes ( 1 ). 

Los chaiTÍias, que nimca se habían visto tratados de 
esta suerte por los españoles, comenzaron á ponerles me- 
jor rostro del que tenían por costumbre. El Gobernador 
Céspedes les agasajó tanto, los misioneros eclesiásticos les 
trataron con tanta dulzura, y las órdenes de respetarles 
fueron tan severas, que su carácter tenaz contra la hostili- 
dad filé cediendo á los halagos de la benevolencia. Se les 
vió, con admiración de los conquistadores, ayudarles en al- 
gunas faenas de salvatajc, re.spctando los náufragos y las 
mercaderías, y aun se agrega que muchos se convirtieron 
al ci'istiaiiismo. Seducidos por el ejemplo, los yaros y las 
tribus de la sierra de Maldonado también quisieron ser par- 
tícipes de los buenos tratamientos del conquistador, y no 
opusieron resistencias á su pase tranquilo por el país, cre- 
yendo sin duda que si los obstinados chaiTÚas hallaban 
una razón para ceder cuando corría de su cuenta dar el 
tono á la resistencia nacional, las demás parcialidades po- 
dían seguir las trazas de aquella que llevaba en sus manos 
los destinos uruguayos. Era todo esto para Céspedes una 
buena victoria que le daba sólidas ventajas sin efusión de 
sangre. 


( 1 ) Ésta fue, según confesión de los historiadores jesuítas, la pri- 
mera aplicación que se hiio á la Cumpañia por los Gobernadores del 
Rio de la Plata, resaltando el rruyaai/ la primera de las provincias 
plateases donde ejercieron oftcialinenle su doiniuacióu. 



LIURO III. —T^A CONQUISTA 3:^.5 

Fiu!* más feliz aun con los cliaml.s. Iii.stados dstos pol- 
los niisioiiero.s, abandonaron sus guaridas dcl Río Negro 
bajando á la tierra firme, en la cual comenzaron la fabri- 
cación dcl pueblo de Santo Domingo de Soriano, á la 
misma altura más o menos de donde hoy se halla. Ele- 
vóse la iglesia de acuerdo con lo que sobre el partiínilar 
prevenían las leyes de Indias, y hecho q\ic fuá el repar- 
timiento de solares, tomó aire de población el moderno 
establecimiento fundado por la civilización eiu’opea con 
elementos de la raza primitiva. Fueron, pues, habitantes 
del actual Departamento de Soriano, los miembros de la 
primera tribu lu-uguaya que se incorporó al dominio espa- 
ñol, sustituyendo los pueblos edificados tí las tolderías, y 
recibiendo la unción del cristianismo en la pila bautismal 
de una iglesia levantada por sus propios esfuerzos. Acon- 
teció este hecho en el año de 1624. 

Comenzóse ii notar hacia estos tiempos, que el país 
era dueño de un elemento de riqueza muy considerable. 
Los primitivos vecinos de Buenos Aires habían destinado 
la bamla septentrional del Plata para proveerse de leña, 
carbón y maderas gruesas de (jue carecían en su ribera; y 
it fin de no privarse de tan lucrativo comercio, se opusie- 
ron siempre al establecimiento de población alguna en tie- 
rras uruguayas ( 1 ). Este deseo elevado á la categoría de 
medida administrativa y hasta de razón política, fomentó 
el ánimo de sucesivos gobernadores á no poblar nuestras 
costas, permitiendo solamente la entrada á leñadores y car- 
boneros que procuraban el aprovisionamiento de la capi- 


(1) fícs'puesífi del Manjués de drimaldi á la Memoria que cu 177 (i 
j/reseufarou los poriwjucscs ( Bib del «Comercio del Platii •). 



336 LIBRO m. — LA CONQUISTA 

tal piálense. Pero la experiencia ele un lucro seguro hizo 
mayor cada día el número de los concurrentes, y el vecin- 
dario de Buenos Aires contó im abasto que llegó á de- 
jarle sobrantes para exportar. El óxito de tan cómoda ex- 
plotación industrial, estimuló otras que deliían basarse en 
la riqueza ganadera del suelo uruguayo, superando los ren- 
dimientos del carbón y leña. La matanza de reses, salazón 
de carnes, recolección de sebo y grasa, y aprovechamiento 
de los cueros al pelo, constituyó un nuevo ramo en que es- 
tribaba el principal comercio de la capital del gobierno del 
Plata; y á la adquisición de tídes productos salidos de 
nuestro territorio, destinó ella numerosa parte de sus hijos. 

El origen de la riqueza pecuaria del Uruguay provenía 
en mucho de la casualidad. Cuarenta y cuatro caballos y 
yeguas, dejados por D. Pedro de Mendoza de.sde la costa 
de Buenos Aires hasta el mar, reproduciéndose extraordi- 
nariamente, formaron el núcleo que debía constituir la fu- 
tura riqueza caballar de estos países. En cuanto al vacuno, 
los hermanos Goes, portugueses, introdujeron en 1555 al 
Paraguay, por vía de San Vicente, siete vacas y un toro, 
comisionando para conduch' la tropilla á un tal Gaete, que 
obtuvo una vaca por premio de su trabajo, de donde vino 
el refrán : más caro que la vaca de Gaete ( 1 ). Reunié- 
ronse á dichos núcleos, los caballos que trajo Alvar Núñez 
y las vacas que importó Juan Torres de Vera y Ai’agón, 
yerno de Zárate, en cumplimiento de sus respectivas capi- 
tulaciones. La rápida multiplicación de estos ganados, des- 
parramándolos por el campo, propendió á hacerlos en gran 


(1) Rivacleneyrn, Relación de las Provincias del P/ato. — Guzmán, 
La Argentina; lib ii, cap xv. 



LIBRO ni. — L.V COXQÜÍSTA 


337 


parte cerriles, y algunos trozos alzados cruzaron el Uru- 
guay, refugiándose en nuestro territorio. Los naturales del 
país, (pie ignoraban hasta entonces su importancia positiva, 
dejaron que se reprodujeran, sin oixiuerles aquellas limi- 
taciones con que la civilizaiáón, á par de utilizar sus ser- 
vicios, merma la potencia de su acción fisiológica. Por su 
parte los es])añoles, poseyendo enorme cantidad desde Bue- 
nos Aires hasta \á Cordillera y el Estrecho, tampoco ne- 
cesitaron efectuar sacas, cuyo resultado habría contribuido 
á la minoración de los cuadril pedos; de modo que los ga- 
nados aumentaron con vigor sin ninguna de las contrarie- 
dades á que están sujetos por la misma naturaleza de su 
condición. 

Entre tanto, el ingreso al país de estos gi-upos de ani- 
males, debía cambiar sensiblemente las condiciones del 
suelo. Livianas de cuerpo, las especies nativas, sin excluir 
las depredadoras, no aplanaban la superficie, ni dañaban 
la germinación de cuantiosos vegetales hoy extinguidos, 
que servían de alimento ó apagaban la sed. Pero los ca- 
ballos y vaca*\ de estructura pesada y casco ó pezuña 
recia, trillando y quemando el piso con sus correrías y 
deyecciones, fomentaron una vegetación nueva, de pasti- 
zales tupidos y cai’dales ásperos, destinada á facilitar só- 
lidos engordes. Modificación tan radical en los productos 
de la tierra, alteró forzosamente los usos y costumbres de 
sus habitantes. El indígena se hizo carnívoro por necesi- 
dad, y ecuesti*e por imitación. La ignorancia en que hasta 
entonces había vivido sobre el aite de reducir los ganados, 
se transformó en singulai* destreza para usufructuarlos 
como elemento comestible y medio de transporte. Así, 
cuando los vaqueros y leñadores de Buenos Ah*es empe- 



388 UnRO lli. — LA CONQUISTA 

zaron á frecuentar nuestras (!Ostas, se encontraron con este 
nuevo concurrente, que fue inuchas veces un aliado, según 
se prestase á coadyuvar al trabajo de sus peonadas. 

Luego de conocerse el rendimiento que daba un co- 
mercio tan importante, vinieron los estatutos y tarifas que 
reglamentaban su forma y determinaban su alcaiuíe. Las 
personas que jn-etendían hacer el negocio de cueros, grasen'a 
y salazón de carnes, sacaban licencia del Ayuntamiento 
de Buenos Aires para recoger precisa cantidad de anima- 
les, con obligación de ceder la tercera parte de su producto 
á beneficio del fisco. Obtenido el permiso, ponian.se en 
marcha muchos peones y ojierarios destinados á la faena, 
componiendo gruesas partidas de gente que .se designaban 
con el nombre del individuo favorecido por la concesión de 
faenar. Para mayor comodidad de sus mismas maniobras, 
establecían su asiento á la orilla de un río ó arroyo, de lo 
cual vinieron esos arroyos y ríos á tomar los nombres de 
los sujetos á quienes se había concedido permiso para la 
matanza; así es que, desde la salida de IMontevideo hasta 
la costa del mar y ensenada de Castillos, se encuentran 
y oyen nombrar, el arroyo de Pando, el de Solis grande, 
el de Maldonado grande y el de Maldonado chico, la la- 
guna de Rocha, el arroyo Chafalote, así llamado de un dra- 
gón español á quien pusieron este apodo, y los cerros de 
Don Carlos Narrdvz y de Navarro. Tal fue el origen de 
la riqueza pecuaria del Uruguay, cuyos primeros explota- 
dores, á la manera de los hombres ilustres de épocas gran- 
des, fueron dejando vinculados sus nombres it los ríos, ce- 
rros y ciudades que hasta hoy los llevan. 

Pero el descubrimiento de tan preciada riqueza no pro- 
dujo los bienes que debían esperarse de su fausto ha- 



UBRO Ilt. - LA CONQUISTA 3'{9 

Ihizgo. Aparte de los atentados (pie provocó y de los cua- 
les se liará mención á debido tiempo, ella sedujo el ánimo 
de los españoles con las perspectivas de una explotación 
ganadera en grande escala. Los campos del Uruguay, ricos 
por su condición propia, dóciles á la acogida de todo ele- 
mento vegetal que se deposite en su seno, favorecidos j)or 
aguadas abundantes, refrescados por brisas continuas, no 
merecieron del conquistador y del vecindario de Buenos 
Air(*s oti’o destino que el de ser dedicados á la cría de 
animales. Se consideró un atentado á la riipieza publica el 
poblarles de gentes entendidas en el laboreo de la tierra, y 
exceptuando los esfuerzos de los jesuítas, todos los conatos 
de los e.spañoles dados al comercio .se encaminaron desde 
entonces á formar una gran estancia de la pro\incia que 
era dueña de los mejores campos y estaba bañada por los 
mejores ríos. Si ha sido funesta esta conducta, pueden res- 
ponder por nosotros los males que aún nos aquejan, la 
despoblación que neutraliza nuestros más vigorosos es- 
fuerzos de sociabilidad, la explotación rudimentaria de las 
grandes zonas de tierra, que alimentan á cincuenta jierso- 
nas, donde debieran vivir dos mil ! Afortunadamente, otra 
civilización más fuerte y entendida riuo á dar á luia parte 
de nuestras tierras la importancia que merecían, creando 
pueblos regidos poi- sacerdotes que transformaron en agri- 
cultor&s á los más indómitos guerreros. Llegamos al mo- 
mento en que va á presenciarse la creación, desaiTollo y 
triunfo de la sociabilidad jesuítica. 




LIBRO CUARTO 




LIBRO CUARTO 


LOS JESUÍTAS 


Las Misiones jesuíticas. — Primitiva forma legal de las reducciones.— 
Su aceptación condicional por los jesuítas. — Habitabilidad de los 
pueblos. — Gobierno religioso y político. — Gobierno económico.— 
Fundación de San Francisco de Borja, San Nicolás, San Miguel, 
San Luis Gonzaga, San Lorenzo, San Juan Bautista y San 
Ángel. — Los mamelucos de San Pablo.— Sus correrías contra las 
i-educciones. — Re.sistencias levantadas por los jesuítas. — Cómo las 
conjuraron. — Los misioneros merce<larios. — Ataque y destrucción 
de Itazurubí. 


(1625 -167«i) 


Para formar idea de las Misiones jesuíticas, conviene 
remontarse á su filiación histórica; porque lejos de haber 
sido invento de los misioneros, no fueron ellas más que la 
resurrección de un sistema catequístico aplicado á las na- 
cientes cristiandades de aborígenes americanos, bajo el 
mismo régimen adoptado por la Iglesia con las naciones 
gentiles del antiguo hemisferio. La comprobación del 
hecho es tan sencilla, que se impondría con sólo enunciarlo, 
si la Historia, en cuanto ciencia, no fuera maestra, teniendo 
entre el primero de sus deberes la obligación de evidenciar 
las verdades que enseña. 



344 


LIBRO IV. — 1.08 JESUÍTAS 


Presunciones erróneas, nacidas en nnos de la aduiii-ación 
y en otros de la mala volnntad, han atribuido á los jesuítas 
el plan original de las reducciones, así como el resultado 
de los armamentos militares y las guemis de conquista ó 
defensa, que no ellos, sinó los españoles, prepararon y sos- 
tuvieron provocados por rivalidades políticas. Pero si 
esto complica el juicio definitivo sobre los misioneros, ma- 
nifiesta la eficacia de su obra, patrocinada en Ainórica })or 
loa mismos gobiernos europeos, quienes, antes ó des- 
puós de la guerra, favorecidos ó no por la victoria, nunca 
removieron á los jesuítas hasta la gran conjuración de 
1757 -Ü7, donde compromisos de familia, más bien que 
razones de Estado, pusieron de acuerdo á los reyes de 
la casa de Borbón para proceder contra la Compañía en 
todas partes. 

La estructura social de las reducciones reposaba sobre 
el modelo de las primitivas cristiandades. El gobierno civil 
en manos de magisti’ados populares, el gobierno eclesiástico 
en manos del clero, la comunidad de bienes como vínculo 
fraternal, y las penitencias públicas como castiga de las fal- 
tas cometidas, tales eran los resortes esenciales de aquel me- 
canismo que se remontaba á la organización apostólica (1). 
En las páginas-^e la Biblia, mejor que en las disquisicio- 
nes de los viajerOÍV se encuentra el cuño de la dominación 
jesuítica, como se éftcucntra en las descripciones de los 
primitivos germanos hechas por Tácito, la filiación pagana 
y agreste de los charrúas. 

Respondiendo á este plan bíblico, los jesuítas tenían una 
forma peculiar y reglamentada de catequística. El funda- 


(1) Actor, II, 45; iv, 32-37. 



LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


345 


dor de la Orden, en sus constituciones, para siijetm* más 
el Instituto á la Sede Apostólica, tlispuso que los profesos 
de cuati’o votos añadiesen á los tres sustanciales de la re- 
ligión un cuarto de obediencia al Sumo Pontífice en lo con- 
cerniente á las misiones; proponiéndose con ello ya robus- 
tecer el Pontificado, que los protestantes intentaban soca- 
var, ya dedicar á tan arduo ministerio á los jesuítas más 
conspicuos, y de esta manera convertir en título de honor 
el de3em]ieño de los más difíciles y peligrosos trabajos. 

Las constituciones y reglamentos jesuíticos, considera- 
ban las misiones «Servicio de Dios»; de manera que todo 
acto de los misioneros debía conducir á ese fin. Para lle- 
narle con éxito, ordenaban sembrar la palabra evangélica 
en las regiones más necesitadas, aun siendo las menos 
agradables; que no se descuidasen las ciudades capitales, 
por ser ellas las que dan el tono del vicio ó la virtud á los 
imperios; que se influyese sobre los sabios y persoims 
constituidas en dignidad, por ser su ejemplo y crédito de 
gi’ande importancia cuando está al servicio del bien. Se 
mandaba tener en cuenta las condiciones físicas y morales 
de los misioneros, enviando los más fuertes donde se re- 
quiriesen mayores trabajos, y los más virtuosos á los si- 
tios que ofrecieran mayores peligros espirituales. Donde 
fuera necesario combatir las luces y la corrupción, hom- 
bres que juntasen las luces á la santidad, y donde la 
preocupación y la ignorancia, hombres capaces de disi- 
par ambas con su ejemplo y doctrina. Recomendábase, 
siempre que fuera posible, juntar un misionero á otro, ya 
para ayudarle en sus tarcas, ya para templar su celo si 
fuere muy ardiente, procurándose por este medio la'com- 
plementación de los caracteres y virtudes. Se prohibía ex- 



310 UHRO IV.— U)S JKSUÍTAS 

citar el ontiisiiiHino o el fanatismo con la preiliciición; se 
mondaba ceder en lo indiferente pañi lograr lo esencial, que 
era atraer los gentiles sí C’risto, nícomciuhindosc para ello 
acomodarse en sus principios al carácter y usos de los in- 
dígenas, en cuanto la razón y la moralidad lo permitie- 
sen ( 1 ). 

Todo comercio, y aun sus apariencia.s, estaba formal- 
mente vedado al misionero. Advertíasele además, qiu* no 
diese el menor motivo de disgusto á los gobiernos, y (jue 
inculcase entre el pueblo el respeto debido á los obispos. 
Munido de estas instrucciones, que había juratlo cumplir 
ligándose á ellas por la solemnidad de un voto, partí^ á 
convertir infieles, derramando su actividad por todos/los 
hemisferios, y clavando en ellos, bajo la acción rigorosa de 
un vasto plan, los jalones de la civilización cristiana. 

Agotada España en hombres y recursos, buscaba de 
tiempo atrás el medio de resolver la conquista definitiva 
de estos países, sometiendo sus poblaciones nómadas y be- 
licosas á una obediencia regular. En tal concepto, el Go- 
bierno español comenzó á empeñarse para que los natu- 
rales americanos fuesen reducidos á vivir en poblaciones 
donde se les enseñase la doctrina evangélica y las prácti- 
cas sociales del mecanismo europeo. Diveilas vecas se dis- 
cutió este punto por el Consejo de Indias con personas re- 
ligiosas, y también lo hicieron los prelados de Méjico á. 
pedido de Carlos V en 1540, estableciendo bases y reglas 
de conducta, pero no con*espondió el é.xito á sus miras. La 
América del Norte, laboratorio de los primeros ensayos 


(\) Cntisliliirioiirs JcsiiHiríis, fi\ \n ' .\p<)lo«jía dül Iiisliinto ; lomo I, 
cap XII (odie Aviíión, 170;')). 



LIBRO IV.— LOS JE.su ÍTAS 


347 


del plan indicado, fnó ob.stócnlo y nuu-has veces tumba de 
los misioneros franciscano.*^, dominicos y agustinos que lo 
pusieron por obra, soportando con el inurtii’io la périlida 
de sus trabajos ( 1 ). Y cuando el fiu'or de los indígenas 
cedió á la iiersuasión, la codicia de los encomenderos 
rea\dvó el fuego do la resistencia, llegando hasta encen- 
derlo en el itniino de loa mismos propagandistas religioso.s, 
quienes les increparon con rnde/a sus vicios, transformán- 
doles en declarados enemigos. 

Ante complicaciones tan graves se jkíiisó en los jesuítas, 
cuya reputación abonaba el óxito de sus conquistas espiri- 
tuales. Las experiencias realizadas por ellos en Europa y 
Asia, como controversistas y sabios, directores y misione- 
ros, ^^viendo entre toda laya de gentes y adaptándose con 
prontitud á su lenguaje y usos, pai-ecía un pronóstico de 
triunfo. Invitados á la^nquista religiosa de Amórica, to- 
mai*on de buena gana lo que se les daba, y comenzaron á 
extenderse por las regiones del Perú y Brasil, convirtiendo 
infieles y civilizando naciones andariegas, que concluían 
por fijarse en una zona detenninada. La fama de estas 
victorias encontró admiradores que la difundieran, con- 
tándose entre su número los mismos tenientes del Rey de 
España, que ¡jedían el auxilio de los PP. para diu’ cima á 
sus empresas. 

Se ha visto ya cómo Hernando Arias de Saavecba fue 
de este número, solicitando de Felipe III la asistencia de 
los jesuítas, después de aquel desastre que abatió sus 


(1) Miguel de Venegns, Nolicia dr. la Cali furnia ij de nu cúnquisln; 
tomo I, onp \\\. — Chuir dr Lctirrs édiflanirs de r.Vniérique), 

tomo I. 


DOM. Eip.— I. 



348 


LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


armas en los dominios uruguayos; sclia visto también cómo 
algunos de los citados misioneros se trasladaron á estas 
regiones, requeridos por el Superior del Perú, que obedecía 
ordíiii expresa de Felipe para el caso. Eran estos primeros 
recién llegados los que debían fundar aquella sólida arma- 
zón que con el nombre de Jfisloncit jemiiieas resistió 
los ataípies del extranjero y salvó incólume, durante easi 
dos centurias, nuestro legítimo dominio sobre las tierras 
poseídas. 

Las reducciones jesuíticas ubicadas en nuestro territo- 
rio se establecieron sobre la. margen izquierda del río 
Uruguay, en la extensión de unas 40 leguas de anchura 
por nuis de cien de longitud. El Piratiní, con multitud 
de arterias y riachos, formaba su sistema hidrográfico, 
acumulando á estas ventajas naturales la comunicación 
fácil con el resto de los Cíentros poblados de la ProUncia 
jesuítica. Siete fueron los pueblos que en diversas fechas 
fundaron los misioneros del Uruguay; á s>^t: San Fran- 
cisco de Borja, San Nicolás, San IjUÍs (ionzaga, San jNIí- 
guel, San Lorenzo, San Juan bautista y San Angel; 
concurriendo á la formac^n de estos centros di; actividad 
civilizadora, elementos ^^divei’sas jirocedencias, Jie la 
educación y la disciplina transforma roi^ en una totalidad 
compacta. El acici’to en la elección del terreno, facilitó el 
progreso de las reducciones uruguayas, llegando San Luis 
Gonzaga á ser la capital del Gobierno de Misiones, cuando 
Es[)aña colocó todos los pueblos arrebatados á los misio- 
neros bajo el mando de un Gobernador de su dependencia 
directa. 

La primera dificultad con que los jesuítas chocaron al 
hacerse cargo de la reducción de indígenas en el Río de la 



LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


349 


Plata y Paraguay, filé la (lispaiiflail ilc vistas resultante 
entre su plan de organización y el que mantenía la adini- 
nisb-ación española. Desde luego, pue.s, reclamaron contra 
él, negándose á admitir que los pueblos colocados bajo su 
dependencia se dieran á nadie en forma de encomienda. 
Pidieron, asimismo, que las autorídades civiles se eligieran 
de entre los naturales de los pueblos, y anunciaron que se 
disponían á hacer una repartición equitativa de los bienes 
adquiridos por el trabajo, señalando un límite prudente á 
las fatigas de los indígenas. Felipe IV, en presencia de es- 
tos reclamos y de la repugnancia de los naturales á ser 
empadronados y sujetos al opresivo servicio de las enco- 
miendas, hizo particular gracia á los del Paraná y Uru- 
guay, concediéndoles, además de la incorporación ilirecta á 
la Corona, que les libraba de la tutela de los encomende- 
ros, la exención de todo tributo durante los primeros diez 
años de su reiuiión al gremio de la Iglesia. 

Dicho se está que la conquista de estas liberalidades, 
obtenidas muchas de ellas por el a[)oyo de algunos gober- 
nadores y personas influyentes que les eran afectas, traje- 
ron sobre los jesuíta.s, á la vez que el aplauso de los natu- 
rales, el odio de los encomenderos y demás aspii’antes 
desposeídos. Como quiera que la amplitud de sus faculta- 
des les diera pleno dominio en la organización de los pue- 
blos, se aislaron de las autoridades españolas, evitando su 
acceso por mecUo de fosos guarnecidos de fuertes palizadas. 
Aquella independencia inviolable exasperó el ánimo de los 
codiciosos y las susceptibilidades de la autoridad política, 
combinándose todos los resentimientos para denunciar á 
los jesuítas como ocultadores de gi-andes tesoros y promo- 
tores de un plan de independencia. Con este motivo, fue- 



LIBRO IV.— LOS JKSUÍTAS 


:{;")() 

ron invadidos más de nna vez en sns j)osesiones ¡)or los 
gobernadores es[)afioles aeonijianados di* fuerzas res})eta- 
bles, no resullando otra eosa de la investigaeión, ([lie la gran 
moralidad personal de los misioneros y el respeto (pie sus 
síibditos espirituales les profesaban (1). 

En el eorrer de (^stos trabajos, se unifonm') y eomple- 
ment(') el régimen legislativo de aípiella organizaei(ni eomn- 
nista. Ví'amos sns |)rinei|)al(.‘s ])reeej)tos: 1." Se mandaba 
(pui los indios fnes(‘n redneidos á j)ueblos, y no viviesen 
divididos y s(í])arados })or sierras y montes, cometiéndose á. 
los virreyes y gobernadores la ejecución de las reducciones 
con la mayor suavidad y temjdanza. 2." (¿ue los ))rel^i^!^5^ 
eclesiásticos ayudaran y facilitaran las ri'ducciones. ib" ^ikí 
para hacer las reducciones se nombraran ministros y per- 
sonas de muy enü^ra satisfacción, castigándose cualquier 
clase de compulsión ó apremio efectuado con los naturales 
por quien quiera que fuese. 4." Que los sitios destinados 
piu-a constituir pueblos y reducciones habían de tener co- 
modidad de aguas, tierras y montes, entradas y salidas, y un 
ejido de una legua de largo, donde los iiulios tuvieran sus 
ganados siii mezclarlos con otros de espaiíolcs. 5.'’ Que no 
pu<Herail quitarse á los indios reducidos las tierras y gran- 
jerias que anteriormente hubieran jioseído. O." (¿ue si- jiro- 
curara fimdai’ pueblos de indios ceriía de doiuU* hulncse 
minas. 7.“ Que las reducciones se hicieran á costa do los 
tributos que los indios dejasen de i>agar jior título de re- 
cién poblados. 8." Que si los indios deseasen [lermaiuícer 
en las chacras y estancias donde ivsidían al tiempo de 


(1) (luillí'i’mo 'P. Riiyiiiil, lUsloirr , He; lomo iv, 

lib VIII. 



LIBRO IV. — LOS .IF,.SUÍT.\S 


351 


rcdiiciilvs, piulier.in (*leu;¡i' entre lo j)iiiiiero ó innreliíirse al 
sillo donde ubicase la primera redneeión ó pueblo; pero si 
en el término de dos anos no hiciesen lo segundo, había 
de asignárseles por ri'dueeión la hacienda donde hubieran 
asistido, sin (pie por esto se entendiera dejárseles en 
eondici(ui de i/aiiaroiias ó criados de los chacareros ó 
(‘staneieros. 9." (¿ue las redueeiones no pudieran mudarse 
de un sitio á otro sin orden del Rey, Virivy ó Audiencia. 
10. (^ue las (piei’ídlas suscitadas con motivo de la eje- 
cucicai de redueeiones, t(índrían apelaciihi iniieaniente ante 
el Consejo de Indias, comjiensándosc á los (‘spañcdes las 
tierras (pie se les (piitaran para repartirlas entre los indios 
reducidos. 1 1. Que ningnn indio d(‘ un pueblo .se tra.sla- 
dara á otro; (pie no se diera licencia á los indios para vi- 
vir fuera d(“ sus reducciones. 1 2. C^uc c(*rca de las reduc- 
ciones no hubiera estancias de ganado-s y se prohibiera á 
los esjiañoles y á los negros, nu'sti/.os y mulatos vivir en 
las riídiiecioiu's, aun cuando poseyeran tierras de su propie- 
dad (!ii ellas. Id. Que ningini e.spafiol transeúnte e.stu- 
viese más de dos días en una redueciini, y (]ue los merca- 
deres no estuviesen más di; tres. 14. C^iie donde hubiera 
iiKísini ú Jecuta, nadie posase (íii casa de indio o mazegual, 
y (}ue los caminantes no tomasen á. los indios ninguna 
cosa por fuerza. 

Estas particularidades dejaban fuera de cuestión la 
forma en que podía ivducirse á los indígenas, y les sus- 
traía á los vejámeiK's posibles de la codicia, ya con rcla-| 
eión á las tierras adquiridas, ya (‘ii lo relativo á los scr- 
vicl'^tj (pie se les impusiera como ocupantes ó colonos. 
Seguidamente, .se les garantía la .satisfacción de sus nece- 
sidades religiosas en estos términos: i." Que en cada re- 



352 


Lirmo IV. — i-os jesitítas 


(lueción se fabrieara iglesia eon puerta y llave. 2." Que el 
e.stipeudio de lo.s euras doetnnei’os se costease del producto 
de los tributos pagados por los indios. 8." Que en cada 
población mayor de lüO indios hubiese dos ó tres can- 
tores y su sacristán. 4.° Que llegando á 100 indios hu- 
bies(! un fiscal, y pasando de ese níimcro hubiese dos, 
para convocar los pueblos á la doctrina. 

Por último, se })rovcía á las exigencias del gobierno, 
concretando su satisfacción en esta forma: 1." Que en las 
reducciones se nombras(*n alcaldes y regidores imlios, cuya 
jurisdicción alcanzaría solamente para inquirir, aprehender 
y traer los delinciuaites á la cárcel del })ueblo de e.s]>a- 
ñoles de a(juel distrito; ])cro que se les cometía castigar 
con un día de prisión ó seis ú ocho azotes al indio que 
faltase ii la mi.-sa en día de tiesta, ó se embriagase ó hi- 
ciese otra falta scanejante, y si fuera embriaguez de mu- 
ebos, pudiera castigarse con más rigor. Exec})eión hecha de 
los rej)artimientos de las mifas (pie corrían á cargo de los 
eaeicpies, el gobierno de los pueblos reducidos, en cuanto ái 
lo universal, se d(‘jaba á cargo de los dichos alcaldes y n\- 
gidores indios, quienes podían tambitai iirender á negros y 
mestizos en ausencia de la justicia ordinaria. no se 

pusiesen en las redueeioiuís mayordomos ó calpizques sin 
aprobación d(‘l Gobernador ó Audiencia del distrito y fian- 
zas, y que los calpizques no llevasen vara de justicia. 

Que en los pueblos de indios no se vendieran los ofi- 
cios ni los hubiera propietarios ( 1 ). 

Así (piedó incorporado á la legislación vigente, el plan 
catequístico de los jesuítas. Por este mecho cuando menos, 

(1) Leijes de liidktí!, lomo ii, l¡b vi, lít ni. 



LIBRO IV. — IX)S JESUÍTAS 


353 


lii iluleiiendencia ele las operaciones ele los misioneros re- 
cibía sancieín ele la ley, suministróneloles esa fuerza mo- 
ra] que constituye el elerecho positivo. Los indígenas, por 
su parte, conquistaban el gobierno propio, consiguiendo 
regirse por autoridades populares elegidas entre ellos, y 
unos y otros poelíau marcliai* unidos á la consecución del 
fin cuyas miras eran tan amplias. Por primera vez se ha- 
cía en los dominios americanos de España, el ensayo leal 
de la civilización cristiana en toda su pureza, sin que fue- 
ran parte á perturbarlo las intercurrencias maléficas que 
disolvieron los esfuerzos de Las Casas y desacreditaron los 
trabajos similares de tantos otros cooperadores suyos. Por 
primera vez también, desde que el Cristianismo era doc- 
trina y ley aceptada por el mimdo, se producía en un rin- 
cón del universo la lucha (fe la idea solitaria é inerme, con- 
tra los inconvenientes de la fuerza material y las conti’a- 
riedades de la barbaiie. 

Las primeras entradas de los misioneros á tierra de 
infieles fueron penosas. Muchos soportaron el martirio y 
la muerte en pago de su predicación, y otros tuvieron 
un éxito mediocre. La indiferencia era uno de los obs- 
táculos que les contrariaba con más vigor en su empresa, 
porque los indígenas, refractarios á la palabra evangélica, 
la oían sin entusiasmo y la olvidaban apenas desaparecía 
el predicador. Aquellas naturalezas rudas no podían expli- 
carse la doctrina de la caridad y el amor al prójimo 
como provechosas en la tierra, así es que sólo cuando 
empezaron á tener idea de una compensación extra- 
terrestre proveniente de castigos y premios futuros, fué 
que prestaron atención á lo que se deseaba enseñarles. Los 
jesuítas daban como hecho averiguado, ser los indios més 



354 


LIBRO — LOS JESUÍTAS 


sensibles á j^ercibir las ideas por los ojos que por los oídos, 
así es que acompañaban su jirecbcación con deinostracio- 
ues prácticas: llevaiian consigo pinturas del cielo y el in- 
fierno, cuya visión siqieraba con éxito el efecto de los dis- 
cursos. También solían emplear otros medios ingeniosos 
para toair el corazón de los infieles: tomaban nota, con 
gran cuidado, de las razones que individualmente les daba 
cada indígena para no quererse convertir, y luego en la 
plática que hacían al conjunto, aplicaban esos raciocinios 
á los pecadores empedernidos y los rebatían como una 
doctrina sugerida por el demonio. Los indígenas, escu- 
chando sus propias palabras prohijadas por Sabinas, que- 
daban aterrados. Sin embargo, la dificultad de expresar.se 
en los idiomas de ellos, no era pequeña en los primeros 
tiempos. Bien que el Padre (ionzález, á quien llamaban 
sus compañeros v\ Demóstenes guaraní por la mae.stría 
con (pie lo hablaba, y alguno (pie otro misionero gozasen 
ese privilegio, no era comíín á todos tal facultad. Para 
subsanar el mal, se establecieron escuelas á fin de en- 
señar á los curas doctrineros las lenguas indígenas, con 
lo cual se adelantó mucho; fundándose igualmente en las 
reducciones, escuelas para la enseñanza castellana de los 
catecíímenos ( 1 ). 

La exiieiiencia de los hechos fué sugiriendo á los jesuí- 


( 1 ) En 7 (le Junio de IñDd ludúa expedido el fíep una cédula al 
Gobernador de las proriucias del líio de la Piala, para que se eme- 
ña4C la Iriujua castellana á los indújs <pie rol untar unnente (¡uisicran 
aprenderla, sin costo suyo y por medio de. maestros contratados al 
efecto: haciendo presente (pie aunque estaban fundadas crítedras para 
la enseñanza de las le.nyuas indiyenas d los sacerdotes doctrineros, 
eran tan pobres esos idiomas, que la instrucción rcliyiosa no podía ade- 
lantarse por medio de ellos ( liad Cedida de Toledo ). 



r.IBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


355 


tus eoinbiiiuc’ioiies ingeniosas para herir de todos modos la 
sensibilidad de los naturales. Estudiaban con persistencia 
su índole, y no escapaba á esa investigaiáón constante, el 
menor detalle, el más leve gesto. Simpatías y odios, gus- 
tos é indiferencias, todo era materia aprovechable para los 
misioneros, que hábilmente tornaban en servicio de sus 
propósitos esas propensiones geniales de sus futuros sób- 
ditos. Conociendo cuanto predominaba en ellos la descon- 
fianza, siempre se les mostraban confiados hasta la exage- 
ración, de modo que á la menor .solicitud de un indígena 
para que viera enfermos, consolara moribundos ó bauti- 
zase pueblos lejanos, allá iba el misionero sin aparentar 
inquietud, aunque conociese que le armaban una celada. 
Muchas veces esa tranquilidad de porte desarmó á tribus 
enteras que tenían designio de ultimar al sacerdote; y 
otras se impuso al mismo guía, cpie á mitad de camino con- 
fesó la trama, rogando á su víctima que desandará la hue- 
lla emprendida. Solía acontecer tambión, que llegado un 
misionero á. dominio de infieles, se snscita.sen entre la 
tribu divisiones de opinión de.spuós de haberle escuchado, 
y que unos toniiu'an las armas para matarle y otros co- 
rrieran á su defensa. No sin grande admiración de todos, 
se veía al jesuíhi, despuós del combate, iicdir al vencedor 
gracia para los prisioneros. 

Entre los recursos de (luc los jesuítas echaron mano 
para sus conversiones, llegó á hacerse proficua la influen- 
cia de la mósicíi, cuyo conocimiento era común á la ma- 
yor parte de ellos. Luego de advertir el gusto marcado 
que demostraban los indígenas hacia la armonía, empren- 
dieron atraórselos por ese medio. El misionero errante en 
los campos, apenas sentía estar próximo á guaridas de 



356 


LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


infieles, se ilelenía y entonalia cánticos sagrados, cuya re- 
percusión atraía á su al rededor los indígeuas que eaute- 
losainente se ajiroxiinaban á escucharle (1). ¡Singular as- 
pecto debía ofrecer aquel cuadro, en que un sacerdote evo- 
caba en el desierto la protección divina, contrastando su 
vo/, su ademán y sus vestiduras, con la actitud retraída de 
salvajes apenas divisables por el inquieto balanceo de sus 
cabezas coronadas de plumas, asomando entre las ramas del 
bosque ó los intersticios de los altos pajonales! Y sin em- 
bargo, lo inusitado del procedimiento le daba misteriosa 
eficacia, domando aquellas naturalezas fieras que cedían á 
los encantos del ritmo, emocionadas ante un placer tan es- 
piritual como nuevo para ellas. 

Constituidas las primeras reducciones, el plan catequís- 
tico asumió formas de carácter más mundano que en los 
comienzos. Las entradas de los misioneros entre salvajes 
se hacían , con escolta armada de indios cristianos, para 
impedir el atropello de sus personas, que había sido tan 
comón, produciendo tantos mártires al principio de la 
propaganda. El misionero jesuíta, ya no sólo se valió de 
la predicación al aire libre, confiando el éxito de sus ta- 
reas á la semilla evangélica, sinó que empleó las artes 
diplomáticas y sedujo con los donativos. Cuando quería 
atraer una tribu, s(í dirigía escoltado al paraje de su resi- 
dencia habitual, procurando hablar con el jefe á quien 
decía que las mentas de su valor y poderío, pregonadas por 
la fama, le traían allí para conocerle y admii-arle de cerca. 

Seducido el bárbaro por la alabanza, trataba de coiTes- 
ponderla mosti’ándose accesible, y bajo ese pie de recíjiro- 


(1) Muratori, Rclolion des Missions dti Paraíjuay; cap ix. 



LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


357 


cas atencioues, comenzaba, sin que él lo notase, su ca- 
tequización. Empleábase otras veces, en clase de catequis- 
tas, á ciertos caudillos ya convertidos, á quienes se enviaba 
entre los injBeles como al acaso, y rai’a era la excuisión en 
que no lograban buen número de conversiones, aunque al 
decir de algunos, no siempre eran ellas voluntarias, pues 
hubo caso en que, á pretexto de hospedarse entre tribus 
contumaces, entraron fuertes grupos de esos catequistas 
laicos, y cayendo de sorpresa sobre los jefes principales 
durante el sueño, les aprisionaron, haciéndose seguir luego 
del pueblo, sometido en la perjdejidad de su desamparo. 
Por último, aumentábanse también los convertidos con el 
rescate por compra de los prisioneros que los infieles se 
hacían en sus guerras. El veu(;edor ofrecía á los curas 
doctrineros, en trueque de algodón, trigo, tabaco ú otros 
productos, las mujeres y muchachos tomados á los enemi- 
gos; y esos rescatados sentaban arraigo en la reducción, 
donde, después de instruidos, recibían el bautismo ( 1 ). 

Mucho favoreció á los jesuítas, en concepto de la corto 
de Mach’id, el martirio soportado por algunos de los suyos. 
Á pesar de la guerra de los encomenderos y de los recla- 
mos de las autoridades e.spañolas, el Rey coligió algo 
más que un interés sórdido en la conducta de aquellos 
sacerdotes que sacrificaban la ti-anquilidad y la vida en 
aras de la conversión de los infieles. Por otra parte, la 
educación que daban á los indígenas reducidos, á quienes 
llamaban niños de barba, no ¡x)día ser más satisfactoria á 


(1) Joao Pedro Gay, Historia da República jesuítica do Paraguay, 
cap IX. — Azara, Descripción é Historia dcl Paraguay, etc; tomo i, 
cap xm. 



358 


LIBRO IV. — IX)S JEHUfTAS 


los ojos (U*l inoimrcii. Siiavoniontc les ¡han apartando de 
sus costumbres antiguas: la poligamia, el latrocinio, las re- 
yertas; les estimulaban al trabajo y al ahorro, les digniíi- 
caban, y cuando veían que había cambiado su modo de 
ser íntimo, entonces les hacían cristianos y síibditos espa- 
ñoles. 

iVsegurado el dominio de los indígena.s, trataron de 
promover su bienestar. Les enseñaron á edificar casas para 
recoger.se con los suyos, bajo un plan igual en todos los 
pueblos. La figura de estas casas era la de un galpón de 
50 á GO varas de largo por 10 de ancho, inclusos los co- 
rredores que tenían en contorno, siendo las más de ellas de 
tapia, otras de adobes y algunas de j)iedra, pero todas te- 
chadas de teja. Cada pueblo tenía su templo, de construc- 
ción irregular y materiales débiles, pero ricamente dotado 
de ornamentos, vasos sagrados y alhajas. También tenían 
armería y fábrica de pólvora, aunque no sieuqire provistas 
para atender á las contingencias requeridas jior el ser\icio 
del soberano y su propia defensa. Las casas principales, 
llamadas colegios, servían de residencia habitual de los cu- 
ras, y estaban situadas en parajes bellísimos, ofreciendo 
amplia comodidad en su interior para los menesteres de la 
enseñanza. Había en todos los pueblos escuelas de prime- 
ras letras, latinidad, música y baile; como diferentes talle- 
res de impresores, escultores, carpinteros, relojero.s, torneros, 
sastres, bordadores y otros, de donde salían buenos profe- 
sores de todas estas artes, y excelentes ejemplares de su 
aplicación, según se ve todavía en las escultimas y artefac- 
tos que el tiempo ha preservado, y en las ediciones de los 
libros de ciencia y arte que forman la riqueza de ciertas 
bibliotecas. La demás gente era dedicada á la agricultura 



LIBRO IV. — LOS .(E8UÍTAS 


359 


y guarda de ganado.s, omplcándosc las imijeres en hilar al- 
godón y lana para la fabi ieación de lienzos y ponclios. 

Guaidiíbanse con escrúpulo las festi\idades, cuya santi- 
ficación en los templos era motivo de útiles enseñanzas. 
Aprendían allí los catecúmenos la doctiina cristiana, el co- 
nocimiento de los números desde 1 hasta 1000, el nom- 
hrc de los días de la semana y el de los meses del año; y 
la definición de muchos objetos por el mismo sistema de 
raciocinio tan preconizado hoy como novedoso, y tan co- 
nocido, sin embargo, por los jesuítas, que lo aplicaban desde 
entonces sm hacer de ello un mérito excepcional. El ati’ac- 
tivo de esta enseñanza se duplicaba con la música, te- 
niendo cada templo una orquesta numerosa y completa, 
cuyo repertorio era vasto (1). En las procesiones públicas 
lucían mucho la orquesta y cantores, llevando tras de sí 
un séquito numeroso de acompañantes, en el cual se des- 
tacaban las autoridades vestidas de sus mejores trajes. 
Particularmente la fiesta de Corpus ponía á contribución 
las dotes artísticas de los indígcna.s, ponpie en ella desple- 
gaban todos sus recursos. Cou antelación distribuíanse en 
cuadrillas de cazadores y pescadores, para apropiarse los 
pájíu-os HUÍS AÚstosos y las fieras y acuáticos más temibles. 
Construían grandes arcos triunfales en las calles y plazas 
festonándolos de flores, ataban á ellos pájaros vivos que 
producían un bello efecto con su continuo volar, y colo- 
caban simétricamente las fieras retobadas á los pies de los 
arcos, produciéndose con todo esto un e.spectáculo de los 
más alegres. 


íl) .Timn y Plloii, Tirhwión tic viaje á la América MrritlioaalAoino 
III, lib I, cap XV. 



360 


LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


Los indígenas se avenían sobremanera á esta educación 
mixta, que armonizaba las prácticas religiosas con los 
ejercicios manuales, y las expansiones del espíritu con el 
trabajo industrial. Bastante cautos los jesuítas para no de- 
jarles caer en los peligros del ocio, llenaban los intervalos 
bbres con bailes, representaciones teatrales y simulacros 
de guemi, hechos por los cunu7nis 6 muchachos, con des- 
treza y compás, enti’e pocos ó muchos, según fuera la na- 
turaleza del asunto escogido. Generalmente eran combates 
entre moros y cristianos, disfrazados con sus ti’ajes de 
guerra respectivos, lo que daba materia á la diversión; 
otras veces eran baile.s de negros, tiznados y vestidos al 
U.SO de ellos. Bailaban tambión contradanzas simbólicas, 
en que describían el nombre del Rey, del Gobernador ó del 
Santo tutelar del pueblo, cuando no era alguna figura enig- 
mática la que remataba el baile, poniendo á prueba el in- 
genio de los asistentes para descifrarla. Se ejercitaban en 
comedias, loas y actos sacmmentalcs; pero lo que satisfacía 
grandemente su sencillez eran los sainetes, cuya trama se 
reducía por punto general al ft’acaso de algún ladronzuelo 
desgraciado, que habiéndose hecho con una res ajena, le 
tomaba el capaüiz en flagrante delito, azotándolo con gran 
risa de los circunstantes. En las funciones serias, las auto- 
ridades y eaudillos vestidos de traje militar, eonservaban 
el porte grave que distinguía á su raza, pero en las diver- 
siones y simulacros de guerra, gustaba la juventud de imi- 
tar los monmientos ágiles, desenvueltos y elegantes de los 
charrúas. 

La Wgilancia de los misioneros sobre sus neófitos era 
tan constante como eficaz. Se mostraban incansables en 
someterles á las reglas de higiene, recomendándoles la lim- 



MURO IV. — LOS .IKSUÍTAS 


3G1 


pieza iiulividiial y la d(* sus casas y familias, lo mismo (pie 
la templanza en la alimentaeiini. J\to este último [uinto 
era el míís difícil, [mes los indíj^enas unían á la inteni[)e- 
rancia en las comidas, la costumbre de bariarse para resol- 
ver las indigestiones, provocando así pestes, como la viruela 
yJirebres malignas, que inficionaban localidades enteras, 
í^ira morigerarle, s, apelaban los misioneros á ciertas [>rác- 
ticas religiosas. Habían establecido en cada centro poblado 
dos congregaciones: una bajo la advocación de >San Miguel 
y otra bajo la de la Virgen, admitiendo en la [irimera á 
los jóvenes de 12 años á 30, y en la segunda á la gente 
de mayor edad; todo.s, em[)ero, á condición de tener una 
conducta irreprochable y probada. Este señuelo ejemplar 
servía para imponerse con el ejemplo, y ii nu'dida (|ue su 
número aumentaba, iba verificándose la modificación de 
las costumbres. El aspecto religioso de todas las ceremo- 
nias, aun las más sencillas, pro[)endía, por otra [larte, á 
desterrar los exce.sos. En los días de grandes fcstividad(‘s, 
antes de sentar.se ii comer, las familias enviaban una pi*- 
quena mesa á la puerta del templo, con una (‘slamjia y las 
viandas comestibles, para que el cura las luaulijc.sc; despui'*s 
de lo cual, los cantores entonaban una canción de gracias, 
y las dueñas de las mesas, en retribución, brindaban á los 
asistentes alguna [lequeñez de lo ([uc traían (1). Así (pie- 
daban todos complacidos, y las comidas se inauguraban 
con una previa introducción [liadosa ([ue inducía á [ireca- 
verlas de intemperancias. 

Uno de los actos más laboriosos y fatigantes, era el de 


(1) Urlación (jroífnífira r liislúrirn de la prarliicla dr Mislnnrs, ¡lar 
el hriíindier l). Dirijo de Airear (( 'olccciiai .Anadií^). 



362 


LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


las eoiüesiones. Los embarazos y dudas propuestas, muchas 
de ellas insolubles, jior lo mal explicadas de parte del pe- 
nitente y peor comprendidas por el confesor, absorbían 
lui tiempo inmenso. Dábanse á entender los indígenas con 
mucha dificultad: para la aritmética, no tenían otra mani- 
festación que levantar una mano si (juerían decir 5, ambas 
manos si 10, los pies y las manos si 20, y después de eso 
con un signo esiiecial manifestaban el etpiivalente de mu- 
cho. No sabían concrettir divisiones de tiempo, ni cantidad 
de jiersonas: indicaban lo incompi’cnsible remitiéndose con 
señas á lo alto, así como lo pavoroso por gestos más ó 
menos adecuados. Se conciben, pues, los apiiixis de un con- 
fesor católico, poco instruido en los dialectos indígena.s, 
para explicar á tales gentes cuestiones religiosas, ó resol- 
ver consultas sobre materias que no estaba seguro de haber 
comprendido con certeza. Cinco veces al año se repetía 
esta acerba jirueba. 

Tanta dedicación á los catecómenos, hizo nacer en ellos 
una reciprocidad de afecto hacia los misioneros, que algu- 
na.s veces llegó hasta la abnegación. Para no citar más 
que un ejcnqilo, baste decir lo acontecido con el P. Ruiz 
de Montoya, á quien se prepararon á devorar algunos sal- 
vajes, suponiéndole especialmente sazonado por la sal que 
empleaba en las comidas. Cuando trasjionían las iniertas 
de la reducción, un neófito, advertido de sus designios, y 
no teniendo tiempo de dar la voz do alarma, entró á 
casa del misionero, se vistió con sus ropas talai’es de 
repuesto, y presentándose en ese ti'aje á los asaltantes, 
soportó una descarga de flechas, que afortunadamente no 
le hicieron mal alguno. La alarma producida por la alga- 
zara de voces é imiirecaeiones de los infieles, previno á los 



Llano IV'. — LOS .iksuít.v.s 


363 


demás habitantes del jnieblo, quienes tomando las armas 
dispersaron al grupo enemigo ( 1 ). Merced á este rasgo de 
filial ternura, se salvó de una muerte miserable el docto 
guaranista de la Compañía de Jesús, con cuyo malogi’o 
habría perdido la ciencia uno de sus sabios más útiles. 

Para la Gobernación del Río de la Plata tenía la Com- 
pañía un Superior de todas las Misiones domiciliado en el 
pueblo de Candelaria, cuya sitinudón le ponía en aptitud 
de visitar frecuentemente su provincia. A este Superior se 
agregaban dos vicesuperiores ó tenientes, que residían res- 
pectivamente en el Uruguay y Paraná, y le ayudaban á 
llevar el peso de los negocios, circunscribiéndose cada uno 
á su departamento. Además de estos tres sujetos en quie- 
nes reposaba la máquina del gobierno, tenía cada pueblo 
un ciu-a particular asistido de otro sacerdote, á quien se 
designaba con el nombre de coinpaíícro; á veces los com- 
pañíiros eran dos, si la capacidad del vecindario así lo re- 
quería. Entre el cura }' el compañero se repartía todo el 
peso de la aldea en lo espiritual y temporal : el uno ejercía 
las funciones propias de un pa.stor de almas, y el otro se 
encargaba de la administración de los ganados y cultivo 
de las haciendas de campo. El P. González tuv'o mucha 
influencia en estas cosas, realizando notables reformas en 
la vida práctica de las reducciones. Regularizó el sistema 
de la edificación de los pueblos, hizo adoptar á los catecú- 
menos nuevas costumbres, y les encaminó á gobernarse 
por medios más adaptables á una existencia civilizada. 
Para establecer entre ellos penitencias canónicas, comenzó 
por dai* azotes al niño español que le servía, diciéndoles 

(1) Miaatori, liclatioH, etc; cap xix. 

2tl. 


Dom. Esp. — I. 



364 


LIBRO IV. — LOS .JESUÍTAS 


que dste era el modo que tenían los curáis ó blancos de 
criar bien ¿í sus liijos. El ardid fue recibido satisfactoria- 
mente, y se hizo extensivo el uso de azotes á los indios 
mayores y aun á los constituidos en alguna dignidad ó 
empleo, quienes después de recibir la pena debían agrade- 
cer con humildad la corrección, diciendo: Ayuyebe, Che- 
rubeí, cheniboard yuú, a feepr; Dios te lo pague, Pach'e, 
que me has dado entendimiento o luz para conocer mis 
yerros (1). Aunque rigorosamente canónica no deja de ser 
ingeniosa la precaución de que se servían los jesuítas para 
estimular el deseo de los indios á bautizai'se: acabado el 
evangelio, hacían salir del templo ii los que no habían 
recibido el bautismo, y como esto lo considerasen vejatorio 
los expulsos, trataban de instruirse prontamente áí fin de 
no sufrir aquel desaire y entrar al goce comíin de las pre- 
rrogativas de los con vellidos. 

El gobierno político constaba, por lo común, de un go- 
bernador y un teniente, dos alcaldes oixlinarios de primero 
y segundo voto, dos de la Santa Hermandad, un alcalde 
provincial, diferentes capitanes, un alguacil y fiscales, elec- 
tos genei’ahnente todos entre los mismos indígenas. Al 
principio, sometíase por los misioneros la nómina de las 
autoridades que intentaban nombrar, á la aprobación del 
jefe laico que representaba el poder del Rey en la ca- 

(1) Á imiiaciÓH de la priuiitim lylrsia—íWcc Vm\eii,—se introdujo el 
vso de la.s penitencia.^ públicas. Alyiinos indios de los más irreprehen- 
sibles, eran constituidos por tjuardianes del orden público. Quando és- 
tos sorprehendian nhjún indio en alynna falta de consnpiencia, ves- 
tían al culpwlo con el traje de penitente, el (pie conducido rd templo, 
donde confesaba humildemente su crimen, era después azotado en la 
plaza pública (Gregorio Fiiues, Eimaijo de la Historia Civil del Pa- 
raguay, etc; tomo i, lib n, cap xv). 



T-IRRO IV. — 1-08 .IESUÍTA8 


365 


pital (le la provincia ; i)Cio imis tarde cayó en olvido e.sta 
costumbre y (juedaron sin participación en los nombra- 
mientos los representantes de la autoridad espafiola. Para 
defenderse de los Infieles y (íontra las invasione.s de los 
piailistas, había en los pueblos milicia organizada en (;om- 
pañías por sus comíspondientes oficiales, escogidos comun- 
mente entre los de mejor conduetíi y valor. Estos discipli- 
naban su tropa poi’ las tardes de los días de fiesta, ejer- 
citándola con evoluciones de táctica y torneos muy vis- 
toso.s, de infantería y caballería, y principalmente en el 
manejo de ariiHJS blancas y de chisi)a, de (pie tenían cierta 
provisión. Así los cabildantes como los oficiales de mili- 
cias usaban todos de sus bastones y varas. 

El gobierno económico de las reducciones reposaba so- 
bre un rodaje completo. Los pueblos tenían sus estancias 
bien pro\istas de ganados de todas cs})ecies, al cargo del 
Cura que administraba los bienes del conjunto (1). Cada 
uno de los indios tenía una chacra; jiero la elección del 
terreno, ópoca del cultivo y consumo de los frutos se de- 
terminaban de acuerdo con el párroco. En la semana sc- 
fíaláibanse los tres primeros días de ella para emplearlos en 
trabajos provechosos á la comunidad, entre los cuales se 
reputaba el cultivo de una grande chacra, cuyos rendi- 
mientos se repartían entre las viudas, huórfanos y ancia- 
nos, tejedores y empleados en oficios ó faenas. A las mu- 
jeres se las re})artían también los elementos de labor <pie 
habían menester, y mientras eran adolescentes, así ellas 


(l) Memoria histúrira, {iruyrá/ica, ¡mlifirn y cf-onómica sobre las Pro- 
viudas (le Misio/ics, por D. Gonzalo de Dol)la.<, teniente de goberna- 
dor (1785); Colección Angelis. 



36G 


LIBRO IV. — LOS .lESUÍTAS 


como los mucliaclios corrían de cuenta del Cura y no de sus 
familias para la alimentación y el vestido. Había casas de 
trabajo para recoger los enfermos y ancianos, y las mu- 
jeres de mal vivir, donde todos se aplicaban á la activi- 
dad que su estado permitía. A los enfermos se les cuidaba 
con mucha asiduidad, su.stituyendo la falta de médicos por 
enfermeros vigilados por los curas. Todos los frutos de la co- 
munidad se recogían y almacenaban en un Coi^io 6 casa 
grande contigua á la iglesia; los que eran conierciables 
se despachaban en su mayor parte á Buenos Aires, y con 
su pi-oducto eran pagados los diezmos, tributos, ete. El so- 
brante se devolvía en efectos para el consumo de'Hos })ue- 
blos, adorno de las iglesias y demás cosas necesarias al 
regimen de aquella vida. 

Esmerábanse los misioneros por mantener una perfecta 
igualdad entre todos los indios, así cu el traje como cu 
la asistencia á los trabajos. Las autoridades debían sel- 
las primeras en concurrir al sitio donde iban todos á tra- 
bajar, sin exclusión de sexo ó calidad, y esta tendencia 
igualitaria se llevaba á cabo con tanta energía, que los ca- 
bildantes sólo se tbstinguían por sus varas, pues en el ves- 
tido y la carencia de calzado andaban como los demás. Los 
caudillos ó jefes, ii quienes daba en llamarse caciques, 
eran los más ignorantes, tal vez jior un efecto de la previ- 
sión jesuítica, (pie no quería juntar á. la e.stiinación que 
ellos gozaban entre sus connaturales, la influencia que pu- 
diera darles un talento cultivado. En los días de escasez la 
comunidad proveía á. todas las necesidades, pues se esfor- 
zaban los misioneros en que nadie pasase hambre ó inco- 
modidad posible de evitarse. Cuando los gobernantes laicos 
se sustituyeron á los jesuítas, cualquiera de estas reduccio- 



LIBRO IV. — LOS .lESüITAS 


367 


nes teniendo 300 indios de trabajo y el correspondiente 
número de muchachos de uno y otro sexo con im adminis- 
ti’ador de cabal conducta al ft’ente, cosechaba en los años 
buenos 800 arrobas de algodón, 800 arrobas de yerba-mate, 
100 fanegas de trigo, 200 de todas las demás especies de 
granos incluso el maíz, 50 arrobas de tabaco, 50 airobas 
de miel y 1 5,000 varas de lienzo. 

En presencia de estas cifras, admirará que el distrito 
abarcado por Santo Domingo de Soriano fuera tan me- 
diocre en su produ(;c¡ón propia; pero conviene c.xpresar 
que ese pueblo y su ejido no eran una reducción propia- 
mente dicha. Los misioneros franciscanos liicieron edificar 
la iglesia y delinear el pueblo que en el año 1024 había 
autorizado el Gobemador Céspedes á pedido de los indios 
chanás; tras de los franciscanos vinieron los jesuítas que 
libertaron á los indios de la organización de encomienda 
en que se les quería establecer; pero después enq)ezó el 
movimiento de población española, que paulatinamente fué 
ocupando las vecindades del nuevo pueblo, en el cual no 
pudo conservarse la cUsciplina que era ingénita al go- 
bierno de las reducciones. Los jesuítas no insistieron en 
permanecer dentro dcl distrito y le abandonaron á los 
franciscanos nuevamente, los cuales no pudieron coartar las 
expansiones de la vida hbre con todos sus azares é inter- 
mitencias. De aquí resultó que los naturales chanás llega- 
ron á mezclarse con los españoles, hasta olvidar las cos- 
tumbres y aun el lenguaje de sus antepasados ( 1 ). Es indu- 
dable que si el pueblo de Soriano, que ha dado su nombre 
al Departamento actual, hubiera quedado bajo la jurisdic- 

(1) Azarn, Dcscrijición i: historia, etc; tomo i, cap x. 



368 


LIBRO rv. --LOS JESUÍTAS 


ción (le los jesuítas, sus costumbres de trabajo habrían to- 
mado desde entonces una dirección ent^rgica ; pero tambión 
es seguro que la estéril acción gubernativa que sucedió á 
la disciplina jesuítica en las reduccioiuís, habría botado i1 la 
desmoralización y al olvido los progresos efectuados y tal 
vez no existiría ni el nombre de aquella localidad. Así, 
pues, ha sido ventajoso quizá que Santo Domingo de So- 
riano se emancijiara de caer en el comunismo jesuítico, 
porque de este modo se libró de ser desüTiído por los su- 
cesores de los jesuítas, quienes anularon, en su ignorancia, 
todo lo que éstos habían fundado con ])acienzuda laborio- 
sidad. 

Estimulados por las exhortaciones de Céspedes y por el 
propio celo en bi(m de los dominios cristianos de esta 
zona, comenzaron los jesuítas su proiiaganda religiosa con 
tesonero empefío. Recorrieron una parte del Paraguay y 
todas las ti(‘rras del Paraná, convirtiendo indios y fun- 
dando reducciones, unas veces en unión y]e los francisca- 
nos y otras solos; pues parece que su actividad ó su ta- 
lento les daba supeiáoridad sobre sus rivales, á punto que 
muchos pueblos, cuya jirimera wííiicción se debe á los pa- 
dres de la Orden Seráíica, pasaron después á manos de 
los jesuítas, sin que se jiueda imicisar la fecha ni los 
acontecimientos promotores de semejante transformación. 

Sea de (?llo lo que fuen*, fundaron también entre los lí- 
mites que hoy partimos (.‘on el Brasil por nuestra antigua 
provincia de Río Grande, el piuOdo de San Franritico de 
Borja, hacia el afío U)2r), según se sii|)()ne. A la misma fe- 
cha fundó el P. Roque (González San Niroldn, siendo tras- 
ladada dicha jioblación en 1 1>88 á la otra banda del río 
Uruguay, y restituida cu Febrero de IC87 por el P. Pech’O 



LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


369 


de Arce á su antiguo asiento. En 1632 fundó el P. Cris- 
tóbal de Mendoza á San Miíjud, siendo trasladada dicha 
población en 1638 por el P. Pedro Romero á cuatro le- 
guas del sitio donde más tarde se fundó San Lorenzo. 
Entre las postrimerías del siglo xvn y principios del xvin, 
aumentáronse las Misiones del Uruguay con cuatro pue- 
blos; y aun cuando no sea rigorosamente cronológico in- 
cluir su noticia aquí, es imposible omitirla sin dislocar la 
idea de conjunto que constituye el fondo de este cuadi’O. 
Dichos pueblos empiezan con San Luia Gonzaya, esta- 
blecido en Mayo de 1687. En Junio de I6í)l fundó el 
P. Bernardo de la Vega á San Lorenzo. En Julio de 1698 
fuó fundado San Juan La nf isla. En Agosto de 1706, el 
P. Diego García fundó á Santo . \ntjd (1). 

Los elementos con que se constituyeron estas reduc- 
ciones, no pertenecían en su totalidad al país. Los je- 
suítas y los franciscanos aprovecharon la buena impre- 
sión que dejó entre los indios del Uruguay la política 
de Céspedes, para convertir algunos naturales de esta tie- 
rra; pero las irrupciones de los iitatne/nco.'< de San Pa- 
blo dieron pie á (jue infinidad de ])iieblos de la actual 
República Argentina y del Brasil se acogiesen con sus 
herramientas y ganados, á las tierras del Uruguay, para 
salvarse de la servidumbre que les imponían los semi- 
bárbaros paulistas. Así, luies, los hijos de aquellos pue- 
blos que un día nos pertenecieron, no venían radicados 
á la tierra de abolengo, sinó que eran descendientes en 
su mayor parte de los prófugos y perseguidos indíge- 
nas que los países vecinos arrojaban á óste. Los traba- 


(1) Loznno, TUxIoria de la Coiajnisfa, etc; tomo i, lib 1, cap ii. 



370 


IJBRO IV. -LOS JESUÍTAS 


jos apostólicos ele los misioneros jesuítas siguieron con 
éxito durante todo el gobierno de Céspedes (1C24-1632), 
y también bajo el de su sucesor D. Pedro Esteban de Avila 
y Enrícpiez (1082-1088). Sucedió á este óltimo Don 
Mendo de la Cueva y Benavídez, quien conservó el mando 
desde el año 1038 al de 104Ü, en que se marchó íi Oruro, 
y fue en los tiempos de su gobierno que los misioneros 
chocaron con un impedimento que hubo de reducirles ii la 
nada. 

Constituían dicho obstáculo, los mamelucos de San Pa- 
blo, ó sean los mestizos de indígena y blanco que po- 
blaban la planicie de Piratininga (1). El origen de es- 
tas hordas se remontaba á tiempos lejanos: en el año 
1542, Juan Ramalho, que había tomado por mujer á 
una rapazuela de los (joyauazes, establecióse en la pla- 
nicie de Piratininga, donde se agrupaba la población des- 
tinada á ser ciudad y capital de la provincia actualyicnte 
brasilera de San Pablo, y fué nombrado Alcalde mayor 
en 1558 por Antonio de Olivera, lugarteniente del dis- 
trito. Acrecentándose la población mestiza de aquellos lu- 
gares, comenzó á .señalarse en el Brasil por el robo á 
mano armada de naturales jiacíficos y de esclavos, á los 
cuales hacía trabajar por su cuenta ó les vendía. Lo vasto 


(l) Ihiu en la tierra llamada Hrasil—iWvo. Ruiz fie Montoya,— rs 
comía isla de los portmjiicscs, ana ciudad Haba ó aldea f/rande) que se 
llama San Pablo, la cnal está encima de la sierra Paraná -piababa, dis- 
tante del mar apenas Ifí leonas. Alli liap gente de todas enalidades 
venida de España, de Italia, de Portugal g de otras tierras, que se ocupa 
en hacer cosas mines. La vida de ellos es matar gente, g si alguno pro- 
cura librarse de ser su esclavo de balde, es maltratado como animal 
(Conquista vspirilunl, § 21, ap .\naes ilu Riblioteca de Río Janeiro 
tomo vi). 








SOBRE 

EL ATLÍNTICO austral 


REFERENCIAS 


1 — SANTA CATALINA — Puerto poblado por cape- 
dieionaríoi da Solfa j Loayaa. 

N.» 2 — SAN FRANCISCO — Puerto poblado por exiHMl- 
cionarioB de Saaabria. 

N.* 8 — CANANEA, donde plañid laa arniaa de CaatIMa. 
Alvar NdOea Cabeaa de Vaca. 

N.« 4— Juriadiccidn manUnlda deade 1017, por la Caaa de 
ContraUeidn de Serilla contra loa rcelamoa del rey 
de Portugal. 


^/ra/iAT 


]'amu,ico 


‘7u¿(yn^¿ri\if1fí, 3./^) 






BAUZA : — DOMlMACldV EaPAÜOLA 





LinRO IV. -- T.OR JESUÍTAH 


371 


dol país, agregado (í la escasez de elementos de resistencia, 
favoreció con usura las correrías de los mamelucos, y 
como el tráfago era productivo, hicieron de él una heren- 
cia que se trasmitió de padres á hijos. El ejercicio de la 
profesión facilitó el ex|)ediente de los negocios, de modo 
que los robos tuvieron su táctica y sus evoluciones, no 
obstante lo cual produjeron alguna vez lances formales, 
sea cuando las tropas portuguesas quisieron dificultarlos, 
sea cuando los jesuítas obligaron á sus neófitos á resis- 
tirse. 

Visto por los mamelucos que la lucha armada no les 
daba todo el resultado apetecido, acudieron al empleo de 
un medio diabólico. Sabiendo que los jesuítas gozaban de 
mucho crédito entre los indígenas, averiguaron la forma en 
que hacían sus excursiones catequísticas y se pusieron á 
imitarles. Salían en pequeñas partidas, vestido el coman- 
dante de hábito sacerdotal, y en aire de conversos sus 
compañeros, caminando por los lugares donde era presu- 
mible que los jesuítas hubieran andado ó hicieran miras de 
ir. Como dominaban el guaraní, les era fácil entenderse 
con los indios que iban encontrando, y al punto les de- 
tenían hablándoles con caiiño y mansedumbre. Plantaban 
cruces en tierra, explicaban la doctrina cristiana, regala- 
ban chucherías á las mujeres y los niños, remedios á los 
enfermos y daban consejos y bendiciones á. todos ( 1 ). Por 
tal sistema, llegaban á juntar numeroso concurso de indi- 
viduos, y luego les proponían ir á establecerse en algún 
punto donde les esperaba hogar cómodo y saludable. Acep- 
tada la proposición, marchahan con destino á sus tierras, 

(1) Chiirlcvoix, Histniic dn Pnniyuati, tomo li, libro VI. 



372 


LIBRO IV. — LOS JESUÍTA* 


y al estar cerca, aprehendían y maniataban á los ilusos que 
habían confiado en ellos, y les vendían para esclavos, de- 
gollando lí los que intentaban resistir. 

Esta oiieración se repitió varias veces y con buen óxito. 
Algunos fugitivos, sin embargo, pudieron dar la voz de 
alarma, cargando sobre los jesuítas aquel inicuo comercio 
de airne humana, lo cual ocasionó á los misioneros no 
escasa merma en su crétiito. Pero descubiertos al fin 
los mavieluvos, y en todas partes odiados y resistidos, 
buscaron nuevo campo á sus operaciones, concibiendo 
el plan de invadir las reducciones uruguayas. La primera 
facción que emprendieron con este objeto fuó en 1G39, 
entrando por la parte del Paraguay, donde gobernaba Don 
Pedro de Lugo y Navarra, 500 inainclvros y 2000 tupis. 
Atacaron las reducciones del oriente y occidente del Uru- 
guay; pero aun cuando el Gobernador I./Ugo sólo prestó ii 
los natiu’ales un pequeño socorro, no desmayaron óstos, y 
abandonados casi á sus solos asfuerzos, lograron completa 
y exterminadora victoria sobre el enemigo. Retiráronse 
vencidos, pero no desalentados, los pocos individuos super- 
vivientes á esta facción, y comenzaron á urdir entre los 
suyos nuevos phuies de ataque á las reducciones. 

Había ascendido al gobierno <lel Plata I). Ventura 
Mojica, y estaba al promediar el año 1041, cuando supo 
la trama de los paulistas y se preparo á aleceionarlos ni- 
damente. Presentáronse óstos en nániero de 400 viamc- 
lucos y 2400 tupis, todos bien armados, junto al río Mbo- 
roré en el alto Uruguay, donde se ti’abó una batalla de 
dos días con las fuerzas del Gobernador, las cuales, aun- 
que compuestas de indígenas guaranís rásticamente per- 
trechados, vencieron al enemigo, matándole 100 mame- 



LIBRO IV. — LOS .JESUÍTAS 


373 


lucos y casi todos los tupís ( 1 ). Poco escarmentados aún 
con el desastre los 240 mamelucos restantes, encontra- 
ron al tornar i1 sus tierras un socorro que de allí les ve- 
nía, y determinando probar fortuna, caminaron la vuelta 
del Uruguay, donde fundaron dos fuertes para establecerse 
definitivamente en ellos. Pero los guaranís, que estaban so- 
bre aviso, por ser sus reduccione.s las más abocadas al peli- 
gro, marcharon sobre el invasor, asaltaron y destruyeron los 
fuertes, imjmniendo tal teiTor á los paulistas con esta sú- 
bita acometida, que los mestizos raptores huyeron para 
no volver á infestar la provincia uruguaya. Libres de la 
sangrienta pei-secución de los mamelucos, pudieron los jesuí- 
tas entregarse con tranquila eficacia á la reducción de las 
parcialidades de indios que estaban designadas á su cui- 
dado. Durante algunos años estuvieron favorecidos por la 
indiferencia de las autoridades españolas que no podían 
investigar sus actos, y por consecuencia estoi'barles en la 
prosecución de la obra que llevaban á cabo. 

En 1040, D. Jacinto de Lariz, luego de tomar posesión 
del mando en el Plata, encontróse con dos Reales Códulas, 
la una de 24' de Mayo de 1084, y la otra de 25 de Sep- 
tiembre de 1085, en que se mandaba ú D. Pedro Este- 
ban Dávila, anterior gobernante, procediese lí hacer una 
vi.'^ita oficial ii las reducciones que caían en su jiu’is- 
diccióu, tomando nota de las reformas que debieran efec- 
tuai’se en ellas, por motivo do ser muchas las erogaciones 
que causaban al tesoro público. Al mismo tiempo se come- 
tía á dicho Gobernador el desagi-avio de los indios en cuanto 

(1) BnutisUi, Serie, «te; Paih! IP. — Lozano, Hist de la Conq, etc; 
tomo III, cap XVI. 



374 


LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


ellos pudieran estar opresos, y la mayor particularidad en 
el examen del sistema bajo el cual eran atendidos y doc- 
trinados. Pero ni Diívila ni sus sucesores habían cumplido 
la prescripción oficial. Esto hizo crecer de punto los re- 
clamos contra los jesuítas, que tenían á la cabeza de sus 
adversarios al Obisi)o del Paraguay, fray Bernardino de 
Cárdenas, irreconciliable enemigo, inventor y propalador 
de la especie de que en las reducciones de la Compañía 
se ocultaban grandes criaderos de oro y plata, lo cual era 
sobrado para enardecer el ánimo de tanto codicioso como 
abundaba. A fin de averiguar lo que hubiera de cierto en 
el asunto, preparóse Lariz á hacer la visita oficial que por 
repetida intimación se había cometido á sus antecesores, ó 
liizo publicar viaje por principios de Agosto de 1G47. 
Tomó las medidas más acertadas para el óxito de sus 
pesquisas : escribió al Obisj )0 del Paraguay pidiéndole no- 
ticia segura del local en que estuvieran los criaderos me- 
talúrgicos que el decía conocer; convidó á cuantos se ha- 
bían hecho eco de esas versiones para que le siguiesen en 
su visita, con más un indio que pasaba por muy perito 
en asuntos de minas; y agregando á esta comitiva 40 sol- 
dados, púsose en marcha hasta la ciudad de Corrientes, 
desde donde pasó embarcado el río Paraná arriba, co- 
menzando su pesquisa en las reducciones de guaranís que 
ubicaban hacia esos lados. 

El itinerario del viaje al travós de 15 reducciones del 
Paraná y Uruguay, y de 4 que caían hacia la frontera 
del Paraguay, es demasiado largo para que no.s extenda- 
mos en sus detalles: bastará reproducir aquí lo que con- 
cierne á nuesü-a reducción de San Nicolás. Llegó el Go- 
bernador á este pueblo el día 3 de Noviembre de 1647. 



LIBRO IV. — LOS .lESUÍFAS 


375 


Después de informarse del estado de las cosas, y recibii- el 
jui'ainento de fidelidad al Rey hecho por los indios, nom- 
bró autoridades y las hizo reconocer de todos los poblado- 
res, cpie se apresuraron ii acatarlas. Hallóse haber en esta 
reducción 1854 personas, grandes y pequeñas, incluyendo 
en el níimero citado 578 indios, casados, solteros y viudos, 
de manejo de armas, y 32 armas de fuego, las 30 arcabu- 
ces y 2 mosquetes. Habíase comenzado el edificio de la 
iglesia, con retablo de cuadros y pinturas, y todo lo con- 
veniente y ncce.sario (1). Ni en ésta ni en las demás re- 
ducciones se encontró criadero de metales, y si alguna 
duda pudiera haber quedado sobre la materia, fué desva- 
necida por carta del Obispo del Paraguay, quien, respon- 
diendo á la invitación de Lariz de venir personalmente ó 
hacerse representar por persona idónea en la visita, se ex- 
cusó respondiendo «ser las piedras que tenían tapado el 
oro, los jiadres de la Compañía que asistían en aquellas 
Misiones; y que hasta que salieran de ellas no podría siu'- 
tir efecto su descubrimiento.» (>on lo cual vino á poner.se 
en evidencia, segíin el mismo Lariz lo expresa, que todos 
los dichos del Obispo no respondían á otra nornia que al 
despecho de no haber puesto de su mano los clérigos 
doctrineros en las reducciones de su jurisdicción. 

Desengañado de cuanto se le había hecho creer sobre 
estas cosas, el Gobernador, que en el comienzo pareció in- 
clinarse á dar oídas á las calumnias inventadas por suje- 
tos de todas las posiciones sociales, tuvo la noble energía 
de publicar la verdad. Instituyó un proceso circunstanciado 
de su visita á cada una de las reducciones, expresando lo 

( 1 ) Acln de la visita d San Nicolás, en el tomo ii de la Jlev del Arch 
de Buenos Aires. 



376 


LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


que había AÚsto con presencia de toda sn comitiva, y agregó 
á esa prueba ii-recusable luia información directa al mo- 
narca. Decía entre otras cosas ese documento: «En todas 
las diez y nueve reducciones halló los indios muy bien doc- 
trinados y catequizados ¡xir dichos padre.-»; de la C-ompafiía, 
cou particular desvelo y cuidado que lian puesto en su con- 
vei-sión y reducción, y con muy gran lucimiento de iglesias, 
ornamcutos y retablos. En todas halle mucha cristiandad 
y doctrina de los indios, cómoda policía, a})artados de 
riesgo, que en esto diiíhos padres ponen particular cui- 
dado» (1). La verdad resplandecía disipando las nubes 
que ambiciones sórdidas habían acumulado solirc los mi- 
sioneros, porque si bien estos pipían ser tachados de al- 
guna aspiración al predominio, no era justo que les acusa- 
sen ni fray Bernardino de Cártlena.s (pie ansiaba por e.K- 
tender la jurisdicción de su sede cpis(;opal, ni los aventu- 
reros que andaban ó la descubierta de minas de oro y 
plata para saciar su codicia. 

Apenas destruida esta calumnia, se puso en boga otra 
de consecuencias muy graves. Prohijábala el mismo Obispo 
del Paraguay, y la escribió Agustín de (^annona, familiar 
suyo, con título de humilde hijo de la Iglesia y servi- 
dor de la dignidad episcopal. El objeto era demostrar 
que los jesuítas, ignorando la lengua guaraní, enseñaban á 
sus catecúmenos «cosas ridiculas, vergonzosas y sucias, y 
otras dignas de gran sentimiento y lágrimas, por sus here- 
jías gravísimas incluidas en los rezos y oraciones. » Se les 
hacía cai’go de dar á Dios el nombre de Ttipá, que quiere 
decir hecliicero, y á Cristo los de Tai/rd y Mnnbiri, que 


(1) Revista del Archivo ynieral dr Buenos Aires, tomo l. 



I.IBRO IV. — LOS JE.SUÍTAS 


377 


vale decir hijo nacido de la unión sexual de una pareja, 
todo ello con palabras tan crudas, que desdecían del 
asunto. Extendíase largamente el autor de estas referen- 
cias en consideraciones odiosas, y su libelo circulado con 
profusión, llegó á todas partes donde jiudiera conmover el 
cródito de la Compañía. 

Escandalizado el Obispo de Tucumón, fray Melchor 
Maldouado, escribió al del Paraguay en Enero de 1G48, 
haciéndole jiresente la indignidad c injusticia de los car- 
gos que se imputaban á los jesuítas. « Yo no sé — le de- 
cía — que la Compañía de Jesús haya dicho, escrito ni 
sentido tales hediondeces de co.sa tan pura; argumento es 
la pureza de su vida, que quienes la carne tratan como si 
fueran angeles, ¿cómo tratarán, pecarán, creerán y discurri- 
rán de Dios, de donde á ellos les viene el amor á la jm- 
reza, el tenerla y el poderla tener? » Luego entraba á in- 
quirir la base racional que tuvieran aquellas calumnias, 
examinando el origen de los catecismos que utilizaban 
los PP., y sobre los cuales se expresaba de esta manera: 
« Lo que he averiguado del catecismo de aquel obispado 
es, que el idioma vulgar en que se tradujo es la lengua de 
allí; que el que lo tradujo fué fray Luis de Bolaños, de la 
orden de San Francisco, varón venerabilísimo, santísimo y 
ejemplarísimo, que su i’eligión trata de canonizarlo; vióse 
en los sínodos de aquel obispado, aprobóse y corrió. ¿Qué 
culpa tiene la Compañía de Jesús? Si es malo, ella no lo 
hizo; si ha usado de él, un santo religioso lo hizo y los 
sínodos lo aprobaron. Si esto no basta y se debe coiTegir, 
¿por qué se imputa á la Compañía de Jesús la culpa, que 
no hizo ni aprobó ese catecismo? Si es cidpa haber usado 
de él, ¿por qué se carga á la Compañía sola y no á todos 



378 


LlUnO IV. — .IESUÍTA8 


los que le han usado, á los tres obispos antecedentes que 
lo han consentido? Y si.es culpa que .se debe corregir, 
¿por qué uo se corrige corrigiendo y no infaniando, qui- 
tando el escándalo y uo aumentándolo? » É-stas y otras 
razones de mucho peso alegalja el Oliispo de Tucinnán, 
pero ellas no fueron parte á contener los iracundos manejos 
de fray Bernardino de Cárdenas. 

Siguió circulando con gi’an crédito la calumnia, y su 
fama llegó á oídas del Rey y del Papa, que pudieron sos- 
pechar hubiese inducido en error á los jesuítas la ignoran- 
cia .disculpable de los secretos de una lengua bárbara. 
Bien que el catecismef guaraní ^le Montoya corrie.se ya 
publicado en Europa desde nueve años atrás, sin einbai’go, 
la nueva interpretación dada ahora al sentido de algunas 
de sus expresiones, en vez de aípiictar, alarinalia los áni- 
mos. Entonces el P. Franci.sco Díaz Taño, jesuíta resi- 
dente en el Plata, tomó la pluma para defender á su Orden, 
en un panfleto nutrido, verboso y hábilmente redactado, 
que aplastó á sus enemigos. Con una claridad magistral 
planteó la cuestión en el terreno de la historia, de la eti- 
mología y de las tradiciones; desenvolvió luego su tesis 
bajo la autoridad de los Padres de la Iglesia, de los sí- 
nodos de diversos obispados americanos, y de los lin- 
güistas más famosos; y por último, coronó su demostra- 
ción con un certificado que el mismo fray l^ernardino de 
Cárdenas 'había escrito algunos años antes visitando cier- 
tas reducciones de su diócesis, y en el cual hacía grandes 
elogios de la piedad, bi^ia doctrina y sabiduría con que 
los misioneros instruían á sus neófitos (1). Depurados de 


(1) lieriaia de Si lUbUoieca pÑhUea de Buenos Aires, tomo iv. 



LIUKO IV. — LO.S JE.SUÍTAS :J79 

toda sospecha, salieron triunfantes los catecismos y voca- 
bularios jesuíticos de la prueba á que se les había some- 
tido; y para demostrar una vez más cuán beneficiosa es 
siempre k crítica en las investigaciones científicas, se rei- 
vindicó para dos sabios hasta entonces oscurecidos, el 
P. Koque González y fray Luis de Bolaños, la gloria de 
haber iniciado la traducción á lengua guaraní del catecismo 
castellano, atribuida basta entonces en exclusivo al P. Ruiz 
de Montoya. 

No pararon ahí los jesuítas. Interesado como estaba el 
crédito de su Orden en una cuestión tan fundamental, pro- 
curaron que se instaurase juicio con todos los requisitos 
procesales, para biquirir de mi modo satisfactorio y pleno 
la verdad de los cargos que se les habían hecho. Eligió y 
nombró la Compañía un Juez conservador, perteneciente á 
la religión de la Merced, quien, con aprobación de la Real 
Audiencia, empezó á instruir el proce.so debido. De sus 
conclusiones resultó, en lo tocante á la supuesta inmorali- 
dad de la enseñanza dada á los catecúmenos, que el Obi.s|)o 
del Paraguay fuese declarado « falso cjdmnniador, conde- 
nado en las penas del derecho, y absueltos y libres de ellas 
los jesuítas;» mandándose que en adelante «ninguna per- 
sona se atreviese á suscitar ni levantar semejantes calum- 
nias, pena de excomunión mayor, además de que sería cas- 
tigado rigorosamente por levantador de errores en el dicho 
catecismo y oraciones. » 

Fray Bernardiiio, sin embargo, no era hombre de intimi- 
darse. Dotado de un temperamento irascible y una tena- 
cidad á prueba de contrariedades, celoso del ejercicio de su 
autoridad, que creía cercenada en el hecho de no proveer 
por sí mismo los curatos de las reducciones, y soñando 


Don. Esr. — I. 



380 


LIBRO IV. — LOS JE8UÍTiV.S 


siempre en tlar á las tm-bulencias de su ánimo un giro be- 
licoso, despachó con poderes ante la Corte á fray Juan Vi- 
Halón, para que reclamase de la sentencia recaída, contando 
á su modo el origen del litigio y poniendo en duda la ho- 
norabilidad de los actuantes en el proceso. Llegado á su 
destino, el procurador gestionó ante el Rey y el Papa los 
intereses de su cliente, en una serie de memoriales cuya 
parcialidad salta á la vista. Aseguraba en ellos, que los 
jesuítas pretendían ser dueños de los indígenas reducidos, 
que no obedecían obispo ni rey, y que hasta los más sim- 
ples tributos pecuniarios eran negados al erario público. 
Agregaba ser falsa la facultadi^ue decían tener de la Au- 
diencia del Plata para la instauración del proceso en que 
tan mal había salido el Obispo del Paraguay, y hacía 
mención de una serie de violencias imaginarias. El P. Pe- 
draz/.a, procurador de los jesuítas en Madrid, contestó á 
estos memoriales con otros, produciéndose un debate aca- 
lorado ( 1 ). Entretanto fray Bernardino, que por ausen- 
tarse inopinadamente de la capital del obispado, había 
sido suspendido en el ejercicio de sus funciones por decreto 
del Cabildo diocesano que declaró la sede vtj^nte, entró 
de sorpresa en la Asunción, ceiTÓ los colegios do los je- 
suítas y expulsó á sus moradores, siguiéndose de ahí el 
largo conflicto que duró tantos años entre el Obispo y la 
Compañía. 

ISIienti’as esto sucedía en el Paraguay, concluía de go- 
bernar en el PlattH D. Jacmto de Lariz á mediados de 
1(553, sucediéndole D. Pech’o Luis Baygorri, bajo cuyo 


(1) fíisfoire de la persécution de deux Saiiifs Éirt¡ues par les jésui- 
tfís (etl unónima, lü91). 



LIBRO IV. -- LOS JESUÍTAS 


381 


gobierno cesó en estas regiones toda hostilidad á los mi- 
sioneros, por serles sumamente afecto el nuevo titular. 
Aprovechando tan buena coyuntura, siguieron ellos sus 
tareas, que eran vastas y considerables ya las que recla- 
maba su creciente imperio. Sin embargo, la desconfianza 
que inspiraban, argüía un mal precedente para su futm*a 
tranquilidad; porque asumiendo cualquier carácter, era 
una rivalidad de jurisdicción política y administrativa la 
que habían inaugurado los gobernadores españoles bajo 
la forma de fiscalización. Como que la vida independiente 
de las reducciones ocultaba su mecanismo interno á las 
miradas de la autoridad superior y laica, venía á consti- 
tuir en último resultado un poder aparte, que resistía la 
dominación legal del poder español tras del cual se salva- 
guardaba; y por poco que se despertara el celo de los tenien- 
tes del Rey, al fin habían de mirar con malos ojos aquella 
tendencia constante á limitar su propia autoridad. Los je- 
suítas conocían con harta lucidez que una parte de su pres- 
tigio provenía del temor de los indios á los españoles, y por 
eso es que en los casos apremiantes tranzaban con el con- 
quistador (1). Pero ello no obstante, las inquietudes que 
despertó su conducta les dejaron señalados á la animad- 


( 1 ) El P. Hoque Qonxákx, en una caria csciñia desde el Uruguay en 
15 de Noviembre 1527, al Padre Provincial Nicolás Duran, le hace 
presente cuánto contribuía el temor á los españoles para facilitar la re- 
dueción de. los indios, en las siguientes palabras : * Porque es cosa cierta 
que Nuestro Señor ha tomado este medio del temor y miedo Jel espa- 
ñol, jfor sus secreios juicios para que estos pobres vengan á su cono- 
cimiento y se haga algo con ellos. No siento otra cosa, ni he experi- 
mentado otra cosa en cuasi cuarenta años que los trato muy de cerca. 
Y asi no puedo dejar de decir mi sentimiento á V. R. que es padre de 
todos, para que romo tal, jirorea el remedio en todo^ (CarJ<>s Cnlvo, 
Colección de tratados de la América latina: tomo xi). 



382 


LIBRO IV. — LOS JKSUÍTAS 


versión unas veces oculta y otias ostensible, mas siempre 
persistente de las autoridades españolas, y á pesar de los 
bienes que habían hecho y siguieron haciendo, todavía no 
han encontrado la justificación que merecen. La Historia 
debe, por lo tanto, preparar el fallo de la posteridad, con 
su juicio desinteresado y circunspecto. 

Las Misiones jesuíticas, por los intereses que crearon y 
las simpatías que supieron inspirar, han sido violentamente" 
atacadas y lo son aún ; pero si las faltas de que adoleció 
su organización justifican la crítica, en los resultados que 
se obtuvieron hay ancha base ^lara una disculpa. Com- 
parados los medios de exterminio que los conquistadores 
emplearon jiara sujetar á los naturales de estos países, con 
las medidas de piadoso celo dictadas por los jesuítas para 
convertirles, no hay vacilación respecto al juicio resultante 
de este paralelo: entre los que matan y los <[uc defienden 
la vida de las víctimas, entre los que exterminan una raza 
y los que tratan de conservarla, la religión, la filosofía y 
la liistoria se decidirán por los últimos. IGn hora buena 
digan algunos que los jesuítas aislai on sus reducciones pri- 
vándolas del contacto de la civilización eurojiea; en hora 
buena se declame contra el sistema comunista que prolongó 
la infancia de los indígenas hasta después de la época en 
que debieron regirse por sí mismos. Estos hechos que tie- 
nen su exiihcación cuando se examinan las causas eficien- 
tes que los provocaron, no serían bastante fuertes, aun 
siendo inexcusables, para inclinar la balanza de la justicia 
del lado contrario á aquel en que se hallan los calumniados 
misioneros. 

Creadas las reducciones por el Gobierno c.spañol como 
medio de sojuzgar los naturales, es evidente que toda ten- 



Llimo IV. — LOS JF.SUÍTAS 


383 


tativa de conversión debía anexarse á una mira política, 
por lo cual queda fuera del debate el cargo de ambiciosos 
hecho á los jesuítas exclusivamente, porque si ambición 
hubo, al igual de ellos la tuvieron los franciscanos, los do- 
minicos, los mercedarios y los encomenderos favorecidos 
con donativos de indios. Tratábase de conquistar para la 
causa de la civilización, grandes porciones territoriales po- 
bladas de tribus salvajes, y cada uno empleó el medio que 
le dictaban su talento y su conciencia. Los hombres de 
gobierno, á imitación do lo pra(;ticado en Portugal, propu- 
sieron poblar el Río de la Plata con presidarios, para fo- 
mentar el idioma y la raza ( 1 ). Los conquistadores mili- 
tares creyeron que los indios eran bestias de carga, y les 
impusieron la organización de las encomiendas, el vejamen 
de las malocas y el tributo de la mita. Los misioneros 
franciscanos entendieron que se podía tranzar con las pre- 
ocupaciones de la ópoca fusionando la piedad con la codicia, 
y admitieron en sus reducciones las eiuíomiendas. Los je- 
suítas, por caridad y por instinto políti (!0 protestaron con- 
tra todo esto, y no admitieron entre sus indios, ni presi- 
darios, ni mitas, ni encomiendas, ni malocas. Suponiendo 
que la acción liberatoria de semejante conducta respontliera 
á un interós particular de la (Compañía, es llano que con 
igual interós y persiguiendo el mismo fin, emplearon una 
política opuesta los que á par de los jesuítas pretendieron 
conquistar estos dominios. 

Pero ¿es cierto que los jesuítas prolongaron la infancia 
de los pueblos reducidos, por el prurito de dominai’los inde- 
finidamente, y que los apartaron del contacto de la civiliza- 


( 1 ) Arrh (le Indias, toin XIX. 



384 


LIBRO IV. — IX)S JESUÍTAS 


ción europea al solo efecto de retenerlos en la ignorancia? 
Esta objeción se destruye por sí misma, en presencia de 
los hechos visibles. Los jesuítas introdujeron en sus reduc- 
ciones los elementos más avanzados de la civilización. To- 
dos los oficios mecánicos, todas las artes útiles fueron en- 
señadas á los indígenas. La imprenta vulgarizó entre ellos, 
á par de los secretos de su propia lengua, estudiada y re- 
ducida á principios científicos, las maravillas de la religión 
y las concepciones del arte. No se trata de esta manera á 
los pueblos que se quiere esclavizar. 

Lo que determinaba el apartamiento sistemátíío de 
todo contacto extraño con las reducciones, era, más que el 
instinto político todavía, la guarda de las costumbres. Los 
jesuítas, por su estado sacerdotal, tenían el compromiso 
solemne de vigilai’, ante todo, la conducta de sus neófitos. 
Siendo sus directores espirituales á la vez que sus gober- 
nantes, no podían eximirse de imponerles en la vida civil 
el ejercicio de las virtudes que les predicaban en el confe- 
sonario y el púlpito. De aquí nacía, pues, la necesidad de 
arrancarles al contacto de los oti’os indígenas y de los con- 
quistadores, cuya vida no era ni con mucho un ejemplo edi- 
ficante. Á no haber procedido de este modo, ¿ qué lecciones 
de aprovechamiento habrían recogido los catecúmenos en- 
tre, aquella turba desalmada, que libraba sus querellas al 
imperio del más intrigante en las ciudades, del más fuerte 
en los campos; que hacía la gueira por amor á la sen- 
sualidad y las riquezas; que se escudaba de la religión 
para profanarla con su vida licenciosa? 

En la manera de organización social de las reducciones 
y en el reparto equitativo de los tributos entre sus habi- 
tantes, creen algunos ver el trasunto del sistema de los In- 



Lumo IV. — LOS JESUÍTAS 


385 


cas ¡ruanos, cuyo gobiei’iio dicen haberse plagiado allí. 
Tan infundada es esta objeción como la anterior. El meca- 
nismo del gobierno de los misioneros nacía de las constitu- 
ciones jesuíticas mismas, y nadie podrá aventurarse á de- 
cir que Loyola al darlas, y Láinez y Aquaviva al perfeccio- 
narlas, hubieran tenido ocasión de imitar la idolatría pe- 
ruana. Lo que hay de cierto es, que estando eDas mode- 
ladas en las instrucciones de los Apóstoles y reglas subsi- 
guientes de los Packes de la Iglesia, vino á resultai’ de su 
aplicación el establecimiento de una república cristiana, tal 
como la habían soñado en el silencio de sus meditaciones 
aquellos primitivos propagadores de la fe. Y como este tipo 
ideal se hubiera perdido en Europa y Asia, sin dejar trazas 
en la historia con motivo de las invasiones de los bárba- 
ros, vino á creerse que fuera una novedad lo que de an- 
tiguo estaba sancionado por la predicación y prácticas de 
los primeros cristianos. Bien que el gobierno de los Incas 
tuviera todos los tintes de un socialismo marcado, no ha- 
bía de tenerlos más efectivos que los provenientes de una 
doctrina destinada á equilibrar la capacidad intelectual en- 
tre los hombres por el auxilio de la enseñanza y el con- 
sejo, y su bienestar material por el socorro de las necesi- 
dades y la dación de la limosna. 

No puede negai-se, en vista de las pruebas exhibidas, 
que los jesuítas resultai’on superiores á todos sus rivales 
para vencer los inconvenientes que se les suscitaba á cada 
instante. Fuera de las persecuciones afrontadas en el Bra- 
sil, el Paraguay y Buenos Aires, en el Uruguay conserva- 
ron sus reducciones combatiendo contra la triple hostili- 
dad de los naturales, de los mamelucos de San Pablo y de 
la aWrídad española. Cualquiera de estas tres oposiciones 



UP.RO IV. - LOS JESUÍTAS 


:{8G 


era suficieute para derribar un edificio fundado sobre la 
deleznable base de la palabra de unos pocos hombres que 
cruzaban inermes el desierto, que no podían ofrecer per- 
sonalmente resistencias armadas, y á quienes no les era 
dado emplear otro elemento de acción individual que el 
convencimiento ejercido sobre ánimos indomables, más 
dispuestos á la agresión que inclinados á la paciencia. 
Aprovechando todas las ocasiones, olvidados muchas veces 
por las autoridades españolas, perseguidos otras, pero en 
raras oportunidades ayudados eficazmente, [irosiguieron 
ellos su obra. sin cuidar.se de los peligros á que se expo- 
nían. El gran inconveniente que encontraron en su ca- 
mino, no provenía de un erróneo conocimiento de las si- 
tuaciones, ni (le falta de habilidad ¡)ara apreciar las ca- 
lidades de los individuos: solo les fuó obstáculo la na- 
turaleza de su institución, (jue á la vez de darles todas 
las facultades concernientes al gobierno de los pueblos, les 
quitaba la acción desembarazada de los conquistadores y 
gobernantes civiles. 

Ellos no podían hacer ostensible .su poderío sin dar en 
cara á cuantos les rodeaban, por manera que sus dominios 
necesitaban estar velados á la inspección de los laicos, na- 
turalmente celosos de toda iniciativa tendente á establecer 
teocracias. Y una vez que el rodaje de su dominación de- 
bía jugar entre el misterio de la oscuridad para que nadie 
fuese advei'tido de la condición de los directores, quitábase 
á óstos la fuerza moral del gobierno que se impone pre- 
cisamente por la calidad del gobernante, y se e.stablecía 
una autoridad de doble juego, en que la cabeza debía es- 
conderse siempre tras del brazo á que ella daba impulso. 
Las condiciones superiores de los jesuítas, es decir, su va- 



LIBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


387 


lor intrépido, su austeridad de costumbres, su talento es- 
clarecido, si se hubieran personificado en hombres del es- 
tado civil, habrían hecho la felicidad de la América del 
Sur, conservando las razas primitivas qué gradualmente 
habrían fusionado con el núcleo europeo, y fundando la 
unidad y la educación republicana desde la infancia de 
los pueblos. No aconteció nada de esto, porque ellos eran 
sacerdotes, y el dominio del sacerdocio no se funda so- 
bre los rudos vaivenes de la política mundana y del poder 
ambicioso, sinó que se establece sobre la j>az de los espíri- 
tus y la esperanza del cielo. 

Mientras los españoles aglomeraban sus elementos de 
fuerza militar y social sobre el Uruguay, ensayando unas 
^'eces por la fuerza y otras por el convencimiento la suje- 
ción de los naturales, los charrúas, por instinto de conser- 
vación, procirraban estorbarlo. Dieron muestra positiva de 
tales propósitos, combinando hacia 16G2 un ataque sobre 
Itazurubí, pueblo de catecúmenos recientemente fundado 
en el alto Uruguay por misioneros de la Orden de la Mer- 
ced, bajo los auspicios de fray Francisco Rivas Gavilán, 
provincial de ella. .( ese efecto, se reunieron en el mayor 
número posible, pero no con tanto sigilo que el provincial 
no sospechase una agresión y se trasladase á Buenos Ai- 
res en busca de auxilios para repelerla. Pero mientras los 
gestionaba, aparecieron los chan’úas sobre el nuevo pueblo, 
destruyéndolo y poniendo en fuga á sus habitantes. Los 
catecúmenos dispersos fueron recogidos por los jesuí- 
tas, quienes pudieron recuperarles al dominio del cristia- 
nismo ( 1 ). Parece que por un destino singidai’ y constante, 

(1) Lozano, H¡sf de la^ponq; tomo iii, libro iir, cap xvi. 



388 


IJBRO IV. — LOS JESUÍTAS 


sólo á los jesuítas estaba reservado fundar reducciones y 
sostenerlas con brillo. 

Diez y seis años de silenciosa vida debían seguirse á la 
iiTupción sobre Itazurubí, como si los extraordinarios acon- 
tecimientos que vinieron en pos, hubieran necesitado en- 
contrar estas regiones sumergidas en la quietud. 



LIBRO QUINTO 




LIBRO QUINTO 


LOS PORTUGUlíSES 


Portugal ¡lulopencliente. — Hoetilidndcs contra España.— Fundación de 
la Colonia. — Ataque presa de la ciudad. — Su devolución. — Paz 

do Ryswick. — El Cabildo de Rueños Aires y los portugueses de la 
Colonia.— Muerte de Carlos II.— Política de Felipe V.— Tratado de 
Alfonza. — Los portugueses y los indígenas uruguayos. — Batalla del 
Yí.— Comercio oficial de esclavo.s.— El Gobernador inelán.— Marcha 
de Ros sobre la Colonia. — Ataque á la plaza. — Su abandono pol- 
los portugueses. — Alzamiento de los indígenas. — Cabarí general en 
jefe.— Combates de Yapeyú y el Paraná.- Cabarí vencido. — Nuevos 
combates.— Anécdota de inelán.— Su muerte. — Paz de Utrecli. — El 
Gobernador Ros. — Intervención del Cabildo de Santa-Fe á favor 
de los indígenas uruguayos. — Felipe V y Ros. — Devolución de la 
Colonia ú lo.s portugueses. — Zavala. — Sus instrucciones. — Su co- 
rrespondencia con la Corte. — Contrabandistas franceses en Maído- 
nado y Castillos.— Combate de Castillos. — Inquietudes de la Corte. — 
Perplejidades de Zavala. — Los portugueses en Montevideo. — Za- 
vala inarcbn(pontru ellos. — Abandonan el terreno. — Regreso de Za- 
vala.— Su viajo á Maldonado. — Socorros y preemiueneias á los po- 
bladores de Montevideo.- Nombramiento de sus primeras autoridades 

(107N — 1730) 


El período eu que entramos, impone una ojeada retros- 
pectiva sobre acontecimientos cuyo relato es imprescindi- 
ble, pues constituyen un episodio fundamental de la histo- 
ria es[)añola, y son el punto de arranque de nuestra trans- 
formación social. 



392 


IJBKO V. — LOS PORTUGUESES 


En 1580 quedó vacante el trono portugués por muerte 
del Cai’deual D. Enrique, sucesor del célebre euanto infor- 
tunado 1). Sebastián, que tan vasta materia dió á la tradi- 
ción y á la fábula para hablar de su persona. Presentá- 
ronse, reclamando la herencia, enti-e diversos candidatos 
nacionales y extranjeros, Felipe II Rey de España, nieto 
por la rama materna del Rey D. Manuel; y la duquesa de 
Bragauza, en favor de cuyos intereses hizo el Papa Grego- 
rio XIII alguna gestión amistosa. Pero como la disputa 
debía zanjarse violentamente porque la obstinación de las 
partes era acentuada, Felipe II discurrió un doble medio de 
hacer valederos sus derechos, y comisionando al duque de 
Osuna y á D. Cristóbal de Mora para que gestionasen por 
letras el negocio, mandó al mismo tiempo al duque de Alba 
que con treinta mil soldados se posesionase del país ( 1 ). 
De esta manera fué sujetado Portugal al dominio español, 
que soportó por la fuerza bajo Felipe II, y toleró por la 
apacibilidad del gobierno bajo Felipe III. 

Reinando Felipe IV, el yugo se hizo insoportable con 
motivo de las exacciones del conde- duque de Olivares, uno 
de los más funestos ministros de la decadencia española. 
Tanto la nobleza como el pueblo portugués fueron cons- 
tiintemente oprimidos por contribuciones de oro y sangi’e 
que la suspicacia del conde-duque les exigía, no solamente 
para sostener guerras eiu’opeas, sinó con el fin de empo- 
brecer y desangrar á Portugal, de quien temía veleidades 
de alzamiento. Puso el colmo á los sufrimientos públicos 
una leva de nobles y plebeyos que se ordenó en 1640 para 


(1) Francisco Manuel de Meló, Tlistoria de los movimientos, sepa- 
ración y ¡jucrra de Cataluña; libro iv. 



LIBRO V. — LOS PORTUOUESKS 


393 


sofocar la rebelión de Cataluña, y ni la habilidad de la 
enérgica mujer que regía por España los dominios portu- 
gueses, ni la dureza de los ministros en cumplir las órde- 
nes del soberano, pudieron aplacar la cólera del pueblo 
cuyos resentimientos buscaron una víctima íi quien inmo- 
lar y un caudillo nacional en quien depositar su fe. 

Consignaban las cláusulas del pacto de incorporación, que 
el Rey de España no debía tener en Portugal Virrey que 
no fuese príncipe de la sangre ( 1 ). Felipe IV obedeciéndo- 
las, había entregado la gobernación lusitana á Margaritíi de 
Saboya, duíjuesa de Mantua y su próxima pariente, quien 
con título de Virreina y dotes muy considerables para el ma- 
nejo de los . negocios, no gobernaba sinó aparentemente á 
Portugal, pues las verdaderas funciones de la autoridad 
eran ejei’cidas por Miguel de Vascoucellos, portugués de 
nación, secretario de estado y tínico gobernante á jiesar de 
su título secundario. Sin perjuicio de las disidencias que 
una rivalidad mal encubierta producía entre la Virreina, 
altiva por carácter, y su secretario completamente devoto á 
los intereses de Olivares, no escapaban á uua y otro los 
peligros que su desunión ostensible traería á las conve- 
niencias de España, mucho más cuando comenzaba á in- 
quietarles la actitud equívoca del duque Juan de Bragauza, 
hijo de Teodosio y pretendiente á la corona portuguesa. 

Era este, príncipe por su posición y sus riquezas el más 
temible de los magnates lusitanos, pues sus estados com- 
ixmían casi la tercera parte del reino. Agiegábanse á tanta 
espectabilidad positiva ciertas dotes con que la natui*aleza 


(1) Gio, Isloria dclle guetre dcl líegno dcl Drasile e la lietniblica di 
Olanda, parte ii, libro i. 



39-1 


LIDRO V. — LÜH POKTUÜUEKES 


le había favorecido, para hacerle temible sin que él mismo 
lo supiera. De carácter suave y agradable, aunque pere- 
zoso, su talento más recto que vivo hería siempre la di- 
ficultad principal de los negocios, penetrando claramente 
las cosas á que se aplicaba, mas no le complacía aplicarse 
mucho ( 1 ). Heredero del odio que su padre profesaba á 
los españoles, había sabido modificarlo dentro de la par- 
simonia que le era ingénita, así es que daba largas á la rea- 
lización de sus ambiciones distrayendo el tiempo en que- 
haceres placenteros, y contando más con los sucesos que 
consigo mismo. Esta actitud tranquila había engañado por 
mucho tiempo al suspicaz ministro de Felipe IV, hacién- 
dole creer que fuera el duque más ai)to para gozar las osten- 
taciones de una vida particular bien dotada, (pie para arries- 
garse á las dificultades de la ambición política. Pero si las 
calidades personales del pretendiente no alcanzaban á for- 
mar un verdadero estadista, las de su esposa, dama de gran 
talento, y las del mayordomo de su casa, Pinto Ril)eyro*, 
hombre templado, persistente y leal, suplían toda falta. 
Tres caracteres tan diversos, que sin embargo se completa- 
ban uniéndose, formaron el designio de libertar á Portugal 
del dominio español, y llevaron á efecto su plan el año 
1640 . 

La inquietud que habían producido las presumibles am- 
biciones del duque de Braganza en el ánimo experto de la 
Virreina, fué ti’asmitida á la Corte, que en el acto tomó 
sus medidas á fin de poner en seguro aquella personalidad. 
Fuéle ofrecido primeramente al duque el gobierno del Mi- 
lancsado, que rehusó excusándose con su escaso couoci- 

(1) Vertot, Revoluciones de rortugal. 



LIBRO V. — LOS PORTUGUESRS 


39.") 


niioiito del país. En seguida se le convidó ii acaudillar la 
nobleza portuguesa destinada á la expedición contra Cn- 
taluua, con orden de trasladarse iuniediatainente al teatro 
de la.s operacioiio.s ; pero también supo hallar excusa it este 
inconveniente, diciendo que su jerarquía y el brillo de su 
casa le cinperiarían en gastos (!Ostosísúnos, por lo cual im- 
peti’aba la reconsideración del noinbrainiento. Eutonces, 
muy alarmado Olivares jior aquellas negativas, le expidió 
nombramiento con facultades amplias de jefe de las tropas 
y plazas fuertes que debían oponerse en las costas portugue- 
sas á los progresos de Francia; y al mismo tiempo dió orden 
secreta á los jefes de dichas plazas pai'a (pie le aprisionasen 
en cnalípiier instante oportuno, asegurándole en una flota 
naval que acababa de hacerse á la vela desde España para 
transportar su persona. Pero (í 1 duque fue ayudado jx)!- 
su talento y la suerte esta vez, pues la escuadra que debía 
conducirle preso naufragó en la costa, y los jefcs de las 
plazas fuertes que visitó no .se atrevieron á dar contra él, 
atemorizados poj- el rcsjietablc cortejo de tropas con que 
bacía su visita de revista. 

Fracasaron, pnc.s, los ardides de Olivare.s, contribuyendo 
con (‘líos á dar una posición oficial á su enemigo, que le 
j)Uso en condiciones de levantar tropas y colocar á los su- 
yos donde qui.so, sin reparos de ninguna e.specic; advirtién- 
dole al mismo tiempo de la clase de intrigas con que de- 
seaba perderle. El diupie y sus amigos notaron que ya no 
luibía otra alternativa que el alzamiento ó la muerte, y des- 
pués de convenirse rápidamente, estallo la revolución el 
día sábado l.“ de Diciembre de 1040, siendo proclamado 
el diKpie de Braganza Bey do Portugal, bajo nombre de 
Juan IV. 



396 


[JURO V. — LOS PORTUOUESES 


El resultado de este paso audaz de los portugueses fu(í 
la conquista definitiva de su independencia, pues aun 
cuando los españoles hicieron esfuerzos jior arrel [atársela 
durante dos reinados, quedaron vencidos en varias accio- 
nes de guerra que les ganaron el conde de Schoinbreg, ge- 
neral francas al mando de las tropas lusitamis, y Albu- 
querque y Abranches sus discípulos. Al íin, en l()(i8, rei- 
nando ya el Infante D. Pedro, fue firmado, á 1 3 de ]^"'cbrcro, 
por inteiqiosicion de Inglaterra, el tnitado definitivo en que 
España reconoció la indcpeudenciji de Portugal, conser- 
vando en su poder, sin embargo, la ciudad d(* Ceuta. 

El título de Regcnle que 1). Pedro usjiba desde IGG7, en 
que subió al trono^ provenía de vivii- aún su hermano Don 
Alfonso, á quien él había arrebatado la eoroim y la mujer. 
Enérgico mandatario é irreconciliable enemigo de España, 
debía coronarse más tarde este j)ríneipc usurpjulor con el 
nombre de Pedro II. Su política anti-e.sjiañola se acentuó 
por grados á incdida que los disturbios de su nación con 
Francia y Holanda y las sosj)cchosas oficiosidiidcs de In- 
glaterra, desvaneciéndose ])or la acción del tiempo, le de- 
jaron mayor libertad para realizar el ideal que constituía 
su base de operaciones guberimtivas. Ti’ató de e.stiinul5ir 
líi actividad comercial de Portugjd durante los diez prime- 
ros años de su gobierno, y consiguió efectivamente que los 
progi’esos industi-iales del país resareiersin en mucha parte 
las pérdidas que una desastrosa guerra en favor de la in- 
dependencia ptitna, había originado á su reino. Mas luego 
que se vió en condiciones de asumir una a(ítitud ofensiva, 
lio la retardó, y al nombrar Gobernador de ]lío Ja- 
neiro al Maestre de Campo D. Manuel Lobo en 8 de Oc- 
tubre de 1G7S, le expidió instrucciones para que fmidase 



Mimo V. — LOS J'OUTUOUESIÍS 


397 


una colonia en la margen septentrional tlel Río de la 
Plata. 

La agi’esión no podía ser más directa y descarada á los 
derechos de España; jiero tampoco la oportunidad fué 
nunca mejor elegida. Reinaba entonces Carlos II, más 
digno de compa sion que de crítica. Dominado desde la in- 
fancia por enfermedades (jue lo incapacitaban, solía de- 
mostrar en los momentos Pícidos una noción clara de sus 
deberes, para caer de nuevo en el marasmo que iba consu- 
miendo su triste vida. Coiiti-a aquel Rey decrepito á la 
edad de treinta y siete años, se erguían enemigos formida- 
bles, deseosos de succderle unos, ansiando despojarle otros, 
y alentados de su mísera condición todos ellos; así es que 
el Regente de Portugal contaba sobre seguro con la impu- 
nidad, cuando expidió las órdenes que debía ejecutai* 
Lobo. 

Deseoso éste de cumplii-las, luego de haberse hecho 
cargo del Gobierno de Río Janeiro, so trasladó en 1G79 á 
la villa de Santos, para dar comienzo á los prejia ilativos de 
la expedición colonizadora. Dos meses le absorbió el 
apnisto de SOO soldados y varias familias de colonos, ha- 
ciéndose á la vela en J )iciembre para su destino. Después 
de mía navegación en que tuvo la desgracia de perder al- 
guno de sus barcos, llegó á la margen septentrional del río 
de la Plata en 1.” de Enero de 1G80, y habiendo escogido 
lugar conveniente para la realización del objeto que le 
traía, determinó fundar un establecimiento comercial y 
militar frente á las islas de San Gabriel. 

Como (pie venía bien provisto de tropas, artillería y 
municiones, tomó las medidas necesarias para establecei*se 
sólidamente. ^Después de abiir los cimientos de la ciudad. 



398 


IJBRO V. — I.OS rORTUGUESES 


levantó el plano de sus fortifieaciones. Trabajó seis meses 
con afán en la erección del nuevo establecimiento, teniendo 
en vista el deseo de ganar im tiempo precioso que los es- 
pañoles podían disputar á cada instante; y al cabo del se- 
mestre felizmente no contrariado para los portugueses, se 
levantó sobre la costa uruguaya la ciudad de la Colonia 
del Sacramento, coronada de artillados bastiones y desa- 
fiando el poder de España con su atrevida situación y sus 
bien provistos arsenales. Para completar la nueva con- 
quista, extendió I^obo sus comunicaciones hasta las islas 
de San Gabriel y Martín García, fortificándolas militar- 
mente ( 1 ). 

• Había tenido D. José de Garro, que mandaba en Bue- 
nos Aires, alguna noticia de los preijarativos de la expedi- 
ción. Para orientarse mejor en el teatro mismo de los su- 
cesos, despachó e.xploradorcs (pie recorriesen el país hasta 
las cercanías de San Pablo, descuidando, empero, la vigi- 
lancia de la mai-gen septentrional del Plata que estaba á su 
frente. Por supuesto, que tan desconcertada pre\isión, burló 
sus esperanzas. Mientras Lobo venía en camino, los ex- 
ploradores españoles se internarou más de 200 leguas sin 
encontrar oti’o rastro de intrusos que un oficial poituguésnon 
24 hombres, los cuales se supo después ser tripulantes de 
la embarcación de Lobo que había naufragado. Diu-ante 
esta perplejidad aconteció, que pasando algunos vecinos de 
Buenos Aires á cortar leña y hacer carbón en la banda 
septentriomd, advirtieron la nueva población y fortaleza en 
cuya cómoda ensenada subsistían todavía cuatro embarca- 

o 


(1) Informe del Virrey Ar redundo d su siircKor (Rovista de la Bib 
de B. A., ttaiio III.) 



[JORO V. — LOS PORTUGUESES 


399 


dones (le las mismas que líabíaii lU^vado vituallas de boca 
y guci rn para la dudad. Regresaron presurosamente los in- 
dicados vecinos á Buenos Aires, y dieron aviso al Gober- 
nador de lo que pasaba. 

Alarmado Garro, (lesi)aclu') correo al Virrey del Perti y 
á la Corte, irapouididoles de la invasión de los portu- 
guesíís. La Corte de Madrid se contentó con remitir el re- 
clamo al abad de Maserati su Ministro en Lisboa, encar- 
gándole manifestase al príncipe D. Pedro, que al invadir 
los portugueses la margen septentrional del l^lata, violaban 
la Línea establecida [)or el Pa])a Alejiuulro VT, y usurpa- 
ban territorios que España poseía desde próximamente dos 
siglos atrás. Pero en el ínterin que el ii(?gocio se debatía 
en Eiu'opa, observó Garro que los portugueses acrecenta- 
ban el nuevo establecimiento de la Colonia poblándolo con 
familias traídas del Brasil, por lo cual les increpó directa- 
mente; pero ellos respondieron que estaban dentro de su 
derecho, pues ocupaban tierras l:>aldías, las cuales, por otra 
parte, decían pei’tenecerlcs, según lo atestiguaba mi mapa 
que presentaron, forjado en Insboa con data de 1678 por 
Juan Tejeira Albornoz, á fin de extcaidcr los dominios por- 
tugueses en iVmerica desde la embocadura del río de la 
IMata hasta Tucumán, comprendiendo 300 leguas de 
costa (1). 

Semejante,s argucias demostral)an el d(*seo de ganar 
tiempo, lo que advertido por Gairo, ordenó que .se reunie- 
sen varios destacamentos españoles hasta el número de 
260 hombres, y juntando á (íslos 3000 indios guaranís de 


(1) Frmici.sco Solano Constancio, Historia do Dra-.il; tomo ll, cap 
VII, — Funes, Ensayo; tomo ir, lib in, cap x. 



•100 


LIBRO Y. — LOS PORTUGUESKS 


las reducciones jesuíticas, encomendó el mando del ejórcito 
á su Maestre de Campo D. Antonio de Vera Mujica, con 
instrucciones terminantes de tomar á viva fuerza el nuevo 
establecimiento portnguós. La decisión era atrevida, te- 
niendo en cuenta el personal encargado de acometerla. Por 
nuts que los guaranís de las reducciones fuei’an soldados 
valientes y bien disciplinados, nunca habían tenido ocasión 
de asaltar una plaza fuerte; así es que componióndosc el 
ejército expedicionario en su casi totalidad de guaranís, era 
el caso de poner á prueba la habilidad de estos soldados 
en una de las operaciones militares más difíciles. 

Llegó Vera Mujica en Agosto de 1C80 hasta una legua 
de la Colonia, é intimó rendición á la plaza. Negóse Lobo 
con altanería á obedecer la intimación, y entonces se pre- 
paró Mujica al ataque combinando su plan. Quería el ge- 
neral español que una vanguardia d(! 4000 caballos suel- 
tos fuese arrojada sobre la plaza á fin de frustrar su 
primera descarga de artillería; pero los guaranís s(* opusie- 
ron, haciendo presente que los caballos asustados por el 
estrago, lejos de favorecerles, iban á caer sobre ellos mis- 
mos arrollándoles é introduciendo en sus filas mayor des- 
organización que la propia metralla del enemigo. Convino 
Mujica cu In exactitud dcl razonamiento, sustituyendo su 
plan primitivo por el de un asalto llevado de frente por 
los indios y protegido por las tropas españolas. Como ese 
plan se combinara en la noche dei 0, y las tropas .se hu- 
biesen puesto en marcha entre la oscuridad, habíase de- 
terminado que el ataque no comenzase hasta rayar el día ; 
previniéndose que la .señal sería un tiro de fusil di.spa- 
rado desde el cuartel general. Marchó, pues, el ejército 
repartido en columnas que llegaron al frente de la plaza 



LIBRO V. — LO.S l'OUTUGUKSES 


401 


ciuiiulo toilíiYÍii Iiis sombras de la iioelie no se liabíaii 
disipado. 

Tan impacientes venían los guaranís de señalai*se, que 
uno de ellos, olvidado de la consigna, se arrojó sobre un 
baluarte degollando al centinela, que en vez de guardarle, 
se había rendido al sueño. Pero el centinela próximo ¿t 
aquel, penetrado de líi gravedad del easo y más vigilante 
(pie su compañero, disparó un (iro de alarma. Creyeron los 
guaranís de la vanguardia (pie dicho tiro era la serial con- 
venida, e inmediatamente se lanzaron al asalto en medio de 
la oscuridad. Hízose entonces general el combate, peleando 
asaltantes y asaltados con el mayor deiuuído. Rechazado 
por dos veces un tercio de guaranís que obedecía las órde- 
nes del indígena D. Ignacio Amandán, se dispersó en de- 
rrota; pero el bravo caudillo mezclándose á sus soldados 
que buían, hiriendo y matando á muchos de ello.s, les 
obligó á rehacerse, y ordiíiiá mióles un tercer asalto, pudo 
llevarlo á efeeto con tan vigoroso empuje, que decidió la vic- 
toria. Coincidía con este Imcho la arrenietida del capitán 
Juan de Aguilera, vecino de tíanta-Fe, quien arrebató 
p(*rsonalmeute de la fortificación [irincipal la bandera por- 
tuguesa, enarbolando la española. Los portugueses se ba- 
tieron bien, distingui(índose entre todos el capitán Galván 
y su esposa, cuyos dos encontraron una heroica muerte al 
frente de las tropas que guiaron al combate hasta el óltimo 
momento. 

Como era de esperarse, los instantes que siguieron á la 
victoria fueron origen de la mayor confusión para los ven- 
cidos. Entrada la plaza por asalto, los soldados vencedores 
se precipitaron á todos vientos en prosecución del com- 
bate; lo que daba lugar á que las familias aterradas bus- 



402 


LIBRO y. — U^H PORTUGUESES 


casen su salvación en la fuga. Pero la fuga misma era im- 
posible en aquellos momentos, dentro de un ri'cinto amu- 
rallado y en medio del pavor de un contraste sangriento. 
Enardecidos los guaranís se presentaban tan temibles en 
la victoria como intrépidos se condujeran para alcanzarla. 
Afortunadamente los caudillos espafioles conservaron toda 
su serenidad. Vera Mujica defendió espada en mano la 
persona y la casa de Lobo, que los indios prettaulían insul- 
tar, y pudo al fm CíUisegiiir que se apaciguaran un tanto 
los espírítus de los vencidos, cuyas familias, en medio de 
la consternación general, pugnaban por refugiarse en las 
chalupas existentes, abogiíndose muebas de las (jue lo in- 
tentaron, mientras otras se rendían prisioneras después de 
haber perdido la esperanza de todo imnlio de salvación. 

Garro .se había mostrado en la concepción de esta cam- 
paña, (bligentc y enérgico, supliendo los inconvenientes del 
número con la rápida concentración de sus fuerzas sobre 
el enemigo, y eligiendo para comandarlas un oficial bien dis- 
puesto; pero su victoria debía jnoducir más terror que jú- 
bilo en el ánimo del Gobierno de Madrid, como efectiva- 
mente sueeíUó. Estaba el abad do Mascrati procurando 
congraciarse la Corte de Li.sboa, cuando se bizo púldico el 
reciente triunfo español. El embajador trató en vano de 
disculpar un becbo del cual podía baljerse gloriado, y en- 
AÚó excusas al príncipe Rcginite diciéndole que Garro había 
procedido sin órdenes de jMadrid ; agregando, para demos- 
trarlo, que la fccba del asalto de la Colonia coincidía con 
la de las instrucciones que el Rey de España lebabíadado 
á él para tratar [)acífieanu‘nte el negocio. Pero el Regente 
no quiso oir excusas y desairó al embajador negándole au- 
diencia. En seguida, estimulado secretamente por Francia, 



LIBRO V. — LOS PORTUGUESRS 


403 


ordenó que nimeluiso un liuen trozo de caballería con cua- 
ti-o tercios de infantería ó Yelves, para invadir todos jun- 
tos j)or la frontera de Castilla, caso de no efectuarse la 
devolución de Colonia y el castigo de su asaltante; «1 cuya 
exigencia debía contestar la Corte de ^Madrid denti’o de 
veinte días perentorios. 

iVpresuróse Masei'ati á dar cuenta de lo que pasaba. El 
estado de la opinión jióblica en Lisboa, los iireparativos 
bélicos que .se hacían y los términos pei’entorios que se 
formulaban, parecían anunciar un designio formal de rom- 
per toda consideración paeííiea. Ante aquella actitud, el 
Ministro (í.spañol carecía de argumentos, pues la emergen- 
cia t'xeluía to<la negociación .sobre la base de sus anti- 
guas instrucciones. Cayó e.sta noticia como un rayo en el 
gabinete de Carlos II, que se dió prisa en nombrar al du- 
que de Jovenaso ])or embajador extraordinario en Lisboa, 
ordenándole diera cuenta de las miras pacíficas del Rey de 
España, y tratara de arreglar el asunto á la brevedad po- 
sible, evitando la invasión portuguesa. En tan extenuadas 
manos andaba el cetro de Fernando V y Feliiie II. 

Llegó el duque de Jovenaso á Lisboa en momentos en 
que los ])ortugueses se aprestaban á la guerra, empujados 
por el iloble incentivo de su odio y de las iirome.sas que 
Francia Ies bacía: así es (pie si el nuevo embajador lle- 
vaba susto, aumentóse en presencia de tanto preparativo 
marcial. Como (puí venía encargado de plañir muy al vivo 
más bien que de negociar enérgica nu'nte, obtuvo audien- 
cia inmediata, por manera (pie á pocos días de haber he- 
cho el Regente su amenaza, ya tenía la eontestación como 
llegada en volandas. Acto continuo ajustó Jovenaso en 
Lisboa un tratado de diez y siete artículos (7 de Mayo de 



•104 


LIBRO V. — LOS rORTlJGUKSES 


1G81), por el cual se desaprobaba y castigaba la conducta 
de Garro y se devolvía la ciudad de Colonia á los portu- 
gueses, con restitución de los prisioneros capturados ( 1 ). 
Estatuíase, empero, que diputasen ambas partes una junta 
encargada de ventilar los derechos controvertidos, a])eliín- 
dose en caso de disidencia al Papa, arbitro siqiremo. 

En virtud del Art. 1." del Tratado (pie obligaba al Key de 
España lí hacer demostración con el Goliernador de Bue- 
nos Aires, condigna al exceso en el modo d(; su operación, » 
Jovenaso, fu(í á enseñar al llcgcnte el decreto de Carlos TI 
ordenando que I). Josó de Garro abandonase su gcdiierno 
y se retirase ii la ciudad de Córdova á csjierar nueva or- 
den (cosa que en milicia significa un arresto); lo cual 
dulcificando al portuguós, le indujo ;1 intereediu- jiara que 
Garro, en vez de castigado, fuese favorecido. (Quedaron, 
pues, los portugueses en posesión de Colonia, (pie era lo 
(pie les interesaba, y enviaron algón tienqio después sus 
comisarios á Ycives y Badajoz, donde nada se convino; y 
aun cuando los españoles acudieron al Papa, segón estaba 
previsto para el caso de disidencia, los comisarios lusi- 
tanos no les acompañaron hasta ahí, permaneciendo las co- 
sas como estaban antes de reunirse unos y otros en junta. 

Á ruegos del Regente revocó Carlos II el decreto en 
que se castigaba la enórgica conducta d(! Garro, y transfirió 
ii este digno prócer á la presidencia de Chile; lo cual ha- 
bría sido un premio si la petición (pie lo motivaba no vi- 
niera de boca de quien había ocasionado su humillación. 
Mostróse digno de su natural magnanimidad el Goberna- 
dor, y aceptando el nuevo empleo, no interpuso (pieja ni se 

(1) Calvo, Colección de Tratados; tomo i. 



LIBRO V. — LOS I'ORTUGUKSES 405 

(lió por agraviado de la forma inusitada en que se le ha- 
bía reprendido, pensando tal vez que eonvenía callar en ho- 
nor de la patria las ofensas personales de sus hijos. 

Nombróse jior sucesor de Garro en el Kío de la Plata á 
D. Josó de Herrera, natural de Madrid y bastante acredi- 
tado en las armas. El estreno de su gobierno tenía forzosa- 
mente que ser deslucido, pu(!S le incumbía devolver la Co- 
lonia á los portugueses. Acatando sus instrucciones sobre 
el particular, cumplió con (días, en Febrero de 1CS3. Des- 
pués se dedicó á atenuar los defectos de que adolecía el 
irgimen interno de la administración que se le había con- 
fiado, tratando de hacer menos s(;nsible el cercenamiento 
gxíogiáfico del país, por medio de resoluciones tendentes it 
radicar el orden y el progreso. 

Nuevamente dueno Portugal de Colonia, recayó el go- 
bierno de la plaza en uno de los prisioneros de Garro, 
D. Francisco Naper de Lencastro, quien recibió instruc- 
ciones de fomentar su progreso militar y social. Para el 
efecto, se le nombró al mismo tiempo Gobernador interino 
de Ivío Janeiro, desde donde mandó ii Colonia, elementos 
de guerra y familias pobladoras con sus corre.spondicntes 
enseres. Acompabando la ultima remesa, se trasladó en 
persona ii la ciudad, para activm' y completar su población 
y defensa. Ahuyentó los indígenas (pie merodeabai^^r las 
cercanías, repartió tierras entre los colonos y ensanchó las 
fortificaciones bajo un plan miís conveniente (1). Siendo 
el suelo fórtil y los portugueses buenos agricultores, muy 
pronto se extendieron los cultivos, transformándose el 


U ) Bobas! iao da Rocha Pitta, Historia da America Portuguesa; li- 
bro vil, §§ 13-14. 



406 


JJBRO V. — IX)S PORTUGUESES 


ejido de la ciudad en un vasto jardín cubierto de árlioles, 
viñedos y paloinai'cs. 

Los vecinos de Buenos Aires miraban con horror aquel 
progi’eso, i^ero al mismo tiempo se consolaban pensando 
que no rebasaría los estrechos límites de su alcance visi- 
ble. Ya veremos como bien pronto iban tí desengañarse. 
Msis la expectativa de mejores días, actdlando preveneio- 
iie.s, dejaba ptira otra oiiortunidad los tu-ranques bclicoso.s, 
jiroduei endose entre portugueses y e.sjiañoles de América, 
una trc^uti. Aquel estado de trimquilidad relativa se con- 
solidó muy luego en todos los dominios del imperio e.spa- 
ñol. La guerra sostenida jtor Españti, Inglaterra y Holanda 
contra Ertincia ticababa de cesar por el tratado de Iíi/sir¡ck. 
Los fnuiceses abandonabtm, en virtud de eso tratado, Ctir- 
tagena y Barcelona, con más todas las conquistjis lieclms 
en Alsacia, Lorena y Holíinda ; y aun cuando esta solución 
se debiese mejor á Isis previsiones ambiciosas de Luis 
XIV, que á los mtiuejos diplomáticos de Esiiaña y sus 
aliados, el hecho stiti.sfizo con justicia, td gabinete de 
Madrid. 

Despejado el horizonte político, se entregó el Cabildo de 
Buenos Aires á reforzar la vigilaiiciti sobrt; los portugue- 
ses, estrechándoles en Colonia bajo el rigor dt* un ver- 
dadero asedio comercial; j)cro con su ordinaria diligencia 
supieron aquéllos salvarse del ai)uro. Fiándose al interés 
egoísta de unos cuantos individuos, (Misayaron el comer- 
cio de contrabando con Buenos Aires, que les dió i)in- 
gües ganancias. De Río Janeiro recibían negros escla- 
vos, azócar, tabaco, vinos y licorc.s, cambiándolos con 
Buenos Aires siibrei)ticiamente por harina, pan, carne seca 
y salada, y sobre todo, plata inqiortada directamente del 



LIBRO V. — LOS PORTUQUESES 


407 


Pei’íí (1). La suspicacia del Caliildo no. llegó á penetrarse 
en los primeros tiempos, de la impoi*tancia de estos mane- 
jos que herían en su base mas robusta al sistema prohi- 
bitivo de España, así es que escribiendo en 10 de Abril de 
1095 lí la Corte para pedir la reelección del Gobernador 
Robles, alegaba como prin(ái)al título de los méritos de 
éste, la guerra comercial que hacía lí los habitantes de Co- 
lonia, (*U 3 ^^ situación apai‘cntemente desesperada describía 
el Cabildo en estos términos: «De manera que sin faltar 
(Robles) á ninguna cortesía de las que aprecia esta nación 
( los portugueses ), insíaisiblemcnte los va gastando, de 
modo (jiie los tiene despechados, por ver consumidos de la 
polilla los almacenes de ropa que tenían ¡irevenida para 
este efecto, sin míís operación que la de su firme constan- 
cia en no permitirles su intento; conque si sobre este gra- 
vísimo daño que han recibido en tan gran cantidad de ha- 
cienda, experimenta á jiocos años más tan crecidos gastos 
como los que hace en la manutención de la Colonia la 
corona de Portugal, sin que consiga de ellos el logro pre- 
tendido de su utilidad, parece imposible que deje de aban- 
donar dicha Colonia ». 

Poco tiempo ti-anscurrió desde la remisión de este oficio 
liasta el conocimiento habido por el Cabildo del engaño en 
que vivía, creyendo á los portugueses desesiierados. La mer- 
ma de las rentas de Buenos Aires, la entrada de productos 
especiales que no eran fiscalizados por las aduanas, y el 
acrecentamiento de las fortunas particulares en cierta parte 
de la población dada á un tráfico desconocido, puso en sos- 

(1) Scherer, Tlistoria del comercio de todas las naciones; tomo ii, 
cnp I. 



408 


'linno V. — ix)8 i'onTuauESKs 


pecha al Cnhildo de que se hacía entre Colonia y Buenos 
Aires el comercio de contrabando. Luego que se hubo (ícr- 
ciorado de ello, su exa.speracion no tuvo límites, segíiii 
lo demuestran los siguientes párrafos de un oficio al 
Bey, datado en 11 de Diciembre de 1C99, en que decía: 
«Postrada y rendida esta ciudad á los pies de, V. M., en 
nombre de esta Provincia le suplica se sirva concederla li- 
cencia para que, á su costa, á todo trance de armas, casti- 
gue la osadía de los portugueses, dando las órdenes conve- 
nientes á este Gobierno para que juntando las fuerzas de 
ella con las auxiliareis de la provincia del Tucumán, exter- 
minen la dicha Colonia de San Gabriel, llevándola á fuego 
y sangre, supuesto el poco ain’ccio del tratado provisional ». 
Y más adelante agregaba: «Crecerá de suerte la Colonia de 
San Gabriel, que será en breve una de las mayores poblacio- 
nes de la Europa, y de pcqueíía centella no apagada en los 
principios, pasiu’á á rayo que encienda y devore toda la Amé- 
rica; mayormente si, como tiene tratado aquella Corona (de 
Portugal), fortifica y se apodera de la isla de Maldonado, 
que está sita en la boca de este gran río ». Y concluía, por 
último, diciendo: «Y si por nuestros pecados no la merece- 
mos (la licencia de destruir la Colonia), por las superiores 
razones que tuviera V. M. y sus consejos de Estado de In- 
dias para no concederla, se servirá mandar coger el último 
expediente sobre la precisa declaración de estos dominios, 
sin permitm por ninguna razón quede en todos los de este 
Río de la Plata la menor población ni rastro de portugue- 
ses » (1). Era poco común semejante violencia de tono, en 
la correspondencia de los súbditos con el Rey. 

(1) Perisin (lr¡ Archivo de liucnox Aires; tomo ll. 



LiniíO V. — LCVÍ l’OnTUCíPKSKS 


409 


]C1 móvil que. in.spiral)a la comlucta del Cabildo de Bue- 
nos Aires estaba, lejos de ser un arran(|ue quijotesco, ni una 
veleidad política. Había probado aquella ciudad en I GHO, 
que apurando los recursos de sus vecinos, disponía de 
fuerzas suficientes para medirse victoriosamente con los 
portugueses; y acababa de explicar ahora en su oficio al Iley, 
que la Colonia del Sacramento 6 San Gabriel, amena- 
zaba sui)editar su influencia propia. Examinando el negocio 
desde el punto de vista político de aquellos tiempos, la solu- 
ción que el Cabildo i)ro})onía era la má.s conveniente para 
el, puesto que la actitud de las dos ciudades rivales no per- 
mitía adoptar términos medios. Ó Buenos Aires sacrifi- 
caba su influencia militar y comercial al e.stableci miento 
portugués, perdiendo al mismo tiempo su significación mo- 
i’al cu los destinos de estos pueblos, ó la Colonia cedía el 
campo á la capital del Plata, que lógicamente había de he- 
redar su influencia. Por otra parte, la desigualdad de cier- 
tos medios de acción en que ambas rivales se encontraban, 
excluía toda conciu-rencia que permitiera recuperar en el 
terreno de las contiendas pacíficas lo que se concediera 
por la fuerza de las combinaciones políticas. Reducida la 
ciudad de Colonia al escaso perímetro que .se la había 
► dejado, necesariamente derramaba en sus contornos las 
^nayores franquicias comerciale.s, atrayéndose todo el trá- 
fico de las vecindades; mientras que Buenos Aires, oprimida 
por la férula del sistema prohilútivo español, no podía lu- 
char con su rival en este único canq)o que la suerte depa- 
raba á su actividad, pero (pie la ^letrópoli cerraba á .sus 
esfuerzos. Y para una población tan celosa de sus prorro- 
gativas, que constantemente se había opuesto á eualquier 
de.^ignio de fundar pueldos en territoiio uruguayo jior te- 



410 


LIBRO V. — LOS PORTUGÜKSKS 


mor (le crearse rivales, era el colmo d(! la desesperación 
verse condenada á mirar imj)asil)le los progresos de una 
ciudad creada expresamcnle jiíiia matar su prejionde- 
raiicia. 

l*ero el oficio del Cabildo no podía surtir de inme- 
diato los efectos que se proponían sus firmant(!s. Si la 
intención que presidió á su envío resi)ondía al deseo de 
obtener mayor apoyo para la prórroga de Robles á fin de 
llevar adelante los planes de reconquista á los cuales pa- 
recía adherir aquél, la comunicación llegaba tarde, porque 
ya el sucesor de Robles venía en camino al salir el correo 
portador de la propuesta de rcídceción. Si de otro modo, 
jirevalccía exclusivamente el intento de arrebatarle la Co- 
lonia ii los jiortuguescs con Robles ó sin él, se anticipaba 
con mucho el Cabildo á los deseos de la t'orte, puesto 
que estando por expirar Carlos II y apenas apto para ser 
recibido en Esjiafía su sucesor, no había cabida jiara ve- 
leidades de reconquistas tan lejanas. EspaíTia con la Eu- 
ropa por enemiga, estaba más disjmesta á ganarse' alia- 
dos ó indiferentes, que á aumentar el nómero de sus con- 
trarios. 

Las enfermedades físicas y morah's de Carlos II, no 
habían hecho cre(u- en vano á sus rivales que una j)ie- 
matura muerte pusiese término á. las impaciencias que les 
devoraban. Alemania, Inglaterra y F rancia tenían i)arti- 
cular interés eii rc.solvcr una situación (jue his dejaba en 
gaje la más vasta monarquía del mundo. Al fin exjáró el 
Rey en l.“ de Noviembre del año 1700, habiendo fii’- 
mado antes con profunda repugnancia, un testamento por 
el cual desheredaba á su familia, y nombraba sucesor suyo 
al duque de Anjou, nieto de Luis XIV, destinado á (;oro- 



LFBRO V. — LOS PORTÜOUESES 


411 


liarse con el nombre de Felipe V ( 1 ). Aquella elección fué 
un golpe de estado que asombró á Europa, porque nadie 
suponía, ni aun Francia misma, que pudiera haberse sen- 
tado con tanta facilidad un Ibu’bón sobre el trono español. 
Pero como tras do las grandes sorpresas que desconciertan 
el ánimo, suele venir la reacción que lo ensoberbece y en- 
tona, Europa reaccionó alzándose en armas contra el nuevo 
monarca, ó iniciando la guci’ra de sucesión que por tantos 
años debía desangrar á. España. 

Éste era el estado de las cosas al finalizar el siglo xvii, 
que .se despedía mal para el Uruguay y su Metrópoli: en 
cuanto al primero, su territorio se encontraba cercenado 
por los portugueses que habían fabricado y ocupaban la 
ciudad de Colonia; en cuanto á la segunda, una coali- 
ción europea amenazaba su independencia, y hervían ya 
^ primeros rumores de la guerra universal que la muerte 
de Carlos II debía producir contra ella. Pocos eran los 
progresos hechos por la civilización en las tierras urugua- 
yas, y así mismo la infiuencia española estaba contraba- 
lanceada por la enemistad de los portugueses y el odio de 
los naturales de la tierra, presentando probabilidades esca- 
samente halagadoras para un futuro demasiado incierto. 
El siglo de la revolución entraba por las puertas de la 
monarquía esjiañola como envuelto entre las nubes de los 
presagios tótricos. Pero aquella nación monstruosamente 
colosal, que dejaba atrás á los más famosos impelios anti- 
guos en extensión de territorio, había de hallar suficiente 
energía para defender por un siglo aíin sus posesiones ame- 
ricanas, imprimiendo la huella de la civilización en el Uru- 

(1) Teófilo Lnvalíe, Ilvtloria de los franceses; tomo iv. 

ai. 


PoM. Ear. — 1. 



412 


LinilO V. — LOS FORTUOUKSES 


giiay, ií vueltas de una rivalidad incesante con el extranjero. 

Apenas se vio dncfío del trono español Felipe V, cuando 
expidió circunstanciadas instrucciones sobre la manera 
como debííi pi’ocederse en la jurisdicción platense. El Iley 
estaba inquieto por estos sus dominios: sentado en el trono 
contra los deseos de Austria y con la malquerencia de los 
aliados de ella, Felipe V creía con razón que las jmtencias 
marítimas vinculadas lí la iM>lític4i de aquel poderoso Es- 
tado, intentarían algnna enérgica diversión militar sobre 
estos países á fin de perjudicarle. Escribió, pues, al Gober- 
nador Prado, re.sidcnte en Buenos Aires, encargándole pu- 
siese aquel puerto en aptitud de i)recaver los reveses de la 
guerra, y con la misma fecha lo hizo al Superior de los 
jesuítas, ordenándole que remitiese al Gobernador cada 
cuatro meses, cuando menos, 300 indios, á fin de propor- 
cionarle por ese medio un numero conveniente de tropas 
disponibles para atender á cualquier emergencia ( 1 ). Por 
otra carta de igual data comunicaba el Rey, que entre las 
personas con quienes contaba la Corte austnaca para sub- 
vertii* el orden en estos países, estaban el secretario del 
conde de Harrach, antiguo embajador de Alemania, y dos 
religiosos trinitarios, el uno español y el otro alemán, resi- 
dentes á la sazón en Ijondres, quienes debían pasar disfi-a- 
zados á estas provincias, y luego, tomando el hábito de su 
Orden y el título de misioneros apostólicos, tentar con 
manifiestos la fidelidad de sus vasallos. En consecuen- 
cia, y para reprimir con tiempo males que una vez pro- 
ducidos pudieran dar re.sultados funestos, sugería la más 
estricta vigilancia, y autorizaba al (johernador para que 


(1) Fum*s, Knmuo, cto; lom n, líb iv, onp i. 



LTimo V. — LOS i’onnuiUKHKs 


•I I .*{ 

puri;iisc su provincia d(' (oda [u'rsona sos})ccIiosa, sin (‘x- 
ccpcióii d(‘ estado, condición ni s('XO. 

Mientras tanto, aproveelii1l)anse los ¡)ortngnese.s de la 
situación. Conocían ellos qu(‘ no teniendo F(‘lipe V la eo- 
nnia segura aún, estaba i>or el inoni(‘nto en ina^'or animo 
de contemporizar (¡ue de })onerse en abierta hostilidad 
con sus enemigos. Trabajado jior inquietudes sin tórmino, 
á pesar de que dí'fendía esi)a<ln en mano sus dominios con- 
tra casi toda la Europa coaligada, el novel monarca se vió 
en la necesidad il(> cerrar los ojos resjiecto á ciertas pose- 
siones de América, y á trne(pie de disminuir enemistades 
vc'cinas y ])cligrosas, pasó por c'xigencias que no se avenían 
con .sn carácter. Convino, desde luego, en negociar la })az 
con Portugal, y á 18 de Junio de 1701 se firmó entre Es- 
paña y aquella potencia el tratado de Alfonza, por cuyo ar- 
tículo 5.” devolvíase la Colonia del Sacramento á los por- 
tugueses, derogando el tratado provisorio de 1081, que 
dejaba en dudas la legitimidad de sus derecbos al respecto. 
Quedaron zanjadas las dificnltndes que obstaban de inme- 
diato al reconocimiento de Felipe V por parte de Portugal, 
y pareció (juc los portugueses, alcanzando el colmo de sus 
deseos, debían replegar sus esfuerzos á un terreno ])acífico. 
Pero mal contaban con esta resolución los ([ue, encegueci- 
dos })or las ncccsidad(*s del momento, 'o atinaban á calcu- 
lar que Portugal aspiraba al mayor en¡4ncbe de sus domi- 
nios americanos. Id trozo de territorio en que ubicaba el 
establecimiento que se le devolvía en propiedad por el tra- 
tado de Alfonza, no era más que un paso adelantado en el 
camino (pie meditaba reconx'r: así es (pie la nueva con- 
vención diplomática, en vez de asegurar la paz, incitaba á la 
guerra por la sanción de las ambiciones á (pablaba estímulo. 



414 


LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 


Un cíimbio ele política interna deinostró que los portu- 
gueses persistían en el deseo de ganar terreno. Había sido 
su ambición, desde los primeros tiempos, poseer una zona 
considerable en el Uruguay que les permitiese ocupar to- 
talmente las costas del Océano y la orilla septentríonal del 
Plata, para el logro de cuyo propósito no sólo acudieron 
al poder de las armas, sinó que hasta falsificaron cartas 
geogi’áficas, como se ba visto. No les convenía, pues, que 
su acción política y militar quedara circunscrita al corto 
radio de Colonia y su ejido, evitando la consolidación de 
un dominio que les uigía ensam-liar. Inspirados por tales 
ideas, resolvieron valerse del concurso de los indígenas, ya 
que no tenían otro elemento disponible. Se les brindaron 
por amigos y protectores, los i)roveyci-on de armas y gé- 
neros de vestir, (consiguiendo con dichas larguezas atraér- 
selos por completo. En seguida les inspiraron la idea de 
acometer las Mi.sioncs jesuíticas, temible antemural it sus 
pretensiones sobre el Uruguay. 

Aceptaron los yaros, charróas y mbohanes (d plan de sus 
nuevos aliados, buscando la aquiescencia de bus demás 
tribus vecinas, que entraron igualmente en el proyecto, 
plegándose también algunos renegados y varios desertores 
españoles. Accontecía esto finalizando el año 1701. La 
primera hostilidad de los coaligados fué contra Yapeyú, 
en cuyo asalto y opccraciones concurrentes mataron 140 
guaranís cristiíinos, (piemaron y saquearon la iglesia, pro- 
fanando las imágenes y objetos sagrados, y apoderándose 
de la estancia de San Jone, redujeron á la mayor cs(?asez 
el alimento de los pueblos comarcanos (1). 


(1 ) Información siniuiria sobre la campaña de 1702 (M. S. eu N. A.). 



LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 416 

Eli los primeros días de Enero de 1702, salió del Ibi- 
cuí contra los sublevados el Maestre de Campo Alejandro 
de Aguirre, ii cuyas órdenes iban 2000 guai-anís de las 
Reducciones con sus respectivos capellanes y médicos. Con- 
taba el ejército con 4000 caballos, é igual nómero de muías 
y vacas, fuera de los víveres necesarios. Atravesó 150 le- 
guas, cruzando á nado los ríos Ibirapitíl, Tacuarembotí, 
Cai*aguataí, Yaguarí y Piraí, en cuya marcha empleó casi 
dos meses. La vanguardia, que constaba de 900 hombres, 
se adelantó al encuentro de los indígenas confeilerados, 
pero fué batida en el Romrio con pérdiila de 22 iudivi- 
duo.s. A este contratiempo .se unió el desarrollo de varias 
enfermedatles entre los vencidos, provenientes, según dicen, 
del envenenamiento de las aguas, tid vez por efecto de ani- 
males putrefactos que la casualidad ó el intento arrojó cu 
ellas; por lo cual se vió obligada la vanguardia á. replegarse 
al grueso del ejército.. 

Reforzados los vencedores desde Colonia con 70 sol- 
dados portugueses y tres piezas de cañón, volvieron á tomar 
la ofensiva. No les fué posible, sin embargo, dar alcance á la 
vanguardia, lo que desanimó á los portugueses, quienes se 
volvieron en lo mejor de la marcha. Sin cuidarse de aquella 
conti’ariedad, prosiguieron los confederados su movimiento, 
de avance. Constituían un total de 700 hombres de pelea, 
con sus familias compuestas de 500 mujeres y muchachos, 
é iban en dirección al Yí, punto indicado para resistir al 
ejército español, que it marchas forzadas y por el camino 
opuesto se dirigía al mismo paraje. Más activos los indí- 
genas, llegaron primero, tomando posiciones en las orillas 
del río. 

Al amanecer del día 6 de Febrero, se presentó Aguirre 



416 


J. IB lio V. — LOS PORTUGUESES 


(leliiMtü lie los eonfeilerudos. Mandó el asalto de sus jiosi- 
ciones, y después de un reñido combate, los desalojó, obli- 
gíindoles éi retirarse al monte, donde se hicieron fuertes. 
Una vez allí, empezó de nuevo la ijelea, que duró cinco 
días consecutivos. Los indígenas perdieron 300 hombres 
muertos, enti’c ellos un tal ]\Ionzón, español, que combatía 
en sus filas. Tu^^cron también gran número de heridos, y 
les filé necesario abandonar en plena derrota el campo, 
dejando prisioneras sus familias. Los españoles compnu'on 
esta extemiinadora victoria con la pérdida de bastantes 
muertos y heridos, entre ellos varios jefes y oficiales gua- 
ranís ( 1 ). 

La influencia que el desastre tuvo en el ánimo de los 
portugueses, fué grande. Contaban ellos con la alianza de 
los indígenas para crear dificultades que llamasen la aten- 
ción del Gobernador de Buenos Aires hacia puntos tlis- 
tantes de la Colonia, lo cual les permitiría obrar con h- 
bei-tad en las tierras que deseaban apropiarse. Pero la úl- 
tima victoria de los esi)añoles, no sólo imposibilitaba la 
realización del plan concebido, sino que entonaba el espí- 
ritu de los indios de las Reducciones, enorgullceiéndoles con 
detrimento de las conveniencias de Portugal. 

Mientras el poder español en el Plata conseguía debe- 
lar con grandes esfuerzos las intrigas de los portugueses, 
la Corte de Madrid, cediendo á lUversos móviles, preparidia 
la introducción en grande escala de un elemento extraño 
á nuestras conveniencias de raza. El ardiente celo de fray 
Bartolomé de las Casas le había llevado á proponer en 
oti’os tiempos, que para equilibrar la resistencia física con 


( 1 ) y." 3 cu los Documentos de Prueba. 



LIIIRO V. LOS l'01irU(iUKSKS 


117 


las exigencias de la codicia, fueran suslitiiídos los natura- 
les de Ani(5rica por negros de Africa cu los abruinadorcs 
trabajos impuestos por el compiislador. De aquí tomaron 
pie algunos para entregarse á especulaciones insensatas, y 
la importación de esclavos limitada en su comienzo á la 
satisfacción de las exigencias más perentorias, se hizo des- 
puds un ramo de (íomercio que rebasó [ior sus rendimien- 
tos la ganancia que dejaran las antiguas encomiendas. 
Buenos Aires fué agraciada en ciertas ocasiones con el 
permiso de importar varios cargamentos de esclavos, que 
se vendían entre las personas pudientes de la ciudad y 
l)rovincia, con prohibición, sin embargo, de satirios de 
ella. Pero como se hiciera sentir en Europa cierta reac- 
ción contra el fomejito de un comercio tan inmoral é ilí- 
cito, y como el Gobierno español recibiera de subditos 
desinteresados muy particulares informaciones sobre la ma- 
teria, comenzó á restringir las liberalidades de este genero, 
paralizándose naturalmente el tráfico á que ellas daban 
vida. 

Esta actitud disgustó mucho al Cabido de Buenos Aires, 
(lue diversas veces había reclamado la introducción de escla- 
vos como un beneficio de la mayor ti’ascendencia para los 
intereses de la ciudad. Queriendo reintegrarse de semejante 
péi-dida diputó ante el Consejo de Indias á varios individuos, 
expidióndoles en 28 de Abril de 1093 mías instrucciones 
cuyo primer capítulo decía así: «1." Primeramente, que 
S. M. pei'inita que en los navios de registro, ó por cuenta 
del asentista del comercio se traigan á este puerto negros, 
200 á 300 en cada viaje, de los que se hallaren en Cádiz, 
en cada ocasión; y, de no haberlos, permita que cada tres 
años por lo menos, venga un navio de registro con ñOO 



418 UBRO V. — LOS PORTUGUESES 

negros, pam que unos y otros se vencían á trueque ele fru- 
tos, por repartimiento á los vecinos de esta eiudad y pro- 
vincia, con prohibición de no sacarlos de ellas, piíiia de 
perdidos como así se acostumbraba en su antigüedad, y 
alegar los cjemphu’es de haber dado S. M. permiso por 
tiempos, para negros, de que tanto se necesita para las ha- 
ciendas y crías de ganados, y que por falta de ellos están 
estos vecinos destruidos y arruinados, ocasionando el que 
valgan los bastimentos tan caros y haya la falta que se ha 
experimentado estos años, de que lleva suficiente prueba ó 
información » ( 1 ). La forma en que se encaraba el pedi- 
mento no dejaba de presentar algunos visos de razón para 
el espíritu estrecho que presidía las especulaciones comer- 
ciales de aquellos tiempos: así es que viniendo la solicitud 
de parte de una ciudad americana, parecía tener mayor 
validez que la que pudiera darla cualquier razonamiento 
elaborado en Europa. 

Las cii’cuustancias en ,que se hallaba el Gobierno de 
Carlos II, no le permitieron prestar una atención prefe- 
rente á estos pedidos. En el siguiente reinado nuevas vis- 
tas políticas dieron giro favorable al asunto. El Cabildo 
tuvo aliados de su pretensión sin el trabajo de buscarlos. 
Los compromisos de familia y el consejo de ^ avarientos 
indujeron á Felipe V á otorgar á los franceses el derecho 
de introducir esclavos negros en estas posesiones. Aquella 
nación, al igual de muchas otras de Europa, había adop- 
tado el vergonzoso tráfico de esclavos africanos, prote- 
giéndolo oficialmente j)or el establecimiento de la « Com- 
pañía de Guinea ».yJ¿Aprovcchándose del origen francés 


(i) Itevista del Archivo (jencruf de Buenos Aires, tomo ii. 



LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 


419 


del Rey y trayendo á memoria los proyectos de Las Ca- 
sas, consiguieron los afiliados de la Compañía que se les 
diese facAiltad de introducir al Plata esclavos africanos. Al 
efecto expidió la Corte una Real Códula con fecha 12 de 
Diciembre de 1701, permitiendo á los franceses la explota- 
ción del tráfico de negros por el término de diez años, y fué 
trasmitida la resolución al Gobierno de Buenos Aú’es, que 
ratificó el asiento al año siguiente de 1702 (1). Bien que 
las consideraciones aducidas por algunos de los sostenedo- 
res de esta capitulación tuvieran mucho de humano en lo 
(pie hace á los indios, no es menos cierto que ella era cruel 
y funesta para los desgraciados ncgi-os, á quienes se ro- 
baba de su país natal y se les conducía á lejanas tierras 
para desempeñiu- pesados oficios en la peor de las condi- 
ciones. 

Éste fué el último suceso notable acaecido bajo el mando 
del Gobernador Prado, quien lo entregó en 26 de Junio 
de 1703 al Maestre de Campo D. Alonso de Valdez In- 
cláu. El grado militar del sustituto de Prado, y sus an- 
tecedentes personales, no desdecían de la elevación del 
puesto que alcanzaba. Había guerreado ineláu con no- 
torio valor en las campañas de Cataluña, donde sirvió bien. 
Su carácter, sin embargo, era harto apasionado en cier- 
tas ocasiones, según habrá lugar de verlo, principalmente 
en asuntos relativos á la vida privada; y si debía seña- 
larse gloriosamente contra los portugueses, no le esperaba 
igual suerte para reprimirse á sí mismo en las cosas ín- 
timas. Como quiera que sea, dió muestra luego de sus 
buenas calidades militares, aplicándose con inteligente des- 


(1) Funes, Ensayo, etc; tomo ii, libro iv, cnp i. 



420 


IJBRO V. -- LOS PORTUGUESES 


velo il i’eforzar las fortificaciones del i)uerto de Buenos 
Aires, temeroso y precavido de lo que pudieran inten- 
tar las naciones coaligadas contra Esi)aña, para lo cual 
se sirvió de 700 indios de las Reducciones jesuíticas, 
que pusieron en excelente estado de defensa aquella plaza. 
Esta resolución le ati-ajo simpatías, i)orque provocó en 
el pueblo la confianza, con lo cual disiRiso inelán del 
concurso moral y material que necesitaba en las apre- 
tadas circunstancias á que los sucesos iban íí redu- 
cirle. 

Los aprestos que efectuaba el nuevo Gobernador de 
Buenos Aires, coincidieron con la ruptura de hostilidades 
entre las dos coronas peninsulares. Felipe V, que llevaba 
de mal talante el yugo de los portugueses en sus posesio- 
nes americanas, aprovechó la ocasión de sacudirlo. Con 
tal objeto, el conde de Moncloa, Virrey de Lima, recibió 
letras de la Corte, fechadas á 9 de Noviembre de 1708, 
en las euales se le hacía saber el sesgo que habían tomado 
los negocios, y se le comunicaba ti’asmitiera al Goberna- 
dor de Buenos Aii’es la orden de expulsar á los portugue- 
ses perentoriamente de la eiudad de la Colonia ( 1 ). Reci- 
bió inelán, al comenzar el año 1704, estas instrucciones, 
y se propuso empeñarse en la emi)resa con todas las fuer- 
zas que pendían de su mano. Apeló lí las guarniciones de 
Buenos Aires, Corrientes, Santa -Fe y Córdoba, para que 
aprestasen contingentes de tropa; haciendo extensivos es- 
tos requerimientos á las Reducciones jesuíticas, base mi- 
litar indispensable. 

(1) Constancio, líisloria do Braxil; toin it, cap vi r.— Funes, En- 
sayo, etc; loe cit. 



UURO V. — LOS ríJRTUQUESES 


421 


Filó (les¡j>;ii}ulo por punto de reiiiiióii el pueblo de So- 
riano, para donde niarchó en 22 de Julio de 1704 el ea- 
pitán de caballería D. Andrés Gómez de la Quintana, con 
instrucciones precisas ( 1 ). Despachó éste inmediatamente 
pliegos y chasipies lí los curas de las lleduccionee, quienes 
se ai)resuraron á enviar por el río y por tierra, los contingen- 
tes de hombres, gaiuulos y víveres que se pedían, aglome- 
rando en poco tiempo sobre Soriano 4000 soldados de fu- 
sil, Hecha y lanza, y buenos trozos de caballos y muías. 
Dajaron al mismo tiempo de Buenos Aires, Santa-Fc y 
Corrientes 2000 hombres, con lo cual se formó un lucido 
ejército, que Inchhi i)USO á órdenes del Sargento Mayor 
I). Baltasar García Kos. 

I^a natural expectativa en que estaban los portugueses 
lie Colonia por la ruptura entre España y su país, les iíi- 
dueía á luiriu- con sobresalto cualquier síntoma que denun- 
ciara una agresión posible. Con semejante disposición de 
ánimo, Sebastián da Veiga. Cabral, que había sustituido en 
el mando á D. Francisco Náper de Lencastro, luego de sen- 
tir los primeros [)reparativos de Inelán, adoptó serias me- 
didas jirecaucionales. Dirigióse á D. Rodrigo da Costa, 
Gobernador del Brasil, dándole cuenta de todo, y pidiendo 
con urgencia refuerzos de tropa y víveres (2). Inmediata- 
mente fué atendido el reclamo, zarpando con destino á Co- 
lonia 400 infantes, que llegaron en dos naves repletas de 
provisiones. De este modo, ascendió la guarnición de la 
ciudad á 700 soldados, con buen número de piezas do 
artillería y las munición^ corre.spondientes. Cabral se 

( 1 ) íY," / m los Documenlus de /‘rucha, 

(2) Kochii Pilla, America purtiujucAa; lib vin, §§ 84-100. 



422 


UBRO V. — 1.08 PORTUGUESES 


dedicó entonces á perfeccionar el circuito fortificado, que 
se componía de altas murallas, cortaduras, terraplenes, pa- 
rapetos dobles, fagina, un foso profundo, dos baluartes, dos 
reductos, y otras muchas defensas por dentro y fuera. 

Las tropas españolas, abandonando su acantonamiento 
de Suriano, cruzaron los ríos Negro y Uruguay, y se pre- 
sentaron frente á Colonia el 18 de Octubre de 1704. El 
primer acto de Ros fuó notificar al portugués que venía 
dispuesto al asalto, si la guarnición no se rendía y entre- 
gaba la ciudad á sus verdaderos dueños. Cabra! respondió: 
« que no era tiempo de gastar palabras para inducirle si ir 
contra sus conveniencias: que se felicitaba de tener por com- 
petidor ii un general tan bizarro como Ros, y dejaba la 
palabra al cañón » ( I ). Aipiella respuesta fuó seguida de 
actos confii-matorios. Mandó incendiar las casas de extra- 
muros, lanzó fuera del recinto 280 caballos desjarretados, 
y adoptó otras nietlidas similares que denunciaban la vo- 
luntad de resistirse á todo trance. 

Ros empezó los preparativos para el asalto, poniendo á 
los guai’anís bajo la dirección del ingeniero español Don 
Josó Bermúdez, que formaba parte del cuerpo científico 
expedicionario. Trabajaron los indios con ahinco, abriendo 
cortaduras y ramales y acopiando faginas. El trazado de 
las líneas militares conducido por mano idónea, progresaba 
merced á la robustez física y á la decisión de los guara- 
nís, que acometían afanosos aquella ruda labor. Ros y Ber- 
módez se proponían levantai* seis baterías, que dominando 
los puntos más estratógicos de la plaza, permitieran un 
cerco formal que pudiera facilitar el asalto: así es que se 


(1) Funes, Etisayo, etc; toin ii, l¡b rv, cap i. 



LIBRO V. — I.OS PORTUGUESES 


423 


mostrabíiu tan incansables en dirigir los trabajos, como sns 
subordinados en realizarlos. Al fin coronó el éxito sus es- 
fuerzos, levantando las seis proyectadas baterías que com- 
pletaban el cerco apetecido. 

Los otros soldados del ejército sitiador no perdían tam- 
poco el tiempo: una pequeña flota, compuesta de mía zu- 
niacá, una lancha y dos botes, era toda la armada de que 
los españoles podían disponer; pero no les detenía la po- 
breza del armamento y luchaban para lucirlo en operaciones 
arriesgadas. Vigilando las costas unas veces, y sirviendo otras 
de correo entre el campo sitiador y la ciudad de Buenos 
Aires, concurría la escuadrilla española ii hacer más pe- 
sada la situación de los sitiados. Píl Gobernador de la plaza, 
que esperaba socorros del exterior, no podía mirar sin in- 
quietud un armamento naval que era hasta cierto punto 
centinela avanzado de los sitiadores: meditó, pues, la ma- 
nera de oponerse á su enemigo por aquella parte, y quiso 
poner en práctica su plan. Á poco tiempo de haberlo in- 
tentado, ya hubo cabida para un incidente de guerra. Ocu- 
rrió el caso de que dos lanchas portuguesas se presentaron 
al combate favorecidas por los fuegos de la plaza: inme- 
diatamente las acometieron dos de los barquichuelos es- 
pañoles, y á pesar del peligi’o, las apresaron, conduciéndolas 
en triunfo á Buenos Aires, donde inelán premió el ajj|j^ 
de los capitanes regalándoles al uno un eollar de oro y Jil 
otro una prenda del mismo metal, mientras que gratificó á 
los marineros con cincuenta pesos á cada uno. 

Entre tanto, combinaba Ros una doble operación de in- 
fluencia militar y moral contra la ciudad. Ordenó que la 
flota española levase anclas á la media noche y abordara 
en su fondeadero los buques portugueses que se protegían 



424 


LIBRO V. — IX)S PORTÜOUESES 


de los fuegos de la plaza; y dispuso al mismo ticmiK) que 
2000 guai-aiiís hicieran un entretenimiento sobre las forti- 
ficaciones de tierra, á fin de comprometer al enemigo en 
una enérgica diversión militar. Cumplió la flota satisfacto- 
riamente el cometido: por entre un vivísimo fuego y íi pe- 
sar de las sombras de la noche que aumentaban el peligro, 
hízose dueña de uno de los buques enemigos, poniéndolo 
seguidamente en franquía. No fueron tan felices los gua- 
ranís como los marinos en su empresa: inducidos por un 
soldado santafesino y otro andaluz á asaltar la plaza, pu- 
sieron manos á la obra sin orden de sus oficiales. IjOs gri- 
tos de los acometedores que se alentaban al combate y al- 
gunos tiros de fusil imprudentemente descargados, avisaron 
á los portugueses del peligro, y los guaranís fueron recha- 
zados con pérdidas. Pero sentidos é iracundos de aquella 
contrariedad, volvieron al asalto con mayor brío, logrando 
algunos de ellos introducirse hasta la cindadela. Grande 
fué el apuro en que se vieron los portugueses para recha- 
zar aquel enjambre de indios furiosos, que á haber tenido 
una dirección inteligente, habrían quedado dueños de la 
jornada. Batiéronse los unos y los otros emi)eñosamente, 
y al fin desistieron los guaranís de la pretensión, retirán- 
dose á su campo con pérdida de treinta y tantos homl)res 
mucitos y más de cien heridos. Los capellanes jesuítas 
que acompañaban á los indios desplegaron mucho valor, 
a.sÍ8tiendo á sus neófitos en medio de las balas con sereno 
y tranquilo continente. 

Llegaron á oídas de inelán las estruendosas nuevas de 
tantos combates, lo cual hizo pesar en su ánimo las venta- 
jas y las contrariedades que tenía su alejamiento del tea- 
ti*o de la guerra. Trasladóse por lo tanto al campo de Ros, 



LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 


425 


haciéndose acompañar de D. Esteban de Urizar Arepaco- 
cliega, electo Gobernador de Tucnmíín recientemente. Re- 
cibido con júbilo por las tropas, se como en el acto que 
su parecer era teruiinar la lid por ^iftivance rápido á la 
plaza, lo cual duplicó el contentamiento de los soldados, que 
veían abora la posibilidad de lucir sus dotes ante el repre- 
sentante inmediato del Rc3l Pero si ínclán era de líquel 
parecer, los demás jefes no lo eran: así es que fué necesa- 
rio reunir consejo de guerra para miificar la opinión. Deci- 
dió la mayoría (pie se continuase el cerco sin iniciar hos- 
tilidad arriesgada, porque debiendo bailarse los sitiados 
faltos de víveres después de tres meses y medio de resis- 
tencia, era forzoso se rindiesen en breve y sin el sacrificio 
de tantas vidas como iba á costar el asalto. Se resignó con 
disgusto el Gobernador á un dictamen demasiado contrano 
al suyo, pero hallando en su actividad medios para despicar 
el enojo que sufría, estrechó el cerco de tal suerte, que los 
ataques parciales se continuaron á tiro de pistola. _ 
No desmayó por esto el portugués. Tenía Veiga Cabral 
la s("giiridad de que sus paisanos del Brasil no habían de 
abandonarle en los malos tran(!es que soportaba, así es que 
daba largas á la resistencia, á fin de salir con buen aire de 
la plaza. Propúsole Iniáán una capitulación honrosa, pero 
Veiga rehusó (d partido. Sospechó el español entonces que 
los sitiados alimentaban esperanzas de verse nuevamente 
socoiTulos, y no se engañaba en el cálculo: así es que dis- 
puso, para atajar cualquiera evasión, que una escuadra 
compuesta del barco apresado, de un navio de registro y de 
un bndote, todo bajo el mando del capitán á guerra Don 
José de IbtuTa Lazcano, vigilase escrupulosamente las cos- 
tas. Esta nueva estrechez en que se colocaba á los sitiados 



426 i.íBno V. — r.os ponTuouESES 

no les desanimó: soportaron con brío las contrarieda- 
des que ima hostilidad tan cercana y frecuente les oca- 
sionaba. 

Pero por más gi’andes que fueran los esfuerzos, el epi- 
sodio tocaba á su fin. En Marzo de 1705 se dejó ver una 
escuadra portuguesa compuesta de cuatro barcos, despa- 
cliados desde el Brasil en .socorro de la plaza. El capitán 
Lazcano salió al encuentro del enemigo á fin de evitarle el 
pasaje. Trabáronse los barcos españoles en combate con 
los portugueses, pe ro fuer on vanos sus esfuerzos, porque el 
enemigo rompió la línea~y penetró en el puerto. Entonces 
Veiga Cabral, obedeciendo instrucciones de sus superiores 
del Brasil, acordó abandonar el punto donde había sopor- 
tado un sitio de cinco meses. Incendió algunos edificios y 
en seguida se embarcó, dejando á disposición de los espa- 
ñoles la ciudad con todos sus fuertes, artillería y municio- 
nes. Llevóse consigo los habitantes del establecimiento y 
sus efectos, con los cuales tlió la vela para Río Janeiro. 
Entre las gentes de su comitiva contábanse todavía 500 
hombres en estado de combatir. 

Dos años de paz interna, siguieron á esta hermosa 
victoria militar. Libre el suelo uruguayo de portugueses, 
no tenía España otros enemigos inmechatos que los indí- 
genas refractarios á obedecer su autoridad. Vi^^an óstos 
estrechamente confederados, desde su último desa.strc del 
Yí, meditando siempre una revancha sobre los indios de las 
Misiones cristianas. Con tal designio, resolvieron darse un 
jefe para emprender la guerra contra sus enemigos. Recayó 
la elección en C^^d)arí, caudillo principal y bien querido ( 1), 


(1) Jx)znno, TJisioria de la Conquista, etc; tom nr, cnp xvn. 



LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 427 

aun cuando fuese al»o descuidaílo en el modo de exponer 
su píirsona, como liahní ocasión de verlo. 

Ko estaba dispuesto Cabarí íí presentar cu línea fuerzas 
numerosas sobre las cuales podían hacer mucho estrago los 
españoles, prefiriendo las hostilidades en detalle, á fin de 
obtener ventajas seguras sobre pequeños trozos de gente, 
cansando al enemigo y entonando el espíritu de los suyos 
por la seguridad continua del éxito. Esta guerra de recur- 
sos, que había de ser tan acosadora jiara el conquistador, 
era la que más convenía á los indígenas uruguayos. Las fa- 
cilidades que su ejecución presentaba y la dificultad con 
que el enemigo podía dominarla, justificaron la previsión 
de quien la puso en práctica. 

Era el año de 1707 cuando los indígenas uruguayos 
rompieron las hostilidades, apareciendo en distintos puntos 
á la vez, de acuerdo con el nuevo i)lan de guerra. La re- 
ducción de Yapeyú fue uno de los parajes elegidos. Tenía 
aquel pueblo bastante importancia, pues le era dable mo- 
vilizar algunos centenares de hombres armados á la euro- 
pea; pero sus habitantt;s, lejos de pensaren la arremetida 
que contra ellos se premeditaba, no mantenían ¡lor el mo- 
mento vigilancia alguna. Aprovechando estas seguridades, 
el cuerpo de.stacado a la embestida de Yapeyú, llegó á las 
cercanías del pueblo y se precipitó luego en su interior. 
Los vecinos hiciercfli lo que pudieron para defenderse de 
aquella agresión, pero parece que ni los elementos que te- 
nían á la. mano, ni el furor con que fueron arremetidos 
dieron lugar á una seria defensa. Por nfsultado total que- 
daron 19 yajieyuanos degollados en el campo. 

Mientras se peleaba de esta suerte en Yapeyii, otras 
operaciones del mismo genero tenían lugar cu las aguas 


Don. ESP. — (. 


33. 



428 


LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 


del Paraná y sobre sus costas. Segiii-os de la libertad que 
gozíAau en aquellos lugares, los esi)añoles acostumbraban 
á crfcarlos sin gi’au reparo. Haciendo uso de balsas y ca- 
noas' franqueaban el río á toda hora, facilitando así la co- 
municación fluvial de las poblaciones ribereñas; mientras 
que algunas partidas de cristianos y de indios realizaban 
el movimiento de comunicación por tierra yendo de unos 
pueblos á otros. Había destacado Cabarí un fuerte grupo 
sobre aquellas posesiones con el fin de atacar á sus pobla- 
dores y viandantes. IMarchando con igual .sigilo y la misma 
rapidez (|ue lo hicieran contra Yapeyó, llegaron hasta las 
inmediaciones del teatro elegido para su devastador atro- 
pello. Allí se dividieron en diver.sos pelotones y atacaron 
cuanto pudieron encontrar á su frente. Un trozo se arrojó 
sobre varias balsas que navegaban c;l río Paraná, y después 
de combatir contra sus comhuáores, les venció, pasándoles 
á cuchillo; caminaron otras partidas á lo largo de las costas 
de aquel río, y doquiera que encontraron españoles, les 
batieron y atca-raron, obligándoles á ponerse en seguro. 

Grande enojo causó en el ánimo de Inclán aquella re- 
pentina irrupción; así es que en el acto expidió órdenes para 
que los guaranís de Ya})cyó .se pusieran en campaña á ob- 
jeto de perseguir á los invasores. Partieron 200 indios 
bien armados con el propósito de buscar al primer cueri)0 
enemigo que vagase en las inmediaciones y batirle venta- 
josamente. En el tránsito supieron (pie se encontraba por 
aquellas alturas un grupo considerable de familias alber- 
gadas en el monte más cercano, y que entre las abras de 
ese monte y una laguna, estaban refugiados Cabarí y va- 
rios otros caudillos. Las familias e.xpresadas j)ertenecían 
á los dueños del campamento, y la detención do é.stos parece 



LIBRO V. — LOS PORTIIOUESES 


429 


que obedecía al deseo de conservarse al lado de sus mujeres 
é hijos, mientras las operaciones militares se desarrollaban 
pai'cialmente. Al saberse esta novedad, el dictamen de los 
guaianís fu6 unánime en mai’char sobre los descuidados 
enemigos, teniendo certidumbre de efectuar en ellos impor- 
tantísima presa. La captura del jefe adversario con su co- 
mitiva militar y las familias de todos, era coronamiento 
digno de la campaña. Marcharon, pues, sin demora sobre 
las trazas de Cabarí, llegando hasta su campamento sin 
que les sintiera. Entonces, vadearon la cañada, y formando 
del modo mejor que les permitió la precipitación, acome- 
tieron todos á la vez y repentinamente. 

Aunque atacados de esta manera, los sorprendidos no 
perdieron su serenidad, y dividiéndose en dos trozos, se 
arrojó uno al agua y el otro se i’efugió en el monte. Una 
vez puestos en seguro, consiguieron, con la presteza acos- 
tumbrada, juntarse nuevamente los dispersos del agua con 
los refugiados del monte, dejando á los atacantes sin la 
ventaja de capturar á ninguno. Entonados con aquel su- 
ceso y bien dispuestos á pelear al enemigo, comenzaron á 
desafiar á los guaranís convidándoles á buscarles donde 
estaban y burlándose de ellos. Esto puso el colmo á la in- 
quietud de los yapeyuanos, porque habiendo dado un golpe 
en falso, no se animaban á tomar jiartido decisivo. Las 
condiciones en que se resolviese aquella operación de gue- 
rra podían ser funestas: no tenían elementos con que esta- 
blecer un cerco formal á Cabarí y sus gentes. 

Midiendo por sus rejietidas biu’las la entereza de los 
couti’aiios, les proiiusieron que se rindiesen, á condición de 
entregar á los culiiables de las muerfes de Yapeyíi y el 
Paraná, garantiendo al rosto la libertad y la vida; pero 



430 


LraRO V. — LOS PORTITGÜESES 


los sitindos rochazaroii la proposición, niofílndosc de sus 
enemigos. Cabarí, asomado á iiaraje visible, publicó á vo- 
ces que ól era único culpable de todo, y poco le iba en el 
enojo de los guaranís. Sintiéronse éstos muclio do tanta 
audacia, y acordaron acometer con briosa disposición. Di- 
vidiéronse en dos trozos : el uno destinado á llevar el ata- 
que de frente, y el otro apercibido ú sostenerlo de reserva. 
Acometieron los de vanguardia con bastante coraje, pero 
recibidos con igual espírítu, se trabó un reñido combate en 
que cada uno de los lidiadores sostuvo lucha a muerte con 
el que tenía íí su frente. Completamente batidos los gua- 
ranís por este lado, sufrieron exterminio total. El otro 
cuerpo guaraní acometió con más cautela por el lado en 
que estaban las mujeres y los nirios, en quienes hizo jiresa ; 
luego atacó por un costado á los hombi’cs aun tlisi^ersos, y 
luchando contra ellos, mató algunos haciendo prisionero al 
resto. Decidióse entonces el triunfo por los yapeyuanos, 
aunque con pérdidas considerables ( 1 ). 

Pero el desastre de Cabarí no llegaba á. tiempo de 
impedir que las demás fuerzas lanzadas á. la hostilidad 
completasen sus operaciones militares. Si los principales 
cuerpos de combate habían ya enqirendido su marcha, y 
tenido ocasión de chocar con vai’ia fortuna sobre el ene- 
migo, los que jior la posición de las tierras de donde eran 
originarios ó por alguna otra causa no estaban en aptitud 


( 1 ) Parece que la rula de Caltari ij /tus principales compañeros fué 
resj)ctada, pues aunque nada dicen sohrr el ¡tarUcular los historiadores 
de esta época, el nombre de Cabarí suena en las emj>resas militares 
que veinte años después fueron llevadas ti cabo por los indiyenas uru- 
guayos, )io habiendo pruebas de t¡uc fuese un distinto caudillo el que 
llevaba este nombre. 



LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 


431 


de entrar conjuntamente ti la acción, no podían conte- 
nerse, sea por(]ue estuviesen demasiado comprometidos 
para retroceder, sea jiorque ignorasen los sucesos que aca- 
ban de narrarse. De este iiómero ertin los ytiros y mbobanes, 
quienes cayeron sobre los pueljbjs de la Cruz y Yapeyú, 
matando 38 indios y cautivando 20. Luego se desparra- 
maron por los caminos, haciendo toda clase de estragos y 
apoderándose de las víiqucrías, con lo cual redujeron al 
hambre los poldados. Juntóse á esta ctdamidad una espan- 
tosti jiltiga de tigres, que, invadiendo las reduccionc.s, com- 
pletó las desdichas de sus mortidores. 

Alarnnido de la intensidad del mal, reforzó Inclán á los 
gnaranís, mientras el jesuíta Josó de Arce intentaba paci- 
licar los ánimos con la predicación. Libráronse varios 
combates en que salieron vencedores los inilígenas urugua- 
yos. Por fin los gnaranís, rcforztulos continuamente, pudie- 
ron presentarse con mejor fortuna en el campo, y libraron 
una última acción en la cual dejaron nuestros indios 41 
líombres muertos y muchos prisioneros. Hubo entonces 
cabida para que la pala! ira evangólica fuese escuchada con 
fruto; renació la paz entre los agitados naturales, y pudie- 
ron los jesuítas librar á sus imeblos del azote que les ame- 
nazaba. 

Los inesperados contrastes que pusieron término á la 
campaña iniciada por Cabarí, dejaron en manos de los es- 
pañoles un numeroso grupo de prisioneros, entre ellos varios 
caudillos y sus familias. Fueron llevados todos á las Misio- 
nes jesuíticas, y afortunadamente parajos PP.,el refuerzo no 
podía llegar en momento más oportuno, pues acababan de 
fundar la Reducción de San Ángel, que era la séptima y 
última población de indios establecida en nuestro territo- 



432 


LIBRO V. — LOS rORTUQUEHKS 


rio. De esta niauera inezehihase la san«Te cliarríía st la de 
los habitantes de nuestras tierras del Norte, inyectando en 
aquellas poblaciones y extendiendo por la zona que de- 
bían ocupar otras, el ardimiento varonil y la tenacidad 
persistente que heredaron en el andar del tiempo. 

Tocaba á su t(?rmino el gobierno de inelán. Muchas eran 
las dificultades con que había luchado, venciéndolas todas. 
Un suceso desagradable puso, sin embargo, en tela de juicio 
los quilates de su mérito privado, y contribuyó il oscurecer 
el crédito que su despotismo había comenzado á minar. 
Amante de una mujer casada, persiguió al marido, colo- 
cando guardias en la casa á fin de que no pudiera penetrar 
en eUa.. Fué tan tenaz en el propósito de acosarle, que 
aquél se vió en la necesidad de ausentarse y murió en tie- 
rras extrañas, dejando para ante los tribunales una gestión 
en que exin’esaba sus agravios y la imposibilidad de ven- 
garlos en persona tan encumbrada como la que le perse- 
guía. Tomó parte la justicia en el asunto, apresurándose 
el Gobernador á contraer matrimonio con la viuda, á fin 
de satisfacer de algón modo los reclamos de los tribunales, 
cuya energía no quiso afrontar sin disculpa ( 1 ). Pero im 
hecho tan sonado fué piedra de escándalo para todo el 
país; resultando que los desafueros de Tnclán indignaran á 
la generalidad. La Real Audiencia de estos pueblos le con- 
minó á comparecer á sus estrados, y ya se preparaba á 
obedecerla, cuando una grave enfermedad le postró en cama. 

Los médicos ñieron de opinión que no escaparía á las 
amenazas de la muerte, muy próxima á arrebatarle. Se 
confirmó el pronóstico de la ciencia, y á pocos días falleció 


(1) Lozano, Historia de la Conquista, etc; toin lii, lib ill, cap xvii. 



J.limo V. - I.O.S l’OriTlJGlJKSKS 


433 


(*1 (j}()l)(‘i'nii<loi' prcsii (1(! ¡u-(tI)()s dolores, siendo el uño de 
17()iS ii(|iiel en (jiie dio el ultimo sus|)iro. A pesnr de todos 
sus defííetos, teníji linnes dotes de gol)icrno, dcniostnidas 
por iiiiii eonstiineia ejemplar en la advei’sidad. Luehó eoii 
gloria y éxito contra los portugueses: se previno contra los 
demas enemigos exteriores (pie amenazaban su gobermi- 
ci()ii; y en el interior añ-ontc) á los natiu-ales de la tierra, 
concentrando rápidamente en cada caso elementos de ac- 
ci(>n que le aseguraron la victoria. Su muerte dio cabida á, 
que entrase al gobierno I). iMannel de Velasen, cuya con- 
ducta pública y privada hizo olvidar bien pronto las faltas 
de lucían. 

En medio de todo esto, una larga y dispendiosa con- 
tienda de armas que la historia ha llamado ¡/uerra de su- 
cesión, había dividido á España en dos bandos desde los 
primeros días del reinado de Felipe V, el uno formado por 
los catalanes, aragoneses y valencianos que seguían las 
banderas del archiduque Carlo.s, protegidos por Inglaterra, 
Uolanda y Portugal; mientras que el otro se apoyaba en 
el resto de las poljaciones de la Pcaiínsula, y tenía á 
Francia por princiial aliada. Rompiijse inesperadamente 
la armonía entre lol aliados del archiduque Carlos, repre- 
sentante del partido atistriaco. Duguay-Trouin, almirante 
francés, aportó ú Río Janeiro en 1711, incendió una es- 
cuadra portuguesa, y se posesionó de la ciudad, exigién- 
dola un rescate de nuís de ü 00,0 00 cruzados. Este hecho 
consternó a los [)ortugucses, separiindoles de la guerra con- 
tra Francia; con la cual íirmaron un tratado al año si- 
guiente, dejando á los austríacos de España sin más apoyo 
que las tropas alemanas y los insurgentes catalanes. Adhi- 
rió entonces el Emperador de Alemania á un convenio 



484 LIURO V. — LOS PORTUGUESES 

para la evacuación de Cataluña y las Baleares, con más 
una tregua general en España 6 Italia, á condición de que 
Felipe V concediese cumplida amnistía á todos los parti- 
darios de Austria en sus dominios. Holanda aceptó la tre- 
gua, y F'elqie renunció pól)licanicnte sus derechos á la co- 
rona francesa. Com’íno.se l)ajo estas cstii)ulíiciones en una 
paz general, que se firmó en Utreclit de Abril á Julio de 
1713, entre todas las potencias beligerantes, exceptuando el 
Emperador, quien después de haber in-omovido la negocia- 
ción, rehusó algunas de las cláusulas que con él rezaban. 
Firmada la paz, pudo España descargarse de la hostilidad 
europea que la había perseguido tau encarnizadamente, 
aun cuando tuvo que afrontar nuevas exigencias de Por- 
tugal respecto á sus posesiones americanas. 

Merced á la intervención tic la Reina Ana de Inglaterra, 
logró Portugal que le comprendieran en el tratado de 
Utrecht y sus concordantes. De estas resultas obtuvo la 
conservación de los ¡laíscs americanos situados entre el 
Amazonas y el Oyapock, que Francia le disimtaba; consi- 
guiendo á la vez que se le prometiese la devolución de la 
Colonia, como efetítivamente se cumplió. Los inglese.s, á fuer 
de protectores de un tercero, no olvidaron por su parte de 
protegerse á sí mismos, procurando quedar favorecidos, 
ya que no fuese en dominios territoriales, cuando menos 
en ventajas comerciales para su país. Celebróse entre las 
cortes de París y Londi-es un ajuste por el cual se conce- 
día á Inglaterra el tráfico de negros esclavos, con cuyo 
motivo establecieron los ingleses asiento en el puerto de 
Buenos Aires ( 1 ), y comenzaron á efectuar el detestable 


(1) Calvo, (Elección de Traludun, toiu n. 



LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 


435 


comercio de que tan constantes enemigos debían mostrarse 
más tarde. Así, la paz que permitía un respiro á España 
desangrada, era perjudicial y funesta al Ilío de la Plata, 
uo sólo porque desmembraba sus territorios, sinó porque 
ensanchaba el vicioso y condenable comercio de carne liu- 
maiia. 

Coincidían estos sucesos con el nombramiento para Go- 
bernador interino del Plata recaído en D. Baltasar García 
Ros, quien gozaba ya de la jerarquía militar de coronel. Era 
este Ros, aquel mismo que en la clase de sargento mayor 
desplego dotes tan aprcciablcs en el íiltimo cerco de la Co- 
lonia, y que habiendo sido promovido interinamente á la 
Gobernación del Paraguay, acababa de ser trasladado de 
allí en igual carácter. Algán tiempo despuós de haber asu- 
mido la posesión de sn nuevo mando, y antes de que la 
Corte comunicase de oficio á estas dependencias el resul- 
tado de los tratos en que andaba con motivo de la paz de 
Utrccht, tuvo Ros conocimiento de todo por una gaceta de 
Inglaterra (pie le llegó á las manos, y lamentó en extremo 
el sesgo inesperado que tomaban los negocios. Aquel tm- 
tado de Utrecht que abría nuevos horizontes á las nego- 
ciaciones con Portugal, adolecía de los mismos defectos de 
los anteriores pactos asentidos con el lusitano : unas cuan- 
tas ventajas ilusorias en Europa y el sacrificio positivo de 
gran parte de las tierras del Uruguay, podía reputarse el 
resumen de lo negociado en cuanto á los portugueses con- 
cernía. Muy comprometida en verdad estaba la posición de 
Felipe V frente á la coalición europea, pero no tanto para 
que pudiera juzgarse indispensable dejar á Portugal dueño 
de la Colonia otra vez, mucho más cuando óste había obte- 
nido casi de favor las tierras situadas enti'e el Amazonas 



436 


MBRO V. — I.OS 1‘OKTUGUR.SES 


y el Oyapock. Testigo había sido Ros de los sacrificios que 
la reconquista de la Colonia originara en los últimos 
tiempos, así es que decidió oponei’se en cuanto le fuera da- 
ble á su devolución. 

Mientras maduraba estas ideas, sucesos inesperados para 
ól le sacaron de la esfera internacional para traerle á la 
labor interna. Los indígenas uruguayos, que habían hecho 
un alto á sus operaciones militares iniciadas bajo las órde- 
nes de Cabarí, volvieron ahora á la lucha con grande es- 
trépito. Bien que una parte de ellos permaneció neutral, 
tal vez por causa de los compromisos contraídos en la úl- 
tima paz con los españoles, ó quizá por algún otro motivo 
que se ignora, los que se presentaron de guerra lo hicieron 
con mucho ímpetu. Desparramáronse por los caminos y 
las costas de los ríos, embistieron con las partidas sueltas 
de soldados que cruzaban la tierra y con las embarcacio- 
nes que hacían el tráfago marítimo, y alarmaron á todas 
las vecindades donde llegó su irrupción. Los indios guara- 
nís de las Misiones jesuíticas pagaron con creces los daños 
que en la anterior campaña lea ocasionaran: sus reduccio- 
nes fueron entradas y acuchillados muchos de sus indivi- 
duos. 

Afligidos los giuu-anís, dieron parte á Ros do sus cuitas. 
En el acto publicó el Gobernador jornada contra los su- 
blevados, ordenando el alistamiento de tropas. Tomadas las 
demás disposiciones que el caso requería, fuá nombrado el 
Maestre de Campo D. Francisco García de Piedrabuena 
para el comando del ejército e.xpedicionario, y el P. Poli- 
carpo Dufo para Capellán de las fuerzas. Reuniéronse éstas 
en la juidsdicción de la doctrina de Nuestra Señora de los 
Reyes de Yapeyú, acampando sobre las márgenes del 



LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 


437 


arroyo Giiabii’abí-yutí en níiinero de 1500 hombres, to- 
dos gente escogida y bien provista de armamento y caba- 
lladas (1). El 8 de Noviembre de 1715 se recibió Piedra- 
buena de las fuerzas, y rompió su marcha en busca del 
enemigo. El terreno era escaso de pastos y aguadas, pro- 
duciendo la muerte de los caballos y el desánimo de los 
guaranís, muy flojos para luchar contra la sed. Sin em- 
bargo, Piedrabuena haciendo caso omiso de las penalida- 
des de su tropa, apresuró las marchas, cruzando el Moco- 
retá, despuós el Gualeguay, y por último el Mandiyubí 
Guazú, donde halló buenos pastos y aguadas. Aquí se le 
incorporó el Sargento Mayor Francisco Carballo, quien le 
condujo al Palmar, en cuyo paraje encontraron una tolde- 
ría de ciento y tantas chozas, que los naturales habían 
abandonado desde ocho días atrás. 

Hizo alto el ejército en este paraje á fin de reorganizarse 
un poco. Se dejó á Carballo con algunos indios al cuidado 
de las caballadas flacas, se repartieron provisiones á una 
partida de 14 ó 15 guenoas que por allí discuiTÍan, pron- 
tos á servir al que más diera, y al cabo de tres días vol- 
vióse á empi’ender la marcha. En el camino encontraron 
un vaquero español y éste les avisó que en Gena, á dos 
leguas del río Gualeguaychó, y en Calá encontrarían tol- 
derías de indígenas uruguayos. A efecto de hallarlas si- 
guióse la huella indicada; y después de capturar dos pri- 
sioneros, el uno chaná y el otro mbohán, al que dieron 
muerte, llegaron á Gualeguaychú con muchos días de fa- 


(1) Informe del P. Pol icarpo Diifo, sobre la entrada que se hixo el 
año de 1713 al castigo de los infieles (Rev dcl Arch de Buenos Aires, 
tomo II ). 



438 


LIBRO V. — LOS PORTUQUKSES 


tiga. Allí se sujio que los indios habían levantado caiupa- 
meiito, con cuyo motivo dividió Piedrabnena sn tropa en 
tres cuerpos: el uno destinado á quedar en Giialegnaychíí 
cuidando el bagaje; el otro al mando de sn Sargento Ma- 
yor Martín Simón, con destino á la sorpresa de la toldería 
que estaba en la laguna de la Centella; y el tercero á 
cargo del mismo Piedrabnena, jiara opera)' en mayor es- 
cala. Apoco andar ( l.° de Diciembre), tuvo ya este úl- 
timo cuerpo una escaramuza sangrienta contra un gi'upo 
de seis indios y un muchacho ci'istiano (pie apai'ecici'ou á 
la mai'gen opuesta del i-ío Gualeguayehíi, y de los cuales 
mataron cuati'o los españoles. Determinó entonces el Maes- 
tre de Campo emprender ó niai'chas forzadas el camino de 
Caló, llegando al día siguiente al punto (¡ue deseaba soi’- 
prendei', pero lo encontró evacuado por los indios lu’ugua- 
yos, (¡uienes, segíín se supo más tarde por cierto prisionero* 
de ellos, habían tenido aviso de un español sobre los peli- 
gros que cori-ían. 

Quedó Piedrabnena desorientado con este contratiempo, 
y luego tuvo que lamentarse de su mala suerte, porque los 
indios que le habían hui'tado la vuelta se metieron en el 
monte, y de retirada dieron sobre la caballada, matándole 
ti’es hombres é hh'iéndole malamente á oti’o. Aparecieron 
despuós en buen número, próximos al campamento de 
los e.spañoles; mas éstos, aunque intentaron pei'scguü’les, 
no pudieron logizarlo con éxito, á causa del cansancio de 
sus caballos, en vista de lo cual cesó la persecución y pú- 
sose á comer la ti'opa. Pei'o los guenoas, que ei'an avisa- 
dos en la táctica de los oti'os naturales, comprendieron que 
éstos acometían una opei'ación de gucri-a en su aparente 
fuga, y dijeron á Piedrabnena que el punto objetivo de 



IJOnO V. — LOS PORTUGUESES 


439 


nquellu 0 }>cración tlel)ía ser Gnsiltígiiaychfi, donde había 
quedado el bagaje. Einprcndió.se, por lo tanto, luia con- 
tramarcha hacia el sitio amenazado, y sin otro suceso de 
imix)rtancia que la captura y muerte de un charríía por 
varios guenoas, llegaron á Gena, donde se habían jun- 
tado los otros dos cueiqjos expedicionarios. Descansado 
que hubieron allí algunos día.s, convinieron los jefes en de- 
jar la costa del río Uruguay, yendo al paso de Vera en busca 
de buenos pastos. Ejecutóse el j)arecer, y todos jiuitos 
marcharon al lugar indicado, donde permanecieron cinco 
días. Moviéronse al sexto para Gualcguaychú, que avista- 
ron el 18 de Diciembre. 

Aquí les alcanzó D. Esteban Marcos de Mendoza, ve- 
cino de Santa -Fe, cou un auto del Cabildo de aquella ciu- 
dad coutra el Maestre de Campo García de Piedrabueua, 
en que le mandaba, pena de GOOO pesos, no prosiguiese la 
guerra. Alzóse Piedrabueua contra la pretcnsión, aduciendo 
las facultades que Ros le había conferido, cou lo cual el 
auto no tuvo obedecimiento y el Juez comisionado se vol- 
vió lí su ciudad. Pero el Maestre de Campo (juedaba avi- 
sado del obstáculo (jue se oponía á sus operaciones, así 
es 'que se dió prisa en proseguirlas. Rompió nueva mar- 
cha en dirección al antiguo pueblo de los chanás, mas lo 
encontró abandonado ( 1 ). El día siguiente (23 de Diciem- 
bre), llovió bastante y no se pudo caminar. El 24 desca- 
bezó el río Aycán y durmió con sus gentes á la otra bauda. 
El 25 prosiguió cauiiuando, y á poco trecho le salió al eu- 
euentro el enemigo en námero de 215 individuos, según 


( 1 ) Éste dehia ser el que bajo el nombre de * Concepción-», fundó el 
P. líoqite Gon^dlex. en Wlf). 



440 


LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 


los que allí se mostraron en aire de guerra. Aproximóse 
á ellos el ejército y se llamó á los jefes contrarios para 
leerles por dos veces un requerimiento que era interpre- 
tado por sus lenguaraces. Después de cambiadas algimas 
explicaciones, pidieron los indios ciei*ta cantidad de yerba 
y tabaco y el plazo de esa noche para resolver. Accedió 
Piedi’abuena, y acogiéndose los unos y los otros á sus res- 
pectivos campos, se pasó la noche con alguna alarma para 
los españoles por la gritería de los indígenas. 

Al día siguiente presentáronse éstos en son de combate, 
y arremetieron á un grupo de indios cristianos, con el cual 
se trabó lucha, saliendo heridos 3 infieles y por parte de 
los españoles un indio. Retiráronse en seguida, y Piedra- 
buena comenzó contra ellos la persecución. Á la tarde hi- 
cieron alto: tomaron forma de combatir y echaron una 
ti’opilla de toros sobre la línea española á fin de romperla; 
pero ésta se sostuvo con firmeza haciendo algunos tiros 
buenos. Prosiguió la marcha el día después, con la no- 
vedad de que los perseguidos se dividieron en dos trozos 
para desorientar á los españoles y batirles en detalle; pero 
advertidos ellos del engaño, siguieron con toda la fuerza 
el trozo mayor, no dejándole respiro. De este modo llegó 
Piedrabueua á un río ancho y profundo, y después de va- 
dearlo en balsas hechas de pelotas, prosiguió siempre ade- 
lante. Al día siguiente destacó una división para atajar á los 
indígenas los pasos del río Yaicán, mientras él operaba por 
efectuar su pasaje tranquilamente; pero los agredidos en- 
contrai’on medios de pasar á su vez el río antes que Pie- 
di’abueua, y á las cuatro de la tardo ya estaban sobre los 
españoles. Inmediatamente se trabó la lucha, que fué corta 
y recia, perdiendo los indios 8 hombres heridos y 3 ó 4 



LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 


441 


muertos, mientras los españoles sólo tuvieron una baja en 
sus filas, que fue el capitán de la gente de San Borja, he- 
rido de una pecb-ada. Quiso entonces Piedrabuena que el 
Sargento Mayor Martín Simón, segundo jefe del ejército, 
avanzase con su división sobre la chusma y parque de loa 
indígenas para concluir con ellos, pero el citado jefe negóse 
á cumplir la orden, esterilizando la victoiia. 

Enojado Piedrabuena por estas inobediencias, intentó 
castigar á su segundo; pero sea que no se atreviera á, ha- 
cerlo en definitiva ó que le aconsejasen que no lo hiciera, 
se contuvo, y después de jdgunos trámites y juntas de gue- 
n-a eon sus oficiales, determinó abstenerse de proseguü- la 
canqiaña, ordenando la retirada. Extenuado el ejército por 
la fatiga de sus rápidas marchas, escaso de elementos de 
movilidad, y descontento por la desunión de sus jefes y el 
exiguo provecho que sacaba de sus rudos trabajos, aceptó 
con jííbilo una retirada (iiie le ofrecía cuando menos el 
descanso. Negóse, sin embargo, á vadear el río Uruguay 
en canoas y balsas que el P. Dufo le proporcionó del pue- 
blo de Santo Domingo de Soriano, prefiriendo hacer la re- 
tirada por el rumbo de Yapeyíi. Los indígenas uruguayos 
aprovecharon esta ocasión para perseguir al español por 
retaguardia, matándole é hiriéndole bastantes hombres. 
Llegó el ejército de Piedrabuena á Yapeyú en 23 de 
Enero de 171G. 

Cuando la noticia de tan adversos sucesos fué trasmi- 
tida íí Ros, su displicencia no tuvo límites. Se concibe sin 
esfuerzo, que acostumbrado á vencer eu vasto teatro á 
sus enemigos, le fuera duro contemplarse vencido en esta 
ocasión. La inesperada conducta dcl Cabildo de Santa-Fe 
amargó en mucho el dolor de su desastre. Una ciudad 



442 LIBRO V. — LOS PORTUOUESE8 

cristiana interviniendo en favoi- del enemigo coiníín, le pa- 
reció síntoma de descoin|x>sieión social indudahlemente 
funesto para el porvenir. Tal vez no se paraba íi conside- 
rar que aquella interveiieion de los santafesinos era hija 
de los celos que el predominio de Buenos Aires encendía 
en los demíís centi’os poblados del Río de la Plata, y en 
vez de una muestra de afecto á los chaiTÓas, la conducta 
del Cabildo de Santa -Fe era una tentativa de rivalidad 
enderezada á contrariar las tendencias absorbentes de la 
capital. Escribió, pues, á los individuos de aquel Cabildo 
reprendióndoles con agida vehemencia: les echaba en cara 
las dificultades originadas por su conducta, que rompía la 
unidad moral destinada hasta entonces ii presidir las de- 
liberaciones de los conquistadores contra el indígena en 
todas partes de Amórica; y últimamente, mezclando á las 
ideas políticas el sentimiento de la religión, les hacía pre- 
sente la responsabilidad en que incurrían ante el Juez de 
vivos y muertos, protegiendo lí los enemigos del cristianismo 
contra sus soldados (1). Pero este desahogo político y re- 
ligioso del Gobernador venía en mala hora para reparar 
el desastre de sus armas; así es que todo concluyó con 
una suspensión de hostilidt^es. 

Asuntos más importantes debían llamar la atención de 
Ros hacia otras esferas. Ya se ha dicho de él, que tenía 
ideas especiales sobre la situación política internacional. Si 
su actividad permaneció ociosa en los primeros momentos 
con respecto á aquella importante cuestión, fué por inci- 
dentes ajenos á su voluntad. Noticiado de la paz de 


(1) Ix)znno, Ilist de la Couq, etc; tomo ili, cnp xvii. — Funes, En- 
sayo, etc; tomo ii, lib iv, cap t. 



LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 


443 


Utrecht, le trahajnba el deseo de oponerse á la sanción de 
las cláusulas que rezaban con la devolución de Colonia 
á los portugueses. Era opoiiimo el caso presente para en- 
ti’egarse de lleno á su pensamiento, puesto que concluida 
la guerra con los indígenas uruguayos, quedaba libre de 
atenciones perentorias en el interior de sus dominios. Co- 
lonia era para Ros como para todos los gobernadores del 
Plata, el punto objetivo de sus disensiones con los por- 
tugueses: eonservarla, era matar el crédito y las pretcnsio- 
nes de Portugal en estas tierras; cederla, era entregai’les 
el secreto del prestigio español y la base de sus operaciones 
políticas, comerciales y militares en el Río de la Plata. 

Llevado de estas ideas, había querido taíítear de ante- 
mano el terreno para inducir á la Corte de Madrid á que 
no cayera en el lazo que la tendía el lusitano, expidiendo 
una comunicación á aquel destino (7 de Diciembre de 
1715), en que hacía presentes los males que potlía ocasio- 
nar el paso proyectado. Exponía el Gobernador al Rey con 
claridad lo dañoso de la cesión, pues ella iba á priviu* de 
muchos frutos necesarios á la ciudad de Buenos Aires, 
cuyo abasto se resentiría inmediatamente: preveía también 
la influencia política que estaba á punto de recuperar Por- 
tugal con aquella ventaja y entraba en consideraciones le- 
vantadas sobre todas estas cosas. Decía, además, que ha- 
biéndose hecho interinamente la cesión de Colonia por el 
tratado provisional de 1G81, con un territorio anexo que 
comprendía el tiro de cañón de la fortaleza construida, los 
portugueses usufructuaron á hui’to las campiñas, en lo cual 
hubo necesidad de obligarles á contenerse, hasta que por fin 
fueron desalojados en el año de 1705. Y siendo evidentes 
las pretensiones de Portugal al mayor ensanche de sus do- 


Dom. Esp. — I. 



444 


LIBRO V. — LOS POUTUaUESES 


minios en el Plato, desde tiempos tan remotos, era presu- 
mible pensar que reuaccrían sus antiguos deseos si se les 
entregaba la ciudad, cuyas cam[)inas querrían utilizar ii pre- 
texto de que ya las habían usufructuado en anteriores épo- 
cas. De todo lo cual infería Ros que entrando la Corte en 
tratos sobre aquel establecimiento, no sólo quedaba expuesta 
á perder definitivamente la ciudad de Colonia, sino también 
las islas de San Gabriel y ^Martin García y los territorios 
y costas vecinas de aquéllas. 

Por lo pronto no le fué dado obtener otras noticias de 
la Corte, que un despacho fechado á 2G de Julio de 
1715, y por consecuencia anteríor al anibo del suyo, en 
el cual se le transcribía el artículo G.° del nuevo tratado 
que daba á Portugal posesión de la ciudad litigada. Pero 
luego que el Rey tuvo á la vista el oficio de su Goberna- 
dor del Plata, cuyo resumen se ha mencionado, le escri- 
bió desde Buen Retiro en 11 de Octubre de 17 IG, acusán- 
dole recibo y entrando en consideraciones sobre los pun- 
tos más importantes tocados por aquél. Ante todo, man- 
daba el Rey que no se rehusase con ningún pretexto la 
entrega de Colonia á los portugueses, añadiendo que no 
había sido su ánimo, ni por el tratado de paz reciente- 
mente celebrado, ni por el oficio en que ordenaba la en- 
trega de ciudad, dar á aquéllos más territorio del que les 
competía. Con este motivo agi’egaba: « No debéis permi- 
tirles más extensión de territorio que el que comprenda 
el tiro de cañón, y que si lo intentasen se lo procuraréis 
embarazar, arreglándoos al expresado artículo G, cuya co- 
pia he querido remitii’os con este despacho, finnada de mi 
infrascrito secretario; observando para ello las órdenes que 
tengo expedidas desde 1G80 á vuestros antecesores, y man- 



LIBIIO V. — LOS PORTUGUESES 


445 


teniendo á este fin en los puestos de Santo Domingo de 
Soi'iano, San Juan y los demás, las guardias que ellos han 
tenido y mantenido por lo pasado, más ó menos fuertes se- 
gún lo pidiere la necesidad ó precisión, respecto á las no- 
ticias que adquirieseis del designio que puedan tener los 
portugueses» (1). No era por cierto una contestación de 
esta laya la que Ros iba buscando al dirigirse á la Corte, 
puesto que, lejos de excitar el celo del monarca en mez- 
quinarles á los portugueses las adyacencias de la ciudad, 
él procuraba ser autorizado para no darles ni siquiera la 
ciudad misma. 

Como si se arrepintiera de haber cedido tanto, y qui- 
siera demostrai- su celo en resarcirse de las pérdidas sufri- 
das conservando lo que aun le quedaba en el Uruguay, 
llevaba el Rey sus observaciones hacia otro lado. Presin- 
tiendo la audacia con que los portugueses estrenarían su 
reconquistada dominación en estas ticiTas, y haciendo, aun- 
que sin decirlo, plena justicia á los temores patrióticos de 
Ros, incitaba á éste contra lo que ellos pudieran inten- 
tar sobre los puertos de Monterideo y Maldonado, que se 
sabía codiciaban. «Os encargo — le decía — la mayor vigi- 
lancia, sin permitirles que en las ensenadas ó puertos de 
ese río, y con especialidad en los de Montevideo y Maído- 
nado, puedan hacer fortificaciones ni otros actos de pose- 
sión, oponiéndoos á ello como os mando lo hagáis en caso 
necesario, según está ordenado y prevenido antes de ahora 
á vuestros antecesores, y no concedido en este último tra- 
tado; y fiualmente, he resuelto, en punto al comercio y co- 
municación con esta ciudad y i)rovincia, celéis con tal ac- 


( 1 ) Reftpueafa (Ir Orimaldi. 



446 


LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 


tivklacl y vigilancia, que aun ni para lo más preciso de 
bastimentos se permita el comercio de unos y otros vasa- 
llos; con declaiación de que no jx)r esto parece seles deba 
impedir el curso de sus embarcaciones en el río, ni que, 
denti'o de los límites del territorio del tii*o de cañón, pue- 
dan hacer fortificaciones. » Demasiado sabía Ros lo que á 
este respecto había de permitir á los portugueses, por ma- 
nera que las recomendaciones del Rey estaban por demás. 
Si no convenía en entregarles gustoso la Colonia, ¿cómo 
dejaría de estorbarles, en cuanto le fuera posible, que se 
poblasen en Montevideo y Maldonado, caso de intentarlo 
ostensiblemente ? 

Conviene advertir, empero, que este aparente celo en fa- 
vor de Montevideo y Maldonado, era más bien un des- 
cargo de conciencia de la Corte, que un pensamiento po- 
lítico seriamente concebido con ánimo de llevarse á la 
práctica. Cuando el Cabildo de Buenos Aires liizo mó- 
rito do la intención atribuida á los portugueses de po- 
blarse en estas vecindades, fuó, como se ha visto, con el 
fin de ponderar la necesidad de destruir á todo trance de 
ai-mas la Colonia del Sacramento, que era una rival po- 
derosa; mas no con el de poblar puertos que pudieran 
constituirse en nuevos rivales de un pueblo que no los to- 
leraba en parte alguna. El Rey, pues, al hablar de la po- 
j^lación de Monterídeo y Maldonado, para lo cual faltaban 
todos los recursos y auu el deseo de allegarlos, departía 
sobre im asunto que le era desconocido, y lo invocaba con 
más ánimos de excusa para con Ros, que de convenci- 
miento propio. El instinto de conservación inducía á la 
Corte á oponerse naturalmente á todo lo que los portugue- 
ses intentaran, y por lo tanto, queriendo ellos poblai* algún 



LIBRO V. — LOS PORTUGUESES 


447 


puerto del Río de la Plata, inmediatamente se pensaba en 
llevarles la delantera, aunque fuese sin otra razón que la 
de hostilizarles. Fue este el móvil de las sugestiones del 
Rey para la población de Montevideo y Maldonado, como 
lo demostró el tiempo cuando fuerzas extranjei’as se pose- 
sionaron de estos puntos, sin encontrar quien los defen- 
diese; lo que demostró que ni la Corte hablaba seriamente 
de su población, ni los gobernadores del Plata les atribuían 
la importancia que parece deducirse de sus comiuiica